Capítulo 16. Arriésgate, novato
Si le hubieran preguntado al Bellamy de hace un año qué iba a hacer el domingo, su inmediata respuesta habría sido un firme: «Voy a entrenar».
Su rutina diaria consistía en levantarse a las cinco de la mañana, ir al gimnasio, comer un cuantioso desayuno diseñado por un nutricionista y luego dirigirse a la pista de entrenamiento para probar la estabilidad del coche y mejorar sus tiempos. En eso se le iba el día cuando no tenía carreras; en ningún momento, ni siquiera en periodos vacacionales, se detenía.
Ahora no tenía otra opción.
Desde que se mudó a Altamira, podría decirse que se volvió... perezoso. Al principio se esforzó por seguir utilizando el despertador, pero conforme pasaban las semanas, comenzó a levantarse más y más tarde, transformando quince minutos en una hora y luego en dos. Se arrastraba fuera de la cama cual zombi, motivado únicamente por no ser reprendido por Eva si se presentaba tarde a trabajar. Los domingos, sin embargo, eran días más libres.
Hasta que Leah Lock interfirió.
—¿Qué demonios, Leah? —preguntó Bellamy al contestar su teléfono celular, tan tentado a aventarlo al otro extremo de la habitación al ver la hora en la pantalla—. ¡Son las seis de la mañana!
—¡El sol salió, estrella, y nosotros también!
—Vete a molestar a Thomas —masculló Bellamy, alejando el teléfono y a punto de colgar cuando escuchó una exclamación por parte de la chica.
—¡No, espera, sí tengo una buena razón para fastidiarte a esta hora!
Bellamy gruñó para sí y volvió a colocar el dispositivo contra su oreja.
—Tienes un minuto para decirme qué quieres.
—Más que suficiente —afirmó ella, complacida—. Necesito un favor.
—Pídeselo a Thomas. Todavía no me agradas tanto como para hacerte un favor —replicó con un tono de completo desinterés. Leah se quedó callada al otro lado de la línea y Bellamy, frunciendo el ceño, tuvo que verificar que la llamada todavía estuviera activa—. ¿Lock?
Sintió una punzada de culpa, tal vez había sido demasiado grosero. Se sentó en la cama, aferrándose a la colcha con una mano mientras mordía el interior de su boca. ¿Se suponía que debía disculparse?
—Oye, lo siento, no...
—¡Ah, veo que ya lo procesaste! —interrumpió ella.
—¿Qué?
—Estaba esperando a que te dieras cuenta de lo imbécil que eres —dijo ella con un tono de satisfacción—. En fin, me ayudarás. Quieras o no.
—Si no es un asunto de vida o muerte, no me interesa.
—Por Dios, O'Neill, no seas tan flojo. Ya estás despierto, ¿qué te cuesta ayudarme? Además, necesito hablar contigo de algo... importante. Sí, llamémoslo así.
Bellamy volvió a ver la hora en el reloj; ya había pasado más del minuto que le había dado a Leah y, aunque odiaba aceptarlo, ella tenía razón, ya estaba despierto y no había manera de que volviera a dormirse después de esto. Colocó una mano en su rostro y ahogó una larga exhalación, maldiciendo a sus adentros. Volvió a acercar el teléfono a su cara y preguntó:
—¿En dónde nos vemos?
—Sabía que tomarías la decisión inteligente —dijo Leah, carcajeándose a sus expensas—. Te daré la dirección de mi casa, pero antes de venir aquí, ¿crees que podrías comprarme algo en el supermercado?
Leah le dio instrucciones precisas de lo que quería y Bellamy se limitó a escuchar mientras respondía con el más fastidioso «ajá» que podía pronunciar. La molesta chica se despidió diciendo que lo veía en un rato y colgó.
Bellamy se dejó caer de cara contra la almohada, colgando el brazo derecho por el borde de la cama y soltando el teléfono que sostenía en esa mano. Apenas suprimió un gruñido. Le esperaba un largo día.
