C•A•P•I•T•U•L•O• 20
''Ha leído, ha viajado, reflexiona y creo que ha sufrido también; debe ser un compañero perfecto'' - El Familiar.
Aproximarse al Noem se sintió peor de lo que Lulú podría haberse imaginado. La culpa de pisar el mismo suelo que alguien observó por última vez era... estremecedora. Para rematar, lo estaba haciendo para borrar la presencia de su amiga de la escena de un posible crimen. Agradecía no creer en Dios porque, de hacerlo, se sentiría condenada al infierno. Pero, de igual forma, la culpa se le colaba momentáneamente en la consciencia hasta desaparecer.
No estaba haciendo nada malo. Todo lo que conducía sus acciones era pura amistad. Bueno, no «pura amistad», más bien, valores de equipo, como los que tendría en un juego de futbol. Si un compañero se cae le ayudas a levantarse. Está en tu equipo. Son las reglas. Y hasta el frío más cruel y la noche más siniestra podían ser tolerados por el equipo.
El Mitsubishi—evo al que Lulu llamaba amorosamente como Jorgito se estacionó a un par de metros del Noem. Necesitó apagar las luces neón que decoraban el mismo para procurar no llamar la atención, y no funcionó. Frente a ella se disponían los sujetos más extraños de todo el pueblito; Danna y Demian Fisher. Se encontraban a pasos del Noem y, claramente, ya habían reparado en Jorgito y su presencia en la escena.
Lulú endureció el cuerpo. Si se marchaba, sería demasiado evidente. Demian Fisher había estacionado su espeluznante camioneta destartala en la oscuridad detrás de un árbol. Fuese o no un accidente aquello, lo cierto es que ambos eran difíciles de notar y, desde la perspectiva de Lucrecia: sólo lo hacías cuando estaban justo frente a ti y tus planes se habían ido al infierno.
Tomó, presurosa, su teléfono móvil y le envió un texto a Catherine. La mal parida aún no se encontraba allí y eso complicaba las cosas, porque el equipo se reducía a simplemente Lulú y ella sería quien entregaría explicaciones a los hermanos.
LULÚ:
¿En dónde se supone que estás? Ya llegué y están los Fisher.
Y Catherine, pasados unos minutos, no respondió, así que Lulú continuó insistiendo.
LULÚ:
Me están viendo.
Los Fisher.
En efecto, Danna la estaba observando con el entrecejo bien hundido, aunque Demian continuara inhalando nicotina como si el resto del mundo valiera poca cosa. Adorable.
—¿Crees que olvidó algo en la escena del crimen? —inquirió, jocoso, en un susurro que solo su hermana logró escuchar.
Danna no respondió a aquella suposición burlesca, pero, de haberlo hecho, habría dicho que sí.
Lulú volvió a teclear en su teléfono.
''¿QUÉ LES DIRÉ SI PREGUNTAN POR TU BRASALETE?''
Y nada. Su amada jugadora continuaba sin contestar. Se la imaginó dormida sobre la cama, con medio millón de botellas vacías decorando el mugriento suelo de su cuarto. Quizás también habría miles de cerillas de cigarrón a medio acabar, ropa mugrienta acumulada en un rincón y mal olor. Incluso Lulú divisó la línea de saliva caerle por la boca a su amiga, que padecía las influencias de una noche descontrolada, medio muerta entre las sábanas.
Como solía suceder, estaba completamente sola en eso.
Y dado que se veía como una estúpida allí, dentro del auto, expresando su evidente falta de confianza y emanando sospecha, decidió bajar soltando aires confiados como si nada sucediera en realidad. Como si no fuesen miles los pensamientos que amenazaran con azotar su cabeza.
Soltó un suspiro y el frío viento de Condina le erizó la piel.
«Carajo»
Estaba helado. El aire de su suspiro se transformó en vapor; en uno tan denso como el que salía de la boca de Demian Fisher.
Lulú se aproximó a ellos con las manos en los bolsillos. Decidió fingir demencia ante todo.
