Capítulo 7
Capítulo 7
—La búsqueda se ha reiniciado: tenemos indicios de que el Capitán puede encontrarse en el sector Amathista. Hemos transmitido la información a nuestros especialistas y están procesándola en busca de algún rastro al que seguir, por lo que es probable que en unos días nos pongamos en camino. Como ya anunciamos, señor Dahl, la visita iba a ser breve.
El maestro Gorren acabó su exposición con una provocadora sonrisa. La luz del atardecer le iluminaba el rostro ahora marcado por la presencia de un ojo artificial. La expedición a K-12 le había arrebatado mucho, desde la vida de su mejor amigo a parte de su propio físico, y aún arrastraba las secuelas.
Se encontraban en uno de los salones de la residencia de Florian Dahl. La sala estaba llena de miembros de ambas divisiones que no cesaban de intercambiar miradas de advertencia y guiños. Ana, sentada junto a su abuelo por obligación, los observaba a todos en silencio, sorprendida por la tensión reinante. Más que nunca se notaba la rivalidad entre las divisiones.
Florian Dahl observó a Gorren con fijeza, sumido en sus pensamientos. Tras él, sus nietos Megan y Liam, David Havelock y el resto de los presentes se mantenían en silencio, a la espera.
Pasaron un par de minutos.
—Así es —admitió Florian al fin—. La visita ha sido breve y lo agradezco. Confío en que su partida será tan silenciosa como su llegada: Raylee es un lugar tranquilo.
—Lo será, desde luego. Nuestro objetivo no era el de molestar ni incomodar a nadie, lo sabe —respondió Gorren—. Pero existe cierto inconveniente por el que me encuentro hoy aquí. De no haber habido ningún contratiempo habría partido sin más, sin causar alboroto alguno. No obstante, la localización del sector Amathista es problemática. Como habrá podido ver, somos bastantes los agentes de la M.A.M.B.A. aquí presentes. Contamos con muchos más, desde luego, pero se encuentran muy lejos de aquí: demasiado. Tardarían meses en alcanzarnos. Es por ello que, teniendo en cuenta los indicios, acudimos a usted en busca de apoyo. El Capitán no es enemigo solo de la M.A.M.B.A., sino de toda Mandrágora. Debemos detenerle cueste lo que cueste.
—Si realmente es un enemigo de la organización, ¿por qué no ha sido declarado como tal? —preguntó David Havelock alzando el tono de voz—. Aunque conozco perfectamente las capacidades del Capitán y de sus hombres, pues yo mismo las viví en Ariangard, no nos encontramos ante un objetivo global. Mandrágora no se ha posicionado al respecto, maestro Gorren, así que no puede ser considerado un enemigo público. Este problema, por desgracia, es únicamente suyo.
Ana volvió la mirada hacia David, escandalizada ante tal atrevimiento, pero no dijo nada. Sabía que no debía intervenir. Aunque estuviese allí presente al igual que muchos otros agentes, tan solo aquellos que ostentaban mayor rango y los maestros podían participar en la reunión. El resto, entre ellos la propia Ana, Elim, Tiamat o los tres hermanos menores Dewinter, tan solo eran oyentes.
Apretó los puños bajo la mesa, furiosa. Aunque podía llegar a entender la posición de Havelock, le dolía que le estuviese dando la espalda de aquel modo.
Al otro extremo de la estancia, Veryn y Philip Gorren intercambiaron una rápida mirada cargada de complicidad. Al parecer habían esperado aquella respuesta.
—Me sorprende esa respuesta por tu parte, David —exclamó el maestro Gorren con cierta reticencia—. Creía que el haber luchado juntos en K-12 te habría abierto un poco los ojos.
—No voy a negar la evidencia, maestro —respondió el aludido—. El Capitán es un problema, una amenaza a tener muy en cuenta: todos somos conscientes de ello. Sin embargo, hay que ser realistas. Mandrágora tiene demasiados enemigos con los que lidiar como para permitirnos el colaborar con vuestra causa.
—¡¡Cobardes!! —gritó de repente Orwayn, logrando con su atrevimiento tensar aún más los ánimos—. ¿¡Con que enemigo os enfrentáis vosotros salvo con vuestro mismo miedo!? ¡Sois unos...!
—¡¡Orwayn!! —reprendió el "Conde". Veryn se giró hacia su hermano, furibundo, y le amonestó con la mirada—. ¡Silencio!
Hubo un estallido de murmullos en la sala que rápidamente fue aumentando de volumen hasta convertirse en una fuerte discusión entre ambos bandos. En medio de nuevo, Ana contempló con estupefacción como unos y otros se acusaban de cobardía y prepotencia mutuamente.
El griterío se alargó durante casi dos minutos, tiempo en el que se escucharon todo tipo de improperios, amenazas y advertencias.
—¡Basta! —gritó Florian Dahl a los suyos, poniéndose en pie—. ¡Basta he dicho! ¡La A.T.E.R.I.S. no responde a provocaciones!
