Capítulo 19. Advertencia y consecuencia
Connor Lynx no podía parar de sonreír.
Sentía tal ligereza en el cuerpo y en el ambiente que, incluso durante su carrera de Danger Zone, cuando cometió un error de novato, pudo arreglarlo y ganar con una ventaja sorprendente. ¿Y a qué se debía tal felicidad y serenidad?
A su chico de las flores, a Jeremy, que había correspondido sus sentimientos.
No tenía claro qué eran; Jeremy decía que eran un momento, que solo disfrutaran el presente sin preocuparse por lo que viniera. Connor estaba de acuerdo, pero una parte de él también ansiaba tener un nombre para lo que sucedía entre ambos: una aventura, un romance de verano, un noviazgo, lo que fuera. Al menos, tenía la consolación de saber que ese chico, el que tanto le gustaba, por fin era suyo.
Mientras memoraba lo que aconteció hace un par de noches, vio el coche del Evasor de su equipo, Mickey, frenar cerca de él y se acercó para apoyarse en la ventana abierta del lado del conductor.
—Muy bien hecho, novato —felicitó. Le había dicho que diera vueltas por el puerto para mejorar sus maniobras evasivas y sus tiempos, utilizando los contenedores y bodegas como obstáculos—. Has mejorado.
Mickey se quedó boquiabierto; sabía que el chico lo admiraba ciegamente, incluso cuando cometía una equivocación, lo defendía. Lo encontraba adulador, pero también un poco estresante por tener que mantener las expectativas. Sin embargo, esa noche estaba de un fantástico humor, así que pasaba por alto lo demás.
—¿De verdad? —preguntó Mickey, incrédulo—. He estado practicando mucho, incluso por mi cuenta.
—Se nota —aseguró Connor, dándole un suave golpe al techo de su auto—. Es todo por hoy. Vete a casa a jugar videojuegos o lo que sea que hagas.
El chico bufó, negando con la cabeza.
—No soy un niño.
Connor levantó una ceja.
—¿Quién dijo que jugar videojuegos era para niños?
Mickey se marchó, y Connor estiró los brazos sobre su cabeza mientras bostezaba. Jeremy le había dicho que no fuera a la florería porque su tía siempre estaba ahí y no quería que se metiera en su vida personal; lo respetaba, por lo tanto, su plan era estacionarse a unas cuadras de su casa y llamarlo para sorprenderlo.
Énfasis en era.
Desde su niñez, había tenido una visión un poco pesimista de sí mismo, asegurando que tenía mala suerte por una serie de cosas que salían mal en su vida. Reafirmó la maldición cuando recibió una llamada de un número desconocido, y un escalofrío lo recorrió.
—¿Quién es? —contestó con frialdad.
—Quiero un adelanto —respondió la voz de un hombre. Era ronca, como la de alguien que llevaba toda la vida fumando cigarrillos—. Ahora.
Connor apretó el teléfono contra su oreja con tanta fuerza que le dolía.
—No puedo ahora. No tengo...
—Considéralo la primera de dos advertencias —interrumpió el desconocido al otro lado de la línea.
«¿La primera de dos?», repitió para sí mismo y tragó saliva con dificultad.
—¿Cuál será la segunda? —se atrevió a preguntar.
—Ya lo descubrirás.
La llamada se cortó de golpe y Connor se quedó paralizado. Por un momento sintió el impulso de aventar el teléfono, pero se resistió, optando por morderse el interior de la boca y luego llamar a su hermano.
Tenía un terrible presentimiento.
(...)
Bellamy no podía parar de pensar.
Se cuestionaba una y otra vez si lo que estaba haciendo era lo correcto, si valía la pena sacrificar su entrenamiento y concentración por el placer que sentía estando con Connor Lynx. Dijo que no se arrepentiría, pero ya lo estaba haciendo, ya se estaba fallando a sí mismo. Otra vez.
—¡Bellamy! —Charlie chasqueó los dedos frente a su rostro, reventando su burbuja de pensamientos.
Bellamy lo miró con molestia.
—¿Cuál es tu problema?
Charlie se cruzó de brazos.
—Eso es lo que yo debería preguntarte a ti.
Se suponía que estaban entrenando, pero Bellamy estaba funcionando en piloto automático, más concentrado en sopesar sus problemas. Se emocionaba cuando pensaba en las caricias de Connor, pero poco después ese sentimiento se disipaba cuando recordaba la discusión que tuvo con Eva y cómo, hasta hoy en día, una semana después, no se habían reconciliado. Tal vez la presión del secretismo lo estaba consumiendo; mantener su identidad secreta, competir en secreto, mantener su situación con Connor en secreto. Mentiras y más mentiras, ¿en qué momento se colocó en una posición tan incómoda?
