v. takeaway
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11 de junio, 2006
Un bosque, Nueva Jersey
Lara estaba demasiado cansada como para discutir quien tomaría la primera guardia, estaba feliz de ser la última, así no tenía que acostarse tarde ni levantarse en medio de la noche, solo antes que el resto.
Cuando tocó el cambio de guardia y la tocó despertarse Annabeth no tardó nada en dormirse. Ella por su parte miró a su alrededor, había estado siempre tan ensimismada con las cosas que pasaban a su alrededor que nunca se daba cuenta de lo que la gente a veces la dejaba caer delante de su cara.
A veces se preguntaba si su padre alguna vez se interesaría por ella. Sabía que a sus hermanos les había echo regalos, o les visitaba en sueños, ¡algunos hasta lo habían conocido en persona! Y ella sin embargo solo tenía el tridente que le había llegado a su madre. Ni siquiera podía decir que era de él, no era muy conocido por usar uno en los mitos.
Había pensado que si conseguía la victoria en la misión quizá podría hablar con él, verle. Pero luego tenía que pensar que le daba igual, que siempre le daría igual a esa persona que la había engendrado, ella era mortal y una entre tantos hermanos. ¿Qué querría un dios tener que ver con ella?
En días buenos se sentía agradecida de que al menos la hubieran reclamado, en días malos sentía que para lo único que era buena era para el póker y el dinero, y ninguna de las dos cosas era exactamente una cualidad suya, era todo heredado. No podía atribuirse siquiera ese mérito.
Se había quedado mirando a la nada. Quizá era verdad lo que le habían dicho en todos los colegios que había estado desde que había llegado, quizá estaría mejor viviendo en España. Sabía inglés, y había mejorado muchísimo el acento, pero cuando se estresaba o no le salían las cosas en nada que no fuera castellano. Si estuviera en España sería una persona normal más, aquí solo resaltaba para lo malo.
No necesitaba más de eso en su vida, y eso que parecía llena de cosas que la hacían daño. ¿Porqué nadie la avisaba nunca de cuando tomaba una mala decisión? No quería llorar, ni que las cosas les salieran mal, pero ellos no la necesitaban tanto como ella los necesitaba a ellos. Percy, Annabeth y Grover conseguirían terminar la misión con o sin ella, y no tenía nada que aportar al respecto.
Annabeth y Grover se despertaron un par de horas después. La rubia se había dirigido a la casa de medusa otra vez, a por el desayuno había dicho, Grover había desaparecido a explorar. Así que se había quedado a cargo de que el chico nuevo no se escapase, ni se muriera. Era un trabajo fácil, dormía como un tronco.
Solo tenía que echarle un par de miradas cada diez minutos. Annabeth volvió primero con paquetes de cortes de maíz. No eran su comida favorita, pero no iba a ponerse sibarita en medio de la nada. Cuando Grover volvió ella tuvo que reprimir una cara de horror.
Había un bicho feo y rosa en los brazos de Grover, un caniche. No podía odiar más a esos bichos. Ella era una amante de os perros por encima de los gatos todos los días de su vida, pero es que había razas de perros que de verdad no tendrían que haber existido.
Ella había tenido a Áyax, un pastor australiano—los cuales se había enterado que de australianos tenían poco y que eran españoles—que la había acompañado en su vida hasta el año pasado. Su muerte la había entristecido muchísimo, pero entendía perfectamente que ya estaba mayor y que estaba sufriendo mucho y había sido lo más benévolo para él, aunque doliera como mil infiernos.
Eso era un perro, no esa cosa fea que no podía tener más cara de amargado. Annabeth tuvo que saludar al bicho, al igual que ella, pero parecía que el odio que le tenía Lara al bicho era mutuo.
Annabeth comenzó a sacudir a Percy como un muñeco de trapo, casi sintió lástima, casi.
—Vaya —dijo Annabeth—. El zombi vive.
—¿Cuánto he dormido?
—Suficiente para darme tiempo de preparar un desayuno. Y Grover ha salido a explorar. Mira, ha encontrado un amigo.
—No, qué va.
—¿Estás hablando con... eso?
—Eso —avisó Grover— es nuestro billete al oeste. Sé amable con él.
—¿Sabes hablar con los animales?
—Percy, éste es Gladiolus. Gladiolus, Percy.
—No voy a decirle hola a un caniche rosa. Olvidadlo.
—Percy. Yo le he dicho hola al caniche. Lara le ha dicho hola al caniche. Tú le dices hola al caniche.
