Capítulo 13. Unión disfuncional

A Bellamy no le permitían comer caramelos desde hacía casi una década. Su padre aseguraba que eran asesinos silenciosos y que acabarían con su imagen antes de que siquiera se construyera una. Bellamy se limitaba a asentir y, por supuesto, a considerarlo un loco. No existía nada en este mundo que lo hiciera más feliz que una sobrecarga de azúcar en su sistema, y eso nunca cambiaría.

Antes, comía esos dulces en secreto, ocultándose del escrutinio de su padre, quien era tan amargo como un café negro. Ahora, le importaba un bledo y los devoraba mientras miraba fijamente el reloj colgando en la pared de la florería. Tomaba gomitas en forma de gusano y se las comía de dos en dos, con los ojos perdidos y el cuerpo inmóvil. Cualquiera que pasara por ahí lo vería como un loco. Esta vez, su tía.

—Oye, mocoso —dijo Eva, tomando su mano y sacándole el gusano de la boca con un tirón—. ¿Te está dando una embolia o algo?

Bellamy frunció el ceño.

—¿Y eso de dónde vino?

—Estás mirando ese reloj como si tu vida dependiera de ello —replicó—. Tienes suerte de que ya hayamos cerrado. No iba a permitir que hicieras estas escenas frente a los clientes. —Hizo un mohín y le arrebató la bolsa de gomitas—. Así como no te permito comer este tipo de cosas aquí.

—¡Oye! —exclamó.

—¿Tu padre te deja comer esto?

Bellamy bufó, apoyándose en el mostrador de la florería.

—Claro que no. —Miró el reloj de manera furtiva—. Pero él no está aquí.

—Tienes razón, y solo porque es algo que él desaprobaría, te dejaré comerlo aquí. —Le devolvió su dulce y luego negó con la cabeza—. Es todo un hipócrita; a ti no te deja consumir ni una cucharada de azúcar, pero él, en su juventud, hacía cosas tan malas que no me alcanzaría la vida para contártelas.

Bellamy agarró otro gusano de gomita, cuya mitad era de color naranja y la restante verde.

—¿Emborracharse y casarse con una ludópata? —inquirió él con un tono monótono. No le daba demasiada importancia al problemático matrimonio de sus padres—. No creo que nada le gane a eso.

Eva entornó un poco los ojos.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste? A tu madre.

—La Navidad pasada —respondió, mascando—. Va a la casa, pretendemos ser una familia feliz por una noche y vuelve a marcharse.

—Y no te gustaría, no sé, ¿verla sin tu padre sobrevolándote como un buitre?

Bellamy ya se temía hacia dónde se dirigía esta conversación. Las personas a menudo juzgaban basándose solo en las apariencias superficiales. No necesitaba a su madre cerca; no la quería cerca. Su padre siempre decía que alguien como ella era más un problema que una contribución, y él estaba de acuerdo.

—Tengo que irme —dijo entonces, dando por terminado el tema—. Las carreras empiezan a las diez.

Eva volteó a ver el reloj, con sus ojos a punto de botarse de sus cuencas al percatarse de que eran las nueve con cincuenta.

—¿Y lo dices con tanta parsimonia? —inquirió—. Vas tarde, tonto.

—No me gusta llegar temprano.

Su tía se cruzó de brazos.

—Entonces tu brillante idea para parecer «interesante» es llegar tarde porque te pusiste a comer gusanos de goma mientras observabas fijamente el reloj. —Se carcajeó—. Si algún día me preguntan sobre ti en una entrevista, contaré esta anécdota.

Bellamy rodó los ojos.

—Haz lo que quieras.

Se encaminó hacia el garaje de la florería en donde guardaba el Corvette rojo, oculto en caso de que alguien que asistiera a Danger Zone pasara por ahí y lo viera. Las probabilidades eran mínimas, pero no pensaba arrepentirse después por cometer un error tan de novato.

—¡Oye, dejaste tu maldita envoltura aquí! —gritó Eva desde la florería.

Bellamy se apresuró a subirse al coche y arrancarlo. No pudo evitar reírse; comer caramelos, crear desorden, pretender que era «interesante» por llegar tarde, todo le recordaba de cierta manera a su adolescencia, esos años de su vida que fueron completamente absorbidos por su carrera.

Aunque fuera un poco tarde e incluso algo estúpido, deseaba vivir esos momentos por primera vez.

(...)

