Capítulo 5

Capítulo 5



Ana abrió los ojos a un día soleado. El cielo estaba totalmente azul, limpio de nubes, y el océano muy tranquilo, sin apenas oleaje.

Se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Armin, que dormía a su lado plácidamente con una tierna expresión de paz en el rostro. Cerró la puerta que daba a la terraza para evitar que pudiese molestarle la brisa matinal y se preparó para salir, dispuesta a cumplir con su clase diaria de ejercicio. Se dio una ducha rápida de agua caliente, se vistió con ropas cómodas y bajó a la cocina, lugar en el que ya le tenían preparado el desayuno en una bandeja. A continuación, apremiando el paso tras echar un rápido vistazo a su crono, salió a la playa en busca de sus compañeros.

Pero no había nadie.

Volvió a consultar la hora al no ver rastro alguno de ellos. Paseando por la arena había una pareja de ancianos cogida de la mano cuya expresión alegre evidenciaba que estaban disfrutando de la jornada. También había un grupo de cuatro dalianos ejercitándose frente al agua, en la orilla. Ana les conocía de vista; cada mañana coincidían.

Se adentró en la arena en busca de Tiamat y de Elim. Le costaba creer que no estuviesen allí. Deambuló con paso firme hasta alcanzar la orilla y se detuvo a escasos metros del agua. Un grupo de tres dalianas con Yeina Marsson a la cabeza pasaron por detrás suyo, haciendo jogging.

—Eh, Yeina —exclamó. Havelock se la había presentado hacía unos meses—. ¿Has visto a mis compañeros por aquí?

La mujer negó con la cabeza a modo de respuesta, sin detenerse. Ella tampoco sabía nada. Ana la observó alejarse rápidamente junto a las suyas, a muy buen ritmo, y volvió a mirar el agua. Aquella mañana el océano estaba especialmente cristalino.

Se preguntó dónde se habrían metido.

—Están durmiendo —exclamó de repente una voz tras ella.

Ana volvió la vista atrás, sobresaltada. Tras ella, a una cierta distancia, se encontraba Veryn Dewinter, sentado plácidamente en la arena. Lucía las ropas del día anterior, uniforme negro y botas altas, pero se había desprendido de la guerrera. Ahora, en su lugar, llevaba una sencilla camisa azul que resaltaba sus ojos.

Aquellos dos años le habían sentado bien. Veryn era ya un hombre de casi treinta y cinco años, alto y de cuerpo fibrado al que la vida de sacrificio le estaba endureciendo poco a poco. Estaba bastante pálido después de los meses de encierro, pero incluso así parecía estar en plena forma. Su expresión era la de un hombre seguro de sí mismo al que parecía que ya nada ni nadie podía llegar a sorprender. Llevaba el pelo algo más corto que años tras, rapado por los laterales y ligeramente largo en la parte superior, peinado hacia la izquierda, y un poco más oscuro. Por lo demás, el "Conde" tenía el mismo aspecto que de costumbre: resuelto y decidido.

Veryn palmeó la arena a su lado, invitándola a que tomase asiento. Después de tanto tiempo encerrado en la "Misericorde", poder disfrutar de los rayos de luz sobre la piel era todo un regalo.

Ana aceptó la invitación.

—Se han acostado hace poco menos de una hora, querida: dales un descanso.

—¿Por qué tan tarde? ¿Seguisteis la fiesta sin mí?

—Ya que tú no nos invitaste a la tuya... —Veryn le guiñó el ojo con picardía—. Así que sí, nos quedamos un rato más. Digamos que teníamos bastante de qué discutir con el anfitrión. El tal Daniel Havelock...

Ana volvió la mirada hacia el "Conde" con desagrado. Desconocía si lo hacía para provocar o simplemente porque no se había molestado en saber el nombre de la persona en cuyo palacete se estaba alojando, pero le parecía una auténtica falta de respeto. David no merecía aquel trato.

—David Havelock —corrigió—. Se llama David, no Daniel.

—Como se llame —Veryn se encogió de hombros—. Él o Dahl, uno de los dos, bloqueó la señal de la isla, imposibilitando que pudiésemos llegar hasta aquí. Nos ha retrasado muchísimo, y eso es algo que no podemos ignorar.

