Capítulo 17. Solo amigos
Connor Lynx daba por hecho dos cosas: no sabía arreglar un coche y este día prometía ser una mierda.
Debió haber previsto que todo se iría al carajo cuando se despertó a mediodía con una espantosa jaqueca por haberse desvelado en una fiesta de playa, en donde lo único que hizo fue cantar cual perro aullando y beber hasta que no pudo ni enfocar lo que tenía enfrente. Por fortuna, Mickey se mantuvo sobrio y los llevó a él y a Jos a casa sin correr riesgos. No era tan estúpido como para conducir ebrio y poner a otros en peligro.
Se arrastró fuera de la cama, se tomó un analgésico para aliviar el dolor de cabeza y rebuscó entre los gabinetes y el minibar de su bodega cualquier cosa para comer, pero se llevó la nada grata sorpresa de que no había nada más que agua, un cartón de leche cortada y una manzana tan madura que podría hacer puré con ella, y no del bueno.
—Mierda... —gruñó.
Esperó un rato a que el medicamento hiciera efecto, agarró su chaqueta que yacía sobre el respaldo del sofá, tomó la llave del Corvette que lo esperaba en la mesa y luego salió de su excusa de casa mientras bostezaba.
Todo marchaba decentemente: abrió la puerta del coche, se sentó en el lugar del conductor, introdujo la llave y... no arrancó.
El viejo motor no hizo más que gorgotear en un lastimoso intento por encender. Connor ni siquiera tuvo la energía para enfadarse, en su lugar, soltó un largo suspiro y apoyó la frente contra el volante, espantándose a sí mismo cuando golpeó el claxon y sonó.
—Por supuesto que eso sí iba a funcionar —masculló.
Se quitó la chaqueta, dejándola en el asiento del pasajero, y se apeó del automóvil para revisar el motor. Odiaba ensuciarse con la grasa del coche; ni siquiera le gustaba cambiar llantas, todo lo que tuviera que ver con la parte sucia y manual lo evitaba como la plaga. Lo suyo era lo estético, el diseño de la máquina y su funcionalidad.
Abrió el capó, siendo recibido por una nube de humo que lo hizo toser. Sacudió la mano frente a su rostro para disiparlo y empezó a rebuscar cualquier cosa que le pareciera fuera de lo común... Era como un ciego intentando ver.
Exhaló y sacó su teléfono celular del bolsillo trasero de su pantalón. Marcó el número de Jos, esperando que este último le contestara, pero tras tres minutos esperando en la línea, desistió. Por lo general, Jos pasaba tiempo con su familia los domingos; era de esperarse que no respondiera hoy.
—Genial —dijo para sí y volvió a asomarse al motor del Corvette. Tenía otra opción de a quién llamar en casos como este, pero era testarudo, o tal vez cobarde, y no quería hacerlo.
No obstante, al no encontrar el problema en el coche, tuvo que tragarse su orgullo y hacer una llamada que hasta hace unos minutos rogaba no tener que hacer ni ahora ni nunca.
—Necesito tu ayuda —dijo cuando contestaron al otro lado de la línea.
—Connor, ¿estás bien? —preguntó aquella voz. ¿De verdad pensaba que iba a creerle que estaba preocupado por él?
—El Corvette no arranca —dijo, sin responder su pregunta inicial.
Un suspiro de fastidio fue su única contestación; ese nivel de molestia hacia él solo podía provenir de una persona: Dylan Lynx, su hermano mayor. No le gustaba tener que recurrir a él y que reafirmara las creencias que ya tenía sobre su inutilidad e infantilismo. Sin embargo, en plena temporada de Danger Zone, no podía darse el gusto de ignorar el problema.
—¿Lo revisaste? —preguntó Dylan.
—Sabes que no tengo la menor idea de mecánica.
Otro suspiro, eran tan comunes en él que perdían su efecto.
—Mandaré una grúa y avisaré al taller.
