Juego de guerra

Episodio 4:Juego de Guerra

Finalmente, el día había llegado. En el amanecer, frente a las ruinas de su antiguo hogar, Hestia aguardaba con una mirada seria. Junto a ella, sentados en algunos escombros, estaban Lili, Welf, Mikoto, Asami y Ryuu. A lo lejos, Lili divisó una figura acercándose.

—¡Ahí están! ¡Regresaron! —gritó Lili emocionada, mientras todos se reunían con una sonrisa junto a su diosa.

—Ya volví, diosa —dijo Bell, con el rostro sereno al ver a su familia reunida.

—Bienvenido, Bell —respondió Hestia con una sonrisa tierna.

—¿Krimson aún no llega? —preguntó Bell, mirando a su alrededor.

—¡Siento la demora! —gritó una voz desde el cielo.

Todos voltearon sorprendidos. Krimson descendía sobre la espalda de un gigantesco dragón de 20 metros, con escamas púrpura y cuernos amarillos. Además, el dragón venía escoltado por cuatro dragones más pequeños, de al menos 5 metros de altura.

—¿Qué demonios? —exclamó Welf con los ojos abiertos de par en par.

—¡Krimson! —dijo Asami sorprendida, pero sonriendo mientras lo veía.

—Bueno... —dijo Hestia, esbozando una sonrisa cómplice—. Por algo es el Sekiryuutei.

—Será interesante volver a verte —dijo el dragón púrpura con una voz profunda, sorprendiendo aún más a los presentes.

—Lo mismo digo, rey dragón Tannin —respondió Krimson con una reverencia respetuosa.

—Hola, Tannin —saludó Hestia con una sonrisa.

—Saludos, diosa Hestia, es un honor verla de nuevo —dijo Tannin antes de alzar el vuelo una vez más.

—¿R-rey dr-dragón? —balbuceó Lili, incrédula.

—Vamos —dijo Krimson con firmeza, volteando a ver al grupo—. Es hora de nuestro juego de guerra.

Frente a una carreta, Hestia se despedía de sus aventureros.

—Tengan cuidado, Bell, Krimson —dijo la diosa con preocupación en sus ojos.

—Por supuesto —contestó Krimson, mostrándole una sonrisa tranquila.

—¡Sí, diosa! —añadió Bell, lleno de determinación mientras la carreta comenzaba a moverse.

—Díganles a los que ya están allá que espero su regreso triunfante —dijo Hestia, viendo cómo la carreta se alejaba.

—¡De acuerdo! ¡Nos vemos! —gritó Bell desde la distancia, sonriendo.

Antes de que pudieran avanzar mucho, un hombre bestia con orejas de león se acercó a ellos.

—Oigan, ¿ustedes son el Little Rookie y el Sekiryuutei? —preguntó, con una sonrisa confiada.

—Sí —respondió Bell.

—Los apoyaremos en el juego de guerra —dijo el hombre bestia con una mirada seria.

—Buena suerte —añadió otro hombre bestia con orejas de conejo.

—No pierdan —finalizó un tercer hombre, con orejas de lobo y una gran sonrisa.

—Gracias —respondieron Krimson y Bell al unísono.

Justo cuando parecía que iban a partir, Syr apareció corriendo hacia ellos.

—¡Bell! ¡Krimson! —gritó Syr, agitándose por el esfuerzo de alcanzarlos.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Krimson, viéndola acercarse a la carreta.

—¡Syr! ¡Ten cuidado! —gritó Bell preocupado.

Syr, jadeante, extendió su mano izquierda, mostrando un collar con una gema verde en forma de gota.

—¡Toma! —dijo Syr, lanzando el collar hacia Bell.

Bell lo atrapó con agilidad y lo miró con asombro.

—Es un amuleto de la suerte de un aventurero... —explicó Syr, con la respiración entrecortada.

—¡Syr! —gritó Bell, preocupado por su agotamiento.

—Buena suerte —susurró Syr, antes de darle un último empujón a Krimson, tirándole una pequeña roca envuelta en un papel.

Krimson atrapó la roca y desató el papel, leyendo en voz alta.

—"Más te vale ganar, mocoso, o no te dejaré volver a entrar al restaurante" —dijo Krimson, estremeciéndose ante las palabras de Mama Mia.

Con el collar en la mano y las palabras de Syr resonando en su mente, Bell apretó el puño y murmuró con determinación:

—Ganaremos... y regresaremos.

