Capítulo 22. Dímelo o vete
Connor no pudo dormir ni un solo minuto en toda la noche. La amenaza de un peligro latente le había quitado cualquier indicio de cansancio. Aquel hombre al teléfono le dijo que la exigencia del dinero que debía no era más que la primera advertencia de dos. La segunda permanecía como un misterio, y le aterraba descubrir qué sería. ¿Le haría algo a Jos o Mickey? ¿Destruiría los coches? O, lo que consideraba la opción más factible: dañaría a su hermano mayor, Dylan.
—Contesta el teléfono, maldita sea —masculló mientras conducía por Altamira a alta velocidad, atravesando la ciudad para llegar al departamento de su hermano. No respondía sus llamadas; tenía esa mala costumbre de apagar el dispositivo por las noches cuando no había competiciones de Danger Zone.
Connor, con el corazón en la garganta, dio una brusca vuelta y tomó un atajo para llegar antes al edificio de Dylan. Estaba yendo en sentido contrario, pero a tan altas horas de la noche, el tráfico era mínimo, así que no corría riesgos... o eso esperaba.
Por fortuna, llegó al departamento sin contratiempos. Se estacionó en el subterráneo y se bajó del Corvette a punta de tropiezos. Volvió a marcar el número de Dylan mientras atravesaba el estacionamiento con largas zancadas; llegó al elevador y todavía no recibía respuesta a sus llamadas.
—Qué idiota eres, Dylan —dijo para sí, desistiendo y guardando el teléfono en el bolsillo de su chaqueta.
Tomó las escaleras de emergencia, pues no tenía la paciencia ni el lujo de quedarse a esperar el elevador. Subió con pasos agigantados, llegando al segundo, tercer y cuarto piso, teniendo que tomarse un pequeño descanso para recuperar el aliento. Siguió ascendiendo y, por fin, arribó al sexto, donde se encontraba el departamento de Dylan.
Su puerta estaba al final del pasillo, y se dio un último impulso con sus cansadas piernas, casi abalanzándose sobre la manija. Estaba cerrada, por supuesto, y no tenía llaves de este sitio desde hacía años. Por lo tanto, golpeó la superficie de madera con desesperación, con tanta fuerza que le dolían los nudillos.
—¡Dylan! —gritó. No le importaba despertar a los vecinos—. ¡¿Estás ahí?!
No recibió respuesta, y se le aceleró el pulso. Volvió a aporrear la puerta.
—¡Dylan, por favor...! —sus llamados fueron interrumpidos cuando sintió la vibración de su teléfono en el bolsillo. Lo sacó con premura, aliviado al ver que era su hermano—. ¡Dylan! Por favor, dime que...
—Deja de hacer tanto escándalo —acotó su hermano.
Connor dirigió su mirada hacia la puerta, frunciendo el ceño.
—¿Estás en casa? —preguntó.
—Sí.
—¿Y estás bien?
—Connor, ¿qué te ocurre ahora? —preguntó Dylan con palpable fastidio. Casi podía imaginarlo restregando su rostro.
Miró a su alrededor; ningún vecino había salido a quejarse del escándalo, pero de cualquier forma prefería no tener esta conversación por teléfono en medio del pasillo.
—Déjame entrar —pidió, con un tono de exigencia.
—No puedo —replicó su hermano.
Estuvo a punto de preguntarle por qué, pero se contuvo en el último momento. No podía interrogarlo sobre eso.
—¿Sarah está contigo? —preguntó en su lugar. Sarah era una chica cercana a Dylan; nunca había estado seguro de la naturaleza de su relación, pero en los últimos meses se había vuelto habitual verla cerca de él.
—Se fue —respondió. No había tristeza ni enojo en su voz, parecía como si solo estuviera dando un aviso.
De cierta manera, Connor lo agradecía, puesto que no habría sabido qué clase de consuelo ofrecerle a Dylan. Emitió un largo suspiro y apoyó la frente contra la puerta; ahora que el peligro ya no era tan latente, el cansancio comenzaba a consumirlo.