—Hola —saludó—. ¿Qué hacen aquí?
Los ojos de Danna, fríos y crudos, se posaron sobre ella con total naturalidad. Lulú no cedió el coraje. Ella, a buena diferencia de los Fisher, sí tenía motivos para encontrarse allí y escapaban al brazalete de Catherine. Lucrecia Brunelli pudo ser muy buena amiga de Karen en algún tiempo, se encontraba allí simplemente para decirle adiós en silencio; para comprender la situación tan horrorosa por la que debió estar pasando la mañana en la que decidió lanzarse del puente y todo eso. Conocía muy bien lo que debería de decir, claro está. Lulú no era corajuda por el simple placer de serlo. Era meticulosa, analítica y sabía mentir.
Lo que sea necesario para sobrevivir.
—¿Tú qué haces aquí? —cuestionó Danna, con evidente sospecha.
Lulú permaneció en silencio unos segundos, como quien esconde una verdad dolorosa, y lo soltó.
—Yo —tragó con dificultad, como si la situación le provocara ardor en el pecho, un displacer tremendo—. Era amiga de Karen.
Dueña de sus palabras, Lulú ni se mosqueó ante la extravagante declaración. No lo había pronunciado en su vida y ahora lo hacía en su muerte. Si aquello era una falta de respeto al muerto, la tenía sin cuidado.
«Yo también era amiga de Karen».
Si Karen se encontraba allí, escondida en alguna parte entre los árboles, los arbustos, la oscuridad más recóndita o enfrascada en el Noem, su estómago ardería de dolor por tanta risa. «¿Así que somos amigas?» diría entre jaleos. Pero, por fortuna para todos, la niña no estaba allí.
Danna no apartó la vista. Estaba claro que no se comía aquellas palabras. La expresión de su rostro no cambiaba; la seriedad pura se reflejaba en el aspecto de aquella muchachita como si le perteneciera a un hombre mayor.
—¿Y venir al sitio en el que se murió te refresca?
Esa respuesta, tan rápida y brusca logró hacer que la mentira de Lulú perdiera momentáneamente su firmeza. No acostumbraba a escuchar personas tan tajantes, mucho menos cuando el tema de conversación remitía a un muerto. Era la primera vez que interactuaba con Danna, porque, aunque todos la conocían en el pueblo nadie se atrevía a repartir palabra con ella, y era así como la recibía la primera interacción; sin escrúpulos y totalmente falta de sensibilidad.
Eso, al parecer, era Danna Fisher.
Detrás de ella, Demian continuaba fumando, escuchando con un placentero silencio cómo se desenvolvía la conversación. La nicotina que expulsaba al aire se combinaba con el vapor de los suspiros de Danna. Mientras que el viento barría todo eso, la piel de Lulú se conturbaba.
Eso, al parecer, era Demian Fisher.
—No lo sé —admitió Lulú—. ¿Y a ti? ¿Te refresca, Danna?
—Me gusta pensar y el aire fresco me ayuda —expuso, encogiéndose de hombros—. Además, yo también era amiga de Karen.
—¿Ah sí? —Aquella revelación complicaba seriamente las cosas. Pero existía alguna capacidad única dentro del espectro Brunelli que los Fisher de seguro no tenían, y se correspondía con el control total de cualquier situación—. Qué raro, nunca te mencionó.
—No la culpo —admitió Danna, luego de asentir levemente con la cabeza como si tuviera todas las ideas claras—. No tengo buena fama. Estoy segura que tú tampoco mencionas a tus amigos con mala fama.
Había dado en el clavo; la palabra exacta en el momento exacto, así que Lulú tensó la mandíbula. Se estaba enredando en una conversación complicada, así que la única posible solución la encontraría marchándose inmediatamente con una excusa igual de falsa que todo lo que había dicho hasta el momento. En un impulso tomó aire, descubriendo nuevamente que hacía demasiado frío, y apretó los dedos que resguardaba en los bolsillos de su gabardina.
