Capítulo 14. Juego de dar y recibir
Anthony Jackson seguía ocupando el puesto que le correspondía a Bellamy O'Neill. O, al menos, así era como lo veía este último.
Cada semana, el petulante piloto en ascenso de la Fórmula 3 aparecía en algún programa de entrevistas, iba a eventos exclusivos y de entretenimiento que no tenían nada que ver con su carrera; lo fotografiaban de fiesta en yates lujosos, saliendo de restaurantes y de antros de la mano de una nueva chica ilusa cada semana para que al mes le publicaran artículos en revistas de chismes especulando sobre su vida amorosa junto con tests que decían: «¿Cuál es tu nivel de compatibilidad con Anthony Jackson?»
Los paparazzis lo acosaban como si fuera una gran celebridad, un cantante o un actor. Era el niño de oro de la Fórmula 3, y esto solo empeoraría cuando, muy pronto, anunciara que formaría parte de algún equipo de la Fórmula 1. El gran novato que tendrá todos los ojos encima; el chico joven, talentoso y guapo de dentadura perfecta y carisma desbordante. Bellamy lo consideraba una vergüenza del deporte, pero los patrocinadores no.
—¿Tienes alguna novedad para nosotros, Anthony? —preguntó el entrevistador de un talk show, uno de aquellos hombres trajeados con sonrisas falsas y un amplio repertorio de chistes malos.
Anthony estaba sentado en el sofá de al lado, apoyando un brazo en el respaldo con completa confianza; hasta su lenguaje corporal era perfecto. Soltó una carcajada para engañar bobos y negó con la cabeza.
—Solo que le agradezco a Beast esta gorra que me regalaron ayer. —Señaló dicha gorra sobre su cabeza; era negra, con el logo de la marca de bebidas energéticas en naranja fluorescente. Un patrocinador más—. También me hicieron otro regalo, ¿a tu público no le gustaría hidratarse un poco?
Dicho público empezó a aplaudir y ovacionarlo, si era falso o verdadero, eso Bellamy no lo sabía, pero Anthony siguió con su actuación, poniéndose en pie y llamando a los miembros de la producción que salían con cajas repletas de esas dañinas bebidas energéticas llamadas Beast. Las entregó él mismo a la gente, siendo incluso abrazado por una mujer que no paraba de llorar en su presencia. Era una perfecta estrategia de mercadotecnia para convertirlo en una estrella.
Mientras tanto, Bellamy solo era un espectador más al otro lado de la pantalla. Apretó la mandíbula con fuerza, apenas conteniendo su ira mientras veía la televisión frente a él, a su mayor rival viviendo la vida al máximo mientras él seguía escondido en una ciudad costera olvidada por todos, compitiendo en carreras ilegales que no le dejarían nada.
Fue extraído de su ola de ira cuando el canal cambió y sus oídos casi fueron perforados por la canción pop de un video musical que estaban transmitiendo.
—¿Los chicos de tu edad no deberían estar viendo MTV o una mierda así? —preguntó Eva, apareciendo a su lado con el control remoto en mano y señalando la pantalla con este—. Mira, son una banda de chicos, apuesto que te gusta.
Bellamy vio el ridículo video en donde un grupo de cinco chicos cantaban una especie de balada pop. Hizo un mohín.
—Son los Backstreet Boys, y no soy su público objetivo.
La mirada de su tía seguía puesta en el televisor.
—¿Y cuál es entonces?
—Chicas —replicó, cruzando los brazos sobre su pecho.
Eva lo miró con incredulidad.
—Vaya que los hombres son aburridos. Como si ver a otros chicos fuera a destruir su masculinidad —se burló.
Bellamy, rodando los ojos, se puso en pie.
—No se trata de eso, pero su música suena... cursi —explicó y se dirigió a la cocina en el piso de su tía. No era un lugar muy espacioso, pero es lo suficientemente amplio para que los dos vivieran con algo de privacidad.
Eva lo siguió.
—Por si no lo has notado, tu vida es un poco cursi, sobrinito —dijo ella con un tono de mofa—. El gran piloto que perdió todo y ahora se refugia en una pequeña ciudad mientras lleva una identidad secreta para dejar el pellejo en carreras ilegales. —Bufó—. ¿Me dejas convertirlo en un libro?
