Capítulo 7
VII
Me voy a mi casa del peor de los humores, casi corriendo por las calles. Mamá me recibe con un pastel de zanahorias en la mesa del comedor y ni eso logra calmarme. Le digo que primero quiero darme un baño y subo las escaleras de dos en dos. Ya en mi cuarto, tiro la mochila sobre la alfombra y me arranco el vestido que traigo puesto refunfuñando. Sólo bajo cuando me calmo, ataviada en unos pantalones cortos de mezclilla, una camiseta amarilla neón y con el pelo recogido encima de la cabeza de manera desordenada.
─Ally, por fin bajas. Tienes visita. Iba a llamarte ahora mismo para que bajaras a recibirlo.
¿Recibirlo? El estómago me da un vuelco al pensar que tal vez es Ethan. Inmediatamente me arrepiento de no haberme arreglado mejor, mas ya qué, mamá me está halando por el brazo para que me apresure a la sala de estar donde lo dejó esperando por mí.
─¡Tú! ─Prácticamente grito cuando lo veo allí sentado mirando un álbum de fotos de mi infancia que mi queridísima madre tuvo la poca discreción de mostrarle. Menos mal que ella está ocupada en la cocina con la cena, si no ya estaría regañándome por maleducada.
Reed parece no ofenderse, todo lo contrario, en su mirada hay un brillo de diversión y su boca oculta una sonrisa.
─¿A quién esperabas? No me digas que a… ¿Cómo es que se llama? Ah…Ethan ─dice levantando las cejas.
Me sonrojo como una manzana ante la mención. Odio que Reed tenga acceso a mis pensamientos.
─No lo metas en esto. ¿Qué demonios haces en mi casa? ¿No te basta con torturarme en la escuela?
Reed coloca el álbum de fotos en la mesita de centro, se levanta del sillón y camina lentamente hacia mí sin retirar su mirada intensa de mis ojos. Siento el corazón en la garganta. Me pregunto por qué siempre tiene que invadirme el espacio.
─No te torturo. Eres demasiado sensible. Vine porque tenemos que terminar lo que comenzamos en la biblioteca. ─Lo hace sonar como una insinuación. Sé que su propósito es fastidiarme. ¿Qué más si no? Lo peor es que lo logra. Recordar su olor masculino y el cosquilleo de su aliento sobre mi rostro toca una fibra en mi interior.
─N…No hay nada que continuar. ─Me opongo, cruzando los brazos sobre el pecho y dando un paso hacia atrás.
Reed no se atreverá a hacer nada dentro de mi casa, ¿o sí?, me pregunto mientras me muerdo el labio.
Para mi total irritación, el bastardo echa la cabeza para atrás y se empieza a reír.
─No te preocupes, Alison, que no te voy a morder. A no ser que eso sea lo que quieras…
El color de mi rostro debe estar muy cerca del carmín. Dios, es que más insoportable no puede ser.
─¡Cómo crees! ─exploto, casándole otra oleada de carcajadas. Se ha puesto hasta rojo de tanto reírse a mi costa. Es la primera vez que lo escucho reír de esa forma, y pese a que se burla de mí, a una pequeña parte mía le gusta ver su rostro sonriente.
En eso llega mamá a decirnos que la cena está servida. Nos mira con una gran sonrisa en sus labios y ojos socarrones. Puedo escuchar lo que está pensando, y me dan deseos de arrancarme los pelos. ¿Cómo se le ocurre pensar que me gusta Reed? Esto es el colmo, hasta mi propia madre está en mi contra.
A pesar de mis objeciones, mamá me canta cumpleaños y me hace soplar las velas del pastel. Lo malo es que con Reed ahí no me atrevo ni a pedir mi deseo, porque sé que él lo va a escuchar y se va a poner furioso.
─Ally, ¿porqué no sales a dar un paseo con Reed? Es tu cumpleaños, después de todo ─dice mamá una vez terminamos de comer.
Primero me sorprendo; ella no me deja salir los días de escuela, menos si no hay un adulto presente. Después me dan ganas de darme contra el piso. Si hubiera sabido, ahora mismo estaría con Ethan en lugar de con el fastidioso de Reed.