—Pero ayer dijiste que lo pasarías por alto, que...

—Dije lo que dije porque había mucha gente delante, nada más. Lo que han hecho es imperdonable, Ana, y tú deberías ser más consciente que nadie. —El "Conde" volvió la mirada hacia ella—. No tienen derecho a ocultarte, y mucho menos cuando saben perfectamente que eres quien eres gracias a la M.A.M.B.A.

El rostro de Dewinter se ensombreció al pronunciar aquellas palabras. Volvió la vista al frente, hacia el océano, y permaneció unos segundos en silencio, tratando de ocultar los sentimientos que aquel acto despertaba en él.

Era una traición. A lo largo de todos aquellos meses de viaje Veryn había querido pensar que se trataba de algún tipo de error, de algún bloqueo. Incluso había llegado a barajar la posibilidad de que Ana y los suyos hubiesen sido eliminados o detenidos por el reino o el Capitán. Lamentablemente, la realidad era mucho peor que una simple muerte o accidente. La A.T.E.R.I.S. les había traicionado, les había ocultado lo que por derecho les pertenecía, y no lo ocultaba; al contrario: la marca que ahora Ana lucía en el pecho así lo evidenciaba.

Aquello no podía acabar bien. Durante la noche anterior, mientras discutía con Havelock al respecto, Veryn había alzado el tono de voz más de lo habitual. El maestro se sentía ofendido por la afrenta, y aunque Gorren había intentado restarle importancia, él no había podido hacerlo. Se negaba. Para él, alguien que amaba a los miembros de su familia por encima de todo lo demás, el mero hecho de que Havelock utilizase como excusa el vínculo de sangre entre Ana y los Dahl le parecía vomitivo. Larkin pertenecía a la División Azul, ellos se habían ganado aquel derecho a pulso con sudor y sangre, y nada ni nadie iba a arrebatárselo.

No lo permitiría.

—No creo que hayan intentado ocultarme, es solo que...

—¿Síndrome de Estocolmo, querida? —Veryn negó ligeramente con la cabeza—. No importa: esta es una guerra en la que tú no vas a entrar. Es algo entre su división y la mía, nada más, así que, al menos de momento, puedes estar tranquila.

Ana asintió con la cabeza, poco convencida. La joven no llegaba a entender por qué le daban tanta importancia al mero hecho de que hubiese entrado en Mandrágora a través de una división en vez de otra, pero por el modo en el que todos se comportaban era evidente que se trataba de algo grave. Fuera como fuese, no quería pensar en ello por el momento. Ana tenía demasiadas cosas en mente como para centrarse en aquella nimiedad.

Se dejó caer de espaldas en la arena, con el brazo bajo la cabeza para protegerse el cabello. El ver pasar tantos dalianos por la orilla empezaba a desconcentrarla.

—¿Y qué pasa con el Capitán? —preguntó Ana al fin—. Dijiste que desapareció el mismo día en el que destruimos sus pirámides... ¿pero cómo es posible? ¿Acaso no le estabais vigilando de cerca?

Veryn adoptó la misma posición que ella, con los brazos cruzados bajo la nuca. Cerró los ojos. Aquél era otro tema espinoso sobre el que tenía demasiadas dudas como para poder hablar con claridad. Ciertamente, estaban vigilando al Capitán. Mientras que Armin, Gorren y Helstrom viajaban hacia el sistema Ariangard y se enfrentaban a los Pasajeros, él y el resto de sus hermanos, respaldados por la división, habían estado vigilando de cerca los movimientos del Capitán. Durante todo aquel tiempo, empleando ya su nueva posición gracias al cuerpo de Elspeth Larkin, Ivanov había logrado extender sus dominios hasta invadir todo el sistema. El resto de fuerzas políticas había caído bajo sus redes y, en apenas unos meses, sin que nadie pudiese hacer nada al respecto, se había convertido en el amo y señor de Scatha.

Y todo bajo su atenta mirada.

Había sido terrible.

