Capítulo 12. Promesas silenciosas
Bellamy trazaba círculos imaginarios en la superficie de una mesa. En su cabeza tenía memorizado uno de sus circuitos favoritos de cuando corría en Fórmula 3; las riesgosas curvas, las rectas donde podía acelerar el motor a su máxima potencia. Lo recorría en su imaginación sin siquiera proponérselo, pues lo que en realidad acaparaba su atención era su nueva obsesión: Danger Zone.
En específico, pensaba en lo que ocurrió la otra noche, la forma en que Connor Lynx se abalanzó hacia el bicampeón, Brett Thorne, y lo molió a golpes en el pavimento hasta que Bellamy mismo lo detuvo. ¿Por qué lo hizo? Era tan simple como estúpido: se vio reflejado en él, en su nuevo y jurado rival.
Al verlo con esa furia en su rostro, pelando los dientes, sordo y ciego a razones, Bellamy se vio a sí mismo cuando agredió a Anthony Jackson. En ese entonces, solo quería desquitarse, pero minutos después solo deseaba que alguien lo hubiera detenido a tiempo. Eso fue lo que lo llevó a ayudar a Connor, a parar su puño antes de que empeorara una situación que ya era bastante complicada.
En parte lo entendía, era un complejo de héroe consigo mismo, ese sueño que todos experimentan alguna vez de poder regresar al pasado y prevenir cometer un error, no obstante, no comprendía por qué había sentido tal impulso con Connor Lynx. ¿Acaso le habían practicado una lobotomía o algo por el estilo?
Al menos se regodeaba al comprobar que el idiota de Lynx no era tan seguro de sí mismo e inquebrantable como se presentaba; solo era otro corredor competitivo que perdía la compostura y mostraba sus verdaderos colores cuando la presión aumentaba un poco. Y vaya que Bellamy disfrutaría de hacerle perder su calma una y otra vez.
—Deja de sonreír así, asustas a la clientela —reprendió Leah, sacándolo de sus pensamientos al colocar una humeante taza de café frente a él. Se encontraban en una cafetería en la costa de Altamira; ni siquiera se había tomado la molestia de aprenderse el nombre, pero lo que sí juzgaba era el ridículo uniforme que obligaban a sus empleados a portar, entre ellos Leah, luciendo un vestido rosado con una falda demasiado inflada.
Por su propio bien, Bellamy se tragó sus comentarios y se fijó en la bebida caliente que acababa de traerle. Frunció el entrecejo.
—¿Café? —inquirió, negando con la cabeza—. ¿Cuántas veces he dicho que no tomo nada con cafeína?
Leah rodó los ojos.
—¡Uy, discúlpeme, su majestad! —exclamó con sarcasmo—. La verdad pensé que sería más listo.
—¿Ahora de qué estás hablando?
Leah suspiró con hartazgo y, tras ver a su alrededor, apoyó ambas manos en la mesa y se aproximó al rostro de Bellamy.
—Es para hacer la finta, genio —susurró—. Tengo que pretender que solo eres un cliente más o no podremos conversar.
Bellamy hizo un mohín.
—¿Y planeas que pague por un café que ni siquiera voy a beber?
—Como si te faltara dinero, súper estrella. —Se señaló a sí misma—. Yo, en cambio, no tengo la vida tan resuelta y tengo que trabajar vestida de muñeca.
Bellamy empujó la taza hacia atrás. No soportaba siquiera el olor, además, para colmo, era café negro.
—Podría haber esperado a que terminaras tu turno —comentó.
—No, después de la conmoción de ayer ya no pudimos hablar y necesitábamos hacerlo. 1968 volvió y eso no es poca cosa —insistió y luego ladeó la cabeza—. Y, por cierto, hablando de anoche, ¿por qué ayudaste a Connor Lynx? —Esbozó una sonrisa burlona—. ¿Tan en serio te estás tomando la tarea de conquistarlo?
—No digas estupideces —masculló Bellamy, apoderado por nerviosismo debido a la pregunta. Hizo temblar su pierna, buscando una excusa—. Y no lo sé, tal vez solo soy un idiota.
—Lo hizo porque se proyecta —irrumpió Thomas, acercándose a la mesa en donde esperaba el resto del equipo. Bellamy, más allá de molestarse por su comentario, se percató de que el chico de gafas lucía exhausto, con bolsas más protuberantes debajo de los ojos y el cabello desordenado.
Leah se volvió hacia él, cruzando los brazos sobre su pecho.