─N…No, está bien ─intento negarme, pero Reed me interrumpe colocando su mano en mi espalda baja y empujándome con suavidad hacia la puerta.
«Sígueme la corriente, si sabes lo que te conviene».
Lo miro con el ceño fruncido. Me sospecho que él está manipulando a mamá con alguno de sus trucos. Eso no me agrada para nada, sin embargo, decido seguirle el juego. Ya cuando estemos afuera me encargaré de interrogarlo.
─Gracias, mamá. ─Intento fingir que estoy contenta. No sé si me sale.
─No se preocupe, Sra. Lombardi, se la regresaré temprano.
Mamá le sonríe y dice complacida:
─Vayan y diviértanse.
Reed me arrastra fuera de la casa por el brazo, y tras verificar que mamá no nos esté mirando por alguna de las ventanas, se lo arranco de un tirón. Marcas rojas empiezan a aparecer rápido. Me quedo mirando mi piel lastimada con furia, antes de dirigirle la palabra.
─¿Qué tramas? ─pregunto cruzándome de brazos y golpeando el concreto con mi zapato, llena de impaciencia─. Algo le hiciste a mamá, ella nunca me dejaría salir sola contigo.
Reed se encoge de hombros, lo que me hace enfurecer aún más. Mis ojos tienen que estar botando chispas.
─Ya te dije, tenemos que trabajar en tus defensas. A no ser que quieras que siempre pueda leerte la mente.
Descruzo los brazos, mirándolo con suspicacia. Él sigue tan impasible como siempre.
─¿De verdad es eso para lo que me sacaste?
Reed coge aire al tiempo que se peina el cabello con los dedos.
─Estás haciendo las cosas más difíciles para ti ─me advierte; luego me clava su mirada oscura y penetrante. La flama de diversión se apaga para ser reemplazada con dureza.
Abro la boca para responderle, pero él se me adelanta.
─Si no quieres aprender olvídalo. Regresa a casa ─dice, y sigue caminando por la acera con las manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros.
Sería estúpido no aprovechar su disposición a enseñarme cómo controlar mi poder, por lo que prefiero dar mi brazo a torcer y seguirlo.
─Espera ─grito, corriendo tras él.
Para agregarle a mi humillación voluntaria, él no se detiene a esperarme, sino que continúa la marcha sin decir palabra. Lo sigo casi corriendo hasta darle alcance, pues mis piernas son más cortas y él va demasiado rápido. Caminamos así por buen rato, sin rumbo fijo. No tengo ni una clave de a dónde me lleva, y comienzo a preguntarme si es buena idea el hacerle caso.
Al final llegamos a un parque de recreo repleto de niños jugando en los columpios. También hay parejas adultas dando paseos por los distintos caminos de grava que surcan la hierba, y ancianos paseando a sus perros. Poco a poco comienzo a escuchar sus voces en mi cabeza. La cantidad aumenta paulatinamente, hasta convertirse en un murmullo confuso que me aturde y me marea. Me llevo las manos a los oídos, como si así pudiera disipar los pensamientos de las personas.
Reed se detiene en una banca en el mismo medio del parque y se sienta. Se lo ve de lo más relajado, con las piernas estiradas y el rostro neutral. Me imagino que como él sabe controlar esto de leer mentes no tiene ningún problema. Al menos tengo esperanza. Si él puede, no hay razón por la que yo no pueda hacer lo mismo. No lo pienso mucho. Me siento a su lado a esperar sus órdenes. Él no dice nada, y al cabo de un minuto empiezo a desesperarme.
─¿Por qué me trajiste a este lugar repleto de gente? Me estoy volviendo loca aquí ─me quejo.
Él voltea a verme, con los labios dispuestos en una fina línea.
─Esa es la idea.
─¡Cómo que esa es la idea! Acaba y enséñame lo que tengo que aprender.
Reed apoya los codos sobre sus rodillas, como contemplando lo que me va a decir.
─Quería hacértelo más fácil, pero como eres demasiado cabeza dura, tendrás que aprender a la mala. Prepárate, porque cuando termine contigo será un milagro si puedes levantarte del piso.
─Ni que fuera a hacer lagartijas y sentadillas.
Reed me ofrece una sonrisa retorcida.
