👑 Parte 3
Y así te fuí queriendo a diario
Sin una ley, sin un horario...
– Creo que es un imbécil, – le dijo Simon a Clary. Ambos iban a ir a los establos para ir a cabalgar. La señora Loss le había dado el día libre.
Simon amaba los caballos y también cuidarlos. Por ello amaba ser el cuidador de los establos.
– Siempre piensas lo mismo de los chicos en los que muestro interés, – la pelirroja contestó.
– Bueno, – Simon se defendió, caminando hacía los establos con Clary detrás. – La mayoría lo son. Pareces tener un horrible gusto cuando se trata de chicos. –
– Mira quien lo dice, – Clary giró los ojos. – El chico que está enamorado de la protegida del castillo. Ella casi podría ser una princesa, lo sabes. Además, ¿no sería genial que saliéramos con hermanos? ¡Sería como ser familia! –
Simon chasqueó la lengua y no dijo nada. Era verdad, estaba enamorado de Isabelle. Jace, la posible conquista de Clary, era el hermano de Isabelle y el general del ejercito de Alicante; el general más joven. Los estándares de Isabelle debían ser demasiado altos.
– Como sea, – Clary continuó, mientras salían del castillo. – Tengo algo que contarte. Resulta que el príncipe anda teniendo encuentros románticos con un plebeyo de las afueras de la ciudad. –
Simon jadeo, sorprendido. Amaba los chismes. – ¡Bromeas! ¿Cómo lo sabes? –
– El Sr. Fell, la Sra. Loss y Magnus lo estaban discutiendo. Es un chico de ojos azules y cabello negro. Al parecer un sirviente de la parte más alejada del reino. Magnus planea volverle a ver, y tener un amorío secreto hasta que...– ella se detuvo, llegando a las puertas del establo.
– ¿Hasta qué? – preguntó Simon, curioso. Clary sonrió y le acercó hasta que estuvo a su nivel.
– No puedes decirle a nadie aun, pero va a haber un baile para todos en el reino. El príncipe tendrá que elegir a su reina ahí. ¡Incluso los pobres están invitados! –
– ¡No inventes! ¿Estás diciendo que tu podrías ser la reina? – Simon rió.
– ¿Tu estarías dispuesto a consumar tu matrimonio con el Príncipe? – Clary le lanzó una mirada graciosa, y Simon negó.
– Buen punto. Aunque si yo tuviera que elegir a un chico, el Príncipe no está nada mal, – Simon bromeó, haciendo reír a Clary. – Pero de vuelta a Jace, ten cuidado okey, puede que lo de ser general se le suba a la cabeza. –
Clary sonrió ante la protección de su amigo.
– Okey, pero suficiente. Vamos a disfrutar el día, – y ambos se fueron a cabalgar.
– Alexander, – Alec gruñó cuando Valentine le llamó.
– ¡Un momento! – respondió Alec, poniendo a un lado los cubiertos de plata que había estado limpiando. Se levantó y fue a buscar a Valentine para ver que quería.
Habían pasado tres semanas desde su primer encuentro con Magnus en los huertos. Desde esa vez, le veía tres veces a la semana, pasando el mayor tiempo posible con él, descansando bajo el sol y hablando con el que le parecía ser el hombre más interesante del planeta.
Cada día que pasaban juntos Alec se encontraba más y más enamorado, sin importar lo mucho que intentara controlarse y decirse a si mismo que Magnus solo era un amigo.
Llegó al comedor, donde Valentine se encontraba leyendo el periódico de la mañana. Camille y Sebastián estaban a su lado, peleando por una carta.
– ¡Ya la leíste tu, zorra, es mi turno! – Sebastián se quejaba. Camille se giró sobre su silla, alejando la carta del chico.
– Pero solo me concierne a mis, Sebastián. Creo que debo de terminar de comprenderla y armar un plan antes de que tu la ensucies con tus sucias manos, – respondió la chica.
Alec suspiró bajito e hizo acto de presencia. Los tres le miraron, los hermanos dejando de pelear y Valentine haciéndole señas para que se acercara.
– Buenos días, Alec. ¿Dormiste bien? –
No era un buen inicio. Alec sabía que algo se acercaba cuando Valentine era amable con él. Cautelosamente se acercó a Valentine asintiendo lentamente.