En la oscuridad de la noche, Hyakinthos observaba desde un ventanal del castillo cómo las tropas se posicionaban.

—¿Solo vamos a esperar al enemigo? Qué juego tan aburrido —dijo en voz alta, irritado por la espera.

Cassandra, de pie en uno de los puentes que conectaba las diferentes secciones del castillo, tenía una expresión inquieta.

—El castillo caerá... —murmuró Cassandra, mirando al cielo.

—¿Otro de tus sueños? —preguntó Daphne a su lado, esbozando una sonrisa irónica—. Si Hyakinthos sobrevive tres días, ganaremos. Y si vencemos al comandante enemigo, también. Con esas reglas, ¿cómo perderemos? —dijo con confianza.

—Por favor, créeme, Daphne-chan... —susurró Cassandra, sin poder calmar sus propios temores.

A la mañana siguiente, el gremio se llenó de voces excitadas por el gran evento.

—¡Buenos días a todos! —gritó un aventurero en el escenario junto al dios Ganesha—. ¡Hoy es el gran día del juego de guerra! ¡Soy su presentador, Ibri Inferno Achaa! ¡Es un placer estar aquí!

—¡Soy Ganesha! —gritó el dios, posando dramáticamente mientras el público reía y aplaudía.

Mientras tanto, en la cima de Babel, Loki observaba la escena con una sonrisa astuta.

—Todos están emocionados —comentó, cruzando los brazos.

—Los juegos de guerra son casi una industria en Orario —dijo Hefesto detrás de ella—. Aunque los aventureros usados para el espectáculo lo odian.

—Bueno, se supone que no digamos eso —respondió Loki, mientras sus ojos se posaban en Apolo.

—Hestia, ¿te despediste ya de Bell Cranel y Krimson? —preguntó Apolo, acercándose con una sonrisa arrogante—. Cuando gane este juego de guerra, ambos serán míos, y te expulsaré no solo de Orario, sino del mundo inferior.

Hestia, impasible, ni siquiera parpadeó ante las provocaciones de Apolo.

—Hermes-sama, ya va a empezar —dijo Asfi, aproximándose a su dios.

Hermes asintió con una sonrisa.

—Sí, que comience el espectáculo —dijo, mirando a Urano—. Urano, te pido permiso para usar tu poder.

—Concedido —resonó la voz de Urano, aunque no estaba presente físicamente.

De inmediato, un círculo mágico se formó en el centro de la sala, proyectando la imagen del castillo donde tendría lugar el juego de guerra.

En una taberna cercana, los círculos mágicos también aparecieron, mostrando la misma imagen.

—¡Pongo 30,000 valis por la Familia Apolo! —gritó un hombre.

—¡Yo 50,000! —añadió otro.

—Oigan, no tiene sentido si todos apuestan por Apolo —se quejó un hombre bestia encargado de las apuestas.

En ese momento, Mordo, con una gran bolsa de valis, sorprendió a todos.

—¡100,000 por la Familia Hestia! —dijo con una voz firme.

—¿Te volviste loco? —preguntó un hombre, incrédulo.

—¡Perderás todo tu dinero! —exclamó otro hombre bestia, riéndose.

—Ya verán —murmuró Mord, confiado en su decisión.

En el restaurante de Mama Mia, el mismo círculo mágico apareció. Las mesas estaban llenas, todos los clientes atentos a la proyección del juego de guerra.

En la mansión de la Familia Loki, la emoción era palpable.

—¡Aiz, ya va a empezar! —gritó Tiona, impaciente.

Aiz, con su habitual calma, se sentó frente a la proyección, mientras Rin observaba desde un rincón, esbozando una ligera sonrisa.

—Espero que me sorprendas, mi gran rival —susurró Rin, con un tono burlón y expectante.

—¡El reloj marca el mediodía! —anunció Ibri—. ¡El juego de guerra ha comenzado! —dijo, mientras a su lado un aventurero golpeaba un platillo, dando inicio al esperado enfrentamiento.

Al oír el sonido, los hijos de la Familia Apolo se apresuraron a tomar sus posiciones.

—Ya comenzó, ¿eh? Pero tenemos tres días —dijo un arquero a su compañero—. No atacarán de inmediato... —sus palabras quedaron interrumpidas al notar una silueta a lo lejos—. ¿Eso es...?

