17: Reunion.

El silencio en casa de Sana había sido ensordecedor esas semanas, sus hijas estaban en un campamento y Lisa, había tomado unos días de vacaciones. El aroma a café de las mañanas y el suave sonido de sus zapatillas contra el piso de mármol no lograban llenar el vacío que JiHyo había dejado. La castaña había intentado distraerse, inmersa en sus clases de yoga, en visitas al club social, incluso reorganizando su inmensa colección de joyería. Pero cada vez que se detenía, su mente regresaba a la misma escena: Sus labios rozándose con los de la azabache y, el miedo en sus ojos después de que Daniel apareció.

Cuando el sonido del timbre interrumpió sus pensamientos esa tarde. Cruzó la sala con pasos cautelosos, como si temiera que su imaginación le estuviera jugando una broma. Pero al abrir la puerta, la figura de Park apareció bajo la tenue luz del atardecer.

—Hola —dijo la menor, con una sonrisa tímida que apenas alcanzaba a esconder su incomodidad.

La castaña notó el ligero temblor en las manos de JiHyo mientras ajustaba nerviosamente las correas de su bolso. Algo en su pecho se relajó; estaba aquí, al menos eso significaba algo.

—Hola. —Minatozaki intentó sonar casual, aunque la presencia de la azabache hacía que su voz temblara. Dio un paso atrás, abriendo la puerta para dejarla entrar.

El ambiente en la sala era diferente esta vez. No había vino, ni juegos de mesa que suavizaran las emociones. El silencio se instaló entre ellas como un tercer invitado no deseado.

—No estaba segura de si debía venir. —JiHyo rompió el hielo con su mirada fija en sus propias manos.

—Me alegra que lo hayas hecho. —Sana intentó sonreír, pero había una seriedad en su voz que no pudo esconder.

Ambas se sentaron en el sofá, como dos desconocidas, aunque el recuerdo de sus besos aún flotaba entre ellas. Park jugueteó con el dobladillo de su blusa mientras Sana esperaba, dejando que fuera la coreana quien hablara primero.

—He estado pensando mucho... sobre nosotras. —JiHyo finalmente levantó la mirada, sus ojos llenos de emociones que parecía no saber cómo manejar. —Y no sé por dónde empezar.

La nipona asintió, inclinándose ligeramente hacia ella. —Dime lo que sientas, lo que necesites.

JiHyo dejó escapar un suspiro profundo, como si las palabras le pesaran demasiado.

Sé que estoy enamorada de ti, Sana. —Lo dijo de golpe, con una honestidad que parecía sorprender incluso a ella misma. —No puedo negarlo, no después de lo que sentí esa noche.

El corazón de la castaña dio un vuelco, pero no interrumpió. Quería escucharla, entender todo lo que estaba pasando por su mente.

—Pero también... también me siento confundida. —La azabache se levantó del sofá y comenzó a caminar por la sala, como si el movimiento pudiera ayudarla a organizar sus pensamientos. —Es un cambio tan drástico, Sana. Pasar de un matrimonio que claramente no funcionaba, pero que era mi vida durante tantos años, a esto... contigo.

—Lo entiendo —dijo la mayor, su voz suave pero firme. —Es mucho para asimilar.

JiHyo se detuvo, girándose hacia Sana con los brazos cruzados. —No soporto sentirme como una adolescente. Es ridículo, ¿no? Soy una mujer de cuarenta y tantos, con una hija y un matrimonio fallido. No debería estar aquí, en este torbellino de emociones, actuando como si no supiera lo que quiero.

—No es ridículo, Hyo. —Minatozaki se levantó también, acercándose a ella. —Es humano. Y lo que sientes, lo que estamos viviendo... no tiene que encajar en un molde.

La menor soltó una risa amarga, apartando la mirada. —Parte de mí quiere huir. Sería más fácil volver a lo que conozco, incluso si eso significa quedarme atrapada en el vacío.

—¿Y la otra parte? —preguntó la castaña, dando un paso más cerca.

—La otra parte... —JiHyo hizo una pausa, sus ojos encontrando los de Sana. —La otra parte cree que tú podrías ser lo que siempre he estado buscando. Algo real, algo que no sabía que necesitaba.

El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Era un espacio lleno de posibilidades, de emociones no dichas que finalmente salían a la luz.

—No espero que tengas todas las respuestas ahora mismo —dijo Sana, acercándose lo suficiente como para tomar las manos de Park entre las suyas. —Pero lo que siento por ti es real. Esto no es un capricho, JiHyo. No quiero presionarte, pero tampoco quiero que pienses que esto es menos de lo que es.

JiHyo bajó la mirada, sus dedos apretando ligeramente los de la castaña. —Tengo miedo, Sana. Miedo de que esto sea demasiado, de que me lastime a mí, o peor, a ti.

Sana sonrió, aunque había un leve temblor en sus labios. —Todos tenemos miedo, corazón. Pero a veces, las cosas que más valen la pena en la vida son las que más nos asustan.

JiHyo dejó escapar un suspiro tembloroso, y por un momento, ambas se quedaron en silencio, sus manos entrelazadas siendo el único vínculo tangible entre ellas.

—No sé si estoy lista para esto, pero quiero intentarlo. —Las palabras de JiHyo fueron un susurro, pero la intensidad en su mirada las hacía sonar más fuertes.

Sana asintió, sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y amor. —Eso es todo lo que necesito escuchar.

Ambas se sentaron de nuevo, esta vez más cerca, dejando que el peso de la conversación se asentara. No habían encontrado una solución definitiva, pero el simple hecho de estar juntas, de hablar y compartir sus miedos, ya era un paso en la dirección correcta.

La tarde avanzó, y aunque todavía quedaban dudas, JiHyo comenzó a ver con más claridad. Tal vez, lo que sentía por Sana no era solo un cambio o una confusión pasajera. Tal vez era la respuesta que siempre había buscado, el amor que nunca había imaginado encontrar.

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