─Después no digas que no te lo advertí. Sígueme, tenemos que estar solos para lo que vamos a hacer.
Su voz carga una promesa que me hace tragar fuerte. ¿En qué demonios me he metido?
Llegamos a las viejas vías del tren, el lugar menos concurrido del pueblo. Me le quedo mirando, expectante. Por unos segundos no sucede nada, pero luego…Lo que sucede después no me lo esperaba. Reed se convierte en un sargento militar implacable y cruel. Cada vez que recibo uno de sus ataques tengo que usar todas mis energías para repelerlo y no dejarlo meterse en mi cabeza. Me sospecho que me lo está haciendo más difícil a propósito.
De pronto me encuentro en mi casa, pero no puedo mover ni un músculo ni tampoco hablar, como si mi cuerpo fuera un holograma. Mamá está cocinando en la cocina y no se da cuenta de que alguien ha entrado. Es un hombre alto vestido de negro de la cabeza a los pies, como el de mis pesadillas. Tiene una daga en su mano y se apresura sigilosamente hacia ella. Mamá sigue sumergida en lo que hace y no se da cuenta. Intento gritarle y moverme para protegerla sin lograrlo. Lágrimas se agolpan en mis ojos mientras lucho por salir del estado en el que me encuentro. El corazón se me estruja por la impotencia. No puedo hacer nada, sólo quedarme ahí parada, presenciando cómo aquel hombre se acerca cada vez más. Para cuando ella se voltea y se da cuenta, ya es muy tarde. El hombre levanta la daga y…
─¡No! ¡Mamá! ¡No! ─grito desesperadamente.
Por unos segundos vuelvo a la realidad, para luego caer en otra horrenda pesadilla.
─¡Enfócate! ─Escucho una voz muy lejana en ese mundo escalofriante en el que estoy atrapada.
Lucho con todo lo que puedo, entrando y saliendo de esa realidad fabricada por Reed, hasta que llega el tiempo en el que ya no sé lo que es real.
Cuando ya no puedo más, me desplomo sobre mis manos y rodillas, sollozando y temblando como una nena chiquita. Reed se aprovecha de mi debilidad, proyectando más imágenes y escenas que me aterran y me desgarran por dentro.
─El enemigo no va a apiadarse de ti por más que llores. ¡Enfócate!
─Basta. Basta, por favor. No más ─le suplico jadeando. En el asfalto puedo ver las gotas de mi sudor caer y hacer pequeños charcos.
La presión en mi cerebro y las imágenes desaparecen de improviso. Tengo el corazón desbocado y se me hace algo difícil aspirar el aire. Parece que estoy en pleno ataque de pánico. Me siento en el suelo, agarrándome el pecho. El mundo me da vueltas, por lo que agacho la cabeza para ponerla entre medio de mis rodillas. En algún lugar leí que eso ayuda cuando uno está mareado.
─¿Estás bien? ─Escucho a Reed, quien se ha agachado a mi lado.
Muevo un poco la cabeza, negando. Parece que he corrido un maratón, de lo agotada y drenada que he terminado.
─Te dije que iba a ser fuerte.
─¿Cuánto tiempo ha pasado? ─pregunto preocupada. Si llego tarde mamá me castigará.
─Diez minutos.
Levanto la cabeza de golpe, lo que me hace ver estrellitas multicolores frente a mis ojos.
─Cuidado ─Reed coloca su mano en mi espalda baja para apoyarme.
─¿Cómo va a ser? Aquello me pareció una eternidad.
─Cuando uno sufre el tiempo pasa lento. Aunque debo decirlo, pusiste una lucha intensa.
Ahora que lo miro con detenimiento, Reed luce algo afectado también. Tiene el rostro pálido y la frente perlada de sudor. Su respiración es algo elaborada, aunque no tanto como la mía.
─Ni me lo digas.
Reed me extiende la mano y me ayuda a levantarme. No me agrada la idea, sin embargo, me apoyo en él hasta que recupero las fuerzas suficientes como para caminar sin su ayuda.
Caminamos de vuelta a casa en silencio. Él a unos pasos delante de mí con las manos metidas en los bolsillos y yo apresurándome para no quedarme atrás. Estoy loca por llegar. Me duele la cabeza y aún veo un poco borroso. Vaya forma de pasar mi cumpleaños.