Danger Zone estaba tan rebosante de energía como de costumbre. En el momento en que Bellamy entraba a ese espectáculo, se convertía en una persona diferente, de manera literal y figurada. Su verdadera identidad estaba oculta bajo un casco, pero su personalidad seguía reluciendo incluso a través de ese pedazo de plástico rojo. No, «relucir» era una forma muy amable de hablar de su terrible carácter; ese lado competitivo que lo volvía temerario, incluso algo agresivo.

Llevó el Corvette al sitio donde usualmente se estacionaba con el equipo. Leah y Thomas, como de costumbre, ya estaban ahí.

—Llegas tarde otra vez, súper estrella de pacotilla —se quejó Leah en cuanto se apeó del coche.

—Tengo una vida, ¿sabes? —replicó Bellamy, ajustando el casco en su cabeza. Cada vez estaba más acostumbrado a llevarlo.

—Trabajas en una florería, lo más interesante que haces es regar plantas —refutó Thomas, el maldito bocón tenía la molesta capacidad de no caer en las mentiras de Bellamy. Él, a diferencia de Leah, lo veía como un perdedor por haber sido expulsado de la Fórmula 3.

Bellamy lo ignoró por el bien de la carrera. Si discutían ahora, perderían la concentración, y ya no podían darse ese lujo.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó.

—Justo ahora, O'Neill junior —respondió una voz intrusa. Natasha pasó detrás de él, deslizando su mano con sus largas uñas postizas por su hombro—. ¿Por qué llegaste tarde?

—Tengo otras cosas que hacer.

Natasha se detuvo frente a él y bajó sus gafas oscuras; eran tan grandes que parecían unos ridículos visores.

—¿Más importantes que Danger Zone?

Bellamy odiaba cuando querían ponerlo a prueba con preguntas tan estúpidas como esas.

—Claro que no —respondió.

Natasha sonrió y volvió a subir sus lentes.

—Muy bien, entonces demuéstralo —dijo y se dio la media vuelta, apartando al público y a los competidores que se metían en su camino para dirigirse hacia donde la esperaba el micrófono y el presentador de Danger Zone. Lo saludó con un beso en cada mejilla y luego comenzó a hablar—. ¡Bienvenidos a la primera carrera oficial de Danger Zone!

Los aplausos y vítores no se hicieron esperar. Incluso Leah estaba casi saltando de la emoción, no obstante, lo que llamó la atención de Bellamy no fue el entusiasmo de ella, sino la ausencia del recién añadido a su equipo.

—¿Y tu hermano? —preguntó en voz alta para hacerse oír en el bullicio.

—¡Cerca de la línea de salida! —respondió Leah, gritando—. ¡Está dentro de un horrible Tsuru negro porque no quiere que Natasha lo vea!

Bellamy asintió y buscó a la distancia el dichoso coche. No le costó tanto encontrarlo, llamaba la atención entre todos los demás automóviles recién lavados y con pinturas extravagantes en sus carrocerías. Exhaló; al parecer, era cosa de los Lock no pensar demasiado a fondo cuando se trataba de discreción.

Se acercó al vehículo donde se encontraba Charlie; llevaba una gorra y parecía estar intentando fusionarse con el asiento del conductor debido a lo hundido que estaba en él. Bellamy tocó la ventana un par de veces, sobresaltando al hermano de Leah, quien estaba muy concentrado en la línea de salida.
—¡Novato! —exclamó en cuanto bajó el vidrio—. No me asustes así.

—¿Creíste que era un asesino en serie o algo? —inquirió Bellamy con un tono burlón.

—No, pensé que eras Natasha; es igual de malo —replicó.

—Por si no te has dado cuenta, llevo puesto un casco y definitivamente no soy una mujer.

Charlie se carcajeó, asintiendo con la cabeza.

—Me gusta tu sentido del humor.

—No estaba bromeando.

—Mejor aún, humor involuntario. —Guiñó—. ¿Querías decirme algo o qué te trajo a mi humilde morada?

—Quiero saber cuándo nos entrenarás. Hoy es la primera carrera y no hemos hecho nada —dijo Bellamy—. Si nos toca correr y nos descalifican, será por tu culpa.

—¡Exacto! —exclamó Charlie y Bellamy frunció el ceño—. No, eso no iba dirigido a que será mi culpa, sino a lo que dijiste antes. No haber hecho nada nos conviene, ya lo verás.

—No lo comprendo.

—Necesito verlos correr en su forma más cruda para identificar sus habilidades y debilidades —explicó.

Bellamy seguía sin entender. Este tipo de cursilerías jamás serían aprobadas en el mundo competitivo de la Fórmula 3, pero de nueva cuenta, Danger Zone no tenía ni un pelo de profesional. Solo eran un grupo de amantes de la adrenalina y los problemas.