—Tienes razón —murmuró, sólo para aligerar el ambiente—. Bueno, creo que debo irme. Ya es tarde y yo... Tengo escuela mañana.
—Bien —zanjó Danna.
Demian exhaló lo último que le quedaba del cigarro cuando notó a Lulú darles la espalda para volver a su auto. En definitiva, había descubierto lo que representaba el primer contacto con un Fisher, y no estaba del todo segura sobre la naturaleza del resultado. ¿Se sentía en el infierno? No. ¿Encontraba en aquellos ojos los retazos de algún demonio, de algún espectro del más allá? Los espectros del más allá no tendrían por qué existir y Danna Fisher no cambiaría eso.
Aquel otro ser vivo degustaba su cigarro como si todo le valiera lo mismo, de modo que tampoco se dilucidaba en él ninguna particularidad. Miles de sujetos que Lulú había conocido en los fogones clandestinos de sus adoradas carreras estarían por completo de acuerdo con Demian.
Eran eso: sujetos comunes haciendo cosas comunes. Pero el hecho de que su propia cabeza insistiera tanto en la misma idea la hacía dudar. ¿Intentaba convencerse a sí misma? Lucrecia enterró la idea de inmediato. No. No intentaba convencerse: no existían dudas en su cabeza, tan solo se esmeraba en pulir algo que estaba por completo establecido. De esa misma forma alguien señalaría el azul del cielo.
Y entonces, entre tanto y tanto, Lulú advirtió los sucesos que habían tomado lugar las últimas semanas y se volteó. La crudeza de Danna Fisher y la ausencia de Demian Fisher podía deberse, en parte, al repentino suceso que había dejado a sus padres en el otro mundo.
—Ah y...—la muchacha visualizó a ambos a través de sus lentes—. Lamento lo que les sucedió a sus padres. Mis condolencias.
El viento volvió a barrer las hojas. Los arboles a su alrededor parecían cantar, murmurar, comunicar ideas y pensamientos. No era la primera vez que Lulú advertía aquella música en la naturaleza y todas las señales daban a entender que Danna Fisher ya la venía escuchando desde hacía rato. Quizás la repentina visita al Noem por parte de la familia rara de Condina se debía a la urgencia de algún ritual extraño, aunque Lulú solo le atribuía veracidad a otro tipo de rituales. De cualquier manera, no quería averiguar nada de eso, de modo que prosiguió con su retirada tras apretar los dientes.
—¿Crees que se mató?
Lulú se volteó con lentitud. Por unos segundos, le costó comprender la naturalidad de la pregunta, de modo que Danna continuó:
—Es decir, la conocías, ¿no? Crees que... ¿Tú crees que ella se mató?
Lulú quedó petrificada. Se imaginó la escena repitiéndose de diversas maneras posibles; Karen tropezando por ver un pez colorido deslizando su silueta en el Noem; Karen lanzándose porque la vida ya no le transmitía ningún tipo de felicidad y todo se reducía a las cenizas del pasado; Karen en una pelea que culminó cuando fue empujada hacia el Noem. Quizás quien la había empujado no sabría lo que estaba haciendo. Quizás quien la hubo empujado imaginó que la caída era tan profunda, que de ninguna forma aquello conduciría a la muerte. No obstante, hubo niños que dijeron verla lanzarse, aunque en su perspicacia, Lulú dudaba de aquella parte del relato.
¿Cómo ver a alguien cometiendo suicidio, cuando el cuerpo cayó de espaldas? A Lulú no le gustaban los misterios de ese grado. Su mente disfrutaba entrelazando teorías e hilando ideas hasta el punto de no querer parar hasta encontrar la verdad. Y sin embargo allí estaba ella, intentando proteger a su amiga de quién sabe qué e inventándose mentiras en el proceso.
—No lo sé —musitó Lulú. Danna notó cómo los ojitos de la muchacha se perdían en las ideas de su cabeza. Estaba pensando. Estaba pensando demasiado. Casi que parecía que era la primera vez que se quedaba sin mentiras o, quizás, ella se hacía exactamente la misma pregunta y sin atreverse a pronunciarla—. Pero cayó de espaldas.
