Capítulo 6

                                                                                      VI

Hoy es mi cumpleaños número dieciséis. Me parece que he estado esperando toda mi vida por este día; sin embargo, no me siento diferente. No sé porqué será, pero siempre pensé que me sentiría más madura, más mujer. Aún estoy acostada sobre mi cama, medio adormilada. No quisiera ni ir a la escuela; preferiría quedarme en casa o escaparme a hacer algo emocionante, cosa que no veo que pase en un futuro cercano, pues mamá acaba de tocar la puerta, lo que significa que debo levantarme. Viene cargando con una bandeja, que supongo debe ser el desayuno. Me incorporo un poco en la cama, apoyando mi espalda en el respaldo, y la dejo que la coloque sobre mi regazo.

—A ver, ¿cómo amaneció la cumpleañera? —Me da un beso en la mejilla, sonriéndome con ternura.

Aunque me parece que mamá está siendo demasiado sentimentalista, debo admitir que su detalle me ha animado. En la bandeja hay un plato humeante de panqueques de arándanos —mi desayuno favorito—, junto a un gran vaso de zumo de naranjas que no puedo esperar para devorar. La verdad es que me muero de hambre. Ayer no comí mucho en la cena por culpa de Reed.

—Gracias, mamá. Esto se ve delicioso —le respondo antes de atacar el plato sin piedad.

Una vez termino de comer, mamá retira la bandeja y se la lleva, para después regresar con una cajita envuelta en papel de regalo violeta con una moña plateada. Agarro la cajita, sacudiéndola cerca de mi oído para ver si puedo adivinar de qué se trata.

—Ábrelo, hija. Espero que te guste. 

—Mamá, ¿cómo no me va a gustar? —digo mientras lo desenvuelvo con calma.

Cuando veo el aparato gris en el fondo de la caja me le guindo del cuello, casi ahorcándola. ¡Es un teléfono móvil! Todavía no me lo creo, con lo estricta que ella es… Tendré que examinarlo bien, no vaya a ser que le tenga un dispositivo de rastreo o algo para saber dónde estoy en todo momento.

—Gracias, mamá. No sabes cuánto llevo deseando uno de estos.

—Claro que lo sé. Siempre que vamos de compras te paras frente a la tienda de teléfonos a mirarlos. Eso sí, tienes que ser juiciosa. No andes dándole tu  número a medio mundo.

—Cómo crees. A la única que se lo voy a dar es a Daria. «Y quizás a Ethan».

En cuanto mamá se retira, no lo pienso dos veces antes de llamar a Daria para darle mi número. Lo que le sigue es una lata de diez minutos, con canción de cumpleaños incluida. Después de engancharle corro hasta mi armario, pues además de los chismes, Daria me ha dado muy buenas noticias: Ethan comienza en Olimpia hoy.

Me dispongo a sacar medio armario de ropa, esparciéndola por todos lados, en busca de algo decente que ponerme. Me decido por un vestidito veraniego de algodón color turquesa y unas sandalias de tirillas marrones. El vestido no es ni corto ni descotado, pero balancea mi figura, de forma que parece que tengo curvas. El cabello me lo dejo suelto, hoy se está comportando como debe y no se ve tan mal. No suelo untarme maquillaje para ir a la escuela, a no ser que ande con unas ojeras. No obstante, hoy es un día especial, por lo que defino mis ojos con un poco de delineador y rímel y  me unto brillo labial.

Al llegar a Olimpia los nervios me atacan. Nunca había sentido algo así. Es una mezcla de emoción y ansiedad que me causa cosquillas en el estómago.  Me interno en la escuela, acomodándome un mechón de cabello detrás de la oreja. Puedo sentir algunas miradas sobre mí, lo cual me hace sentir como un bicho raro.

Respiro hondo y enderezo la espalda mientras camino por el pasillo principal. Daria dijo que la buscara en los casilleros, así que me dirijo hacia allá a toda prisa.

—¿Nueva imagen? Umm, me parece que alguien anda tras cierto hermanastro mío —me dice Daria en cuanto me ve, dirigiéndome una mirada de apreciación.

Me cruzo de brazos. Me preocupa que sea demasiado obvio.