Le dijo hola al caniche. Era una de las cosas más raras que al habían pasado, y mira que ayer intentarlo matarla las benévolas y Medusa.
—¿Cómo sabe Gladiolus lo de la recompensa?
—Ha leído los carteles, lumbrera.
Sabía que vivía en un mundo donde los monstruos y dioses existían, lo sabía muy bien, pero estaba sorprendida de que los perros pudieran leer.
¿Todos los perros podrían leer? ¿Este bicho feo podía leer solo en inglés o no tenía la barrera de lenguaje que tenían los humanos?
Si era la segunda iba a sentir mucha envidia por el feo caniche, que era feo con ganas. ¿Lara había dicho ya que era feo?
—Claro. Cómo he podido ser tan tonto.
—Así que devolvemos a Gladiolus —explicó Annabeth con su mejor voz de estratega—, conseguimos el dinero y compramos unos billetes a Los Ángeles.
Lara se aclaró la garganta entonces, llamando la atención de Annabeth.
—No necesitamos a ese bicho para conseguir dinero —murmuró mirándoles.
Annabeth levantó una ceja, Grover no evitó quejarse mientras el bicho gruñía.
—¡Más respeto para Gladiolus!
—Si sí, niño cabra, pero yo tengo dinero —el ojo de Annabeth comenzó a tener un tic.
—¿Cómo que tienes dinero? Y lo más importante, ¿porqué no lo has dicho hasta ahora?
Se sentiría incomodada o intimidad por la mirada de la rubia si no fuera porque la había dirigido muchas veces hacia sí misma en el último año.
—La gente, que es un poco dejada —dijo jugando con los dedos de sus manos.
Annabeth rodó los ojos pero sonrió.
—Tienes unas manos muy largas Lara —ella solo sonrió, las tenía, sí que las tenía.
Percy la miraba sorprendido.
—¿Cuándo lo has robado? En el bus no te ha dado tiempo y es el último momento en el cual hemos podido estar con gente para robar.
—Mientras esperábamos el bus, vosotros estabais los vuestro, y yo a lo mío, ¿qué querías que hiciera, haceros caso?
La mirada incrédula que le mando Percy fue suficiente como para hacerla sonreír.
—Se nota que eres hija de Hermes.
—¿Por mí persuasión e inteligencia?
—Por tu magnífica manera de robar y jugar al póker —era verdad que le había desplumado un par de veces en el campamento.
—De todas maneras, otro autobús no.
—No. Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros. Según Gladiolus, el que va al oeste sale a mediodía.
Por cosas del destino aún así habían dejado al puñetero perro en la casa de sus dueños y habían cobrado el rescate.
Había pasado dos días en el tren. Dos largos días cargados de estupideces y para nada buenas ideas. Habían conseguido los billetes de tren, y con su dinero comer bien, pero todo lo que había en el tren era aburrido.
Y Annabeth la había prohibido robar.
No podía jugar al póker porque o no querían o no sabían, así que estaba aburrida. No podía correr para soltar energía y desahogarse porque no había espacio y como no podía robar tampoco podía manipular dinero.
Así que oficialmente estaba jodida.
No fue hasta que vieron el Gateway Arch que decidió participar activamente en una conversación.
—Quiero hacer eso —suspiró.
—¿El qué?
—Construir algo como eso. ¿Has visto alguna vez el Partenón, Percy?
—Sólo en fotos.
—Algún día iré a verlo en persona. Voy a construir el mayor monumento a los dioses que se haya hecho nunca. Algo que dure mil años.
Lara ya sabía de ese sueño. Para su desgracia ella no tenía ni una idea clara sobre qué podría hacer con su vida. No tenía ni siquiera sueños más allá de volver a casa algún día, a España.
Extrañaba el clima mediterráneo. La nieve del invierno había estado bien por como dos días. Punto. Y en general el estilo de vida que tenían no la gustaba. Como extrañaba cocinar con aceite de oliva, del bueno además, no de la mierda que vendían en los supermercados que había cerca de su casa aquí en Estados Unidos.
—¿Tú? ¿Arquitecta?—No sé por qué, la idea de una Annabeth quietecita y dibujando todo el día me hizo gracia.
—Sí, arquitecta. Atenea espera de sus hijos que creen cosas, no sólo que las rompan, como cierto dios de los terremotos que me sé muy bien. Perdona —dijo Annabeth—. Eso ha sido una maldad.
