Capítulo 18. Un momento
¿Cómo le pones nombre a algo que no sabes qué es?
Esa era la interrogante que Bellamy llevaba días haciéndose y repitiéndose como un CD rayado. No tenía las palabras exactas para definir cada aspecto de su vida, mucho menos cuando se trataba de la indescifrable relación entre Connor Lynx y él. ¿Siquiera podía llamarse «relación»?
Habían pasado tan solo unos pocos días desde aquel beso que compartieron en el techo de la bodega de Connor. El beso que Bellamy —no, que Jeremy— había iniciado cuando, minutos antes, dijo que quería conocerlo mejor, que podían ser amigos. Por alguna razón, solo podía imaginarse a Leah y Thomas enterándose de ello: mientras ella lo felicitaría como si hubiera ganado la lotería, él le diría que lo único que «conoció mejor» fue su boca y sus gérmenes. Dicho esto, decidió mantener su asunto con Connor en secreto.
El «asunto» resultó en que se vieron en los días consecutivos; se encontraban en el puerto o Connor lo invitaba a su bodega. Habían intercambiado números y, pasada la medianoche, cuando sabía que Eva ya estaba dormida, Bellamy lo llamaba, y hablaban durante horas de cualquier tontería. No se sentía incómodo, ni Connor tampoco. A veces lo atribuía a que él adoptaba otra faceta cuando era Jeremy, el chico de la florería que tanto le gustaba a Connor, al que realmente le confesó sus sentimientos.
Era una especie de crisis de identidad que lo llevaba a preguntarse: ¿Y el beso? ¿Ese sí fue Bellamy o también fue Jeremy? Tenía que haber sido Jeremy, no había otra opción, porque, aunque le atraía Connor, no había manera de que pudieran estar juntos. Al final, eran rivales, y esta cercanía solo la usaría para un rato de placer, para ganar. Sí, solo eso.
Dejó el tema de lado y se enfocó en la carrera de Danger Zone; era la última eliminatoria de la primera ronda y los Lynx estaban compitiendo. Todos sabían que ganarían y, dicho y hecho, llegaron en primer lugar, asegurando su puesto. Bellamy estaba apoyado en el capó de su Corvette, viendo cómo el de Connor cruzaba la línea de meta y frenaba con un derrape. Se bajó de su coche y celebró con sus fanáticos, que se congregaban a su alrededor, y su equipo, que apenas llegaba.
Unas horas antes de la carrera, Connor le había llamado por teléfono para invitarlo a verlo competir. Por evidentes razones, Bellamy se negó, poniendo como excusa que jamás pondría un pie en un sitio tan problemático. Connor, fiel a su costumbre, se partió de risa y le dijo que entonces se verían más tarde.
Ahora, Bellamy era el que reía. Connor estaba a tan solo unos metros de distancia, sin la menor idea de que su querido Jeremy sí lo había visto competir y le había parecido tan fascinante como siempre. Nunca dejaba de ser magnético, incluso cuando debía odiarlo, no podía evitar quererlo; era un deseo que a veces lo hacía sentir culpable porque podía tenerlo si quisiera, podría llamarlo siendo Jeremy y vendría a él. Era tan...
—Novato, te estoy hablando. —Thomas irrumpió en su cavilación.
Bellamy se forzó a apartar su vista de Connor para poner su atención en Thomas y su cara de amargura.
—¿Ahora qué, Vega?
—Hace dos días que no vas a entrenar —dijo en tono de reprimenda—. Nos veremos en una hora en el lugar de siempre para practicar; órdenes de Charlie, no mías. Quiere que corramos más de noche.
Es cierto, se había perdido el entrenamiento de dos días seguidos por verse con Connor, poniendo por encima la necesidad de verlo que la competencia. Era como si la prudencia abandonara su cuerpo cada vez que lo tenía cerca, que escuchaba su voz pidiéndole que se encontraran.