—¡Ese es el gran problema, la A.T.E.R.I.S. no responde a nada! —insistió Orwayn, incorporándose también—. ¿¡Hasta cuando vais a permanecer ocultos en esta isla!? ¡¡No podéis darle la espalda a la realidad eternamente!!
—¿¡Qué demonios te he dicho!? —le reprendió Veryn—. ¡Maldito seas, Orwayn! ¡Lárgate de aquí! ¡Te quiero fuera ahora mismo!
Veryn empujó a su hermano, tratando así de que abandonase la sala, pero no lo consiguió. Lejos de obedecerle, Orwayn bordeó la mesa hasta alcanzar la silla donde se encontraba Ana. Se detuvo a su lado y señaló a Dahl con el dedo, amenazador.
—¿¡Vas a permitirlo!? —gritó el joven, volviendo la mirada hacia su hermano mayor. A continuación fijó la vista en Dahl, que le observaba en silencio con cierta inquietud—. ¡¡Mandrágora no necesita cobardes entre sus filas!! ¡Maldito seas tú y toda tu familia, Florian Dahl! ¡Que Taz-Gerr os maldiga! ¿Acudimos a vosotros a por ayuda y nos dais la espalda? ¡Debería daros vergüenza! Y tú...
Orwayn desvió el dedo hacia Havelock, dispuesto a seguir con su retahíla de insultos y maldiciones, pero algo le detuvo. Armin le cubrió la boca con una mano y le cruzó el pecho con el brazo, con rapidez. Acto seguido, sin darle tiempo a reaccionar, lo arrastró fuera de la sala, llevándose consigo sus maldiciones, pataleos y forcejeos.
Cat cerró la puerta.
Se hizo un tenso silencio en la sala. Ana volvió la mirada hacia atrás, hacia Havelock, y apoyó la mano sobre la suya. El Rey Sin Planeta temblaba de impotencia, furibundo ante lo ocurrido.
—Tranquilo... —murmuró Ana, tratando de sonar lo más apaciguadora posible—. Siento lo que ha pasado.
—Tú no debes sentir nada, Ana —exclamó Veryn. El hombre se llevó la mano al pecho, a la altura del corazón, y bajó la mirada—. Lo lamento, caballeros. A mi hermano le pierden las formas. —Se puso en pie—. Como ya hemos dicho: necesitamos su ayuda. Sabemos que el Capitán no es considerado una amenaza global, pero todos los aquí presentes somos plenamente conscientes de lo que comporta su mera existencia. Cualquier lugar, incluido éste, podría sufrir el mismo destino que el sistema Scatha.
—Egglatur está preparado para un posible ataque —aseguró Megan Dahl, posicionándose junto a su abuelo—. No tememos al Capitán, Veryn Dewinter. Ni a él ni a la M.A.M.B.A. Nuestra decisión al respecto es clara: no vamos a intervenir. Ahora, si son tan amables, les agradeceríamos que abandonasen cuanto antes el planeta.
—¿Es esa su decisión final, Florian? —preguntó el maestro Gorren—. Después de todo lo que hemos expuesto y todo lo que sabe, ¿es esa la respuesta de la A.T.E.R.I.S.?
Todas las miradas se centraron en el anciano. Florian se mantenía en silencio, pensativo, seguramente sumido en sus pensamientos, al margen de las peticiones implícitas en los rostros de los suyos. Después de lo ocurrido, necesitaba pensar, necesitaba un poco más de tiempo para poder tomar la decisión adecuada, y así se lo hizo saber.
El hombre se puso en pie, logrando con aquel simple gesto que todos sus hombres, al unísono, le imitasen. Al otro lado de la sala, los agentes de la M.A.M.B.A., Cat y Tiamat también se incorporaron.
—Necesito un tiempo para meditar la respuesta adecuada, maestros. ¿Podréis esperar? Sé que ansiáis partir cuanto antes, pero si lo que queréis es nuestro apoyo, podréis esperar al menos unos días para que decida.
—No podemos esperar eternamente, Florian —advirtió Veryn—. El enemigo se mueve con rapidez. La decisión es fácil: un sí o un no, no queremos otra cosa.
Gorren apoyó la mano sobre el hombro de Dewinter y lo presionó con suavidad, de modo paternal. Sorprendido, el hombre volvió la mirada hacia él, en busca de una respuesta, pero el maestro no se la ofreció. Llegado a aquel punto, la decisión ya no estaba en sus manos.
—Podremos esperar —corrigió Gorren en tono apaciguador—. Tres días será un tiempo más que suficiente para que todos pensemos en lo que está ocurriendo, ¿le parece bien, Florian?
Cerraron el acuerdo con un apretón de manos. Philip y Florian intercambiaron unos susurros inaudibles, bajo la atenta mirada de todos los presentes, y dieron por finalizada la reunión.
Aguardaron a que todos los agentes de Gorren y Dewinter abandonasen la sala. Una vez a solas, toda la atención se volvió hacia el líder de los Dahl.
Megan y David parecían perplejos.
—¡Pero abuelo! —exclamó la mujer, adelantándose—. ¡No hay nada que pensar! ¡Esa gente...! ¡Esa gente no merece nada! Después de lo que han dicho...
