xix. fancy
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13 de junio, 2007
Isla de Polifemo, Mar de los Monstruos
La isla era preciosa, una pena que tuvieran que pasar por encima todo lo bonito que tenían para conseguir lo que necesitaban.
—El Vellocino de Oro —dijo.
—¿Se morirá la isla si nos lo llevamos?
—¿Cómo?
—Perderá su exuberancia, eso sí. Y volverá a su estado anterior, fuera cual fuese.
—Putadón —murmuró.
Lara estaba empezando a molestarse con la ropa que llevaba puesta. Era mejor que el vestido del que había salido de la isla de Circe en el sentido de que era más práctico, pero la quedaba bastante grande. En su defensa es que todavía no había pegado el estirón, así que no iba tan mal.
La camisa que llevaba era bastante más grande que ella y las mangas las había tenido que cortar para que cada vez que llevase los brazos hacia abajo pudiera usar las manos sin tener que remangarse. Los pantalones habían tenido que ser sujetos con cuerdas que habían pillado por ahí, porque se caían todo el rato. Así que descansaban en sus caderas, aunque la molestaba mucho que no fueran a la cintura.
—Esto es demasiado fácil. ¿Subimos allí caminando y nos los llevamos?
—No podemos fingir que sí y ya, ¿por una vez?
Annabeth entornó los ojos.
—Se supone que hay un guardián. Un dragón o...
Cuando apareció un ciervo Lara se emocionó, nunca había visto uno tan de cerca, cuando unas ovejas se lanzaron sobre él hasta dejar solo los huesos se replanteó que había echo mal para que existiesen tremendos bichos.
—Son como pirañas —dijo ella.
—Pero son monas, como esta isla, odio este tipo de cosas.
—Pirañas con lana. ¿Cómo vamos...?
—¡Chicos! —Annabeth ahogó un grito y les agarró del brazo—. Mirad.
Un maldito bote salvavidas del barco de Clarisse, Lara maldijo por lo bajo. Ya podrían haberlos encontrado antes. Movieron el barco hacia los acantilados, después de convencer a Annabeth que pasar con la gorra por al lado de las ovejas era una mala idea, hacia unos acantilados que bien podrían mandarles a tomar vientos si se caían, literalmente.
Remaron en bote hasta el borde de la roca y empezaron a subir muy despacio. Annabeth iba delante, luego Percy y finalmente Lara. Ojalá su velocidad sirviera en una maldita pared de escalada.
Habían estado a punto de morir varias veces, pero daba gracias de que Percy estuviera entre ella y Annie, que no hubiera tenido que comer suela de zapatilla vamos. Al llegar arriba se tiró al suelo como si no hubiera nada mejor que hacer con su vida, no iba a desperdiciar momentos de descanso.
—¡Uf!
—Aggg —gimió Annabeth.
—Mi cuerpo pide tierra —se quejó Lara.
—¡Grrrrr! —bramó otra voz.
La cresta en la que estaban era mucho más pequeña de lo que ella había creído en un inició, y al borde de escuchaban voces, voces del terraplén de abajo.
—¡Eres peleona! —bramó aquella voz ronca.
—¡Atrévete a desafiarme! ¡Devuélveme mi espada y lucharé contigo!
Lara quería preguntarse si alguna vez Clarisse pensaba antes de hablar, luego recordaba que ella no lo hacía y lo dejaba pasar. Se arrastraron los tres hasta el borde, justo para ver que s encontraban encima de la entrada de la cueva.
Polifemo y Grover se hallaban justo a sus pies. Clarisse estaba atada y colgada boca abajo sobre una olla de agua hirviendo. Así colgada parecía la carne del kebab de la esquina de al lado de su casa.
—Hummm —murmuró Polifemo mientras reflexionaba—. ¿Me como a esta bocazas ahora mismo o la dejo para el banquete de boda? ¿Qué opina mi novia?
—Eh, bueno, yo no estoy hambrienta ahora mismo, querido. Quizá...
—¿Cómo que novia? ¿Quién? ¿Grover?
Bueno, allí se encontraba el último resquicio de esperanza de salvarlos a todos. Quizá deberían irse yendo ya, una cosa es estar con Tyson como amigos, y otra cosa era el maldito bicho de Polifemo.
—Cierra el pico, idiota... Tiene que cerrar esa bocaza.
—¿Qué Grover?
—¡El sátiro! —aulló Clarisse.
—¡Ay! —gimió Grover—. El cerebro de la pobre ya se ha puesto a hervir con el agua caliente. ¡Bájala, querido!
Lara estaba tapándose la boca con la mano derecha, porque pese a todo era muy gracioso escucharlo, escuchar como literalmente iban a morir, pero con humor. Por lo menos les quedaba eso.
—¿De qué sátiro hablas? —preguntó Polifemo—. Los sátiros son buena comida. ¿Me has traído un sátiro?
