Capítulo 32. Vete y no regreses

El cuerpo de Bellamy reaccionó y lo sacó de su aturdimiento en cuanto vislumbró entre la lluvia el Corvette negro a unos metros de distancia. La parte frontal de la carrocería estaba destruida, el motor humeaba, los cristales destrozados. El agua no ayudaba; la tormenta seguía cayendo sobre ellos como una imponente cascada.

—No, no, no... —farfulló, en pánico, mientras con manos temblorosas luchaba contra el cinturón de seguridad. Tenía que salir de allí, tenía que ayudar a Connor, tenía que...

—¡Bellamy! —Escuchó la voz de Thomas. Confundido, miró alrededor de la cabina del coche hasta que encontró el teléfono tirado en el suelo del asiento del pasajero—. ¡Bellamy, contéstame, por favor!

Había más voces de fondo; reconoció, de manera distante, la de Leah y también la de Charlie. Debían haberse encontrado antes del accidente. Bellamy se estiró para alcanzar el teléfono con una mano mientras, con la otra, seguía batallando por desabrochar el cinturón.

—¡Estoy bien! —exclamó con urgencia, respirando con agitación—. ¡Pero, Connor...!

—¡Dice que está bien! —informó Thomas. El mensaje no era para él, sino para los demás. Lo escuchó discutir sobre la ubicación y cómo llegar. A Bellamy no pudo importarle menos.

Arrojó el teléfono con la llamada aún activa al asiento de al lado y, con ambas manos, por fin logró desabrochar el maldito cinturón de seguridad. Abrió la puerta con cierta dificultad por las abolladuras en la carrocería y vio el Corvette una vez más. Connor no había salido; tal vez estaba inconsciente o atrapado.

—¡Llamen a una ambulancia! —gritó Bellamy al tomar el teléfono otra vez—. ¡Háganlo ahora!

—Ya la estamos llamando, pero Bellamy, no te muevas de donde estás —ordenó Thomas—. Ya vamos para allá, solo...

Bellamy lo ignoró, lanzando el teléfono al tablero del coche y luego bajando de este con dificultad. Le dolía la cabeza, en donde había recibido la mayor parte del impacto, y aunque el casco había reducido el daño, sus pensamientos seguían siendo confusos, tanto por el golpe como por el shock. Su corazón latía a toda velocidad y su respiración resonaba en sus oídos; sentía que se ahogaba.

Trotó hacia el Corvette de Connor, espantado al ver el daño más de cerca y pensar en cómo debía estar el interior... o el conductor. Aceleró el paso, pero por el pavimento mojado y sus movimientos descoordinados, tropezó y cayó de rodillas. Entraba en pánico otra vez; su cuerpo se estremecía y su mente repetía sin cesar:

«Fue tu culpa. Fue tu culpa. Fue tu culpa».

Tenía razón, había sido su culpa; culpa de su indecisión y su estupidez... pero este no era el momento de dejarse consumir por ello.

Se quitó el casco, sin importarle que alguien pudiera ver su rostro, y lo arrojó a la calle, agradeciendo que la mayoría de los coches habían detenido el tráfico por el aparatoso accidente. Se apoyó en sus manos para ponerse de pie y corrió la distancia restante hacia Connor, trastrabillando varias veces, pero sin volver a caer.

Un pequeño grupo de personas se había congregado alrededor del Corvette, observando el desastre en lugar de ayudar. Bellamy los apartó a empujones, abriéndose paso hacia el lado del conductor y agradeciendo que, a pesar de los giros, el coche había quedado con las llantas sobre el pavimento. Allí estaba Connor, inconsciente, con la cabeza inclinada hacia el pecho, su cuello incapaz de sostenerla. Bellamy miró la puerta y notó que estaba tan destrozada que no podría abrirla.

—¡Mierda! —masculló, empujando a la gente que volvía a meterse en su camino—. ¡Muévanse!

Rodeó el coche y abrió la puerta del lado del pasajero con un tirón tan brusco que un agudo dolor recorrió su brazo derecho. Ignoró la incomodidad física y se concentró en llegar a Connor; agradeció poder acceder a él mientras se subía al asiento de rodillas para acercarse lo suficiente.

