Rememorar la pérdida.

Q U I N T A   C A U S A.

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❝Lo efímero de un momento,
siempre se hace eterno en la memoria.❞
                              – Héctor C. Alcívar.
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Reign, Gehenna.
Manada Ambika.
Febrero de 1708.

Adoraba las historias, en especial aquellas que eran surrealistas y fantasiosas, aquellas que narraban una historia de amor atípica en medio de una desastrosa distopía, aquella donde un ángel y un demonio se enamoraban mutuamente, siendo correspondido el sentir, pero que su más mínima cercanía el caos se desatará a su alrededor de lo prohibida que era. Incluso adoraba aquellas que seguían a los protagonistas bajo un viaje fantasioso, cuando el karma llegaba a sus puertas y los conducían a un mundo mágico.

    Aunque de entre todas había una que él amaba con fervor. Una a la que Jennie le impuso un nombre que, tal vez no fuera ingenioso, pero era acorde con lo que era aquella historia, perfecta para un niño de no más de seis años.

    —Cuéntame otra vez la historia del hombre mágico que se enamoró del hombre indomable. —pidió con el infantilismo de su voz y la ilusión que aquella fantasiosa historia podía llevar consigo.

    Jennie, sin alterar un poco su duro semblante –que para otros era fuerte y aterrador, ante la cotidianidad de verlo la mayoría de las veces, él comenzó a apreciarlo y a notar algún que otro cambio que para su edad eran increíbles–, suavizó su mirada y un atisbo de inclinación en la orilla de sus labios le confirmó que su pequeña petición antes de dormir sería cumplida.

    —En algún lado del mundo, donde el cultivo era la base de la mayoría de las cosas, otorgando los transportes en las espadas y donde los núcleos dorados eran los portadores del poder en cada persona, yacía un joven lastimado, quebrantado y humillado, quien bajo la impotencia y tal vez un acto de desesperación llamó a través de un ritual prohibido a cierto demonio —el relato inició bajo la voz solemne de la mujer—. El ritual tuvo éxito y pronto el temido Patriarca Yiling volvió a la vida, transmigrando al cuerpo de quien se había sacrificado por él.

    —Pero él no es malo. —la inconformidad bajo las palabras dictadas entre los labios alzados del menor la hizo reír internamente.

    —No, no lo es. —ella afirmó.

    Conocía tanto a ese chiquillo que, sin importar las veces que le contara la historia, reaccionaria similar de alguna u otra forma.

    —Con la presencia de cierta entidad en la villa donde vivía pudo conseguir los tres primeros objetivos gracias a esa extraña coincidencia. Sin embargo, también se reencontró con otro hombre, a quien reconoció por su porte naturalmente frío, distante y estricto, peor no por ello menos elegante, todo lo opuesto a nuestro intrépido, brillante y optimista protagonista de buen corazón. Enseguida ambos se reconocieron, pero no fue hasta que una melodía tan intima, relajante y ligera que pudieron confirmarse a sí mismos que ahí estaban ambos. Esto marcaría el inicio de su hilarante viaje.

    La risita oculta tras la manta del pequeño la hizo sonreír con ligereza, combinando con la expresión y discreto brillo en sus propios ojos. Bajo todo pronóstico, ese niño era su luz del alba, su luna en medio del bosque. La inocencia que hacía competencia al agua más pura que hubiese existido alguna vez, la sonrisa deslumbrante que ciertamente también era una digna oponente de la del protagonista de aquella historia que, aunado a su diente levemente torcido, le daban ese toque tan cautivador.

    Por ello continuó con el relato, contando con pasión cuando lo requería para hacer reaccionar al pequeño, omitiendo tal vez otras partes cuando no deseaba manchar al pequeño loto blanco frente suyo. Cada vez que se acercaba alguna parte donde se viese reflejado el amor en ambos protagonistas le encantaba apreciar la atención con la que era escuchada, al igual que las tiernas reacciones que obtenía al llegar a la cúspide de aquellos momentos. De una forma curiosa también adoraba el como el pequeño se metía tanto en los papeles o en la historia en sí para llegar a entristecerse, a buscar su afecto y calor y abrazarla con convicción, refunfuñando por lo bajo lo injusto o lo tonto que era el chico de sonrisa brillante y la forma tan lamentable que sufrió el joven de túnicas blancas durante aquellos largos trece años.

