Capítulo 34. Puedes rogar

Bellamy no estaba seguro de lo que hacía ni de lo que planeaba conseguir y, en cuanto se detuvo ante el semáforo rojo, se percató de que tal vez estaba cometiendo otra estupidez.

No había podido dormir nada; ni siquiera se molestó en intentarlo. Solo esperó. ¿A qué? Ni él estaba seguro, pero cuando una fuerza inexplicable lo impulsó a levantarse del suelo de su habitación y salir de su prisión personal en la camioneta de la florería, se dejó llevar sin protestar.

Sabía que iba de camino a ver a Connor, o al menos a intentarlo. Dylan había tratado de espantarlo, de alejarlo, pero Bellamy no sería capaz de desaparecer de la vida de Connor sin ofrecerle su perdón por todo: las mentiras, el accidente... por haberlo hecho sentir como una mierda.

Con un largo suspiro, dejó caer la frente contra el volante. Se sentía como un ser despreciable, incapaz de ayudar a sus amigos, al chico que le gustaba y, peor aún, a sí mismo. Ni siquiera siendo egoísta era bueno.

La bocina de un coche lo sacó de su ensimismamiento. Levantó la cabeza y vio que el semáforo había cambiado a verde. Movió la palanca de velocidad para pasar a directo, y aceleró. No podía seguir postergando lo inevitable, incluso si sabía que prometía un desastre.

Llegó al hospital y preguntó en recepción por Connor Lynx, asegurándose de antemano que siguiera ahí. La recepcionista le dijo que todavía no se había ido, pero que ya le habían dado el alta. Bellamy le agradeció y se dirigió, con pasos pausados, hacia la habitación.

Mientras atravesaba el pasillo con una lentitud vergonzosa, repasó en su mente lo que diría y cómo lo diría, creando la escena en su cabeza, al punto de pensar incluso en todas las respuestas posibles de Connor. Había tres opciones: comprensión y perdón, tristeza y decepción y, la que consideraba la peor, enojo y repudio. Le aterraba ese muy probable escenario.

Se detuvo a unos pasos de la puerta del cuarto, aliviado de no encontrarse esta vez con Dylan, y se paseó de un lado a otro para repasar por última vez lo que diría, como si se tratara de un guion que iba a interpretar ante un público crítico.

—Connor, yo... —musitó, nervioso. Quería arrancarse el cabello de lo frustrado que estaba. ¿Por qué diablos sonaba tan patético?

—¿Qué estás haciendo aquí?

Se giró de inmediato, encontrándose cara a cara con...

—¡Connor! —exclamó; ni siquiera era su intención, pero no pudo evitarlo al verlo.

Ahí estaba, de pie en medio del pasillo, hablando, con unos jeans y una playera gris en lugar de la bata de hospital. Tenía el brazo izquierdo completamente enyesado, una venda rodeando su cabeza y gasas en el rostro. No era la imagen de la buena salud, pero verlo frente a él, sin daños graves e irreparables, alivió tanto a Bellamy que gran parte de su nerviosismo se esfumó.

—Connor, estás... —Dio un paso hacia él, solo para ser recibido con rechazo.

Connor retrocedió, levantando la mano derecha para indicarle que se detuviera, que no diera un paso más.

—Te pregunté qué haces aquí —dijo con un tono cortante. Habiendo pasado su alivio, Bellamy se percató de la indignación en el rostro del azabache.

Era la tercera opción, la peor de todas: enojo y repudio.

—Vine a verte —respondió, retrocediendo para respetar su espacio—. Tengo... tengo mucho que decirte.

—Ahórratelo, Bellamy —replicó, dirigiéndose hacia la puerta de su habitación con toda la intención de entrar e ignorarlo.

Bellamy luchó por tragarse el escozor que le provocó escuchar a Connor pronunciar su nombre real. Por supuesto que sus compañeros de equipo o su hermano ya le habrían contado todo. Tal vez ni siquiera habría sido necesario, porque antes de caer inconsciente pareció reconocerlo, al menos una parte de la verdad.