—Conozco al enemigo, Florian —intervino Havelock, ignorando las palabras de Megan—. Me enfrenté a parte de él en K-12, y no es una batalla que se pueda vencer. Se lanzan a una muerte segura: el Capitán acabará con todos ellos.
—Eso no tiene por qué ser así —puntualizó Ana—. Yo también me he enfrentado a ellos y he podido vencer a uno de sus Pasajeros. Además, el Capitán está más debilitado que nunca. Si nos unimos contra él...
—¿Unirnos? —Megan dejó escapar una agria carcajada—. ¡Al infierno con ellos! ¡No les debemos nada! Al contrario: ¡esos tipos ya han hecho suficiente daño a la A.T.E.R.I.S.! Abuelo, por favor, no hay nada que pensar: ¡expulsémoslos de la isla cuanto antes!
Antes de que ella y Ana pudiesen empezar a discutir, Florian alzó la mano en petición de silencio. El anciano era plenamente consciente de las opiniones de todos los presentes, incluidas las de sus dos nietas, y no necesitaba volver a escucharlas.
Empezaba a dolerle la cabeza.
—Yo tomaré la decisión —dijo al fin, dando por finalizada la discusión con aquellas palabras—. Me han dado de plazo tres días, así que dadme un poco de tiempo. Necesito pensar. Aunque la rivalidad entre nosotros sea más evidente que nunca, no podemos negarles la ayuda sin más. La Serpiente no lo aprobaría. Aprovechemos este tiempo para reflexionar un poco: creo que nos irá bien a todos. Hasta entonces, no quiero que os mezcléis ni que molestéis a los agentes de la M.A.M.B.A., son mis invitados: ¿queda claro?
Megan abandonó la sala con rapidez, furibunda ante la respuesta. Tras ella, su hermano y el resto de miembros de la división fueron saliendo uno tras otro hasta dejar a Florian con Havelock y Ana. El Rey Sin Planeta, confuso ante la determinación de su superior, hizo ademán de quedarse, ansioso por poder reconducir la situación con el anciano, pero éste no se lo permitió. Aguardó pacientemente a que pasasen unos segundos y, tras ver que David no abandonaba la estancia, le invitó a salir educadamente. Más tarde hablaría con él.
A Ana, en cambio, no la dejó salir. El anciano cerró la puerta tras David, asegurándose así de que la joven se quedase dentro, y se quedó de pie frente a ésta, observándola en silencio. Ella, un tanto sorprendida por la reacción, simplemente volvió a tomar asiento en su silla, a la espera.
Empezaba a conocer lo suficiente a su abuelo como para saber que, después de lo ocurrido, había algo que le preocupaba.
Florian no tardó más que unos segundos en tomar asiento frente a ella, en la silla que anteriormente había ocupado Havelock. Extendió las manos sobre las rodillas para que ella se las cogiese y las apretó con suavidad. Una de las cosas que más le gustaba de ellas era lo pequeñas y cuidadas que se veían en comparación a las suyas. Detalles como aquél evidenciaban que Ana, incluso después de todo lo vivido en los últimos años, seguía siendo una princesa.
Su princesa.
—No haga caso a Orwayn, abuelo —dijo Ana en apenas un susurro, rompiendo así el silencio—. Pierde las formas con rapidez pero no es un mal hombre.
—Soy consciente de ello —admitió Florian—. Conozco al clan Dewinter en profundidad, querida. Aunque hace ya mucho de ello, en otros tiempos viví en Sighrith, ¿recuerdas? —Una sonrisa triste se dibujó en sus labios—. Por aquel entonces, con tu madre aún con vida, todo era diferente. Ambos pertenecíamos a la M.A.M.B.A. y conocíamos a Ylva y Anders Dewinter, los padres de los muchachos. Ella era encantadora, pura garra y fuerza, pero con un gran corazón, pero él... —El anciano negó con la cabeza suavemente—. Con su reacción. Orwayn me ha recordado mucho a él, te lo aseguro. Anders era un huracán de energía, rabia y odio desenfrenado que arrasaba con todo cuanto encontraba en su camino.
—Conozco a ese hombre —respondió ella con amargura. Tan solo necesitaba cerrar los ojos para regresar al día en el que le había conocido. Jamás olvidaría su mirada—. Y Orwayn quizás se parezca a él en las formas, pero el fondo es diferente, abuelo. Él sí que es una mala persona.
Florian le apretó las manos con suavidad. Aunque le sorprendía la contundencia de su afirmación, y más teniendo en cuenta el alto estima que los hijos de Anders parecían tener por ella, era innegable que resultaba complicado apreciar al líder de los Dewinter.
—Ana, deseas ir con ellos, ¿verdad? Sé que esto, en gran parte, es por ti. Desconozco qué es lo que os une, pero es evidente.
La joven asintió con vehemencia, dejándose llevar por un arrebato de sinceridad. Aunque había estado muy a gusto allí, en compañía de sus primos y su abuelo, su lugar no era aquél, y ambos lo sabían. Por muy idílica que fuese la isla, Ana aún tenía demasiadas cosas por hacer como para plantearse el instalarse allí.