Veryn había deseado intervenir. En varias ocasiones, creyéndose más fuerte de lo que realmente era, Dewinter había reunido al consejo para idear un ataque con el que frenar el avance del Capitán, pero en ninguna de las ocasiones había logrado recibir el apoyo del resto de maestros. Con su fortaleza aún intacta, el enfrentarse al Capitán tan solo podría alargar la guerra. Veryn podría eliminar su cuerpo, arrancarle su parte mortal y obligarle a abandonar el planeta; lamentablemente, volvería. Mientras hubiese un santuario dónde regenerarse, Ivanov volvería a nacer una y otra vez. Así pues, debían esperar... y así habían hecho. Aunque le había costado aceptarlo, Veryn había acatado la decisión de sus compañeros y, durante muchos meses, se había mantenido a la espera, en la sombra, controlando y vigilando absolutamente todos los movimientos del enemigo. El "Conde" sabía que tarde o temprano llegaría su oportunidad...

—Lo vigilábamos, te lo aseguro. Teníamos ciento ochenta dispositivos de vigilancia repartidos por todo el sector gracias a los que controlábamos absolutamente todos los movimientos del Capitán. Tanto él como sus Pasajeros estaban siempre en mi punto de mira. Sin embargo... —Veryn apretó los puños instintivamente, furibundo. El mero hecho de recordar lo ocurrido le enervaba—, desaparecieron. Fue en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto me llegó la noticia de vuestro éxito en K-12 viajé de inmediato al satélite donde habíamos instaurado nuestro centro de mando y convoqué al consejo para que se iniciase el ataque.

 Pero no llegaron a tiempo. A pesar de celebrar la asamblea y conseguir por fin el tan ansiado "sí", para cuando quisieron realizar el ataque ya no había objetivo alguno al que eliminar. El Capitán y sus Pasajeros habían desaparecido sin dejar rastro alguno, llevándose así con ellos todas las esperanzas y las ansias del recién nombrado maestro.

Hubo unos segundos de tenso silencio en los que el "Conde" volvió a sumirse en sus más oscuros pensamientos. Después de la repentina desaparición del Capitán, Veryn había empezado a sospechar de sus hombres. El maestro no entendía cómo era posible que hubiesen podido fallar los sistemas de control y rastreo estando ellos en activo, y mucho menos que no le hubiesen advertido al respecto de inmediato. De haberlo sabido, Veryn no habría dudado en tomar una nave y enfrentarse a Ivanov cara a cara. Sin embargo, Dewinter les había dejado escapar, perdiendo su rastro prácticamente por completo.

Aún tenía pesadillas con ello. Después de un fracaso así, le costaba confiar en que su carrera pudiese remontar.

—¿Y no tenéis ningún rastro? ¿No sabéis absolutamente nada?

—Por el momento no, pero confío en que nuestra suerte va a cambiar rápidamente. —El hombre abrió los ojos y volvió la vista hacia ella. Señaló su brazo con el mentón—. Por lo que veo has estado ojeando el libro que encontrasteis en las pirámides. ¿Has aprendido mucho?

Un escalofrío recorrió la espalda de Ana al ver la mirada del maestro clavarse en los símbolos rojos que cubrían su  brazo. Hasta entonces, nadie los había reconocido. Havelock le había preguntado al respecto, pero al igual que Elim, había supuesto desde un inicio que se trataban de simples tatuajes. Y al igual que ellos, había sucedido lo mismo con prácticamente todos los dalianos. La única excepción había sido Tiamat, que había preferido no hacer comentario alguno al respecto.

Se frotó el brazo con cierto nerviosismo. Aunque no iba a negar lo evidente, le preocupaba que pudiese llegar a profundizar más de lo deseado. Ana no quería compartir sus secretos con nadie, y mucho menos con él.

—¿Libro? ¿Hablas del libro que tenía el Pasajero? —Ana negó suavemente con la cabeza—. Le he echado un vistazo, pero poco más. Es demasiado complejo para mí.

—Ya, claro. —Veryn dejó escapar una carcajada sin humor—. ¿Tengo cara de idiota? Larkin, voy ochenta pasos por delante de ti, así que guárdate tus mentiras para quien quiera creérselas. No sé demasiado sobre la materia, pero sí lo suficiente como para identificar unos cuantos símbolos. Y créeme, eso que tienes en el brazo...