    Para ser sincera, Jennie se sorprendía del juicio que el pequeño Jimin de sólo seis años poseía ante una historia que ni siquiera estaba adaptada a él, por ello había sido la omisión de partes más fuertes o escenas más explícitas en contenido que se inclinaba hacia lo grotesco o... a algo más adulto.

    Su pecho se inflaba de orgullo cuando, al volver de sus prácticas o lecciones, Jimin contaba con una brillante alegría lo que había aprendido en el día o el movimiento que había logrado con aquellas varas de práctica. Cada día podía notar la pasión que Jimin poseía por continuar aprendiendo, por aprender a ser independiente.

    No dudaba en que se volvería alguien honorable cuando mayor.

    —La melodía flota por los aires, la canción acaba, pero su figura persiste. El clamor se irá, mientras que ambos permanecerán.

    La historia culminó con aquella frase que Jimin tanto reconocía, teniendo en su mente el atisbo de la melodía que reflejara la pasión entre el chico indomable y el estricto pero reservado. Casi podía escuchar el dizi sonar cerca suyo junto al guqin, acompañándose, tocando y transmitiendo palabras e íntimos sentimientos que sólo ellos dos entenderían. A raíz de ello se podía imaginar la larga y hermosa vida que ambos tendrían juntos, eran perfectos juntos, el uno para el otro. El amor era hermoso y el pequeño Jimin estaba enamorado de la idealización que se tenía de ese sentimiento.

    Él esperaba encontrar a su alma gemela, casarse con ella y vivir una vida larga y próspera a su lado.

    —Ojalá algún día encuentre a mi otra mitad. Me casaré con ella y viviremos felices hasta nuestros últimos días.

    La exclamación lo hacía sonar seguro de sí mismo y  efectivamente lo estaba.

    Sí. Lo deseaba con un brillante fervor.

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Reign, Gehenna.
Manada Ambika.
Noviembre de 1712.

Si bien la inocencia ahora se había vuelto ingenuidad, jamás dejó de cautivar a la mayoría.

    ¿Pero qué podía hacer un chiquillo de diez años con una mentalidad así?

    Ciertamente el pueblo donde vivía y que llamaba su hogar era uno hermoso, cálido y armonioso, con la mayoría satisfechos por residir ahí, con carcajadas acompañadas del canto matutino de las aves o incluso la cotidianidad de cómo fluían las cosas. Él estaba satisfecho con eso.

Pero habían dudas, incógnitas que se pintaban de una curiosidad que poco a poco se volvía aplastante.

Cansado, harto y fastidiado de las incógnitas que cada día se le eran planteadas, luchando por encontrar una respuesta a todo y, sobre todo, a su propósito de existir. Siempre mostrando una sonrisa por más que aquellos sentimientos que consideraba negativos le hicieran moverse cuál caminante.

Claro que estaría cansado, después de que sus entrenamientos físicos –que eran más rigurosos y casi despiadados– dieron inicio hacia casi tres años, sus huesos o músculos todavía lidiaban con cada nuevo movimiento. Ni qué decir de su estómago, gruñendo reiteradas veces en busca de algún alimento, aunque fuese pequeño o una simple porción; él admitía que los ayunos eran horribles. Pero sobre todo su cerebro sería el que más estragos recibía, pues al día siguiente no faltaría el dolor de cabeza que era un milagro que nunca haya pasado más allá, hasta ahora. Si bien alguna vez tuvo esa sensación de calor corporal, Jennie le calmó diciéndole que sólo era una fiebre muy ligera; aunque vaya que no se apiadó de él.

