ix. d is for dangerous


20 de junio, 2006
Bulevar Valencia, Los Ángeles

Si Lara era honesta aún le dolía todo el cuerpo de la maldita cama que había intentado alargarla para hacerla más alta. Iba a comenzar a contar las veces que Percy sin saber luchar les había salvado, pero también iba a contar las veces que podría haber sido antes.

Le dolían los brazos, las piernas y el cuello, quizá había crecido algo, quizá en un tiempo lo agradecería, pero no en ese mismo momento. Estaba hasta las narices de que la salvaran a último minuto. Y de que la salvaran.

—Muy bien. ¿Recordáis el plan? 

—¿El plan? —Grover tragó saliva—. Sí. Me encanta el plan. 

—¿Qué pasa si el plan no funciona? —preguntó Annabeth. 

—No pienses en negativo.

—Vale —dijo—. Vamos a meternos en la tierra de los muertos y no tengo que pensar en negativo. 

—No hay que ser negativos, hay que ser realistas, si Hades no nos mata nos mata Cerbero —Annabeth le dio un codazo al ver la cara de Percy.

Casi se sintió mal, casi, porque tenía que pensar en ella.

—Lo siento, Percy, los nervios me traicionan. Pero tienes razón, lo conseguiremos. Todo saldrá bien.

—¡Oh, claro que sí! —dijo él, asintiendo con la cabeza—. Hemos llegado hasta aquí. Encontraremos el rayo maestro y salvaremos a tu madre. Ningún problema.

La mirada de Annabeth hizo a Lara bufar.

—No te preocupes, siempre tenemos un plan para todo. Todo saldrá redondo.

—Vamos a repartir un poco de leña subterránea.

La recepción de El Otro Barrio era un poco rara, aunque tenía sentido. El guardia de seguridad parecía alguien de gustos caros, bien vestido y el traje de seda italiana negra. Supuso que cobraría bien.

—¿Se llama Quirón? 

—Mira qué preciosidad de muchacho tenemos aquí. Dime, ¿te parezco un centauro? 

—N-no. 

—Señor.

—Señor —repitió. 

Lara miró a Grover, que parecía tan perdido como ella. La castaña solo pudo atinarle a encogerse de hombros.

Físicamente no era tan entrañable como para reconocerle.

—¿Sabes leer esto, chaval? Pone C-a-r-o-n-t-e. Repite conmigo: Ca-ron-te. 

—Caronte. 

—¡Impresionante! Ahora di: señor Caronte.

Annabeth y Lara se miraron. Tenía sentido que fuera Caronte, al fin y al cabo, ¿quién mejor que él para cuidar las puertas del Inframundo?

—Señor Caronte.

—Muy bien. Detesto que me confundan con ese viejo jamelgo de Quirón. Y bien, ¿en qué puedo ayudaros, pequeños muertecitos? 

—Queremos ir al inframundo —intervino ella.

—Vaya, niña, eres toda una novedad. 

—¿Sí? —repuso la rubia. 

—Directa y al grano. Nada de gritos. Nada de «tiene que haber un error, señor Caronte». ¿Y cómo habéis muerto, pues?

Lara levantó una ceja. Claro que nadie querría ir al inframundo, menos con su edad. Era todo estúpido.

—Bueno... —respondió él—. Esto... ahogados... en la bañera. 

—¿Los cuatro? —Asintieron sin vacilación, aunque fuera estúpido. —Menuda bañera. Supongo que no tendréis monedas para el viaje. Veréis, cuando se trata de adultos puedo cargarlo a una tarjeta de crédito, o añadir el precio del ferry ala factura del cable. Pero los niños... Vaya, es que nunca os morís preparados. Supongo que tendréis que esperar aquí sentados unos cuantos siglos.

—No, si tenemos monedas.

—Bueno, bueno... Dracmas de verdad, de oro auténtico. Hace mucho que no veo una de éstas... A ver, no has podido leer mi nombre correctamente. ¿Eres disléxico, chaval?

—No. Soy un muerto.

Lara reprimió las ganas de chocar su mano contra su frente. Tenía que enseñarles a mentir a estos chicos, cada uno tenía menos inteligencia que el anterior.

—No eres ningún muerto. Debería haberme dado cuenta. Eres un diosecillo.

—Tenemos que llegar al inframundo.

—Marchaos mientras podáis —dijo Caronte—. Me quedaré las monedas y olvidaré que os he visto. 

