I. Como tan pronto amanece, oscurece
I: Como tan pronto amanece, oscurece
Se contuvo para no recitar ruido alguno de lo más profundo de su tráquea, a sabiendas que por mucho que su voluntad persistiera no podría con los constantes azotes del aire empolvado impulsados por la puerta entrecerrada, trato inútilmente de aferrarse a su estomago con sus manos, con tanta fuerza que se lastimaba de sobremanera, el dolor se le hacía tan fuerte que comenzó a salir con sólo un brazo. Pero paro, un sonido profundo entro en la estancia obligándola a introducirse de nuevo a ese abismo de dolor con cada movimiento.
—¡Comandante! —Golpeo su frente con el suelo, dejando caer gotas de sudor frio que le producía una constante inquietud y el dolor acojonante que la obligo a tapar su boca. Escucho.
—¿Algún problema a las...? —Se quejo entre dientes con la presión causada en su espalda al hallarse debajo de la cama de su comandante—. Las tres de la madrugada con treinta minutos.
—Cero tres, doble cero horas, señor.
—Habla ahora.
—Hay presencia enemiga presente a dos kilómetros de distancia, y avanzando a pasos largos.
Su tórax paro de trabajar al oír la información, y con suma lentitud saco un cuchillo de supervivencia de la casa Aitor Desert King de su funda, los músculos se tensaron al sentir más la presión en su vientre, por unos cortos segundos sintió que no toleraría más.
—Avisa a absolutamente a todos, y quiero que Canina se halle en vigilancia, no voy a permitir que se le ocurra otro desacato a su mando. ¡Muévete!
—¡Sí señor!
Mantuvo la cordura a su límite, a la vez que movía cada articulación saliendo de bajo de la cama al tiempo que su comandante tomaba parte de su cabello canoso con esas cascadas débiles que sólo llegaban a la mitad de su cuello, y con un fácil movimiento lo ató en una cola baja mientras recogía un machete del suelo, se movió más rápido al escuchar el eco de metales crujir en medio de la noche, metió la cabeza de nuevo al salir de su morada tratando de revisar que todo se mantuviera en su lugar, y de ese modo se marcho sintiendo una corazonada de volver y no mirar hacia atrás.
Hace mucho Daniels se hubiera ido olvidando todas las vidas a su cargo, hace mucho después de ver a su madrina atrapada en el coche donde ambos se hallaban. Hace mucho lo hubiera hecho... sin más es pasado y ahora corría con el propósito de no padecer ante la inminente guerra que se cernía ante su grupo. Y para peor de males él era el culpable de todo, de la sangre caer de los cuerpos en batalla, de los gritos procedentes de los secuestrados pidiendo clemencia para escapar del infierno que se les venía siendo inocentes de cualquier acto impuro.
El campo de batalla se cubría cada vez de cenizas, todo ardía y pocos salían de batalla para refugiarse.
Ella emanaba con fuerza sudor de su frente, resoplo y estiraba sus dedos para de una estocada terminar de salir de su escondite, sin medir que a solo dos pasos se encontraba trozos de vidrio que deambulaban postrados en el suelo de tierra, por sólo poco y su escondite deja de serlo.
Una vez fuera, dio un pequeño respingo al enterrársele uno de los postrados en batalla entre sus dedos medios del pie, dio unos pasos sigilosos hasta lograr salir por la puerta delantera cubierta totalmente con una camioneta Toyota 4x4, que con pesadez subió al instante con la ayuda de una mano que la tomo con fuerza.
Se introdujo asegurándose su cinturón. Y cuando su temor aumentaba Albalgamar tomo su mano diciéndole:
—Ya nunca volveremos aquí Canina, te lo prometo por... —Cerró la puerta para encender la camioneta dejando un rastro de polvo a su corto paso—. Tú hijo.
Miro hacia atrás, viendo como dejaba todo: su pasado, su vida y su miedo.
—Sabes, ya quiero poder llegar y arreglar todo. —Le sonrió tomándolo con una mano su rostro—. Ha pasado mucho tiempo y todavía estás para mí, mi esposo estría orgulloso.
Los ojos de él, rasgados y con esa oscuridad le mostraron una sonrisa dentro de ellos, la de ella siendo reflejada.
—Se que lo estará.
—Lo está Gamar, lo está. —Quito su mano de él, tomando su vientre caliente y soltando un quejido al tocarlo— ¡Gamar!
Las lagrimas le recubrieron la vista que desconsolada no pudo tolerar más el tacto a su vientre y miro la nada escuchando el bombardeo en el campamento junto con las camionetas de los pocos que pudieron salir a tiempo. Escucho todo pero a la vez nada, e ignoro a Gamar buscando una ruta lisa de la selva para poder calmar la cortada prominente de su vientre de tres meses de gestación, la cortada producida por algún objeto cortopunzante que debía hallarse con ella bajo la cama, eso explicaría el dolor tan inexplicable para ella antes. Dejo derramar otra lágrima.
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