—¡Connor! —llamó con pánico, aferrándose a sus mejillas para levantar su rostro. Su miedo aumentó al percatarse del hilo de sangre que escurría a lo largo del lado derecho de su cara, proveniente de alguna herida en la cabeza, y del hecho de que no reaccionaba en absoluto, ni a su voz ni a su tacto.

«Tranquilízate», se dijo a sí mismo y tragó su nerviosismo para concentrarse en cómo ayudar a Connor.

Exhaló con un leve temblor y colocó dos dedos contra el pulso en su cuello. Su corazón latía con normalidad, lo cual era bueno. Luego puso los mismos dedos debajo de su nariz, sintiendo una cálida exhalación tras tensos segundos; era algo débil para su gusto, pero le bastaba con que siguiera respirando.

Lo examinó con premura, encontrando que su brazo izquierdo yacía en un ángulo antinatural. El impacto había afectado todo ese lado de su cuerpo, lo cual tampoco era ningún consuelo.

—Connor. —Volvió a enfocarse en su rostro y palmeó sus mejillas—. Abre los ojos, por favor —suplicó, sintiendo su ansiedad elevarse y, ante la falta de reacción, lo agitó un poco—. ¡Connor!

De pronto, Connor arrugó las cejas, esforzándose por abrir los ojos y regresar a la consciencia. Bellamy se acercó todo lo que pudo, pasando por encima del descansabrazos y la palanca de cambios.

—Eso es, solo abre los ojos —pidió.

Por fin, Connor los abrió, y Bellamy nunca se había sentido más feliz de ver esos ojos platinados, aunque ahora parecían nublados por una bruma de desorientación.

—Connor, ¿puedes oírme? —preguntó Bellamy—. Haz un ruido, mueve algo, lo que sea, por favor...

—Tú eres... —comenzó Connor, arrastrando las palabras y frunciendo aún más el ceño. Sus párpados caídos amenazaban con cerrarse otra vez. Bellamy no lo permitiría; sabía que desmayarse con una herida en la cabeza podía ser fatal.

—¡Sí, soy...! —Estuvo a punto de decir Bellamy, pero Connor no lo conocía por ese nombre; estaba viendo el rostro de Jeremy, y eso solo lo hundía más en la extrañeza. Tragó el nudo en su garganta y acunó sus mejillas, conectando sus miradas—. Soy yo.

No quería confundirlo todavía más, y menos aún asustarlo, así que decidió omitir su nombre y concentrarse en mantener la atención de Connor en él, asegurándose de que permaneciera despierto.

—¿Cómo...? —murmuró Connor, intentando girar la cabeza para ver sus alrededores, pero Bellamy no se lo permitió por miedo a que se hiciera daño—. ¿Dónde...?

—Tuviste un accidente y te golpeaste la cabeza, por eso te sientes tan... desorientado —explicó, apartando un mechón del cabello de Connor que había caído sobre su cara—. Vas a estar bien, ¿me oyes? Solo tienes que mantenerte despierto; la ayuda ya viene en camino.

No obstante, a Connor no pareció importarle nada de lo que acababa de decir, volviendo a conectar su mirada dispersa con la de Bellamy.

—Eras tú... —musitó, con lágrimas formándose en sus ojos—. Siempre fuiste tú...

Bellamy sintió sus palabras, acompañadas de esa expresión de dolor, como un golpe en la boca del estómago. Connor no parecía dolido por el daño físico, sino por algo más profundo, por una revelación que había llegado en el peor momento y de la peor forma.

—Connor... —comenzó Bellamy, pero antes de poder decir palabra, los párpados del pelinegro se cerraron otra vez y volvió a caer inconsciente, con las lágrimas acumuladas en sus ojos deslizándose por sus mejillas. El pánico se apoderó de él—. ¡No, no, no, Connor! ¡Despierta!

Lo sacudió con desesperación hasta que escuchó las sirenas de la ambulancia acercándose. De pronto, sintió unas manos firmes sujetándolo por los hombros e instándolo a bajar del coche.