Aprovechando que llevaba el casco, lo vio con el rabillo del ojo, la forma en que sonreía, en que rodeaba con un brazo al miembro más joven de su equipo. Quería recibir ese tacto también.
—Sí, en una hora —respondió de manera distraída.
Thomas enarcó una ceja, incrédulo.
—Más te vale no faltar —advirtió.
—Deja de darme órdenes, Vega —replicó Bellamy con cierta molestia.
—Ya te dije que son órdenes de Charlie. —Se dio la media vuelta—. No mías.
En cuanto se marchó, Bellamy dejó escapar una larga exhalación, a punto de meterse al Corvette e irse para pasar a casa de Eva antes de tener que ir al entrenamiento. No obstante, cuando volteó hacia Connor una última vez, se percató de que había sacado su teléfono y marcaba un número mientras se alejaba de su equipo y la muchedumbre.
Bellamy tuvo un presentimiento; no pudo definirlo como bueno o malo hasta que su propio teléfono vibró en su bolsillo. Una ligera sonrisa nació en sus labios y se apresuró a subirse al Corvette. Arrancó y se alejó de Danger Zone para poder quitarse el casco y contestar al último tono.
—Tengo una buena noticia —dijo Connor.
Bellamy se deslizó hacia abajo en el asiento, escondiéndose más por si las dudas.
—¿Ganaste? —preguntó.
—¿Eres adivino?
—Te dije que ganarías y que no necesitabas mi suerte.
—Tal vez llevé mi camelia roja de confianza.
—Por tu bien, espero que no —añadió Bellamy—. Las supersticiones no te servirán de nada.
—No sé qué haría sin tu aburrida lógica, Jer. —Soltó una suave carcajada—. En fin, ¿estás libre ahora?
—¿Por qué? —inquirió mientras pasaba su dedo índice por las costuras del sillón—. ¿Quieres celebrar?
—Me lees la mente.
Bellamy dudó; tenía un compromiso con el equipo y, más allá de sentir responsabilidad con ellos, temía que empezaran a sospechar de él si volvía a fallar. Al menos, estaba seguro de que Thomas ya lo hacía.
Mordió su labio, indeciso.
—Tengo un compromiso —admitió. Connor no preguntó cuál, ya estaba al tanto de cuánto apreciaba su privacidad.
—Solo un paseo corto —insistió en cambio—. Quiero verte.
Lo correcto habría sido negarse, decirle que esta noche no, pero Bellamy ya no se jactaba de siempre seguir las reglas, de ser el chico de oro como su padre intentaba venderlo ante todos. Esta vez, quería cometer errores, quería sentir el arrepentimiento hasta la médula.
—De acuerdo.
(...)
Bellamy fue a dejar el Corvette en la florería y a cambiarse de ropa antes de encontrarse con Connor. Durante todo ese tiempo, no dejaba de revisar su reloj de muñeca, decidiendo que podía llegar quince minutos tarde a la práctica, pero tendría que ser muy estricto con los minutos. Connor había dicho que sería un paseo corto, y así sería.
—¿Vas a salir otra vez? —preguntó Eva cuando lo vio en la puerta.
—Iré a practicar con el equipo.
Su tía asintió y parecía dispuesta a dejarlo ir sin más, cuando de pronto frunció el ceño.
—¿No deberías llevarte el casco? —preguntó—. Sé que entrenan en las afueras de Altamira, pero tampoco seas imprudente. No querrás echar todo por la borda, ¿o sí?
«Mierda», pensó, mientras por fuera solo soltaba una pequeña risa nerviosa.
—Claro, sí, el estúpido casco —dijo, y tuvo que ir por él a su habitación. Su tía no estuvo satisfecha hasta que lo vio con él en mano.
—No te metas en líos —advirtió antes de dejarlo ir.
Bellamy solo asintió y se apresuró a salir. El tiempo corría y se vio forzado a ocultar el casco dentro del bote de basura afuera de la florería. Sabía que lamentaría esto, varias cosas en realidad, pero los minutos no le dieron cabida para ello en ese momento.