Lamentablemente creyó por un tiempo que, a ese paso, lograría controlar sus dones, llevándolos a cabo con la mayor dignidad y responsabilidad que alguna vez hayan visto. Cabía destacar que no fue así.

En un día que había iniciado extraño, desolado y hasta incómodo, siendo que no había sido despertado a su hora matutina normal sino que había despertado cuatro horas tarde. Si bien sintió pánico, la sensación impropia de la extrañeza comenzó.

Había bajado las escaleras con rapidez, comprobando que efectivamente no había nadie y de ello dependía el silencio tan inquieto de aquel día. No había rastros de Jennie ni siquiera en su habitación, en el comedor, en la cocina y ni siquiera en su oficina, donde cuando no había entrenamiento solía pasarse horas encerrada hasta que terminara con la mayor parte de un trabajo que, debido a su ingenuidad e ignorancia no les tomaba la debida importancia. Aquello sólo se le sumaba a la rareza del asunto, volviéndose incómodo; Jennie siempre le avisaría cuando no hubiesen prácticas ni lecciones, despertándole media hora después del alba e informándole: hoy puedes descansar.

Antes de siquiera poner un pie fuera, alisó sus arrugadas ropas, se aseguró de tener las agujetas de sus zapatos bien atados para no quedar en ridículo frente a los demás allá afuera. Nada más salir el ambiente pesado le imposibilitó otorgar una sonrisa sincera, era más tensa, tiesa, como si fuese un intento de un bello adorno en una figura que ya no daba para más; nadie en su pueblo sonreía, no veía a ningún niño jugar entre las calles, todos parecían máquinas a su alrededor, títeres que se movían en medio de una monotonía que turbaba lo que para él era familiar.

En medio de sonrisas falsas y otras mecánicas por fin logró encontrar a alguien que había visto a Jennie, avisándole que la había visto entrar a la sala de reuniones del pueblo junto a un hombre extraño de prendas verdes sosas, ubicada al centro y un poco inclinada al noroeste. Sus pies, tratando de controlar lo agitado de su corazón y el temblor en sus dedos que no era producto de un frívolo día, a pesar del sol alzándose con majestuosidad, se dirigió hasta aquella enorme sala, donde parecía más un laberinto por los miles de pasillos que habían, capaces de perder a un niño despistado como él.

En cuanto pudo toparse con la puerta que, para ayuda de muchos y obviedad de los más familiarizados, era más grande, opaca y con un pomo de puerta dorado el cual traía impreso una flor que ciertamente no reconocía con simpleza debido a lo desgastado que se encontraba, levantó su mano para tocar y avisar de su presencia. El grito frustrado de Jennie lo detuvo abrupta y lamentablemente a tiempo.

—¡Mierda, Xianhe! ¿Haz venido aquí para andarte con rodeos? Sabes perfectamente que la paciencia no es algo que me caracterice sobre todo si eres tú quien viene aquí —la forma en la que el hombre frente suyo evitaba su mirada y continuaba hablando de otros temas que incluso pasaban a lo personal exasperaron a Jennie con gran magnitud que se había forzado a gritar—. Habla de una maldita vez.

Escuchó algo amortiguado dentro de la habitación, tal vez alguna respiración o algún suspiro, pero estuvo consciente de que nadie dentro de la habitación habló por un buen rato, incluso en algún momento Jimin comenzó a contar los segundos de forma descuidada, tamborileando su pierna con su índice y medio.

—No quería que te enteraras así, cuando ya es tarde. Pero ya que así lo deseas, bien —el hombre vaciló por un muy breve instante—. Rose está muerta, Jennie.

Silencio.

—Encontraron su cuerpo en una pequeña ciudad a una hora del pueblo de los Daggers —continuó el hombre, entendiendo la parálisis de la señorita Kim—. Estaban indecisos sobre si era o no de ella, pero en cuanto contactaron con uno de mis socios que se encontraba cerca... era innegable. Definitivamente era Park Chae Young.