—De acuerdo, de acuerdo —interrumpió Ana a la defensiva, evitando así que pronunciase ciertas palabras que no deseaba escuchar bajo ningún concepto—. Lo he estado mirando en profundidad. He tenido bastante tiempo libre, así que he decidido invertirlo en algo útil. Si el Capitán usa esa brujería contra nosotros, ¿por qué no volverla contra él?

Veryn volvió a reír, esta vez, aparentemente sincero. Aunque no conocía demasiado a Ana, pues en el fondo habían coincidido poco tiempo, empezaba a hacerse una clara idea del cambio que Armin había mencionado unos meses atrás.

—Tranquila, Larks, conmigo no tienes que excusarte de nada. A mí me parece buena idea. De hecho, en parte he venido en busca de ese libro: creo que podemos aprender mucho de él. Eso sí, será mejor que no airees tus secretos más "oscuros" entre los Dahl: creo que no lo entenderían. De hecho, ni ellos ni nadie. Será mejor que siga siendo un secreto, ¿de acuerdo?

Algo más relajada ante la comprensión de Dewinter, Ana asintió. Hasta entonces no se había sentido avergonzada en ningún momento por la lectura del libro. Ana sabía que necesitaba adquirir el máximo de información posible, y no le importaba lo que aquello pudiese comportar. Con la llegada de Veryn y sus preguntas, sin embargo, la cosa había cambiado. Ana no deseaba que tuviese una mala imagen de ella, y sospechaba que el estar empleando las armas del enemigo en su contra podría llegar a generarla. Por suerte, la falta de escrúpulos del "Conde" sumada al interés que suscitaba el libro en él le garantizaba su silencio.

Respiró aliviada.

—No diré nada —aseguró.

—¿Y has descubierto algo interesante al respecto?

—De momento no. —Ana se encogió de hombros—. Es demasiado complejo para mí: necesito más tiempo.

—Por suerte, disponemos de él. Como te he dicho, no tenemos ninguna pista real de dónde puede estar el Capitán, pero creo que podemos conseguirla. Durante todo este tiempo he estado investigando la figura de Ivanov y existe un nombre que se relaciona con él y que, casualmente, pertenece a alguien que reside en este planeta... o al menos a uno de sus antepasados. Dime, querida, ¿te suena el nombre de Lucy Banshee?

Una extraña sensación de irrealidad se apoderó de Ana al escuchar aquel nombre. La joven cerró los ojos, repentinamente confusa, y dejó que un torrente de imágenes y acontecimientos acudiesen a su memoria. El viaje a Minerva, la caminata a través de sus calles, el jardín frondoso, la torre sombría, el sirviente... y el espejo.

Y ella, por supuesto. Hasta entonces el recuerdo de Lucy Banshee había estado oculto entre sus pensamientos, bien enterrado, pero su simple mención lo había traído de regreso. Ana recordó su rostro, su sonrisa, su mirada... y sus palabras.

Todo había empezado con aquellas palabras.

—¿Ana?

—Me suena su nombre, sí: bastante además.

—Entonces comprenderás mi interés por ella: deberíamos ir a visitarla. Había pensado en que usáramos la "Misericorde" para viajar hasta allí. Cat tiene inhibidores de frecuencia y escudos con los que podríamos pasar desapercibidos. En atmósfera no viaja tan rápido como quisiera, pero...

—¿Con la "Misericorde"? —Ana negó suavemente con la cabeza—. Llamaríamos mucho la atención. Además, conozco otra forma más rápida de llegar. Si quisiéramos, esta noche podríamos estar allí.

—¿Ah sí? —Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro—. Vaya, Ana Larkin, veo que nos entendemos. Me gusta.



Cuatro horas después, tres naves bi-plaza comandadas por agentes de "la Reina", uno de ellos el propio Liam Dahl, despegaron de los hangares de Duskwall.

La petición de Ana no había sido demasiado bien recibida. Megan Dahl, al igual que su hermano y David Havelock, no se sentía a gusto en compañía de los agentes de la M.A.M.B.A., y no deseaba colaborar con ellos. Sus ideales, como en varias ocasiones ya había mencionado a Ana, no se correspondían con los suyos. No obstante, tras una breve reunión a tres bandas entre Havelock, Megan y Ana, la joven había logrado convencerles asegurando que las buenas relaciones entre ambas divisiones eran más que necesarias, y más teniendo en cuenta la situación tan tensa que estaban viviendo. Havelock, plenamente consciente de ello, la había secundado, por lo que, presionada, la líder de "la Reina" no había tenido más opción que aceptar la petición.