Le pasamos por el frente a una heladería muy popular frecuentada por los estudiantes de Olimpia. Me paro en seco, mirando los carteles pegados a la puerta de cristal con deseos de entrar a comerme un barquillo. Ya habrá tiempo para eso, pienso, y continuó caminando. Reed, que iba mucho más adelante, viene caminando hacia mí, y, sin reparo alguno, me toma por la muñeca y me hala en dirección a la heladería.
─Suéltame. ¿Qué haces? ─le digo al tiempo que retuerzo el brazo con brusquedad para zafarme de su doloroso agarre.
En cuanto logro liberarme me sobo la muñeca. Este Reed no mide su fuerza. Al paso que voy amaneceré con un hematoma.
─Pensé que querías un helado ─me dice él.
─Sí, pero─
─¿Pero qué? Trabajaste duro hoy. Te lo mereces.
Mi mandíbula se afloja. ¿De cuándo acá Reed es amable conmigo? Lo miro con un tanto de suspicacia. No me lo creo.
─Bueno, pues si no quieres…─dice él, retomando la marcha.
─Espera, sí quiero. ─Lo detengo, agarrándolo por la parte de atrás de su chaqueta de mezclilla.
La campanita que cuelga de la puerta suena cuando Reed la abre para que yo entre primero. La heladería está repleta de estudiantes de Olimpia, como ya me suponía. El lugar es pequeño y tiene un aire retro. En una esquina hay una vellonera antigua multicolor, y de las paredes cuelgan anuncios viejos y fotos de personalidades de la farándula que murieron cuando yo ni había nacido.
Cuando me da con mirar hacia la pared donde tienen escritos los distintos sabores de helados, tengo que reprimir el resuello que quiere salir de mis labios. Allá, a punto de hacer sus órdenes, se encuentran Ethan y Halley Reeves. Están conversando y riendo como si fueran buenos amigos.
No puedo dejar que me vean ninguno de los dos. Ethan porque le dije que mamá no me deja salir los días de escuela y Halley…Halley siempre encuentra formas de humillarme y no será nada placentero que lo haga frente a Ethan. Además de que ando con Reed. La gente podría malinterpretarnos. No. Definitivamente tengo que salir de aquí.
Me salgo de la cola casi corriendo y camino hasta llegar a la intersección. No sigo porque el semáforo cambió a rojo y no puedo cruzar. La imagen de Ethan sonriéndole a Halley me hace escocer los ojos. Se supone que sea yo quien esté con él, no ella. Me restriego la cara con las manos, impaciente por huir de allí y encerrarme en mi cuarto a compadecerme de mí misma.
Escucho pasos detrás de mí, cosa que me hace tensarme. No me habrán visto, ¿o sí? Me arriesgo a mirar atrás, dejando salir el aire que tenía guardado en los pulmones. Reed viene cargando con dos conos de helado. Uno de chocolate y uno de fresa.
─Ten ─me dice, pasándome el barquillo de chocolate.
─Gracias. ─Me quedo mirando el helado con cargo de consciencia. No he dejado de pensar mal de él, sabiendo que puede leerme como a un libro. Si fuera otro ni se habría preocupado por comprarme el barquillo.
El semáforo cambia a verde y me dispongo a seguir por esa calle, pues es la ruta más directa, pero Reed tiene otra idea. De nuevo soy arrastrada como una muñeca de trapo, solo que esta vez sin resistirme. Me dejo llevar hasta que él se detiene frente a las mesitas de afuera de un pequeño restaurante japonés que está desierto.
─Siéntate ─me ordena.
Me siento en una silla con el helado derritiéndose sobre mis dedos. Reed toma la silla de al lado, sacando unas servilletas del servilletero que hay sobre la mesita redonda y limpiándome los dedos.
─Te lo compré para que te lo comas, no para que lo dejes perder ─me dice. Su tono suena como si fuera un hermano mayor regañando a su hermanita. El gesto me saca una sonrisa.
─Sí, papá ─digo riéndome, antes de probar mi helado.