—Esto nos podría costar la expulsión —puntualizó Bellamy.

—Verlos actuar bajo presión mejora las cosas —aseguró Charlie—. Muéstrenme qué pueden hacer.

Natasha seguía hablando con el público en el fondo, pero llamó la atención de Bellamy cuando dijo que anunciaría a los primeros dos equipos que correrían esa noche:

—El primer equipo que nos deleitará con su fracaso o su victoria será... ¡Mirage!

Bellamy notó que se trataba de un equipo donde la capitana era una chica que de cierta forma le recordaba a Leah, pero más enfocada. Tenía una vibrante cabellera rosa chicle y el brazo derecho completamente tatuado. Era la As de su equipo, ya que se dirigía hacia un Corvette pintado de un magenta pálido.
—Y ahora, para el segundo equipo... —continuó Natasha, leyendo una lista que el presentador sostenía frente a ella hasta que hizo un mohín—. Cambiaremos un poco las cosas.

Bellamy compartió la confusión que se apoderó del público, que empezó a murmurar entre sí. Volteó hacia Charlie, quien se había enderezado en el asiento y mostraba una concentración diez veces mayor que hace unos minutos.

—¿Qué está tramando? —preguntó Bellamy.

—No tengo idea —masculló Charlie, sin quitarle la vista de encima a la creadora de Danger Zone.

Natasha apartó la lista que sostenían frente a su rostro y esbozó una amplia sonrisa.

—Como bien saben, decidí incluir al equipo Hundred a pesar de su pésima carrera, pero mis favores, y sobre todo de esa magnitud, no vienen sin un costo —dijo ella. Todo estaba en sepulcral silencio—. Esta vez, el equipo Hundred sí tendrá que probarse a sí mismo. Así que... ¡Mirage versus Hundred!

El público estalló en ovaciones para Mirage y muchos abucheos para Hundred. Bellamy solo pudo maldecir a sus adentros, tenía la esperanza de que no corrieran hoy y tuvieran tiempo de entrenar, pero claro que Natasha los pondría a prueba, no podía ser de otra manera. Envidiaba a todos los demás equipos que estaban soltando suspiros de alivio y burlándose de ellos

«Ya les llegará su momento, imbéciles», pensó.

—¿Estás nervioso? —preguntó Charlie.

Bellamy se volvió hacia él y lo encontró con los codos apoyados en la puerta.

—No, estoy enojado —admitió—. No hemos entrenado. Van a descalificarnos.

Charlie parecía a punto de decir algo al respecto, pero apartó sus ojos de los de Bellamy y se tensó como un cable estirado.

—Alguien viene —farfulló, apresurándose a cerrar el vidrio del coche y bajarse la gorra para cubrir su rostro.

Bellamy ya no se sentía tan ridículo escondiéndose debajo de un casco.

—Idiota... —musitó, negando con la cabeza.

—¡Oye, hombre misterioso! —exclamó Connor Lynx. Esa voz y ese tono entre burlón y encantador eran reconocibles a kilómetros.

«Lo que me faltaba», pensó Bellamy mientras se volteaba de mala gana para encarar a Lynx. Este último venía con su típica sonrisa de falso carisma y esa confianza en sus movimientos que le parecía tan... forzada.

—¿Qué quieres? —preguntó Bellamy con un tono cortante.

Connor alzó las cejas.

—¡Wow, tranquilo, no fui yo quien te mandó a la pista! —exclamó y luego chasqueó la lengua—. Qué mala suerte, ¿no crees? Y yo que quería correr contra ti al menos una vez.

Bellamy sintió su sangre hervir.

—No nos descalificarán —aseveró.

Mirage dice lo mismo —refutó Connor y se señaló a sí mismo—. Pero que te quede claro que estoy apostando por ti, sin rostro.

—No necesito tu apoyo.

Connor ensanchó más su sonrisa. Siempre parecía que se divertía a sus expensas, y eso lo detestaba.

—Entonces te daré algo más útil: un consejo. —Se acercó tanto a Bellamy que este último, incluso a través del casco, pudo percibir el ligero aroma a gasolina impregnado en la chaqueta de Lynx—. La As de Mirage es agresiva. Intentará sacarte de la carrera. No te distraigas tratando de evadirla, solo concéntrate en ir más rápido y te ahorrarás problemas.

Bellamy escuchó el consejo con interés. Si lo que Connor Lynx decía era cierto y no una estrategia para sacarlo de la competencia, lo descubriría hasta que estuviera en las calles.