—El Capitán debe pagar por lo que me ha hecho, abuelo.
—El Capitán debe pagar... —repitió el anciano—. Te mueve la venganza, lo entiendo. Ese ser te ha arrebatado mucho, incluido a tu padre y a tu hermano: tu vida entera... al igual que a mí me arrebataron la mía hace ya mucho tiempo. —Florian negó suavemente con la cabeza—. Cuando el Reino acabó con tu madre me cegó la rabia y la venganza tanto como a ti, Ana, con la gran diferencia de que a mí la M.A.M.B.A. me dio la espalda.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Ana al escuchar aquellas palabras. Se movió incómoda en la silla.
—¿Te dio la espalda...?
—Yo quería perseguir a los asesinos de tu madre tanto como ahora tú deseas perseguir al Capitán, te lo aseguro. Lo ansiaba con todas mis fuerzas, y así se lo hice saber al consejo. Lamentablemente, ellos rechazaron mi petición: lo consideraban demasiado arriesgado. Enfrentarse al Reino en un ataque directo como el que yo pretendía hacer por la muerte de una simple agente no era viable, y así me lo hicieron saber. El propio Anders Dewinter se encargó de comunicármelo. Así pues, te aseguro que sé lo que sientes... y sé de quién deseas rodearte.
Ana se puso en pie, repentinamente incómoda. Recorrió la sala con paso firme, sin saber exactamente hacia dónde se dirigía, hasta alcanzar una de las ventanas. La abrió y apoyó las manos en el alféizar. Sacó la cabeza fuera: necesitaba un poco de aire. Cerró los ojos. Aunque a lo largo de todo aquel tiempo había intentado borrar de su mente a Anders Dewinter y todo el daño que le había hecho, era complicado no dejarse llevar por los sentimientos.
Apretó los puños con fuerza.
—Ese hombre...
—Ese hombre cumple con su deber —interrumpió Florian. El anciano se puso en pie y se acercó a ella con paso lento—. En aquel entonces lo hacía, aunque no pudiese entenderlo, y ahora mismo también lo hace. Todo por la causa: lo sabes. La M.A.M.B.A. y la A.T.E.R.I.S. son divisiones muy diferentes, Ana. No puedo culparles por su comportamiento, pero tampoco pueden obligarme a actuar como ellos desean. Para mí vosotros sois mi vida: mi familia. Ellos tienen otras prioridades.
—Pero ahora sus prioridades y las mías coinciden —murmuró Ana, volviendo la vista atrás, hacia Florian—. Ambos queremos el mismo objetivo.
—Eso parece, ¿pero hasta cuándo? Ana, aún eres tan joven... necesito que recapacites. Sé que tus sentimientos te llevan ahora a los brazos de la venganza, pero debes saber ver más allá. Sé qué clase de ser es el Capitán y no podéis vencerle. Y no solo eso, en caso de que lo consiguieseis, ¿qué sería de ti después? Aunque quisieras no podrías seguir su ritmo: no podrías unirte a ellos cuando, en el fondo, piensas de otra forma. Sé que ahora no lo entiendes, que estás obcecada, pero necesito que lo pienses fríamente. Aquí tienes a tu familia, un lugar seguro en el que vivir, personas que te quieren, que cuidan de ti... y si lo quisieras, estoy seguro de que también encontrarías a alguien que podría ocupar tu corazón. Ese muchacho, Leigh, cuidaremos de él hasta que despierte, te lo aseguro. —Florian apoyó la mano sobre su hombro y lo apretó con suavidad—. No quiero perderte, Ana... y antes de rechazar su petición necesito que entiendas que lo hago por tu propio bien.
El brillo de las coloridas luces de los carteles iluminaba la noche.
Vestida con un sencillo vestido blanco y unas sandalias, Ana paseaba por las calles de Tiberias en solitario, en busca de un lugar en el que poder relajarse y pensar. Hacía horas que había dejado a su abuelo y al resto de su familia en la residencia, discutiendo los unos con los otros sobre su futuro, pero desde entonces aún no había podido dejar de pensar en lo ocurrido. Por mucho que intentaba olvidar, las palabras del anciano regresaban a su memoria tiñendo de sombras todo a su paso.
Ana se sentía confusa. A pesar de que hasta entonces había tenido muy clara su posición al respecto, la joven no podía evitar preguntarse si su abuelo no tendría razón. Florian Dahl había vivido una situación parecida a la suya, y aunque durante mucho tiempo había dejado que el odio le devorase, había logrado recuperarse y darle sentido a su vida.
Se preguntó si ella podría seguir sus pasos.
Mientras paseaba, las preguntas y las dudas iban y venían intermitentemente. La joven intentaba desviar el tema concentrándose en los nombres de los locales frente a los que paseaba, escuchando las conversaciones de los viandantes e, incluso, parando a tomar alguna que otra copa en los bares, pero ni tan siquiera así lo lograba. Aquella noche, muy a su pesar, sería víctima de sus más temibles pensamientos.