—Como le pase algo a alguno de mis chicos o a las naves responderás tú de ello, Ana Larkin —advirtió a su prima a modo de despedida—. ¿Te queda claro?

—Clarísimo.

Repartidos por las distintas naves viajaban Veryn y Armin Dewinter, ambos con dos pilotos de la sección II, Margie Mclean y Didac Gregori, y Liam con Ana. Tiamat también se había unido a última hora, pero dado el diminuto tamaño de los vehículos había tenido que cambiar de forma. Para la ocasión, el alienígena se había convertido en un niño de poco más de tres años, delgado y de estatura minúscula, perfecto para poder viajar en la bodega.

El viaje resultó ser algo más tenso de lo esperado, pues al igual que su hermana, Liam no parecía en absoluto satisfecho con tener que llevar consigo a agentes de la M.A.M.B.A. Además, le horrorizaba la idea de volver a visitar a Banshee. Él, a diferencia de Ana, siempre había recordado la extraña visita a la mujer que ya consideraba una bruja, y no le gustaba lo más mínimo. Es más, incluso sentía miedo hacia ella. Lamentablemente, Megan no le había dejado opción a elegir. Ana necesitaba un escolta, y nadie mejor que él para acompañarla.

Caída la noche, las tres aeronaves alcanzaron los alrededores de Minerva. Liam, Didac y Margie dirigieron sus naves hacia las pistas de aterrizaje del mismo aeropuerto de la última ocasión. Dejaron los bi-plaza en los hangares reservados y siguieron la travesía hacia la ciudad en un 4x4.

Alcanzada la media noche, Armin aparcó el vehículo en los alrededores del barrio de las Flores, a un par de calles de la plaza del Orgullo. A aquellas alturas del viaje Didac y Margie habían quedado atrás, en el hotel que habían reservado para aquella noche. Si todo iba bien, después de la visita el resto del grupo se uniría a ellos en el centro de la ciudad, para celebrar el éxito de la operación. Hasta entonces, sin embargo, tan solo seguirían los hermanos Dewinter, Tiamat, Ana y Liam.

Con Veryn a la cabeza conversando tranquilamente con Tiamat, el grupo fue avanzando a través de las silenciosas y sombrías calles, dirección a la mansión de Lucy Banshee. Ana recordaba a la perfección aquel lugar: los jardines frondosos y los palacetes blancos. También recordaba la tranquilidad del barrio, el cielo estrellado y la sensación de estar siendo observados que acompañaba a aquel lugar. Sin lugar a dudas, aunque ocultos al ojo humano, decenas de sistemas de vigilancia y registro controlaban y velaban por el bienestar de los afortunados habitantes del lugar.

No tardaron más de diez minutos en localizar la torre blanca de Banshee. Veryn se adelantó unos pasos, dejando a Tiamat con el resto del grupo, y se detuvo junto a la puerta de acceso. Inmediatamente después, antes de darle oportunidad a presionar el dispositivo de llamada, la verja dorada se abrió lentamente, emitiendo un suave siseo metálico. El "Conde" volvió la vista atrás, sorprendido, pero rápidamente se adentró en el jardín con paso rápido, seguido de cerca por los suyos.

De pie en la puerta de entrada, el androide de Banshee les aguardaba para darles la misma bienvenida que meses atrás.

—Señores Dewinter, señor Tiamat, señor Dahl, señorita Larkin, sean todos bienvenidos a la residencia de los Banshee. Mi señora les está esperando.

—¿De veras? —respondió Veryn con cierta perplejidad. El "Conde" volvió la mirada hacia Tiamat, cómplice, y atravesó el umbral de la puerta—. ¡Qué interesante...!