Dejándose caer desde una gran roca, Tempestad aterrizó de manera imponente, empuñando dos espadas mágicas: una roja con detalles dorados y otra azul violeta.

—¿Ya están aquí? —gruñó el arquero, molesto, al lado de su compañero.

—¡Pero solo es una! ¡Qué tonta! —exclamó, tensando la cuerda de su arco mientras apuntaba a Tempestad.

De inmediato, Tempestad desató un tajo con la espada azul, generando un potente torbellino de viento que desató el caos entre los aventureros.

—¡El ataque ha comenzado desde el principio! —narró Ibri con emoción, mientras Tempestad corría hacia los muros del castillo.

Al acercarse, lanzó una poderosa llamarada con la espada roja, provocando un enorme daño en la muralla.

—¿Esa es una espada mágica? —exclamó Ibri, sorprendido.

—Ya veo, no es una mala estrategia. Pero tengo más de cien soldados. Y ustedes son solo siete... —se mofó Apolo, dirigiéndose a Hestia, quien permanecía impasible.

—Nunca pensé que llegaría el día en que usaría una espada mágica de Crozzo... —reflexionó Tempestad, deteniéndose solo un momento antes de lanzar otro tajo con la espada roja, abriendo una gran brecha en el muro—. ¡Vamos, salgan! —provocó a los hijos de Apolo.

Viendo el gran destrozo, un elfo de la Familia Apolo gritó:

—¡Demonios! ¿Qué está pasando afuera?

—¡Espadas mágicas! ¡Nos están atacando con espadas mágicas! —gritó Luan, corriendo hacia ellos.

—¿Qué? —exclamó el elfo, incrédulo.

—¡Hyakinthos ordenó que cincuenta hombres vayan a detener a la atacante! —informó Luan, visiblemente nervioso.

—¡Es la mitad de nuestras fuerzas! —gritó el elfo, asombrado.

—Si enviamos menos, la espada mágica los hará pedazos. Solo es una. ¡Derrótenla y vuelvan! —ordenó Luan, justo antes de cubrirse instintivamente ante el estruendo de otra llamarada.

—¡Muévanse! —gritó, desesperado.

—De acuerdo. ¡Vamos! —respondió el elfo, liderando a sus compañeros hacia la brecha.

Apenas cruzaron el muro, fueron recibidos por una poderosa llamarada que los lanzó por los aires. Tempestad observó cómo la espada roja perdía su color antes de fragmentarse y romperse. Sin dudar, empuñó la espada azul con ambas manos y desató otro torrente de viento, causando estragos entre los aventureros. Poco después, esa espada también se fragmentó y se rompió.

—¡Las espadas se rompieron! —gritó un hombre, poniéndose de pie—. ¡Vamos, tras ella!

Cuando el humo de los escombros se disipó, el elfo pudo ver que Tempestad también era una elfa.

—¿Una elfa? —dijo, sorprendido y lleno de ira.

Tempestad, sin perder tiempo, desenfundó su espada de madera mientras Mikoto y Asami aprovechaban la apertura para infiltrarse en el castillo.

—Dios, el más divino y noble de los seres, concédeme la guía de los cielos —recitaba Mikoto mientras corría junto a Asami.

—¡El enemigo ha entrado! ¡Van directo hacia Hyakinthos! ¡Que alguien las detenga! —alertó Luan, dirigiéndose a los arqueros, quienes comenzaron a disparar sus flechas, solo para ver cómo Asami y Mikoto las repelían con una gracia impecable.

—¿Eres una elfa y aún así osas usar una espada mágica, la misma que destruyó nuestra aldea? ¡Debería darte vergüenza! —gritó el elfo, lanzándose al ataque contra Tempestad.

—Me temo que tengo cosas más importantes que el odio de nuestra raza. Si ayudar a un hermano y amigo es vergonzoso... —dijo, esquivando fácilmente los ataques—, seré una desvergonzada —concluyó, golpeando al elfo con su espada de madera, dejándolo inconsciente.

Tempestad volvió a mirar a los soldados que la rodeaban, intimidándolos con una mirada desafiante que parecía decir: "¿Quién sigue?"

—¡Es muy fuerte! —murmuró uno de los soldados.

—No duden. ¡Acaben con ella! —gritó otro, lanzándose al ataque junto a los demás.