—Me amenazaron —confesó en voz baja—. Quieren el dinero ya. Esa llamada fue solo la primera de dos advertencias.
Dylan guardó silencio por un momento antes de preguntar:
—¿Qué vas a hacer?
Lo dijo como si solo fuera problema de Connor, como si él no tuviera ni una mínima fracción de responsabilidad en todo este desastre.
—¿Qué voy a hacer? —repitió con enojo—. Nada, no tengo ni un puto aproximado a la cantidad que me están exigiendo.
—¿Crees que esto ponga en riesgo a tu equipo?
Connor negó con la cabeza, recordando casi de inmediato que estaba al teléfono.
—No —respondió en voz alta—. Lo consideré, pero no creo que quieran arriesgarse a dañar al equipo y perder Danger Zone. En cualquier caso... —dudó, las conversaciones con su hermano nunca eran fáciles—. Creo que tú podrías estar en mayor peligro, así que ten cuidado y cúbrete las espaldas.
Dylan exhaló, y por un momento, Connor estuvo seguro de que lo reprendería como siempre, pero en lugar de eso, respondió:
—Sí, de acuerdo.
Connor soltó la tensión en su cuerpo. Al menos, Dylan estaba enterado de las circunstancias y sería más precavido. Su hermano no tenía un pelo de tonto, no correría riesgos innecesarios.
—Bien —dijo entonces. Tras un silencio incómodo, Connor por fin se armó de valor para hacer la pregunta que debería haber planteado hace unos minutos—: ¿Necesitas ayuda?
Más silencio. Casi deseaba poder golpearse la cabeza contra la pared hasta perder la consciencia por lo avergonzado que se sentía.
—No —respondió Dylan por fin—. Ya vete a tu bodega.
Le colgó sin siquiera darle la oportunidad de replicar. Connor apretó los dientes, aguantándose la frustración que lo carcomía, y le dio la espalda al departamento de su hermano. Si no lo quería cerca, entonces no lo molestaría más.
Cuando regresó a su bodega, ya estaba amaneciendo. Había hecho una parada en una tienda de conveniencia para comprar un refresco de naranja y una sopa instantánea. Al llegar a casa, se quitó la chaqueta y preparó la sopa, que sabía a plástico con un toque de pasta. Una vez terminado el rápido y poco satisfactorio desayuno, tomó el refresco y subió al techo. Bebió con calma mientras esperaba a que fueran las siete de la mañana y Jos abriera el taller. Necesitaba verlo para asegurarle que todo estaba bien; conociendo a su mejor amigo, seguro estaba nervioso desde la noche anterior, cuando fue a preguntarle por Dylan.
Se dirigió al taller y llegó justo cuando Jos terminaba de ayudar a su padre a abrirlo. El padre de Jos era un hombre mayor, y en cuestión de años, dejaría el negocio completamente en manos de su hijo.
Connor estacionó el Corvette en la calle de enfrente, se bajó del coche y levantó un brazo para saludar a su mejor amigo. Jos lo vio, le dijo algo a su padre y luego se acercó con urgencia. Aunque Jos era poco expresivo, Connor conocía bien sus señales de estrés, y notó la brusquedad en sus movimientos.
—¿Encontraste a Dylan? —preguntó Jos de inmediato al detenerse frente a él.
—Primero que nada, buenos días —dijo Connor, dándole una palmada en el hombro—. Y segundo, sí, lo encontré. Lamento haberte preocupado; todo está bien.
En realidad, nada estaba bien; aún enfrentaba una enorme deuda y una amenaza latente. Sin embargo, no podía mostrar su preocupación frente a su equipo, en especial cuando estaban tan enfocados en ganar Danger Zone.
—¿Estás seguro? —preguntó Jos, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿O es tu mala costumbre de minimizar tus problemas?
—Tú lo has dicho, mis problemas —replicó, esbozando una sonrisa burlona—. Los resolveré; ya me conoces, primero yo y después yo.