—Mucha suerte, sin rostro —añadió Connor, dándole una palmada en el hombro y luego marchándose sin más.

Bellamy observó cómo se perdía entre la multitud y solo volvió a la realidad cuando el vidrio del coche de Charlie se bajó de nuevo y este último le habló:

—¿Eres amigo de Lynx?

—Por supuesto que no —contestó.

—Parecían cercanos, por así decirlo.

Bellamy se giró para confrontarlo.

—¡No lo somos!

—De acuerdo, cálmate, súper estrella. —Charlie se carcajeó—. Solo preguntaba porque quería saber si... —Se interrumpió a sí mismo, pensando, y luego sacudió la cabeza—. No, olvídalo. Solo enfócate en la carrera, ¿de acuerdo?

Bellamy exhaló. No necesitaba que se lo dijera.

(...)

La carrera no marchaba precisamente bien. Todo empezó mal desde el primer segundo cuando Leah, quien siempre abría la competición por el equipo, no aceleró lo suficiente y quedó rezagada por valiosos segundos. Le tomó mucho esfuerzo remontar, batallando con lo engañoso que era el circuito de terracería. Fue gracias al turno de Thomas que recuperaron algo de tiempo, siendo un poco más ágil que el evasor de Mirage.

Sin embargo, todavía no iban a la delantera y el momento de Bellamy se acercaba. Todo dependería de él. No mentían cuando decían que el trabajo del As conllevaba más importancia; en sus manos estaba el ganar o perder. Estaba nervioso.

—¡¿O'Neill, me escuchas?! —gritó Thomas a través del teléfono celular.

Bellamy tenía su teléfono en el asiento del pasajero, apenas logrando escuchar a Thomas entre el ruido de los motores.

—Estoy aquí —respondió. Estaba demasiado tenso; sus manos no dejaban de sudar. Tenía que calmarse.

—Estoy por llegar, prepárate —avisó Thomas.

Bellamy se aferró con ambas manos al volante y soltó una exhalación. Había competido tantas veces antes, quedado al borde entre ganar y perderlo todo, pero la pista era su dominio y no tenía intención de cederlo.

Miró a través del espejo retrovisor cómo el coche de Thomas se acercaba, y con determinación, pisó el acelerador, sintiendo el rugido potente del motor. De reojo, observó al As de Mirage, concentrada en la carretera por delante. Regresó la mirada al espejo; Thomas estaba cada vez más cerca, y...

—¡YA!

Bellamy movió la palanca de velocidades con agilidad y el coche salió disparado. El Corvette dio todo de sí e iba adelantado por unos meros metros. Esto restauró su confianza; no obstante, todavía no estaba acostumbrado a la ruta y mucho menos a correr en una vía pública y, en cuanto vio los automóviles, se le hizo un hoyo en el estómago.

—Recuerda no tomar la avenida principal. Tienes que adentrarte al primer callejón que veas a tu derecha y te reincorporarás al circuito más adelante —explicó Thomas a través del teléfono, incluso cuando apenas acababa de correr, sonaba tan calmado.

—Entendido —respondió Bellamy y dio una brusca vuelta al dar con el callejón.

Continuó acelerando, sin atreverse a frenar ni por asomo. No iba a perder la ventaja, si es que todavía la tenía. Iba rebasando los vehículos en su camino de manera arriesgada, pero no se detuvo en ningún momento. Vislumbró la reincorporación a la avenida principal más adelante, donde el tráfico ya se había disipado, y movió la palanca para aumentar aún más la velocidad.

De pronto vio al Corvette magenta, que iba en el carril de al lado, esquivando a otros automóviles pero tratando de alcanzar a Bellamy. Subieron por un puente compuesto por una serie de curvas que la As de Mirage aprovechó de manera riesgosa para acercarse más y más. Parecía que quería rozar sus coches para distraerlo o incluso chocar de ser necesario.

«La As de Mirage es agresiva. Intentará sacarte de la carrera», Connor tenía razón. Eso significaba que su consejo era real y Bellamy iba a sacarle provecho.

—¿Cómo van las cosas por allá? —preguntó Thomas.

—Las As de Mirage quiere rozar nuestros coches —respondió, apenas logrando esquivarla —. Necesito ir más rápido para alejarme.

—¿Estás en el puente?

Bellamy vio una pronunciada curva un poco más adelante. Sería peligroso, pero si en lugar de frenar pisara más a fondo el acelerador, podría aprovechar estar en la parte interior de la curva y escabullirse del As de Mirage.