– ¡Responde cuando se te hable, sirviente! – Camille intervino. Valentine le lanzó una mirada de advertencia y la chica se hundió en su asiento.
– Camille, compórtate. Le vamos a pedir a Alec un favor, y uno no obtiene favores siendo groseros, ¿cierto? – dijo Valentine.
Alec reprimió una carcajada. Siempre hacía lo que ellos querían y ellos siempre eran groseros.
Valentine tomó la carta de las manos de Camille y se la pasó a Alec para que la leyera.
Dirigido a la Casa de los Morgenstern:
A quien corresponda,
En el último día del mes, Magnus Bane, Príncipe de Alicante, festejará un baile en el palacio. Todos los jóvenes, damas y caballeros del reino, nobleza, alta burguesía, trabajadores y plebeyos, están invitados.
Será un baile de máscaras y todos los invitados deberán portar una hasta que el reloj de la media noche.
Atentamente, el Rey de Alicante, Luke Garroway.
Alec terminó de leer sin comprender. El príncipe iba a dar un baile. Alec no sabía nada sobre el príncipe, solo que era el hijo del rey. También sabía poco sobre el rey. Así que, ¿qué interés podría tener Valentine en ese baile y donde cuadraba Alec en eso?
– Como podrás haber leído, el Príncipe dará un baile. Esto lo he sabido hace un tiempo gracias a mis conexiones en el palacio, – habló Valentine. Alec alzó una ceja pero se quedó callado. – Mis conexiones también me han informado que no es cualquier baile. Al final del mes el Príncipe Magnus escogerá a su reina para ser coronado. Este baile es su oportunidad para encontrar a la perfecta dama o caballero. Un miembro de la nobleza, por supuesto.
Y ahí Alec entendió. Camille. Ella era miembro de la nobleza. Y Valentine pensaba que si la preparaba lo suficiente, Camille sería capaz de ganar el corazón del príncipe y convertirse en la reina de Alicante.
El pensarlo le daba escalofríos.
– ¿Y eso que tiene que ver conmigo? – preguntó Alec.
– Necesito que te enfoques en dos cosas, chico, – Valentine sonrió. – Primero, que ayudes a la costurera a crear el nuevo guardarropa de Camille, – dijo, tomando la mano de su hija, – y del nuevo príncipe, –dijo, mirando a su hijo. – Y en segundo, necesito que conviertas este lugar en un castillo. Tiene que lucir inmaculado para el que lo compre. –
– ¿Comprarlo? – Alec palideció. – ¿Qué quieres decir? –
– Si vamos a vivir en un castillo cuando mi hermana se convierta en reina, – Sebastián giró los ojos. – ¿Para que necesitamos esta pocilga? –
– Oh Alec, se que este es tu hogar. ¡Pero ya no tendrías que vivir en el ático! Tendías tu propia habitación en el castillo, formarías parte de los sirvientes reales. ¿No sería maravilloso? – Valentine pregunto, con los ojos brillando de felicidad y maldad.
Alec abrió la boca pero no lograba formular nada. Así se quedó por un minuto sin poder procesar lo que estaba pasando.
– Yo... yo necesito...– y sin terminar, Alec salió corriendo de la habitación.
Corrió fuera de la casa. Mientras corría, ignorando los gritos de sus amigas detrás de él, solo podía desear que Magnus decidiera ir al huerto hoy. O si no, tendría que cabalgar hasta Alicante solo para verle. Necesitaba verle.
Magnus había mentido.
Le había dicho a Alec que solo iría cinco veces a la semana, pero en realidad había ido todos los días, solo por si a caso. Ragnor se estaba cansando y Luke, sin saber que pasaba, estaba confundido, pero Magnus se negaba a dejar de ir.
Cada vez se acercaba más el baile y Magnus sabía que tendría que despedirse o pedirle a Alec que se casara con él, y ambas cosas eran bastante extremas.
No, no era legal casarse con un plebeyo, pero Luke estaba desesperado. Había hecho ese baile para todos, no solo para la nobleza. Pero casarse con un pobre no iba a hacer feliz a los nobles del reino, sin importar lo maravilloso que ese chico fuera. Pero quizá, solo quizá, Magnus rompiera las tradiciones por ese chico.