Esperaba que Eva no se percatara de que no se había llevado el Corvette, y, si ese era el caso, entonces inventaría alguna excusa. Eso es lo que los chicos de su edad hacían, ¿no? Mentirles a sus padres, a sus profesores, ser idiotas sin remordimientos.
Caminó un par de cuadras, maldiciéndose por no haber traído una chaqueta al padecer el viento frío contra su piel. Se sintió aliviado al vislumbrar el Corvette de Connor estacionado a unos metros, con los faros encendidos para hacerse ver en la oscuridad. Connor había insistido en recogerlo en la florería, pero Bellamy se negó rotundamente por la presencia de su tía.
Se subió al coche, regocijándose en la calidez de este.
—No pensé que pudiera hacer tanto frío en esta maldita ciudad de...
Connor lo interrumpió con un suave beso en los labios. Los suyos estaban calientes y tenían un ligero sabor a gaseosa de lima-limón. Bellamy apenas pudo corresponderle antes de que el otro chico se apartara y sonriera.
—Lo siento, pero quería un premio por mi gran hazaña de hoy —dijo con orgullo.
Bellamy frunció el ceño.
—¿Y si es un premio, no se supone que yo debo dártelo? —inquirió.
—Podrías darme otro —ofreció Connor, inclinando su rostro hacia el de Bellamy.
Bellamy, en cambio, se alejó, esbozando una sonrisa de satisfacción.
—Mejor cuéntame de tu «gran hazaña» —dijo. Le gustaba provocarlo, atraerlo solo para alejarlo—. Tengo veinte minutos.
Connor no se molestaba por sus intenciones, las percibía y, en cambio, se deleitaba con el reto. Se enderezó en su asiento, encendió el motor del Corvette y quitó el freno de mano.
—Tiempo más que suficiente.
Connor le contó todo sobre su «gran hazaña», la cual había sido rebasar a su competencia de milagro cuando, por un error suyo, perdió la delantera. Bellamy ya lo sabía, lo había oído y presenciado casi todo, pero fingía sorpresa, alimentando el ego de Connor porque sabía que eso le gustaba. Cada vez lo conocía mejor: sus fortalezas, sus gustos y, por supuesto, también sus disgustos y debilidades.
Incluso sabía qué tipo de música disfrutaba.
—¿De verdad te gusta esta canción? —preguntó al verlo golpear el volante mientras conducía, igual que Bellamy lo hacía en su soledad.
Connor asintió.
—Es Money for Nothing de Dire Straits. —Subió el volumen—. ¡Claro que me gusta! ¡Solo escucha esta introducción!
Estacionó el Corvette en la soledad de una calle a unas pocas cuadras de la florería y fingió que él era quien tocaba la guitarra de la canción. Bellamy no pudo contener su risa, burlándose de él por ser tan ridículo o incluso encontrándolo más interesante de lo que ya le parecía. Después de todo, ambos solo estaban en sus veintes; era el momento idóneo para ser tontos y patéticos tanto como quisieran.
La introducción de la canción terminó y Connor bajó el volumen.
—Y lo demás de la canción es algo... decepcionante —dijo—. Si mi amigo Jos me escuchara diciendo esto, creo que le daría un infarto.
—Al menos no decidiste seguir el camino de la música —comentó Bellamy—. No creo que sea tu tipo de arte.
—¿Música? No, jamás. Me gusta escucharla, pero no creo que pueda tocar ni una nota. —Cruzó los brazos detrás de su cabeza, apoyándose en estos—. ¿Cuál es tu talento artístico, Jer? El mío es el dibujo, pero el tuyo debe ser...
—No todos tenemos uno —acotó.
Connor giró la cabeza para verlo.
—¿Ni uno?
Bellamy dudó, pero por primera vez, se atrevió a contar más sobre sí mismo, sobre su pasado. Tenía miedo de hacerlo por revelar algo que no debía, o por ser rechazado.