—Sin servicio no hay propina. Es una pena. Teníamos más que ofrecer.

—¿Crees que puedes comprarme, criatura de los dioses? Oye... sólo por curiosidad, ¿cuánto tienes ahí? 

—Mucho. Apuesto a que Hades no le paga lo suficiente por un trabajo tan duro.

—Uf, si te contara... Pasar el día cuidando de estos espíritus no es nada agradable, te lo aseguro. Siempre están con «por favor, no dejes que muera», o «por favor, déjame cruzar gratis». Estoy harto. Hace tres mil años que no me aumentan el sueldo. ¿Y te parece que los trajes como éste salen baratos?

—Se merece algo mejor. Un poco de aprecio. Respeto. Buena paga.

Debía decir que aunque mentía extremadamente mal el chaval sí que tenía labia, Annabeth y ella se sonrieron al ver que las cosas funcionaban.

 —Debo decir, chaval, que lo que dices tiene algo de sentido. 

—Yo podría mencionarle a Hades que usted necesita un aumento de sueldo...

—De acuerdo. El barco está casi lleno, pero intentaré meteros con calzador, ¿vale? —Se puso en pie, recogió las monedas y dijo—: Seguidme. Vale. Escuchad: que a nadie se le ocurra pasarse de listo en mi ausencia —anunció a la sala de espera—. Y si alguno vuelve a tocar el dial de mi micrófono, me aseguraré de que paséis aquí mil años más. ¿Entendido?

Cerró las puertas. Metió una tarjeta magnética en una ranura del ascensor y empezamos a descender

 —¿Qué les pasa a los espíritus que esperan? —preguntó Annabeth. 

—Nada —repuso Caronte.

—¿Durante cuánto tiempo?

—Para siempre, o hasta que me siento generoso.

—Vaya —dijo Annabeth—. Eso no parece... justo.

—¿Quién ha dicho que la muerte sea justa, niña? Espera a que llegue tu turno. Yendo a donde vas, morirás pronto.

—Saldremos vivos —respondí. 

—Ja. 

En cuanto Caronte cambió de forma y el ascensor comenzó a ir hacia delante Lara sintió un pequeño mareo.

—¿Qué pasa?

—No, nada.

—Me parece que me estoy mareando —dijo Grover.

En un parpadeo el ascensor no era un ascensor sino una barcaza, lo cual la sorprendió muchísimo.

—El río Estige —murmuró Annabeth—. Está tan... 

—Contaminado —la ayudó Caronte—. Durante miles de años, vosotros los humanos habéis ido tirando de todo mientras lo cruzabais: esperanzas, sueños, deseos que jamás se hicieron realidad. Gestión de residuos irresponsable, si vamos a eso.

La garganta de de la castaña se había cerrado con fuerza. Tenía que pensar en cosas bonitas, como en un viaje por la playa, la playa de Hawaii como la de Lilo & Stitch, y si podía podía pensar en tener a su pequeño bicho azul como parte de su disfuncional y rota familia. Iba a querer uno de esos si salía con vida del inframundo. Si le hubieran advertido de ello hacía dos años Lara les hubiera tachado de locos.

Vio las manos entrelazadas de Percy y Annabeth y ese en nudo en la garganta se volvió más fuerte, ellos se habían vuelto muy cercanos en la misión y ella se había sentido como un estorbo total todo el viaje.

La orilla del inframundo apareció a la vista. 

—El viejo Tres Caras está hambriento. Mala suerte, diosecillos. Te desearía suerte, chaval —dijo Caronte—, pero es que ahí abajo no hay ninguna. Pero oye, no te olvides de comentar lo de mi aumento.

Lara bajó junto a Grover, quien la miraba con una pequeña sonrisa, sonrisa de intento de calmarla, aunque no sabía si a ella o a él mismo, pero lo dejó pasar.

Miró las tres puertas, luego a sus compañeros, que parecían saber lo que hacían, menos Percy, se sentía Percy ahora mismo.

—¿Qué te parece?

—La cola rápida debe de ir directamente a los Campos de Asfódelos. No quieren arriesgarse al juicio del tribunal, porque podrían salir mal parados.

—¿Hay un tribunal para los muertos?

