Capítulo 7. Sin control

—¿A qué te refieres con que mi padre compitió en Danger Zone? —cuestionó, atónito. ¿Su padre? ¿Liam O'Neill? ¿De verdad estaban hablando del mismo hombre? No podía ser, él siempre ponía por delante el deber y el éxito antes que la diversión y el riesgo.

Sin embargo, Eva asintió.

—Tal y como lo oyes, en 1984 ese idiota era todo un temerario, incluso a pesar de haber formado una familia, tenía poco interés por su seguridad —relató. Había cierta nostalgia en su mirada, reviviendo los eventos de un pasado más agradable.

—¿Pero cómo? —interrogó Bellamy. Las fechas coincidían; tanto su padre, como su tía e incluso él habían nacido en Altamira, pero si su papá compitió aquí en 1984, entonces él solo era un niño de ocho años, ¿por qué no lo recordaba en lo absoluto?

—No era precisamente un secreto, pero supongo que olvidaste todo de este sitio, incluido eso —dijo Eva y agitó la mano—. Lo más probable es que tu padre haya tratado de mantenerte alejado.

Bellamy se cruzó de brazos.

—De acuerdo, asumamos que es verdad...

—Lo es —interrumpió.

—Sea como sea, ¿por qué estaba involucrado con Danger Zone? —Sacudió la cabeza—. No puedo imaginarlo rompiendo las normas de esa forma.

—No conozco toda la historia; como te darás cuenta, nunca fuimos muy cercanos —explicó—. Lo único que sé es que él era amigo de la dueña, la mujer que creó las carreras callejeras lo invitó a participar en la primera. En ese entonces solo eran carreras nocturnas de Corvettes, los coches favoritos de ella. Tu papá estaba muy involucrado y ganaba casi todas, hasta que...

—Llegué yo —completó, haciendo un mohín—. O, más bien, hasta que él se enfocó en mí. ¿No es así?

Su tía asintió.

—Empezaste a demostrar interés por la conducción y él decidió arriesgarse y dejar todo ese mundo atrás para dedicarse a tu carrera —replicó y lo señaló—. No te castigues por ello, yo creo que volverse ese hombre estricto lo hizo de alguna manera más feliz.

Bellamy la miró con el rabillo del ojo, algo esperanzado.

—¿De verdad?

—Dije creo, tampoco tomes mis palabras como hechos. —Se dirigió hacia la puerta trasera de la florería, la que daba a una bodega que siempre estaba cerrada con llave. Bellamy la siguió—. Aunque ni siquiera su obsesivo carácter fue capaz de borrar todo rastro de su pasado.

Bellamy amplió los ojos.

—¿Todavía queda algo de eso?

Eva sacó su manojo de llaves del bolsillo delantero de su mandil. Rebuscó entre estas hasta que dio con una en específico, pequeña, algo oxidada, pero la correcta para la puerta. Se volvió hacia él con una sonrisa de gato, con una extraña satisfacción.

—¿Por qué te ríes así? Es horrible —se quejó.

Su tía se carcajeó, metiendo la llave en la cerradura.

—Tú preguntaste si quedaba algo del pasado de tu padre. —Abrió y señaló el interior del cuarto sumido en la oscuridad—. Descúbrelo tú mismo.

Bellamy dio un dudoso paso hacia adelante, no era afín a los espacios reducidos sin luz y que además apestaban a humedad por su falta de ventilación. Volteó a ver a Eva con renuencia, pero ella solo se limitó a insistir con la cabeza para que entrara de una vez.

Suspiró y pasó, buscando en la pared el interruptor de la luz. Lo encontró tras tantear un poco con los dedos y lo encendió, siendo deslumbrado por un instante antes de poder enfocar con claridad.

Y vaya que fue una grata sorpresa.

—Eso es... —comenzó, cortando sus propias palabras al tornarse boquiabierto.

Frente a sus ojos había un coche tapado por una polvorienta cubierta gris, solo por la silueta supo perfectamente de qué automóvil se trataba. No era difícil deducirlo uniendo dos puntos básicos: Danger Zone y su padre.

Eva se adelantó hacia el carro y empezó a quitarle la cubierta.

—¿Me das una mano?

Bellamy se precipitó sin dudarlo. Apartaron el plástico que protegía la carrocería, poco a poco revelando un llamativo Corvette, el mismo modelo que se permitía en Danger Zone.

—El Corvette fue lo único que quedó. —Eva sacudió el polvo de sus manos—. Olvidado y acumulando suciedad.