—¡Espera, por favor! —pidió con urgencia y se atravesó en su camino.

—Muévete —masculló Connor.

—No. —Se plantó con firmeza entre la puerta y él—. No hasta que me escuches.

—No tengo nada que escuchar de un mentiroso —replicó Connor, entornando los ojos—. Así que hazme un maldito favor y desaparece, regresa a tu glamorosa vida de piloto y déjame en paz.

Bellamy negó con la cabeza. Ya esperaba las palabras hirientes; se las merecía y, por lo tanto, las soportaría, todos y cada uno de los ataques.

—Connor, lo lamento —dijo—. Lamento tanto haber fingido ser alguien que no era y...

—¡¿Fingir?! —repitió con un grito—. ¡Eres una maldita farsa, O'Neill! ¡¿Qué no te das cuenta de la magnitud de tus acciones?!

—¡Por supuesto que me doy cuenta! —aseguró—. ¡Es por eso que estoy aquí! Quiero disculparme, necesito hacerlo. ¡Necesito que entiendas por qué hice esto!

—Claro, siempre se trata de lo que quieres, de lo que necesitas. —Connor lo señaló con un movimiento brusco de su dedo y luego colocó la mano sobre su propio pecho—. ¡¿Y qué hay de mí?! ¡¿Qué hay de lo que yo quiero y necesito?!

Bellamy lo miró con angustia, viendo al confiado Connor Lynx derrumbarse frente a sus ojos, cediendo ante la presión... ante la herida que él le había abierto. Exhaló, intentando tranquilizarse. No había venido a pelear, ni por asomo.

—¿Qué es lo que tú quieres? —preguntó, bajando el tono. Seguían en un hospital, en un pasillo rodeado de otras habitaciones; no podían gritar aquí.

—Que te alejes de mí —respondió entre dientes—. No te quiero cerca.

Dolía, claro que dolía. Bellamy quería a Connor, lo quería como jamás había querido a alguien en toda su vida, pero aquel chico lo rechazaba y lo odiaba con toda la justificación del mundo.

—Connor, por favor... —susurró, e intentó alcanzarlo, tocar su mano derecha, su hombro, lo que fuera, pero...

—¡Te dije que no te quiero cerca! —bramó Connor, alejándose—. ¡Me mentiste, me usaste para sacar ventaja de esas malditas carreras, y ahora mira lo que causaste, lo que me hiciste! —Señaló su brazo roto y la herida en su cabeza.

—No fue mi intención. Yo no quería que las cosas acabaran así. No quería hacerte daño —musitó. La voz no le alcanzaba, como si se estuviera ahogando.

«No entres en pánico. Ahora no», rogó a sus adentros.

—Entonces debiste haberlo pensado desde el inicio. —Connor dejó escapar una risa seca, indignada, mientras negaba con la cabeza—. Fui un completo idiota. Lo sospeché desde aquella fiesta. Sospeché que «Jeremy» podría ser el «novato misterioso», pero me convencí de que no podía ser posible, que eso era una locura. ¿Y sabes qué? Puede que no me hubiera molestado tanto que compitieras en secreto. Mierda, ¡tal vez en mi locura me habría sentido más atraído por ti! Pero no fue solo eso. Me mentiste desde el inicio, me diste un nombre falso, me convenciste de que tenías una vida que no existe. ¿Y para qué? —Lo miró con extrañeza—. ¿Por qué lo hiciste?

Bellamy mordió el interior de su mejilla. Esto era lo que más temía: confesar con sus propias palabras sus verdaderas intenciones. Connor tenía razón, no se trataba solo de la mentira, sino de la razón detrás de esta, donde residía la raíz de su culpa.

—Quería acercarme a ti —respondió en voz baja, con un tono lastimero. Ni siquiera se atrevía a verlo a los ojos, aterrado de encontrar una mirada de agonía en ellos—. Quería conocerte para encontrar una debilidad, lo que fuera, y poder sacar provecho de ello en las carreras —confesó y, por fin, se atrevió a encararlo—. Tienes razón. Te usé, te engañé desde el principio por un fin egoísta... y cruel.