(...)
Bellamy llegó a casa de los Lock en la camioneta de la florería. El Corvette era demasiado llamativo y, para colmo, Eva le pidió que llenara el tanque de su coche, por lo que además de la parada en el supermercado que se prolongó más de lo que le hubiese gustado, también tuvo que pasar por la gasolinera. Para cuando llegó al punto de reunión, ya eran más de las diez de la mañana.
Tocó el timbre con un bostezo, preparándose para que le abriera alguno de los padres de Leah y tener que fingir amabilidad ante los mayores. Tenía bien practicada esa faceta, la misma que solía utilizar durante las entrevistas después de cada carrera de Fórmula 3.
No obstante...
—¡Vaya, Leah de verdad te convenció de venir! —exclamó Charlie.
Bellamy de inmediato desvaneció su falsa sonrisa cordial y, en cambio, arrugó las cejas.
—¿Tú qué haces aquí? Pensé que tenías que regresar a tu taller.
—Me tomé el fin de semana, además ayer fue el cumpleaños de mi madre, así que decidí aprovechar —explicó y se apartó de la puerta, señalando el interior con una mano—. Ven, entra. Ponte cómodo.
Bellamy puso un pie dentro con algo de renuencia, cargando en su mano la bolsa plástica del supermercado. Observó los alrededores, notando que el lugar estaba... desordenado. En definitiva, parecía un sitio donde vivía una familia, repleto del estilo de cuatro personas combinado en un solo espacio; colorido, pero acogedor; anticuado, pero con un toque de modernidad. Sus ojos fueron atraídos hacia una pared con varios portarretratos colgados en esta; había fotografías de lo que asumía era Leah más pequeña, con su cabello rubio natural, siendo abrazada por una mujer que se parecía bastante a ella. Había otra donde estaban los cuatro frente a un árbol de Navidad y otra a su lado en donde un niño cargaba a un bebé en sus brazos, Charlie y Leah, supuso.
Apartó la vista con un dejo de incomodidad, sintiendo que estaba involucrándose en algo que no le incumbía.
—¿Y tus padres? —preguntó.
—No están, se fueron muy temprano a visitar a nuestra abuela. Es tradición en los cumpleaños de mamá —explicó Charlie como si no fuera la gran cosa—. ¿Ya desayunaste? Estaba preparando unos huevos revueltos, pero...
Bellamy dejó de escucharlo, le parecía tan extraño entrar a la casa de una familia normal, unida. La suya siempre estuvo conformada por dos, él y su padre. Su madre era prácticamente una desconocida y no eran cercanos a sus abuelos u otros allegados más allá de Eva. Su hogar, a diferencia de este, no tenía fotografías, ni un estilo propio; era una casa moderna en Los Ángeles, minimalista, fría y que siempre estaba limpia porque empleados de servicio venían a hacer el aseo cada tres días. Nunca salían de vacaciones, ni iban a visitar a otros familiares. Eran tan... solitarios.
—Oye, novato, vas a romper la bolsa si la aprietas así —dijo Charlie cerca de él.
Bellamy se espabiló y se percató de que estaba enterrando las uñas en la bolsa de plástico, a punto de hacerle un hoyo. Sintió una ola de calor subir por su rostro.
—Traje lo que Leah me pidió —dijo y se la ofreció a Charlie.
—¡Excelente! —exclamó él, tomándola y sacando de esta un bote de sal—. Justo lo que necesitaba. Te estaba diciendo que preparé unos huevos revueltos, pero como no tenía sal, saben a suela de zapato. ¿Quieres un poco?
—No si los ofreces con sabor a zapato.
Charlie se carcajeó y lo guió hacia la cocina. Incluso el refrigerador tenía fotos y también imanes de distintos sitios que habían visitado. Bellamy conocía la mayoría, había puesto pie en esas ciudades y países, pero no recordaba nada de ellos más allá de sus pistas de carreras.