Lo que había empezado como un intento de amistad, rápidamente se había convertido en algo más. Alexander era todo lo que Magnus podía pedir. Era divertido y amable, inteligente, y maravilloso escuchando. Era la persona más hermosa que Magnus había conocido, tanto por dentro como por fuera. Y si el chico iba al baile...
Magnus giró sobre el huerto, buscando a Alec. No vio su carrito con el que acarreaba las manzanas por lo que suspiró resignado. Magnus asumió que Alec no estaba ahí.
Estaba a punto de irse cuando vio una pequeña figura acurrucada debajo de un árbol. Sonrió y apresuró su caballo hacía la figura. Pero su sonrisa desapareció cuando vio que los hombros del chico temblaban. Alec estaba abrazando sus piernas con sus brazos y su cabeza enterrada en sus rodillas.
– ¡Alexander! – Magnus gritó, apresurando a su caballo.
Alec alzó la cabeza y Magnus pudo ver su rojo rostro de tanto llorar. El corazón de Magnus se rompió al verle así.
– Alexander, – dijo de nuevo, más bajo. Se bajó de su caballo y corrió hacía Alec, quien le abrazó.
Magnus envolvió sus brazos alrededor de Alec mientras este enterraba su rostro en el cuello de Magnus. Acarició la espalda de Alec, intentando calmarlo.
– Shh, ¿Qué pasó Alec? ¿Qué está mal? – Magnus le susurró, cerrando los ojos por los sonidos de dolor de Alec. El corazón le dolía.
Alec no contestó por un rato, lentamente se normalizó su respiración y descubrió su rostro. Aun tenía lágrimas en el rostro y Magnus acarició su mejilla, usando sus pulgares para limpiarlas.
– La gente para la que trabajo... quieren vender la finca donde vivo, – dijo Alec, hipando.
– ¿No les odias a ellos y a ese lugar? – Magnus frunció el ceño, sin entender. – ¿Por qué te importa que se vayan? –
– No lo entiendes, – Alec negó. – Crecí en esa casa. Es todo lo que me queda de mi familia. Y esas personas... arruinaron mi vida entera, quitándome todo. ¿Ahora quieren que les ayude a vender mi hogar? No lo soporto más, Magnus. No se que voy a hacer. –
Alec escondió su rostro en el hombro de Magnus. Este aun no entendía la gravedad de la situación pero decidió que no importaba. Lo que fuera, estaba rompiendo el corazón de su dulce Alexander, algo imperdonable para Magnus. Además...
– ¿Cuándo se van a ir? – preguntó Magnus.
– Después del baile del Príncipe, – respondió Alec. De repente el chico levantó sus ojos azules curiosos. – Acabo de darme cuanta que tienes el mismo nombre del príncipe.
Magnus entró un pánico por un segundo pero rápidamente se recompuso. – Cierto, pero te puedo asegurar que él me lo robó a mi. Los nobles son los peores ladrones del reino, – Magnus soltó una carcajada.
Alec le sonrió tímidamente. Magnus continuó, cambiando el tema.
– ¿Iras al baile? Mis contactos me dicen que todos están invitados, – preguntó Magnus. Y su corazón se hundió cuando Alec negó.
– Nunca podría. Además, ¿qué haría en un baile además de avergonzarme a mi mismo? – contestó, acariciando la túnica de Magnus. En ese momento Magnus se decidió.
– Escucha Alec. Tienes que venir al baile, – Magnus le dijo. Alec le miró confundido. – Yo estaré ahí y, podemos arreglar esto. Puedo arreglarlo todo. –
– ¿Arreglar qué? –
– Tus jefes yéndose, tu siendo un sirviente. Solo tienes que venir al baile, – Magnus casi rogaba.
– ¿Cómo podrías hacer eso? Magnus, hay cosas que tu no sabes, que son complicadas...–
– También hay cosas que tu no sabes, y créeme, esto no se logrará sin complicaciones. Solo, por favor. Te diré todo en el baile, – Magnus le veía con ojos de cachorro, aunque Alec aun no se veía del todo convencido.
– Escuché que será un baile de máscaras. ¿Cómo te reconoceré? – preguntó Alec y Magnus solo sonrió.