—Sí. Tres jueces. Se turnan los puestos. El rey Minos, Thomas Jefferson, Shakespeare; gente de esa clase. A veces estudian una vida y deciden que esa persona merece una recompensa especial: los Campos Elíseos. En otras ocasiones deciden que merecen un castigo. Pero la mayoría... en fin, sencillamente vivieron, son historia. Ya sabes, nada especial, ni bueno ni malo. Así que van a parar a los Campos de Asfódelos.

—¿A hacer qué?

—Imagínate estar en un campo de trigo de Kansas para siempre.

—Podría vivir peor —contestó con una media sonrisa.

—Qué agobio.

—Tampoco es para tanto —murmuró Grover—. Mira. Es el predicador de la tele, ¿te acuerdas?

—Anda, sí.

—Castigo especial de Hades —supuso Grover—. La gente mala, mala de verdad, recibe una atención personal en cuanto llegan. Las Fur... Las Benévolas prepararán una tortura eterna para él.

—Pero si es predicador y cree en un infierno diferente... —objeté.

—¿Quién dice que esté viendo este lugar como lo vemos tú y yo? Los humanos ven lo que quieren ver. Sois muy cabezotas... quiero decir, persistentes.

—¿Qué podría ver sino? 

Grover se encogió de hombros.

Y de pronto pudo distinguir más o menos una figura grande y de tres cabezas.

—Es un rottweiler. 

Lara saltó de la emoción, los rottweiler eran su raza de perro favoritos, aunque se contentaría con cualquier perro si tuviera uno, pero tenía preferencias.

—Ya lo veo mejor —murmuré—. ¿Por qué pasa eso?

—Creo... —Annabeth se humedeció los labios—. Me temo que es porque nos encontramos más cerca de estar muertos.

Lara se miró a sí misma en busca de algun signo y Annabeth le dio una colleja.

—Huele a los vivos.

—Pero no pasa nada. Porque tenemos un plan.

Éxitos —murmuró, cuando Annabeth la miró desconcertada supo que lo había vuelto a hacer.

—Ya —musitó Annabeth—. Eso, un plan. 

Cuando se acercaron la cabeza de en medio pegó un ladrido tan fuerte que Lara saltó del susto.

—¿Lo entiendes? 

—Sí lo entiendo, sí. Vaya si lo entiendo.

—¿Qué dice?

—No creo que los humanos tengan una palabra que lo exprese exactamente.

En cuanto Percy sacó el palo de la mochila la castaña comenzó a respirar con normalidad.

—Ey, grandullón. Seguro que no juegan mucho contigo.

—¡GRRRRRRRRR!

—Buen perro. ¡Agárralo! 

—Creo que no tiene pinta de ir a por el palito.

—Esto... —musitó Grover—. ¿Percy?

—¿Sí?

—Creo que te interesará saberlo.

—¿El qué?

—Cerbero dice que tenemos diez segundos para rezar al dios de nuestra elección. Después de eso...bueno... el pobre tiene hambre.

—¡Esperad! 

—Cinco segundos —informó Grover—. ¿Corremos ya?

Annabeth sacó una pelota de goma roja del tamaño de un pomelo. Se encaminó directamente hacia Cerbero y Lara pensó que ya estaba, que hasta ahí iba a llegar la rubia.

—¿Ves la pelotita? —le gritó—. ¿Quieres la pelotita, Cerbero? ¡Siéntate! ¡Siéntate! —volvió a ordenarle Annabeth.

—Annabeth va a pasar a ser galleta de perro —murmuró Percy a su lado y no pudo evitar darle la razón.

—¡Perrito bueno! —dijo Annabeth, y le tiró la pelota. 

Él la cazó al vuelo con las fauces del medio. Apenas era lo bastante grande para mordisquearla siquiera, y las otras dos cabezas empezaron a lanzar mordiscos hacia el centro, intentando hacerse con el nuevo juguete. Lara estaba tan fascinada que dio un paso hacia delante, pero el brazo de Percy evitó que siguiera para adelante.

Ambos parecieron tener una conversación con la mirada

—¡Suéltala! Muy bien. Id ahora. La fila de muerte rápida es la más rápida.

—Pero... 

—¡Ahora! —ordenó.

Ya no se sentía tan mangoneada, iba a hacer siempre caso a ese tono.

—¡Quieto! —ordenó Annabeth al monstruo—. ¡Si quieres la pelotita, quieto!

—¿Qué pasará contigo?

