i. the ultimatum


capítulo uno
EL ULTIMÁTUM

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Las arenas se movían bajo los pies de Calibán conforme el sol permanecía bajo sobre el horizonte, iluminando el espacio a su alrededor. Contempló la encantadora escena, la luz etérea que bañaba cada superficie de la tierra, pintándola con pinceladas de oro puro. La combinación de púrpura, oro y azul que resaltaba el cielo le demostró aún más a Calibán que estaba exactamente donde tenía que estar. Un calor abrasador le punzaba la piel. Pasó rodando, alterando el pintoresco paisaje con una ondulante bruma. Incluso a pesar del calor casi insoportable, Calibán podía sentir la magia que perduraba en el aire bochornoso que rozaba su piel.

Observando su entorno con reverencia, Calibán se fijó en el vacío que le rodeaba. Las dunas montañosas se alzaban y caían hasta donde alcanzaba la vista. No cabía duda de que era la primera vez que pisaba estas tierras en mucho tiempo. El portal que había invocado lo depositó lejos de cualquier civilización moderna, dejándolo solo en los terrenos desiertos. Era seguro suponer que ningún mortal vivo conservaba el recuerdo de este lugar. Pero a pesar de su milenario abandono, su belleza aún perduraba hasta el día de hoy.

Los rizos de Calibán se agitaban con la sutil brisa que no ayudaba a aplacar el sofocante calor, atrayendo gotas de sudor a su piel. Pronto caería la noche, y su tarea se haría mucho más tediosa en la oscuridad. Negándose a perder más tiempo, Calibán continuó su viaje. Por fin estaba a pocos minutos de encontrar lo que había pasado días buscando. Nada le impediría salir del desierto sin él, ni el calor, ni la opresiva oscuridad que pronto llegaría. Este momento lo era todo. Podría resolver todos sus problemas, hacerle más poderoso de lo que nunca había sido. Nada podía interponerse en su camino. Cada paso que daba reforzaba su certeza de que éste era realmente el lugar que había estado buscando. Cada texto, cada hechizo, cada susurro, culminaban en este momento.

Los muros de piedra medio derruidos y las columnas erosionadas le contemplaban con siglos de sabiduría. Antes, este lugar podría haber sido un espectáculo para la vista, pero ahora no era más que un páramo abandonado. Sin embargo, bajo las capas de arena y escombros, había algo largamente olvidado. Calibán se detuvo en el centro de la estructura esquelética y ladeó la cabeza.

Algo era diferente aquí. Un rastro fantasma de energía recorrió su columna vertebral como si alguien hubiera tomado un dedo y lo hubiera presionado sobre su misma piel. Estaba aquí.

Había visitado muchos lugares, siguiendo una pista tras otra, todas ellas sin salida. Pero ahora lo sentía. El susurro del poder esperando a ser despertado, esperando a ser empuñado, y Calibán sería el que lo haría. Una sonrisa subconsciente curvó sus labios mientras su pecho se llenaba de satisfacción, sabiendo lo cerca que estaba de conseguir todo lo que siempre había soñado.

Calibán hundió los dedos en la arena. Su piel gritó en protesta cuando los granos ardieron al contacto. Pero incluso si sus dedos le ardieran hasta la médula, y aunque el calor le dejara sólo los huesos, no abandonaría su búsqueda.

Así que cuando sus dedos hicieron contacto con lo que podría haber imaginado que estaba físicamente en el propio sol, Calibán no hizo más que estremecerse. Se mordió la lengua ante el creciente ardor que sentía en la punta de sus dedos, pero se negó a retirar las manos.

Nudant thesaurum istum —su voz cortó el silencio en una lengua antigua. El viento la llevó a través del desierto, donde nunca sería escuchada por otra alma. La arena bajo sus manos comenzó a moverse y a agitarse con inquietud. Un siseo surgió del movimiento cuando la arena comenzó a huir hacia un lado. Cada vez estaba más cerca de alcanzar su premio.

La emoción burbujeó en su pecho a medida que la agitación disminuía y la arena se asentaba en su nueva posición. Se asomó al pozo poco profundo que había creado y sus ojos captaron un destello de oro. El brillo se reflejó en sus ojos llenos de codicia, convirtiendo el suave azul en un conjunto de ascuas ardientes.

