👑 Parte 1
There I was again tonight, forcing laughter, faking smiles,
Same old tired lonely place...
El día que Robert Lightwood murió, no fue algo diferente a cualquier otro día. El sol brillaba en los inicios de la primavera. Para todos era un día hermoso excepto para los Lightwood.
Maryse Lightwood y su esposo no eran los amorosos padres que habían planeado, distanciándose desde que su negocio lucrativo había crecido alrededor del reino. Esto les había llevado a separarse bastantes lapsos de sus hijos y a tener tener problemas entre ellos. En el fondo, ella si le amaba, especialmente por sus hijos.
Isabelle Lightwood era la más pequeña de los dos, y como su madre, había comenzado a resentir a su padre por siempre estar lejos de su hogar, a las afueras de la capital de Alicante, incluso cuando solo tenía siete años. Ella no era como las demás niñas, prefería tomar las mismas lecciones que su hermano mayor como arquería y cabalgar, en vez de cocinar y tejer. Tenía un cabello negro y ojos cafés que podían ser bastante cálidos.
Alexander Lightwood era algo totalmente diferente. Al ser el mayor, tenía la responsabilidad de continuar el negocio de sus padres, y desde pequeño, había sido educado para ello. Era callado y reservado durante los cortos periodos en los que sus padres estaban en casa. Sin embargo, tan pronto como se iban, se volvía tan aventurero como Isabelle, incluso más curioso.
Solía haber otro hermano, el menor Max, quien había muerto por una plaga que atacó el reino tres años antes de la muerte de Robert. La plaga le había llevado demasiado rápido. Robert también había estado enfermo, pero aunque parecía que se había curado, tres años después regresó para reclamar su vida, dejando a los Lightwood con solo tres miembros.
Maryse no podía darse en lujo de estar de luto, y rápidamente comenzó a buscar un nuevo compañero tanto de vida, como de negocios. Ella no esperaba encontrar amor. Después de cuatro meses de haber enterrado a Robert, Maryse se casó con un hombre del este de buena familia y educado, talentoso para los negocios y con una trágica historia de amor. Su nombre era Valentine Morgenstern.
Valentine se había casado con una joven y había creído que era el amor de su vida. Después de tener su primer hijo, su esposa huyó sin saberse sus razones, y Valentine tuvo que criarlo solo. La supuesta víctima no solo había pasado por eso, también había adoptado a su segundo hijo, de un amigo muerto, llamado Jonathan Christopher Herondale, y lo había criado como suyo a ojos del público. Después de un tiempo, había adoptado a otra niña de la alta sociedad llamada Camille Belcourt, a la que si había consentido con todo.
El día de la boda fue la primera vez que los Lightwood conocieron a la pseudo familia de los Morgenstern. Sebastián era de casi la misma edad de Alec, y Camille era mayor que ellos por algunos años. Después iba Jace y al final Izzy. Y por un tiempo todo estuvo bien. Jace e Izzy se llevaban bastante bien y ambos siempre terminaban metiéndose en problemas que Alec, como un hermano mayor, terminaba arreglando.
Sebastián y Camille siempre se cerraban ante ellos, solo abriéndose con su papá, siendo casi extraños para el resto de los Lightwood y Jace. Ellos vivían en el área oeste de la finca mientras que Alec, Izzy y Jace vivían en el este.
Por un año todo estuvo bien, hubo algunas discusiones pero nada grande. Y el negocio seguía creciendo.
Hasta que Maryse siguió a su primer esposo a la tumba. Un desafortunado accidente había destruido el carruaje donde ella viajaba sola y había muerto instantáneamente.
Ese día todo había cambiado.
Ni un día después del funeral, Valentine mostró su verdadera personalidad. Este sabía que el negocio de los LIghtwood iba a ser heredado por Alec a los veintiuno, así lo decía Maryse en su testamento, pero sin Maryse y su inteligencia y hospitalidad, el negocio no duraría demasiado. Así que Valentine, para horror de Alexander e Isabelle, vendió el negocio y se gastó todo en viajes y regalos para sus hijos. Para los Lightwood no hubo nada. Jace logró regalarle un collar a Izzy, uno que era originalmente para Camille, y un pequeño anillo de oro a Alec que tenía escrito "parapatai meus", que significaba "mi hermano" en el lenguaje natal de Jace.
Mientras el dinero de el negocio se iba acabando, Valentine se vio desesperado. Se negaba a dejar de vivir la vida privilegiada que llevaba hasta ahora, y comenzó a vender las reliquias de los Lightwood sin pensarlo.