—Para eso te llamé —musitó Connor de manera cortante. Estaba siendo un malagradecido y un patán; se sintió culpable. Era imposible no experimentar estas emociones cuando hablaba con su hermano... después de lo que pasó—. Yo lo pagaré; arreglaré el problema. Todavía hay algo de tiempo antes de la carrera.
—No te lo tomes tan a la ligera —replicó su hermano; se le escuchaba tenso. Reconocía ese tono, estaba a punto de estallar.
Se aferró con más fuerza al teléfono.
—No me lo estoy tomando a la ligera, yo...
—¡Esto no es un juego, Connor! —gritó Dylan, interrumpiéndolo—. ¡Nuestro futuro depende de ese maldito coche!
Connor frunció el entrecejo. ¿Por qué lo trataba como si fuera estúpido? ¿Por qué no podía simplemente confiar en él por una vez?
—¡Ya sé que es importante! —refutó—. Por dios, tranquilízate de una vez, ¿quieres? No estoy jugando con esto, solo...
—Entonces actúa como si te importara —acotó—. Eres descuidado, Connor, irracional, y eso... Eso no nos servirá de nada.
—Te equivocas; tú no me conoces. No te importo desde lo que pasó —musitó entre dientes. Era un reproche, no tenía derecho a hacerlos, pero ya no quería aguantar todo con Dylan, no cuando él también tenía tantos sentimientos encontrados hacia él.
Hubo un largo silencio; incluso juró que su hermano le colgaría y ahí terminaría otra conversación fallida, pero entonces escuchó un murmullo:
—No quiero que repitas mi historia.
Connor amplió los ojos al escuchar esas palabras, al percibir el ligero temblor en la voz de Dylan. Hacía mucho que no presenciaba algo así, que escuchaba empatía genuina por parte de su hermano... ¿De verdad estaba preocupado por él?
—Dylan... —vaciló, no quería arruinar esto, no quería que se acabara todavía—. No repetiremos la historia. Confía en mí.
Una parte de él ansiaba escuchar una afirmación, unas palabras de aliento, pero eran ilusiones ridículas.
—Mandaré a la grúa —dijo Dylan y colgó.
Connor se quedó escuchando el sonido de la llamada cortada y, tras unos tensos instantes, por fin la terminó también. Aventó el teléfono al interior del Corvette, viendo cómo caía al suelo en el lado del pasajero. Exhaló y pasó una mano por su cabello, sin importarle estar manchado de grasa.
Hubo un tiempo en que las cosas no estaban tan mal, en que tuvo la fortuna de tener a alguien a quien llamar «familia», alguien a quien recurrir sin sentir culpa, vergüenza o sin temer iniciar una disputa. Las relaciones cambian, las personas también cambian, él cambió. No tenía sentido permanecer en un conflicto eterno con lo que ya no podía ser como antes.
Optó por regresar esas preocupaciones al fondo de su inconsciente donde pertenecían, y volvió a enfocarse en el Corvette. Se inclinó sobre el motor; todavía había algo de humo y también estaba caliente aunque no había encendido el coche en horas. Chasqueó la lengua para sí y estuvo a punto de volver a meter la mano para buscar cualquier cosa cuando escuchó el ruido de un automóvil aproximándose.
«Qué gran servicio», pensó con cierta mofa, pensando que sería la grúa que su hermano le mandaría.
No obstante, al darse la vuelta, lo que encontró fue una camioneta color verde pistacho, con el logo de la florería Eve en el capó y su conductor castaño rojizo detrás del volante. El chico de las flores se estacionó cerca, bajó del coche y se dirigió a Connor con pasos firmes, tomando a este por sorpresa cuando dijo:
—Tenemos que hablar.
Jeremy estaba serio. No, estaba nervioso; Connor se percató de ello cuando vio cómo apretaba los puños y escuchó su respiración agitada. Ahora solo esperaba que dicho nerviosismo fuese por algo bueno.
«Ese chico no te ha buscado. Ya fuiste rechazado», eso fue lo que le dijo Jos. Vaya, lo que daría porque estuviera aquí ahora y ver su reacción.