—¡Pero miren quién decidió aparecer!
Thomas se sentó en la silla vacía frente a Bellamy y suspiró, apartando sus lentes para restregarse los ojos.
—Lamento el retraso —se disculpó, cansado—. Estaba hablando con alguien.
Leah sacudió la cabeza.
—No puede ser más importante que las cucarachas de 1968. ¿Es que nunca mueren? —inquirió entre dientes y le dio un golpe a la mesa con su puño—. ¡¿El anciano de Thorne tiene cuántos años?! ¡¿Treinta?!
Bellamy notó que las miradas de los demás clientes se fijaban en ellos ante las exclamaciones de Leah y bajó la cabeza, incómodo.
«¿Qué esta chica no conoce la discreción?», pensó.
—Tiene la misma edad que tu hermano y alguien con treinta años ni siquiera es viejo —replicó Thomas, monótono.
Leah bufó.
—Para tus estándares.
—No son mis estándares, es un hecho que...
—¿Podrían callarse? —zanjó Bellamy con un murmullo tenso—. Dejen de llamar tanto la atención.
Thomas se dio cuenta de que no estaban solos en la cafetería y, en lugar de seguir discutiendo con Leah, fijó su atención en el café de Bellamy.
—No tomas cafeína, ¿me lo das? —pidió, señalando la taza.
—Solo si me explicas cuál es el maldito problema con 1968 —condicionó. Thomas agarró la taza y bebió un gran sorbo sin perturbarse por la amargura de la bebida.
—Es lo que ya oíste; son los bicampeones de Danger Zone y los favoritos de Natasha. Ya te imaginarás lo buenos que son y el problema que eso representa, tomando en cuenta que los tres somos novatos, tú más que nadie. —Miró a Leah—. ¿No tienes un sobre de azúcar?
Leah suspiró, sacando dicho sobre del bolsillo de su horrible vestido y aventándoselo a Thomas.
—Si me lo preguntan, el mayor problema es el favoritismo de Natasha. Conociéndola, solo los dejó unirse por eso y para «intensificar» la competencia —dijo, negando con la cabeza—. Por lo general, admiro a esa mujer, pero ahora mismo la odio.
Thomas abrió el sobre de azúcar y lo vertió en el café.
—Eso sin mencionar la rivalidad que tienen con el equipo Lynx. Ya les arrebataron el campeonato dos veces; esta vez no van a contenerse —añadió mientras revolvía el café.
Leah, ignorando por completo su empleo, se sentó en la silla vacía que quedaba y soltó una risa con un toque malicioso.
—De seguro Connor ya estaba muy certero de su victoria, pero ya vieron cómo se puso cuando apareció 1968 —se burló—. Ya veremos si mantiene el enfoque.
Bellamy, en cambio, frunció los labios.
—Si lo que dicen es verdad, entonces los Lynx ya no son nuestro principal problema —agregó—. ¿Qué vamos a hacer? Si 1968 es tan bueno, no les llegaremos ni al maletero del coche.
Leah se carcajeó ante el comentario, recibiendo una mirada de desaprobación por parte de Bellamy.
—Lo siento, es que nunca había escuchado una expresión así. —Aclaró la garganta—. Prosigan.
—Créeme, O'Neill, ya tenía más que contemplado todo lo que acabas de decir —aseguró Thomas y miró a Leah de manera furtiva—. Y por eso mismo... llamé a alguien.
Leah se tensó de inmediato, volcando toda su atención sobre su amigo.
—No, no te atreviste —dijo, espantada. ¿Ahora qué se traían estos dos?
—Tenía que hacerlo. Solo él puede ayudarnos a tener una oportunidad —replicó Thomas.
—¡Puse una condición, Thomas! —Leah se puso en pie, gritando sin importarle que alguien volteara a verla. Bellamy se deslizó por la silla, quería desaparecer—. ¡Una sola condición!
—Quieres ganar, ¿no?
—¡Claro que quiero ganar, pero no así!
—Muy tarde, ya lo llamé —añadió Thomas y vio la hora en su reloj de muñeca—. Llegará aquí en...
Leah amplió los ojos.
—¡No lo necesitamos, no...!
—Tan gritona como de costumbre, hermanita —irrumpió una nueva voz. Bellamy se encontró con el dueño, era un chico, en sus tempranos treintas, de cabello castaño, una barba incipiente y un ligero parecido a Leah, a quien acababa de llamar hermana—. Tienes que ser más discreta, nunca sabes quién está escuchando.