Alcanzada la media noche Ana se detuvo frente a un puesto de bebidas ambulante para tomarse una copa de color verde cuyo sabor azucarado rápidamente despertó su sed. La joven pagó la bebida, repitió un par de veces y, algo más achispada, se despidió del vendedor con una sonrisa estúpida cruzándole los labios.
Unos metros más adelante, dejándose llevar por la música que salía del interior de uno de los locales, se puso en la cola y entró en el establecimiento con la sensación de que los pies empezaban a moverse solos. Una vez dentro, perdida entre los focos, las luces y el ambiente, se puso a bailar en la pista, rodeada de decenas de personas que, totalmente desinhibidas, disfrutaban de la noche como si fuese la última.
El tiempo empezó a transcurrir con rapidez. Ana iba y venía de la pista a la barra tranquilamente, disfrutando del ambiente, aunque incapaz de desterrar del todo su mal estar. Incluso con la cabeza embotada por la bebida y la música, la voz de los recuerdos le susurraba al oído, ansiosa por hacerse escuchar. Por suerte, con cada segundo que pasaba, Ana la oía cada vez más débil...
—Eh, ¿te conozco? —escuchó que le preguntaba alguien.
Ana giró sobre sí misma y encontró ante ella a un joven con cresta cuyo rostro le resultaba vagamente familiar. El muchacho, de unos veinte o veintidós años de edad, vestía totalmente de negro y llevaba los brazos al descubierto cuidadosamente marcados con grandes tatuajes verdes que brillaban en la oscuridad.
Le dedicó una bonita sonrisa totalmente blanca.
—¡Sabía que te conocía! Tú eres Ana, la prima de Liam —exclamó el joven—. Soy Rob Taylor, de la "Reina", piloto de la II. Nos conocimos en Duskwall hace unos meses.
Ana le lanzó un rápido vistazo de arriba abajo, logrando así que al fin el recuerdo del joven acudiese a su memoria. Sin el uniforme, las gafas y ataviado con aquellas ropas y aquel peculiar peinado resultaba francamente difícil reconocerle.
Sonrió con complicidad.
—De paisano no hay quien te conozca. ¿No trabajas mañana?
—La jefa nos ha dado el día libre. Está tan cabreada que...
Un fuerte empujón por la espalda la hizo caer sobre el joven. Ana chocó contra él, y aunque Rob intentó sujetarla, la violencia del golpe fue tal que acabó estrellándose contra el suelo. Lanzó un aullido de dolor al sentir un latigazo de dolor en el costado y en la mejilla. Cerró los ojos instintivamente, a la defensiva, y no volvió a abrirlos hasta sentir los brazos del joven tratando de levantarla.
Empezaron a escucharse gritos.
—¡¡Cuidado!! —exclamó Rob.
El piloto la alzó prácticamente en vilo y la llevó hasta la barra, lugar en el que habían empezado a arremolinarse muchos de los presentes. Descubrieron que el centro de la pista se había llenado de alboroto, gritos y golpes.
Una pelea.
—Demonios, ¿estás bien? Tienes un poco de sangre...
La repentina aparición en escena de varios miembros de seguridad dejó la frase a medias. Ana buscó con la mirada a los culpables, aún demasiado dolorida como para poder pensar con claridad. Quería devolverles el golpe. Por desgracia, había demasiada gente por medio como para ver nada. Ana buscó con la mirada, sin éxito, hasta que pocos segundos después, tras un fuerte forcejeo, los agentes arrastraron fuera a los causantes de la pelea.
La pista no tardó más que unos instantes en volver a llenarse.
—Ana, ¿estás bien? —Rob apoyó la mano sobre su antebrazo para captar su atención—. Tienes bastante sangre... ¿quieres que te lleve al centro médico?
Confundida ante su pregunta, la joven se llevó la mano a la sien y comprobó que estaba sangrando. Al parecer, al caer se había hecho una brecha. Cogió un par de servilletas de la barra y se las llevó a la herida, sintiendo el lateral de la cara palpitar con fuerza.
Empezaba a dolerle la cabeza.
—¿Ana...?
—No, no, estoy bien —respondió finalmente. Dedicó una fugaz sonrisa sin humor al piloto y alzó la mano a modo de despedida—. Gracias de todos modos, me voy ya.
—Si quieres te puedo acercar a...
Ana abandonó el establecimiento con paso rápido, empezando a marearse. Recorrió la calle con la mano aferrada a la herida, tratando de contener la sangre, y no se detuvo hasta alcanzar un callejón lateral vacío donde alejarse de las miradas de los curiosos. Una vez allí se adentró unos metros y se dejó caer en el suelo. Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared, indispuesta.
Todo empezó a darle vueltas.
Poco después, el retumbar de varios gemidos de dolor captó su atención. Ana abrió los ojos, aún algo confusa, y se incorporó. Unos metros por delante, sumidos en la oscuridad casi total, un par de figuras intercambiaban golpes ferozmente.
Dibujó una sonrisa cargada de malicia.