—Cuando era niño, quise aprender a tocar el piano, pero mi padre... él no estuvo de acuerdo —admitió—. Así que renuncié a ello.
—¿Padre estricto? —preguntó Connor sin darle mayores rodeos a lo que acababa de confesar, como si no lo encontrara sorprendente.
—Muy —replicó.
—Lo entiendo, mis padres tampoco son los mejores —dijo, y giró todo el cuerpo hacia Bellamy, señalándolo—. ¿Pero sabes qué tipo de arte creo que te encajaría perfecto?
Bellamy frunció un poco el ceño.
—Te escucho.
—Actuación.
Bellamy se tensó por un instante, creyendo, jurando que Connor ya había descubierto su secreto y estaba a punto de tomarlo desprevenido con su buen talante para decirle que ya sabía que le estaba mintiendo, que solo actuaba un papel.
—Es que juro que te he visto en otro lado y, como no supe definir dónde, decidí imaginarme que eras un extra en alguna película —añadió Connor entonces, y la tensión de Bellamy solo aumentó—. ¿Y? ¿Me equivoco?
Bellamy estaba un noventa y nueve por ciento seguro de que se refería a una carrera de la Fórmula 3; debió haberlo visto en televisión o tal vez en alguna revista. No obstante, se mantuvo tranquilo para no levantar sospechas.
—Claro que te equivocas, jamás he actuado en mi vida —respondió.
—Sí, me lo temía —dijo Connor y volvió su mirada al frente—. Es solo que, desde que te vi la primera vez, me pareciste familiar. Tal vez solo fue una forma de mi inconsciente de justificar que me gustaras tanto, o a lo mejor sí nos conocemos de antes.
—Te equivocas —dijo Bellamy, ganándose su atención—. Tú no sabías quién era yo, y yo tampoco sabía quién eras tú. Solo somos desconocidos.
Connor alzó una ceja.
—¿Seguimos siéndolo?
—Claramente.
—¿Incluso después de ese beso?
Bellamy dudó. No, ya no eran completos desconocidos.
—Bueno, no; no después de eso.
Connor se aproximó a él, sus movimientos eran tan sutiles, deslizándose por el asiento, dejando que su mano cayera del volante hacia la palanca de cambios, a centímetros de la pierna de Bellamy.
—¿Entonces qué se supone que somos, Jeremy? —preguntó.
Estaba tan cerca que Bellamy podía oler el cuero de su chaqueta, sentir la calidez de cada exhalación y ver cada cabello individual de los mechones que caían con despreocupación sobre su frente.
—Un momento —respondió, porque así se sentía, como un instante donde se permitía experimentar todo, donde dejaba de pensar e incluso de respirar.
—¿Un momento? —inquirió Connor, casi susurrando.
Bellamy conectó sus miradas, celeste y plateado encontrándose en medio de la oscuridad, iluminándose el uno al otro solo con sus intenciones.
—No quiero pensar a futuro. Por una vez, solo quiero disfrutar lo que está frente a mí. —Con lentitud, levantó su mano y rodeó la nuca de Connor, acercándolo hasta rozar sus frentes—. Incluso si es una pésima decisión.
Connor desvió sus ojos hacia los labios de Bellamy y volvió a besarlo. Bellamy lo correspondió tan pronto como hicieron contacto, satisfaciendo la necesidad del otro chico y también la propia. Sintió una mano en su espalda baja, obligándolo a levantarse un poco del sillón y acercarse más, besándolo con más pasión, hasta perder por completo el aliento.
Connor se separó de él, pero había una sonrisa en su rostro.
—Me gusta —dijo.
Bellamy lo miró con extrañeza.
—¿Qué cosa?
—Lo que somos. —Unió sus labios una vez más y, entre besos, añadió: —Seamos un momento.
Bellamy sonrió contra sus labios, el deseo creciendo con cada caricia, como si quisiera fundirse con él. Su mano se deslizó con urgencia bajo la camisa de Connor, recorriendo su piel y sintiendo cada músculos tensarse ante su toque. Connor, con fervor, lo empujó hacia atrás, sus cuerpos rozándose de manera electrizante mientras cruzaba el estrecho espacio de la cabina del coche, pasando sobre el descansabrazos y la palanca de cambios.