Tras sentir el sabor del chocolate frío en mi boca, comprendo por qué en muchas películas las chicas se comen un contenedor de helado cuando les rompen el corazón. Se puede decir que el helado es el Prozac de los postres.
Voy lamiendo mi barquillo con calma, degustándomelo cual majar de los dioses. Le echo una mirada de reojo a Reed, quien casi se termina el suyo. Me pongo a pensar en su elección de sabor. Es raro que haya escogido uno de fresa. Reed parece más del tipo de chicos que elegiría uno de vainilla. Un sabor más sutil que el de chocolate y no tan dulce como el de fresa.
Al terminar de comerme el barquillo, me limpio las manos con otra servilleta y me pongo en pie.
─¿Cuánto te debo? Cuando lleguemos a casa te lo pago.
─No te molestes en pagarme. Va por mi cuenta.
─¿Eh? ─Lo miro confundida. Me incomoda bastante el hecho de que me haya comprado un helado. Si no fuera por el entrenamiento esto parecería una… No. Ni siquiera vayas ahí. Esto NO es una cita.
Reed me mira maliciosamente, sonriéndose. ¡Rayos! Se me olvida que puede leerme la mente. Qué vergüenza. Si pudiera metería mi cabeza en un hueco.
─No te atrevas…─le advierto en cuanto recupero la compostura.
─¿Qué no me atreva a qué? ─dice él, poniendo cara de inocente.
─No te hagas. Sé que me estás leyendo la mente.
─Si no te gusta aprende a controlarlo.
Me quiero arrancar los pelos. No obstante, también me alivia que Reed haya vuelto a su humor habitual.
Llego a casa a encerrarme en mi cuarto. Ha sido un día fuerte y el cansancio me mata. Me preparo para dormir, y mientras me cepillo los dientes examino mi rostro en el espejo del baño. Sin querer empiezo a compararme con Halley Reeves. No tiene caso. Ella es mucho más bonita que yo. Su piel es blanca y tersa como la porcelana; sus ojos azules y almendrados. Además de que tiene cuerpo de modelo, con curvas en los lugares adecuados. No como yo, que aún estoy esperando a que las hormonas hagan algo por mí.
Estoy consciente de que Ethan y yo no tenemos ninguna relación. Sin embargo, me hiere que haya salido con Halley. Creí que yo le gustaba. Esa fue la impresión que me dio. Al parecer no le gusto tanto como pensé.
Me permito un rato más de autocompasión. Con mi otra situación, tampoco puedo darme el lujo de distraerme. Quién sabe. Quizá fue lo mejor. No me puedo imaginar emparejada con alguien a quien le puedo leer la mente. Sería muy raro y complicado, trato de consolarme sin tener éxito.
Acostada bocarriba sobre mi cama, dejo salir un suspiro de frustración. El sólo pensar en mi dilema me hace perder la cabeza. Lo más irónico es que no me queda otro remedio que confiar en la persona en la que menos confío. Él es el único ser humano que conoce mi secreto, y para colmo se ha convertido en una especie de mentor.
Al día siguiente me levanto sin energías. No sé si por pasar la noche en vela o por la sesión de entrenamiento que tuve con Reed. Me estremezco por dentro ante la memoria. Más que entrenamiento, aquello me pareció una tortura medieval.
Me meto al baño de los mil espejos y echo el agua a correr, ajustando la temperatura. Lo que me apetece es una relajante ducha de agua tibia para aflojar los músculos y despejar mi psiquis sobrecargada.
Luego de pasar un rato considerable bajo el agua, salgo y me visto. Vaqueros azules, camiseta de algodón y zapatillas deportivas conforman mi atuendo. El cabello me lo recojo en un moño desordenado, para variar mi acostumbrada cola de caballo, sujetándolo con un par de horquillas. Algunos mechones de enfrente se escapan. Los dejo libres. Mi cabello tiene vida propia y hace lo que le da la gana, es una pérdida de tiempo tratar de domarlo cuando se pone rebelde.
En la escuela intento mantener mi actitud habitual trabajosamente. Daria me habla sobre su nuevo método de acosar a Greg. De alguna forma ha conseguido su dirección de correo electrónico y planea escribirle una carta de amor. Su plan me suena a desastre, pero no le digo nada. Estoy demasiado ocupada preocupándome por mis propios asuntos amorosos.