Bellamy la ignoró, abriendo el refrigerador para sacar un refresco enlatado sabor lima-limón. Antes jamás habría bebido esto, pero dado que su futuro parecía inexistente, no podría importarle menos envenenarse con azúcar y gas.
—¿Qué es lo que quieres que haga? —preguntó entonces, abriendo la lata.
Eva levantó una ceja.
—¿Crees que solo te busco cuando quiero algo?
—Es exactamente lo que creo. —Le dio un trago a la bebida. Era demasiado ácida y dulce a la vez.
—Bien, pues tienes razón —admitió, metiendo una mano en el bolsillo de su delantal verde para sacar una llave—. Deja de holgazanear viendo a ese idiota que golpeaste y ve a entregar un pedido.
Le aventó la llave, apenas dándole tiempo de reaccionar. La atrapó por nada y el movimiento brusco hizo que derramara un poco del refresco en el suelo y sobre su camiseta.
—Mierda —masculló, viendo el desastre.
—Y limpia eso antes de irte —añadió Eva y se marchó.
Bellamy se terminó el refresco casi de un trago —una terrible decisión—, limpió lo derramado en el piso de la cocina y luego bajó a la calle en donde se encontraba estacionada la vieja camioneta de la florería. Se extrañó al no ver arreglos florales cargados en la parte trasera y estuvo a punto de decirle a Eva, hasta que vio un único ramo de camelias rojas en el asiento del pasajero.
«¿Eso es todo?», pensó, enarcando una ceja.
Se subió al coche, viendo las flores frescas y la nota con la dirección que Eva dejó sobre estas. Debía ser el pedido de algún romántico que quería sorprender a su novia, o eso fue lo que pensó al ver que el punto de entrega era el puerto de Altamira.
—Con vista al mar, ¿eh? —Bufó, encendiendo el motor—. Seguro es una propuesta de matrimonio.
El desvencijado motor de la camioneta tardó en arrancar, pero cuando por fin lo hizo, Bellamy puso rumbo al destino mientras sonaba una canción de una banda de rock llamada Blur. Había aprendido que en este vehículo no podía permitirse acelerar, así que encontraba placer en escuchar música y cantar para sí mismo, golpeando el volante como si fuera una batería.
Llegó al puerto más de media hora después, agradeciendo que su servicio de entregas no tenía una política tan inconveniente como «treinta minutos o es gratis». Se estacionó tan cerca como pudo del punto de entrega que Eva había marcado en el croquis, tomó el ramo con cuidado y se apeó de la camioneta.
Se encaminó a través del puerto, esperando encontrarse con algún hombre trajeado y nervioso porque estaba a punto de pedirle matrimonio a su novia o algo por el estilo, pero en cambio...
—Qué alivio, temía que no fueras mi repartidor, Jeremy. —Era Connor Lynx, el maldito Connor Lynx.
Ahí estaba él, otra «estrella en ascenso» como el maldito de Anthony Jackson, pero en un campo ilegal y menos lujoso. Connor estaba recargado de espaldas contra su Corvette negro, apartándose de este en cuanto vio a Bellamy.
Bellamy no estaba de humor para lidiar con su petulancia, pero no podía revelar esto sin parecer sospechoso o marcharse sin terminar el trabajo y arriesgarse a un castigo de Eva.
—Carajo —dijo entre dientes y, tras exhalar, cerró la distancia restante entre él y Connor—. ¿Por qué pediste camelias rojas?
Connor levantó una ceja y esbozó una sonrisa ladina.
—¿Qué pasó con la confidencialidad? —inquirió—. Podrían ser para mi novia, o para llevarlas a una tumba o...
—Tú no tienes novia —acotó Bellamy de pronto.
—Sabes, dice mucho de ti que entre lo de la novia y la tumba, la novia sea lo que más llamó tu atención —se mofó Connor, apenas conteniendo una pequeña risa—. Además, ¿cómo sabes que no tengo una dama especial en mi vida?