—¿Eh?
Lulú apretó los puños. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué le estaba diciendo eso? No sólo estaba hablado con un Fisher como si fuese un ser humano normal, sino que también le estaba confesando pensamientos. No debía. Debía pegar los labios y volver al coche.
—Cayó de espaldas —repitió, obedeciendo a su impulso interior y sintiendo que se arrepentiría de ello—. Resulta extraño porque cuando alguien piensa en saltar está mirando el suelo. Si te lanzas caerías de cara, no de espaldas... a no ser que estés mirando algo.
Danna asintió con lentitud, analizando aquel extracto de información. En lo que respectaba la Brunelli del medio, por supuesto que Karen no se había matado. Era una Navarro. Su naturaleza, en todo caso, era la de matar y no la de ser matada, aunque sonara extremista.
Atenta a las acciones de su receptora, Lulú nuevamente pronunció pasos hacia atrás con la intención de retirarse, pero al instante Danna volvió a hablar, a dar pie a una conversación. Y eso cada vez parecía más extraño. La situación tambaleaba entre la necesidad de conversar y el temor a decir demasiado.
—¿Cómo sabes eso?
—¿Cómo sé qué?
—Que cayó de espaldas.
—Oh... En la escuela todos hablan de eso. ¿Recuerdas a Carla?
—Sí.
—Su padre es oficial de policía. Ella lo mencionó y todos comenzaron a murmurarlo. Aunque no sé por qué te lo dije, quizás Carla sólo lo dijo para llamar la atención.
—¿Y tú crees eso?
Lulú se encogió de hombros. Ya no sabía cómo zafarse de las garras de Danna Fisher y hasta la idea resultaba divertida. Aun asistiendo al mismo instituto, ninguna de las dos había tenido la oportunidad de repartir palabras con la otra. A los ojos de Morgan, la hija de David era un misterio, una incógnita, pero no de esas que apetecían ser resueltas sino de esas de las que todos querían escapar. Y, a pesar de todo eso, Lulú tambaleaba, porque aquello no le disgustaba demasiado como cabría esperar. Existía cierta chispa eléctrica en la idea de mover la tierra de los objetos; descubriendo misterio a través de las ideas. Danna parecía compartir la misma necesidad de disolver los secretos del mundo que ella.
—¿Que Carla miente? —inquirió, con el mero propósito de alargar la respuesta. Desde el cielo las interrumpió un graznido, uno pronunciado y casi imperante. El tordo voló muy cerca de ellos y comenzó a dar vueltas en el sitio hasta, aparentemente, reconocer el camino que debía seguir y continuar, por aquel sendero que se perdía a la orilla del Noem.
Aturdida, Danna permaneció observando aquella oscuridad por unos segundos y, por pura coincidencia, Lulú también. Desde el exterior de aquella energía extraña, Demian observó a ambas frunciendo el ceño. Había dejado el cigarro entre sus labios sin sorber. Reconocía aquel comportamiento casi místico porque lo había visto cierta vez en Anna, cuando la encontró en las penumbras de su habitación manteniendo una conversación con el duende invisible. Y la conversación había sido de lo más extraña. La misma sensación le generaba la situación que observaba ahora.
Allí se figuraba algo que, al parecer, sólo ellas eran capaces de ver. Así que se observaron entre ellas para verificar que, en efecto, ninguna de las dos se encontraba alucinando. Quizás lo que Demian fumaba esa noche no fuera nicotina sino otra sustancia alucinógena pero, él, tranquilo e impertérrito, no parecía estar notando más que el desconcierto de ambas muchachas presentes.
Pero era evidente que, allí, a las orillas más próximas del Noem, donde el agua lengüeteaba la tierra con parsimonia y el pasto se bañaba en rocío, se encontraba, encorvada como en una oración, una silueta femenina.
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