—¡No, esperen! —gritó con la voz quebrada, intentando liberarse para alcanzar a Connor—. ¡Connor!

—Tienes que tranquilizarte, no podemos atender al herido si no nos permites acercarnos —dijo el paramédico que lo retenía y alejaba del coche—. Por favor, mantén la calma.

Bellamy no podía moverse; el miedo lo había consumido desde el momento en que Connor volvió a cerrar los ojos, y ni siquiera cuando vio a los paramédicos sacarlo del coche, recostarlo en la camilla y llevárselo en la ambulancia, sintió alivio.

Solo tenía algo claro; si no volvía a ver a Connor, si él se marchaba a un lugar al que no podría alcanzarlo... sería su culpa.

(...)

La sala de espera del hospital se sentía como una prisión. Estaba cautivo por el miedo de no saber cuál era el estado de Connor. Si estaba en peligro, si tendría problemas a futuro... si estaba vivo.

Se enterró las uñas en los brazos y se encogió en la incómoda silla. Quería gritar, llorar, pero no se atrevía a quebrarse porque no sentía que mereciera siquiera eso. Lo que le pasara a Connor sería su culpa, y eso le pesaba tanto como cargar el mundo en sus hombros.

—¿Estás seguro de que no te hiciste daño? —preguntó Charlie, deteniéndose frente a él. No se atrevía a mirarlo a la cara, prefiriendo mantener la vista clavada en sus zapatos—. Tal vez deberías revisarte algún...

—No —acotó en voz baja. No estaba herido de gravedad, solo tenía golpes que acabarían convirtiéndose en moretones que se desvanecerían con el tiempo. Su estado físico no era nada comparado con el de Connor.

Charlie suspiró y, para su sorpresa, colocó una mano sobre su cabeza, revolviendo su cabello todavía húmedo por la lluvia. Intentaba reconfortarlo, y, de nuevo, él sentía que no lo merecía.

—Al menos bébete esto —dijo Charlie, colocando un vaso desechable de café debajo de su rostro. El humo se sentía bien contra la piel helada de su cara—. Sé que no tomas nada con cafeína, pero aún sigues mojado y necesitas entrar en calor.

Solo entonces, Bellamy se atrevió a levantar la cabeza. Miró a Charlie con pesadumbre y luego aceptó el café con un gesto derrotado. Agradeció la forma en que calentaba sus manos heladas y temblorosas.

—Gracias —murmuró, bebiendo un trago y frunciendo los labios ante el sabor amargo de la bebida.

—Lo siento, no sabía si lo preferirías dulce o amargo, así que solo le puse un sobre de azúcar —dijo Charlie, soltando una risa nerviosa. Bellamy no lograba entender cómo podía estar tan tranquilo cuando la situación era tan desfavorable.

A los pocos minutos de que se llevaron a Connor en la ambulancia, el equipo llegó a donde él estaba; Thomas y Leah comenzaron a interrogarlo, pero él no respondía nada, insistiendo en que tenía que ir al hospital. Charlie comprendió su urgencia y, en lugar de hacerle más preguntas, tomó el mando y les dijo a Leah y a Thomas que se encargaran del Corvette de Bellamy mientras ellos dos iban al hospital.

Y así fue como terminaron en la sala de espera del área de urgencias.

—¿Cómo estás tan calmado? —Bellamy exteriorizó su duda.

Charlie negó con la cabeza al mismo tiempo que se sentaba en la silla vacía junto a él.

—Mentiría si te dijera que estoy relajado —respondió—, pero alguien tiene que guardar la calma, ¿no? —Volvió a suspirar y apoyó la cabeza contra el respaldo—. Nunca pensé que volvería a este lugar por culpa de un Lynx.

Bellamy se encogió sobre sí mismo, apretando el vaso de café aunque las yemas de sus dedos ardían.

—Fue mi culpa, no suya —musitó.

Quizás Connor había comenzado al lanzarle el coche, pero al final, fue su propia indecisión la que desencadenó todo esto. Sus dudas sobre su futuro y sus deseos, junto con las innumerables preguntas sobre qué debía hacer y cómo llevarlo a cabo, fueron las que lo llevaron a esta situación.