El alienígena siguió a Veryn con decisión, pero alerta. Incluso oculto tras aquella forma andrógina que tanta inocencia destilaba con la que había decidido enfrentarse a la visita, era evidente que no le había gustado en absoluto la bienvenida. Liam, por su parte, tenía tantas o incluso más dudas al respecto. El joven se mostraba reticente a entrar, consciente de que no podía esperarles nada bueno tras aquella puerta, pero tras ver que se quedaba atrás, decidió seguir al grupo.

Ana y Armin entraron los últimos. Dewinter cerró la puerta tras de sí, asegurándose antes de que nadie les estuviese observando desde fuera, y se adentró al recibidor donde Ana le esperaba con la intranquilidad grabada en el semblante.

La instó a que avanzasen.

—No te separes de mí —le advirtió él en apenas un susurro.

Lucy Banshee les esperaba en un amplio salón lleno de espejos en cuya superficie no se reflejaba. Se encontraba sentada en la cabecera de una larga mesa perfectamente preparada para una copiosa cena para seis personas.

Se puso en pie para recibirles. Aquella noche Banshee lucía un vaporoso vestido de color granate que resaltaba la tonalidad morena de su piel. Llevaba el cabello suelto, con las trenzas acariciando la esbelta cintura que el vestido enmarcaba.

Veryn besó el dorso de su mano con deleite, visiblemente fascinado por la bella mujer. Tras él, Tiamat hizo una ligera reverencia, poco convencido. Al igual que le sucedía al resto de los presentes, incluido Armin, que no pudo evitar reprimir una mueca de desazón al ver la escena, ninguno parecía cómodo.

—Parece que nos estaba esperando, señorita Banshee —exclamó Veryn con una amplia sonrisa atravesándole el rostro—. Por favor, permítame.

Haciendo gala de gala de modales caballerescos, el "Conde" le apartó la silla para que tomase asiento. A continuación, tras echas un rápido vistazo a la mesa, a sus platos dorados rebosantes de comida, a las copas de cristal llenas de vino y a la ostentosa cubertería, se acomodó a su lado.

Ana y el resto no tardaron en ocupar sus respectivos asientos.

—Os estaba esperando, sí —exclamó la mujer, gozosa—. Siempre es un placer recibir a tan distinguidos invitados: el mismísimo "Conde", maestro de la División Azul, y su aguerrido hermano menor, el guardaespaldas del maestro Philip Gorren; Tiamat, uno de los pocos emisarios de nuestros hermanos astrales, y Liam Dahl, nieto del mismísimo Florian Dahl, gran señor de Mandrágora. Y por último la princesa y heredera de Sighrith, nieta también de Florian Dahl, y estrechamente vinculada a la M.A.M.B.A. —Banshee ensanchó la sonrisa, astuta—. ¿Qué puedo decir? Una debe prepararse ante una visita de estas características.

—Tan solo me pregunto cómo lo habrás sabido —reflexionó Tiamat desde su silla, al otro lado de la anfitriona—. ¿Será cierto lo que dicen sobre ti?

—¿Acaso lo dudas? —Lucy cogió su copa llena de vino y se la llevó a los labios—. Y yo que pensaba que las cartas estaban sobre la mesa... pero por favor, cenad tranquilamente. El viaje hasta aquí ha sido largo y pesado: debéis estar agotados.

La cena resultó ser menos tensa de lo esperado. A pesar de la desconfianza que se respiraba en el ambiente, Veryn y Tiamat lograron amenizar la velada charlando animadamente sobre antiguas aventuras que habían vivido juntos. Al parecer, la amistad de los dos hombres se remontaba a mucho tiempo en el pasado: décadas incluso. El alienígena se había cruzado en la vida de un joven Dewinter sediento de poder y diversión, y juntos habían vivido todo tipo de sucesos de lo más sorprendentes e inesperados.

Una hora después, finalizada la cena, Banshee ordenó al mismo androide que les había recibido que retirase los platos y les trajese unas copas. La mujer quería celebrar aquel peculiar encuentro por todo lo alto, y para ello había preparado, además del exquisito banquete, una botella de licor con el que poder brindar a la luz de las velas.

—Por nuestro encuentro —exclamó alzando su copa—. Que aquello que el destino ha unido, nada ni nadie pueda separarlo.