A la edad de once años, la casa estaba ya casi vacía a excepción de la sala, donde solían recibir a las visitas y aparentar que todo iba bien, y obviamente las habitaciones de Camille, Sebastián y Valentine. Jace se había negado a quedarse con lo suyo una vez que Valentine le había pedido "amablemente" a Alec que diera la suya, y juntos compartían una habitación con solo un pequeño closet para su ropa y camas. Izzy se encontraba en las mismas.
Alec intentó mantenerse amable y calmado ante todo esto, negándose a que su "nueva familia" destruyera lo que tenían. Izzy, por el otro lado, se había propuesto traer vergüenza a la imagen de Valentine. Regresaba cubierta de lodo y despeinada a casa, o llevada por un guardia y después de un tiempo, Jace también comenzó a revelarse. Pero no tomó demasiado tiempo para que Valentine se encargara de ellos.
Exactamente tres años después de la muerte de Robert Lightwood, Valentine Morgenstern vendió a Isabelle y Jace como sirvientes.
Sabía que esa pérdida sería suficiente para asegurar la obediencia de Alec, y se aseguró de que Alec no supiera a donde habían sido mandados. Además, le mandaron a vivir a la zona más alejada de la finca, escondiéndolo del resto del mundo, y diciendo que lo habían mandado a las tierras del norte a estudiar.
Todo lo que se le dijo a Alec fue que aunque sus hermanos ya no vivieran ahí, ellos seguía bajo el control de Valentine, y cualquier desobediencia traería consecuencias contra sus hermanos.
Y así Alec se volvió el esclavo de la familia, con el miedo de que sus hermanos pagaran su desobediencia. Le forzaban a dormir en el ático para tener la casa para ellos solos y los nuevos lujos que se permitían por la venta de sus hermanos. El negocio personal de Valentine comenzó a dar algunos frutos por lo que ya eran más capaces de mantener las apariencias al público.
Día tras día, Alexander Lightwood era tratado como un esclavo en su propia casa, sin saber como o donde estaban sus hermanos.
Nunca peleó contra ellos, Era demasiado pacífico y bueno como para rebelarse contra ellos. Su dulzura y siempre disposición logró esconder su inteligente e ingenioso espíritu que los otros sirvientes en la casa lograban ver en él.
Diez años pasaron antes de que algo cambiara para Alec, y cuando pasó, fue un cambio total.
– ¡No veo porque no! – rió el Príncipe de Idris.
Atacó nuevamente a su entrenador de armas, un viejo amigo llamado Ragnor quien era uno de los mejores espadachines en el palacio a parte del joven general recientemente nombrado, el cual por cierto, era el general más joven de Alicante.
– ¿Realmente crees en el amor a primera vista? ¿No te molesta el no conocer a la persona con la que te vas a casar? – Ragnor bufó.
Magnus suspiró largamente e hizo señas para terminar el duelo.
– ¿Preferirías que no lo hiciera? ¿Qué fuera cínico y rebelde sobre mi inminente boda? Toda mi vida supe que algún día tendría que casarme con un lord o una dama. Al menos el baile me ofrece la oportunidad de escoger. –
Ragnor hizo una mueca y guardó su espada.
– Aunque la mayor del parte te encuentro bastante molesto, si quiero lo mejor para ti, Alteza. Y de alguna forma no creo que casarse con un extraño con el que solo has compartido un baile, sea lo mejor para ti o para el reino. –
Magnus le siguió, tomando una toalla y limpiándose la cara, intentando esconder su mueca de tristeza. – No puedo discutirlo, pero ¿qué opción tengo? – dijo, pasando su brazo por el hombro de su amigo y sonriéndole encantadoramente. – Vamos, hay que visitar a Catarina. Quizá tenga algo para esas heridas que acabas de hacerte. –
Girando los ojos, Ragnor aceptó el cambio de tema, lo que Magnus agradeció. Mientras caminaban. El Príncipe no podía evitar pensar en su inminente boda.
En un mes tenía que conseguir una reina, hombre o mujer, y ser coronado rey. Ya que sus padres estaban muertos, solo era cuestión de cumplir los veinticinco años para convertirse el rey legítimo. Luke Garroway había reinado durante ese tiempo. Pero ya era tiempo de que la corona regresara a la familia real, y para ello, Magnus debía casarse.
Siempre lo había pospuesto, viéndolo como algo lejano. Hasta que la semana pasada, Luke había pedido hablar con él, convenciéndole de dar un baile y tratar de conocer a alguien, o si no, Luke elegiría a alguien de la realeza de sus reinos vecinos como su pareja.