Bellamy no supo qué responder y se aferró con un poco más de fuerza de la necesaria al ramo de camelias. Ni siquiera él tenía idea de por qué había dicho eso, ¿en qué estaba pensando? No, más bien, no estaba pensando.
—No pareces un tipo de compromisos —respondió entonces. En parte era cierto, tanto Leah como Thomas habían mencionado que tenía fama de «aventurero de una noche». Tanto con hombres como con mujeres.
—Eso no es cierto —aseguró Connor, llamando la atención de Bellamy. Había un dejo de seriedad en su expresión, una que pronto desapareció para volver a su semblante más relajado—. Pero está bien, me atrapaste. Las camelias son para mí, las considero... Un amuleto de la suerte.
—¿Sigues con eso?
Asintió y dio un pequeño paso hacia Bellamy.
—Sobre todo cuando me las entregas tú, Jeremy.
Todavía lo llamaba por el nombre falso que le había dado. Podría haberle parecido gracioso, si no fuera porque su cercanía lo ponía nervioso y, una vez más, no sabía qué decir. Con un toque de incomodidad, carraspeó y desvió la mirada, observando sus alrededores con tal de evitar los intensos ojos de Connor, que parecían penetrar hasta su alma.
—¿Y también te da buena suerte citar a otros en este puerto? —preguntó entonces, tratando de disimular su nerviosismo.
Connor se relajó un poco, señalando con un pulgar a sus espaldas, a ningún punto en específico.
—Vivo aquí; en una bodega, de hecho —dijo con completa casualidad.
—¿Una bodega? —Bellamy regresó su atención hacia él.
—Sí, podría llevarte a conocerla algún día —ofreció—. Es muy pintoresca.
Bellamy soltó una carcajada sarcástica.
—Te estás saltando como diez bases, amante de las flores —dijo con un bufido desdeñoso—. No somos amigos; solo sé tu nombre y que te gustan los coches. No hay la suficiente confianza como para que vaya a tu excusa de casa.
—De acuerdo, entonces construyamos esa confianza —replicó Connor, encogiendo los hombros como si no fuera la gran cosa—. No puede ser tan difícil.
Bellamy negó con la cabeza. De verdad no entendía a este tipo.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —indagó—. ¿Por qué sigues buscándome?
Los ojos de Connor se abrieron un poco más de lo normal.
—Espera, ¿hablas en serio?
—Claro que hablo en serio.
Connor procedió a rascarse la nuca con un poco de retraimiento.
—Vaya, yo pensé que estaba siendo demasiado obvio. —Frunció el ceño—. ¿De verdad mis intenciones no son lo suficientemente claras?
—Si lo fueran, no te estaría preguntando cuáles son, grandísimo genio —masculló Bellamy, perdiendo la paciencia. El estúpido de Connor nunca era directo, siempre se iba por las ramas. En un principio, le recordaba a Anthony Jackson, pero ahora más bien parecía un chico tonto que no...
—Me gustas —confesó Connor sin pena ni vergüenza, tomándolo completamente desprevenido. El azabache volvió a mostrarle esa encantadora sonrisa suya, arrancó una de las camelias del ramo y se acercó para colocarla dentro del bolsillo frontal de la camisa azul de Bellamy—. Y mucho.
Bellamy miró la flor y luego a Connor, notando cómo este no le apartaba la vista, con esa deslumbrante sonrisa dedicada a él y solo a él. Se le aceleró el corazón y sintió un nudo en el estómago. En sus veintiún años de vida, jamás había recibido una confesión amorosa. Sabía que había chicas interesadas en él por su posición, pero nunca tuvo la voluntad ni la curiosidad de acercarse a una de ellas; siempre eran ellas las que daban el primer paso. Nunca vio a nadie de manera romántica, y ahora, paralizado ante Connor, el nerviosismo lo invadía.
