Capítulo 1. Tres mentiras

Bellamy O'Neill nació entre tres mentiras.

«Tu futuro es prometedor».

Mentira.

«La gloria está lista para recibirte con los brazos abiertos».

Mentira.

«La libertad está al alcance de tu mano».

Mentira.

Cientos de afirmaciones erróneas, de promesas rotas y de falsedades que se pagaban con las más grandes decepciones. Estaba harto de ello; de creer que había nacido para ser el mejor, de que los demás estuvieran convencidos de que su único destino sería el éxito y la más regocijante gloria. Esto era más que solo una mentira, era negación.

Con esto en mente, y con la cólera borboteando en su interior, pisó el acelerador a fondo. El coche emitió un rugido destartalado; no era un auto de carreras, ni siquiera estaba diseñado para ir a grandes velocidades. Era una troca vieja, una Chevrolet LUV de los años setenta pintada de un vibrante azul cielo y en el capó tenía un desgastado logo de la florería en donde trabajaba: «Eve». En resumidas cuentas, estaba por cometer una estupidez con un coche ajeno.

Movió la palanca de cambios, pasando de primera a cuarta de golpe. El motor gorgoteó por el esfuerzo y expulsó humo negro por el tubo de escape trasero. Iba en una vía pública y no había tanto tráfico, por lo que continuó acelerando, esquivando coches con derrapes torpes y haciendo chirriar las llantas. Era casi suerte que no chocara.

A decir verdad, no hacía esto por mero capricho, sino porque quería perseguir a otro coche. Un maldito Corvette C4 color negro que siempre veía atravesar estas avenidas a gran velocidad y con una agilidad que gritaba: «¡Soy el puto rey de la calle!» Bellamy lo odiaba, no tenía idea de quién iba tras ese volante, pero ya lo detestaba. Lo envidiaba por tener lo que él no tenía ni tendría.

Apretó los dientes y forzó incluso más el motor, tornándose imprudente, esquivando coches en la avenida como si fuesen simples obstáculos y no personas. La gasolina iba bajando de golpe, medio tanque pronto se convirtió en un cuarto y así hasta que no quedaba casi nada. Sin embargo, nunca paró. No iba a renunciar, no iba a perder de vista a ese Corvette y permitir que se le escapara de las manos, no esta vez.

Estaba a punto de llevar la camioneta al límite, un simple acelerón más, un último impulso, la línea de meta estaba tan cerca, el objetivo al alcance de las puntas de sus dedos... Hasta que escuchó las sirenas.

Saliendo de su estupor, Bellamy bajó la velocidad y vio a través del espejo retrovisor que una anticuada patrulla iba siguiéndolo. Sus torretas, azules y rojas, iluminaban la cabina de la camioneta en aquella oscura noche al mismo tiempo que sus agudas sirenas perforaban sus oídos. Ya conocía esta desagradable sensación demasiado bien.

Con un golpe al volante y una pesada exhalación, se orilló junto a la banqueta y se detuvo por completo. El policía de tránsito se estacionó detrás de él, todavía sin apagar las torretas.

«Apaga las malditas luces, idiota». Pensó Bellamy con enojo.

El oficial se detuvo frente a su ventana y, tras tocar dos veces el cristal, Bellamy lo bajó de mala gana.

—¿Otra vez, O'Neill? —cuestionó el policía. Bellamy ya lo conocía, esta era su zona de patrullaje nocturno, la misma donde él siempre se topaba con el Corvette y trataba de perseguirlo.

Bellamy se volvió hacia él. Le disgustaba la mirada de decepción que el oficial le dirigía, le recordaba de cierta manera a su padre.

«Eres más que esto, Bellamy». Su voz hacía eco en sus oídos cada vez que se equivocaba.

—Buenas noches, oficial Vega —saludó con monotonía, tal vez con una pizca de sarcasmo, y sus manos soltaron el volante.

El policía Vega hizo un mohín y se apartó de la ventana.

—Ya bájate —ordenó.

Bellamy cerró los ojos durante unos instantes, todavía sintiendo cómo su cuerpo se estremecía por los fuertes latidos de su adrenalínico corazón. Correr, acelerar, esquivar... ganar; todas esas eran sensaciones embriagantes para él y los efectos restantes eran como una asombrosa borrachera. Ser arrestado, en cambio, era la cruda.

Se apeó de la camioneta, colocó las manos detrás de su cabeza y el oficial Vega, acostumbrado a esto, lo esposó. Habló a través de su radio, pidiendo una grúa que recogiera el coche, y luego llevó a Bellamy hacia la patrulla, abriéndole la puerta trasera.

—¿Por qué no detiene a ese maldito Corvette negro? —preguntó, iracundo.