Arrinconando en lo más profundo de su mente el dolor de cabeza y el mareo, Ana se acercó a las figuras con paso rápido, dispuesta a ajustar cuentas. Si aquellos dos eran los culpables de su caída, se lo haría pagar caro. Muy caro.
Desenfundó la pistola.
—Eh... ¡eh! ¡Vosotros dos...!
Ambos volvieron la mirada hacia ella, sorprendidos por la interrupción, pero tan solo uno de ellos se quedó quieto. El más alto, perplejo ante la aparición del arma y demasiado malherido como para seguir combatiendo, aprovechó la ocasión para hundirse en el callejón y perderse por uno de los laterales.
El otro maldijo su suerte.
—¡Maldita seas! —exclamó adelantándose unos pasos—. ¡Ese perro se ha escapado por tu culpa!
Ana hizo ademán de alzar el arma, pero la bajó al instante al reconocer al agresor. Entrecerró los ojos, maldiciendo su suerte y, sintiendo de nuevo el mareo y la herida palpitar, se llevó la mano a la cabeza, allí donde la sangre seguía manando copiosamente.
Empezaron a temblarle las piernas.
—Eh, eh. —Orwayn la cogió de la cintura antes incluso de que Ana fuese consciente de que estaba a punto de desplomarse al suelo. La sujetó firmemente contra él, sorprendido tanto por su aparición como por su estado, y acercó la mano a la herida de la cabeza—. Maldita sea, Larks, estás sangrando como un cerdo. ¿Qué te ha pasado?
Orwayn la cogió en brazos con facilidad, como si de una niña se tratase, y la llevó hasta un banco situado no muy lejos de allí, fuera del callejón. La depositó sin delicadeza alguna bajo la atenta mirada de varios curiosos que rondaban la zona y extrajo del bolsillo un pañuelo.
Lo presionó contra la herida.
A la luz de la luna, Ana pudo ver varias manchas de sangre en las ropas del pequeño de los Dewinter, aunque no golpes ni cortes. Al parecer, el otro joven se había llevado la peor parte del combate.
—¿De dónde sales? —preguntó Orwayn con el ceño fruncido. Se le ensombreció la mirada—. ¿Quién demonios te ha hecho esto?
—Tú, maldito idiota. —Ana le apartó la mano de una suave palmada en el antebrazo y siguió presionando el pañuelo por sí misma—. Tú eras el de la pelea en el local de ahí al lado, ¿verdad?
—¿Yo?
—¡Me has tirado al suelo!
Orwayn se encogió de hombros, incapaz de contener la carcajada. El joven tomó asiento a su lado en el banco y le palmeó la rodilla con brusquedad, todo energía. Por su expresión nerviosa y la velocidad a la que respiraba, Orwayn aún seguía notablemente agitado por la pelea.
—Esta maldita ciudad apesta: solo hay cobardes y nenazas. En Ophilia está prohibido parar las peleas, ¿sabes? Una vez empieza un combate solo puede acabar con la muerte de uno de los participantes. —Chasqueó la lengua—. Ése sí que es un buen sitio en el que divertirte una noche, y no esta mierda de...
—Orwayn...
—¿¡Qué!?
Ana puso los ojos en blanco. Hablar con Orwayn cuando se encontraba en aquel estado de alteración era realmente complicado, y más con aquel incipiente dolor de cabeza atenazándole los músculos.
Empezaba a arrepentirse de haber salido de la residencia.
—¿No deberías estar en la nave con el resto de tus hermanos? —preguntó en apenas un susurro—. Después de lo que ha pasado hoy no creo que sea lo más conveniente que andes suelto por la ciudad, y mucho menos provocando peleas...
—¿Después de lo que ha pasado? ¿Te refieres a lo de la reunión? —Orwayn se encogió de hombros—. ¡Qué tontería! Alguien tenía que decirles la verdad a esos pretenciosos. No sé qué esperaban, ¿que les chupásemos el culo? Al infierno con ellos: deberían besar por donde pisamos.
—Así no solucionas nada.
—¿Acaso crees que lo pretendo? —Cruzó los brazos tras la nuca y estiró las piernas—. Lo único que me interesa de este maldito sitio es poder irme cuanto antes. No te lo tomes a mal, Larks, pero los Dahl son repugn...
—Cállate.
Orwayn alzó las cejas, sorprendido ante la interrupción, pero obedeció. Los temas de familia siempre eran un poco espinosos. Paseó la mirada por la calle, profundamente aburrido, sin encontrar nada que pudiese captar su atención, y se puso en pie de un brinco. No soportaba pasar más tiempo quieto. Tanta monotonía estaba a punto de acabar con él.
Le ofreció la mano.
—Vamos.
Ana alzó la vista hacia su mano, a la defensiva, ofendida ante lo que había estado a punto de decir, y no la aceptó. Cruzó los brazos sobre el pecho.
—A veces te pasas.
—Oh, vamos, ¡me he recorrido el maldito universo para rescatarte de las garras de estos miserables! —Cogió a Ana por la cintura y la puso en pie de un tirón, con facilidad. En sus manos, la princesa parecía un juguete—. Me lo debes.
