II. En la noche, la luz son las estrellas
II. En la noche, la luz son las estrellas
Cierra el cierre de su chaqueta gris y se palpa los bolsillos que pronto son atravesados por su mano.
—Joder tío. —Se golpea la frente con el espejo que como reacción, se contonea en la pared.
Siente una mano en su lóbulo izquierdo tratando inútilmente de animarlo—. Ya pasará la mala racha españolete.
Su novia tira de su cuello y continúa hablando susurrando en su oído:
—Mira que pronto nos vamos a graduar y por fin no sabremos más de trabajos tediosos con esos maniáticos que tenemos como profesores.
—Lucia... No sé cómo lo haces.
El sello de silencio hizo su apertura y el rango de visión paso a la parte inferior de sus cuerpos que instintivamente tomaron lugar al cálido toque y eléctrico de sus falanges.
—¡Joder tío, estás helado!
Matias río al oírla emitir esas palabras y sobresaltandola la tomo de sus cachetes atrayéndola involuntariamente a él, ella no se dejo y pronto corrió por los estrechos espacios vacíos de la habitación.
Pasaron horas mirando el techo señalándolo a la vez que contaban anécdotas de jóvenes, de cuando todo era más fácil, no obstante siempre en esa época la soledad era más notable por la poca libertad que recibían, más que todo Lucia que era la hija menor de su familia, y por tanto la consentida que obtenía lo que quería. Pero nunca fue feliz hasta salir de su casa y experimentar que era la vida.
—Sabes bonita. —Paso un dedo por aquella boca tan grande que siempre le sacaba sonrisas cuando la pintaba de rojo, sí, la maquilla él—. Eres como un ángel ahora, aunque siempre lo has sido, siempre...
Entrecerraron sus ojos mientras que sus manos buscaban el cuerpo del otro como un juego magnético.
—¡Matías, a la puerta!
—Joder...
Su novia soltó una risa, no era la primera vez que le hacían pasar vergüenza a él cuando estaba a punto de besarla, porque ni siquiera la ha besado.
—Españolete, espérame. —Arrodillada se puso en pose dominante y como si fuera pirata señalo a bajo—. ¡Vamos por el tesoro!
Le hizo a un lado corriendo a toda velocidad, por las escaleras y cuando creía que lo había perdido, sintió de golpe la pared. Borro su sonrisa.
—Te dije que como tú señorita perfecta tengo que dormir —musito cerca de su rostro Alfred, el vecino de su pareja. Pronto vio arriba bajando con sumo cuidado Matías para que Alfred no lo notara, en contraste al volver la vista a su opresor, recibió en contacto tibio de las manos de él tirar de ella con rabia—. ¡Cuida a tu novia, no querrás que le pase algo por torpe —escupió en su odio—: y estúpida.
Lucia se quedo congelada, viéndolo marchar, esta vez vestía su traje rutinario negro con su corbata rosada de costumbre. Prefirió una vez por todas mantener la cordura por lo menos en esa casa y ese día, no quería meter en líos a su novio.
—¿Estás bien? —Contesto ignorándolo para caminar abrasada a sí misma con un "estoy bien" moviendo su cabeza en modo de aceptación.
Caminaron por el angosto pasillo que estaba retocado de un verde neón sus paredes blancas, el suele pisado era baldosa blanca y la puerta que se hallaba tan cerca reflejaba una silueta alta y menuda que se ocultaba seguramente en un sobretodo que pronto sería revelado.
—Yo abro la puerta Matías. —Se apresuro a adelantarse para quitar el seguro con las llaves y tan pronto como lo hizo fue tomada de la mano por una mujer.
Señala con un arma al chico.
—Espero que te gusten las sorpresas —dice la mujer cubierta de un gabán blanco.
El cambio en su respiración se hizo notable.
—¿Mamá?
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