xxvi. control

14 de diciembre, 2007
Westover Hall, Maine

Paras ser completamente sinceros Lara no creía que Thalia pudiera atravesar por la mitad a Espino. Pero entonces se oyó un estruendo y a su espalda surgió un gran resplandor. El helicóptero emergió de la niebla y se situó frente al acantilado. Sus reflectores cegaron a Thalia en el último segundo y la mantícora aprovechó para barrerla de un coletazo. El escudo se le cayó a la nieve y la lanza voló hacia otro lado.

Joder —definitivamente Lara no estaba teniendo su mejor día.

—¡No! —Percy corrió en su ayuda y logró desviar una espina que le iba directa al pecho.

El doctor Espino se echó a reír. 

—¿Os dais cuenta de que es inútil? Rendíos, héroes de pacotilla.

Mientras que se reía, se escuchó un ruido de fondo, perfecto para distraer a Espino un momento antes de que Lara lanzase su tridente como una lanza. Apenas le dio tiempo a la mantícora a reaccionar cuando le alcanzó la pata delantera. Clavándose con la suficiente fuerza para sacarle un rugido. Después sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero. 

—¡No! —dijo Espino—. No puede...

Se interrumpió de golpe por una ráfaga de luz. De su hombro brotó en el acto una resplandeciente flecha de plata. Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor.

—¡Malditos! —gritó.

Y soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había partido la flecha. Pero, con la misma velocidad, surgieron de allí infinidad de flechas plateadas. La mantícora se arrancó la flecha del hombro con un aullido, y el tridente de la pierna. Ahora respiraba pesadamente. Percy intentó asestarle un mandoble, pero esquivó la espada y le dio un coletazo al escudo que hizo que Percy saliera rodando por la nieve.

Entonces salieron del bosque las arqueras. Eran chicas: una docena, más o menos. La más joven tendría diez años; la mayor, unos catorce. Justo en el rango de edad en el que se movían. Iban vestidas con parkas plateadas y vaqueros, y cada una tenía un arco en las manos. Avanzaron hacia la mantícora con expresión resuelta. 

—¡Las cazadoras! —gritó Annabeth.

Lara frunció el ceño. No es que no la cayeran bien, no del todo mal al menos, pero es que no soportaba a varias de ellas y su aire de superioridad.

—¿Permiso para matar, mi señora?

El monstruo soltó un gemido. 

—¡No es justo! ¡Es una interferencia directa! Va contra las Leyes Antiguas. 

—No es cierto —terció otra chica, llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Su expresión era seria y amenazadora, y el corazón de Lara comenzó a ir a mil por hora. No iba a negar que al parecer de su edad tenía un gran crush con Artemisa—. La caza de todas las bestias salvajes entra en mis competencias. Y tú, repugnante criatura, eres una bestia salvaje. Zoë, permiso concedido. 

Casi soltó un suspiro enamorado al ver a Artemisa dando órdenes. Era como uno de sus mayores crushes, junto a Afrodita, Chad Michael Murray y Chris Evans en su papel de Johnny Storm. No podía remediarlo, tenía ojos para algo.

—Si no puedo llevármelos vivos —refunfuñó la mantícora—, ¡me los llevaré muertos! 

Y se lanzó sobre Thalia y sobre Percy, Lara soltó un grito angustiado ante eso. Estaba sin armas, su tridente por ahí tirado.

—¡No! —chilló Annabeth, y cargó contra el monstruo. 

—¡Retrocede, mestiza! —gritó Zoë—. Apártate de la línea de fuego. 

Ella no hizo caso. Saltó sobre el lomo de la bestia y hundió el cuchillo entre su melena de león. La mantícora aulló y se revolvió en círculos, agitando la cola, mientras Annabeth se sujetaba como si en ello le fuese la vida, como probablemente era. 

—¡Fuego! —ordenó Zoë.

—¡No!

—¡Quietas! ¡Annie!

 Pero las cazadoras lanzaron sus flechas. La primera le atravesó el cuello al monstruo. Otra le dio en el pecho. La mantícora dio un paso atrás y se tambaleó aullando.

—¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagaréis caro!

Y antes de que alguien pudiese reaccionar, el monstruo con la rubia todavía a cuestas saltó por el acantilado y se hundió en la oscuridad. 

—¡Annabeth!

—¡Annie!