Bellamy pasó las yemas de los dedos por el cofre, estaba sucio y su brillante color rojo estaba impregnado por una fina capa de cochambre, pero incluso esto no le quitaba su encanto. Una bestia en ruedas y su pase de entrada directa a Danger Zone.

Levantó la cara para ver a Eva.

—¿Vas a acusarme con mi padre? —preguntó, desconfiado como de costumbre. Estas buenas acciones siempre venían con algún tipo de precio.

Su tía bufó.

—Acabo de meterte a Danger Zone y mostrarte este coche, ¿en serio crees que lo hice para que te castiguen? —inquirió, cruzando los brazos—. No seas tonto, mocoso. Lo único que espero es que descargues ese mal humor tuyo corriendo un rato y mejores tu actitud. Eso es todo.

—Entonces sí había un precio a pagar. —Esbozó una leve sonrisa.

—Pues claro, tampoco soy una santa —bromeó ella y se encaminó al interior de la florería—. Ahora vuelvo.

Bellamy continuó apreciando el Corvette, era increíble, pero seguía sin poder imaginar a su padre, más joven, detrás de ese volante o acelerando a través de las vías públicas. Aunque, entre más lo pensaba, más sentido le daba a la locura; su papá era un apasionado de los coches, de la velocidad y las carreras de toda índole. No era tan descabellado imaginarlo formando amistades con gente con las mismas aficiones y organizando carreras para saciar sus propios deseos.

Apretó la mandíbula. Lo envidiaba un poco, o tal vez, lo resentía por su hipocresía.

—¡Muy bien! —La exclamación de Eva no le permitió seguir pensando en el asunto. Era mejor así—. ¿Estás listo para correr, mocoso?

Su tía volvió a entrar al garaje y él notó que en su dedo índice giraba un aro metálico de donde colgaba una llave y, en el otro brazo, cargaba el mismo casco rojo para motocicleta de la vez pasada.

—Eso es... —Lo interrumpió al aventarle la llave y él apenas pudo atraparla con torpeza—. ¡Oye!

Eva se carcajeó a sus expensas.

—Juré que los pilotos de Fórmula 3 tendrían mejores reflejos —se burló.

—Ni siquiera me avisaste.

Su tía levantó una ceja.

—¿Acaso los obstáculos en el camino te avisan de antemano de su presencia?

Bellamy desvió la mirada, enfurruñado. No podía discutir contra algo tan obvio.

—Eso es lo de menos —demeritó.

Eva, más jubilosa que de costumbre, se acercó a él y le tendió el casco.

—Al menos ponte esto otra vez. Todavía tienes que cuidar tu identidad si quieres un futuro en la Fórmula 1.

Aceptó el casco. No era de su agrado, pero tampoco podía darse el lujo de ir a comprar otro y arriesgarse a que alguien uniera los puntos. Era tan paranoico como su padre.

—No dejaré que nadie descubra quién soy —aseveró—. Yo no cometo ese tipo de errores.

—Claro que no, súper estrella. —Lo empujó hacia el coche—. ¿Qué esperas? Ponte detrás de ese volante.

Bellamy se subió al Corvette, colocando las manos en el volante, sintiendo la piel en este, rodeando la palanca de cambios con la mano derecha para acostumbrarse a ella y pisando los pedales para saber cuánta fuerza debía imponer en ellos. Amaba esta sensación.

—Voy a encenderlo —avisó y Eva se cubrió los oídos. Giró la llave y el motor emitió un potente rugido; sonaba un poco destartalado y de seguro necesitaría una mano de gato, pero por ahora funcionaría. Tendría que.

Notó que el auto todavía tenía algo de gasolina, al menos la suficiente para pasar a cargar el tanque antes de dirigirse a Danger Zone.

—¿Tú le pusiste combustible? —preguntó a Eva, bajando el vidrio del lado del conductor.

Su tía se acercó, apoyando los codos sobre la puerta para asomarse a la cabina.

—Lo saqué a pasear hace un mes —replicó, dándole una palmada al techo—. Es un buen coche.

Bellamy estaba de acuerdo. Sentía que no le fallaría, y aunque no tenía ninguna manera de comprobar este pensamiento, escogió, solo por esta ocasión, tener un poco de fe ciega como Connor Lynx la llamó.

—Gracias, Eva.

—No cometas una estupidez, mocoso —advirtió su tía, apartándose de la ventana—. Y más te vale ganar.

Bellamy sonrió, aferrándose al volante con ambas manos.