Ambos iban a ver a la curandera, Catarina Loss. Ella y Ragnor habían sido los que le habían enseñado todo lo que sabía de magia, lo cual no era algo que un Príncipe de Idris necesitara. Ella usaba su magia para curar. Y Ragnor era un excelente guardaespaldas, y un buen amigo, lo cual compensaba su normal actitud amargada.
Los dos hombres llegaron y tocaron la puerta. Al escuchar un "entren" abrieron.
– Hola linda, ¿algún herido o enfermo que te mantenga ocupada? – preguntó Magnus, sentándose en el escritorio.
– Tu nuevo general parece encantarle las heridas. Personalmente creo que lo hace apropósito para ver a la encantadora aprendiz. O quizá fue promovido demasiado joven, – dijo ella, mirando acusadoramente a Magnus.
– Todos sabemos que es joven, ¿pero le has visto pelear? No estamos en guerra, pero estoy seguro que si llegara a suceder, él es el mejor, – Magnus rió.
Sabía que a pesar de su arrogancia, Jace sería un increíble general. Le iba más a la opción de que se dejaba herir apropósito para ver a la tenaz pelirroja que Catarina había tomado recientemente como su aprendiz.
– Estoy con Cat en eso. Ese chico se va a herir a si mismo o a alguien más, – Ragnor bufó, haciendo que Magnus girara los ojos.
– "Herir a alguien más" es casi la descripción de un general, ¿no? –
– Si no le molesta mi opinión, Alteza, – una voz habló desde el marco de la puerta. – Creo que es demasiado pronto promoverlo mientras aun aprende del trabajo, ¿no cree? –
Magnus le sonrió a Clary, quien traía una canasta con hierbas y las colocaba en la mesa donde estaba sentado Magnus, haciendo que Cat le quitara para hacer espacio.
– Quizá tengas razón, pero mi otra opción era Ragnor, y todos sabemos que el jamás lideraría un ejercito, aunque su vida dependiera de ello. –
Ragnor se encogió de hombros, mientras seguía buscando en los cajones de Cat por el alcohol. – Soy un espíritu libre, ¿qué puedo decir? –
Magnus inclinó su cabeza contra la ventana que daba al hermoso jardín de Catarina, perdiéndose en sus pensamientos. Hasta que Catarina se acercó y puso su mano en su hombro, de forma gentil.
– Trata de no pensar en ese terrible baile. No has cabalgado desde hace mucho, ¿por que no te tomas el resto del día y te relajas un poco disfrutando tu libertad? –
Magnus no podía negar su deseo de cabalgar hasta el amanecer, encontrar a su verdadero amor y condenar a Luke a gobernar su reino en su lugar. Desafortunadamente, su sentido del deber era demasiado grande. Sin embargo...
– Supongo que a nadie le hace daño una cabalgada, – accedió Magnus, inclinándose para darle un beso en la mejilla. – Sabes, simplemente podrías casarte conmigo...–
Catarina comenzó a reír, jalándole hacía la puerta.
– Pero luego viene el serio tema de consumar el matrimonio. ¿Tener sexo contigo? Asco. –
Magnus le lanzó una mirada de indignación. – No creo que esté permitido que le diga eso a un príncipe, madame. Si quisiera, podría colgarla por ello, – Cat solo giró los ojos divertida.
– Pásatela bien Magnus, y vuelve antes del anochecer, – le dijo ella.
Al cerrar la puerta, su máscara de felicidad cayó. Consideró ir con Luke y trabajar en los aspectos de gobernar un reino, pero Catarina tenía razón, tenía que disfrutar su libertad mientras la tuviera.
Decidiéndose, Magnus caminó hacía los establos reales, esperando encontrar alivio cabalgando en solitario por las colinas.
El día no había comenzado tan mal.
Era temprano, pero así era como normalmente iniciaban los días de Alec. Al vivir en una gran finca, incluso si la mayor parte no era usada, tenía demasiado que limpiar y arreglar, comenzando desde el amanecer. Lo máximo que siempre conseguía dormir eran seis horas.
El día comenzaba bien porque Alec se había despertado solo, sin las campanas de su familia exigiéndole que hiciera algo para ellos. Una pequeña luz entraba por una pequeña ventana de su ático, lo que le había despertado, aunque eso era mejor que las horribles campanas.
Alec parpadeó por la luz en sus ojos. Sonrió, girando sobre su colchón que él mismo había hecho, con algunas cosas sobrantes y con ayuda de Helen. Brevemente, cerró de nuevo los ojos y consideró, como todas las mañanas, huir de ahí.
Ese sueño lo tenía desde siempre. Robar uno de los caballos de su padre y cabalgar hasta la capital. Luego encontrar a sus hermanos antes de que Valentine los hiriera al darse cuenta, y huir juntos al sur del reino. Alec pensaba en ello todas las mañanas, teniendo esperanza. Pero no era por falta de coraje.
