x. the archer
✩
21 de junio, 2006
Santa Mónica, California
—No puedo creerlo. Hemos venido hasta aquí para...
—Fue una trampa. Una estrategia digna de Atenea.
—Eh —advirtió.
—Pero ¿es que no lo pillas?
—Sí. Lo pillo.
—Yo lo único que pillo es que casi hemos muerto varias veces para esto, ¡menuda mierda!
—¡Bueno, pues yo no! ¿Va a explicarme alguien...?
—Percy. Siento lo de tu madre. No te puedes imaginar cuánto...
—La profecía tenía razón «Irás al oeste, donde te enfrentarás al dios que se ha rebelado.» Pero no era Hades. Hades no deseaba una guerra entre los Tres Grandes. Alguien más ha planeado el robo. Alguien ha robado el rayo maestro de Zeus y el yelmo de Hades, y me ha cargado a mí el mochuelo por ser hijo de Poseidón. Le echarán la culpa a Poseidón por ambas partes. Al atardecer de hoy, habrá una guerra en tres frentes. Y la habré provocado yo.
—¿Quién podría ser tan malvado? ¿Quién desearía una guerra tan letal?
Lara rodó los ojos. Estaba bastante claro quien demonios había sido.
—Veamos, déjame pensar.
—Eh, chaval —ladró Ares—. Deberías estar muerto.
—Me has engañado — dijo—. Has robado el yelmo y el rayo maestro.
—Bueno, a ver, yo no los he robado personalmente. ¿Los dioses toqueteando los símbolos de otros dioses? De eso nada. Pero tú no eres el único héroe en el mundo que se dedica a los recaditos.
—¿A quién utilizaste? ¿A Clarisse? Estaba allí en el solsticio de invierno.
—No importa. Mira, chaval, el asunto es que estás impidiendo los esfuerzos en pos de la guerra. Verás, tenías que haber muerto en el inframundo. Entonces el viejo Alga se hubiese cabreado con Hades por matarte. Aliento de Muerto hubiera tenido el rayo maestro y Zeus estaría furioso con él. Pero Hades aún sigue buscando esto...
—El yelmo de oscuridad —dijo Grover, ahogando una exclamación.
—Exacto —repuso Ares—. A ver, ¿por dónde iba? Ah, sí, Hades se pondrá hecho un basilisco tanto con Zeus como con Poseidón, ya que no sabe cuál le robó el yelmo. Muy pronto habremos organizado un bonito y pequeño festival de mamporros.
—¡Pero si son tu familia! —protestó Annabeth.
Ares se encogió de hombros.
Lara estaba segura de que la familia le importaba lo mismo que a ella los dioses de pacotilla. Nada que no fuera en su beneficio.
—Los enfrentamientos dentro de una misma familia son los mejores, los más sangrientos. No hay como ver reñir a tu familia, es lo que digo siempre.
—Me diste la mochila en Denver. El rayo maestro ha estado aquí todo el tiempo.
—Sí y no —contestó Ares—. Quizá es demasiado complicado para tu pequeño cerebro mortal, pero debes saber que la mochila es la vaina del rayo maestro, sólo que un poco metamorfoseada. El rayo está conectado a ella, de manera parecida a esa espada tuya, chaval. Siempre regresa a tu bolsillo, ¿no? En cualquier caso —prosiguió Ares—, hice unos pequeños ajustes mágicos a la vaina para que el rayo sólo volviera a ella cuando llegaras al inframundo. De ese modo, si hubieses muerto por el camino no se habría perdido nada y yo seguiría en posesión del arma.
—Pero ¿por qué simplemente no conservaste el rayo maestro? ¿Para qué enviarlo a Hades?
—¿Por qué no...? Claro... con ese poder de destrucción... Porque no quería problemas. Mejor que te pillaran a ti con las manos en la masa, llevando el trasto.
—Mientes. Enviar el rayo maestro al inframundo no fue idea tuya.
—¡Claro que sí!
—Tú no ordenaste el robo. Alguien más envió a un héroe a robar los dos objetos. Entonces, cuando Zeus te envió en su busca, diste con el ladrón. Pero no se lo entregaste a Zeus. Algo te convenció de que lo dejaras ir. Te quedaste los objetos hasta que otro héroe llegara y completara la entrega. La cosa del foso te está mangoneando.