—Claro, tu egocentrismo por delante —dijo Jos, rodando los ojos. Al menos, parecía haber aplacado sus dudas.
—Cambiando de tema... Lock estuvo aquí ayer, ¿verdad? —preguntó Connor mientras se recargaba contra su Corvette—. ¿Cómo van las cosas con ella?
Jos alzó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—Pensé que te gustaba.
Jos presionó los labios en una fina línea y desvió la mirada.
—Es la competencia —musitó.
Connor se carcajeó y lo señaló con el dedo índice.
—¡Ah, pero no lo negaste! —exclamó.
—Podrías dejar de...
El teléfono de Connor comenzó a sonar, interrumpiendo las palabras de su amigo. Al mirar la pantalla, vio que era su contacto guardado bajo el nombre de «Camelias rojas» y una sonrisa se dibujó en sus labios.
—Espera, dame un segundo —pidió, alejándose unos metros para poder contestar—. No tienes idea de cuánto necesitaba escuchar tu voz, Jer. Volviste a leerme la mente.
Jeremy no respondió de inmediato, pero su respiración era audible.
—Ven a la florería en una hora —dijo, y colgó antes de que Connor pudiera decir algo más.
Jeremy era introvertido y solía avergonzarse al mostrar su afecto. Conociendo su carácter, Connor supuso que la brevedad de su mensaje indicaba que tenía algún tipo de sorpresa en mente.
—Tengo que irme, mi chico de las flores me llama —dijo al regresar con Jos.
—Eso explica la sonrisa en tu rostro.
—Acertaste —afirmó—. Deséame suerte; tal vez pueda invitarlo a que venga conmigo a la fiesta del viernes.
—No te hagas demasiadas ilusiones —advirtió Jos, con una mirada seria—. Y recuerda que tu hermano no estará contento si te distraes con un chico y flaqueas en las carreras.
Connor se tensó ante la mención de Dylan y Danger Zone. No quería pensar en eso, no ahora, pero no permitió que su nerviosismo se notara.
—No flaquearé; me siento más confiado que nunca —aseveró, a pesar de la mentira—. Ganaremos Danger Zone y toda esta presión se desvanecerá.
Era un deseo. No, era una súplica silenciosa a quien quisiera prestarle oídos. Solo quería ganar y olvidarse de todo.
Se dirigió a la florería, ansioso por ver a Jeremy y descubrir por qué lo había convocado sin ofrecer explicaciones. Conociéndolo, sabía que podría darle algo especial o simplemente decirle que quería verlo, y Connor le respondería que el sentimiento era mutuo.
Se estacionó a una cuadra y caminó el resto del trayecto hasta la florería Eve. Aunque siempre había supuesto que la dueña del local era solo su jefa, la forma en que Jeremy lo había invitado allí le hizo pensar que tal vez había una conexión más cercana, como si fueran parientes.
No tuvo tiempo de sopesar más sobre ello al ver a Jeremy sentado en la acera frente a la florería. Connor sonrió y apresuró el paso.
—¡Jeremy! —exclamó con entusiasmo, saludándolo desde la distancia.
Pero al levantar Jeremy el rostro, Connor notó los moretones que cubrían su piel.
Se detuvo en medio de la calle, asimilando la imagen que tenía frente a él. Jeremy tenía moretones oscuros bajo los ojos, como si no hubiera dormido en semanas. Un profundo corte atravesaba el puente de su nariz, y tenía gasas en el pómulo y en la sien. Incluso uno de sus antebrazos estaba vendado.
Connor corrió para cerrar la distancia entre ellos, se arrodilló frente a Jeremy y le sujetó las mejillas con delicadeza, temiendo causarle más daño.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó con urgencia.
Jeremy evitó su mirada, apartó las manos de Connor de su rostro y se levantó, dando un paso atrás.
—¿Tú qué crees? —inquirió entre dientes. Parecía enfadado.