—Tengo mucho en mente —dijo, restándole importancia, y volteó a ver su coche, estacionado a unos metros de distancia—. ¿Ya puedo irme?
El hermano de Leah no parecía convencido y sacudió la cabeza.
—No, estás demasiado distraído y quiero entender por qué.
—Ya te dije que...
—Está ocultando algo —interrumpió Thomas. Ya había terminado sus vueltas y ahora se entrometía donde no lo llamaban.
Bellamy lo miró con desagrado.
—No estoy ocultando nada —masculló.
—¿Desaparecer tantas noches sin dejar rastro te parece nada? —inquirió Thomas—. Has faltado a cinco entrenamientos y nunca te molestas en siquiera decirnos por qué.
—¡Ya les he dicho que Danger Zone no es mi vida entera! —exclamó—. ¡Tengo otras prioridades!
—¿En serio? —preguntó Thomas, incrédulo—. Dame un ejemplo.
Bellamy vaciló, agradeciendo cuando Leah llegó hablando de algo completamente diferente, ajena a la tensión entre el equipo.
—Tengo que llevar mi coche al taller de Jos para que le cambien un faro —dijo con fastidio, deteniéndose junto a ellos y solo entonces percatándose del enojo en el rostro de Bellamy y la expresión retadora de Thomas. Se volvió hacia su hermano—. ¿Y ahora qué les pasa?
Charlie suspiró, negando con la cabeza.
—Lo mismo de siempre, discutiendo como una pareja de casados.
—¡No digas eso! —gritó Bellamy y luego gruñó—. De verdad, ¿cuál es su problema? ¡Solo estoy un poco distraído, eso es todo!
—Pues empieza a enfocarte, O'Neill —refutó Thomas—. No vamos a perder por tu culpa.
—Ya déjalo, Thomas —dijo Charlie y se acercó a Bellamy para colocar una mano sobre su hombro mientras lo veía con un dejo de consternación—. Solo... relájate, ¿de acuerdo?
Bellamy no quería ser grosero, esa nunca fue su intención, pero tener la cabeza hecha un embrollo le ponía los nervios a flor de piel, reactivo a cualquier mínima provocación.
Se limitó a asentir y tratar de relajar su rígido cuerpo.
—Lo haré.
Regresó a casa poco después, eligiendo callejuelas para pasar lo más desapercibido posible con el llamativo Corvette rojo. Esa preocupación añadida, el temor de que alguien descubriera su identidad y que su carrera de piloto, que aún esperaba salvar, se desmoronara por completo, lo atormentaba.
Podía casi escuchar a su padre, Liam O'Neill, llamándolo «mocoso estúpido» por elegir competir en algo tan arriesgado como Danger Zone en lugar de llevar una vida tranquila y discreta hasta poder regresar a casa. Estaba convencido de que a su padre le daría un infarto no solo por la ilegalidad de las carreras callejeras, sino también por el hecho de que estaba involucrado en un romance con otro corredor, un hombre.
Bellamy O'Neill tenía secretos. No, Bellamy O'Neill estaba hecho de secretos.
Pisó con más fuerza el acelerador, tan enojado, tan frustrado, tan... malditamente confundido. Era riesgoso conducir a tan altas velocidades en callejones tan angostos, pero al ver más adelante una avenida más amplia, siguió aumentando la potencia del motor.
Hasta que alguien se interpuso en su camino.
Era un coche negro que había salido de una callejuela a la derecha, atravesándose. Bellamy frenó de súbito, casi golpeando su frente contra el volante cuando su cuerpo se inclinó hacia adelante. Levantó la mirada y, aunque estaba oscuro, los faros de su auto y los del otro eran suficientes para iluminar la silueta de dos tipos con mal aspecto acercándose.
Uno de ellos se aproximó a su ventana; tenía un corte militar y una expresión desinteresada en su rostro, con varias cicatrices. Bellamy tuvo un horrible presentimiento y, cuando le indicó con la mano que bajara el vidrio, obedeció, pero no sin antes colocar una mano en la palanca de cambios.
«Mierda», pensó.
—¿Tú eres Jeremy? —preguntó el hombre sospechoso.