—¡No, maldito idiota! —bramó Clarisse—. ¡Ese sátiro! ¡Grover! ¡El que lleva el vestido de novia!
—No veo demasiado bien desde hace muchos años —refunfuñó—, cuando aquel otro héroe me pinchó en el ojo. Pero aun así... ¡¡tú no eres una cíclope!!
Lara evitó rodar los ojos cuando le desgarró el vestido a Grover para dejarlo con sus tejanos y su camiseta. Soltó un aullido y se agachó justo cuando el monstruo lanzaba un golpe a su cabeza. A veces se sorprendía por la estupidez de los monstruos, otras por la de los semidioses.
—¡Espera! —suplicó Grover—. ¡No vayas a comerme crudo! ¡Tengo una buena receta!
Al ver que Percy buscaba su espada Annabeth lo paró en seco. Lara miró sus posibilidades. Si saltaba desde esa distancia a la entrada de la cueva no estaría tan mal, por su parte si calculaba mal y se caía iba a ser una gran cagada.
—¡Quieto!
—¿Una receta? —preguntó.
—¡Oh, sí! No vas a comerme crudo, ¿verdad? Te agarrarías una colitis, el botulismo, un montón de cosas horribles. Tendré mucho mejor sabor asado a fuego lento. ¡Con salsa picante de mango! Podrías ir ahora mismo a buscar unos mangos, allá en el bosque. Yo te espero aquí.
Solo era saltar sin que se diera cuenta y salir corriendo dentro de la cueva, podría hacerlo. No podía ser tan difícil. Pero entonces se le ocurrió una mejor idea, se levantó de golpe, Percy y Annabeth le echaron una mirada antes de volver a mirar al problema que tenían entre manos.
Podía hacerlo, escalar hacia abajo un poco y saltar adentro cuando no se lo esperase, podría hacerlo, era posible. Autoconvencerse era más complicado de lo que parecía, ¿porqué no podían hacer algo más fácil.
Prepararse para ello era más fácil decirlo que hacerlo.
—Sátiro asado con salsa de mango —musitaba Polifemo.
—¿Tú también eres un sátiro?
Cuando se agarró de las piedras para escalar hacia abajo un brazo tiró de ella hasta tirarla al suelo donde estaba.
—¡Eh! —Miró con furia a Annabeth.
—¿Qué demonios hacías?
—Si escalaba un poco y saltaba cuando Polifemo saliera y corría rápido podría entrar —Annabeth lo pensó un momento mientras Percy negaba.
—Ni de maldita broma, Lara, nosotros no podemos correr así de rápido para hacerlo —eso la hizo enfurecer y rodar los ojos.
—¡Por eso iba a hacerlo yo!
—¡Tu sola no!
—¿Crees que no puedo sola?
—Claro que puedes, pero no vas a hacerlo.
—Annie dile algo. —La rubia negó con la cabeza.
—Estoy con sesos de alga en esto.
—Pues espero que os guste el sátiro a la parrilla —musitó para alejarse lo más posible de ellos, y seguir escuchando.
—¡No, maldito montón de estiércol! —chilló—. ¡Yo soy una chica! ¡La hija de Ares! ¡Ahora desátame para que pueda rebanarte los brazos!
—Para rebanarme los brazos —repitió Polifemo.
—¡Y para metértelos por la boca!
—Tú sí que tienes agallas.
En esto estaba de acuerdo con el estúpido Polifemo, definitivamente tenía agallas suficientes.
—¡Bájame de aquí, pedazo de animal!
—Ahora hay que apacentar las ovejas. La boda la aplazamos hasta la noche. ¡Entonces comeremos sátiro como plato fuerte!
Frunció las cejas ante ese comentario, si se iba a comer a Grover, ¿con quien demonios se iba a casar?
—Pero... ¿es que todavía piensas casarte? —Grover sonaba ofendido—. ¿Y quién es la novia?
Lara no podía parar de ver la gracia de ello, el enfado de Grover porque alguien más se fuera a casar con él era demasiado gracioso.
—¡Oh, no! No lo dirás en serio. Yo no...
—¡Poneos cómodos! ¡Estaré de vuelta cuando se ponga el sol para el gran acontecimiento!
Llamó a las ovejas y al salir la última cerró la cueva con la piedra enorme. Si no fuera por los ineptos a los que llamaba amigos ella ya estaría dentro.
—Mangos —refunfuñó Polifemo—. ¿Qué son mangos?
Intentaron mover la roca una vez que el gran cíclope se había ido, pero nada funcionaba, no se movía. Incluso intentaron mandar mensajes dentro pero nada se oía, era lamentable como mínimo. ¿Qué demonios hacía con su vida? Ella debía estar ahí dentro, no ahí fuera.