Connor no entendía lo que estaba pasando. Solo quería saber si Jeremy estaba bien, si había sufrido algún accidente o algo similar.
—Jeremy, ¿qué...?
—Fue un mensaje de tus «amigos» —acotó, frunciendo el entrecejo, aunque parecía que dolía por sus heridas—. O al menos supongo que lo son, ya que nos conocían a ambos. Sabían qué tipo de relación tenemos, Connor.
Connor abrió los ojos desorbitados. Esta era la segunda advertencia, y no había sido contra Dylan ni contra su equipo, sino contra Jeremy, el chico con el que salía y a quien le dedicaba más atención y devoción en los últimos tiempos. Esos tipos siempre lo vigilaban; claro que habían encontrado a Jeremy con facilidad. Casi se los había entregado en bandeja de plata.
«¡¿Cómo pude ser tan estúpido?!», se recriminó, apretando los puños con furia. Estaba colérico; Jeremy no tenía nada que ver con esto, pero lo habían usado para llegar a él y enviarle un maldito mensaje.
Y ahora no sabía cómo disculparse por esto.
—Jeremy, yo... —Intentó tocar su mano, pero Jeremy retrocedió antes de que sus dedos siquiera se rozaran.
—¡Dime quiénes son, Connor! —bramó—. ¡¿Por qué te conocen?!
Nunca imaginó ver tanto enojo en Jeremy, y mucho menos dirigido hacia él, pero lo entendía. Sin duda, Jeremy estaba en todo su derecho de odiarlo. Su intención nunca fue involucrarlo en esto; fue un descuidado, un completo idiota que se dejó llevar por la alegría de estar con él.
No podía permitirse repetir este error.
—Ellos... —dudó. Quería decirle la verdad, dejar de lastimarlo, pero no podía, no podía sumergirlo más en este caos—. No lo sé. No sé quiénes son.
Jeremy no se lo creyó ni por asomo. Apretó los dientes y sacudió la cabeza en señal de desconfianza.
—Mientes —masculló—. No te atrevas a querer verme la cara con esto, Connor.
Connor mordió el interior de su mejilla, abrumado por la culpa. Sabía que estaba causando sufrimiento a Jeremy, hiriéndolo tanto directa como indirectamente solo por estar en su vida. No era justo.
—No puedo decírtelo —musitó. Una parte de él le urgía a ser sincero y a pedir perdón, pero la otra le advertía que confesar solo empeoraría las cosas.
—¡¿Por qué no?!
—Porque no es seguro —respondió, observando con pesar los moretones en el rostro de Jeremy—. Lo siento mucho; nunca imaginé que esto...
—Ahórrate tus disculpas. No las quiero —interrumpió Jeremy con dureza—. Lo que quiero es una explicación. Dime en qué diablos estás metido, Connor. Dímelo ahora.
Parecía un ultimátum, una amenaza implícita de: «Habla o esto se acaba». Estaba convencido de que era así. No quería que su vida caótica le costara más de lo que ya le había arrebatado; no quería perder a Jeremy. No obstante, no podía arriesgarse. No con esto.
—No te lo diré —respondió, esforzándose por mantener la firmeza, aunque ni siquiera podía sostenerle la mirada—. Lo siento.
Jeremy estaba furioso, y con razón. Lo habían golpeado y amedrentado solo por haberle dado una oportunidad a Connor, por haberle tendido la mano y aceptado estar con él. ¿Y cómo se lo agradecía Connor? Con mentiras y secretos.
—Eres un maldito idiota —dijo Jeremy, apretando los dientes—. Te estoy dando la oportunidad de justificarte y ni siquiera puedes darme una sola respuesta.
Connor reunió valor para encararlo y se arrepintió de inmediato. Sus ojos celestes estaban llenos de lágrimas y su cuerpo temblaba, ya fuera de ira o de tristeza. No podía perdonarse por hacerlo sentir así.
—Jeremy, escucha... —Quería consolarlo, pero cuando dio un paso hacia adelante, Jeremy se alejó.
