18: Promises.

La noche era clara y tranquila, con un cielo despejado y una luna llena que cubría la ciudad con su brillo plateado. La terraza de Sana estaba decorada con esmero: velas colocadas estratégicamente iluminaban la mesa con un resplandor cálido, mientras un ramo de rosas blancas en el centro simbolizaba un nuevo comienzo. Todo era perfecto, un reflejo del cuidado que había puesto para hacer de esa noche algo especial.

JiHyo llegó puntual, vistiendo un sencillo vestido negro que realzaba su figura y contrastaba con el intenso color chocolate de sus ojos. Cuando Minatozaki abrió la puerta, quedó sin aliento por un instante, admirándola en silencio. Había algo en la forma en que la azabache sostenía su bolso, una mezcla de nerviosismo y determinación, que la hacía aún más hermosa a sus ojos.

—Pasa —dijo la mayor finalmente, con una sonrisa que buscaba calmar los nervios de ambas, extendiendo su mano hacia ella.

Park aceptó el gesto y siguió a Sana hasta la terraza. Al ver el ambiente que la rodeaba, sus ojos se iluminaron con sorpresa y una tímida sonrisa asomó en su rostro.

—Esto es... hermoso, Shiba. No tenías que hacer tanto.

—Sí tenía. —Sana le entregó una copa de vino y le dedicó una mirada llena de significado. —Quiero que esta noche sea inolvidable, para las dos.

Se sentaron a la mesa, y la conversación comenzó ligera, llena de risas y anécdotas cotidianas: las travesuras de YunJin, las clases de pilates de Sana, y las novedades en las clases de manualidades de JiHyo. Sin embargo, a medida que terminaban el plato principal, la charla tomó un tono más serio.

—He pensado mucho en nosotras —confesó JiHyo, dejando su copa a un lado y mirando directamente a la castaña.

—Yo también. —la mayor entrelazó sus dedos sobre la mesa, inclinándose hacia adelante, con una mezcla de esperanza y nerviosismo. —Y quiero saber qué has decidido.

JiHyo respiró hondo antes de responder. —Me sigue asustando, Sana. Todo esto... Cambiar mi vida, aceptar lo que siento por ti... Es como derribar un muro que construí por años.

—A veces, esos muros solo nos detienen de vivir de verdad —murmuró Sana, con una ternura que desarmó a la azabache.

Los ojos de Park se llenaron de lágrimas, pero una sonrisa sincera apareció en sus labios. —Lo sé. Y creo que estoy lista para derribarlo.

El corazón de Minatozaki dio un vuelco. —¿De verdad?

—Sí. —JiHyo asintió, con la voz cargada de emoción. —Quiero esto, quiero intentarlo contigo.

Sana se levantó, rodeando la mesa hasta llegar al lado de JiHyo. Tomándola suavemente de las manos, la ayudó a ponerse de pie y la guio hasta el borde de la terraza, donde las luces de la ciudad se extendían como un mar de estrellas bajo ellas.

—No puedo prometer que no voy a tener miedo o que no cometeré errores —continuó la coreana, con la voz quebrada pero firme. —Pero puedo prometerte que voy a darlo todo, porque lo que siento por ti es real.

Sana acarició su rostro, sus dedos rozando la suavidad de su piel mientras la miraba con un amor que no podía ocultar. —Eso es más de lo que podría pedir. Porque yo también te amo, Hyo. Te amo como nunca pensé que sería posible.

Las palabras flotaron entre ellas como una verdad largamente esperada. JiHyo se inclinó hacia la castaña, rodeándola con sus brazos en un abrazo que lo decía todo. El calor de sus cuerpos juntas, el latido compartido, eran la única certeza que ambas necesitaban.

—Te amo, Sana —susurró JiHyo contra su hombro, dejando que las lágrimas que había contenido fluyeran libremente.

Se separaron lo justo para mirarse a los ojos, y luego, sin dudarlo, Sana tomó su rostro entre las manos y la besó. Fue un beso lento, cargado de promesas, sin prisa ni reservas. Cuando se apartaron, ambas rieron suavemente, aliviadas y emocionadas por lo que acababan de compartir.

—Esto es una locura, ¿no crees? —dijo la azabache, sonriendo mientras apoyaba su frente contra la de Sana.

—La mejor locura de mi vida —respondió Minatozaki, antes de tomarla de la mano y guiarla de vuelta a la mesa.

De un cajón, sacó una pequeña caja de terciopelo azul. Al abrirla, un brazalete de oro con un colgante de infinito brilló bajo la luz de las velas.

—Quiero que lo tengas como un recordatorio de que este es solo el comienzo.

JiHyo tomó el brazalete, maravillada por su sencillez y significado. —Es perfecto.

Mientras Sana lo ajustaba en su muñeca, Park entrelazó sus dedos con los de ella.

—No sé qué nos depara el futuro, pero sé que quiero enfrentarlo contigo.

QUE PRECIOSO ES EL AMOR

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