—No es como piensas. Hoy es mi cumpleaños y quise tratar algo diferente.

Daria pasa un brazo por mis hombros diciéndome en tono confidencial:

—No te preocupes, amiga. Será nuestro pequeño secreto.

—¿De verdad me veo bien?

Daria me para frente al pequeño espejo que tiene en su casillero.

—¿Estás bromeando? Te ves espectacular. Ethan se va a babear cuando te vea.

Mis labios se ensanchan en una amplia sonrisa, esa es la reacción que estoy buscando. Sólo espero que a Ethan también le guste.

—Ally, prepárate, que por ahí viene…—me dice ella después, haciendo un gesto con la cabeza para que voltee a verlo.

El cosquilleo en mi estómago aumenta a medida que él se nos acerca. Ethan se ve muy guapo, incluso más que cuando lo conocí por primera vez.  Lleva puestos unos vaqueros gastados, una camiseta blanca ceñida y una chaqueta de cuero color marrón. Tiene el cabello ligeramente desordenado, de modo que algunos mechones le caen sobre la frente. Algunos lo miran con curiosidad; otros, en especial las chicas, con admiración.

—¡Feliz cumpleaños! —me dice Ethan al llegar hasta nosotras, regalándome una sonrisa—. Daria me dijo que hoy cumples dieciséis.

—Gracias. —Sonrío con un tanto de timidez—. Estoy emocionada, por fin seré considerada parte de la sociedad.

Ethan ríe, lo que me hace sonreír más ampliamente.

—Entiendo, yo sentí lo mismo cuando los cumplí. Poder conducir es una ventaja.

—Me lo dices. ¡Eso es libertad!

Ethan vuelve a reír y noto que sus ojos recorren mi cuerpo de arriba a abajo. Me gusta tener ese efecto en él. Me siento bella, poderosa.

No puedo creer que me haya ignorado a mí  por ir a hablar con esa perdedora dice una chica, lo suficientemente alto como para que todos la escuchen.

Me preparo mentalmente para lo que viene: la humillación pública; pero no pasa nada, nadie parece haberla escuchado. Busco a mi alrededor, algo confundida, pensando en cómo es posible que nadie la haya escuchado. Mis ojos se topan con los de una chica de último año, quien hace una mueca de desagrado y se voltea cuando la miro.

—No sé lo que le ve. Yo soy más bonita y tengo mejor cuerpo —vuelve a decir.

Una vez más, nadie reacciona. Es como si yo fuera la única que la escucho. Sus amigas no hacen comentarios y Daria tampoco, mientras Ethan sigue hablando relajadamente, como si nada estuviera pasando. Al ver que nadie comenta, olvido el asunto, pensando que de seguro me lo imaginé. Con el estrés que he tenido estos últimos días, no me sorprendería que estuviera perdiendo la cabeza.

—Dime, Ally, ¿qué planes tienes para hoy? —me pregunta Ethan.

Me miro los zapatos. No sé cómo decirle que tengo una madre muy sobreprotectora.

—Ninguno. Mamá no me deja salir los días de clases  —digo en voz baja, desde ya sintiendo el calor en mis mejillas en la punta de mis orejas.  «Ethan debe pensar que soy una niña mimada».

—No te preocupes, Ally. Te prometo que este fin de semana será el mejor de tu vida —interviene Daria, antes de que él me pudiera contestar—.  Ethan, vas a venir ¿no?

El muy tierno sonríe y asiente con la cabeza.

—No me lo perdería por nada. «Aunque me habría gustado llevarla a comer un helado hoy».

Mis ojos se abren de par en par al percatarme de que él no abrió la boca para decir eso último. Cuando escuché a la chica se lo achaqué a mi imaginación, pero ahora no estoy segura de eso. La voz de Ethan sonó demasiado real; fue como si hubiera escuchado sus pensamientos. Ni bien llega la idea a mi mente cuando ya la estoy descartando. ¿Cómo se me ocurre algo así? Eso es ridículo, por no decir, imposible.

—¿Y qué te parece la escuela? Daria me dijo que estudiabas en un colegio privado, Olimpia debe ser un shock para ti. —Trato de distraerme con la conversación.