—Sé lo que estoy haciendo, Percy —murmuró—. Por lo menos, estoy bastante segura...

—Se te quiso Annie —la rubia la lanzó una mirada moribunda mientras pasaban por las patas de Cerbero, y si era por ella en su vida volvía a ir al inframundo queriendo, cuando muriera ya vería.

—¡Perrito bueno! 

—¿Cómo has hecho eso?

—Escuela de adiestramiento para perros. Cuando era pequeña, en casa de mi padre teníamos un doberman...

—Ay que chulo —dijo alargando la o final.

—Eso ahora no importa —interrumpió Grover —. ¡Vamos!

—Perrito bueno —dijo Annabeth con voz de pena. Las cabezas del monstruo se ladearon, como preocupado por ella, las cosas que estaba aprendiendo en la misión no las iba a desaprender jamás.—Pronto te traeré otra pelota —prometió Annabeth—. ¿Te gustaría? Perro bueno. Vendré a verte pronto. Te... te lo prometo. —Annabeth se volvió hacia nosotros—.Vamos.

En cuanto pasaron las puertas las alarmas sonaron despampanantes, y cuando pasaron las del inframundo fue muchísimo peor. Correr siempre se le había dado bien a la castaña, por lo que tomó la delantera hasta que unos minutos después se escondieron detrás de un tronco.

—Bueno, Percy —murmuró Grover—, ¿qué hemos aprendido hoy?

—¿Que los perros de tres cabezas prefieren las pelotas rojas de goma a los palos?

—No —contestó Grover—. Hemos aprendido que tus planes son perros, ¡perros de verdad!

—Y que Annabeth tiene mejores planes —Grover asintió de acuerdo con ella, Percy no intentó rebatir esa afirmación.

Caminaron dentro de la cueva entre muchísima gente, y casi se había perdido de sus amigos si no fuera porque la cabeza rubia de Annabeth se distinguía perfectamente entre la multitud. Como una niña pequeña al final se había tenido que agarrar de la mano de su amiga para no perderse, porque se quedaba mirando a gente o la gruta en general y se perdía ella sola.

En cuanto llegaron a las filas Lara tragó grueso, no sabía como era posible que tanta gente pudiera estar muerta y que siguiera habiendo espacio. Al entrar a los campos de Asfódelos Lara solo quiso dar media vuelta y volver con el perro que podía haberla comido, era tan deprimente todo. Los elíseos habían parecido una buena idea, pero dudaba llegar algún día allí.

Tras unos kilómetros caminando, Lara pudo divisar a las Furias a lo lejos.

—Supongo que es un poco tarde para dar media vuelta —comentó Grover. 

—No va a pasarnos nada. —

—A lo mejor tendríamos que buscar en otros sitios primero —sugirió Grover—. Como el Elíseo, por ejemplo... 

—Venga, pedazo de cabra. —Annabeth lo agarró del brazo. 

Las zapatillas se habían vuelto medio locas.

—Grover —lo regañó Annabeth—. Basta de hacer el tonto. 

—Pero si yo no... 

Sus zapatos revoloteaban como locos. Levitaron unos centímetros por encima del suelo y empezaron a arrastrarlo. 

—Maya! —pero la palabra mágica no surtió efecto—. Maya! ¡Por favor! ¡Llamad a emergencias! ¡Socorro!

Empezaron a correr, Lara casi llegando a coger su mano, aunque estaba cogiendo muchísima velocidad.

—¡Desátate los zapatos! —vociferó Annabeth. 

—¡Grover! ¡Agárrate a algo! 

—¿Qué? 

Todo era más oscuro, olía fatal y a Lara le entraron náuseas, pero no dijo nada, seguía corriendo con Grover intentando aferrarse a las cosas y Annabeth y Percy corriendo detrás de ella.

Al final de la colina había un crater y en ese agujero un gran abismo, los pelos de los brazos se le erizaron.

—¡Venga, Percy! 

—Pero eso es... 

—¡Ya lo sé! ¡Es el lugar que describiste en tu sueño! Pero Grover va a caer dentro si no lo alcanzamos. 

Grover le dio una patada a una roca grande y la izquierda salió disparada hacia la oscuridad del abismo. La derecha seguía tirando de él, pero Grover pudo frenarse aferrándose a la roca y utilizándola como anclaje. Lara llegó la primera y lo agarró con fuerza, para evitar que pasase cualquier cosa. Entre los tres consiguieron tirar de él hacia arriba.