La conversación se amortiguó en un intento por no saber más, por no desear saber los detalles de cómo, cuándo o siquiera porqué había sucedido aquello, porqué le habían arrebatado y derrumbado uno de sus pilares. Nublando su audición repitió las palabras en su cabeza una y otra vez, siendo como si alguien las gritara en su oído sin piedad, retumbando y rebotando constantemente dentro suyo, martillando su cabeza, torturándolo y arremetiendo contra él.

Rose estaba muerta. Su madre estaba muerta.

Pobre de aquella pobre criatura. Con el corazón apretujado, con un nudo en la garganta y con gotas derramándose por sus ojos, deslizándose por su mejilla; encerrado en su habitación, se permitió llorar y sufrir al saber que su madre había fallecido, se había ido junto a la esperanza de algún día volverla a ver.

Pobre de su corazón partido.

Desolado, permitió que sus dones se salieran de control, arrasando consigo bastantes vidas, provocando catástrofes que incluso a la fecha aún no poseían nombre, creando miseria y pintando la tierra de todos los colores posibles. El rojo de los volcanes en erupción, el azul de los diluvios y mareas altas o las olas gigantescas, la transparencia y sensación de los fuertes vientos capaces de arrancar de raíz árboles maduros, el moviendo feroz de la tierra a los pies en movimientos salvajemente trepidatorios...

Un suceso que pasó a ser una leyenda andante, alertando a bastantes seres vivos de su existencia, informándoles a otros que él finalmente había llegado y provocando pánico en otros cuantos, odio y repulsión que jamás se vio disimulada en donde aquellos residían.

Y ahora, a siete meses del fatídico día blanco, de despertar y saber que había causado demasiada devastación, de encerrarse y castigarse a sí mismo, continuaba con aquella rutina auto-impuesta, encerrado en su dormitorio, con, si acaso, tres o cuatro comidas a la semana, con horarios irregulares de sueño y con aquel recordatorio constante de ya haber otorgado una respuesta a su duda: Él era un monstruo. Sus manos y mente eran capaces de hacer el mal, de arrebatar vidas y traer la pesadilla a esa realidad.

Ni siquiera pudo protegerse a sí mismo de esa desgracia, ¿de verdad esperaba algún día proteger a su madre? Para empezar, había fallado uno de sus principios de la forma más atroz posible, había dañado y arrebatado vidas a diestra y siniestra, no importaba si hubiese sido meramente consciente de sus acciones o no, lo había hecho y eso era lo que lo hacía sentirse más vulnerable.

Su madre había muerto antes de siquiera conocerlo a él, de saber de sus avances y de sus sueños por encontrarla y abrazarla aunque sea una vez. Ni siquiera pudo sentir su calor una vez, ni oler su aroma o perfume natural, mínimo escuchar su voz.

En algún punto de su reclusión se planteó la posibilidad de morir, de suicidarse pues no había caso continuar con vida. Él continuaba entrenando arduamente, aprendiendo sobre sus dones que no hacían más que crecer y sobre todo a ser capaz de protegerse a sí mismo de forma física por ella, ella era ese impulso que le hacía continuar en pie, sintiendo que cada vez yacía más cerca a ella y a su necesidad de conocerla. Pero ahora ya no había razón para esforzarse, ¿verdad?

Seguramente si salía la gente le temería y se apartaría de él, huirían lejos y se encerrarían en sus casas por temor a ser dañados o a siquiera ser mirados y perjudicados en el acto.

Todavía confiaba en Jennie, siendo ella la única que le visitaba, tocando a su puerta al menos dos veces al día y cuestionándole por necesidades básicas. Ella era lo único que le quedaba, y sólo tal vez era la razón por la cual continuaba aferrándose a que todavía podía existir esperanza de poder recuperar su vida, o mínimo, su sonrisa.