Connor ni siquiera parecía enfadado, sino decepcionado. Tenía la cara de alguien que ya conocía la verdad y ahora no le quedaba más que lidiar con las repercusiones de esta.

—Entonces lo admites —musitó—. Admites que me utilizaste.

—Sí, te utilicé —afirmó—, pero jamás quise que te accidentaras, ¡que llegáramos a esto! —Tomó una bocanada de aire, dejándola escapar con lentitud—. Esa «glamorosa vida de piloto» que mencionaste es una mentira. Siempre fue un infierno. Estaba solo, estaba... destruyéndome, y detoné todo cuando golpeé a mi compañero de equipo y me expulsaron. Me mandaron aquí y, durante un tiempo, viví sin propósito, extraviado, sin saber qué quería hasta que te conocí. Te vi en ese Corvette, tan libre. Me acerqué a ti y, al principio, te envidié tanto. Leah y Thomas descubrieron quién era y me invitaron a competir con ellos. Iba a negarme porque temía que eso terminara de destruir mi carrera, pero entonces te vi competir, y ahí supe que quería ser como tú, ser mejor que tú. Utilizaba el casco durante Danger Zone y, fuera de él, ante ti, decidí ser Jeremy. Traté de convencerme de que solo te usaría, pero al final me enamoré de ti, Connor. ¡Me enamoré y no pude evitarlo!

Connor no quiso seguir viéndolo a los ojos en cuanto pronunció la palabra «enamoré». Se refugió viendo el suelo y aferrándose a su brazo roto con la otra mano.

—¿Y qué hay de nuestra ruptura? —inquirió—. ¿O acaso ya olvidaste cómo me exigiste que fuera sincero contigo, que dejara de ocultarte cosas? —Negó con la cabeza, frunciendo el entrecejo—. ¿Con qué cara pudiste exigirme ser honesto cuando tú nunca lo fuiste conmigo?

Ahí estaba, el golpe que faltaba. No podía rebatir eso, no tenía excusa. En aquel entonces, estaba tan inmerso en su papel de Jeremy, en su maraña de mentiras, que no lo pensó en el momento, no consideró su hipocresía, no se sintió culpable. Simplemente se victimizó porque eso era menos doloroso.

—Lo sé, fui un hipócrita —afirmó—. Te hice sentir mal cuando no tenía derecho alguno de demandarte sinceridad. Lo siento. Cometí tantos errores, y sé que las disculpas no son suficientes para enmendarlos, pero yo...

—¡Por supuesto que no son suficientes! —exclamó Connor, volviendo su mirada colérica hacia Bellamy de golpe—. ¡Mírame, Bellamy! ¡Arruinaste mi vida! Dylan y yo nos iremos de Altamira tan pronto como podamos, huiremos a no sé dónde ni por cuánto tiempo porque esta competición, ese maldito premio, era nuestro último pase de salida.

—¡Lo sé, yo sé que lo era! —refutó, tragándose el nudo en su garganta, reprimiendo el pánico cada vez más presente—. ¡Todo esto fue culpa mía, lo sé mejor que nadie! ¡Fue mi indecisión lo que hizo que acabaras así, y sé que no importa cuántas veces me disculpe, nada va a bastar!

Connor frunció el ceño.

—¿A qué diablos te refieres con indecisión?

Bellamy se tensó, volviéndose diminuto ante el duro escrutinio de Connor.

—Quería ayudarte a ganar —confesó—. Durante el último tramo de la carrera, decidí que iba a dejarte ganar porque lo necesitabas más que yo, pero fue durante un instante de mi indecisión que me aventaste el coche, hice la maniobra incorrecta y provoqué el accidente.

Por un momento, llegó a pensar que esto podría aplacar el enojo de Connor. No lo perdonaría, pero al menos lo haría comprender que su equivocación no había sido deliberada ni un acto con saña, sino un intento fallido de hacer algo bueno. No obstante...

—¿Ibas a dejarme ganar por lástima? ¿Por eso querías ayudarme? —siseó Connor.

Bellamy abrió los ojos de par en par y sacudió la cabeza.