– No tendrás que hacerlo. Habrá una mujer vestida de azul en la entrada de la puerta. Dile a ella quien eres y ella te llevará a mi. Por favor, solo ve. –
Alec aun viéndose confundido, asintió. – Haré todo lo posible. ¿Entonces me dirás todos tus secretos? –
– Si tu me dices los tuyos, – Magnus replicó y Alec asintió. Después volvió a acurrucarse en el pecho de Magnus, quien comenzó a jugar con el cabello del chico.
Si Alexander iba al baile, le elegiría como su prometido. Si, era bastante rápido, ni siquiera se habían besado, pero sabía que era lo correcto. Nunca se había sentido de esta forma con alguien más y si esto no era amor entonces Magnus no sabía lo que era. De lo que estaba seguro es que se quería asegurar que Alec no volviera a llorar de nuevo.
Tenía que decirle la verdad, explicarle que era el príncipe, y que si se casaban, Alec nunca tendría que volver a vivir con gente que le maltratara. Podría comprar la finca, el pueblo, la ciudad entera para él. Todo lo que quisiera. Pero...
Lo que le ofrecía venía con un precio. Tendría que hacer el papel de reina y pasar el resto de su vida con Magnus. ¿Y si no quería eso?
Magnus observó a Alec y le encontró mirándole. Ambos se veían a los ojos y nunca sabrán quien fue el que se movió primero, pero lo siguiente que supieron fue que sus labios estaban juntos.
Magnus había besado otras personas antes, de toda la clase de besos, había tenido besos malos y buenos. Siempre había sido capaz de juzgar el beso y centrarse en lo que estaba pasando.
Pero este beso era diferente.
El cerebro de Magnus se desconectó por completo. Si era un buen o un mal beso, Magnus nunca lo sabría. Todo lo que sabía fue que era perfecto. Alec se sentía dudoso, dulce e inocente, y sabía a miel y manzanas.
Magnus presionó su lengua contra los labios de Alec, abriéndolos, mientras lo recostaba contra el pasto. Magnus se puso encima de Alec, sin romper el beso. Cuando finalmente se separaron para respirar, Magnus abrió los ojos y presionó su frente contra la del otro.
– No puedes llegar a comprender lo mucho que he deseado hacer eso, – Magnus le susurró, sonriendo al ver el gran sonrojo en el rostro pálido y la tierna sonrisa que recibió de recompensa.
– Bueno, entonces no nos detengamos, – Alec le susurró, enrollando sus brazos en el cuello de Magnus y presionando sus labios de nuevo.
Magnus sonrió, deseando nunca detenerse.
Catarina Loss sospechaba de algo. Desde que Magnus había regresado de sus usuales escapadas con el plebeyo, estaba como en otro mundo.
Ragnor comentaba que era la emoción de ya casi ser rey. Cat quería dejarlo pasar, pero cuando encontró a Magnus bailando y tarareando de felicidad con Isabelle, en el salón del trono, supo que era algo más.
– ¿Por qué estás de tan humor? – preguntó. Magnus dio un último giro y soltó a Isabelle. Danzó a través de la habitación y tomó a Cat para bailar con ella. Ella se dejó dar vueltas por Magnus, quien irradiaba felicidad.
– ¿Qué no puedo estar de buen humor? – Magnus rió, enrollando a Cat en sus brazos y luego desenrollándola.
– Pero no de tan buen humor, – Isabelle dijo, mientras Jace entraba a la habitación. – ¿Qué paso con el Sr. No Quiero Casarme, y Oh Mi Vida Es Tan Horrible? – ella se burló.
Magnus sonrió y bajó los escalones del trono. – Acérquense los tres. No quiero que nadie más escuche, – dijo Magnus. Los tres le miraron confundidos pero se acercaron. – Ya decidí con quien me voy a casar, – les susurró, sin poder contener su emoción.
La boca de Isabelle se abrió, Jace le miró sorprendido y Cat bufó.
– No, Magnus, ¿Qué fue lo que te dije? – dijo Cat, haciendo que Isabelle le mirara.
– ¿Tu sabes de lo que está hablando? – ella medio susurró. Cat giró los ojos.