Ethan mete las manos en los bolsillos de su chaqueta y se recuesta de los casilleros.

—Nah, no es tan diferente. Además, aquí sobresalgo.

 Me parece percibir un toque de arrogancia en su comentario. Sé que él no es la persona más modesta del mundo, mas por alguna razón, su actitud me recuerda a alguien que prefiero enterrar en los abismos de mi memoria.

—¿Ah sí? ¿Y cómo es eso? —Mi tono suena poco amistoso, casi como si estuviera hablándole a Reed en vez de a él.

Ethan parece no darse cuenta, o lo pasa por alto, porque en lugar de ofenderse me sonríe de lado, mirándome con ojos divertidos.

—Daria, Ally necesita espejuelos. Tiene que ser ciega para no ver mis encantos  —dice él, poniendo cara de galán y acariciándose la barbilla.

Por su tono sé que lo dice por fastidiar, pero aún así me pongo de malas.

—Sin comentarios. Eres mi hermanastro y se me hace imposible verte con esos ojos —dice Daria.

—No soy ciega. Que no caiga rendida a tus pies no significa que necesite gafas.

Daria chasquea la lengua y niega con la cabeza. «¿Qué?  Es la verdad», le digo con los ojos, a ver si le llega el mensaje.

—Estaba bromeando, no es para que te pongas así —me responde él, visiblemente desconcertado con mi actitud defensiva.

En ese momento me doy cuenta de mi estupidez. Lo he tratado de la misma forma en la que trato a Reed. Intento reírme para alivianar el ambiente y la risa me sale forzada.

—Lo sé, yo también estoy bromeando. «Sobre todo».

Ethan arruga el entrecejo, se nota a leguas que no me creyó.

—Parecías muy molesta.

—No. ¿Cómo crees?

«Pensé que la había cagado de nuevo», lo vuelvo a escuchar y, al igual que la vez anterior, ¡tampoco abrió la boca para hablar!

«¡No puede ser que de verdad esté escuchando sus pensamientos!», pienso aterrada. «Calma, Ally, no te hiperventiles. Debe haber una explicación lógica para esto. Sí, claro. La única explicación es que te estás volviendo loca».

El corazón se me acelera, al igual que mi respiración. No puedo coger aire, como si tuviera un objeto atorrado en mi garganta. Mis manos comienzan a temblar y mi frente a sudar. Me temo lo peor, que me dé un ataque de pánico frente a Ethan y media escuela. Para mi suerte, justo cuando estoy a punto de perder el control, suena la campana. La estampida de estudiantes que nos pasa por el lado logra distraerme, de modo que logro tomar las riendas de mis emociones. Ethan se despide y se marcha, lo que me calma aún más. Si me pasara algo vergonzoso, al menos él no estará allí para presenciarlo.

—¿Qué rayos fue eso, Ally? Por poco te lo comes vivo. Pensé que te gustaba —me pregunta Daria, halándome por un brazo hacia el aula de literatura.

Ni siquiera le pongo resistencia, sino que me dejo llevar cual muñeca de trapo.

—Y me gusta. —Sacudo la cabeza—. No sé lo que me pasa.

Daria deja de halarme, mirándome con los ojos entornados.

«Me estás ocultando algo».

Escuchar a Daria en mi mente es la gota que colma mi vaso. Si quería una prueba, pues ahí la tengo. Me estoy volviendo loca y terminaré en el manicomio, encerrada en una celda de paredes blancas y acojinadas con camisa de fuerza. Dios. Creo que voy a enfermar.

—¿Ally, estás bien? Te ves pálida.

La voz de Daria se escucha distorsionada y muy lejana. Quiero contestarle, decirle que estoy bien y que no se preocupe, pero las nauseas no me dejan; me temo que si abro la boca devolveré lo poco que me comí.  Las arcadas no disminuyen, por lo que termino dejándola atrás y corriendo para el baño de chicas. Ya allí, me meto en uno de los cubículos y…Ahí va mi desayuno. Cuando termino halo la cadena, cierro la tapa y me siento sobre el váter, pensando en lo ocurrido.

 Segundos más tarde, Daria entra al sanitario dando y portazo.

—Ally, ¿estás bien?