—¡Soy el dios de la guerra! ¡Nadie me da órdenes! ¡No tengo sueños!
—¿Quién ha hablado de sueños?
—Volvamos a lo nuestro, chaval. Estás vivo y no permitiré que lleves ese rayo al Olimpo. Ya sabes, no puedo arriesgarme a que esos imbéciles testarudos te hagan caso. Así que tendré que matarte. Nada personal, claro.
—Pelea tú mismo conmigo, Ares.
—Sólo tienes un talento, chaval: salir corriendo. Huiste de Quimera. Huiste del inframundo. No tienes lo que hace falta.
—¿Asustado?
Lara podía pensar en muchas cosas, pero cada vez que veía a Ares veía a su tío, por lo que no estaba segura de cómo hacerlo para que las cosas no se salieran de su canon. Se suponía que Percy iba a lucha con el dios de la guerra.
Y pude que fuera por las emociones que desprendía éste, pero el odio y la ira estaban cegando su cordura. Sentía a Annabeth hablarla, pero es como si de pronto fuera incapaz de escuchar algo.
Ares la miraba con intensidad.
Atácale. Mátalo.
No es la primera vez que oía esa voz en su cabeza.
—Es un cobarde.
—Por lo menos lleva esto, para que te dé suerte. Reconciliación —añadió—. Atenea y Poseidón juntos.
—Gracias.
—Y toma este amuleto de la suerte. Los sátiros estamos contigo.
—Grover... no sé qué decir.
—¿Ya has terminado de despedirte? Llevo toda la eternidad luchando, mi fuerza es ilimitada y no puedo morir. ¿Tú que tienes?
Annabeth se echó a Lara a la espalda.
Mátalo, atácalo. Siente la ira, Larita.
Esa voz era la de Leo, necesitaba verlo, pero sabía, muy en el fondo sabía que el tío Leo nunca había existido, y que era Ares, siempre había sido Ares.
No entendía porqué Ares se había interesado en lo más mínimo en su vida, solo sabía que lo había echo como si nada, y era lo peor que podría haberla pasado jamás.
Lara. Lara. Lara, vuelve a casa, vuelve a España. Sé la siguiente semidiosa más importante de la historia. Sé mi orgullo, devuelve el honor a Esparta.
Siempre la había utilizado. Siempre haciéndola sentir especial, quizá porque eso es lo que quería él para ella. Pero no lo era, no era especial, todo lo que tenía de especial lo había heredado de un dios, lo que había entrenado no había servido de nada. Se había quedado sorprendida y aterrorizada con las furias, no había sido de ayuda en nada en la misión.
Quizás tenía que dejar de intentar ser algo que no era y quedarse solo con aquello que era, nadie. Tenía que aceptar que siempre habría alguien mejor en todo lo que hacía.
Acabarás con él, tarde o temprano serás su perdición Lara.
Lara volvió en sí enseguida, la lucha había terminado, Ares no estaba. Annabeth la estaba sacudiendo.
—Estoy bien Annie —de lo preocupada que estaba la rubia ni siquiera reaccionó al mote.
—Lo hemos visto todo —susurró—. Así pues, ¿de verdad no has sido tú?
—Devuélvele eso al señor Hades —dije—. Cuéntale la verdad. Dile que desconvoque la guerra.
—Vive bien, Percy Jackson. Conviértete en un auténtico héroe. Porque si no lo haces, si vuelves a caer en mis garras..
—Percy... —dijo Grover—. Eso ha sido alucinante...
—Ha sido terrorífico —terció Annabeth.
—¡Ha sido guay!
—¿Habéis sentido eso... fuera lo que fuese?
—Deben de haber sido las Furias —dijo Grover.
—Tenemos que volver a Nueva York. Esta noche.
—Eso es imposible —contestó Annabeth—, a menos que vayamos...
—... volando.
—¿Volando?... ¿Te refieres a ir en un avión, sabiendo que así te conviertes en un blanco fácil para Zeus si éste decide reventarte, y además transportando un arma más destructiva que una bomba nuclear?
—Sí. Más o menos eso. Vamos.
—Puedo aclarar que no me apetece morir por culpa de que el gilipollas de los rayos nos quiera matar por culpa de Percy —ninguno había entendido lo que había dicho, pero se hacían una idea de que no era nada agradable al escuchar un trueno.