Antes de que pudiese responder, Orwayn la cogió del antebrazo y empezó a tirar de ella, lejos de la zona de locales. Aunque la noche había resultado relativamente divertida durante las primeras horas, el joven ya se había aburrido de las peleas y necesitaba algo que le motivase para seguir adelante.
Se preguntó si habría algo de interés en aquel maldito islote.
—No sé cómo aguanta la gente de aquí, no me extraña que tengan esas caras de amargados: yo también la tendría, te lo aseguro. ¿Conoces algún lugar interesante? Tendrás que despedirte de Raylee, ¿no?
—¿Despedirme? No tengo tan claro que me lo vayan a permitir...
—¿Qué no te lo van a permitir?
Orwayn se detuvo en seco, repentinamente serio. Fijó su mirada de ojos acerados en Ana y dejó caer los brazos a cada lado, borrando de un plumazo su buen humor. Sorprendida ante la reacción, Ana no pudo evitar sentirse algo intimidada ante la expresión sombría del menor de los Dewinter.
—Tienen dos opciones, Larks: hacerlo o por las buenas o por las malas. Ellos deciden el cómo y nosotros el qué, que no se te olvide.
—Pero pertenezco a la A.T.E.R.I.S.: tan solo puedo abandonar la isla si mi abuelo me lo permite.
—No digas estupideces, no hay ritual alguno que pueda romper lo que te une al clan. ¿Acaso ya has olvidado lo que vivimos en Sighrith? —Orwayn negó con la cabeza—. Como ya he dicho, no he recorrido medio universo para irme con las manos vacías, Larks, así que ellos verán: o te dejan ir, o tendremos que secuestrarte, y como ya demostramos una vez, somos bastante buenos en la materia. —Le guiñó el ojo—. Ahora responde: ¿hay algo de lo que quieras despedirte o no? No tengo toda la maldita noche.
Pasaban ya unos minutos de la media noche cuando el "Conde" alcanzó la puerta del despacho de Florian Dahl. Hasta entonces había logrado pasar desapercibido a los ojos de los vigilantes, tanto en los jardines como por los pasadizos, pero sabía que su suerte no podía alargarse indefinidamente. Entrar en la fortaleza del señor de la isla y salir sin ser visto era demasiado complicado, casi toda una hazaña. Por suerte, a él le encantaban las cosas complicadas. No obstante, prefería no arriesgar. Aunque no le gustase admitirlo, había demasiado en juego.
Golpeó la puerta con suavidad. Al otro lado de ésta, sentado en su escritorio y con varios documentos entre manos, Florian Dahl alzó la vista, sorprendido ante la intromisión. A aquellas horas de la noche, con el cielo ya cubierto por el velo de estrellas, no podía ser nada bueno.
Le invitó a pasar.
—Señor Dahl...
Veryn entró en la estancia como una sombra, con el rostro aún cubierto por la capucha oscura con la que se había camuflado. El joven cerró la puerta tras de sí, tan silencioso como hasta entonces, y descubrió su identidad. Florian, que se había levantado para recibirle, no pudo evitar que un suspiro escapase de sus labios al reconocerle. Aunque no contaba con su visita, no le sorprendía. Los Dewinter, en el fondo, eran así.
Volvió a tomar asiento.
—Creía que había quedado claro que necesitaba tiempo, "Conde". ¿A qué se debe esta intromisión? No son horas.
—No son horas, desde luego, y le aseguro que su petición me ha quedado tan clara como las aguas cristalinas que lamen las costas de nuestra amada aunque lejana Tierra, caballero. No obstante, causas mayores me obligan a venir. ¿Puedo tomar asiento?
Florian asintió a modo de respuesta, guiado más por la curiosidad que por el interés. Hacía demasiados años que no sucedía nada fuera de lugar o inesperado en su isla como para dejar escapar la oportunidad. Además, a diferencia de sus hermanos, Dahl sentía cierto aprecio al "Conde". La charlatanería de aquel hombre sumada a las buenas referencias y el evidente aprecio hacia su nieta le convertían en un sujeto por el que, a priori, resultaba difícil sentir aversión. Sus hermanos, en cambio, eran mundos totalmente distintos. Ni confiaba en ellos, ni deseaba tener motivos para cambiar de opinión.
Juntó las manos sobre la mesa, atento al impredecible "Conde". Con él, tal y como le había advertido David Havelock tiempo atrás, todo era posible.
—¿Y bien? Déjate de rodeos: ¿qué te trae aquí?
—La negociación. —Veryn extrajo del interior del bolsillo de su chaqueta un disco de vidrio azul y lo depositó sobre la mesa. En el centro de éste brillaba una gema roja—. Como entenderá, aunque antes pusimos casi todas las cartas sobre la mesa, hay ciertos ases que no podía mostrar en público. Por favor, si es tan amable... eso sí, le pido discreción: nadie debe saber nada de lo que está a punto de ver.
