O3: The Limit of What is Forbidden.

El silencio entre ellas se volvió insoportable.

JiHyo, que normalmente habría cambiado de tema para evitar el dolor, no lo hizo. En su lugar, apretó la mano de Sana, mientras su mirada estaba fija en la de ella, buscando consuelo, buscando algo más. Y Minatozaki, atrapada en ese momento, sintió cómo su corazón latía con fuerza, luchando por contenerse.

Nunca había estado tan cerca de la verdad como en ese momento... tan cerca de JiHyo, no solo física, sino emocionalmente.

Lo que habían compartido hasta ahora era amistad, pero ahora... esto se sentía diferente.

El viento de la tarde agitó suavemente las hojas a su alrededor, un contraste irónico con la tensión que reinaba entre las dos mujeres. JiHyo apartó la mirada por un momento, como si las palabras que acababa de decirle a la castaña la hubieran dejado vulnerable de una manera que no esperaba. Quizás temía haber revelado demasiado, haber dejado que la barrera de confianza desmoronara demasiado rápido.

—No sé qué hacer, Sana —dijo finalmente la coreana, con la voz quebrada— Siento que me estoy ahogando.

Sana no respondió de inmediato. Estaba luchando contra sus propios pensamientos, contra el deseo creciente que palpitaba justo debajo de la superficie. Park estaba tan cerca, tan abierta en su dolor, y la castaña no podía evitar sentirse atraída por esa vulnerabilidad.

¿Era esto lo que había esperado?

¿Qué JiHyo finalmente reconociera que su matrimonio estaba roto?

La culpa asomó por un momento, pero rápidamente fue desplazada por una oleada de emociones más intensas. No era el momento para dudas.

—JiHyo... —susurró la más baja suavemente, con un temblor que apenas podía controlar— no tienes que decidirlo ahora mismo. Pero quiero que sepas que... estoy aquí para ti. Siempre.

Sus palabras eran sinceras, pero también cargadas de un significado que JiHyo no parecía haber captado completamente.
O quizás sí, porque en ese instante, la azabache la miró como nunca lo había hecho. No era solo una mirada de amistad, ni siquiera de agradecimiento. Era algo más profundo, más íntimo, y en el fondo, Sana supo que JiHyo también lo sentía.

JiHyo tragó saliva, apartando la vista por un segundo. Luego, en un movimiento que pareció más instintivo que deliberado, su mano se deslizó suavemente por la de Sana, entrelazando los dedos con los de ella. El contacto fue delicado, pero cargado de una intensidad que hizo que el corazón de Minatozaki se disparara.

—Gracias —murmuró la azabache, sus ojos volviendo a los de Sana con una mezcla de confusión y necesidad. Era como si buscara algo en la mirada de su amiga, algo que pudiera darle consuelo, pero también respuestas.

La castaña sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso. Este era el punto sin retorno, lo sabía. Podía dar un paso atrás, mantenerse en la seguridad de la amistad, o podía seguir adelante y cruzar esa línea que las separaba. El roce de las manos de JiHyo contra su piel era suficiente para hacer que cualquier duda se desvaneciera lentamente.

—Siempre has sido fuerte, JiHyo —dijo con su voz apenas un susurro— Pero no tienes que serlo todo el tiempo.

La mirada de Park se suavizó, y por un segundo, el dolor en sus ojos pareció disiparse. Algo estaba cambiando entre ellas, algo que no se podía ignorar. El espacio entre sus cuerpos se sentía más pequeño, más íntimo, y el simple hecho de estar tan cerca de JiHyo hacía que el deseo reprimido de Sana saliera a la superficie.

Entonces, JiHyo se inclinó ligeramente hacia adelante, como si buscara el apoyo de Sana, como si estuviera lista para dejar caer las defensas que había mantenido durante tanto tiempo. Sus labios se separaron levemente, y su respiración se volvió más rápida y, superficial.

Sana no pudo evitarlo.

El impulso fue más fuerte que la razón.

Se inclinó hacia JiHyo, su rostro a escasos centímetros del de ella, y por un segundo, ambas se quedaron allí, mirándose, compartiendo una proximidad que parecía ir más allá de lo físico.

El roce de sus narices fue tan delicado que podría haberse perdido en un suspiro. Un segundo de duda, un segundo en que el mundo pareció detenerse. Sana sentía la calidez del aliento de JiHyo contra su piel, y antes de que pudiera controlarse, su mano se deslizó lentamente por el brazo de su amiga, subiendo hasta su cuello.

Pero en el último momento, JiHyo cerró los ojos y se apartó.

No fue un rechazo brusco, sino más bien un movimiento suave, como si luchara internamente con lo que estaba sucediendo. Sana se quedó congelada, con el corazón latiendo con fuerza, y aunque la distancia entre ellas aumentó, la conexión no se rompió.

—Lo siento... —murmuro JiHyo, casi en un susurro quebrado.

Sana tragó saliva, no podía forzarla, no podía empujarla a algo para lo que aún no estaba lista. Pero el hecho de que JiHyo hubiera estado tan cerca, de que hubiera habido esa posibilidad, era suficiente para hacer que la esperanza floreciera en su pecho.

—No tienes que disculparte —dijo Sana, su voz suave pero firme— Solo... quiero que sepas que estoy aquí. Para lo que necesites.

El silencio volvió a asentarse entre ellas, más pesado y cargado que nunca. Park, todavía perturbada por lo que casi había ocurrido, evitaba la mirada de la nipona, pero la tensión entre ambas seguía ahí, esperando un momento para explotar.

Sabían que esto no terminaría aquí. Algo había cambiado entre ellas, y aunque ninguna de las dos se atrevía a decirlo en voz alta, ambas lo sentían.
Había comenzado un juego peligroso, uno que podría destruir su amistad o llevarlas a algo más profundo... más prohibido.

Pero por ahora, ese momento tendría que esperar.

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