—No tientes a la suerte antes de tiempo Lara —Annabeth la echó una mirada que hubiera congelado el infiero.
Era una suerte que la sal no pudiera helarse.
Los mortales se habían inventado una historia graciosa acerca de lo que había pasado. No sabía como alguien podía habérsela creído lo más mínimo.
La policía y los periodistas, conmovidos, recolectaron dinero para cuatro billetes en el siguiente vuelo a Nueva York. Volar no era algo que hubiera echo muchas veces Lara, en realidad en avión solo lo había echo una vez, de Madrid a Nueva York y luego en autobús hasta su casa en Cocoa Beach.
Cuando habían llegado al aeropuerto cabía destacar que se había perdido, y a parte de conseguir una hamburguesa muy rica de una señora mayor que la había tratado como a su nieta y un ipod de un chaval un poco más mayor que ella.
Decir que había sido vergonzoso acabar al lado de un micrófono mientras que decían que los que la hubieran perdido la fueran a recoger había sido la peor parte de su día hasta el momento. Y eso que había vivido la mierda de Ares.
Annabeth la había regañado durante veinte minutos seguidos, y solo se había salvado porque Percy les había recordado que tenían que subirse a un puñetero avión. Iba a agradecer a Percy, por lo menos hasta que se subieron al avión, allí cambió de opinión.
Supuso que tenía que maldecir a Percy por el despegue de pesadilla.
Annabeth estaba al lado suyo, ella al lado de la ventana y Grover y Percy en la fila de adelante. Por lo que cuando la rubia la miró ella supo que se venía una conversación que no la iba a gustar en absoluto.
—No es verdad que no has echo nada en esta misión —Lara rodó los ojos.
—Eso sabes que es mentira.
Annabeth la agarró el mentón para girarla la cara y que la mirase directamente a los ojos. Mariposas comenzaron a revolotear en su estomago sin razón aparente.
—Escúchame bien, porque lo voy a decir solo una vez. Eres importante, has ayudado en esta misión y no has sido una carga. ¿Me has escuchado? —Lara asintió. —He preguntado si me has escuchado, Lara.
—Te he escuchado perfectamente Annie, pero no estoy de acuerdo con ello. No comparto tu idea sobre ello.
Annabeth negó con la cabeza, muy seria.
—La que tiene la razón soy yo, no te olvides de ello, Lara —la nombrada solo bufó, mirando por la ventana.
Había unas vistas preciosas. Solo esperaba que Zeus no fuera un capullo por llevar a Percy en avión, si morían iba a matar a Percy, de alguna manera que aún no había descubierto, pero lo haría.
Recordó instantes después del objeto que había obtenido de maneras poco legales no hacía ni una hora y lo sacó del bolsillo. Por alguna extraña razón habían regalado unos auriculares raros, Lara supuso que para que la gente que se le olvidasen no diera el coñazo.
Comenzó a buscar entre las canciones y se sorprendió ver tanto canciones de Coldplay junto al disco nuevo entero de Rihanna que había salido ni dos meses atrás. Incluso un par de canciones en español. Lara estaba en su salsa.
Le ofreció uno de los dos cascos a Annabeth, para formar una tregua. La rubia la miró inquisitiva pero aceptó. Una canción desconocida para ella empezó a sonar y acabó quedándose dormida.
No se despertó hasta el aterrizaje, solo para darse cuenta de que había acabado durmiendo en el hombro de Annabeth. Lo que la hizo enrojecer una barbaridad.
La prensa local les esperaba fuera,lo único que les hizo pasar desapercibidos fue el grito que pegó Annabeth con su gorra de los Yankees desde el otro lado. Para después volver con ellos a la recogida deequipajes.
Tuvieron que separarse en la estación de Taxis, y por muchas protestas de su parte, o de la de Annabeth o Grover, Percy de alguna manera los había convencido para volver a la Colina Mestiza y contárselo todo a Quirón.
—¿Te veremos más adelante, sesos de alga?
Percy la miró unos segundos antes de asentir.
—Dalo por seguro, ladroncilla.
¡hasta aquí nuestro primer acto de dark horse!
¿qué os ha parecido?
solo queda un extra y el acto dos. probablemente suba el acto dos antes que el extra.
os leo, kat
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