Al menos así lo creyó con firmeza, resignado a no salir, hasta que una noche cualquiera del año y mes que estuviesen –pues ciertamente había perdido la cuenta de la duración de su reclusión– una silueta que se posó al lado de su ventana, con voz inocente y curiosa, habló.

—¿Qué haces aquí encerrado? —su voz era un poco áspera pero jovial y apta para su edad, contando con tres años más que él.

Jimin admitió asustarse en el momento, acurrucándose contra la pared y cubriéndose con las sábanas de su cama, aprovechando el hecho de que esta yacía al otro lado de la habitación. A pesar de tener una cortina densa y opaca, el temor de ser descubierto lo alertó de cierta forma. Se negó a contestar a aquella extraña voz.

Aquella silueta insistió: —¿Quién eres?

Era lógico que su inocencia destacaría, siendo guiado por ella con una ingenua esperanza de curiosidad al descubrir quién o qué yacía dentro de aquella habitación. Nadie le quitaría de la cabeza que había visto a alguien asomarse por esa misma ventana aquella tarde, nadie le haría cambiar de parecer y menos cuando estaba al tanto que la mujer que vivía ahí jamás negó el vivir sola.

A pesar de preguntar lo mismo y no recibir respuesta, esperando hasta el amanecer incluso, juró descubrir lo que había ahí adentro.

A su monótona rutina de despertar, tal vez comer, escribir y dormir, se unió aquella sombra, siempre bajo las penumbras y en la discreción con tal de no llamar la atención de nadie, esperando y esperando hasta el amanecer de ser necesario.

Le asombraba la decisión que tenía aquel invitado, negándose a renunciar y empeñándose en saber sobre él. Cada noche, excepto las que reconocía como la de los fines de semana, la misma silueta se posaba frente a su ventana ayudando por el árbol al lado de su casa, hablándole e insistiendo, incluso contando anécdotas suyas o aventuras de sus día a día. De alguna forma, a través de él podía obtener un poco de conexión con el exterior.

Sin embargo, con aquella conmovedora aura que podía sentir a través de un mísero vidrio dividiéndolos, ahora podía considerándolo en una mejor extensión y profundidad, y sinceramente no sonaba mal tener una compañía.

Aunque, antes de tener asentada su decisión, con el pasar de los días las visitas se volvieron un poco menos constantes, la motivación que en un inicio poseía poco a poco se apagaba, hablando cada vez menos, llegando más tarde de lo debido o retirándose antes de si quiera estar a una hora del alba. En cierta forma el pánico lo impulsó a tomar una decisión precipitada de la que esperaba no arrepentirse.

Aquello lo impulsó una noche, donde después de horas de reflexión consigo mismo y el permitirse el tener a alguien acompañándole, aparte de cierto temor en perder aquella mísera conexión, finalmente contestó.

—S-soy Park Ji-Jimin. —la picazón en la garganta junto al ardor en la zona le acompañó a su hablar.

Hacia mucho tiempo que no había usado ni oído su voz, sólo sus pensamientos y su propia boca acostumbrada a nada más que modular palabras, sin ningún sonido que no fuese corto o más allá de lo expresivo. Se sorprendió de lo ronca y rasposa que salió, no la recordaba así.

Dejando de lado su propia sorpresa, la exclamación ajena proveniente de aquella silueta le calló. Admirando el como por el simple hecho de hablar la energía que le transmitía a través de la ventana le hizo sentir cálido el pecho, como si allí encendieran una llama que ahora flameaba con duda pero reconfortaba.

—Soy Lee Taemin, mucho gusto Jimin-ah.

Quién diría que aquella sería su primer paso a una nueva realidad, una de la que tanto se había estado privando.

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Se sentía glorioso.

Lo cálido del sol golpeando sus brazos al descubierto en pleno día, con sus ojitos entrecerrados al contacto de la potencia de su luz quienes yacían desacostumbrados después de tantos meses de reclusión, la felicidad que exudaba su pueblo pasando de él, siguiendo su día a día con una naturalidad que le cautivaba y le repetía que estaba haciendo lo correcto.