Inspiró profundamente, se sentía casi aliviado, sabiendo que todas sus noches de insomnio y horas de investigación habían valido la pena. Por fin había llegado, su futuro estaba justo bajo sus pies. Volvió a tomar otra bocanada de aire antes de inclinarse hacia delante y rodear el objeto con los dedos. Sin tener en cuenta el inmenso dolor que sentía en su mano quemada, sacó el artefacto y limpió la arena de su superficie. Utilizó la parte inferior de su camisa como barrera entre su piel sensible y la lámpara antigua, mirándola con ojos muy abiertos y asombrados.

Era más hermoso de lo que había imaginado y tenía más poder del que podía comprender. Sus rodillas estaban entumecidas, pero aun así, se arrodilló en la arena centenaria y contempló, hipnotizado, cómo brillaba el azul y el dorado bajo los fugaces rayos del sol. El metal pintado a mano, tan vibrante como el día en que fue forjado, permanecía incólume. No se podía negar la bendición mágica de esta lámpara.

Calibán se puso de pie lentamente, mirando la lámpara con una sonrisa cada vez mayor en su rostro. El hechizo que había memorizado días atrás sonaba en su cabeza como un mantra. Ansiaba pronunciarlo en voz alta y estar un paso más cerca de hacer realidad sus sueños, pero la excitación y la conmoción que sentía en su interior le frenaban. Inhalando profundamente, separó sus labios, sosteniendo la lámpara ante su cara.

—Espacio dorado donde debo estar. Sin tierra ni aire ni mar embravecido. Dentro de esta lámpara está la llave. Tráeme al genio que necesito.

El aire seco que lo rodeaba se agitó con una energía sobrenatural. Sus rizos se agitaron con una brisa fantasmal que, tras rozar su piel, se convirtió en un torbellino de polvo y arena que emergió de la lámpara que llevaba en la mano. Con cuidado, la depositó en la arena que tenía debajo y se levantó, dando cinco pasos hacia atrás.

Su rostro no mostraba más que indiferencia, sus labios fruncidos con firmeza, con los ojos fijos en la lámpara que tenía delante. Su corazón, sin embargo, latía de excitación, ardiendo de deseo mientras la lámpara expulsaba tanto humo, retorciéndose y girando en el aire, que ya no podía ver las diversas colinas y montañas que tenía enfrente. Inhaló profundamente una vez más, observando cómo se desarrollaba la magia antigua. Calibán casi perdió el aliento cuando finalmente, tras lo que le pareció una eternidad, el torbellino dejó de girar y, en su lugar, apareció una joven muchacha.

Era muy guapa. Los mechones de su grueso pelo castaño trenzado se le pegaban a la frente brillando por el sudor, como si hubiera quedado atrapada en las ráfagas de arena y polvo que surgían de la lámpara. Su pequeño cuerpo estaba cubierto por un vestido de satén azul, con el escote a la mitad del pecho y rodeado de cuentas doradas, mostrando sus prominentes clavículas. Un fajín de seda pura le rodeaba la cintura, cuyo extremo ondeaba suavemente con la cálida brisa. Sus ojos castaños brillaban al sol mientras miraba a su alrededor, con las cejas fruncidas por la confusión.

Y finalmente, tras varios minutos en los que Calibán observó en silencio a la chica en su estado ausente, sus ojos se posaron en los del joven que le había convocado. Sin embargo, sus labios permanecieron apretados, asimilando la visión de ella. No había procesado las palabras que saldrían de su boca, estaba demasiado asombrado... Tal vez por el hecho de que, finalmente, su sueño de ganar las Reliquias Ímpias estaba a punto de hacerse realidad, y también por el hecho de que una chica, la más hermosa que había visto nunca —no sabe si por la belleza de sus ojos llenos de alma, o por la magnificencia del poder que poseía— estaba sentada ante sus ojos.

—¿Qué? —preguntó él en voz baja, con la mente aún parcialmente atrapada en un trance.

—Me has convocado —dijo la muchacha con firmeza, aunque su voz seguía siendo suave mientras trataba de familiarizarse con su entorno. Comenzó a ponerse de pie, lo que Calibán tomó eso como una señal para levantarse y dar un paso atrás.

Se aclaró la garganta.

—Sí, necesito tu ayuda rastreando artículos.

—¿Rastreando artículos? —la castaña frunció el ceño, insegura pero también divertida por la vaguedad de sus palabras.