Lara que estaba más cerca del acantilado se tiró sobre le borde para ver algo, sin embargo no había nada a remarcar, y un estallido la dejó sin poder oír momentáneamente. Luego vio que se trataba de una ametralladora y cobró sentido la cosa.

La mayoría de las cazadoras se dispersaron rápidamente mientras la nieve se iba sembrando de pequeños orificios. Pero la chica de pelo rojizo levantó la vista con mucha calma. 

—A los mortales no les está permitido presenciar mi cacería —dijo.

Abrió bruscamente la mano y el helicóptero explotó y se convirtió en una bandada de cuervos que se perdieron en la noche.

Las cazadoras se nos acercaron. La que se llamaba Zoë se detuvo en seco al ver a Thalia. 

—¡Tú! —exclamó con repugnancia. 

—Zoë Belladona. —A Thalia la voz le temblaba de rabia—. Siempre en el momento más oportuno.

Zoë examinó a los demás. 

—Cinco mestizos y un sátiro, mi señora.

No se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que Percy la ayudó a levantarse y con suma suavidad la limpió las lágrimas con sus pulgares.

—Sí, ya lo veo —dijo la chica más joven, la del pelo castaño rojizo—.Unos cuantos campistas de Quirón. 

—¡Annabeth! ¡Hemos de ir a salvarla!

Artemisa los miró a ambos, analizando la situación.

—Lo siento, Percy Jackson. No podemos hacer nada por ella...

—... y tú no estás en condiciones de lanzarte por el acantilado. 

—¡Déjame ir! ¿Quién te has creído que eres?

Zoë se adelantó como si fuera a abofetearle, y con muchísima rabia Lara se puso delante de él. 

—No —la detuvo, cortante—. No es falta de respeto, Zoë. Sólo está muy alterado. No comprende. Yo soy Artemisa —anunció—, diosa dela caza.

Grover ahogó un grito, se arrodilló en la nieve y empezó a gimotear: 

—¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan... tan... ¡Wow! 

—¡Levanta, niño cabra! —le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de que preocuparnos. ¡Annabeth ha desaparecido! 

—¡So! —dijo Bianca di Angelo—. Momentito. Tiempo muerto.

Todo el mundo se la quedó mirando. Ella los fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las piezas de un rompecabezas. La rabia y la tristeza se acumulaban en su cuerpo que daba gusto, tanto que no se dio cuenta de que estaba temblando de frío, los pantalones ya empapados en sangre y haciendo correr el frío por sus huesos. La adrenalina había parado parte del dolor, pero ahora que no la sentía tenía el cuerpo muy mal.

—¿Quién... quiénes sois todos vosotros?

Sentía un dolor punzante en la pierna, el frío en sus huesos y muchas emociones como para canalizarlas. Así que se fue del lado de Percy y recogió su tridente y la flecha que había tirado al mismo tiempo el doctor Espino.

La expresión de Artemisa se ablandó un poco. 

—Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quiénes son tus padres?

Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemisa. 

—Nuestros padres murieron —dijo Bianca—. Somos huérfanos. Hay un fondo que se ocupa de pagar nuestro colegio, pero... —titubeó.

Luego Lara vio algo entre los árboles que la sorprendió, más que nada porque nadie más se había dado cuenta de su existencia. Y de pronto una cara parecida apareció, el chico que había besado, Kieran, estaba allí y la miraba perplejo. Sus mejillas se calentaron al recordar el beso, de vergüenza más que nada.

—. ¿Qué pasa? —preguntó—. Es la verdad. 

—Tú eres una mestiza —dijo Zoë Belladona—. A fe mía que uno de vuestros progenitores era un mortal. El otro era un olímpico. 

Lara debía de mencionar que con esas palabras y ese acento estaba segura de que al hablar parecía mucho más vieja de lo que se veía, pero al final ella no tenía ni idea de la edad que tenía la muchacha.

—¿Un olímpico? ¿Un atleta, quieres decir? 

—No —dijo Zoë—. Uno de los dioses. 

—¡Qué guay! —exclamó Nico. 

Pero no los estaba mirando a ellos, no directamente al menos, miraba de reojo al chico más de lo que debería para que no se notase.

—¡Ni hablar! ¡No lo encuentro nada guay!

—¿Es verdad que Zeus tiene rayos con una potencia destructiva de seiscientos? ¿Y que gana puntos extra por...?

—¡Cierra el pico, Nico! —Bianca se pasó las manos por la cara—. Esto no es tu estúpido juego de Mitomagia, ¿sabes? ¡Los dioses no existen!

