Capítulo 27
Blas salió del hospital con algunos libros bajo el brazo, no le cabían todos en la mochila...
Cruzó la calle y una silueta le resultó familiar, esa forma de apoyarse en la pared y ese cigarro entre los dedos índice y corazón lo delataba. Álvaro.
–¡Ey! –Dijo Álvaro acercándose al de ojos azules con cierta chulería. Le dio una calada al cigarro y miró el rostro magullado de Blas. –¿Qué te ha pasado?
–Me dieron un puñetazo en la mandíbula –Dijo Blas a la vez que Álvaro se acercaba más a él y le cogía la cara con cuidado, observando el moratón que cada vez estaba mas oscuro.
–¿Quién ha sido el capullo que te ha hecho esto? Porque va a recibir una buena por haber tocado a mí mejor amigo. –Dijo Álvaro llevándose el cigarro a la boca.
Blas se ahorró el comentario sobre si era o no su mejor amigo y se recolocó bien los libros bajo el brazo. Álvaro se dio cuenta del gesto y cogió uno de los libros. Le echó un vistazo a la carátula y miró al de ojos azules con un gesto dubitativo.
–¿Y esto? –Dijo el de ojos verdes levantando una ceja.
Blas negó y apartó la vista, no le apetecía hablar de lo ocurrido otra vez.
–Blas, ¿que te pasa? –Dijo Álvaro notando que el de ojos azules ya no le miraba.
Álvaro no obtuvo respuesta por lo que optó por coger del brazo a Blas y teletransportarlos a su casa.
Álvaro también podía teletransportarse.
Aparecieron en la habitación de Álvaro, la cual se encontraba algo mas limpia que de costumbre.
–Cuentame que ha pasado. –Dijo Álvaro tirándose en la cama.
Blas se sentó en la silla del escritorio y dejó los libros y la mochila encima del escritorio. Respiró hondo y se dispuso a contarle todo al otro chico.
–Me quedé a dormir en casa de Carlos. –Dijo Blas finalmente.
–¿Carlos es el humano al que proteges? –Dijo Álvaro levantándose de golpe.
Blas asintió y se aclaró la voz.
–A la mañana siguiente, osea, ayer por la mañana, íbamos para clase y nos abordaron el grupito de Jared y Hari.
Álvaro se sentó a lo indio en la cama y miró al de ojos azules con curiosidad.
–Buscaban el colgante de sangre –Dijo Blas rozándolo por debajo de la camiseta.
Álvaro abrió los ojos en signo de sorpresa a la vez que se levantaba y se acercaba a Blas.
–¿Lo tenía él? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Lo consiguieron? –Preguntó Álvaro.
–Sí, lo tenía él, ¿cómo? Dice que se lo dio su madre. Y no, no lo consiguieron.
Álvaro bufó, no entendía a esa panda de gilipollas que lo buscaban como si fuese un billete de lotería premiado en Navidad. Que sí, que vale que tenía mucho poder y todas esas mierdas, pero los ángeles caídos se encontraban perfectamente viviendo apartados de la sociedad. No era necesario cargarse la humanidad por puro capricho.
–Este colgante es el que ha hecho que yo acabé con estas pintas y Carlos en el hospital con un síndrome de cautiverio. –Dijo Blas arrugando la parte baja de su camiseta.
Álvaro se llevó una mano a la boca y comenzó a negar. No se imaginaba que alguien en esa historia fuese a acabar tetrapléjico en un hospital.
Blas agachó la cabeza y respiró hondo, cada vez que lo contaba se sentía más culpable. Álvaro al ver el gesto, alargó el brazo y tiró del de Blas, hasta sentarlo en la cama. Lo abrazó intentando consolarlo mientras el de ojos azules intentaba no llorar.
–Fue mi culpa Álv –Dijo Blas con la voz ahogada en el pecho del de ojos verdes –Mi jodida culpa.
–No fue tu culpa –Dijo Álvaro apretando el agarre –Tu no lo dejaste así.
–¡Pero no pude evitar que le golpearan! ¡Ni que lo hechizaran! ¡Me tenían cogido y no pude soltarme!
–¿Lo hechizaron? –Dijo Álv acariciándole el pelo al otro chico, sabía que eso le relajaba mucho.
–No estoy totalmente seguro –Dijo Blas notando como su cuerpo se destensaba –Pero creo que sí.
–De ahí que llevases todos esos libros.
Blas asintió y no dijo nada más, se encontraba demasiado cansado mentalmente cómo para seguir hablando.
–Blas –Dijo Álvaro obligando al de ojos azules a que le mire. –Primero, tu no tienes la culpa. Segundo, pasó porque tenía que pasar, suerte que no os quitaron el colgante. Y tercero, sí necesitas cualquier cosa, aquí me tienes.
Blas murmuró un gracias que le partió el alma al de ojos verdes.
Al final el de ojos azules se separó de Álvaro y se sentó a lo indio en la cama.
–¿Y que tal con Carlos? –Dijo Álvaro.
–¿Enserio me preguntas esto? –Dijo Blas mirándolo mal. –Pues mal, él está ingresado.
–No me refiero a eso. –Dijo Álvaro riendo. –Has dicho que pasaste la noche en su casa, cuentame que pasó, porque no jugasteis al parchís, ¿me equivoco?
Blas bufó y puso los ojos en blanco.
–No jugamos al parchís –Dijo Blas.
–¡Lo sabía! –Dijo Álvaro feliz. –Te dije que te ponía, ¡te lo dije!
Menos mal que no sabía que el de ojos azules se había masturbado en uno de los baños del hospital por culpa de Carlos. Si no se volvería aún mas pesado.
–¿Y que tal fue? –Dijo Álvaro torciendo una sonrisa.
–Eso sí que no te lo voy a decir –Dijo Blas negando.
Álvaro hizo un puchero intentando dar pena, pero el de ojos azules estaba acostumbrado a estas situaciones, así que supo cómo ignorarlo.
–Rancio, que eres un rancio. –Dijo Álvaro dándole la espalda.
Blas negó divertido y se tumbó en la cama. Se quedó mirando el techo y se acordó del contrahechizo que salía en el libro.
–¿Sabes dónde puedo conseguir bambú? –Preguntó Blas.
–En una tienda donde venden plantas supongo, ¿por?
–No, nada. Curiosidad –Dijo Blas.
–Por cierto, necesito que busques este libro –Continuó Blas sacando de su bolsillo trasero del pantalón el trozo de libro que había arrancado en la biblioteca. Se lo tendió y Álvaro lo observó con detenimiento.
–Creo que lo he visto en la biblioteca de mi padre –Dijo Álvaro. –Lo malo es que no voy a poder sacarlo de allí, ya sabes cómo se pone mi padre cada vez que saco un libro sin permiso.
–Intenta que te deje, porque está en juego que Carlos vuelva a poder moverse.
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