Suspiró a sus adentros.
—¡Leah, Bellamy está aquí! —gritó Charlie de pronto, sobresaltándolo.
—No molestes a los vecinos —reprendió Bellamy. Se sintió como su padre.
—Los vecinos usan su taladro a las dos de la mañana, voy a molestarlos todo lo que quiera. ¡Leah, ven acá! —volvió a gritar.
Escuchó apresuradas pisadas sobre su cabeza y luego contra el suelo de madera de las escaleras. Leah entró corriendo a la cocina, sonriendo con amplitud al ver a Bellamy.
—Por un momento juré que me plantarías —admitió.
Bellamy hizo un mohín y agarró la bolsa plástica del supermercado.
—Me tardé una eternidad encontrando tu estúpido tinte para el cabello.
Leah tomó la bolsa, la abrió para ver su contenido y asintió.
—Este es. —Volvió su mirada hacia él—. Gracias. Te debo una.
—Me debes varias.
—¡Y listo! —exclamó Charlie, llamando la atención de ambos. Mostró su sartén con unos huevos recién hechos—. Ahora sí tienen sabor. Siéntense, les serviré un poco.
Realmente no fue opcional y, antes de darse cuenta, Bellamy estaba en el comedor de los Lock comiendo unos huevos revueltos que para su gusto dejaban mucho que desear. Lo mejor fue el jugo de naranja que le dieron para acompañar, pero eso fue porque era de caja.
Bellamy estaba algo contrariado, pues más allá de sentirse como un alienígena por comer en una casa ajena, había algo de la familia Lock que llamaba su atención. Eran personas normales, su casa espaciosa pero sin ser lujosa, entonces, ¿cómo...?
—¿Cómo obtuvieron sus coches? —indagó—. El que usa Leah en Danger Zone y el Corvette que Charlie tiene.
—El mío y el de Thomas son prestados —respondió Leah—. Solían pertenecer a los miembros originales de Luck, pero como ninguno compite ya y no son coches precisamente para el día a día, nos los prestaron para las carreras.
Charlie asintió.
—Mi viejo equipo y yo, a su vez, los conseguimos de unos viejos competidores de Danger Zone a un precio bastante razonable. Digamos que es una especie de tradición cuando un equipo se retira: les dan sus coches a la siguiente generación, como pasar una antorcha —explicó—. Esa es la forma decente de conseguirlos, a menos que nades en dinero. Sin embargo, existe un conocido traficante de coches robados que los vende a precios ridículamente bajos. Por supuesto, es una trampa para después exigir grandes cantidades de dinero a manera de «deuda».
A Bellamy no le sorprendía en lo absoluto. El mundo de la competición era sucio en más ocasiones de las que uno creería y no le cabía duda que en un sitio como Danger Zone, donde la legalidad es una formalidad, se cometieran estafas y crímenes de este estilo.
—Qué bueno que no es nuestro caso —dijo, terminándose lo que le quedaba de jugo de naranja.
—Ni lo será —afirmó Leah y se puso de pie—. Cambiando de tema... ¿Estás listo para hacerme el favor que te pedí?
Bellamy frunció el ceño.
—¿Qué no fue ir al supermercado? —inquirió.
—Ese fue el preámbulo, ahora necesito que me ayudes a ponerme el tinte. Soy terrible haciéndolo por mi cuenta.
—¡¿Estás bromeando?!
—No, así que te veré en el baño de arriba. —Se volteó hacia su hermano—. Gracias por el desayuno, la verdad el huevo todavía sabía a suela, pero he probado cosas peores.
Leah se fue sin decir más y Charlie enarcó una ceja.
—¿Debería tomarlo como un cumplido? —inquirió.
Bellamy solo pudo estrellar su frente contra la mesa.
Los Lock no eran personas que aceptaran un «no» por respuesta, le quedó más que claro cuando por fin subió al segundo piso, encontró el baño y a Leah preparando la mezcla para pintarse el cabello. Ni siquiera entendía qué estaba haciendo aquí, nada que tuviera que ver con belleza era su área de expertiz.