Me llevo las manos a la cara. Si fuera por mi me quedaría encerrada aquí el resto del día, pero como sé que eso no es posible y que no hay muchos lugares seguros en los que me pueda ocultar en esta escuela, me resigno y salgo del cubículo. Al salir veo mi imagen en uno de los espejos. Mi piel luce apagada, casi gris; mi pelo, todo revolcado. Cualquiera diría que no me peiné esta mañana. Suspiro.  Con la pinta que llevo, dudo mucho que Daria me crea si le digo que estoy bien. Y menos lo hará si mi estómago decide vaciarse de nuevo, como está amenazando con hacer en estos mismos instantes.

—Creo que voy a enfermar —le contesto abrazando mi barriga, antes de volver a encerrarme en el cubículo.

Cuando termino de vomitar hasta los jugos gástricos, me enjuago la boca en el lavamanos para tratar de eliminar el sabor ácido que me quedó en la lengua. Daria aprieta los labios, observándome detenidamente. 

—Qué mal te va. Deberíamos ir a  la enfermería.

Niego con la cabeza. Lo menos que deseo es que la enfermera me acose con preguntas. Además de que ya me siento mejor.

—No te preocupes. Algo me cayó mal, pero ya estoy bien.

—¿Estás segura?

—Sí, estoy segura.

El resto de la mañana me la paso con los nervios de punta; cada vez que creo escuchar los pensamientos de alguien, el corazón se me quiere salir del pecho. No me sucede todo el tiempo, aunque sí lo suficiente como para alterarme. Si sigo como voy, tendré un colapso nervioso.

A la hora de almuerzo Daria y yo bajamos a una repleta cafetería. Las señoras que sirven la comida no dan abasto; la fila llega hasta la entrada. Cuando al fin es mi turno, agarro una bandeja de la pila al principio de la barra y la deslizo por la canal mirando el menú. Me decido por unas patatas fritas y una hamburguesa con queso. Que mamá sea vegetariana no quiere decir que yo lo sea. Daria elige lo mismo que yo. Esa es la mejor de las opciones: el pollo frito se ve demasiado grasiento y la pizza parece estar cubierta de plástico en lugar de queso.

Pagamos y nos sentamos en la primera mesa que encontramos desocupada, la del fondo cerca de la salida. No tengo mucho apetito, por lo que manoseo la hamburguesa sin siquiera llevármela a la boca.

—Esa perra. —Escucho a  Daria, quien mira por encima de mi hombro con la expresión de quien ha encontrado una mosca en la sopa.

Volteo a ver disimuladamente, repasando la cafetería, en busca de aquello que le ha causado tan negativa reacción. No tardo en encontrarlo. Allá, en la fila para pagar, se encuentran Ethan y Halley Reeves hablando. Ella  juguetea con su largo cabello mientras él le sonríe, todo un golpe bajo para mi ego. 

—Tienes que ponerte las pilas. Si no marcas tu territorio, Halley lo hará suyo antes de que termine la semana —dice Daria, aún sin quitarles los ojos de encima.

Eso de marcar territorio me hace pensar en perros orinando neumáticos.

—Halley tiene novio, no creo que lo deje por Ethan.

Ni yo misma me lo creo. Halley no es la persona más fiel que conozco. El año pasado cambió de novio tres veces

—Sigue pensando así. Por eso no tienes novio. Eres demasiado pasiva.

Me dan ganas de restregarle en la cara que ella tampoco tiene novio, pero me reprimo. No quiero pelear con Daria hoy, menos por semejante estupidez.

—¿Qué quieres que haga? No esperarás que vaya allá y lo hale por el brazo.

—Claro que no. Eso sería algo que yo haría. Conociéndote a ti, será mejor que tomemos la vía sutil.

—¿Con sutil te refieres a? —pregunto levantando una ceja.

Por desgracia, Daria no me da tiempo ni de considerarlo.

—¡Ethan, por aquí! Te guardamos un lugar ─dice levantando la voz y agitando el brazo en el aire.

Me llevo las manos a la cara, suspirando de la vergüenza. Sabía que iba a ser todo menos sutil. Lo menos que deseo es llamar la atención, y ahora tenemos a toda la cafetería mirándonos.