Mientras ella parlotea, yo asiento y abro mucho los ojos para indicarle que la estoy escuchando. Me siento pésimo por hacerle esto, mas mi estado de ánimo no me permite ser empática.
─¡No puede ser!
Su exclamación me asusta un poco. El modo en el que sus labios se tuercen en una mueca de disgusto me hace pensar que algo anda mal. Y qué razón tiene. Cuando sigo la línea de su visión, atisbo una escena que bien podría ser parte de mi más reciente pesadilla.
Ethan viene caminando hacia nosotras con nadie más ni nadie menos que Halley Reeves. Dispongo mis facciones en una máscara inexpresiva. No quiero que se me note el shock y la tristeza. Mucho menos delante de Halley, quien tiene el atrevimiento de saludarnos como si fuera una vieja amiga.
─Alison, Daria, qué bueno verlas. ─Nos ofrece una falsa sonrisa mientras se echa el cabello por encima del hombro con una mano.
─¿Ustedes se conocen? ─pregunta Ethan.
Esa es la subestimación del año. La escuela no es tan grande y todo el mundo conoce a Halley. Ella es la chica más popular. Su padre es el presidente de una empresa que se dedica a fabricar equipos médicos. Muchos estudiantes la odian en secreto por sus humos de superioridad, pero la aguantan por sus conexiones y sus magnificas fiestas, a las que obviamente nunca he sido invitada.
Daria abre la boca para decir algo. Que supongo no debe ser nada bueno, por la forma en la que su boca se retuerce. Halley no le da la oportunidad y se le adelanta a decir:
─Oh, sí. Nos conocemos desde noveno grado.
Daria se ve tensa. Estoy bastante segura de que se muere por decir cuatro verdades. A mí no me gustan las confrontaciones. Además, no quiero echarme encima más problemas de los que tengo por andar provocando a Halley. Le meto un codazo discreto por las costillas, sonriendo como toda una actriz. Ella me mira, interrogándome con su expresión. Le abro un poco los ojos. Al parecer me entiende, porque baja la guardia. Eso es lo bueno de ser tan unidas. Nos podemos comunicar sin usar palabras.
De momento recuerdo que yo puedo violar las leyes convencionales de comunicación. El pulso se me acelera. La posibilidad de empezar a escuchar los pensamientos de Ethan y Halley me pone los nervios de punta. Desde ayer no he escuchado más voces, pero eso no significa que esté curada.
─¿Y cómo pasaste tu cumpleaños? Es una lástima que no hayamos podido hacerte la celebración ayer ─dice Ethan, totalmente ajeno a la tensión que hay en el aire.
─¿Ayer fue tu cumpleaños? ¡Felicidades! ─me dice Halley. Su tono es tremendamente agudo y fabricado.
«Como si me importara», luego la escucho en mi mente.
Demonios. Solo espero que mi rostro no muestre la angustia que se apodera de mí. Tranquila, Ally, me apaciguo. Nadie tiene porqué enterarse de lo desquiciada que estás. Pasados unos segundos prosigo con mi respuesta.
─Gracias…Halley. La pasé bien, mamá me trajo un pastel de zanahorias.
Al paso que voy me ganaré un Oscar. Ayer fue el peor día de mi vida. La verdad creo que tengo vena de masoquista, por quedarme aquí parada sonriéndoles como si no los hubiera visto en su pequeña cita. Es un alivio no haberle contado sobre eso a Daria. Dudo mucho que ella estuviera tan mansa y callada si se hubiera enterado de ese detalle.
─Me alegro. A ver si el fin de semana hacemos algo. Tenemos que celebrarlo a lo grande.
Un rayito de esperanza se hace paso por mi desilusionado corazón. Ethan no ha cambiado conmigo. Sigue siendo el mismo. Se me ocurre que tal vez él no está interesado en Halley y que es ella la que lo está acosando, mas no me atrevo a inclinarme mucho por ese lado.
─Hablando de celebraciones, quiero aprovechar para invitarlas a mi fiesta. Es el sábado ─dice Halley, al tiempo que saca de su bolso de diseñador unos sobres rosa fucsia─. Espero que vayan.