La única sensación que se asemejaba a la intranquilidad que sentía en ese momento fue cuando lo aceptaron en la Fórmula 3 y le hicieron una fiesta de celebración. Su padre había invitado a figuras importantes de ese mundo, y entre ellos estaba el hijo del dueño de una marca que patrocinaba al equipo. Aquel chico, tan desencajado como él, fue el único que lo felicitó con sinceridad y no por puro interés. Compartieron una bebida, conversaron y rieron, y Bellamy se sintió... cómodo, tal vez demasiado. El chico lo invitó a salir de allí y acompañarlo a su departamento. En lo más profundo de sí, Bellamy sabía cuál era su intención, pero se reprimió por una serie de razones; por el miedo a decepcionar a su padre, a equivocarse y tirar todo por la borda por un instante de placer. Rechazó la invitación y nunca volvió a verlo. Era lo justo.
Y ahora otro chico le confesaba sus sentimientos. Un chico al cual consideraba su rival, a quien ofendía constantemente en su mente y envidiaba por su talento. No era lógico que alguien así, a quien tanto despreciaba, lo hiciera sentir tan... exaltado.
—Eso no... —comenzó, extraviado entre palabras.
—¿Tiene sentido? —completó Connor por él—. Sí, lo sé. Yo tampoco lo entendí al principio. Tú lo dijiste, el compromiso no es lo mío, pero quería intentarlo. Contigo.
Bellamy se tornó boquiabierto. El corazón le estaba latiendo con incluso más fuerza que antes y ahora también le sudaban las palmas. Esto no era normal.
—Sin embargo, algo me dice que prefieres llevar las cosas con calma, así que no voy a presionarte —añadió Connor, tal vez notando su agitación. Él estaba tan relajado, sin intenciones de recibir una respuesta en ese preciso instante—. Aunque, por la comodidad de ambos, sí me gustaría preguntarte... ¿Te gustan los hombres?
Bellamy sentía que estaba en un escenario, con un deslumbrante reflector sobre él y los expectantes ojos del público esperando una respuesta que podría cambiar por completo el curso de su vida. Una confesión amorosa, una pregunta tan simple como cuál era su sexualidad, cosas que la gente de su edad decía sin mayores rodeos porque era lo normal. Pero no para alguien que había renunciado a todo eso, como él.
Ante la duda, optó por recurrir a su mecanismo de defensa: erigir un muro impenetrable y convertirse en alguien desagradable, incluso agresivo.
—No tengo por qué decirte eso —replicó con brusquedad.
Connor no se lo tomó a mal, se limitó a mantener su sonrisa amigable y negar con la cabeza.
—Está bien, como dije, no es mi intención presionarte. Así que, por ahora... —Dio un paso atrás, dándole su espacio—. Dejaré la pelota en tu cancha. Si quieres volver a verme, ven a buscarme. Si prefieres no saber más de mí, simplemente olvida que existo. No pretendo hacerte sentir incómodo.
Bellamy evitó verlo a los ojos.
—No te buscaré —aseveró.
—Si eso es lo que quieres, lo respeto —dijo Connor. No estaba enojado, ni siquiera ofendido por su trato cortante. En cambio, señaló las camelias—. Al menos quédate con las flores. Ya están pagadas, así que aprovecha su suerte.
Connor se despidió con un gesto de la mano, subió a su Corvette y se alejó del puerto sin mayores explicaciones sobre su confesión. Bellamy, por otro lado, no podía moverse. Todo esto era tan nuevo para él, tan incoherente. ¿Cómo podía siquiera considerar gustar de su rival jurado? Solo era otra estupidez de Connor Lynx, un capricho. Sí, eso era, y no caería en sus redes. Jamás.
Bufó para sí mismo y miró el ramo de camelias en sus manos. Por un momento, consideró tirar las flores al océano y olvidarse del asunto, pero cuando estaba a punto de dejarlas caer, se arrepintió.
Las camelias no tenían la culpa.
(...)
Regresó a casa de Eva cuando el sol terminaba de caer. Durante todo el trayecto, escuchó música a todo volumen, incluso una canción de esa banda que vio televisión y que había catalogado como «para chicas». La canción era genial, ni siquiera podía negarlo. En ese momento, estaba dispuesto a oír cualquier cosa con tal de no pensar en lo ocurrido. Y lo consiguió.