Bellamy se tensó. El único que lo llamaba por ese nombre era Connor, lo cual solo podía significar que...
—¡Contéstame! —bramó el tipo desagradable. Al verlo de cerca, notó sus pupilas dilatadas; seguro estaba drogado.
—Yo no soy Jeremy —respondió Bellamy, mirando a través del retrovisor del coche. No había nadie detrás, solo tenía que poner la palanca en reversa y pisar el acelerador.
—Mientes —siseó el hombre, y antes de que Bellamy pudiera actuar, metió un brazo en la cabina del Corvette, quitó las llaves y apagó el motor—. No me agradan los que complican mi trabajo.
Bellamy maldijo para sí mismo. Estaba seguro de que le iban a robar el coche y todo lo que traía encima. Con la voz temblorosa, preguntó:
—¿De qué trabajo hablas?
El asaltante lo ignoró y le hizo una seña al otro hombre que venía con él. Este se acercó; era alto y fornido, incluso más amenazante que el primero. El tipo que había tomado las llaves se apartó, y su compañero abrió la puerta del Corvette, tomó a Bellamy por el cuello de la camisa y lo sacó del auto de un brusco tirón, arrojándolo al pavimento.
Bellamy gimió de dolor al golpear su mentón contra el suelo, sintiendo algo caliente correr por su barbilla, pero antes de poder tocarla, lo agarraron del cabello y lo obligaron a levantar la cabeza.
—Cumple con la descripción que nos dieron —dijo el vándalo que sostenía las llaves. Se acuclilló frente a Bellamy y las agitó frente a su rostro—. Agradécele esto a Lynx.
Antes de poder indagar al respecto, recibió un fuerte rodillazo en la boca del estómago que lo hizo doblarse por la mitad mientras tosía, luchando por recuperar el aliento. El hombre fornido volvió a jalarlo del cabello y le propinó un puñetazo en la mandíbula que lo hizo caer sobre su costado izquierdo, desorientado.
Bellamy no entendía qué estaba ocurriendo; juraba que solo iban a robarle el coche, pero estos matones más bien parecían estar cobrando algo, algo que tenía que ver con Connor. ¿Acaso querían encontrar sus puntos débiles? ¿En qué diablos estaba metido?
Tragó saliva con dificultad, apenas logrado respirar con normalidad, e intentó apoyarse en los codos para levantarse, pero no tuvo oportunidad cuando recibió una patada en las costillas que lo tiró de espaldas. El hombre fornido plantó un pie sobre su pecho, reteniéndolo, y se inclinó para propinarle uno y luego otro puñetazo. Con cada impacto perdía más la coherencia; su visión se nublaba, y lo único que percibía era el ruido de los nudillos contra los huesos de su cara y el dolor en su nariz, pómulos y sienes. Le estaban dando una paliza, y no tenía forma de defenderse.
Tuvo el impulso de darle un rodillazo a su atacante, pero cuando quiso intentarlo, su compañero, quien hasta ahora se había limitado a observar, le pisó la mano, y Bellamy apenas pudo suprimir el grito de agonía que escapó de su garganta. Estaba acabado, tal vez iban a matarlo. No, había formas más fáciles. Parecía que solo querían lastimarlo, dejarlo como una especie de mensaje para Connor. Sabía que el mundo de las carreras ilegales no era limpio, pero jamás pensó que llegaría a este extremo.
«¿En qué diablos estás metido, Lynx?», pensó en sus últimos instantes de lucidez.
Habría sido más misericordioso perder la consciencia y que los matones se dieran por bien servidos al dejarlo sin coche y medio muerto en ese callejón. Ese era su plan hasta que escuchó el inconfundible sonido de una sirena policial. Los golpes se detuvieron de inmediato, y aunque apenas podía enfocar lo que tenía frente a él, vio las figuras borrosas de sus agresores alejándose. Los sonidos de las llaves del Corvette cayendo al suelo confirmaron sus peores temores: no estaban allí para robar el auto, su objetivo era él, Jeremy, y por extensión, Connor.
Se tomó un momento para recomponerse, sentándose con dificultad en el pavimento solo cuando oyó el rugido del motor de los matones alejándose a toda velocidad. Con una mano temblorosa, recorrió su rostro, siseando al tocar un corte abierto en su sien. Al ver sus dedos manchados de sangre, maldijo para sí. Nunca había recibido una paliza tan brutal; era una experiencia muy diferente a cuando golpeó a Anthony Jackson.