Una mano delgada se posó en su hombro, apretando la zona en un confort silencioso que le hizo enderezarse en la seguridad misma.

—Anda, ve a jugar. —su reconfortante voz femenina la susurró a un noble que sólo él pudo entender.

Después de tanto tiempo finalmente podía volver a salir, respirar el fresco aroma del día combinada con una ligera humedad, ser rodeado por la naturalidad que una vida infantil o tranquila podía otorgar y, sobre todo, poder ser libre de nuevo.

Sus pies se movieron por sí mismos, avanzando hasta poder mezclarse con su gente. Algunos le saludaron alegres, al menos los infantes más pequeños o los adolescentes mayores que él, los adultos le otorgaron sonrisas deslumbrantes, supuso él felices de volverlo a ver. Sus dedos jugaban entre sí, nervioso por volver a recuperar esa vida de la que alguna vez estuvo seguro jamás volvería a experimentar, pero ahí estaba, dando sus primeros pasos hacia la esperanza.

—¡Jimin! —le llamaron con entusiasmo a sus espaldas.

Ni bien se había girado, unos brazos lo apretujaron en un abrazo, pegándolo a un cuerpo que notó más alto que el suyo. Reconoció cierto aroma de tierra mojada, una humedad que se hizo intensa cuando el alfa le rodeó con su aroma. Uno que no reconocía.

—Tranquilo Jimin-ah, soy yo, ¡Jonghyun!

La simple mención de aquel nombre le hizo separarse brevemente para comprobarlo, teniendo una confirmación al distinguir los cabellos blancos de aquel hombre, luciendo tan eufórico y tranquilizador que le emocionó volver a verlo. ¿Y cómo no? Después de todo, según una anécdota de Taemin, los padres de Jonghyun estaban a unos meses de partir para poder entrenar a su hijo como era debido, prepararlo y educarlo para la vida de alfa que ellos deseaban que llevase.

—¡Es bueno verte de nuevo, niño tonto! —le recriminó en una evidente indignación falsa.

Jimin no pudo frenar la carcajada que salió desde el fondo de su garganta, producto de la euforia que acompañaba a esa sensación de libertad. Se sentía animoso. Volvió a aferrarse al torso del chico a quien estaba seguro había crecido ya unos centímetros, dejándole atrás.

—Te extrañé. —la confesión hizo que su cuerpo se estremeciera.

Nunca creería que alguien lo haría, después de todo su última acción había sido causar tragedia. Pero después de esos nueve meses de completo calvario, de un castigo auto-impuesto del cual no hay más que sombras y un abismo profundo como perturbador, encontrándose con la sorpresa de su pueblo vuelto a lo más normal que fue en su momento desde que tiene memoria, con la calma que sólo el viento podía ofrecer y las alegres charlas que entre su gente entablaba. Eran felices y vivían en esa armonía que, justo ahora, supo que extrañó con creces.

Si bien aquel momento fue duro, ahora podía admitir sin temor que su gente lo hacía ser quien era, también eran ese impulso que requería para ser capaz de continuar, de no optar por rendirse e ir al abandono.

Para su día volverse aún mejor, nunca se esperó que otra voz se les uniera, pasando de forma precipitada a su lado y ocultándose detrás del cuerpo más alto que hasta hace unos momentos yacía abrazando como si de ello dependiera su vida. Carcomido por la repentina curiosidad, se asomó por el lado izquierdo de Jonghyun, topándose a cierto chico de mejillas rellenitas y ojos brillantes. De inmediato lo reconoció, jamás osaría a olvidar a su amigo Taemin. El mismo niño le miró y de forma desesperada llevó su dedo a sus labios que indicaba silencio, Jimin dio una afirmativa silenciosa.

Pronto otro más se les unió, se le notaba más delgado pero su ceño fruncido destacaba y junto a la sarta de maldiciones, ciertamente le sorprendieron.