—¡No, eso no...!

—¡No necesito tu caridad! —interrumpió Connor—. ¡No soy un pobre indefenso que necesita que lo salven! ¡Así que no me uses como excusa para evitar tus luchas internas!

Bellamy dio un paso adelante.

—¡No es así, Connor, yo jamás...!

—¡Ya te dije que te alejes! —bramó, apartándolo de su camino con un empujón, aunque sin mucha fuerza—. No quiero oírte, no quiero verte. ¡Solo quiero que te desaparezcas de mi vida!

—Connor... —Bellamy volvió a intentar aproximarse, pero Connor no se lo permitió, levantando una mano e interponiéndola entre ambos.

Connor lo miró con los ojos llorosos y apretando los dientes. Enojo, tristeza, dolor; ni siquiera él debía estar seguro de lo que estaba sintiendo en ese momento.

—Ya lárgate, Bellamy —dijo entre dientes, con un tono derrotado.

No se atrevió a seguir presionándolo. Cedió a sus deseos y se dio la media vuelta, marchándose por el mismo pasillo por donde había venido. Tuvo que resistir el impulso de voltear a ver a Connor —tal vez por última vez—, porque no quería alterarlo más. Parecía que, en lugar de remediar el problema, solo le había causado más daño. Ese era Bellamy O'Neill: el ave de mal agüero del equipo Corvus, el As misterioso que había conseguido entrar a Danger Zone no por sus méritos, y ahora, el que había lastimado profundamente a quien más decía querer.

Podía rogar de rodillas su perdón, sentir todo el arrepentimiento del mundo y castigarse a sí mismo hasta desangrarse, pero el hecho doloroso seguía ahí: el que tenía en sus manos el poder de decidir si Bellamy era merecedor de dicho perdón... lo odiaba.

Condujo de regreso a la florería, sintiéndose tan vacío y desprovisto de propósito que no se molestó en encender la radio, ni en llorar en silencio, golpear el volante o maldecir. Esta vez, ya no le quedaba nada.

De pronto, sintió que algo vibraba en el bolsillo delantero de su pantalón. Sacó el teléfono, habiendo olvidado que lo llevaba consigo. Tenía varias llamadas perdidas: de Charlie, de Leah y también de Thomas. No devolvió ninguna, esperando que con eso entendieran que quería que lo dejaran en paz.

Llegó a la florería y notó que la tienda seguía cerrada. No le prestó mucha atención, suponiendo que Eva tendría sus razones, y arrastró los pies por las escaleras hasta llegar al departamento. El cuerpo le pesaba, y una jaqueca comenzaba a formarse en su cabeza, tal vez por la falta de sueño o alimento.

Su plan era volver a encerrarse en su cuarto hasta que fuera absolutamente necesario salir, pero en cuanto abrió la puerta y entró, se despabiló por completo al encontrarse con su tía y una persona que no había visto en meses, sentados en el sofá de la sala.

—Papá —murmuró, boquiabierto.

Liam O'Neill estaba aquí, en Altamira. Eso no sucedería a menos que algo grave hubiera ocurrido. Entonces lo entendió: su identidad. Todos en Danger Zone ya sabían que era Bellamy O'Neill, el ex piloto de Fórmula 3. No había manera de que el escándalo no hubiese trascendido hasta llegar a los medios y, por ende, a oídos de su padre.

Su tía lo miró de reojo, con cierto nerviosismo, y eso le bastó para confirmar sus peores miedos. La presencia de su padre no significaba una buena noticia.

—Siéntate —ordenó su padre, poniéndose en pie y señalando el lugar que acababa de desocupar. Sus ojos celestes eran severos; no había ni un atisbo del júbilo que percibió en su voz cuando hablaron por teléfono la última vez—. Ya sabes sobre qué tenemos que hablar.

Plot twist: Danger Zone en realidad se llama así porque Bellamy siempre está en la zona del peligro por sus ataques de pánico, el fracaso en su carrera, el odio de Connor y los regaños de su padre 😌☝️

¡Muchas gracias por leer! ❤️

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