Mientras tanto, Asami y Mikoto subían por las escaleras a toda velocidad.

—Desciende desde los cielos y gobierna la tierra —recitaba Mikoto.

De repente, frente a ellas apareció un gigantesco hombre bestia con un garrote de púas. Al intentar aplastarlas con un golpe devastador, ambas esquivaron ágilmente, usando el garrote como plataforma para avanzar. Asami aprovechó la oportunidad para golpear una zona vital en el cuello del hombre bestia, derribándolo de inmediato.

Mikoto, adoptando una posición específica con sus manos, recitó:

—Conquista del dios de la guerra. ¡Futsu-no-mitama! —Una esfera negra apareció entre sus manos, y un círculo mágico se extendió en el suelo, atrapando a los soldados bajo una intensa gravedad que los dejó inmovilizados.

—Parece que estaremos aquí un buen rato —dijo Mikoto en voz alta, observando cómo Asami había corrido para no quedar atrapada en el hechizo.

—¿Es magia de gravedad? ¡Ha atrapado a los enemigos que la seguían! —gritó Ibri, emocionado.

Mientras tanto, en la Casa de Takemikazuchi, el dios y sus hijos observaban la transmisión con una sonrisa.

—¡Un ataque destructivo a tan temprana hora! ¿Qué opina, Ganesha-sama? —preguntó Ibri.

—¡Soy Ganesha! —gritó el dios, eufórico.

—¿Podría tomárselo en serio, por favor? —pidió Ibri, exasperado.

—Aguanta, Mikoto —murmuró Takemikazuchi, serio.

En la sala, los demás dioses observaban asombrados.

—La chica de Take es impresionante —comentó un dios.

—¿Quién es esa aventurera enmascarada? —preguntó otro.

Apolo, observando la situación, no pudo evitar fruncir el ceño con frustración. Sin embargo, Hestia se mantenía serena.

—Es muy rápida —comentó Hermes, con el ceño fruncido.

—¿Qué cosa? —preguntó Asfi, intrigada.

—La respuesta de la Familia Apolo. Han reaccionado increíblemente rápido ante las espadas mágicas y los movimientos de Mikoto y Asami —explicó Hermes.

—¿Alguien les está dando instrucciones? —preguntó Asfi, seria.

—La información es un arma en batalla. Cuanto más rápido la obtienes, más efectiva es. Pero si la información fuera venenosa, el veneno se esparciría pronto —dijo Hermes, mientras las puertas del castillo comenzaban a abrirse lentamente—. Una sola gota puede ser letal.

Apolo, sorprendido, se levantó de su asiento.

—¿Qué haces, Luan? —gritó, horrorizado.

Ante esto, Hestia esbozó una pequeña sonrisa.

Frente a las puertas que se abrían, Bell, Krimson y Welf observaban con atención.

—Hola. Buen disfraz —dijo Welf, con una sonrisa.

—Buen trabajo, Lili —felicitó Bell, mientras Krimson asentía con seriedad.

—Deja el trabajo duro a nosotros. Ve y causa travesuras —dijo Krimson, con determinación.

Lili, disfrazada de Luan todo este tiempo, asintió.

—Vamos, iré a causar más problemas —respondió, antes de salir corriendo.

—¡Sí! —exclamaron Bell y Welf, listos para la acción.

—¡Andando! —dijo Krimson, comenzando a correr junto a sus compañeros.

—¡Traición! —gritó Ibri, con entusiasmo—. ¡Hay un traidor en la Familia Apolo!

—¡Maldito Luan! —bramó Apolo, enfurecido, mientras Hestia soltaba una pequeña risa de satisfacción.

Mientras tanto, el verdadero Luan se encontraba secuestrado en la casa de Miach, quien lo vigilaba con una sonrisa en el rostro.

Corriendo por un pasillo, los chicos vieron cómo había un montón de hombres inconscientes. Esto había sido obra de Asami, quien se las arregló para despejarles el camino.

—¿El enemigo? ¿Cuándo entraron? —preguntó Daphne, seria, al soldado que se encontraba arrodillado frente a ella.

—¡No lo sé! —respondió el hombre, confuso.

—Demonios —masculló Daphne, frustrada—. Como sea, no pasarán de este camino. ¡Magos, preparen sus hechizos! ¡Arqueros, avancen! ¡Disparen a mi señ...! —su orden fue interrumpida por la katana de Asami.