—¡No quiero tus consuelos, Connor, quiero que hables! —gritó.
—Jeremy, por favor —insistió, aferrándose con firmeza a su mano a pesar de las órdenes del otro—. Nunca quise que salieras herido. Fui un idiota, descuidado, y ahora estás pagando las consecuencias. Lo siento mucho. Quisiera ser sincero contigo, responder todas tus preguntas, pero no puedo, no puedo hacerlo. No puedo involucrarte más.
Jeremy lo miró con una mezcla de dolor, agonía profunda y enojo justificado. Desvió su atención hacia sus manos, a la que Connor se aferraba como si fuera su ancla a tierra firme. Jeremy separó los labios, a punto de decir algo, pero se detuvo a último momento. Arrebató la mano y negó con la cabeza.
—Lárgate —masculló.
Connor ni siquiera tuvo tiempo de parpadear antes de que Jeremy le diera la espalda y entrara en la florería.
—¡Jeremy, espera! —exclamó.
Quiso seguirlo y hasta se aferró a la manija de la puerta del local, pero no tuvo el valor para girarla. Sabía que este era el precio que debía pagar por sus malas decisiones; Jeremy era un tesoro que no merecía poseer.
Se alejó, caminando con pasos apresurados hacia su coche. Una vez dentro, golpeó el volante repetidamente, con los ojos llenos de lágrimas. La frustración y el dolor por haber perdido a Jeremy lo abrumaban, pero también se atormentaba con reproches hacia sí mismo. Lo habían herido, y era su culpa; jamás podría perdonarse por ello.
Sacó su teléfono y marcó el número de Dylan. Su hermano contestó tras dos tonos.
—¿Qué pasa ahora, Connor? —preguntó.
—Consígueme más tiempo —dijo con firmeza.
—¿Tiempo? —inquirió—. ¿De qué estás hablando?
—Sabes a quién convencer. Dile que me dé más tiempo y que, a cambio, le daré todo el premio de Danger Zone, cada maldito céntimo.
Dylan permaneció en silencio un momento, tal vez considerando colgar por el estado iracundo en el que Connor se encontraba. Pero, para su sorpresa, respondió:
—Veré qué puedo hacer.
Connor colgó sin más y lanzó el teléfono al asiento de atrás. Luego, se agarró con fuerza al volante, reprimiendo las lágrimas, la tristeza y la amargura. Dejó que solo el enojo persistiera.
Esta vez, pondría fin a todo.
(...)
Thomas estaba en clase cuando Leah lo llamó para contarle sobre la ruptura entre Bellamy y Connor. Ella le dijo que todo estaba resuelto, que los lazos con Connor Lynx se habían roto por completo y que ahora podía regresar al equipo. Thomas no podía entender cómo había ocurrido todo tan rápido.
—¿A qué te refieres con que Bellamy rompió con Lynx? —preguntó—. No quería hacerlo, y ni siquiera han pasado veinticuatro horas desde el incidente.
—Mi hermano fue a visitarlo temprano en la mañana y le dijo que terminara con Connor... o lo echaría del equipo —explicó Leah.
Thomas quedó boquiabierto. Salió del aula con discreción para poder hablar con más libertad.
—¿Charlie hizo eso? —inquirió.
—Sí, en cuanto le conté lo que pasó con Bellamy y cómo estaba relacionado con su relación con Connor, viajó de inmediato para «arreglar» la situación.
«Maldito Charlie», pensó Thomas con enojo.
—¡Pero esta no era la manera de hacerlo! —exclamó, su voz resonando en el corredor.
—Thomas, tú fuiste el primero en decirle que rompiera su relación —refutó Leah.
—¡Bajo sus términos, no bajo una amenaza! —replicó, quitándose las gafas para frotarse los ojos—. ¿Por qué Charlie tuvo que llegar a este extremo? ¿Solo porque renuncié al equipo? No era para tanto; podrían haber encontrado a otro conductor o...