Se apoyó en el capó del Corvette para intentar ponerse en pie. Le dolía todo y estaba seguro de que dicho malestar duraría días o incluso semanas. Cerró los ojos para reprimir el dolor y se tambaleó, cuando escuchó una exclamación muy cerca de él y sintió una mano sobre su hombro.
—¡Bellamy!
Reconoció la voz de Thomas, pero antes de poder reaccionar, sintió las manos de su compañero de equipo acunando su rostro, su contacto firme, pero cuidadoso. Lo escudriñaba, como si estuviera buscando algún signo de respuesta en los ojos apagados de Bellamy.
—Oye, ¿puedes oírme? —preguntó, su voz cargada de una tensión que rara vez había escuchado en él.
Bellamy soltó una carcajada amarga, rota, que no encajaba con el dolor físico que sentía.
—¿Vega? —murmuró, tratando de enfocarse—. ¿Ahora eres policía?
Pero Thomas no estaba para bromas, y su expresión se oscureció por la preocupación que apenas podía disimular. Sujetó a Bellamy por los brazos con más fuerza de la necesaria, temiendo que pudiera colapsar en cualquier momento.
—No bromees con esto. Tienes una contusión, o algo peor —dijo, pasando un brazo de Bellamy por encima de su hombro—. Te llevaré al hospital.
—¿Hospital? —repitió Bellamy, las palabras arrastrándose—. No, ¿para qué?
—Para asegurarnos de que no te hayan dejado más estúpido de lo que ya eres —replicó, aunque su voz sonaba demasiado afectada para que la ofensa funcionara—. ¿Podrías cooperar un poco? Solo apóyate en mí y pon un pie delante del otro.
Mientras caminaban, Bellamy apenas podía seguir el paso, sus piernas temblaban, y el mundo a su alrededor parecía desmoronarse. Thomas lo sostuvo con firmeza, como si no solo estuviera ayudándolo a moverse, sino tratando de no perderlo. Lo llevó hacia su coche, abrió la puerta y lo sentó en el asiento del pasajero para después abrocharle el cinturón.
—Espérame aquí —indicó, cerrando la puerta.
Los párpados de Bellamy cayeron y el dolor se disipó por un momento, pero la cabeza seguía dándole vueltas. El coche vibró cuando Thomas subió, y el sonido del motor encendiéndose lo hizo abrir los ojos otra vez.
—¿Qué hay del Corvette? —preguntó, apenas audible. El agotamiento lo vencía; solo quería dormir.
—Tengo las llaves; lo recogeré después. —Thomas exhaló, su estrés asomándose de nuevo en su voz—. ¿Cómo te sientes?
Le estaba fallando la audición o acaso Thomas sonaba... ¿Preocupado? Nunca pensó que vería esa faceta de él, una en la que adoptaba un tono más suave y su mirada hacia él era menos prejuiciosa.
—Fatal —admitió con un murmullo—. Pero gracias... por salvarme.
El silencio se instaló entre ambos, y aunque a Bellamy le habría gustado ver la reacción de Thomas, no quería mover ni un músculo.
Thomas, mientras tanto, lo miraba de reojo, con las manos apretando el volante y la mandíbula tensa. Nunca había visto a Bellamy en ese estado, y aunque jamás lo admitiría en voz alta, le dolía verlo así, no solo por las heridas físicas, sino también por la preocupación que lo consumía, porque en el fondo lo sabía, lo sentía con una certeza inquietante: esto no era solo una mala noche. Era el preludio de algo mucho peor.
—¿Vas a decirme qué sucedió? —indagó Thomas entonces.
Bellamy, sin ganas de responder, apoyó la frente contra el vidrio, dejando que el frío del cristal le ofreciera un leve alivio sobre las heridas. Cerró los ojos, y por un breve instante, se dio permiso de desconectarse, de no sentir ni pensar en absolutamente nada.
(...)
Por fortuna, no sufrió contusiones graves ni heridas mayores, aparte de moretones y algunos cortes en el rostro que tuvieron que cerrar con puntos. La enfermera terminó de vendarlo y le entregó una bolsa con hielo para el cardenal que empezaba a formarse en su ojo derecho.
—Gracias —dijo, aceptando la bolsa y colocándola sobre el párpado. Siseó del dolor, pero pronto sintió un leve alivio en la hinchazón.
—Tómate los próximos días con calma. Nada de peleas —advirtió la enfermera con severidad. Thomas había informado en la recepción de la sala de emergencias que se metió en una pelea con una banda de matones y había perdido; como si la situación no fuera ya lo suficientemente humillante.