Se posicionó sobre Bellamy y comenzó a despojarlo de la camiseta roja que llevaba puesta, sus dedos rozando la piel expuesta como si quisiera memorizar cada centímetro. Bellamy respondió arrancando la chaqueta de Connor, tirándola a un lado sin preocuparse dónde caía.
El calor en la cabina se volvió sofocante, cada aliento que compartían avivando las llamas de su necesidad por el otro. La música en la radio se convirtió en un murmullo lejano, un eco insignificante comparado con la sinfonía de sus acelerados corazones latiendo al unísono. Sus caricias se volvieron más intensas, más desesperadas, hasta que sus dedos dejaron surcos rojos en sus cuerpos, marcas de un anhelo tan profundo que permanecerían como un recuerdo incluso después de que la fantasía culminara.
Ambos entregaron todo de sí en ese momento, a ellos, a lo que eran.
(...)
Era seguro decir que Bellamy había faltado al entrenamiento por tercera vez consecutiva... y no se arrepentía de nada. Se quedó tanto tiempo con Connor que perdió la noción de la hora y, cuando por fin regresó a casa, se percató de que eran más de las tres de la mañana. No se sentía culpable por haberle fallado al equipo, ni siquiera podía disimular la forma en que le palpitaba el corazón, cómo se sentía más despierto que nunca y cómo no podía parar de esbozar discretas sonrisas al recordar el contacto de las manos de Connor sobre su cuerpo.
Entró por la puerta trasera de la florería y subió con tanta discreción como pudo al segundo piso, donde se encontraba la casa de su tía. Abrió con cuidado y, cuando pasó y estaba por cerrar, escuchó un carraspeo.
—¿Todo salió bien? —preguntó Eva, encendiendo las luces y deslumbrándolo brevemente.
Bellamy parpadeó un par de veces, enfocándola mientras ella se apoyaba con los brazos cruzados en el marco de la puerta que daba a la sala.
—Sí, el entrenamiento se alargó —mintió, evasivo.
—Apuesto a que sí, sobre todo porque no te llevaste el Corvette —dijo ella, y Bellamy se tensó de inmediato, maldiciendo en su interior—. O tal vez porque nunca fuiste en primer lugar.
—Eso no es...
—No intentes mentir —acotó, acercándose a él—. Thomas llamó hace una hora preguntando por ti porque no habías llegado a entrenar con ellos. —Lo escudriñó, su mirada severa era casi idéntica a la de su padre—. Dime con quién estuviste.
Bellamy casi podía ver los muros que creía derribados volviendo a construirse entre él y su tía. Lo interrogaba de la misma forma en que lo hacía su padre, lo reprendía como si fuera un niño, aunque ya había superado la mayoría de edad hace años.
—No es de tu incumbencia —masculló.
—No digas estupideces, mocoso, ¿qué no ves que estoy tratando de prevenir que te metas en líos? —inquirió—. Si tus circunstancias fueran diferentes, no te cuestionaría al respecto, pero ese no es tu caso, Bellamy. Estás aquí para llevar un perfil bajo, no para que...
—¡Ya te dije que no es de tu incumbencia! —exclamó—. ¡Lo que yo haga depende de mí y solo de mí! ¡No te metas en mi vida!
El enojo de Eva no era el típico, el que se manifestaba con gritos, rostro enrojecido y castigos. No, el suyo era un enojo frío, una indiferencia que dolía aún más por su silencio.
—Bien —dijo entonces, con un tono distante—, pero no vengas a llorar conmigo cuando las cosas salgan mal.
Siento que a Bellamy las cosas siempre le salen medio mal. Alguien tiene que darle clases de cómo lidiar correctamente con la vida a este muchacho 😔🤌
¡Muchísimas gracias por leer!
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