—¡Yo les despejaré el camino! —gritó Asami mientras Daphne repelía su ataque.

—¡El general enemigo está en la torre, corran! —les gritó Welf desde atrás.

—¡Sí! —respondieron Bell y Krimson al unísono, saliendo del túnel a toda velocidad.

—¡Disparen! —ordenó Daphne, retrocediendo con su espada para bloquear los ataques de Asami.

—¡Cuidado! —advirtió Asami a los chicos, mientras las flechas comenzaban a volar.

—¡Ardan! ¡Técnicas prohibidas! —gritó Welf, provocando que los magos fallaran sus hechizos, haciendo que los bastones mágicos explotaran en sus manos.

Aprovechando la explosión, Asami empujó a Daphne, tomando algo de distancia. A un lado de Daphne, Bell y Krimson pasaban a toda velocidad, enfocados en llegar a la torre.

—¡Maldición! —gritó Daphne, intentando seguirlos, mientras varios hombres con espadas se levantaban del suelo.

—¡Espera! —gritó Welf, llamando la atención de la pelirroja—. Si eres una aventurera, hagámoslo como se debe, ¿no? —le dijo con una sonrisa, poniéndose junto a Asami.

—Es increíble, Aiz. El Argonauta y el Göttermörder ya están en la torre del general —comentó Tiona, emocionada, observando la escena.

—Pero si tenían espadas mágicas. Deberían haberlas usado para subir directamente a la torre desde el principio —replicó Tione, con una pizca de curiosidad.

—Mi gran rival quiere demostrarle a Hyakinthos la superioridad de un dragón —dijo Rin, sorprendentemente seria, sin rastro de burla, como si ansiará ver a Krimson masacrar a Hyakinthos.

—El conejo quiere terminar esto con su propia fuerza. Es un hombre —añadió Bete, sin el tono burlón de siempre, refiriéndose a Bell.

Esto dejó sorprendidas a Tiona y Tione, mientras Aiz observaba expectante la batalla.

—Qué fracaso —gruñó Hyakinthos frente a sus hombres—. ¿Cómo podrá ver Apolo-sama esto? —dijo indignado por la situación.

—¡Comandante! ¡Por favor, huya! —suplicó Cassandra, arrodillada frente a él.

—Uno solo no es una amenaza, pero los dos juntos son una molestia —replicó Hyakinthos, poniéndose de pie—. Aunque palidecen si piensan enfrentarse a mi nuevo poder y a mi esclava —añadió, tirando con fuerza de la cadena que sujetaba a Aine.

—¡Por favor, escúcheme! ¡Váyase de aquí! —pidió Cassandra, desesperada, aferrándose a los hombros del comandante.

—¡Cállate! —le gritó Hyakinthos, arrojándola al suelo—. ¡Ataquen apenas aparezcan! Pero no los maten. Yo los acabaré junto a Aine.

—Suena la campana de medianoche —dijo Lili, corriendo entre las sombras.

—¡A la torre, rápido! —gritó un aventurero antes de ser derribado por una flecha disparada con precisión.

—¿Qué...? —balbuceó otro, viendo a Lili apuntarle.

Afuera, Tempestad noqueaba al último hombre frente a ella, tomando un pequeño respiro. Mientras tanto, Mikoto había alcanzado su límite, y el hechizo que mantenía se rompió, liberando a los hombres.

—¡La magia ha terminado! —gritó uno de ellos.

—¡Atrápenla! —ordenó otro, mientras Mikoto, agotada, se ponía de pie, decidida a seguir peleando pese al cansancio.

Por otro lado, Welf se enfrentaba a Daphne como un igual, mientras Asami luchaba contra el grupo de hombres que los rodeaba.

—¡Aún no! —gritó Welf con ferocidad, manteniéndose firme.

—¡Débiles! —exclamó Asami, bloqueando fácilmente el ataque de uno de los hombres mientras pateaba a otro en el estómago, derribándolo.

—¿Estás listo, Bell? —preguntó Krimson, con su Boosted Gear preparado y un Dragón Shot cargado.

—¡Sí! —respondió Bell, su mano derecha brillando con la energía de un Firebolt.

—El relámpago y la garra se elevan... —murmuró Cassandra, observando el suelo.

—¡Dragón Shot! —gritó Krimson, disparando hacia el techo.