Al final al otra zapatilla salió sola.

—No sé cómo... —jadeó—. Yo no... 

—Espera. Escucha. 

—Percy, este lugar... 

—Chist. 

—¿Q-qué es ese ruido?

—El Tártaro. Ésta es la entrada al Tártaro.

—Magia.

—Magia mala y oscura, Percy.

—Tenemos que salir de aquí —repuso Annabeth.

Salir de allí con un sátira del que tironear, el agujero ensanchándose y un Percy patoso era lo último que necesitaba. Para la próxima no volvía a ir con ellos a ninguna parte. Al Tártaro menos, lo que la faltaba ya.

—¿Qué era eso? —musitó Grover, cuando nos derrumbamos en la relativa seguridad de una alameda—. ¿Una de las mascotas de Hades?

Percy y Annabeth se miraron, y Lara supo que Annabeth tenía una pequeña idea de quien demonios era quien había ahí abajo, o qué. Percy tenía cara de saber que Annabeth lo sabía también, pero no dijo nada.

—Sigamos. ¿Puedes caminar?

—Sí, sí, claro —suspiró—. Bah, nunca me gustaron esas zapatillas.

De pronto no tenía tantas ganas de estar muerta. Ni de morir. Entre el foso, el perrito asesino, y las colas que había cuando llegase su hora esperaba que fuera un día con menos ajetreo.

El palacio de Hades tenía unas murallas externas que relucían negras, y puertas de bronce de dos pisos de altura estaban abiertas de par en par. Había un patio en el jardín más extraño con setas multicolores, arbustos venenosos y raras plantas luminosas que crecían sin luz. Pilas de rubíes enormes, macizos de diamantes en bruto. En el centro del jardín había un huerto de granados, cuyas flores naranja neón brillaban en la oscuridad.

Supuso que tenía algo que ver con las semillitas con las que Perséfone se había quedado en el Inframundo.

—Éste es el jardín de Perséfone —explicó Annabeth—. Seguid andando.

Sin que se dieran cuenta Lara robó una granada y se la metió al bolsillo, quizá en algún momento la iba a necesitar.

No miró demasiado a su alrededor mientras se encaminaba hacia Annabeth.

—¿Sabéis? —murmuró Grover—, apuesto lo que sea a que Hades no tiene problemas con los vendedores puerta a puerta. 

—Bueno, chicos —dije—. Creo que tendríamos que... llamar.

—Supongo que eso significa entrez-vous —comentó Annabeth.

—Eso significa muerte entre terribles sufrimientos —Annabeth la dio un codazo.

Iba a poner una queja, se estaba llevando mucho últimamente.

Lara vio a Hades y no supo si quería salir por patas o ser como él, tenía pinta que le daba igual todo y que hacía lo que quería.

—Eres valiente para venir aquí, hijo de Poseidón —articuló con voz empalagosa—. Después de lo que me has hecho, muy valiente, a decir verdad. O puede que seas sólo muy insensato.

Annabeth la agarró la mano para despertarla, había lago en el ambiente que la hacía querer dormir como un maldito lirón.

—Señor y tío, vengo a haceros dos peticiones.

—¿Sólo dos peticiones? —preguntó Hades—. Niño arrogante. Como si no te hubieras llevado ya suficiente. Habla, entonces. Me divierte no matarte aún.

Annabeth se aclaró la garganta y me hincó un dedo en la espalda.

—Señor Hades. Veréis, señor, no puede haber una guerra entre los dioses. Sería... chungo.

—Muy chungo —añadió Grover.

—Chungo nivel Guerra de Troya —apoyó Lara, intentando calmar las cosas en su pecho.

maldito corazón desbocado.

—Devolvedme el rayo maestro de Zeus. Por favor, señor. Dejadme llevarlo al Olimpo.

—¿Osas venirme con esas pretensiones, después de lo que has hecho?

—Esto... tío. No paráis de decir «después de lo que has hecho». ¿Qué he hecho exactamente?

El salón del trono se sacudió con un temblor tan fuerte que probablemente lo notaron en Los Angeles.Cayeron escombros del techo de la caverna. Las puertas se abrieron de golpe en todos los muros, y losguerreros esqueléticos entraron, docenas de ellos, de todas las épocas y naciones de la civilizaciónoccidental. Formaron en el perímetro de la sala, bloqueando las salidas.