Charlie lo escuchó fuerte y claro a pesar de que su voz era un susurro lastimero, y le dio una palmada en el hombro.

—Escúchame, Bellamy —lo llamó, intentando captar su atención. Sin embargo, Bellamy apenas se atrevió a mirarlo de reojo—. Sé que sientes que eres responsable del accidente, pero en ese tipo de carreras, nadie es completamente inocente. Todos elegimos adentrarnos en ese mundo con la conciencia de que podríamos salir heridos o...

—Perder la vida —completó con un susurro, presionando la palma de su mano contra su frente y negando con la cabeza—. No me lo perdonaría jamás, no podría...

—Bellamy. —No se dio cuenta en qué momento Charlie se había acuclillado frente a él, agarrándolo por los hombros para anclarlo al presente. Lo agradecía, estaba a punto de desmoronarse en el pánico otra vez—. Connor estará bien. Dijiste que habló; que te reconoció. Eso es una buena señal.

Bellamy lo apartó con un ligero empujón y se puso en pie, señalándose a sí mismo con las manos sobre su pecho.

—¡Yo provoqué esto, Charlie! —bramó—. ¡Si no fuera por mí, no estaríamos en este hospital discutiendo sobre la salud de Connor! ¡Esto no...!

—Al menos reconoces tu parte de la responsabilidad. —Intervino una nueva voz.

Giró la cabeza y se encontró con los compañeros de equipo de Connor, Jos y Mickey, acercándose. Jos, su mejor amigo, caminaba al frente con decisión, mientras el miembro más joven lo seguía unos pasos detrás, nervioso como de costumbre.

El cuerpo de Bellamy se tensó, amenazando con desmoronarse bajo el escrutinio de los compañeros de Connor, quienes, sin duda, lo culpaban del estado de su líder y amigo. Bajó la mirada, apenado.

—Lo lamento —musitó.

Jos lo escudriñó.

—Guarda tus disculpas para alguien más, chico de las flores —masculló al pasar a su lado para sentarse en una de las sillas vacías.

Los ojos de Bellamy se abrieron de par en par mientras lo seguía con la mirada. ¿Cómo es que él ya lo sabía? Entonces lo comprendió; siendo el mejor amigo de Connor, debía conocer cada detalle sobre él. Tal vez le había mostrado una foto o...

—Te investigué —dijo Jos entonces, como si hubiese leído sus pensamientos, y volvió a mirarlo con hostilidad—. Desde que Connor me habló de ti, fui a la dichosa florería Eve y te vi a lo lejos, para comprobar que no se estaba metiendo con malas compañías. Me pareciste un tipo decente, incluso aburrido, pero ahora... —Bufó con tono grosero—. Ahora solo eres un mentiroso, ¿no es así, Bellamy O'Neill?

Sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. ¿Qué esperaba? ¿Que todos lo recibieran con los brazos abiertos tras haberles mentido descaradamente? No podía pedir el perdón de Connor después de haberse comportado como un loco, reprochándole sus secretos mientras él mismo ocultaba su auténtico yo.

—Yo... —vaciló.

—Es suficiente —interrumpió Charlie, colocando una mano en su pecho y forzándolo a volver a sentarse, mientras dirigía una mirada seria hacia Jos—. Lo único que importa en este momento es el bienestar de Connor. ¿Estamos de acuerdo?

Ni Jos ni Bellamy respondieron; su silencio tendría que bastar para demostrar su concordancia. Charlie, ante la falta de una respuesta verbal, se restregó la cara con fastidio.

—Niños... —masculló.

Mickey, quien había permanecido al margen de la discusión, aferrado con fuerza a su camisa, se atrevió a dar un paso al frente y romper el silencio:

—¿Saben algo del estado de Connor? —preguntó.

Charlie negó con la cabeza, volviendo a sentarse junto a Bellamy.

—Nada aún. —Señaló el asiento vacío a un lado de Jos—. Mejor ponte cómodo, niño. Esto podría llevar unas horas.