—¿No podríamos colaborar un poquito? Quiero decir... ¿es que Atenea y Poseidón nunca han cooperado?
—Supongo que... en el tema del carro. Lo inventó mi madre, pero Poseidón creó los caballos con las crestas de las olas. Así que tuvieron que trabajar juntos para completarlo.
—Entonces también podemos hacerlo nosotros, ¿no?
—Supongo —dijo al final.
Lara decidió meter baza entonces.
—Annie será la mejor arquitecta de la era —dijo con una sonrisa, y aunque Annabeth quiso matarla por llamarla Annie sonrió ante el cumplido.
Por fin las cosas iban a salir bien en su favor. Nada iba a hacer que su humor decayese ese día. Para cuando Grover despertó solo había una cosa en su cabeza.
—Comida.
—Venga, chico cabra —dijo Annabeth—. Vamos a hacer turismo cultural.
—¿Turismo?
—El Gateway Arch. Puede que sea mi única oportunidad de subir. ¿Venís o no?
—Sí, turismo —el sarcasmo hizo que ella frunciera el ceño. —No me mires así, rubia.
—Si hay un bar sin monstruos, vale.
La regla de no robar seguía vigente, así que había tenido que entretenerse cantando Hips don't lie en su cabeza, al tarareaba incluso, pero ninguno de su alrededor parecía reconocerla. Había salido su lanzamiento unos meses atrás, así que quizá era por eso.
—¿Hueles algo?
—Estamos bajo tierra —dijo con cara de asco—. El aire bajo tierra siempre huele a monstruos. Probablemente no signifique nada.
—Si los monstruos huelen igual de mal que la tierra mojada no pienso volver a acercarme a los campos de fresas por las mañanas —comentó haciendo un mohín.
—Chicos —les dije—, ¿sabéis los símbolos de poder de los dioses?
—¿Sí?
—Jackson ve al punto —si iba a cortarla en la mejor parte de la canción más le valía tener una buena razón.
—Bueno, Hade...
—Estamos en un lugar público... ¿Te refieres a nuestro amigo de abajo?
—Esto... sí, claro. Nuestro amigo de muy abajo. ¿No tiene un gorro como el de Annabeth?
Gorro, lo había llamado gorro. Este chico los iba a hacer matar a todos. Y ella estaba tan bein con ello.
Que les dieran a los dioses.
—¿El yelmo de oscuridad? —dijo ella—. Sí, ése es su símbolo de poder. Lo vi junto a su asiento durante el concilio del solsticio de invierno.
—¿Estaba allí?
—Es el único momento en que se le permite visitar el Olimpo: el día más oscuro del año. Pero si lo que he oído es cierto, su casco es mucho más poderoso que mi gorra de invisibilidad.
—Le permite convertirse en oscuridad —confirmó Grover—. Puede fundirse con las sombras o atravesar paredes. No se le puede tocar, ver u oír. Y es capaz de irradiar un miedo tan intenso que puede volverte loco o paralizarte el corazón. ¿Por qué crees que todas las criaturas racionales temen la oscuridad?
—También es una cosa fea y sin estilo alguno, ya podría ser más elegante a la vista, así es imposible tener ganas de echarle el guante —murmuró bajo la mirada atónita de Annabeth.
Quizá Percy no era el único sin sentido común.
—Pero entonces... ¿cómo sabemos que no está aquí justo ahora, vigilándonos?
—No lo sabemos —repuso Grover.
—Gracias, eso me hace sentir mucho mejor —respondí—. ¿Te quedan gominolas azules?
Cuando les metieron en una cabina tan cerrada y casi pisó al bicho feo que había en el suelo no pudo evitar bufar. ¿Qué pasaba con los perros de mierda últimamente.
—¿No tenéis padres?
¿Se podía ser menos directa? Lara no lo creía.
—Se han quedado abajo —respondió Annabeth—. Les asustan las alturas.
—Oh, pobrecillos. Venga, hijito, ahora compórtate.
—¿Se llama Igito?
—No —contestó la señora y sonrió.
Lara había escuchado cada cosa que había comentado Annabeth acerca del Gateway Arch. Todo, sin rechistar ni una sola vez. La manera en la que le brillaban los ojos al hablar la daba la suficiente información como para no cortarla.
Cuando fue hora de irse Annabeth y Grover entraron primero en una de las cabinas.
—Siguiente coche, señor —dijo el guarda.