—No fue solo por eso —interrumpió Leah, con un tono cansino—. Mi hermano solía ser cercano a los Lynx, pero algo pasó entre ellos, no sé qué, pero si él actuó de esta manera, debe haber una razón. Y lo siento, pero lo apoyaré a él antes que a Bellamy, quien prefería recibir otra golpiza antes que dejar a Connor.
La conversación terminó poco después. Thomas no podía argumentar contra las palabras de Leah; después de todo, en un inicio, Bellamy sí había preferido enfrentar el peligro antes que romper con Lynx. Sin embargo, se sentía... incómodo. Aunque al principio experimentó un alivio efímero, este fue tan breve que resultó casi ridículo. Pensar en Bellamy sufriendo por haber tenido que dejar al chico que quería, por renunciar a él por factores fuera de su control, le recordaba a sí mismo y a Erick.
Cuando terminó su última clase de la universidad, se dirigió a la florería. Su intención inicial al renunciar al equipo había sido evitar a Bellamy por los sentimientos tan conflictivos que tenía por él. No obstante, no podía perdonarse dejarlo solo en ese momento y bajo esas circunstancias. Necesitaba a alguien que lo escuchara, y eso era lo mínimo que podía hacer.
Al entrar al local, se encontró con Eva tras el mostrador, trabajando en un arreglo floral.
—¿Dónde...?
—En el garaje —dijo ella antes de que pudiera terminar su pregunta.
Thomas asintió en señal de agradecimiento y se dirigió al garaje donde Bellamy guardaba el Corvette. Lo encontró sentado en el asiento del conductor con el motor encendido.
Sin pedir permiso, Thomas abrió la puerta del copiloto y se sentó, luego cerró para asegurar un poco de privacidad. Bellamy no pareció notar su presencia; su mirada estaba fija en el frente mientras una música melancólica y antigua sonaba desde la radio.
Decidió romper el silencio.
—Lo siento —dijo—. Charlie no debió amenazarte así.
Bellamy no apartó la vista del punto indefinido en el que se mantenía plantado.
—Tenían razón, tú y Charlie. Los Lynx son solo una farsa —murmuró, sacudiendo la cabeza. Thomas observó una lágrima deslizarse por su mejilla y caer por su mentón—. Fui un idiota por no darme cuenta. —Golpeó el volante con las palmas—. ¡Pude haber evitado esto!
—Bellamy... —Thomas se quedó sin palabras, sin saber si ofrecerle consuelo o solo dejar que se desahogara—. No... no había forma de que supieras que esto iba a pasar. Nadie lo anticipó. Cuando Leah sugirió que te acercaras a Connor, ninguno de nosotros pensó que las cosas llegarían tan lejos, ni siquiera yo. —Bellamy lo miró de reojo, y Thomas interpretó eso como una señal para seguir hablando—. Fui demasiado duro contigo, dije cosas que no debí, y lo siento. No quería que te pusieras en peligro, Bellamy. Cuando te encontré en aquel callejón, estaba aterrado y el miedo me controló. Por eso lo lamento.
Bellamy mordió el interior de su boca, tratando de reprimir su llanto de manera inútil.
—Hablé con Connor, le di la oportunidad de explicarse antes de dejarlo, pero no quiso decirme nada. Romper con él fue... fue lo más prudente —murmuró, apoyando su frente contra el volante mientras las lágrimas seguían fluyendo—. Aunque duela.
Thomas, dudoso, extendió la mano y la colocó sobre la espalda de Bellamy. Al notar que Bellamy no reaccionaba mal al contacto, Thomas empezó a acariciarlo con delicadeza, intentando ofrecerle un poco de consuelo.
Odiaba que Connor Lynx hubiera causado tanto sufrimiento a Bellamy. Odiaba ver a Bellamy sufrir en general.
El subconsciente de Thomas: ¿esto significa que tengo una oportunidad? 🤨
Y pensar que todavía nos faltan como tres dramas diferentes. Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Prepárense; sobre advertencia no hay engaño...
¡Muchísimas gracias por leer! ❤️
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