Connor se limitó a sonreír para sí y girarse por completo hacia Jeremy.
—¿Hice algo malo? —preguntó con un tono ligeramente juguetón.
Jeremy frunció el ceño.
—¿Qué? —inquirió—. No, ¿qué podrías haber hecho? Ni siquiera nos hemos visto.
—Es que parece que vienes a reprenderme. —Connor señaló sus puños cerrados—. Estás muy tenso, Jer.
—¿Jer...? —comenzó y luego se interrumpió al ver sus manos cerradas; las abrió, relajándose un poco, y suspiró—. No, Lynx, no soy tu padre como para venir a reprenderte.
—De acuerdo, te creo. —Cerró el capó del Corvette y se apoyó sobre este, cruzando los brazos—. ¿Entonces de qué quieres que hablemos?
El nerviosismo regresó a Jeremy, quien desvió su mirada de la de Connor como si le costara mantenerla. Connor tenía la esperanza de que tanto su repentina presencia como esa adorable pena fuesen porque iba a corresponder sus sentimientos. Tal vez el día no sería tan de mierda después de todo.
—Quiero conocerte mejor —dijo Jeremy entonces; otra vez había conectado sus ojos. Los suyos eran celestes, con una apasionante intensidad que lo hacía ver tan vivo.
No era la confesión que esperaba, de hecho, ni siquiera era una confesión. Era una petición, y Connor la comprendía, le agradaba. Que Jeremy quiera conocerlo mejor para él significaba que le estaba dando una oportunidad de probarse a sí mismo. Y él jamás le daba la espalda a un reto.
Connor se apartó del capó del Corvette y dio un paso hacia Jeremy, esbozando una sonrisa con un toque ladino y levantando una ceja.
—¿Eso significa que estás correspondiendo mis sentimientos? —preguntó.
Jeremy rodó los ojos, bufando.
—Eso quisieras —replicó—. No es el caso, Lynx; ya te lo dije, quiero conocerte mejor. Podemos ser...
—¿Amigos? —completó Connor, con la leve esperanza de que no fuera el caso.
El chico de la florería dudó un momento; Connor no tenía idea de qué estaba pasando por su mente y no tuvo tiempo de deducirlo antes de que asintiera.
—Sí, llamémoslo una amistad —afirmó Jeremy, para su desgracia—. Supongo que puedo admitir que me pareces... interesante.
Connor se carcajeó, era lo más cercano a un cumplido que había recibido por parte del chico que tanto le gustaba desde que lo conoció. No pudo contener la satisfacción que le causó.
—Bien, amigo, creo que puedo aceptar nuestra cercanía porque me llamaste interesante —cedió.
—¿Conoces la definición de ególatra? —inquirió—. Porque te va perfecto.
—¡Oye, los amigos no se ofenden! —exclamó Connor.
Jeremy también soltó una risa, su rostro se veía tan bien cuando se aflojaba un poco, cuando dejaba de lado esa máscara suya.
—En tu mundo, tal vez. En el mío, una «amiga» me llama imbécil cada vez que puede.
—De seguro tenía sus razones —afirmó Connor y se dirigió hacia su bodega; quería limpiarse la grasa y beber algo frío—. ¿Tienes sed? Podemos tomar algo, ya sabes, como amigos.
Esto de la amistad era un reto, podía superarlo, eso seguro, pero no le fascinaba la idea. No era precisamente lo que tenía en mente cuando confesó sus sentimientos y tampoco eran los deseos de su corazón, que latía con fuerza cada vez que tenía a Jeremy cerca.
—Supongo que puedo beber algo —accedió Jeremy y lo siguió.
Connor lo dejó entrar primero y luego él se encaminó hacia su pequeña área de cocina, donde se lavó la grasa de las manos y después sacó del minibar dos botellas de agua fría. Regresó a donde estaba Jeremy, quien permanecía en medio de la bodega escudriñando los alrededores.
—¿En serio vives aquí? —preguntó, como si no pudiera creerlo del todo.