Ethan nos saluda con la mano y se echa caminar hacia nuestra mesa. Al parecer a él no le molesta la atención. La seguridad que exude mientras camina por entre medio de los estudiantes me dice ese tanto. Que envidia. Si fuera yo, estaría luchando con los deseos de salir corriendo.

—Gracias por guardarme un lugar.  Esto está atestado de gente —me dice, ofreciéndome una sonrisa cálida que me acelera el corazón.

—De nada  —le respondo devolviéndole el gesto—. ¿Y qué, cómo te ha ido? ¿Has hecho algún amigo?

Ethan agarra la mitad de su hamburguesa y le da un gran mordisco. Después toma un trago de su jugo de frutas enlatado.

—Claro, soy un chico popular  —dice él todo confiado.

—No empieces —le advierto. Aunque le sonrío, no vaya a ser que piense que estoy molesta de nuevo.

—Vale. Veo que hacerme el interesante y popular no funciona contigo. Dime, Ally, ¿cómo es tu chico ideal?

La pregunta me toma desprevenida. Nunca he pensado en eso.

Daria, que estaba ocupada comiendo su hamburguesa, me dirige una mirada expectante.

«Esta es tu oportunidad, Ally. Dile que es como él».

«¡Otra vez no!», pienso, tratando de respirar hondo mientras rezo para que no me de otro ataque de pánico. Sería demasiado vergonzoso si tuviera que salir corriendo para el baño de chicas. ¡Demonios!, no está funcionando; puedo sentir la presión en mi pecho, junto al irresistible deseo de salir huyendo.

«Escúchame bien, Alison. No te estás volviendo loca. Tienes que calmarte. Imagina una pared en tu mente».

La voz de Reed llega a mi cabeza como un trueno, imponiéndose sobre todas las demás. Me pongo a buscarlo por la cafetería, pues, por alguna razón, sé que él está aquí. Lo tengo de frente, sentado a dos mesas de distancia con la barbilla apoyada en sus manos entrelazadas.  

¡¿Qué no estoy loca?! ¿Y cómo quiere que explique lo que me está pasando? ¡Es una locura!

«Te digo que no estás loca. Haz lo que te digo. Cuando termine el último periodo te explico».

¡Ahora me estoy comunicando telepáticamente! No, si es que voy derechita para el psiquiátrico. «Adiós vida normal. Adiós sueños de mi adolescencia», me lamento.

—¿Ally, estás bien? Te ves ida —pregunta Ethan, distrayéndome efectivamente.

—Estoy bien. No te preocupes. —La voz me tiembla, y sospecho que mi piel está más blanca que un papel.

Ethan se me queda viendo con cara preocupada.

—¿Estás segura? —pregunta Daria, quien tampoco me quita la vista de encima—. Podemos ir a la enfermería o llamar a tu mamá.

—En serio, estoy bien. —Miento descaradamente—. La clase de álgebra me tiene estresada, es todo.

—¿Tienes problemas con álgebra? Si quieres te puedo ayudar, soy muy bueno con los números —se ofrece Ethan.

Sonrío un tanto melancólica. ¿Por qué no lo conocí la semana pasada?

Las voces desaparecen a los pocos segundos,  así que sigo hablando con ellos, aunque no sin algo de ansiedad.  Ethan me habla normalmente, pero Daria continúa mirándome con suspicacia. La condenada me conoce como si me hubiera parido. Seguro que se sospecha algo. Hablamos hasta que se nos pasa la hora y suena la campana.

 Daria y yo subimos al segundo piso, donde se encuentra el aula de economía domestica. Ni bien pongo el pie en el pasillo, las voces hacen su aparición. Ahora no son ni una ni dos las que escucho, sino decenas de voces que se unen en un molesto murmullo que me marea. Entonces recuerdo el «mensaje» Reed.

«Imagina una pared en tu mente».

«Estás loca, eso no funcionará», me digo a mí misma; mas como no tengo nada que perder, lo hago. Me concentro en la pared, tratando de ignorar el barullo de voces que me atormentan, hasta que estas desaparecen. No puedo creerlo. ¡Funcionó!  Pensé que la voz de Reed era parte de un delirio mío; sin embargo, la evidencia me prueba lo contrario. Aquello no fue mi imaginación, de verdad me estaba comunicando con él.