– Si, y ¡también recuerdo haberte dijo que no dejaras entrar a ese chico en tu corazón! No puedes casarte con él, la nobleza jamás lo aceptará, – dijo Cat.
– ¿Es un plebeyo? – Isabelle llevó sus manos a su boca. – ¡Oh por dios! – Magnus suspiró y se recargó en las escaleras, viendo al techo con aire soñador.
– Es más que eso, puedo asegurártelo, – suspiró Magnus.
– Eso no quita que sea un plebeyo, – Cat le sacó de su ensoñación. – No puede ser tu reina. Además, ¿qué hizo que decidieras esto? – de repente exclamó. – ¿No me digas que ya le pediste que se case contigo? –
– No, – Magnus le enseñó la lengua. – Le dije que viniera al baile y ahí le contaría todo. Pero aun no sabe. –
– ¿Qué no sabe? – Jace frunció el ceño. – ¿Qué eres un príncipe? Parece algo importante que decirle antes de declararle tu amor y pedirle que se case contigo. –
– No lo entiendes, – Magnus suspiró. – Vive un infierno en su casa. Y el es tan radiante y amable, tan hermoso y con un espíritu que podría levantarte el ánimo en el peor de tus días. Y aunque no le haya pedido matrimonio puede que si hubiéramos pasado gran parte del besándonos debajo de un árbol. –
– Oh si, eso seguramente es un signo que quiere casarse contigo, – Jace bufó. – Casi puedo escuchar las campanas de boda. –
– Y yo casi puedo escuchar a la mayoría de caballeros y damas del reino reclamando tu trono por romper una de las más grandes tradiciones. Incluso si lo hicieras legal...– Cat habló pero Magnus la interrumpió.
– ¿Y qué otra opción tengo, Catarina? Acepté este baile pensando en que nunca tendría la oportunidad de encontrar el amor. ¿No lo ves? Si funciona, si este chico acepta casarse conmigo, finalmente podré ser feliz y escoger algo en mi vida. Además, no creo que haya un alma más pura gobernar a mi lado en este reino. Será perfecto, y la gente lo entenderá. – Magnus le miró con ojos suplicantes. – Por favor, Cat, necesito que me apoyes. –
Catarina le miró a los ojos. Vio que no había forma de convencerle. Además, ella realmente quería lo mejor para él, y era verdad que desde que conoció a Alec, Magnus era verdaderamente feliz. Y aunque seguía creyendo que eso sería un gran problema, iba a ayudar a su mejor amigo a ser feliz.
– Está bien. Espero que este chico sea tan maravilloso como dices, – dijo ella, haciendo que Magnus sonriera radiante y la abrazara.
– Okey, – dijo Magnus. – Entonces, esto es lo que haremos...–
El día del baile llego, y Alec no podía estar más emocionado.
Al final, había decido no decirle a Valentine que iría. Esperaría a que su "familia" se fuera, y después iría. Realmente parecía un buen plan. Había estado haciendo su ropa a escondidas con Helen, quien realmente se había emocionado al saber que iba a ir.
El único problema iba a ser evadir a Valentine durante el baile, pero dado que todos iban a usar máscaras hasta la media noche, e iba a estar todo el tiempo con Magnus, no parecía un gran problema.
De la emoción, no pudo dormir y se despertó antes del amanecer. Aun no salía el sol, y por más cansado que estuviera, el sentimiento de esperanza y felicidad le hizo levantarse de la cama y comenzar el día con entusiasmo.
Alec había continuado viendo a Magnus en el huerto de manzanas. Sus encuentros amistosos se habían vuelto dulces y apasionados. Platicaban mientras recogían manzanas y después se tiraban sobre un árbol acurrucados. Cada momento que pasaba con Magnus, Alec sentía como su vida de verdad podía cambiar para mejor. Pero Magnus se negaba a decirle más sobre él.
Después de servir el desayuno, Alec regresó a su habitación en el ático a asegurarse de que todo estuviera listo para la noche. Su traje era clásico pero elegante. Estaba escondido bajo el colchón para que no lo viera nadie.
Valentine le había dado muchas tareas ese día, pero por primera vez las hizo con ganas y rapidez. Algunas cosas no las hizo del todo bien, pero terminó.