—¿Crees que quiero la guerra, diosecillo? 

—Sois el Señor de los Muertos. Una guerra expandiría vuestro reino, ¿no?

—¡La típica frasecita de mis hermanos! ¿Crees que necesito más súbditos? Pero ¿es que no has visto la extensión de los Campos de Asfódelos?

—Bueno...

—¿Tienes idea de cuánto ha crecido mi reino sólo en este último siglo? ¿Cuántas subdivisiones he tenido que abrir? Más demonios de seguridad —se lamentó—. Problemas de tráfico en el pabellón del juicio. Jornada doble para todo el personal... Antes era un dios rico, Percy Jackson. Controlo todos los metales preciosos bajo tierra. Pero ¡y los gastos!

—Caronte quiere que le subáis el sueldo.

—¡No me hagas hablar de Caronte! ¡Está imposible desde que descubrió los trajes italianos! Problemas en todas partes, y tengo que ocuparme de todos personalmente. ¡Sólo el tiempo que tardo en llegar desde palacio hasta las puertas me vuelve loco! Y los muertos no paran de llegar. No, diosecillo. ¡No necesito ayuda para conseguir súbditos! Yo no he pedido esta guerra.

—Pero os habéis llevado el rayo maestro de Zeus.

—¡Mentiras! Tu padre puede que engañe a Zeus, chico, pero yo no soy tan tonto. Veo su plan.

—¿Su plan?

—Tú robaste el rayo durante el solsticio de invierno. Tu padre pensó que podría mantenerte en secreto. Te condujo hasta la sala del trono en el Olimpo y te llevaste el rayo maestro y mi casco. De no haber enviado a mi furia a descubrirte a la academia Yancy, Poseidón habría logrado ocultar su plan para empezar una guerra. Pero ahora te has visto obligado a salir a la luz. ¡Tú confesarás ser el ladrón del rayo, y yo recuperaré mi yelmo!

—Pero... —terció Annabeth, desconcertada—. Señor Hades, ¿vuestro yelmo de oscuridad también ha desaparecido?

—No te hagas la inocente, niña. Tú y el sátiro habéis estado ayudando a este héroe, habéis venido aquí para amenazarme en nombre de Poseidón, sin duda habéis venido a traerme un ultimátum. ¿Cree Poseidón que puede chantajearme para que lo apoye?

—¡No! ¡Poseidón no ha... no ha...!

—No he dicho nada de la desaparición del yelmo, porque no albergaba ilusiones de que nadie en el Olimpo me ofreciera la menor justicia ni la menor ayuda. No puedo permitirme que se sepa que mi arma más poderosa y temida ha desaparecido. Así que te busqué, y cuando quedó claro que venías a mí para amenazarme, no te detuve.

—¿No nos detuvisteis? Pero...

—Devuélveme mi casco ahora, o abriré la tierra y devolveré los muertos al mundo —amenazó Hades—. Convertiré vuestras tierras en una pesadilla. Y tú, Percy Jackson, tu esqueleto conducirá mi ejército fuera del Hades.

—Sois tan chungo como Zeus. ¿Creéis que os he robado? ¿Por eso enviasteis a las Furias por mí?

—Por supuesto.

—¿Y los demás monstruos?

—De eso no sé nada. No quería que tuvieras una muerte rápida: quería que te trajeran vivo ante mí para que sufrieras todas las torturas de los Campos de Castigo. ¿Por qué crees que te he permitido entrar en mi reino con tanta facilidad?

—¿Tanta facilidad?

—¡Devuélveme mi yelmo!

—Pero yo no lo tengo. He venido por el rayo maestro.

—¡Pero si ya lo tienes! —gritó Hades—. ¡Has venido aquí con él, pequeño insensato, pensando que podrías amenazarme!

—¡No lo tengo!

—Abre la bolsa que llevas.

Dentro había un cilindro de metal de medio metro, conpinchos a ambos lados, que zumbaba por la energía que contenía.

—Percy —dijo Annabeth—, ¿cómo...?

—N-no lo sé. No lo entiendo.

—Todos los héroes sois iguales —apostilló Hades—. Vuestro orgullo os vuelve necios... Mira que creer que podías traer semejante arma ante mí. No he pedido el rayo maestro de Zeus, pero, dado que está aquí, me lo entregarás. Estoy seguro de que se convertirá en una excelente herramienta de negociación. Y ahora... mi yelmo. ¿Dónde está?