 «Pero eso es imposible, eso viola todas las leyes de comunicación convencionales.  A no ser que yo pueda… No. Esto no puede ser. Me niego a creerlo».

Para cuando llega la última clase siento que me voy a desmayar. Al parecer esto de bloquear voces gasta energía, porque estoy exhausta y no doy para más. Lo lindo es que he escuchado hasta lo que habría preferido no escuchar. No es para nada agradable enterarme de las fantasías del chico del pupitre de al lado con la maestra de inglés. Fue como oír un audio-libro pornográfico.

Pese a mi resistencia a aceptarlo, a estas alturas estoy convencida de dos cosas: de que puedo escuchar los pensamientos de la gente y de que necesito a Reed. Él es el hilo que me mantiene cuerda, la única prueba de que no estoy loca. A no ser que él lo esté, lo cual también es posible.

El timbre suena y me sobresalto, estaba demasiado distraída con los pensamientos de la gente. Me volteo y miro para la parte de atrás del aula, donde Reed suele sentarse. El muy maldito está a punto de salir por la puerta, la ventaja de sentarse en la última fila.  Sin perder el tiempo, concentro todo mi atención en él.

«Tenemos que hablar», le digo con mi mente, a ver si le llega.

Debo estar loca; no obstante, si en el almuerzo él supo lo que estaba pensando, no veo razón para que ahora no lo haga. Para mi sorpresa, Reed se detiene en el acto  y voltea a verme. No me sonríe, ni siquiera la excusa de sonrisa que siempre me dedica. Sus ojos se ven serios; su rostro, tenso. Algo anda muy mal, lo presiento.

«Te veo en la biblioteca», es su respuesta,  tan clara y seca como la primera vez, sin ese aire socarrón al que estoy acostumbrada.

Me quedo mirando su espalda mientras él sale del aula, hasta que Daria se me acerca por detrás y me pega un susto. Como es mi cumpleaños, quiere que deje a Reed plantado y vaya con ella a por un helado. Le digo que no puedo faltar, que ella muy bien sabe que estoy a punto de reprobar, a lo que responde con un berrinche de los suyos. Me tardo un poco en apaciguarla, recordándole nuestros planes para el fin semana, pero al final lo logro.

Ya han pasado quince minutos, si no avanzo, puede que Reed se largue y me deje sola con este dilema. Entro por las puertas de la biblioteca como un rayo, pasando de la Sra. Holcom. La espalda se me tensa al escuchar sus pensamientos. Sé que fui ruda al ignorar su saludo; ella es una de las empleadas más dulces que conozco, siempre dispuesta a ayudar a los estudiantes. Sin embargo, la situación amerita mi falta de modales.

Al menos no me tengo que romper la cabeza pensando en dónde diablos estará, ya que, por lo visto, Reed le tiene cariño a la sala de conferencias de la biblioteca. Cuando entro por la puerta me lo encuentro sentado en una de las butacas, con los codos apoyados en sus rodillas y la barbilla acunada sobre sus manos entrelazadas. Se lo ve cansado y pensativo, incluso parece mayor de lo que es.

Reed hace un gesto con la cabeza para que me siente en la butaca de al lado. Me siento sin decir palabra, esperando a que él tome la iniciativa. Así pasamos alrededor de cinco minutos, en un silencio sepulcral que me desquicia más que las mismas voces. Lo juro, podría escucharse el sonido de la caída de un alfiler.

—Debes estar asustada — dice finalmente.

—Tú…Tú también... —Sé lo que le quiero decir, es solo que no me salen las palabras de la boca. Él no habla, sino que asiente con suavidad. Sus ojos se ven casi empáticos, como si de verdad entendiera por lo que estoy pasando.

Se hace una pausa en lo que ordeno mis pensamientos. Si él lee mentes al igual que yo, por qué demonios me lo está haciendo más difícil con su silencio. Me da rabia. Incluso siento las uñas clavarse en las palmas de mis manos de tan fuerte que aprieto los puños.

Reed coloca sus manos sobre las mías, gesto que me causa un sobresalto. Lo miro contrariada, el contacto de su piel me hace sentir cosas que preferiría borrar de mi memoria.

