Ryan.



Una pregunta repentinamente se forma en mi mente:

¿Cómo es vivir una vida plena?

Un diminuto porcentaje de personas se centra en amasar fortunas exorbitantes, adictos al reconocimiento de los simples mortales, para pasar sus días en la opulencia y el derroche. A veces, despojando la humanidad de sus cuerpos, perdiéndose en un ocio insidioso que los aparta del calor humano y familiar, condenan a seres queridos a vivir en la amargura bajo excusas vanas del deber o la obligación; una vida solitaria, una vida vacía. Quizá fui parte de este porcentaje, ¿lo fui? Miembro de un hábitat de apariencias, engaños y superioridad.

Hay quienes dicen que el dinero compra la felicidad; esas personas no están del todo equivocadas. Es cierto que costear cualquier gusto o necesidad, e incluso alardear de ello, es placentero. El problema es que, como humanos, nos aburrimos y queremos más, y más, y más. No nos sentimos satisfechos. Ahí está el problema.

¿Esa es una vida plena?

Están esos pocos que juegan al altruismo. Combaten un problema con actos de soberbia disfrazados de benevolencia; esos que dicen sentir lástima de aquellos con el infortunio de no nacer con su posición económica. Ni siquiera gozan de su delirio de grandeza, creyéndose héroes que luchan contra el sistema sin establecer un verdadero cambio, solo entretenimiento.

Prefiero a los indiferentes que a esos hipócritas. Aunque, ahora pensándolo detenidamente, ¿se han de sentir plenos haciendo eso? ¿Consiguen la alegría que tanto buscan en el inminente final o tienen arrepentimientos?

¿Ayudar al prójimo es tan grato como aseguran?

No puedo estar del todo de acuerdo. Las personas no se sacian con un acto de caridad; como parásitos del conformismo, necesitarán más y aprovecharán cualquier debilidad para imponer sus deseos. Como vampiros, succionarán al benefactor hasta dejarlo seco y, desagradecidos, al llegar a ese momento, buscarán una nueva víctima.

Confiar ciegamente en la bondad de las personas es increíblemente ingenuo y estúpido, hay que admitir.

Por eso no puedo creer en esos que dicen conseguir la plenitud en la devoción religiosa. Sacerdotes y curas, viviendo privados en el confinamiento y la castidad... Me generan una desconfianza visceral. Dicen librarse de los deseos de la carne en nombre de su fe, ser puros para vivir adecuadamente y guiar a los siervos, los feligreses, los discípulos, pero esos son los más retorcidos, desleales, cuyos actos dan un terror desmedido.

No puedo generalizar, sería una falta de respeto para esas verdaderas almas puras, pero dentro de la historia, los hombres y mujeres en nombre de los dioses de estas religiones han causado las masacres más brutales conocidas, queriendo mantener a la humanidad bajo un absoluto control y una desagradable ignorancia. Por lo tanto, no puedo siquiera guardarles respeto u odio.

Me nutro de su dogma, me nutro de su conocimiento, digiero, pero no me aferro a ese alimento.

¿Es ser fanático a un Dios la receta para la plenitud? Ni lo considero.

¿Ser un ciudadano promedio será el mejor método para la felicidad? Estudiar para en un futuro trabajar en alguna empresa, amar y experimentar, velar por una familia, ¿eso es suficiente...? ¿Habrán vivido plenos hasta ese suspiro de culminación? Puede ser que a muchos les baste y lo envidio, si soy sincero.

No obstante, son muy pocos los que corren con tal dicha.

Seamos objetivos. Gobernados por estrictas leyes sociales, desde niños se inculca el estudio bajo la premisa de adquirir el conocimiento necesario para ingresar a un trabajo estable y mantenerse, donde se nos esclaviza con un mísero sueldo que apenas sí basta para subsistir. Y cuando llegan los hijos, esos por los que se desgasta el cuerpo y el alma para darles todo lo posible; agota, exige y finalmente vela por su propio bienestar y se deslinda de esa persona que protegió su sueño. Tal vez no ocurra en la mayoría de los casos, pero la ingratitud es tan común que es triste.

La vida es un ciclo, la vida es un vaivén donde se te devuelve lo que haces. Y no queda más alternativa que aceptar ese destino.

Algunas personas se convencen de que no importa, simulan satisfacción con solo saber que sacaron adelante a una persona, ¿eso está bien? ¿Eso es lo correcto? Reprimir el dolor por el abandono y la vergüenza por el reconocimiento de su propia deslealtad filial, ¿es cómo se debería actuar para hallar la plenitud?

La vida es una montaña rusa, dicen. Y es correcto. Subimos y nos sentimos felices, plenos, pero inmediatamente bajamos en un vertiginoso viaje de injusticias, pesares, preocupaciones, tristezas y pérdidas.

Los momentos alegres deben ser atesorados, dicen. Y eso es correcto. Es apreciar esos instantes donde el corazón se siente a rebosar la única forma de no enloquecer, pues en esta vida, más son las penas que afrontar a las verdaderas risas.

Por eso me pregunto, sabiendo que por defecto la vida es un rosal, hermoso y cubierto de espinas, ¿quién ha sido capaz de hallar la paz al momento del clímax?

Escasos son esos que parten sin pesar alguno, o al menos eso pienso. En cuanto a mí, me esforcé. Si alguien pregunta o conserva curiosidad, no, no tuve una mala vida. Fue de superación personal y todo eso. Sin embargo, al final, tuve remordimientos.

Aunque ya no importa, nada siento y nada veo, sinceramente, todo este monólogo interno es un fútil pensamiento irreverente... Pero espera, ¿qué es eso? ¿Una luz en plena oscuridad? Y si hay luz, ¿entonces hay algo?

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