—Eso nunca fue puesto en duda.

Cerró la ventana, encendió la radio que transmitía una estación de música vieja y se colocó el casco. Vio a su tía levantándole el pulgar desde el espejo retrovisor y luego la puerta del garaje se deslizó hacia arriba. Bellamy movió la palanca y pisó el acelerador, saliendo de la florería para dirigirse a Danger Zone.

Y, desde la distancia, Eva lo observaba con una amplia sonrisa, viendo a su hermano reflejado en su sobrino.

(...)

En cuanto Bellamy llegó a Danger Zone, se puso el casco, ocultando su verdadera identidad por el momento, despidiéndose del talentoso O'Neill para darle la bienvenida al novato de las carreras callejeras.

«Novato, por ahora», pensó. No era un título de su agrado.

Buscó a Leah y a Thomas con la mirada, viéndolos a ellos y a sus coches estacionados un poco más lejos del público que se volvía loco ante la música, el alcohol y la expectativa del espectáculo venidero. Incluso él se sentía un poco abrumado.

Se bajó, viendo a Leah sentada sobre el cofre de su coche y a Thomas permaneciendo parado frente al suyo, un Toyota MR2 (W20) color plata. Se aproximó y escuchó a la chica de cabello anaranjado despotricando:

—¡Te juro que si O'Neill no llega...!

—¿Qué vas a hacerme? —interrumpió Bellamy, apareciendo frente a sus compañeros de equipo.

Thomas ladeó la cabeza.

—¿Bellamy? —cuestionó, extrañado por el casco rojo. Este tipo tenía memoria de teflón.

Leah de inmediato le tapó la boca con una mano.

—¡No digas ese nombre en voz alta! —reprendió antes de volverse hacia Bellamy con una enorme sonrisa—. ¡Llegaste!

Thomas apartó la mano de Leah de su cara y miró por sobre el hombro de Bellamy, señalando.

—Y trajo un Corvette.

Los ojos de Leah casi se salen de sus cuencas. Se hizo de los hombros de Bellamy y lo obligó a apartarse sin tacto alguno para ver el automóvil.

—¡Conseguiste uno, y en tiempo récord! —exclamó, soltando un respiro—. Qué alivio, estuve a punto de robar el de mi hermano.

Bellamy frunció el ceño debajo del casco.

—¿El de tu hermano?

Hizo un gesto desdeñoso con la mano.

—Larga historia.

Thomas examinó el Corvette con curiosidad.

—¿Y tú de dónde sacaste un Corvette? —interrogó. Bellamy no podía evitar ver las semejanzas entre Thomas y su padre, el policía que lo cuestionaba de la misma forma cada vez que lo detenía.

Sacudió la cabeza. No había tiempo para esa clase de explicaciones.

—Larga historia también. —Miró a Leah—. ¿Qué es lo que sigue?

—Inscribirnos, claro.

Leah los guió hacia una limusina que estaba estacionada a varios metros de distancia. Al parecer ahí era donde debían inscribirse, pero ni siquiera pudo cuestionar al respecto, puesto que Thomas caminó a su lado y empezó a explicarle la dinámica de Danger Zone de una manera demasiado técnica.

—Por supuesto, en la ciudad no puedes alcanzar la máxima velocidad y aprovechar todo el torque del Corvette, pero hay atajos que puedes utilizar. El tráfico es impredecible, así que significa arriesgarte a atrasarte —dijo Thomas, moviendo un dedo en el aire como si trazara la ruta del tramo dentro de la ciudad—. No quieras lucirte y nos saques de la carrera.

—Si recuerdas con quién estás hablando, ¿no? —replicó, ofendido. Odiaba que este chico lo subestimara tanto cuando él era el profesional aquí.

Thomas rodó los ojos detrás de sus gafas.

—Ya te dije que dejes de otorgarte tanta importancia —advirtió—. Danger Zone no es lo mismo que la Fórmula 3.

Bellamy estaba muy al tanto de ello. No buscaba comparar ambas cosas, por el contrario, quería utilizar estas carreras clandestinas como una especie de válvula de escape. Un sitio donde podía dar rienda suelta a lo que su otro yo tenía prohibido.

—Eso ya lo sé —aseveró.

Al llegar a la limusina, Leah tocó tres veces el cristal del conductor y este se abrió. Había un hombre de aspecto rudo tras el volante y en sus manos llevaba una lista repleta de nombres.

—Nombre del equipo e integrantes —ordenó con poca emoción.