Cada vez que su mente amenazaba con recordarle la confesión de Connor, lo reprimía al instante y se enfocaba en cualquier otra cosa. Su lógica básica e infantil era que, si no existía, no podía molestarlo.
Estacionó la camioneta y se bajó con el ramo de camelias, decidido a devolverlas sin que Eva se diera cuenta, ya que no quería responder ninguna pregunta al respecto. Estaba a punto de entrar a la florería con discreción cuando una voz a sus espaldas lo sobresaltó.
—¿Sigues trabajando?
Bellamy se dio la vuelta de inmediato, topándose con Thomas.
—¡Estúpido cuatro ojos, casi me matas del susto! —exclamó, apoyando la frente contra la puerta y cerrando los ojos para calmar su acelerado pulso. Todavía estaba demasiado tenso.
—¿Hablas en serio? —inquirió Thomas con un dejo de burla.
Bellamy exhaló y volvió a encararlo. No estaba de humor y mucho menos con Thomas, con quien había tenido una pelea tras la última carrera.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Vine a avisarte que vamos a practicar con Charlie.
Bellamy frunció el entrecejo.
—¿Y no pudiste llamar para decírmelo? —inquirió—. Eva podría haber tomado el mensaje si yo no estaba. Acordamos que no vendrían a la florería a menos que fuera absolutamente necesario; es riesgoso.
—Créeme que, de ser por mí, te habría llamado —aseguró Thomas y subió las gafas por su nariz, un gesto nervioso suyo—. La verdad es que... Vine a disculparme. Por lo que pasó en la carrera pasada.
—Olvídalo, no necesito tus disculpas —dijo Bellamy, sacudiendo una mano con un gesto desinteresado—. Mejor quiero que me digas por qué reaccionaste así en primer lugar.
Leah solo había mencionado que Thomas se volvía sensible cuando se trataba de tomar riesgos durante las carreras. Bellamy intentó descifrar la razón de ello, pero no lo conocía lo suficiente para hacerlo. Lo único que tenía claro era que no necesitaban ese tipo de debilidad en el equipo.
—Tengo un pasado desagradable con Danger Zone —admitió Thomas sin rodeos. Era pragmático, optando siempre por la solución fácil; eso se lo concedía—. Hay ciertas cosas que me ponen de mal humor. Eso es todo.
Bellamy lo escudriñó, recordando cómo una de esas «cosas» era el equipo 1968.
—¿1968? —preguntó.
Thomas apretó un poco la mandíbula. No mentía cuando decía que era voluble a esto.
—Sí, es una de ellas —afirmó.
—¿Puedo saber por qué?
Thomas sacudió la cabeza. Al parecer, esta era toda la información que obtendría por ahora. Era un avance.
—Sé que hay cosas que a ti no te gusta mencionar de tu pasado, es lo mismo en mi caso —replicó.
Bellamy no podía refutarlo. Él también guardaba secretos, el de Connor Lynx, por ejemplo, era uno de ellos. La privacidad era algo que valoraba, incluso cuando la curiosidad lo carcomía; respetaba los límites de cada persona porque le gustaba que respetaran los suyos.
—De acuerdo —concluyó y abrió la puerta de la florería—. Espérame aquí. Iré a dejar esto y podemos ir a entrenar.
Thomas lo miró con extrañeza, dando un apresurado paso hacia adelante.
—¿Eso significa que aceptas mis disculpas? —preguntó.
Bellamy volteó a verlo antes de entrar.
—Hay más en juego que nuestro orgullo, Vega —replicó, esbozando una pequeña sonrisa—. No pienso perder por algo tan estúpido como una riña contigo.
En los labios de Thomas se reflejó un poco de la expresión de Bellamy. Al final, ambos tenían el mismo objetivo, sin importar lo que se interpusiera en el camino.
Pero nada garantizaba que serían capaces de mantenerse igual ante toda adversidad.
El romance entre Connor y Bellamy tiene un desarrollo... peculiar. Quise escribir un romance en donde uno de ellos empieza más interesado que el otro, aunque esto, combinado con el desastre de identidades de Bellamy, complica un poco las cosas. Amo este enredo 😈
¡Muchísimas gracias por leer! ❤️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top