—Sí, tengo un plan —dijo—. La rebasaré en la curva.

—No seas estúpido, vas a matarte haciendo eso.

—Confía en mí, Vega.

La curva se aproximaba y Bellamy no frenaba, tenía las manos bien puestas en el volante, listo para girar.

—¡Bellamy, maldita sea, no hagas eso! —bramó Thomas. Era la primera vez que lo llamaba por su primer nombre.

Bellamy encontró algo absurdo su nerviosismo. ¿Acaso no quería ganar? Bufó para sí mismo y siguió acelerando hacia la curva. Giró bruscamente el volante, derrapando un poco y casi golpeando las barandas de acero del puente. La As de Mirage tuvo que frenar de manera abrupta para evitar una colisión total, lo que permitió a Bellamy recuperar el control de su coche. Esquivó por poco a otro automóvil que pasaba, manteniendo la velocidad.

Descendió del puente y, con un último acelerón, cruzó la línea de meta con una considerable ventaja.

—¡Hundred gana la carrera! —anunció el presentador.

El público explotó en vítores y Bellamy, incluso con la frente bañada en sudor y su cuerpo entero temblando por la peligrosa maniobra que había hecho al final, se sintió tan vivo. Bajó del coche, regocijándose en las alabanzas del público y luego de su propio equipo; Leah corrió hacia él para abrazarlo, siendo seguida por su hermano, que no paraba de aplaudir. Bellamy ya no recordaba lo bien que se sentía ganar y lo adictiva que era esta sensación.

Sin embargo, su celebración fue cortada de súbito por un grito proveniente de Thomas:

—¡Te dije que no lo hicieras!

El público seguía festejando a sus espaldas, pero Leah y Charlie sí oyeron el reproche y se separaron de Bellamy.

—Thomas... —comenzó Leah.

Thomas la ignoró, acercándose a Bellamy con pasos firmes y señalando su pecho con tanta fuerza que lo hizo retroceder.

—¡Pudiste haber muerto!

Bellamy casi de inmediato vio en Thomas el reflejo de su padre, quien no toleraba los riesgos y le prohibía salir de fiesta o disfrutar de un simple caramelo por temor a las posibles consecuencias. Estaba cansado de vivir en el miedo, preocupándose más por lo que podría suceder que por lo que estaba ocurriendo en ese momento.

—Suenas igual que mi maldito padre —reprochó, empujando a Thomas lejos de sí.

Charlie se interpuso entre ambos.

—Ya basta —advirtió.

Thomas estaba furioso, tanto que sus manos, cerradas en unos puños, no dejaban de temblar.

—¡¿Sueno igual que tu padre por no querer que te mates en una puta carrera?! —bramó.

—¡No necesito que me cuides! —exclamó. Bellamy tuvo toda la intención de enfrentarlo, pero fue detenido por la mano de Charlie en su pecho.

El público comenzó a enfocarse en ellos, percatándose de la discusión que acababa de desatarse y parecía a un grito más de convertirse en una pelea a golpes. Thomas debió haberse dado cuenta de ello y se forzó a tragarse su enojo, retrocediendo.

—Haz lo que quieras entonces —masculló, dándose la media vuelta y quitando a quienes se interponían en su camino.

Bellamy frunció el entrecejo.

—¿Cuál es su problema?

Leah suspiró.

—Thomas siempre ha sido cauteloso cuando se trata de asumir ciertos riesgos —explicó ella.

—Pero tiene razón —añadió Charlie, mirando fijamente a Bellamy—. Nos dijo que rebasaste en una curva cerrada del puente. Lo que hiciste fue muy arriesgado, por no decir estúpido. Una cosa es ganar y otra muy diferente es tener un deseo suicida.

Bellamy rodó los ojos debajo del casco. Ya quería quitarse esa porquería.

—¿Tú también? —inquirió con molestia.

—Sí, yo también, niño —respondió, exhalando después—. Dejaremos que Thomas se calme y luego comenzaremos a entrenar. Es genial que hayan clasificado, pero tienen tantas debilidades que no llegarán lejos. —Miró a Bellamy con desaprobación—. Sobre todo si siguen cometiendo idioteces.

Bellamy no entendía por qué los demás no confiaban en sus habilidades cuando él mismo, quien era el que corría los riesgos, sí lo hacía. Se hacía la misma pregunta una y otra vez: ¿Acaso no quieren ganar?

Bellamy se nos descontrola, repito, tenemos un pelirrojo salvaje en un Corvette rojo 😔

¡Muchísimas gracias por leer!

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