—¿Bajamos y esperamos con vosotros? —dijo Annabeth.
Lara y Percy se miraron.
—No, no pasa nada. Nos vemos abajo, chicos.
Cuando desaparecieron se hizo un silencio entre ellos.
—Oye, sé que no soy Annabeth y que conmigo no te peleas y no es tan divertido, pero podemos hablar de algo, ya sabes, para no parecer un extra en tu vida —la sonrisa de Percy fue desalentadora.
—Sí perdona, con todas las peleas y los ataques...
Pero en parte Lara creía que no estaba pidiendo perdón de verdad. En cuanto el chihuahua de los cojones saltó hacia ellos para empezar a ladrarles Percy se calló.
—Bueno, bueno, hijito —dijo la señora—. ¿Te parece éste un buen momento? Tenemos delante a esta gente tan amable.
—¡Perrito! —dijo el niño pequeño—. ¡Mira, un perrito!
En cuanto empezó a salir espuma del hocico del chucho Lara frunció el ceño, eso no era normal.
—Bueno, hijo —susurró—. Si insistes.
—Oiga, perdone, ¿acaba de llamar hijo a este chihuahua?
—Quimera, querido —me corrigió la gorda—. No es un chihuahua. Es fácil confundirlos.
Lara palideció, una quimera no. El fuego no. Y si solo fuera fuego de lo que tenía que preocuparse, y no el veneno o lo demás del puto bicho. En cuanto creció supo que estaban realmente jodidos.
«Quimera: tiene la rabia, escupe fuego, es venenoso. Si lo encuentran, por favor, llamen al Tártaro, extensión 954.»
Quizá un mensaje iris y se olvidarían de este bicho. Pero como se movieran estaban muertos. Los dos.
—Siéntete honrado, Percy Jackson. El señor Zeus rara vez me permite probar un héroe con uno de los de mi estirpe. ¡Pues yo soy la madre de los monstruos, la terrible Equidna!
—¿Eso no es una especie de oso hormiguero?
Lara lo miró.
—¿Era un oso hormiguero? Yo creía que era una especie de ornitorrinco.
—¡Detesto que la gente diga eso! ¡Odio Australia! Mira que llamar a ese ridículo animal como yo. Por eso, Percy Jackson, ¡mi hijo va a destruirte! ¡En cuanto a ti, pequeña insolente, yo misma acabaré contigo!
Mientras la quimera cargaba contra Percy ella sacó el tridente de su pulsera.
—Si quieres venir a por mí mejor juguemos.
—Si eso es lo que quieres hija de Hermes.
Cuando Equidna atacó contra ella tuvo que hacerse a un lado. El cuerpo de serpiente no la hacía molestar, pero ver una cabeza humana en vez de una de serpiente decía mucho de lo que era.
—¿No podías decidirte en tu aspecto? ¿Serpiente o humana?
—Cuando te pille pequeña niña te haré añicos.
—¡Ey, chihuahua!
Lara miró a uno de sus lados solo un momento para ver como se deshacía parte del monumento.
—¡Intenta no cargarte le monumento o cuando salgamos de aquí Annabeth te va a matar a ti!
Escuchó un bufido.
—¡Si es tan fácil hazlo tú!
Le clavó el tridente en el costado a Equidna, lo que la hizo chillar. Ese momento de caos hizo que pudiera ver como le clavaba la cabeza de la serpiente los colmillos en la pantorrilla de Percy. Ella saltó para ayudarle, pero la espada del chico ya había caído al río.
Se pudo delante de Percy, Tridente en mano, dispuesta a atacar a ese bicho. Percy la agarró la mano mientras la hacía retroceder.
—¿Qué estás haciendo?
Percy no respondió.
—Ya no hacen héroes como los de antes, ¿eh, hijo?E
—Si eres hijo de Poseidón —silbó Equidna—, no debes tener miedo al agua. Salta, Percy Jackson. Demuéstrame que el agua no te hará daño. Salta y recupera tu espada. Demuestra tu linaje. No tienes fe —retó Equidna—. No confías en los dioses. Pero no puedo culparte, pequeño cobarde. Los dioses son desleales. Será mejor para ti morir ahora. El veneno ya está en tu corazón.
—¿Confías en mí?
—¿Me queda de otra?
—¡Muere, descreído!
—Padre, ayúdame.
Así ya no confiaba en él, la confianza desapareció tras esas palabras, iban a morir. Percy saltó con ella y la agarró muy fuerte, no dejándola ir.
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