Leah se volvió de inmediato hacia él, frunciendo el entrecejo.
—¡Tú...!
—Hola, Charlie —saludó Thomas, acotando las palabras de Leah.
—Vaya, hace mucho que no nos veíamos en persona, Tom. —Le sonrió y luego tornó su atención hacia Bellamy—. Y tú debes ser... —Frunció el ceño—. No, no te conozco, pero a la vez me pareces familiar. ¿Eres actor de infomerciales o algo por el estilo?
Bellamy levantó una ceja, ofendido. ¿Qué tan corriente se veía?
—¿De qué diablos me ves cara? —inquirió con animosidad.
Charlie se carcajeó, sorprendido.
—Vaya, el gatito sacó las garras —bromeó—. Tranquilo, sí sé quién eres. Thomas me contó todo.
—¡¿Qué?! —exclamaron Bellamy y Leah al mismo tiempo, pero de seguro por diferentes razones.
—Podemos confiar en él —aseveró Thomas, tranquilo a diferencia de sus compañeros.
—Eso yo lo decidiré —masculló Bellamy, poco convencido. Esto era exactamente lo que no debía ocurrir; no podía descuidar tanto su identidad.
—¡Ese no es el punto! —gritó Leah en cambio—. ¡Yo no lo...!
Charlie la interrumpió al rodear sus hombros con un brazo y voltear a ver a Thomas y Bellamy.
—Así que ellos son tu nuevo equipo. —Los escudriñó—. Es un grupo interesante.
Bellamy no sabía qué pensar sobre Charlie, el hermano mayor de Leah. Lo habían mencionado antes y por lo que había logrado deducir, él antes competía en Danger Zone. Tal vez no le agradaba Thomas, pero no podía negar que era lo suficientemente analítico para tomar las decisiones prudentes del equipo, y si había confiado en Charlie para contarle todo, entonces debía ser bueno. Sin embargo, Leah...
—Tú lo dijiste —dijo ella de pronto. Su tono se había vuelto frío y su expresión distante, rehusándose a ver a su hermano a la cara—. Este es mi equipo.
Charlie debió sentir la tensión de su hermana y la soltó con lentitud, con nerviosismo. Podía notarse el deseo palpable de no dejarla ir tan fácil, pero el miedo de insistir.
—Leah...
—No te atrevas a entrometerte —advirtió, señalándolo con un dedo y, aunque cruzaban miradas, no había ni un poco de amabilidad en la de ella—. ¿Oíste?
Bellamy reconocía ese enojo de cierta manera, ese... rencor. Algo había ocurrido entre ellos, algo que ella no estaba preparada para afrontar o tenía demasiado temor de hacerlo.
—Escucha, Leah, tú sabes que mi intención no era lastimarte —dijo Thomas entonces, poniéndose en pie—. Pero si queremos ganar...
—Ya cállate, Thomas —acotó Leah, su voz temblorosa—. Ya hiciste suficiente.
Sin añadir más, Leah les dio la espalda y se dirigió a la parte trasera del restaurante, saliendo sin pedir permiso a su jefe o siquiera avisar a alguna de las otras meseras. Los tres la vieron partir y mientras Thomas y Charlie yacían con la cabeza gacha, Bellamy solo pudo fruncir el ceño e indagar.
—¿Y eso qué diablos fue? —preguntó con poco tacto. Mala costumbre.
Thomas fue el primero en levantar la mirada, no obstante fue Charlie el que habló:
—Iré a buscarla. Arreglaré esto, ¿de acuerdo? —dijo, dirigiéndose a Thomas más que nada. Miró a Bellamy de reojo y le mostró una forzada sonrisa, quería pretender que todo estaba bien y eso, de una forma desagradable, le recordó a su madre. Nada grato—. Thomas te explicará todo. Volveré en un rato.
Bellamy también lo vio retirarse, siguiendo con premura el mismo camino que su hermana había tomado.
Sabía que los equipos eran complicados, pero nunca imaginó qué tanto.
(...)
Leah Lock estaba muy familiarizada con la sensación de perder. No se trataba solo de perder un premio, dinero o la gloria. No, se trataba de perder la ilusión, esos sueños infantiles que la mantenían viva. Eso fue doloroso, ¿y en qué se convierte el dolor? En tristeza, en desesperanza y en un enojo puro y ciego.
Hace tres años, su hermano y el entonces equipo Luck habían llegado a la final de Danger Zone. Eran ellos, los Lynx y 1968 compitiendo por el gran premio. Leah no corría todavía, pero Charlie le había prometido que el siguiente año ella sería el tanque del equipo y juntos conquistarían cada campeonato. Qué gran mentira.