Durante esa semana, Alec había aparentado. Había limpiado cada esquina de la casa, reparado el tejado, las tuberías, había quedado una casa hermosa. Aunque Alec aun se negaba a aceptar la venda de su finca, había aparentado, como Magnus le había dicho.
Pero quizá había actuado demasiado perfecto.
Eran las ocho de la noche. Valentine, Sebastián y Camille ya deberían estar a punto de irse, y Alec a punto de correr a cambiarse. Aline había ayudado a Camille a vestirse con un bello vestido rojo, y aunque se veía hermosa, parecía una vampira.
Helen y él habían ayudado a Valentine y a Sebastián a acomodarse los trajes. Valentine les había dado la noche libre. Antes de que las chicas se fueran, Aline le abrazó y le susurró al oído.
– Diviértete esta noche. Te lo mereces. –
Elle besó su frente y se fue con Helen, apresurándose por si Valentine cambiaba de opinión. Helen le susurró un "buena suerte" antes de irse, mientras Sebastián y Valentine bajaban las escaleras. Sebastián se acercó a Alec y le susurró sin que Valentine escuchara.
– Camille está en el ático. Quiere hablar contigo antes de irse, – le dijo. Alec arrugó la nariz y su estómago se revolvió, teniendo un mal presentimiento.
Alec subió al ático, y todos sus miedos se volvieron realidad cuando vio a Camille, vestida elegantemente, con la bolsa de su traje en su mano.
– Imaginé que estabas planeando ir al baile, Alexander. Debes pensar que soy estúpido. Pero te conocemos bastante bien. Mi padre pensaba dejarte ir, ¿sabes? Pensó que si regresábamos y no estabas aquí, tendría el pretexto perfecto para castigarte por el resto de tu vida. –
Alec no respondió.
– Pero le dije que me lo dejara a mi. Yo siempre he sido la más diplomática de los tres. ¿No crees que seré una excelente reina? – dijo ella, señalándose a si misma y acercándose a Alec. – Alec. Después de todo este tiempo ¿no lo has entendido? No eres nada, y nunca le importaras a nadie. Sin importar lo que hagas siempre serás un sirviente. – La chica se rió malvadamente.
– ¿Por qué me odias tanto? – preguntó Alec, diciendo lo que siempre se había preguntado, lleno de confusión.
– Oh, no lo sé. Quizá no tenga una razón, quizá simplemente porque eres tu, – ella soltó, venenosamente. – Y ni te molestes en ir al baile, ya tiré tu traje al fuego. Pero por si las dudas...–
Alexander vio como la chica salía, con la única llave que había en el ático.
– Realmente es lo mejor para ti. Debes recordarlo siempre, que nosotros no toleramos la desobediencia. –
– No podrán hacer esto por siempre, Camille. No pueden torturarme por siempre, – Alec le advirtió, intentando sonar más valiente de lo que era, tratando de convencerse también a si mismo.
– Si podemos, – Camille se rió de él. – Y lo haremos y tu lo permitirás si es que quieres que tus hermanos sigan respirando. –
El corazón de Alec se hundió. Izzy y Jace. Por estar tan atrapado en su romance, no había pensado en ellos. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?
– Que pases una buena noche, Alec. Quitaré el seguro de la puerta cuando lleguemos del baile para que puedas hacernos el desayuno en la mañana. Has algo especial para la futura reina, – dijo Camille, para después cerrar la puerta con llave, dejando atrapado a Alec en su habitación.
Alec se sentó en su colchón por un momento, viendo la puerta. Debió saber que no iba a funcionar. Y casi logra que el castigo cayera sobre Jace e Izzy... nunca se lo hubiera perdonado. Finalmente se acostó en su cama, enterrando su cabeza en la almohada.
¿Qué iba a pensar Magnus? ¿Qué no quería verlo? ¿Qué no le quería? Nunca imaginaría que su hermanastra malvada le había encerrado en su habitación. ¿Le vendría a buscar al siguiente día para saber lo que pasó? ¿Y si lo hacía, entonces que pasaría?
Otro capítulo. No les prometo actualizaciones seguidas porque mi carrera exige mucho de mi tiempo. De verdad espero que me tengan paciencia y no desesperen.
Hasta luego!
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