El oficial lo miró con incredulidad y le dio una palmada al techo de su patrulla.

—¿En serio crees que este cacharro podría alcanzar ese coche? —contestó con otra pregunta.

La respuesta era obvia, pero Bellamy no era de los que cedían la razón con facilidad. En su lugar, desvió la cabeza y murmuró:

—Si tuviera un mejor conductor, sí.

El policía exhaló con exageración, adrede para que Bellamy percibiera su hartazgo.

—¿Por qué insistes? —cuestionó Vega entonces—. Sabes que si sigues con esto, solo conseguirás que te revoque el permiso para conducir de manera definitiva.

Bellamy volvió su mirada momentáneamente hacia el oficial y después vio por sobre su hombro cómo los demás coches pasaban a una velocidad prudente.

«¡Prudencia, Bellamy! ¡Apréndelo de una maldita vez!» Le gritaba su padre.

Alejó esa memoria de su mente y se volvió hacia el oficial con una mirada seria.

—Porque no sé cuándo detenerme.

(...)

La estación de policía era tan lamentable y pútrida como Bellamy la recordaba. Después de todo, estuvo ahí hace tan solo dos semanas, encerrado en la misma reducida celda, solo que esta vez la compartía con un tipo sentado en la esquina, borracho hasta la punta del pelo y con la nariz partida. Supuso que se había metido en alguna pelea.

Bellamy permaneció cerca de los barrotes, oyendo a lo lejos una radio que narraba un partido de fútbol americano. El policía celebraba a viva voz cada vez que su equipo anotaba, casi derramando su café más de una vez. No comprendía la emoción por aquel deporte; no le interesaban los deportes de contacto ni de cerca tanto como las carreras de coches.

«A menos que las carreras se vuelvan de contacto». Pensó con cierta malicia, esbozando una discreta sonrisa.

—No deberías estar tan feliz, O'Neill —reprendió el oficial Vega, apareciendo frente a su celda con los brazos cruzados—. Ya corroboré tus registros y es la tercera vez que acabas en este hoyo en menos de un mes.

—Agradezca que no sean más —replicó por lo bajo.

Vega parecía a punto de refutar, pero fue interrumpido por la llegada de un joven chico que se asemejaba bastante a él; cabello castaño, tez morena y unos ojos color avellana escondidos detrás de unas gafas cuadradas.

—Ya terminé de organizar los archivos que me pediste, papá —avisó, subiendo los lentes por su tabique.

«¿Papá? ¿Este viejo aguafiestas tiene una familia?» Pensó Bellamy, escudriñando al chico hasta que este último le regresó la mirada de reojo. Tenía unos ojos perezosos y en general su expresión era la de alguien de carácter serio, por no decir aburrido.

—Gracias, Thomas —respondió el oficial, dándole una palmada en el hombro—. Puedes adelantarte a casa si quieres. Tengo asuntos que resolver con este mocoso.

El chico, Thomas, fijó su atención por completo sobre Bellamy y entornó los ojos. ¿Por qué diablos lo veía así?

—¿Es el de la camioneta de la florería? —indagó.

Su padre asintió.

—El mismo —contestó—. La hierba mala nunca muere. En este caso, nunca aprende.

—Ya veo.

Thomas lo barrió "discretamente" con la mirada, Bellamy, por supuesto, se percató de ello y frunció el entrecejo. ¿Qué demonios le pasaba a este tarado?

Bellamy estaba por reclamarle que lo observara con esa condescendencia, pero antes de siquiera abrir la boca, el chico ya se había dado la media vuelta y marchado de ahí.

—Su hijo es muy agradable —comentó con un tono sarcástico.

El oficial suspiró.

—Tienes la mala costumbre de "examinar" a los demás —justificó con cansancio.

Bellamy se recargó contra los barrotes.

—¿Ya puedo hacer mi llamada? —preguntó, mirando con desdén al borracho con quien compartía la celda—. Entre más pronto me largue de aquí, mejor.

El oficial bufó.

—Claro, si crees poder convencer a la tenebrosa Eva de que venga a pagar tu fianza ahora mismo, adelante —se burló, abriendo la puerta.

Bellamy se dirigió hacia el teléfono colgado en la pared. Marcó el número de la casa de Eva, su tía, y esperó con impaciencia. El sonido de la llamada sin atender comenzaba a molestarle y no hizo más que empeorar al escuchar la voz del contestador: «En este momento no me encuentro en casa. Si eres Bellamy, arréglatelas tú solo».

Maldijo por lo bajo y apoyó la cabeza contra el muro. Eva estaba en casa a esta hora y si no contestaba, era simple y sencillamente porque no quería hacerlo.