—Es temporal, o eso espero. —Le ofreció la botella.
Jeremy la aceptó y dirigió su atención hacia una de las paredes cuya superficie estaba cubierta por hojas con bocetos de diseños de coches que Connor había dibujado a lo largo de los meses.
—Y también sabes dibujar. —Señaló Jeremy y lo miró con una ceja enarcada—. Tienes más talentos de los que pensé.
—¿Me lo tomo como un halago? —inquirió Connor, divertido con la situación. A veces sentía que el serio y evitativo Jeremy que conocía no era más que una fachada para ocultar al chico que era curioso y franco sin siquiera pretenderlo.
—Como tú quieras, supongo que lo harás porque eso alimenta más tu ego —replicó Jeremy y estaba a punto de abrir la botella cuando Connor lo detuvo tomándolo de la muñeca—. ¿Qué estás...?
—Ven conmigo, te mostraré el mejor lugar de esta humilde morada —interrumpió. Ambos dejaron sus botellas de agua sobre la mesa y Connor lo jaló al exterior de la bodega.
En la parte trasera del contenedor había una escalera con la cual podía subir al techo. Le indicó a Jeremy que subiera con cuidado, dejando que fuera por delante en caso de que resbalara, al menos así amortiguaría la caída con su cuerpo y no daría de lleno contra el pavimento.
—Ten cuidado —indicó Connor una vez estuvieron arriba y volvió a tomarlo de la muñeca para guiarlo al borde del techo—. Siéntate, te sentirás más seguro.
Jeremy no parecía temer a las alturas o a perder el equilibrio por el viento que soplaba. Se sentó a la orilla, dejando que sus rodillas colgaran del borde. Connor se sentó a su lado, viéndolo de reojo; su cabello, que le llegaba casi a los hombros, se agitaba con la brisa marina y su atención estaba tan puesta en el horizonte que parecía un retrato idílico. Lo que hubiera dado por poder bosquejar esa escena con tal de no olvidarla.
—Tienes una gran vista aquí arriba —dijo Jeremy, hasta que frunció el ceño al bajar la mirada y enfocarse en el Corvette—. Excepto por eso.
Su observación también sacó a Connor de su propio ensimismamiento, recordando su problema con el coche.
—Ah, sí, eso. —Sacudió una mano en un gesto desdeñoso—. No es para tanto. Una grúa vendrá a recogerlo en un rato y lo llevará al taller.
—¿Volviste a averiarlo? Increíble, yo pensé que le tenías aprecio a ese cacharro.
—¡Claro que le tengo aprecio! —exclamó Connor—. Además, la vez pasada fue un neumático pinchado, no una avería del motor.
Jeremy se carcajeó a sus expensas. A Connor no le importaba que se burlara de cada pequeña idiotez que hiciera o dijera siempre y cuando pudiera ver esa sonrisa.
Ambos permanecieron en silencio, admirando el puerto de Altamira, los barcos a la distancia navegando por ese mar de un color azul intenso y la forma en que el sol vespertino se reflejaba en la superficie del agua, haciéndola ver como oro. El clima era fresco, no había ruido; todo era tan pacífico. Connor se permitió ese momento para relajarse, retrayendo una pierna y apoyando el mentón sobre su rodilla al mismo tiempo que cerraba los ojos. Era tan cómodo, tan...
—Lo siento —dijo Jeremy de pronto y Connor abrió los ojos casi al instante.
—¿Por qué te disculpas?
Jeremy otra vez estaba nervioso. Era tan difícil saber qué ocurría en su cabeza, qué es lo que quería.
—Te dije que quería conocerte mejor y ahora no sé qué decir —dijo con un rastro de enojo, frustrado consigo mismo por no poder ser y expresarse como quería—. Odio las conversaciones casuales, nunca han sido lo mío.
—Entonces no hablemos —dijo Connor, ofreciéndole una sonrisa serena—. Este silencio no me parece incómodo. Me gusta, me agrada tenerte cerca y estar aquí en este preciso momento.