Mickey obedeció, y la quietud reinó durante un largo rato. Solo se escuchaban los altavoces del hospital solicitando la presencia de doctores en diferentes salas, mientras otras personas entraban a urgencias, ya fuera con problemas menores o en busca de seres queridos. Bellamy podría haberse quedado en silencio, inmóvil en su asiento, a la espera de noticias, pero Charlie tenía otros planes. Se cansó de estar sentado, se levantó para buscar otro café, se bebió la mitad y luego le ofreció el resto al miembro más joven de los Lynx.

—Tómatelo, te estás cayendo de sueño.

—Pero no quiero compartir saliva —dijo Mickey, aceptando el vaso con renuencia.

—No seas tan exquisito, solo bebe del otro lado —desestimó Charlie, sin darle mucha importancia al asunto.

Mickey no se atrevió a protestar y, aunque al principio bebió con cierta duda, pronto lo hizo con confianza al comprobar que no era tan malo como pensaba. En contraste, Jos se levantó y caminó por la sala de espera hasta detenerse frente a Bellamy. Estaba seguro de que volvería a culparlo, pero...

—Tienes la ropa y el cabello empapados —señaló.

—Estaba cayendo un aguacero —replicó Bellamy.

Jos suspiró y se quitó la chaqueta de piel marrón que llevaba puesta, ofreciéndosela a Bellamy.

—Póntela o atraparás un resfriado —dijo. No expresaba muchas emociones en su rostro ni en su voz monótona, por lo que Bellamy no tuvo manera de saber con qué intención hacía esto.

—Pensé que me odiabas —dijo, aceptando la chaqueta con extrañeza—. ¿Por qué...?

—Sé que no lastimarías a Connor de esa manera a propósito —acotó Jos—. Eres un mentiroso, pero no un loco. Esto solo fue un accidente; son comunes en Danger Zone.

Bellamy sintió otro nudo apretado en la garganta y una opresión en el pecho. Todos decían que no era su culpa; tal vez tenían razón sobre el accidente, pero lo que había ocurrido antes, lo que lo había desencadenado como un efecto dominó meses atrás... Eso sí era su culpa.

—Gracias —susurró, mientras se quitaba la camiseta de manga larga que llevaba sobre la playera para ponerse la chaqueta de Jos.

Jos asintió y estaba a punto de volver a su asiento cuando, de repente, apareció una doctora. Era una mujer de unos cuarenta años, con el cabello castaño canoso recogido de manera desordenada y con una mirada fatigada. Eran más de las tres de la mañana.

—¿Connor Lynx? —preguntó.

Todos se pusieron de pie, pero fue Jos, el más cercano a Connor en la sala de espera, quien dio un paso al frente y respondió:

—No he podido contactarme con su hermano, pero nosotros somos sus amigos.

Mickey se paró junto a él.

—¿Está bien?

La doctora exhaló y asintió.

—Sí, estará bien —respondió—. Su brazo izquierdo presenta varias fracturas y también tiene dos costillas rotas. Supongo que el impacto fue más fuerte en ese lado de su cuerpo.

Bellamy asintió con rapidez. Él era el único que lo había visto.

—¿Y qué hay de la herida en la cabeza? —indagó.

—Sufrió una contusión moderada; le realizamos varias pruebas y le hicimos algunas preguntas, y no muestra signos de daño cognitivo más allá de los síntomas habituales de una conmoción —explicó—. Por precaución, lo mantendremos en observación el resto de la noche para asegurarnos de que no haya complicaciones.

—¿Está despierto? —preguntó Charlie.

—Sí, pero algo disperso por los medicamentos que acabamos de administrar.

Jos se acercó a la doctora junto con Mickey.

—¿Podemos verlo?

—Solo dos a la vez —respondió ella, y los guió hacia la habitación de Connor.

Por fin, Bellamy sintió que podía volver a respirar y se desplomó en la silla de la sala de espera. Quería llorar de felicidad; sus ojos se llenaron de lágrimas, pero reprimió el impulso. En lugar de eso, se giró hacia Charlie al escuchar su suave risa.

—¿Qué te dije? —inquirió—. Nunca subestimes a un Lynx. Son tan duros de matar como una cucaracha.