Finalmente desistieron y se pusieron a observar a Polifemo y sus dos rebaños de ovejas. Cuando cruzó el puente colgante pudo comprobar que las malditas ovejas no se lo habían comido, quizá la carne era demasiado gruesa para eso. Odiaba a los monstruos, y a las ovejas carnívoras.
—Con artimañas —decidió Annabeth—. Si no podemos vencerlo con la fuerza, tendremos que hacerlo con alguna artimaña.
—De acuerdo. ¿Qué artimaña?
—¿Qué mierda de artimaña?
—Esa parte aún no se me ha ocurrido.
—Estupendo.
—Perfecta ella —si las miradas matasen estará unos cuantos metros bajo la tierra, para su suerte no mataban.
—Polifemo tendrá que mover la roca para dejar pasar al rebaño.
—Eso lo hemos escuchado todos Annie.
—Al ponerse el sol. Que es cuando se casará con Clarisse y se zampará a Grover. No se cuálde las dos cosas me parece más repugnante.
—Definitivamente lo de Clarisse, pobrecilla, una cosa es que te coman y otra cosa tener que casarte con ese bicho —Percy la miró anonadado.
—¿En qué momento es peor casarse con un monstruo a que te cocinen vivo?
—Estoy segura de que después de la boda va a querer algo de ella, saca conclusiones —Percy abrió los ojos como platos mientras sentía sus mejillas calentarse.
—¡Chicos! Dejad de pensar en eso. Vamos a lo importante. Yo podría volverme invisible —dijo— y meterme dentro.
—¿Y nosotros qué?
—Las ovejas —musitó Annabeth. Y les lanzó una de aquellas miradas astutas que siempre les inspiraban un enorme recelo—. ¿Hasta qué punto te gustan las ovejas?
—¿En que momento mi idea era mala y esta es mejor?
Ninguno de los dos se atrevió a contestar esa pregunta, haciéndola bufar.
En algún punto habían acabado Percy y ella colgados de la tripa de una oveja cada uno. Si los brazos no la mataban antes or escalara ahora mismo sí que lo estaban haciendo. Iba a matar a la rubia y al pelinegro, ¡esto era más estúpido que su idea!
—¡Sobre todo no os soltéis! —dijo Annabeth, ya invisible, desde algún punto a la derecha.
Iba a matar a la rubia, bien matada. Percy y ella se miraron, parecía bien claro que el mismo pensamiento rondaba sus cabezas. El chico estaba buscando la manera de evitar que se cayese desde su posición, mientras ella hacía malabarismos con su pelo para que por si acaso no se escapase de su camisa y lo pisara la puta oveja.
Apenas los dos estuvieron bien sujetos que Polifemo decidió moverse.
—¡Eh, cabritas! ¡Ovejitas!
El rebaño, obedientemente, empezó a subir la cuesta hacia la caverna. Lara ya estaba empezando a preguntarse la capacidad mental de sus amigos y lo que realmente merecía la pena estar allí.
—¡Allá vamos! —susurró Annabeth—. Estaré cerca, no os preocupéis.
Lara miró a Percy antes de susurrar.
—Yo la mato.
Percy controló una risa mientras se movían.
Su oveja se movía con más rapidez que la del chico, como si el peso extra no la sobrase en absoluto, lo que la sorprendió, pero no dijo nada. Así que cuando Polifemo le dio una palmada a su oveja casi se cayó, a mínimos instantes de ser descubierta se agarró hasta con la boca de la lana de la puta oveja.
—¡Estofado! —Así que su buena amiga se llamaba así—. ¡Manchada!¡Trasto...! ¡Eh, Trasto!
—¿Qué, engordando un poquito esa panza?
Polifemo se limitó a reír y a darle un empujón en los cuartos traseros. Lara miraba a Percy, que había suspirado aliviado.
—¡Vamos, gordita! ¡Pronto serás un buen desayuno!
Algunos empezaban el desayuno con el plato fuerte al parecer. El cíclope ya estaba a punto de volver a colocar la roca en su sitio, cuando Annabeth gritó desde fuera: —¡Hola, bicho horrible!
Polifemo se irguió de golpe.
—¿Quién ha dicho eso?
—¡Nadie!
—¡Nadie! —rugió Polifemo—. ¡Ya me acuerdo de ti!
—¡Eres demasiado estúpido para acordarte de alguien! —se mofó Annabeth—. Y mucho menos de Nadie.
Empezó a bramar furiosos y agarró la primera roca que encontró, que resultó la de la entrada, y la arrojó hacia donde sonaba la voz de Annabeth. Se hizo añicos al instante, y Lara solo esperó que Annabeth conservase todas las partes de su cuerpo.
—¡Ni siquiera has aprendido a tirar piedras, so inepto!
—¡Ven aquí! ¡Ven que te mato, Nadie!
—¡No puedes matar a Nadie, estúpido zoquete! —volvió a mofarse Annabeth—. ¡Ven a buscarme!
definitivamente ya estamos acabando el segundo acto.
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