A Bellamy esto le parecía tan ridículo y exagerado, como esas escenas de películas en donde se reúnen en estacionamientos oscuros para comprar drogas o intercambiar información valiosa.

—Qué estupidez —musitó, cruzando los brazos. Solo Thomas lo había escuchado.

—Nuestro equipo se llama Hundred —dijo Leah y señaló a sus compañeros con un pulgar—. El de gafas es Thomas y el del casco... Solo ponga "sin rostro".

El hombre de la limusina la miró con incredulidad antes de suspirar y escribirlo.

—La carrera está por comenzar. Prepárense —concluyó, volviendo a cerrar el vidrio.

Leah se volvió hacia ellos y aplaudió, emocionada, tal vez demasiado. Bellamy de inmediato identificó los signos del nerviosismo en ella.

—¡Ya oyeron! —exclamó—. ¡Hay una carrera que ganar!

—Tomando en cuenta que es nuestra primera vez con el sin rostro como nuestro As, ¿estás segura de que clasificaremos? —cuestionó Thomas.

Bellamy se sintió ofendido por la implicación.

—¿A qué te refieres con eso?

Leah lo ignoró, respondiendo la interrogante de su amigo.

—Esta es la última clasificatoria, los demás corredores también son novatos. —Miró a Bellamy y guiñó el ojo—. Solo asegúrate de llegar al menos en tercer lugar.

—No voy a llegar en tercer lugar —masculló. Era todo o nada. No había otra alternativa en su cabeza.

—No, llegará en cuarto como en su última carrera en la Fórmula 3 —añadió Thomas, riendo para sí. Ya sabía cómo fastidiar a Bellamy y lo hacía adrede.

Bellamy lo encaró.

—¿Cuál es tu problema?

—Te enseño a lidiar con la frustración —replicó—. No nos sirve de nada un ex piloto iracundo.

Bellamy peló los dientes, y aunque los demás no podían verlo, Leah sí debió haber percibido su enojo y dio un paso hacia él, colocando una mano sobre su hombro.

—Tranquilo, no pierdas la cabeza ahora —pidió—. Además, ganes o no, estoy segura de que lograrás impresionar a Natasha Strein. Dicen los rumores que es una amante del espectáculo.

Bellamy se relajó ante la duda que surgió en su mente.

—¿Quién? —interrogó.

—Natasha Strein, ella es la creadora de Danger Zone —explicó—. Está en aquella limusina a la que fuimos a inscribirnos.

Bellamy volteó a ver. Los cristales estaban tintados y no se veía nada del interior. Recordó entonces las palabras de su tía, el relato sobre cómo su padre solía ser amigo de la creadora de estas carreras.

«Entonces es ella», pensó.

—¡Competidores! —Resonó la voz del presentador en una de las bocinas, llamando la atención de todos los presentes—. ¿Están listos para la carrera? ¡Colóquense en la línea de salida!

—Ya oyeron. —Leah exhaló—. Mierda, estoy que me comen los nervios.

—Solo recuerda cómo solías hacerlo antes —aconsejó Thomas.

Leah lo observó fijamente hasta que algo pareció reventar en su mente y traerla de regreso al presente.

—Sí, tienes razón. —Desvió la mirada, algo apenada y luego forzó una sonrisa—. ¡Bien, deséenme suerte!

—Suerte —dijo Thomas con su poca energía de siempre.

Bellamy solo se limitó a verla dirigirse hacia su coche. Se subió al automóvil y se dirigió hacia la línea de salida donde ya había otros nueve coches del mismo modelo esperando. No cabía duda de que el evento era popular.

—Oye, no te quedes pasmado ahí —llamó Thomas—. ¿Tienes celular?

Bellamy le dirigió su atención.

—Sí, ¿por qué?

—Dame tu número —pidió, sacando el suyo. Bellamy se lo dictó con un dejo de renuencia. ¿Para qué lo quería?

—¿Piensas invitarme a una cita o algo? —bromeó con altanería.

Thomas lo ignoró y, en su lugar, lo llamó. Bellamy solo lo miró con más confusión.

—Contesta, nos mantendremos en contacto durante toda la carrera. Leah y yo ya sabemos cómo funciona esto, pero por esta ocasión, te avisaré de antemano que voy de camino para que estés listo —explicó—. Espera en tu línea de salida.

Bellamy asintió. No podía discutir, no era una mala idea en lo absoluto. Mantener el contacto así se asemejaba a tener a su equipo en el radio en todo momento. Lo hacía sentir menos ciego a lo que pasaba fuera del coche.