—Solo tienes que ponerte los guantes y con la brocha pintar el cabello por mechones —explicó—. No es tan difícil, yo te guiaré.
—¿Si no es tan difícil, por qué no lo haces tú?
—Porque no alcanzo la parte de atrás. —Le pasó unos guantes de plástico—. Póntelos.
Bellamy exhaló y, con resignación, agarró los guantes. Se los puso, notando que eran incómodos de usar y molestos por el ruido que producían con cada pequeño movimiento de sus dedos.
—Si te quedas calva, no me hago responsable.
—Eso no sucederá.
Leah le mostró a Bellamy cómo separar el cabello en secciones y pintar cada una con la brocha y la mezcla que había preparado. Aunque el olor era espantoso, una vez superada la curva de aprendizaje, Bellamy encontró la tarea incluso algo entretenida. Miraba al espejo para ver cómo iba quedando su trabajo y recibía un pulgar arriba de Leah, indicando que lo estaba haciendo bien.
Bellamy esbozó una apenas perceptible sonrisa y continuó pintando, ya casi terminando con la mitad del cabello.
—¿Por qué me pediste ayuda con esto? —preguntó, curioso—. No te lo tomes a mal, pero no somos tan cercanos. Pensaría que Thomas es tu primera opción, o incluso Charlie.
—Charlie no tiene ninguna gracia y, como dijiste, no somos tan cercanos. Pensé que podríamos aprovechar esta oportunidad para conocernos mejor, ¿sabes? —respondió Leah.
—¿Poniendo en riesgo tu cabello? —Bufó—. Sí, claro, ¿y qué hay de Thomas? ¿Estás peleando con él o algo?
Leah se quedó en silencio y Bellamy detuvo la brocha a centímetros de su cabeza, observándola en el espejo. Lucía incómoda.
—Espera, ¿de verdad están...?
—No, no estamos peleando —acotó—. Es solo que no... No quiero estar sola con él.
—¿Y eso por qué?
—Vas a burlarte de mí.
La miró con incredulidad.
—¿Más de lo que tú ya te burlas de mí?
Leah mordió su labio inferior y bajó la cara, avergonzada.
—Me gusta.
Bellamy amplió los ojos.
—¿Qué?
—Me gusta Thomas —confesó, volviendo a levantar el rostro y conectando sus ojos con los de Bellamy—. ¿Recuerdas que te dije que necesitaba hablar sobre algo importante contigo? Pues esto es.
Alzó una ceja, poco impresionado.
—¿Eso es todo? —inquirió—. ¿Te pones tan nerviosa porque te gusta Vega? Más bien deberías preocuparte. —Se carcajeó—. Tienes un horrible gusto.
—¡No es solo que me guste! —exclamó Leah—. ¡¿No te das cuenta de que podría afectar al equipo?!
Bellamy suspiró.
—¿Desde hace cuánto te gusta? —preguntó.
—Unos tres meses.
—Ya hemos competido y ganado en ese tiempo, no afectó en nada, ¿contenta?
—¡No!
Bellamy empezaba a desesperarse. La gente solía complicar demasiado sus sentimientos, incluso cuando no eran para tanto.
—¡Que te guste Thomas no tiene nada de malo, excepto que de todas las personas te gusta él! —refutó—. Pensé que me dirías algo realmente importante sobre Danger Zone, no...
—¡Para mí es importante! —interrumpió Leah con molestia—. ¡No todo tiene que tratarse de las carreras, Bellamy!
—¡Tú fuiste quien las mencionó primero!
—¡Sí, pero...! —Suspiró, sacudiendo la cabeza—. Tienes razón. —Se cubrió el rostro con las manos—. Lo siento, no era mi intención desquitarme contigo, pero... ¿jamás te has sentido así? —Lo miró de nuevo—. ¿Nunca te has sentido tan confundido por algo? Es desesperante; preferiría no sentir nada, pero temo que si no hago algo al respecto, esta molestia no desaparecerá.