—Nada de peleas —repitió él, en un tono monótono.
La enfermera abrió la puerta de la habitación y, al salir, entraron Thomas y su tía, que llevaba una expresión de descontento. Bellamy ya podía prever la reprimenda.
—Ya sé lo que vas a decir, y antes de que lo hagas, solo quiero...
—¿Estás bien? —interrumpió Eva, su voz cargada de preocupación mientras se acercaba con rapidez.
Bellamy no esperaba ver esa angustia en su tía; de verdad debía lucir terrible. La culpa lo invadió y bajó la mirada, sintiendo un peso abrumador por haberla consternado a ella, a Thomas, a cualquiera. Esa nunca fue su intención.
—Lo siento —murmuró, no solo disculpándose por la situación actual, sino también por la discusión de hace unas noches, por haberse comportado como un idiota con la única familiar que mostraba interés en él.
Eva suspiró y, para su sorpresa, rodeó su cabeza con sus brazos y lo estrechó contra su pecho, acariciando su cabello con delicadeza.
—Olvídalo, ya no importa —dijo y lo tomó por los hombros para separarlo y poder mirarlo a los ojos, el temor regresando a su expresión—. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Sabes lo mucho que me asusté cuando tu amigo me llamó para decirme que estabas en el hospital?
—No es para tanto, fue solo una pelea, eso es todo —se excusó, intentando restarle importancia.
—No parecía una pelea —añadió Thomas.
Bellamy exhaló con cansancio y se levantó de la camilla, suprimiendo el dolor punzante que cada movimiento le provocaba.
—Me dieron una paliza, ¿de acuerdo? —insistió. No podía contarles la verdad, o al menos lo que sospechaba; eso solo provocaría más preguntas—. ¿Podemos irnos a casa? Estoy exhausto y...
—No, no hasta que nos digas qué ocurrió —acotó Thomas, avanzando hacia él con determinación—. Sé que estás ocultando algo, Bellamy. ¿O cómo crees que te encontré? Te seguí, y qué bueno que lo hice, de lo contrario...
—¡Ya te dije que no estoy ocultando nada! —bramó.
—Me parece que ya fueron suficientes mentiras, Bellamy —intervino Eva, con un tono de desconfianza—. Aquella noche que discutimos, ¿con quién estabas?
Bellamy trató de evitar el escrutinio de ambos, sintiéndose con un ser diminuto e insignificante al lado de autoritarios gigantes.
—Con nadie —masculló, con apenas un hilo de voz.
—Bellamy —insistió Eva, más severa.
—¡¿Podrían dejar de interrogarme?! —gritó—. ¡Ya tuve una noche de mierda como para soportar también sus paranoias!
—¡Esa «noche de mierda» no habría ocurrido si dejaras de mentir! —refutó Thomas, señalándolo—. ¡Estás ocultando algo que te está poniendo en peligro!
—¡No es de tu incumbencia, Vega! ¡Lo que haga con mi maldita vida no es asunto tuyo ni de nadie!
Thomas se aproximó y lo encaró.
—¡Por Dios, Bellamy, no seas tan estúpido! ¡¿No te das cuenta de la gravedad de lo que acaba de ocurrir?!
Bellamy estaba a punto de replicar, pero se detuvo cuando Eva puso su teléfono frente a su cara. Estuvo a punto de apartarlo con un manotazo hasta que vio el número de su padre en la pantalla y se paralizó.
—Sabes que no quiero hacer esto, mocoso —dijo ella—, pero si no empiezas a ser sincero, no tendré otra opción. ¿Sabes lo que diría tu padre si te viera ahora mismo? ¿Si se enterara de las carreras ilegales y las golpizas?
—No puedes... —comenzó, su voz quebrándose—. No lo hagas, por favor.
—¿Vas a confesar entonces? —inquirió Eva, retirando el teléfono—. ¿Con quién te estás juntando, Bellamy?
Bellamy sabía que para su tía, su confesión no significaría mucho; quien le preocupaba era Thomas, quien con frecuencia dudaba de él y siempre lo veía como un irresponsable, como un niño mimado que creía que podía hacer lo que quisiera sin sufrir consecuencias.
Cerró los ojos un instante, dejó escapar un suspiro profundo y, resignado, confesó:
—Con Connor Lynx.
¿En serio creyeron que llegaríamos tan fácil al romance bonito? 😈
¡Muchísimas gracias por leer!
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