—¡Firebolt! —gritó Bell, lanzando su hechizo al mismo tiempo.

El suelo de la habitación en la que se encontraba Hyakinthos comenzó a volverse rojo, mientras rayos rojos y marcas verdes puntiagudas se formaban, antes de que una gigantesca luz roja inundara la sala.

—¿Qué demonios...? —gritó Hyakinthos, sorprendido por la repentina explosión de energía.

—¡Zeros! —gritó Aine, colocándose frente a Hyakinthos para protegerlo.

La sala explotó de manera violenta, con rayos verdes mezclándose con el humo de la explosión. Desde lo lejos, Hestia no pudo evitar sonreír, mientras los demás dioses se mostraban sorprendidos y Apolo palidecía de miedo.

—Demonios... no es posible —musitó Hyakinthos, levantándose junto a Aine, malherido por la explosión.

—¡Pues créelo! —gritó Krimson mientras corría hacia Hyakinthos.

De inmediato, Aine, con su Sacred Gear activada, se interpuso en el camino de Krimson.

—No tocarás a Hyakinth—. Fue interrumpida cuando Bell le lanzó un corte en el antebrazo, sorprendentemente cortando el metal raro de su armadura.

—Tu pelea es conmigo —dijo Bell, comenzando a atacar.

—Se acabó, ríndete y no tendré que lastimarte —dijo Krimson, serio, frente a Hyakinthos.

—¡No seas arrogante! —gritó Hyakinthos, enfurecido—. ¡Te derrotaré con mi nuevo poder! —sacando un pequeño frasco con un líquido extraño que Zanis le había dado. Se lo bebió, y de inmediato sus músculos crecieron exponencialmente.

—Je... Esperaba que dijeras eso —dijo Krimson, dando un paso al frente mientras la Boosted Gear desaparecía.

Krimson empezó a cambiar. Las uñas de su mano izquierda crecieron, volviéndose grises y afiladas como espadas. Todo su brazo izquierdo se tornó rojo mientras escamas del mismo color lo cubrían. En su cuello, más escamas surgieron, extendiéndose por sus mejillas. Su cabello creció y sus ojos se volvieron de un tono entre rojizo y naranja, con pupilas dilatadas como las de un dragón. Garras emergieron de sus zapatos, rompiéndolos, y finalmente, de su espalda brotaron un par de alas de dragón.

(Imagen meramente como una referencia)

—¡Tú! —dijo Hyakinthos, aterrorizado—. ¡Le vendiste tu cuerpo al dragón! —retrocediendo.

En un parpadeo, Krimson hundió sus pies en el pecho de Hyakinthos, tomando su cabeza con su brazo izquierdo mientras alzaba vuelo.

—¡Espero que te guste esto! —gritó Krimson, estrellando a Hyakinthos contra un muro.

Sin detenerse, Krimson arrastró su cuerpo por el muro, desgarrando su piel poco a poco, humillándolo frente a los dioses y aventureros de Orario que observaban la transmisión. Lo lanzó al suelo con fuerza, y Hyakinthos escupió sangre y saliva. Pero Krimson no terminó ahí. Aterrizó con fuerza sobre su espalda, tomando su cabeza y golpeándolo repetidamente en el rostro.

Bell, por su parte, luchaba contra Aine, quien le plantaba resistencia.

—¿Por qué luchas? ¿Por qué no te rindes? —preguntó Bell, asestando un golpe en el rostro de Aine.

—¡Es fácil decirlo para ti! ¡Tú no estás atado a un contrato en contra de tu voluntad! —gritó Aine, furiosa, mientras un círculo mágico se formaba frente a ella. De este, emergió un cañón que se enganchó en su mano—. ¡Pulverizer! —gritó, disparando a quemarropa.

—¡Bell-sama! —gritó Lili, llegando.

Bell, recibiendo el impacto del disparo, cayó al suelo "inconsciente", pero movió ligeramente un dedo antes de levantarse.

—Sigues con vida —jadeó Aine, exhausta—. Esto asegurará mi libertad —dijo, lanzándose a golpearlo con una fuerza sobrehumana.

—Cuando un enemigo va a atacar, es el momento en que se encuentra más vulnerable —las palabras de Aiz resonaron en la mente de Bell.

Confiando en su fuerza, Aine lanzó un puñetazo directo, pero no esperaba que Bell se moviera más rápido, esquivando el golpe. Con toda su fuerza, Bell la golpeó en el cuello, dejándola inconsciente.