Claro que ya había experimentado esa misma sensación muchas veces antes. La duda y la confusión eran parte de su rutina diaria, pero solía esconderlas en lo profundo de sí mismo por miedo a enfrentarlas. Recientemente, cuando Connor Lynx le confesó sus sentimientos, cayó en el mismo patrón; se forzó a creer que era solo un capricho del chico, aunque en el fondo sabía que no era del todo cierto.
Cerró los ojos un momento y, al abrirlos, dejó el tinte junto al lavabo del baño y asintió.
—Sí, me he sentido igual —admitió. Ver a Leah tan vulnerable le provocó cierta simpatía, una que desearía recibir de otros—. Es... incómodo.
—¡Lo es! —confirmó Leah—. Especialmente cuando se trata de algo romántico. —Gruñó mientras se restregaba la cara con las manos—. ¡No puedo creer que me guste Thomas! Ese chico es más inamovible que una maldita roca. Somos absolutamente opuestos, y por eso funcionamos bien como amigos, ¡¿pero como pareja?! Esa es otra historia.
Bellamy sintió una punzada de nerviosismo, el mismo que cuando Connor confesó sus sentimientos.
—Creo que es algo incontrolable —murmuró—. Sentir algo por alguien no siempre se entiende del todo; simplemente sucede.
Leah lo escudriñó.
—¿Hablas por experiencia?
Encogió los hombros con incomodidad.
—No, no exactamente.
Leah se volvió hacia él para verlo a los ojos y no a través del reflejo.
—Ahora me tienes intrigada, O'Neill.
Bellamy sacudió la cabeza y se quitó los guantes de plástico.
—No es para tanto.
—¡Eso no lo sabré hasta que no me lo digas!
Exhaló mientras abría la llave para limpiar unas manchas de tinte en sus antebrazos. Era solo una excusa para evitar ver la reacción de Leah al revelar su secreto.
—Connor Lynx me confesó sus sentimientos —admitió—. Bueno, no a mí, sino a Jeremy, la identidad que inventé para acercarme a él y...
—¡Bellamy, eso es genial! —exclamó Leah, aferrándose a sus hombros—. Bueno, no es tan genial porque es nuestra competencia, pero tienes que admitir que Connor es bastante atractivo. Además, tendrás la oportunidad de...
—¡A mí no me gusta Connor Lynx! —gritó, arrepintiéndose cuando recordó que Charlie se hallaba en el piso de abajo. Se sonrojó, podía saberlo por la forma en que de pronto estaba tan acalorado.
Leah, en cambio, parecía divertirse con sus reacciones exageradas y lo señaló con el dedo índice.
—¿Entonces por qué estás tan rojo? —inquirió con un tono molesto, como una mocosa que solo quería avergonzarlo.
—¡No estoy rojo!
Lo estaba, y mucho. En el espejo parecía un maldito semáforo.
«¡¿Qué demonios?!», pensó, tan apenado consigo mismo. Esto no era propio de él.
—Vamos, Bellamy, no necesitas mentirme. No voy a juzgarte por tus gustos. Ya te lo dije, Connor es atractivo en más de un sentido. No sería sorprendente que te gustara, especialmente si te has acercado a él —dijo Leah con total tranquilidad, no comprendía cómo él estaba tan agitado y ella no—. Si quieres pasar un buen rato con él, estás en todo tu derecho. No le interesan las relaciones formales, así que probablemente solo sería una vez y listo. No lo veo tan...
—¡No sé qué quiero! —interrumpió Bellamy, captando de inmediato la atención de Leah. Sacudió la cabeza con frustración—. A veces lo odio por ser tan talentoso, pero cuando lo escucho hablar, es... ¡Es malditamente magnético! —exclamó—. Quiero tenerlo cerca, pero al mismo tiempo, quiero alejarlo. ¡No lo entiendo!