Me quedo mirando el sobre por unos instantes. No abro la boca con incredulidad porque me vería como una tonta.
─Que pena. El sábado tenemos un compromiso ─dice Daria con fingida lástima─. Verdad, Ethan.
Ethan se lleva la mano a la cabeza. Sonriéndole con algo de pena a Halley, quien escasamente oculta su rabia ante el rechazo de su invitación. Esta debe ser la primera vez que le pasa eso.
«¡¿Qué?! Estas dos deben tener un deseo de muerte».
Reprimo la sonrisa que amenaza con tirar de mis labios. Creo que puedo acostumbrarme a escuchar los pensamientos de la gente después de todo.
─Gracias por invitarnos. Allí estaremos ─digo yo.
Eso me gana la atención de tres pares de ojos. A Daria lo único que le falta es dejar que su quijada se afloje, de lo sorprendida que está. Ethan se ve confundido, mirándome con el entrecejo arrugado. Halley, por su parte, luce fascinada, dejándolo ver en su amplia sonrisa.
─Me alegro de que puedan ir ─dice ella; después se arreguinda del brazo de Ethan, halándolo suavemente y ofreciéndole una mirada coqueta por entre sus pestañas embadurnadas de rímel─. Tú también estás invitado, por supuesto ─le da un sobre de entre los tantos que sujeta en su mano.
─Gracias ─Ethan examina el sobre, dedicándole una cálida sonrisa que hace que mis entrañas se revuelvan.
Ahora estoy segura. Soy una masoquista de primera. ¿Cómo se me ocurre aceptar la invitación? Ya no me parece tan buena idea como al principio. Si acepté fue porque nunca he ido a una de esas fiestas y siempre sentí que me estaba perdiendo de algo.
─Entonces los veo el sábado. Aún tengo que entregar el resto de las invitaciones. ─Se despide Halley, abanicando el paquete de sobres rosados en el aire mientras camina por el pasillo contoneando sus caderas.
Tras ella desaparecer por el corredor, Ethan me mira con cara consternada. Tan tierno él.
─¿Estás segura de que quieres ir a la fiesta? No tenemos que ir si no quieres.
Ya qué. Dije que iba y odio tener que tragarme las palabras.
─Sí. Nunca he ido a una de sus fiestas. Quiero ver de lo que me he estado perdiendo.
─No te estás perdiendo nada ─comenta Daria por lo bajo. Y se lo creo, pero yo misma me metí en el embrollo. Parece que tengo la no saludable tendencia a meterme en las guaridas de los leones. ¿Será genético?
─¿Estás segura? ─Insiste él.
─Si estás preocupado por lo de mi cumpleaños no le des más casco. Una fiesta es una fiesta. Lo importante es pasarla bien.
─Vale. Pues nos vemos después, que tengo que reunirme con los del club de informática.
Ethan me sorprende. Jamás me habría imaginado su interés por los ordenadores. En mi mente lo veía más como un adicto a clubes deportivos y a autos de carreras. A saber. Las apariencias engañan.
─¿Se puede saber en qué rayos estabas pensando?
Oh, no…. La fiera acaba de escapar de su confinamiento y amenaza con devorarme entera. De hecho, es una sorpresa que se haya tardado tanto en salir. Daria detesta a Halley con una pasión casi enfermiza.
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Aquí les dejo el capítulo siete. Espero que les haya gustado. Muchísimas gracias a todos los que leyeron, votaron, comentaron, me enviaron mensajes y se hicieron mis fans ♥. Gracias a su apoyo es que me he motivado se seguir escribiendo esta historia, que cada vez se complica más en mi cerebro.
Aclaración: Si alguno de ustedes comentó y no recibió mi respuesta, fue porque me lié con el Wattpad y no lo estaba haciendo correctamente. Que tontita soy. ji.ji. Siempre les respondo los comentarios, si quieren pueder ir a los capítulos anteriores y leer las respuestas. En el futuro trataré de darle al botoncito de "respoder" cuando les responda.
La de la foto es Alison, aunque creo que ya se lo debían de imaginar. XD
Hasta el próximo capítulo.
XOXO
Stella
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