—No te tortures tanto, no estás loca —me dice aflojando mis dedos, de modo que las uñas no me lastimen.

Suelto una carcajada, al tiempo que dejo que las lágrimas salgan a borbotones de mis ojos. La voz me tiembla cuando le respondo:

─Ah ¿no? ¿Y qué diablos es esto? ¿Por qué estoy escuchando voces?

Reed suspira a mi lado. Se lo ve igual o más frustrado que yo.

─No sé ni por dónde empezar a explicarte.

Lo miro por entre mis pestañas empapadas, mis labios trémulos al hablar.

─No puedes dejarme así. Enloqueceré.

Reed se peina el cabello con los dedos, dejando salir un largo suspiro.

—No soy bueno con estas cosas —murmura, más para sí mismo que para mí; luego me clava sus ojos oscuros atormentados. Se me seca la boca, jamás he visto tanta intensidad en su mirada—. Tú y yo no somos normales.

—No me digas…—El sarcasmo se me sale por los poros.

—Tú no entiendes todo lo que esto implica, así que cierra la boca y déjame hablar si quieres que te diga. —Reed no juega, lo puedo percibir en la tensión de su mandíbula y la forma en la que une las cejas, por lo que aprieto los labios y entrelazo las manos sobre mi regazo.

—Nosotros somos parte de un grupo selecto de humanos que posee habilidades especiales. No todos tenemos las mismas capacidades: algunos mueven objetos; otros, controlan la electricidad; y tú y yo poseemos el don del control mental. Podemos leer mentes, comunicarnos telepáticamente e introducir imágenes y pensamientos en los cerebros de las demás personas. Claro, que eso viene con un alto precio a pagar.

—¿De dónde salen esos poderes? Esto no puede ser. Parece que me metí en una película de ciencia ficción.

Reed frunce el entrecejo, su mirada airada me lo dice todo.

—Ok. Cerraré el pico.

—Aún no queda claro. Lo único que se sabe es que tenemos un código genético que nos hace distintos. Según las investigaciones, las habilidades se desarrollan durante la adolescencia, aunque hay algunos casos en los que se comienzan a ver manifestaciones a temprana edad.

—Tú eres unos de esos, ¿verdad? —Me atrevo a preguntar, sabiendo que esta puede ser la gota que colme el vaso.

—Sí, pero eso no viene al caso. Lo importante es que tienes que aprender a controlar y ocultar tu don. Nadie, absolutamente nadie, puede enterrarse de que lo posees. Ni tu madre ni tu mejor amiga, ¿entendido?

Me muerdo el labio. No sé si podré ocultárselo a Daria, dado que nosotras nos contamos todo.

—¿Entendido? —vuelve y pregunta Reed. La urgencia en su tono me hace asentir—. Bien. Lo primero que tienes que aprender es a bloquear los pensamientos de los demás. No puedes entrar en pánico cada vez que escuches las voces en tu cabeza.

Que ni me lo diga. Estoy súper dispuesta a aprender eso.

—¿Y es posible eso? Digo, lo de apagar esto.

—Es posible. Me sorprendió que te comunicaras conmigo tan rápido. De que tienes potencial, lo tienes.

Eso me da algo de esperanza. Tal vez pueda recuperar la normalidad.

Reed niega con la cabeza y chasquea la lengua.

—Acéptalo, nunca serás normal. Mientras más rápido lo hagas, mejor.

Quiero llorar. ¿Por qué me tuvo que tocar alguien tan poco sensible?

—La vida no es justa, es hora de que salgas de tu burbuja color rosa.

—¿Cuál es tu problema? ¡Déjame en paz! Bastante mal que me siento para que vengas a empeorar las cosas. ¡Sal de mi cabeza! —le grito.

Luego se me ocurre algo. Quizás yo pueda meterme en su mente y darle una cucharada de su propia medicina. Lo miro fijamente, tratando de concentrar todas mis energías en él, del mismo modo que hice cuando le envié el mensaje en el aula de historia. Mientras yo hago eso, labios de Reed se abren en una sonrisa oscura, lo que me hace intentarlo con más tenacidad.

—¿Qué pasa, Ally? ¿Por qué tan seria?