La imagen holográfica de un texto firmado y sellado por el propio Anders Dewinter apareció sobre la mesa al presionar la gema roja. Veryn hizo un ligero ademán con la mano para invitarle a leer, y retrocedió en la silla, dejándole así un poco de espacio. La carta, aunque breve, almacenaba muchísima información vital que podría ayudar a Florian a tomar su decisión.
Aguardó unos minutos en silencio, atento a las expresiones del anciano. Con cada línea que leía, más sombría se volvía su mirada.
Finalizada la lectura, Dahl apoyó la espalda cómodamente sobre su butaca, pensativo, y observó en silencio al "Conde". Su expresión severa evidenciaba que la carta no le había dejado precisamente indiferente.
—¿Es esto real o se trata de uno de tus engaños, "Conde"? Conozco la fama que te precede: alguien no llega a maestro tan joven sin buenas razones.
—Agradezco lo de joven, Florian, pero aunque no lo aparente, los años ya empiezan a pesarme. —Veryn ensanchó la sonrisa, encantador—. Y conozco la fama de la que habla, desde luego, pero en este caso es totalmente cierto. Puede ver la firma y el sello de mi padre: son reales.
Florian volvió a comprobar los datos de Anders en la carta. Aparentemente, todo era legítimo: la firma, el sello, el código identificativo...
Inspiró profundamente, abrumado por el inesperado giro de los acontecimientos. El anciano jamás imaginó encontrarse en una situación como la que en aquel entonces le proponía Veryn Dewinter.
Era realmente tentador.
—¿Hace cuánto que está en vuestro poder? ¿Acaso el Reino no lo ha reclamado?
—Consideran el sector maldito, Florian: temen volver. La leyenda negra se ha apoderado de Scatha casi tanto como nosotros. —Ensanchó la sonrisa aún más, como una hiena—. Nos pertenece... al menos hasta que acepte la propuesta. Los Dewinter no somos conquistadores. Además, no estamos tan ligados al sector, y mucho menos a Sighrith, como usted. Aunque en una ocasión no tuvimos más remedio que darle la espalda, no olvidamos a Anelli Dahl, Florian.
El anciano se estremeció ante la mención de su hija. Incluso después de tantos años, el recuerdo de su pérdida le emocionaba casi tanto como el primer día. Aquella herida jamás sanaría.
Apretó los puños sobre la mesa.
—Pero la heredera del sector es mi nieta, no yo —respondió en apenas un susurro—. Ana es...
—Necesitamos a Ana, Florian. Sé que resulta complicado de creer, pero le doy mi palabra de que no le haremos daño. Conozco los rumores que giran en torno a nuestro equipo científico, pero le juro por mi vida que jamás permitiría que le pusieran una mano encima. Aprecio a Ana, y no soy el único. Su nieta es muy querida por mi familia: sabremos cuidar de ella y de su secreto. Esa capacidad suya, como entenderá, no puede caer en el olvido. ¿Sabe cuánto bien podría hacer si lográsemos reproducirla? La batalla contra el Reino podría acabar de una vez por todas: podríamos vencerles.
—Soy consciente de ello, pero...
—Tiene la palabra de mi padre y la mía de que no sufrirá daño alguno —aseguró Veryn—. Ella quedará a buen recaudo, y usted también. Esta isla, Florian, se le queda pequeña. Además, ambos sabemos que Egglatur caerá tarde o temprano: son todo ventajas... por favor, piénselo: medítelo. —Se puso en pie y se caló la capucha, dispuesto a abandonar la estancia tan silencioso como había entrado—. Sé que es una decisión difícil de tomar, pero confío en que sabrá qué es lo mejor ya no solo para usted y su familia, sino para toda la organización. La Serpiente nos vigila a todos. —Veryn hizo una ligera reverencia a modo de despedida—. Si necesita algo sabe dónde encontrarme, de lo contrario volveremos a vernos en tres días. Nos vemos pronto, Florian.
Unos minutos después, Veryn avanzaba entre la maleza, abriéndose paso entre los árboles, cuando una figura sombría surgió de la oscuridad. El "Conde" avanzó hasta ella, consciente de que a pesar del tiempo transcurrido le habría esperado, y la saludó con un cariñoso beso en la frente.
Ella le respondió con una sonrisa carente de humor.
—¿Lo has hecho?
—No tenía otra opción.
—Lo sé, pero...
Veryn le rodeó los hombros con el brazo y empezó a avanzar, atrayéndola hacia él. No muy lejos de allí, oculto gracias al camuflaje óptico y la oscuridad de la noche, les aguardaba el raxor gravitatorio que les llevaría de regreso a la "Misericorde".
—No te preocupes tanto, Cat: lo entenderá.
—Yo no estoy tan segura de ello, Veryn. Estás jugando con fuego.
—Somos familia, ¿recuerdas? Además, es por el bien de todos. Lo entenderá, y si no lo hace, tarde o temprano me perdonará. Es cuestión de tiempo.
—Veryn, arriesgas demasiado.
—No me han dejado otra opción... Imagino que cuento con tu silencio, ¿me equivoco? Nadie, absolutamente nadie, debe saberlo por ahora.
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