—Ya sé que cuesta creerlo —dijo Thalia—, pero los dioses siguen existiendo. Créeme, Bianca. Son inmortales. Y cuando tienen hijos con humanos, chicos como nosotros, bueno... la cosa se complica. Nuestras vidas peligran. 

—¿Como la de la chica que se ha caído? —dijo Bianca. 

—No desesperéis —dijo la diosa—. Era una chica muy valiente. Si es posible encontrarla, yo la encontraré. 

—Entonces ¿por qué no nos dejas ir a buscarla?

—Somos sus amigos, deberíamos poder ayudar —terció ella, volviendo al lado de Percy.

Artemisa miraba entre los dos como si quisiera saber si había algo ahí, peri ninguno se miró.

—Porque ha desaparecido. ¿Acaso no lo percibes, hijo de Poseidón? ¿Hija de Hermes? Hay un fenómeno mágico en juego. No sé exactamente cómo o por qué, pero vuestra amiga se ha desvanecido.

—¿Y el doctor Espino? —intervino Nico, levantando la mano—. Ha sido impresionante cómo lo habéis acribillado. ¿Está muerto? 

—Era una mantícora —dijo Artemisa—. Espero que haya quedado destruida por el momento. Pero los monstruos nunca mueren del todo. Se vuelven a formar una y otra vez, y hay que cazarlos siempre que reaparecen. 

—O ellos nos cazan a nosotros —observó Thalia.

—Lo cual explica... ¿Te acuerdas, Nico, de los tipos que intentaron atacarnos el verano pasado en un callejón de Washington? 

—Y aquel conductor de autobús —recordó Nico—. El de los cuernos de carnero. Te lo dije. Era real. 

—Por eso os ha estado vigilando Grover . Para manteneros a salvo si resultabais ser mestizos. 

—¿Grover? ¿Tú eres un semidiós? 

—Un sátiro, en realidad.

Se quitó los zapatos y le mostró sus pezuñas de cabra.

—Grover, ponte los zapatos —dijo Thalia—. Estás asustándola. 

—¡Eh, que tengo las pezuñas limpias! 

—Bianca, hemos venido a ayudaros. Tenéis que aprender a sobrevivir. El doctor Espino no va a ser el último monstruo con que os tropecéis. Tenéis que venir al campamento. 

—¿Qué campamento? 

—El Campamento Mestizo.

Lara dejó de escuchar, las cazadoras, Artemisa, Thalia, Percy y Grover parecían tenerlo todo en orden, así que se adentró al bosque, al árbol donde estaba escondido el chico. Pero ya no estaba allí, así que fue buscándolo hasta encontrarlo, hubiera sido más rápido si no estuviera herida. de pronto una mano estaba tapando su boca y la estaban girando contra un pecho.

Su primer instinto fue morder la mano, asestarle un codazo en las costillas, y con la mano que había estado en su boca retorcerle el brazo.

—¡Soy yo! Soy yo, Lara.

Lara soltó el brazo de Kieran al instante.

—¿Pero tu estás loco?

—No más que lo que ha pasado delante de mis narices —ella frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando? —intentó jugar al despiste, no podía dejar entre ver que sabía algo si realmente lo que había visto era producto de la niebla.

—¡Las flechas, los escudos, espadas, el tridente! ¡El monstruo!

Lo más probable es que fuera un mortal que pudiera ver entre la niebla, si fuera un mestizo Grover lo hubiera sabido de inmediato, a menos que la ascendencia de los hermanos fuera lo bastante fuerte como para tapar su olor a mestizo.

—¿Tienes a tus padres? ¿A los dos?

—Wow, más lento velociraptor, invítame a una cita antes de las preguntas personales.

Lara gruñó y rozó los ojos.

—Contesta a la pregunta. —Y entonces se le ocurrió otra idea —y ni se te ocurra mencionar el beso, solo lo hice para callarte.

El chico torció un poco la mueca, pero aún así parecía la viva representación de la luz y la felicidad.

—Solo a mí padre, ¿porqué?

Lara se pasó ambas manos por la cara, en señal de frustración.

—Sígueme, va a ser mejor si te lo explica alguien mejor cualificado que yo.

Iba a ser una noche muy larga la suya al parecer.

















¿os esperabais que Kieran fuera un semidiós?

¿quién creéis que es su ascendencia divina?

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