—¡Tú! Maldito cobarde, sal y da la cara.

La presencia de ese otro niño le hizo temblar, aferrándose de nueva cuenta al torso de Junghyun en busca de protección.

—Basta ya de rodeos, chicos. Ya no tenemos seis años para andar correteando por aquí y por allá. —el regaño del alfa mayor tranquilizó a los otros dos chicos.

Taemin salió de detrás de Junghyun, posicionándose a su lado y mirándole con una sonrisa, como si su repentina llegada hace unos instantes jamás hubiese pasado.

—Hasta que finalmente te veo fuera, sin una ventana de por medio. Eres lindo de cerca, niño bonito.

El halago lo hizo sonrojar. Sintió a Junghyun reír ante eso.

—Déjalo en paz, Taemin, halagándolo no lograrás atraparlo como a las hijas del dueño de esa posada —la burla fue evidente en el tono de voz del alfa que le causó un poco de desconfianza—. Mucho gusto, Jimin, soy Choi Minho. Taemin nos ha hablado un montón sobre ti. Pero dime, ¿es verdad que eres su novio?

Aquella fraudulenta pregunta, que más parecía una confesión, hizo parecer un tomate al pequeño rubio, escuchando las carcajadas de Jonghyun y una nueva discusión de Taemin con el nuevo alfa a quien ahora conocía como Minho.

Sin embargo, una sonrisa que se ocultó en las ropas del más alto y detrás de sus mechones que requerían un corte, acompañó a esa cálida sensación familiar de lo correcto, sintiendo que esto estaba bien, ya era momento de cambiar y de darle la bienvenida a un mundo que todavía faltaba por explorar.

—Bienvenido de nuevo, Jimin.

La bienvenida perfecta, sin dudas.

¡Hola! Es un gusto vernos de nuevo.

Nos encontramos con otro capítulo. Que más que continuar, sólo forma parte de una pequeña recopilación sobre la relación de nuestros chicos de Reign (nombre del lugar donde viven, rodeados por esas otras manadas). También tenemos una descripción del "día blanco", un evento que he nombrado así debido a lo poco obvio de los "colores" de varios elementos de la naturaleza, un día en el que sucedieron demasiados sucesos catastróficos a la vez y redujo una buena parte de la población; por supuesto, esto dentro de los estándares de Danger. Un nombre estúpido, sí, tal vez.

Sinceramente no estaba segura de agregar esta parte (esta ida al pasado) aquí, sobre todo porque creí que sería muy conveniente o ustedes podrían tomárselo como "oh, sólo quiere que nos duela más el capítulo anterior". Sin embargo, así es la forma en la que lo he escrito, en caso de alguna publicación a físico (una falsa fantasía) se modificará debidamente. Este es el formato fanfic, por lo que no es perfecto y no espero que lo sea.

El título de este capítulo es precisamente "Rememorar la pérdida" porque no estaba segura que quedaría como un capítulo, o un capítulo ".5". Al final decidí que podría ser los dos, pero para hacer una distinción pues éste tiene el "Quinta causa" dentro del capítulo en sí (mucha palabra capítulo hasta yo me abrumo, lo siento).

Por cierto, el siguiente capítulo irá dedicado a MARI270402. 💕

Nuevamente, muchas gracias no sólo a esta bella personita, sino a todos ustedes que han demostrado su interés por leer esta cagad4 incompleta y con actualizaciones esporádicas, agregarla a sus listas de lectura, recomendarla y comentar. Realmente jamás esperé que ésta obtendría buen recibimiento.

Les deseo un hermoso día, tarde o noche, sea cual sea el horario en el que estén leyendo esto.
Se despide su autora.

YoungMi17ⓒ.

Psd. Siento que el coro, o más específicamente la parte de "¿Cariño, no lo dejarás ir?" Es una indirecta muy directa hacia mí. No, hermana, no voy a dejar ir a mi bebé Aslan, así pasen los meses, no lo voy a superar. 👊🏻💔

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