Jeremy lo miró con extrañeza.
—¿De verdad no te parece incómodo?
—En lo absoluto —respondió—. ¿A ti sí?
—No, es solo que, por lo general, la gente se siente incómoda cuando hay un silencio total conmigo —dijo, arrugando un poco las cejas—. Es más bien como si yo... como si yo los incomodara.
—Pues entonces son unos idiotas —aseveró Connor—. No hay manera de que me incomodes a mí. A veces me recuerdas a una cría de ciervo; eso no intimida a nadie.
Jeremy volvió a reír, sacudiendo la cabeza con lentitud.
—Lo dices como si tú estuvieras libre de ser un idiota, Lynx.
Volvieron a quedarse en silencio y esta vez Connor se dejó caer de espaldas sobre el techo, viendo las nubes pintadas de un tono rosado por la luz anaranjada de la tarde. Estiró una mano, imaginando que trazaba la forma de las nubes con la punta de su dedo.
—Creo que me gustaría tener un bote —dijo entonces—. Nunca he navegado, pero me agrada la idea de costear Altamira mientras dibujo. Podría ser agradable.
Jeremy volteó a verlo con una ceja enarcada.
—No podrías dibujar, te marearías demasiado —dijo—. Al menos sé que eso me pasaría a mí.
Connor volvió a sentarse, apoyando las manos detrás de su espalda.
—Entonces, si te invitara, ¿no irías conmigo? —preguntó—. Como amigos, claro.
—¿Puedes dejar de recalcar que solo somos «amigos»? —pidió Jeremy con un dejo de molestia.
—Lo siento, es que me cuesta aceptarlo.
—¿En serio te cuesta tanto aceptar una amistad?
—Ese es precisamente el problema; no te quiero solo como un amigo, Jeremy —admitió, incapaz de quitarle la mirada de encima; quería que notara sus intenciones—. Tienes algo... algo especial, y quiero descubrir qué es. Por eso quiero acercarme a ti, mucho más de lo que lo haría una amistad.
Jeremy giró su rostro poco a poco, encontrándose con el de Connor.
—No necesitas estar tan cerca para descubrirlo —musitó.
—Lo sé —susurró Connor y se deslizó hacia él, dejando sus caras a centímetros de distancia—, pero lo necesito.
Jeremy tragó saliva con nerviosismo, y Connor observó cómo sus ojos celestes se posaban en sus labios una y otra vez, indecisos pero llenos de deseo. No quería forzar las cosas; deseaba que él se abriera y lo aceptara cuando estuviera listo. Estaba dispuesto a esperar, aunque una parte de él imploraba que diera el paso, que cerrara la distancia entre ellos, que tocara su rostro y sintiera su respiración contra su piel...
Entonces, Jeremy lo besó.
Fue tan repentino que tardó valiosos segundos en reaccionar. Jeremy lo había tomado por la nuca y juntado sus labios en el beso que tanto anhelaba; ambos lo hacían. Connor correspondió tan pronto lo procesó, cerrando los ojos y rodeando la cintura de Jeremy para acercarlo más, para besarlo con tanta pasión que esperaba poder comunicarle lo mucho que lo quería y necesitaba.
Jeremy se separó primero, abriendo los ojos y desviando estos últimos con vergüenza; estaba sonrojado y apartó la mano que rodeaba la nuca de Connor para cubrirse los labios con el dorso. Connor no pudo evitar sonreír, y una suave carcajada de ternura escapó de él.
—¿Ahora qué somos? —preguntó.
El chico con aroma a flores, con las mejillas aún ligeramente sonrojadas, le sostuvo la mirada por un momento antes de apoyar su frente sobre el hombro de Connor, cediendo a la derrota y refugiándose en su cercanía.
—Amigos —murmuró—. Solo amigos.
El título solo fue para asustarlos, ¿de verdad creían que nada pasaría entre estos dos que se tienen más ganas que un sediento encontrando agua en el desierto? 🤣
¡Muchísimas gracias por leer!
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