O8: Echoes of the Heart.

El silencio de la mañana se extendía por la casa de Sana una vez que JiHyo se había marchado. La castaña se quedó junto a la puerta, escuchando el eco de los pasos de su amiga alejándose. A pesar de la calma aparente, sentía el latido acelerado de su propio corazón, como si cada pulsación estuviera marcada por las dudas que la rodeaban desde hace días. Lentamente, se dirigió hacia la sala y se dejó caer en el sofá, suspirando con los ojos cerrados mientras trataba de ordenar sus pensamientos.

La nipona había experimentado muchas cosas en su vida, pero ninguna como esto: el dilema de ayudar a JiHyo, porque era su amiga, o de reconocer que había algo más en su cercanía que la simple amistad. Se descubría preocupándose por ella de un modo que jamás había sentido por alguien más. Quería protegerla, consolarla, hacerla sonreír después de tantas decepciones.

Pero ¿por qué su corazón palpitaba con tanta intensidad? ¿Era esto lo que significaba enamorarse de alguien?

Sacudió la cabeza, intentando disipar esos pensamientos. Después de todo, JiHyo estaba en un momento vulnerable, y ella no tenía derecho a complicarlo todo con sentimientos confusos.
Se preguntaba si estaba siendo egoísta, si acaso su interés en ayudar a la azabache se entremezclaba con un deseo personal, uno que no estaba segura de querer admitir.

—¿Realmente estoy ayudándola por amistad... o por algo más? — se preguntó, sintiendo un nudo formarse en su estómago.

La mirada de Park, la forma en que la abrazaba, el contacto de sus dedos apenas rozando su piel... cada momento se grababa en su memoria con una intensidad que la hacía dudar de sí misma. Sana sabía que ese tipo de sensaciones nunca habían surgido en ninguna de sus amistades anteriores.
Había algo en JiHyo que la llenaba de una calidez indescriptible y, al mismo tiempo, de una inquietud desconocida. Decidió que, por el bien de ambas, lo mejor era darse un poco de espacio para aclarar sus sentimientos.

JiHyo conducía de regreso a su casa, con el peso de la conversación con Daniel aún fresco en su mente, aunque más difuso bajo el recuerdo del abrazo de Sana. Una sensación extraña y envolvente la acompañaba desde que dejó la casa de su amiga, algo que nunca había sentido en su relación con Kang o con cualquier otra amistad.
Sana era diferente; su presencia tenía el poder de calmar el caos en su mente y hacerla sentir, por un breve instante, que no estaba sola.

En medio de esa tranquilidad, sin embargo, surgía una pregunta inevitable; ¿por qué la relación con Sana se sentía tan distinta?

Recordó el modo en que sus miradas se cruzaban, cómo sus corazones parecían sincronizarse cuando estaban cerca. JiHyo siempre había valorado la amistad de Minatozaki, pero esta última vez, algo había cambiado. No sabía si era el consuelo profundo que encontraba en ella o si era la manera en que la mayor la miraba, una mirada que decía más de lo que se atrevían a admitir en voz alta. JiHyo negó con la cabeza, intentando apartar la idea de su mente, pero el recuerdo persistía como un susurro insistente.

—No debería sentirme así por una amiga... ¿o sí?

Mientras estacionaba su auto frente a su casa, se dio cuenta de que esas preguntas la acechaban y no encontraba respuestas que le brindaran tranquilidad.
Sentía que no estaba lista para profundizar en ello, pero algo en su interior no le permitía simplemente ignorarlo.

Al entrar a su hogar, JiHyo se apoyó en la pared, cerrando los ojos mientras respiraba hondo. Quería apartar el recuerdo de esa mañana, el calor del abrazo de Sana, las caricias que no debían significar nada, pero que inexplicablemente se grababan en su piel. De alguna manera, a pesar de la devastación que experimentaba por su matrimonio roto, había encontrado una especie de refugio en la compañía de Sana, y esa seguridad empezaba a desmoronar sus propias barreras. No podía evitar pensar en la manera en que la castaña la sostenía, como si cada palabra, cada toque, tuvieran un propósito que trascendía la amistad.

Ambas decidieron darse espacio.

Intentaban mantener sus interacciones más superficiales, más distantes, pero el deseo de volver a verse se volvía cada vez más difícil de ignorar. Las reuniones con NaYeon se hacían cada vez más breves, y aunque las risas aparecían de vez en cuando, ambas notaban la tensión en el aire, como si cada conversación contuviera palabras no dichas y sentimientos reprimidos.

JiHyo intentaba convencerse de que necesitaba ese tiempo para sanar, para reconfigurar su vida después de la confesión de Daniel.
Pero cuando cerraba los ojos, la figura de Sana se presentaba en su mente, trayendo consigo una calma que se tornaba incómoda y fascinante al mismo tiempo.

Sana notaba cómo el deseo de ayudar a JiHyo se transformaba en algo que empezaba a asustarla. Había experimentado lo suficiente con sus exmaridos para conocer los síntomas de una atracción, pero aquello era algo más, algo que no podía definir. Se daba cuenta de que en cada mirada, en cada toque, existía un impulso profundo, una necesidad de estar cerca de JiHyo que desbordaba los límites de la amistad.
La nipona sabía que si no se aclaraba a sí misma, ese sentimiento podría acabar hiriendo a ambas.

Ambas sabían que algo importante había cambiado, y que esa distancia que intentaban poner entre ellas solo aumentaba la intensidad de sus sentimientos.

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