—Artefactos, para una competición —declaró, mirándola fijamente a los ojos. A su vez, ella también miró directamente a sus ojos azules. No mostró ninguna intimidación por el hecho de estar ante su posible amo. Que su vida estuviera en manos de este hombre de pelo rubio.

—Ah, así que quieres que te ayude a hacer trampa... —la chica asintió, mordiéndose el labio inferior en señal de comprensión. Calibán observó la vacilación plasmada en su rostro. Le sorprendía, la verdad, que alguien que había estado atrapada y aislada durante milenios tuviera que pensárselo dos veces antes de aceptar una oferta que le daba una libertad parcial. Era admirable, en cierto modo, ver cómo se lo pensaba en silencio momentos después de ser liberada. Hace unos segundos, parecía tan confusa, asustada y sorprendida de que, después de todo este tiempo, por fin fuera liberada. Pero se lo había quitado de encima como si nada, casi como si fuera algo normal... o algo más profundo, tal vez.

—No es hacer trampa —se burló—. Y aunque lo fuera, ¿de verdad estás diciendo que tienes algo mejor que hacer? —Calibán señaló con la cabeza la lámpara que se hallaba en el suelo, y casi instantáneamente al recordar la lámpara, los ojos de la chica se posaron en ella. Calibán vio cómo desviaba su atención del objeto y volvía a él, la duda seguía cubriendo su cara. Casi parecía asustada, como si la confianza fuera una fachada, y lo de hacer trampa no era la única razón por la que dudaba en aceptar su oferta.

—¿Cómo te llamas? —Calibán cambió brevemente de tema, sin apartar los ojos de ella.

—Dahlia.

—Bonito nombre —Calibán sonrió, pero la chica no respondió, todavía se mantenía firme y distante como si se estuviera protegiendo—. Yo soy Calibán.

—Calibán. Eso significa "la tempestad un salvaje y deforme esclavo" —dijo Dahlia, casi como una réplica a su comentario sobre su nombre.

—Así es —respondió Calibán, con una sonrisa de oreja a oreja ante el inesperado ingenio de Dahlia—. También significa que soy el Príncipe del Infierno, y estoy aquí para ofrecerte un ultimátum.

—¿Y qué sería eso? —preguntó Dahlia, ahora un poco más interesada, aunque sus ojos seguían siendo fríos y distantes.

—Tú me ayudas, y yo te libero. O...

—¿O?

—O te devuelvo a la lámpara —Calibán sonrió mientras hablaba, disfrutando de la frustración que se instalaba lentamente en los ojos de Dahlia. Había algo en la forma en que se mostraba distante y fría, guardándose y protegiéndose con sus palabras y su mirada que intrigaba a Calibán. Se preguntaba de qué tenía tanto miedo y por qué lo ocultaba.

—Corrígeme si me equivoco, Dahlia, pero no creo que te apetezca pasar otros tres mil años en esa lámpara hasta que alguien más, probablemente no tan bueno como yo, venga a convocarte —añadió, con un poco de picardía en su voz.

—¿El próximo tío es tan sarcástico como tú? Porque si no, creo que me quedaré con los tres mil años extra, Calibán —espetó Dahlia, aunque a decir verdad no estaba tan enfadada como parecía. Estaba frustrada, sí, porque por fin respiraba aire fresco, por fin veía a otra persona, y por fin estaba fuera de su dolorosamente solitaria lámpara, pero no era libre. Prefería estar encerrada en la lámpara por el resto de su vida, aunque no fuera realmente libre.

—Todo lo que pido es que me ayudes a encontrar esos tres artefactos. Una vez que los haya encontrado, no tendrás que volver a ver esa lámpara, ni a mí, nunca más —Calibán se acercó a Dahlia, intentando que volviera a mirarle a los ojos. Intentó buscar en ellos cualquier señal de confianza o aceptación que ella pudiera darle. Todo lo que necesitaba de ella era una pequeña señal y sensación de confianza, pero no la había. Sus ojos le miraron fijamente como un par de almas, custodiadas por milenios de maltrato y desconfianza.

—No tendrás que volver a verme nunca más —repitió Calibán, mirándola más profundamente a los ojos. Dahlia apartó la mirada por un momento, la intensidad de sus brillantes iris la dejó perdida e insegura.

—De acuerdo... —respondió ella, dejando escapar un suspiro antes de regresar su mirada a él y asentir—. ¿Por dónde empezamos?


——

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