—¿Listo para pasar la noche aquí? —se mofó el oficial Vega a sus espaldas.

Bellamy colgó el teléfono con brusquedad y regresó a la celda de mala gana.

Pasar la noche en una celda fue literalmente eso, pasar la noche. No le apetecía dormir cuando estaba compartiendo el sitio con un borracho y esto solo empeoró cuando alrededor de las tres de la mañana trajeron a otro. Hizo una nota mental, los fines de semana eran los peores días en la estación. Sin embargo, tampoco tenía derecho a quejarse. Ya le había hecho lo mismo a Eva no una, sino tres veces. Era de esperarse que la mujer de horrible carácter terminara ignorándolo tarde o temprano.

Finalmente, alrededor de las siete de la mañana, cuando comenzaba a dormitar, la puerta de la celda fue abierta y el oficial Vega lo llamó:

—Pagaron tu fianza, O'Neill.

Bellamy bostezó y tomó su chaqueta que se había quitado por el calor que a veces hacía en la ciudad de Altamira, saliendo de la celda casi arrastrando los pies.

Eva lo esperaba afuera de la estación, junto a la camioneta que al parecer apenas acababa de recuperar. Bellamy se enderezó y se detuvo al lado de ella, sin atreverse a verla a los ojos.

—Gracias, y lo siento —dijo en voz baja.

Eva se volteó a verlo con el entrecejo fruncido, mostrando molestia en sus ojos celestes exageradamente delineados. Ella era Eva O'Neill, su tía por el lado paterno, menor que su padre por unos considerables ocho años, de cabello corto pintado de azabache con un fleco y vestimenta negra con cadenas. El oficial Vega tenía razón, era tenebrosa con su estilo gótico que remataba con el cigarro entre sus dedos.

—Mírame a los ojos cuando me hablas y no musites —reprendió.

Bellamy obedeció a la fuerza. Levantó la cabeza, conectó sus propios ojos azules con los de ella, y repitió:

—Gracias y lamento las molestias.

Eva apretó sus labios en una fina línea, negando con la cabeza.

—Usé tus ahorros para pagar esto y llenar el tanque que dejaste vacío. No te extrañes si te faltan unos dólares —comentó y, sin previo aviso, le aventó las llaves de la camioneta.

Bellamy las atrapó, confundido.

—¿Quieres que yo conduzca?

—Es lo mínimo que puedes hacer —respondió, tirando su colilla y subiendo al lado del pasajero—. Hiciste que me perdiera el noticiero de la mañana. Quería escuchar mi horóscopo.

—Y tú me dejaste toda la noche en una celda —refutó Bellamy, subiendo al asiento del conductor.

—No te iba a hacer daño pasar la noche en ese agujero. A lo mejor así entra algo de sentido común en esa cabeza tuya y dejas de cometer idioteces, niño mimado.

Bellamy arrancó la camioneta.

—No fue tan malo —replicó.

Eva lo miró con incredulidad.

—¿Correr en una vía pública a más de cien kilómetros por hora no es tan malo? —inquirió—. Escúchame bien, niño, no me importa que tan talentoso seas detrás del volante o que tan confianzudo crees ser, esta no es una pista de carreras y esas personas no son corredores igual de dispuestos que tú. —Lo señaló—. No te atrevas a cometer un error del que te arrepentirás mucho después.

«¡No seas idiota, Bellamy!» Escuchó los gritos de su padre.

Apretó el volante con ambas manos.

—Lo tenía controlado —aseguró entre dientes.

Eva suspiró, poniéndose el cinturón.

—Tu padre tenía razón, e incluso me lo advirtió, tu orgullo es mucho más grande que tu prudencia —comentó con un tono severo, viéndolo a los ojos—. Que te quede claro que ya no eres Bellamy O'Neil, el prodigioso futuro piloto de Fórmula 1, no, tras ese error tuyo, solo eres un tipo normal con un horrible carácter y aquí, en Altamira, no eres absolutamente nadie. ¿Lo entiendes?

Bellamy apenas pudo tragarse su orgullo y su ira. No, claro que tras cometer ese error ya no era nadie, ya no era digno de ser nadie. Todo se fue a la mierda, incluido él mismo.

—Sí, ya lo sé.

Como alguien me dijo en Instagram: "Bellamy es el Rayo McQueen". Ya noto por qué JAJAJAJAJA.

En fin, así iniciamos este libro, y créanme que todavía no han visto nada. Se vienen muchas cositas, ¿buenas o malas? Quién sabe 😈

Todavía no tengo fecha para las actualizaciones, necesito organizar mi calendario, pero tengan por seguro que con el siguiente capítulo ya lo tendré definido.

¡Muchísimas gracias por leer! 💙

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