No puedo leerle la mente. ¿Qué clase de broma es esta? Está claro que él puede meterse en la mía, lo justo sería que yo también pudiera meterme en la suya.

—¿Por qué no escucho nada? —pregunto confundida.

—Tienes mucho que aprender —me contesta revolcándome el cabello como si yo fuera una niña, a lo que respondo con un manotazo para que se deje de tocarme.

—Déjate de estupideces y explícame, que no tengo toda la tarde.

Reed suspira, y por un momento me parece que se va a largar y a dejarme con la duda.

—Ahora mismo no tienes control sobre lo que escuchas, además de que es muy fácil que uno de nosotros invada tu mente.

—No te quiero en mi cabeza. No me gusta. —Lo interrumpo, quejándome como una nena chiquita.

Reed me dirige una mirada helada, de esas que meten miedo, y se inclina hacia mí. «Dios, ahora sí que la cagué», pienso mientras trago saliva, lo cual se me hace bastante difícil. Mi pulso aumenta según nuestros cuerpos se acercan; no puedo manejar mi nuevo descubrimiento y su cercanía al mismo tiempo. Su olor masculino me desorienta, al igual que el calor que emana su cuerpo. Me humedezco los labios. Reed luce peligroso. Muy peligroso.

Me pego lo más que puedo al respaldo de la butaca, buscando distanciarme de su cuerpo.  Reed tiene otra idea y coloca una mano a cada lado de mi cabeza en la pared de atrás, atrapándome efectivamente. Lo tengo demasiado cerca, tanto así, que siento su aliento en mis mejillas. Cuando ya no lo soporto más, volteo la cara hacia un lado.

Reed sonríe, retira un brazo de la pared y me agarra por el mentón, moviendo mi rostro a la posición original. No me atrevo ni a respirar, mientras intento leer sus intenciones sin éxito alguno;  sus ojos son dos esferas herméticas. Debería alejarme, golpearlo o lo que sea, pero no lo hago. Me quedo ahí sentada cual muñeca inerte, atada a su hechizo. Su boca se acerca a mi oído y me encojo en mí misma.

—Tranquila, esto no te va a doler. Mucho —susurra.

Me estremezco de la cabeza a los  pies. Su voz grave despierta mis sentidos, nunca antes había sentido algo así. El placer le da paso al dolor, a una punzada aguda que parece taladrar mi cerebro. Me tardo un poco en entender lo que pasa, hasta que me percato de que Reed está dentro de mí. Aprieto los ojos con fuerza, tratando de expulsarlo y de dejarlo fuera. Puedo sentir su presencia en mi mente, invasora e implacable, buscando en mis más íntimos recuerdos. No tenía idea de que él pudiera hacer eso.

—¡No! —Me sorprendo al escuchar mi voz, alta y autoritaria.

Reed se retira con una sonrisa de autosuficiencia. Entretanto, mi pecho sube y baja a gran velocidad. No sé qué diablos me hizo, pero aquello me provocó una sensación muy desagradable que no deseo volver a experimentar.

—Felicidades. Pasaste la primera lección.

—¡¿A eso le llamas lección?! 

Reed ni se inmuta ante mi ataque de rabia, todo lo contrario.

—Lograste bloquearme. Tenemos que trabajar con tus defensas, están demasiado débiles.

—Eso no contesta a mi pregunta. Pudiste hacerlo de otra forma, no tenías que pegarte tanto.

—Ya sabes cómo soy. Me gusta divertirme mientras trabajo.

—¡¿Qué?! Eso no es justo. Debe de haber reglas, límites.

—¿Quién dijo que la vida es justa?

—Me importa un carajo. Te exijo que me enseñes a apagar esto.

Reed se levanta de la butaca.

—No te atrevas… —le advierto.            

—Lo siento, tengo la tarde ocupada.

—Ven acá ¡ahora!  —le grito mientras lo veo alejarse hacia la puerta de cristal.

El muy maldito levanta el brazo a modo de despedida, sin tan siquiera voltear a verme.

«Nos vemos mañana», lo escucho en mi mente.

«Bastardo».

***********************

Por si se lo están preguntando, el de la foto es Ethan. XD

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