Mientras Bellamy se debatía entre sus sentimientos, Leah lo observaba con una sonrisa casi tierna, como si ya tuviera la solución a sus problemas, notando algo que él estaba demasiado ciego para ver.
—Bellamy —dijo, colocando de nuevo una mano en su hombro—, puedes hacer lo que quieras. Bueno, salvo cometer crímenes, aunque técnicamente eso ya lo hacemos, ¡pero tú me entiendes! —Lo sacudió un poco—. No te dejes limitar por lo que digan los demás. Somos jóvenes, ¿no? Este es el mejor momento para arriesgarse un poco. Explora lo que sientes a tu manera, pero hazlo. Te ayudará a sentirte mejor.
Bellamy no pudo reprimir una pequeña risa.
—Se suponía que yo debía ayudarte a ti, no al revés.
Leah replicó con una sonrisa tan natural que resultaba envidiable.
—Somos amigos, Bellamy. Te ayudaré incluso si me está llevando el carajo.
—Gracias... supongo.
Le dio una palmada en la espalda, similar a las que Charlie le daba como muestra de apoyo.
—Arriésgate, novato.
(...)
Bellamy terminó de ayudar a Leah a pintarse el cabello y después volvió a casa de Eva. El resto del día fue como un borrón ante sus ojos, realizando sus labores en la florería de manera automática mientras repetía una y otra vez la conversación que tuvo con la chica de cabello anaranjado.
«No te limites por lo que los demás puedan decir».
«Explora lo que sientes».
«Arriésgate, novato».
Tenía razón, tenía tanta maldita razón respecto a lo que decía. Era joven, era un novato en el mundo sentimental, en comprenderse a sí mismo. Quería darse la licencia de actuar como un estúpido irracional por una vez, dejarse llevar por lo que quería y no por lo que le convenía.
Connor Lynx no le convenía, jamás lo haría... pero lo quería. Lo quería cerca, más. Quería oír su maldita voz, burlarse de su arrogancia, caer en sus encantos como si fuera un adolescente imbécil hipnotizado por su ídolo.
Quería ser... libre. En todos los sentidos.
Pero para lograrlo, tenía que silenciar su lado paranoico y sobrepensador. Era una tarea difícil, casi imposible, y la única forma de lograrlo era actuando. Se quitó el mandil de la florería, lo dejó sobre el mostrador y tomó las llaves de la camioneta.
—Regreso en un rato —avisó a su tía, quien terminaba de armar unos arreglos que se entregarían mañana.
—¡No te metas en líos! —advirtió ella.
Bellamy la ignoró. No se metería en los problemas que ella imaginaba, pero sí estaba a punto de sumergirse en un enredo sentimental del que aún no tenía claro lo que quería obtener.
Se obligó a dejar de pensar; si comenzaba ahora, no se detendría, y no podía permitirse ese lujo cuando finalmente estaba tomando el control de un aspecto de su vida. Se subió a la camioneta, la encendió y condujo hacia el puerto de Altamira, en busca de la bodega donde vivía Connor Lynx.
No fue difícil encontrarla. La bodega estaba bien iluminada, y el Corvette negro de Connor estacionado frente a ella. Connor estaba revisando el motor hasta que el sonido de la camioneta destartalada atrajo su atención.
Bellamy notó que Connor no llevaba chaqueta, que tenía las manos manchadas de grasa y que parecía algo cansado. Aunque no era el momento ideal, sabía que nunca habría un momento perfecto si se dejaba intimidar por esa clase de detalles.
Así que Bellamy salió de la camioneta, cerró la puerta con un golpe y se acercó a Connor con pasos firmes, deteniéndose frente a él y diciendo:
—Tenemos que hablar.
Originalmente este capítulo iba a contener la conversación entre Bellamy y Connor, pero decidí dejar algo de suspenso 😈
¡Muchísimas gracias por leer!
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