—¡Bell! —llamó Krimson, arrojándole el cuerpo de Hyakinthos.

—¡Firebolt! —gritó Bell, lanzando un rayo de fuego a Hyakinthos.

Frente a todos, Hyakinthos cayó al suelo, con múltiples heridas en su cuerpo, regresando a su estado original.

—¡La batalla ha terminado! —anunció Ibri, emocionado—. ¡Nadie lo esperaba! ¡Los ganadores son la familia Hestia!

Al oír esto, Eina, que estaba tensa, por fin se relajó.

—¡Mi dinero! —se lamentó un hombre, seguido por las quejas de todos en el bar.

—¿Lo ven? —dijo Mord, burlándose del hombre bestia encargado de las apuestas.

—Demonios. Llévatelo —dijo el hombre bestia, entregando el dinero de mala gana.

Con una sonrisa triunfante, Mord comenzó a recoger todas las bolsas de dinero.

—Tú también —dijo el hombre bestia, señalando a Naaza, quien también tomaba una bolsa y saludaba.

En el bar de Mama Mia, todos celebraban la victoria de la familia Hestia, mientras la propietaria sonreía con orgullo.

—Ya les había dicho que no podían perder —dijo Mia, riendo.

—Krimson, Bell, me alegro mucho —dijo Syr, sonriendo.

—¡El Argonauta y el Göttermörder son increíbles! —exclamó Tiona, asombrada.

—No puedo creer que ganaran —dijo Tione, sorprendida.

Bete y Rin se marcharon en silencio.

—¿Eh? ¿Adónde van? —preguntó Tione.

—No les importa —respondieron ambos al unísono.

—A la dungeon, tal vez —dijo Tiona, mirando a su hermana.

—Debe ser eso —dijo Tione, encogiéndose de hombros.

—Felicidades, Bell —dijo Aiz, sonriendo.

Apolo, temeroso, retrocedió al ver la derrota de su familia.

—No... —intentó negar Apolo—. No era en serio... Tu hijo era muy lindo, y tenías al Sekiryuutei...

—Silencio —interrumpió Hestia, seria—. Prometiste que me darías lo que quisiera si ganaba, ¿verdad? —dijo con una sonrisa peligrosa—. Todas tus pertenencias serán confiscadas. Aine-chan dejará de ser esclava. Y estás desterrado de Orario.

—¡Ahhh! —gritó Apolo, asustado, obligado a cumplir por la ley divina.

—¿De verdad ganamos? —dijo Mikoto, feliz.

—Sí. Hubo que torcer un poco las reglas, pero podemos estar orgullosos —respondió Welf, sonriendo.

Krimson, llorando cómicamente mientras era abrazado por Asami, exclamó—. ¡Por fin podré dormir bien! —. Había adquirido algunos hábitos de dragón desde su transformación.

—Sí, Welf... Mikoto... Asami... Ryuu, gracias —dijo Bell, siendo abrazado por Lili—. Y Lili, gracias por ayudarnos.

—Bell-sama, ¿fui de utilidad? —preguntó Lili, sonriendo.

—Sí. Podemos volver a Orario gracias a ti —le sonrió Bell.

En su mansión, Freya sonrió, complacida con el resultado del juego de guerra.

—¡Tarán! ¡Desde ahora, esta es nuestra casa! —dijo Hestia, señalando la ex-mansión de Apolo, que ahora pertenecía a la familia Hestia.

—Bien, hemos tomado la mansión de Apolo —dijo Krimson, satisfecho.

—Ellos destruyeron la nuestra. Nadie se quejará —dijo Hestia, sonriendo—. Bueno, hay mucho por hacer, pero primero... esto —dijo, mostrando un cuadro en blanco y comenzando a dibujar.

—¿Eso es fuego? —preguntó Bell.

—La Llama Guardiana, símbolo de Hestia —respondió Mikoto.

—¿Es una campana? —preguntó Welf.

—Y un dragón en la cima —dijo Asami, comprendiendo el significado.

—Campana... Dragón... ¿Bell-sama y Krimson-sama? —dijo Lili, entendiendo.

—¡Así es! —exclamó Hestia, sonriendo—. ¡Este será nuestro emblema! —dijo, mostrando el dibujo a Bell y Krimson, que sonreían.

Próximo episodio: Casa

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