—Señor Hades, esperad —dijo Percy—. Todo esto es un error.

—¿Un error? No se trata de ningún error —prosiguió Hades—. Sé por qué has venido; conozco el verdadero motivo por el que has traído el rayo. Has venido a cambiarlo por ella. Sí. Yo me la llevé. Sabía, Percy Jackson, que al final vendrías a negociar conmigo. Devuélveme mi casco y puede que la deje marchar. Ya sabes que no está muerta. Aún no. Pero si no me complaces, eso puede cambiar. Ah, las perlas. Sí, mi hermano y sus truquitos. Tráemelas, Percy Jackson. Sólo cuatro —comentó Hades—. Qué pena. ¿Te das cuenta de que cada perla sólo protege a una persona? Intenta llevarte a tu madre, pues, diosecillo. ¿A cuál de tus amigos dejarás atrás para pasar la eternidad conmigo? Venga, elige. O dame la mochila y acepta mis condiciones. 

Lara miró a Annabeth, miró a la rubia esperando encontrar algo de comodidad en su mirada, de seguridad. Pero todo lo que encontró era un rostro sombrío, y eso la hizo saber que les cosas no iban a acabar bien.

—Nos han engañado. Nos han tendido una trampa.

—Sí, pero ¿por qué? —preguntó Annabeth—. Y la voz del foso...

—Aún no lo sé. Pero tengo intención de preguntarlo.

 —¿Quién nos ha engañado?

—¡Decídete, chico! —apremió Hades.

—Percy, no puedes darle el rayo.

—Eso ya lo sé.

—Déjame aquí —dijo—. Usa la cuarta perla para tu madre.

Lara negaba con la cabeza, debía de haber otra manera. Estaba segura de ello.

—¡No!

—Soy un sátiro —repuso Grover—. No tenemos almas como los humanos. Puede torturarme hasta que muera, pero no me tendrá para siempre. Me reencarnaré en una flor o en algo parecido. Es la mejor solución.

—No. Id vosotros tres. Grover, tú debes proteger a Percy. Además, tienes que sacarte la licencia para buscar a Pan. Sacad a su madre de aquí. Yo os cubriré. Tengo intención de caer luchando.

—Ni hablar —respondió Grover—. Yo me quedo.

—Piénsatelo, pedazo de cabra —replicó Annabeth.

—Lo mejor es que me quede yo, no he ayudado en absoluto en esta misión. Seguro que encontraré una manera de salir, la palabrería es lo mío —dijo con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Annabeth le dio una colleja.

—Dentro de todas las posibilidades esta no está entre las prioridades —Lara fue a replicar.

—Debería quedarme yo —volvió a replicar Grover.

—¡Basta ya! Sé qué hacer. Tomad estas tres. —Percy les dio una a cada uno, y Lara negaba, el chico les había salvado muchísimas veces, lo justo no era que se quedase él.

—Pero Percy... 

—Lo siento. Volveré. Encontraré un modo. 

—¿Diosecillo...?

—Encontraré vuestro yelmo, tío. Os lo devolveré. No os olvidéis de aumentarle el sueldo a Caronte.

—No me desafíes...

—Y tampoco pasaría nada si jugaras un poco con Cerbero de vez en cuando. Le gustan las pelotas de goma roja.

—Estás tentando a la suerte Percy...

—Percy Jackson, no vas a...

—¡Ahora, chicos!

—¡Destruidlos! 

Los fragmentos de perlas explotaron a los pies de la castaña con un estallido de luz verde y una ráfaga de aire fresco quedando encerrada en una esfera lechosa que empezó a flotar por encima del suelo. Annabeth estaba a su lado, Grover un poquito más atrás y Percy delante.

—¡Mira arriba! —gritó Grover—. ¡Vamos a chocar!

—¿Cómo se controlan estas cosas?

—¡No creo que puedan controlarse! 

Lara ya estaba despidiéndose de su madre, maldiciendo a su padre y esperando que fuera rápido e indoloro. pero de pronto estaban atravesando roca sólida como si nada y eso la hizo suspirar. ¡No estaban muertos!






Luego llegaron al mar, y nada más llegar a la superficie estallaron.

después de ocho millones de años aquí está el nuevo capítulo de mí bebé

espero que os guste, ¡os leo!

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