—Solo asegúrate de llegar y pasarme la antorcha, gafas —concluyó. Thomas no se molestó por el apodo, sino que asintió y se encaminó hacia su automóvil.

Bellamy solo se quedó entre el público para ver la arrancada de Leah. No había salido en primer lugar, pero tampoco iba tan atrás. Era buena derrapando en el circuito de tierra y eso le brindó cierta ventaja.

—Deja de perder el tiempo y ve a tu posición —dijo Thomas en el celular.

Bellamy rodó los ojos.

—Ya voy.

Se subió al Corvette y manejó hacia la línea de salida para entrar al circuito de la ciudad. Ya había público esperando y también sus rivales estaban ahí. No obstante, notó que no había tanto espectáculo como en la carrera pasada.

—¿Por qué el público está tan tranquilo a diferencia de la última vez? —cuestionó a Thomas.

—La vez pasada fue una carrera entre equipos conocidos, entre ellos el de Connor Lynx. La gente discrimina entre sus favoritos —explicó.

Claro, Connor. Él era la actual gran estrella de Danger Zone. A Bellamy se le formó una sonrisa en el rostro solo de pensar en destronarlo y dejarlo en el polvo.

—¿Lynx ya clasificó?

—Fueron los primeros.

Se alegró incluso más. La competencia entre ellos dos era algo asegurado entonces. Eso era lo que más anhelaba, correr contra Connor Lynx.

—Es mi turno. Prepárate —avisó Thomas.

Al otro lado de la línea pudo escuchar el rugir del motor de Thomas, pisando el acelerador con fuerza para ganar toda la ventaja posible. Bellamy quería preguntar cómo le había ido a Leah y en qué posición iban, pero se quedó callado para no desconcentrar a su compañero de equipo. Lo que menos necesitaba es que fueran descalificados sin que él siquiera encendiera el motor.

Pasaron minutos que se sintieron eternos hasta que por fin dejó de escuchar el eco de los coches dentro del estacionamiento y Thomas volvió a hablar:

—Voy hacia ti. Llego en menos de dos minutos.

Bellamy se preparó, arrancando el motor. El Corvette cobró vida como una bestia.

—¿En qué posición?

—Tercera. No lo arruines —advirtió Thomas.

Bellamy bufó y, al ver por el espejo retrovisor, se encontró con el coche de Thomas acercándose.

—Un poco más, solo un poco más... —musitó para sí, viendo lo cerca que estaba su compañero de llegar a la meta y cederle el turno.

—¡Ahora, Bellamy! —gritó Thomas al teléfono.

Pisó el acelerador, forzando el motor del viejo Corvette. El inicio fue espectacular, iba en primer lugar, manejando como un bólido a través de la recta para adentrarse a las calles de la ciudad. Hasta que el problema fueron estas mismas.

Algo que Bellamy no había contemplado con la suficiente seriedad y realismo, es que no era lo mismo el riesgo de correr por una concurrida calle a una pista diseñada precisamente para ello.

Se vio forzado a frenar de golpe cuando un coche se atravesó en su camino, dar las vueltas era una tortura con lo mucho que derrapaba el automóvil a tan altas velocidades y le costaba recordar cuál era el camino hacia la línea de meta.

Había perdido su ventaja por completo y pasó del tercer lugar al décimo en menos de un minuto.

—¡Carajo! —bramó, golpeando el volante.

—Bellamy, escúchame —llamó Thomas—. En estas carreras no hay reglas. Busca un atajo, una estrategia, lo que sea.

Bellamy apretó los dientes, recordando el manejo de Connor, de todos los demás. Se dejaban llevar por su instinto, no le temían al peligro y arriesgaban todo.

«Tú querías esto, ¿no?» Se dijo a sí mismo.

—¡Entonces aprovéchalo! —exclamó y movió la palanca de cambios, acelerando.

No era fácil, no podía dar bien las vueltas y se vio forzado a tomar callejuelas más convenientes. Las rectas eran más fáciles, aunque esquivaba a los demás autos casi por nada. Estaba recuperando la ventaja, subiendo del décimo al séptimo lugar, al sexto, al quinto...

Cruzó la línea de meta.

Equipo Hundred: cuarto lugar.

No me lo tomen a mal, pero me provoca cierta satisfacción bajarle los humos a Bellamy. La súper estrella tiene que aprender algunas cosas por la mala 😈

¡Muchísimas gracias por leer!

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