Alexander sonrió, desenrollándose de la sábana que había usado para intentar cubrirse del frio. Acercándose a un lado del ático, tomó una de las pocas posesiones originales de los Lightwood, un pequeño gato. Mientras le acariciaba, se permitió tener su pequeño momento de esperanza antes de volver a su miserable realidad.
Sigilosamente, Alec había estado ahorrando dinero desde que tenía catorce. Vendía frutas y vegetales en el pueblo, aunque nunca en Alicante. Aunque técnicamente parte del jardín era para la dieta orgánica de Camille, y estaba prohibido venderla, había una pequeña porción del jardín que era ignorada porque se había considerado inservible. Alec había tratado la tierra y había logrado plantar y cosechar, ahorrando dinero, para usarlo hasta que encontrara a sus hermanos. El dinero lo tenía escondido en un cajón secreto. Pero aun le falta algo dinero para llevar a cabo su plan.
El ático era bastante largo, pero casi todo estaba lleno de cosas que los Morgenstern habían considerado inservibles. Así que le quedaba un espacio bastante pequeño. Solo tenía su colchón, un poco de ropa y una caja de libros que el tutor de Sebastián y Camille les había dado y ellos habían ignorado completamente.
Viendo su ropa, Alec se puso algo que estaba medio limpio.
– Supongo que hoy toca lavar ropa, – mascullo, suspirando mientras veía su más preciada posesión. Su añillo de oro que Jace le había dado.
Siempre lo dejaba en el ático, para evitar perderlo o que los Morgenstern se lo quitaran. Por más de diez años había logrado mantenerlo escondido.
Alec juntó su poca ropa y bajó las escaleras, saliendo de la casa. Saludó a Helen, la costurera y ayudante de cocinero de la casa, quien le saludo desde la ventana que daba a la cocina.
Tomó una cubeta de madera y lanzó ahí su ropa, dirigiéndose hacía el lavadero detrás de la casa. Aunque el agua estaba fría y congelaba sus dedos, lavar no le disgustaba, principalmente porque lograba salir de la casa y se alejaba de los Morgenstern.
Después de colgar su ropa, Alec comenzó a hacer sus tareas diarias. Servir el desayuno en cama, lavar el piso, limpiar muebles, servir la comida en el comedor, ir al pueblo por comida, ayudar a Helen, asistirla de nuevo y a la cocinera Helen con la cena, servir la cena, comer las sobras, lavar los platos, apagar los fuegos prendidos y luego dormir unas seis horas antes de comenzar de nuevo.
Suspirando, se dirigió a la cocina por sus sobras de comida.
– Alexander, esas bolsas de bajo de tus ojos no son tan sexys como crees. Esa es la única razón que se me ocurre por la cual las mantienes, – dijo Helen, sentándose al lado de Alec y dándole un beso en la mejilla.
– Es que espero que si las mantengo lo suficiente, eventualmente se volverán mi estilo, – Alec respondió, sonriendo. Helen le dio una sonrisa triste.
– No puedo esperar por el día en que te decidas cabalgar lejos de este infierno hacía el amanecer. –
– No creas que me iría sin ti y Aline. ¿Qué haría yo sin mi parejita favorita? – dijo Alec riendo, viendo como se sonrojaban las mejillas de Helen.
– Me gustaría que usaras ese descaro e ingenio con los Morgenstern. Creo que me moriría de risa, si no me muero antes del shock, – Helen rió.
– Por eso no lo uso. ¡No quiero cargar con tu muerte! – dijo Alec, subiendo las escaleras de la sala principal.
– Espera un segundo cariño. Al parecer necesitamos ir a comprar más cosas al pueblo. "Su Majestad" Camille decidió llevar una dieta sin gluten, creyendo que así tendrá una mejor figura, así que su comida debe ser hecha por separado. –
– No puedo creerlo, – Alec susurró.
– Así que si quieres ir al pueblo antes del desayuno, Aline y yo podemos servirles mientras tu vas, – Helen continuó.
– Sabes que no les gusta cuando "me salto mis responsabilidades", – Alec respondió, con sarcasmo.
– ¿A quien le importa? Si quieren que te veas presentable para atender la cena de hoy no te harán nada. Tómate tu tiempo en el pueblo, dios sabe que te mereces un lindo viaje y un poco de paz y tranquilidad. –
Como una señal, las campanas de sirvientes comenzaron a sonar. Gruñendo, Alec dejó caer su cabeza para luego seguir subiendo las escaleras.