Dos noches antes de la carrera, su hermano convocó al equipo y les dijo que renunciaba, que él se retiraba de Danger Zone. Sus compañeros lo interrogaron, pero no respondió ni una sola pregunta. Leah misma, entre lágrimas de frustración, le rogó explicaciones, pero él no pronunció palabra al respecto. A la noche siguiente, el as del equipo Lynx, Dylan Lynx, también se retiró sin dar justificaciones. 1968 ganó por default, pero nadie lo consideraba una victoria real, ni siquiera ellos. Fue la edición más decepcionante de Danger Zone de la historia.
Charlie se fue de Altamira poco después, todavía sin dar razones a Leah. El resto del equipo no tardó en alejarse también, haciendo sus vidas fuera de la pequeña ciudad costera. Solo quedó Leah con la falsa promesa de ser parte del equipo, de correr y ganar. Nunca fue capaz de perdonar a su hermano. Con cada día, cada semana y mes que pasaba, ella solo lo resentía más y más. Nada había cambiado, solo sus motivaciones, con la suficiente fuerza para impulsarla a crear su propio equipo, pero no la suficiente para dejar el pasado atrás.
Se sintió ridícula caminando por las calles de Altamira portando el ridículo vestido rosado y bombacho de la cafetería en la que trabajaba. Ni siquiera le pasó por la cabeza cambiarse antes de irse, solo quería alejarse de Charlie, de lo mucho que le dolía verlo... de lo mucho que la enfurecía extrañarlo.
Se detuvo en una pequeña tienda de conveniencia cerca del muelle, compró una botella de agua helada y se sentó en una banca. Ni siquiera tenía intenciones de bebérsela, solo quería poner la botella helada contra su nuca y refrescarse. Sentía que se estaba ahogando en ese patético vestido.
Se sentía tan impotente. Estaba consciente de que todos sus esfuerzos, aunque admirables, probablemente no serían suficientes para vencer a equipos como Lynx y mucho menos 1968. Necesitaba ayuda, a alguien más experto, más... talentoso. Necesitaba a Charlie Lock.
Se aferró con las uñas a la falda del vestido, apenas conteniendo su fuerza para no rasgarlo.
—Maldito hijo de perra —masculló.
—Oh, no, no te contengas. Eso no va contigo —dijo la voz de Charlie a sus espaldas.
Se dio la vuelta y lo vio ahí parado, con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón de mezclilla, viéndola con una ligera sonrisa. Leah de inmediato peló los dientes como un animal enfurecido.
—¿Cómo diablos me encontraste? —preguntó.
—Ay, hermanita, es que no has cambiado mucho, ¿sabes? —replicó—. Solíamos venir a este mismo sitio después de cada práctica. Tú, el equipo y yo; casi siempre era yo quien les invitaba los tragos, ¿todavía bebes ese horrible refresco de fresa?
—No es horrible, tú solo eres un estúpido —murmuró.
Charlie se carcajeó.
—Es bueno ver que algunas cosas no han cambiado, por más pequeñas que sean.
Leah apartó su vista de él, volviendo su atención hacia el frente, hacia el distante mar en donde las olas brillaban por el intenso sol de Altamira.
—¿Por qué volviste? —indagó.
—Thomas me lo pidió.
—Pudiste haberte negado —refutó—. Tienes una vida muy cómoda fuera de aquí como para volver por una idiotez como esta.
—Sí, tienes razón, pude haberme rehusado. —Suspiró y, para sorpresa de Leah, rodeó la banca y se sentó a su lado—. Pero elegí venir.
Leah bufó de manera seca.
—¿Quieres un premio?
—Quiero disculparme contigo.
—Eso ya lo has hecho antes.
Era cierto, Charlie ya se había disculpado varias veces en el pasado, y en todas y cada una de esas ocasiones, Leah solo le respondía que no necesitaba ni quería sus disculpas. Él seguía intentándolo.
—Y lo seguiré haciendo hasta que me perdones.
Leah apretó la botella de agua entre sus manos.
—La respuesta no va a cambiar.
—Estoy seguro de que lo hará eventualmente... Espero.
Con un gruñido se volvió hacia él.
—¡No lo hará! —gritó—. ¡Jamás!
—Leah...
No le hizo caso, aventó la botella sin reparo ni vergüenza y se puso en pie.