Bellamy se permitió emitir una ligera carcajada, negando con la cabeza.

—Gracias por esperar conmigo —dijo entonces.

Charlie se volvió a sentar a su lado y le dio una amistosa palmada en la espalda.

—No me lo agradezcas, novato.

Esperaron a que Jos y Mickey terminaran de hablar con Connor. Bellamy estaba inquieto, y su nerviosismo aumentó aún más cuando, al fin, los amigos de Connor salieron de la habitación y supo que era su turno. No se atrevió a preguntarles en qué estado se encontraba, si recordaba todo o si deseaba verlo. Tenía miedo de descubrir la respuesta.

—¿Quieres que te acompañe? —ofreció Charlie.

Bellamy sacudió la cabeza. Sabía que la presencia de otra persona en la habitación haría las cosas aún más incómodas, y además, necesitaba enfrentarse a esto por su cuenta.

—Iré solo —respondió.

Charlie le dio otra palmada antes de que se pusiera en pie.

—Suerte.

Bellamy se dirigió hacia la habitación de Connor, encontrando la puerta cerrada. Se detuvo frente a esta, cuestionándose si debía tocar o solo entrar y esperar lo mejor. ¿Qué era lo primero que debía decirle? ¿Debería disculparse, dar explicaciones, excusarse, o...?

—Deja de entrometerte.

Una voz lo sorprendió, y por un momento, pensó que era desconocida. Sin embargo, al volver la vista, reconoció a Dylan Lynx, a quien solo había visto una vez. Dylan avanzaba con lentitud por el pasillo, apoyándose casi por completo en un bastón negro. Desde lejos, era muy parecido a Connor, pero a medida que se acercaba, Bellamy notó las marcas del tiempo en su rostro: el cabello descuidado, las ojeras profundas y las pequeñas arrugas en la frente, resultado de un ceño fruncido constante.

—Yo solo quería...

—Te dije que no te entrometas —zanjó Dylan con un tono severo, deteniéndose frente a él. Incluso apoyado en el bastón, era más alto, más imponente—. Ya has hecho más que suficiente.

Bellamy se sintió diminuto, patético, pero estaba tan cerca de Connor. No dejaría que el miedo lo venciera otra vez.

—Lo sé —afirmó, adoptando tanta firmeza como pudo—. Por eso necesito hablar con él, disculparme por...

—¿Disculparte? —replicó Dylan con un bufido sarcástico—. ¿Crees que un par de palabras van a arreglar esto? Puedes arrodillarte, rogarle de mil maneras distintas que te perdone, pero no cambiará nada; él seguirá postrado en esa cama, con huesos rotos y un futuro arruinado.

Los ojos de Bellamy se abrieron con exageración. Cada palabra que pronunciaba Dylan Lynx, con ese tono venenoso y distante, se sentía como una estocada, dolorosa y penetrante.

—Ya sé quién eres, Bellamy O'Neill —prosiguió Dylan, sin darle oportunidad de responder—. Un ex piloto de Fórmula 3 venido a menos cuando tu carrera era prometedora. Mi hermano fue un completo idiota por no darse cuenta de quién eras y de cómo le mentías en la cara, sin un atisbo de remordimiento. ¿Jeremy, era tu nombre? O eres muy valiente o un completo descarado por presentarte aquí, sabiendo lo que causaste —sentenció, avanzando un paso más hacia él, obligándolo a retroceder, a alejarse de Connor—. No quiere volver a verte cerca de él. Lárgate, regresa a tu mundo de fantasía, y no regreses.

Bellamy se quedó sin palabras. Dylan tenía toda la razón: había sido un descarado por aparecer aquí, un idiota por pensar que un simple perdón podría remediar lo que había pasado, en especial cuando los problemas de Connor iban mucho más allá de eso.

Sin poder articular una respuesta, se dio media vuelta y se alejó con pasos apresurados. Huyó y, como un completo cobarde, no se atrevió a mirar atrás.

Amo el drama, escribirlo es mi pan de cada día 😌☕️

¡Muchas gracias por leer! 💙

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