– Gracias Helen, te debo una. Dile a Aline gracias por mi, – dijo Alec.
A la mitad de camino de escaleras, los gritos comenzaron, haciendo que Alec frunciera el ceño. Llevaba años escuchando gritos así que ya no se sorprendía.
– ¡ALEXANDER, ¿DÓNDE ESTÁ MI DESAYUNO?! –
– ¡ESPERO QUE NO HAYA LECHE EN MI CAFÉ ESTA VEZ, LOS SIRVIENTES SABEN QUE ESTOY EN UNA NUEVA DIETA! –
Valentine nunca gritaba, siempre eran sus malcriados hijos, y aun así lo que más le asustaba era el silencio de Valentine.
Primero iba con Sebastián. Su cuarto era de madera tan oscura que le daba un aspecto tenebroso. Por eso Alec agradecía que el chico nunca quisiera retenerle más de lo necesario ahí.
– Ya era hora, pon eso en el escritorio. Y dile a mi padre que ya no tomaré las lecciones de piano. Es un aburrido y mundano instrumento. Dile que prefiero tomar clases con la armónica. –
Alec ya iba de camino a la puerta y solo dijo un – Le diré, – antes de cerrar la puerta, y dirigirse a la habitación de Camille.
La habitación de Camille era más colorida y de mejor gusto. Alec recordaba que aunque nunca fue demasiado amigable, Camille no solía ser así cuando llegó por primera vez. Después de haber pasado tiempo en un orfanato había cambiado un poco, pero ahora era igual que su hermano.
– Dios, te vuelves más lento con la edad, ¿cierto? – Alec se mordió la lengua para no contestar. A Camille no le importaba nada más que la edad. Tenía veinticinco y se llenaba de cremas para no verse mayor. Y siempre se burlaba de Alec, Helen y Aline por verse desgastados por el trabajo.
– Buenos días también, Camille. Un café, sin leche y sin gluten, y tu orgánico... ¿lodo? O eso parece, – dijo Alec, poniendo el desayuno en la mesa y luego abriendo las cortinas.
– Que no se te olvide ir por mis ingredientes especiales para la cena de esta noche. No puedo saltarme ni un día esa dieta. –
– Oh, no, no queremos eso, – Alec dijo sarcásticamente. Afortunadamente Camille no captó el sarcasmo.
– Bien, ahora vete. No quieres hacer esperar a mi padre. –
"Quizá si nunca le llevara su comida, moriría de hambre porque Valentine es demasiado flojo como para bajar a la cocina" Alec pensó para si mismo, cerrando la puerta del cuarto de Camille y caminando a la última habitación.
Alec odiaba ir a la habitación de Valentine, porque ahí era donde sus padres solían dormir. Y eso era lo que más le afectaba, más que sus horribles comentarios y malos tratos.
– Buenos días Alexander. ¿Preparado para el día ocupado que te espera? Mis socios del norte llegarán a las siete de la noche, y espero que te encuentres lo más presentable posible, ¿entiendes? –
– Si, Valentine, – respondió Alec, odiándose por su obediencia.
"Una primavera más y me iré por siempre" se recordó a si mismo.
– Y no quiero ver a esas amiguitas sirvientas que tienes. No tienen nada de educación, – dijo Valentine.
– ¿Hay algo más que necesite? – Alec preguntó como todas las mañanas, apresurando su partida.
– Limpia la chimenea del salón. Quiero que esta noche arda en todo su esplendor. Y saca el mejor brandy y limpia las mejores copas que tengamos. –
– Si, Valentine. –
Su padrastro asintió, comenzando a comer su desayuno y haciendo señas para que Alec se fuera. Y Alec rápidamente se retiró, yendo a la cocina para tomar las cosas necesarias para su tarea.
De alguna forma no dejaba de sonreír, mientras limpiaba la chimenea y el salón. Pronto iría al pueblo y estaría un rato lejos de su prisión. Alec no había cabalgado en meses, y le encantaba hacerlo.
Tan pronto como terminó, Alec se apresuró al ático, tomó su abrigo y corrió a los establos antes de que a Valentine se le ocurriera otra tarea para él.
Y cabalgó.
¡Nueva traducción!
- Bueno, esta es una versión de Cenicienta pero en Malec.
- Va a ser bastante cortita (6 partes)
- Las actualizaciones van a ser lentas porque son partes muy largas! (1 vez por semana yo creo)
Pero no se preocupen, en el transcurso de la semana subiré una nueva historia la cual si será bastante larga! y de actualizaciones normales
Y bueno, espero que la disfruten tanto como yo. En el próximo capítulo nuestra parejita se conoce 💜
Así que ¡hasta luego!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top