—¡¿Por qué demonios te fuiste?! ¡¿Por qué te fuiste cuando pudimos haber ganado?! —bramó con tanta fuerza que raspó su garganta—. ¡¿Por qué te fuiste al igual que el As de los Lynx?!
Charlie no se perturbó por sus gritos, no era la primera vez que sucedía, ya debía estar acostumbrado. En su lugar, exhaló, cerrando los ojos un momento antes de hablar:
—La verdad es que no me habría sentido bien conmigo mismo —admitió.
Leah se paralizó. Era por... ¿culpa?
—¿Qué es lo que ocurrió, Charlie? —preguntó, tensa.
Su hermano volvió a sacudir la cabeza, soltando una carcajada lastimera.
—No puedo decírtelo todo, me encantaría, pero... le prometí a alguien guardar el secreto. —La miró con dificultad, forzando esa sonrisa tranquila aunque no sentía dicha calma en lo absoluto—. Lo siento.
Leah no sabía qué decir, era la primera vez que su hermano le confesaba un poco de lo que había ocurrido hace tres años. Ahora tenía una leve noción, una vaga idea. Tal vez Thomas podría descifrarlo más fácil, él era...
—Leah —llamó Charlie, regresándola al presente—. Dame la oportunidad de enmendar mis errores. Por ti y... por mí también.
—¿Por ti?
—Han pasado tres años, y tienes razón, me he comportado como un cobarde. No puedo seguir siendo así, y si puedo ayudarlos en el proceso, entonces no quiero dejar ir la oportunidad. No quiero escapar otra vez.
Leah sintió un hoyo en el estómago, tal vez era nerviosismo o incluso emoción. No había perdonado a Charlie y mucho menos olvidado lo que hizo, pero había una ventana, una pequeña apertura para darle entrada al perdón, a recuperar a la persona que más quería, a la que más admiraba... a la que más extrañaba.
—No tienes que decidir en este preciso momento —continuó Charlie—. ¿Pero qué te parece un trato?
Leah lo escudriñó.
—Elabora.
Su hermano sonrió, esta vez con sinceridad.
—Si los ayudo a ganar, me gano tu perdón. No, olvida eso. —Sacudió una mano—. Cuando ganen gracias a mi ayuda, me perdonarás. No cabe duda, ese premio será suyo.
—Tú sabes que las probabilidades son bajas —refutó y luego amplió los ojos al percatarse de lo que había dicho—. No le digas a Thomas y Bellamy que dije esto.
Charlie colocó una mano en su corazón.
—Juro que no diré nada.
Leah no pudo aguantar una risita que escapó de sus propios labios.
—Qué tonto eres.
—Debes admitir que es un buen trato, yo soy el único que pierde; bueno, no, ustedes perderían Danger Zone, pero...
—De acuerdo —acotó.
Charlie se paralizó, procesando, antes de volver a hablar:
—Espera, ¿qué?
—Acepto el trato. —Sonrió con suficiencia—. Nos harás ganar y te perdonaré.
Charlie parpadeó, todavía incrédulo. No esperaba que ella aceptara tan fácilmente. Leah lo miraba con una mezcla de desafío y triunfo, disfrutando del desconcierto en su rostro.
—Pero hay una condición —añadió Leah, cruzando los brazos.
Charlie arqueó una ceja, esperando.
—Te escucho.
—Tienes que prometer que, si perdemos, te mantendrás alejado de nosotros y de Danger Zone. No quiero volver a verte en el mundo de la competición después de lo que hiciste —dijo. Sabía que era una condición ruda, incluso extremista, pero no iba a arriesgarse otra vez.
Charlie lo pensó durante unos segundos hasta que por fin asintió con lentitud. ¿De verdad estaba tan desesperado?
—Hecho. Si pierden, no volveré a molestarte. —Extendió la mano para sellar el trato.
Leah la miró por un instante antes de estrechársela con firmeza. Luego, soltó una discreta risa y se puso en pie para regresar a la cafetería. Mentiría si dijera que no sentía una ligera satisfacción por haber manejado la situación a su favor.
—Regresemos con el equipo —dijo ella, dándole la espalda—. Hay mucho trabajo por delante.
Charlie la observó, con una sonrisa apenas perceptible. Quizás, pensó, aún había esperanza para él después de todo.
¡Al fin un nuevo capítulo de Danger Zone!
Creo que por fin introduje a todos los personajes importantes del libro. Todos tienen un rol y sus historias están más entrelazadas de lo que creen... 👀
¡Muchísimas gracias por leer! 💙
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