Brindaron y bebieron para acabar de disipar las últimas dudas y desconfianzas. A continuación, guiados por la propia Banshee, entraron en otra sala algo más pequeña y se acomodaron en unos sillones de cuero negro alrededor de una chimenea de llamas verdosas. La mujer ordenó a su androide que trajese unos dulces con los que acompañar a la bebida. Seguidamente le pidió que no les volviese a interrumpir: de aquella parte de la velada se encargaría ella. Obediente, el androide cerró la puerta y no volvió a entrar en la sala en lo que restaba de noche.

Banshee se convirtió en el centro de todas las miradas.

—Creo saber el motivo de vuestra visita, pero me gustaría escucharlo de vuestros labios —empezó la mujer a media voz, junto a la chimenea. Las llamas llenaban de brillos sus ojos dorados—. Es por aquél al que vosotros conocéis como el Capitán, ¿me equivoco?

—Aciertas, querida —admitió Veryn. El "Conde" le dio un sorbo a su copa y la dejó en el respaldo del sillón, cerca del filo—. No sé si lo sabes, pero el Capitán golpeó con fuerza el sistema Scatha hace un par de años. Tras su paso, ahora solo quedan cenizas.

—Algo había oído —admitió ella—. Aquí no llegan demasiadas noticias del exterior, pero hay mucho agente de Mandrágora, por lo que las noticias que afectan a la organización vuelan. Además, la llegada de la señorita Larkin al planeta no ha sido discreta precisamente. Su nombre suena por todos los rincones, y junto con él su historia. —Banshee volvió la mirada hacia Ana, pensativa—. Hay muchas personas que desean poseer ese talento que tienes, querida Ana. Deberías ser precavida, hay muchas serpientes venenosas sueltas.

—Cuidamos de Ana —exclamó Liam Dahl con seguridad, con los puños apretados—. Toda la A.T.E.R.I.S. vela por su bienestar, así que puedes estar tranquila: nadie le va a poner una mano encima.

—¿Estás seguro de ello?

Ana apoyó la mano sobre la rodilla de Liam y la presionó suavemente, instándolo a que se calmase. Banshee quería jugar con él, divertirse a costa de su nerviosismo y falta de experiencia, y Larkin no estaba dispuesta a permitirlo: no se lo merecía. Su primo, a pesar de todas sus peculiaridades, no era una mala persona. Al contrario. Y al igual que él, el resto de los Dahl.

—Aunque agradezco el consejo, no es de mí de quien hemos venido a hablar —le recordó Ana con acidez—. El Capitán, señorita Banshee, hablábamos del Capitán. ¿Le conoces? Todos los aquí presentes hemos oído hablar de las capacidades de tus antepasados. La nigromancia, como bien sabes, no es un arte muy extendida entre los hombres, sin embargo, tu apellido se vincula a ella estrechamente.

—El mío y ahora el tuyo también, querida. —Lucy ensanchó la sonrisa, maliciosa—. Pero sí, no negaré la evidencia. Mi venerada y ya fallecida abuela, Lorah Banshee, poseía ciertos conocimientos al respecto. Desconozco de dónde los adquirió, pero es innegable que gracias a ello mejoró notablemente su posición. Es curioso cómo, a pesar de temerla, los hombres acudían a ella en los momentos de mayor desesperación. Al parecer, no todos aceptan la muerte tan bien como los agentes de Taz-Gerr... —La mujer volvió la mirada hacia el fuego—. Dime una cosa, "Conde", ¿es Ivanov enemigo de la A.T.E.R.I.S.? ¿O su batalla es tan solo contra la M.A.M.B.A.?

Veryn frunció el ceño, incómodo ante la pregunta. El hombre volvió la mirada hacia Tiamat, con complicidad, y éste asintió, consciente del repentino giro en los acontecimientos. Hizo un ademán de cabeza hacia Liam, que al igual que el alienígena parecía haber sabido leer entre líneas sin problemas, y se puso en pie.

Tendió la mano a su prima para que le acompañase.

—Me he tomado la libertad de prepararos unas celdas para que paséis la noche —comentó Banshee sin apartar la vista del fuego—. Mi ayudante os guiará gustoso hasta ellas... disfrutad de la noche.

Totalmente en contra de su voluntad, Ana aceptó la mano de su primo y se puso en pie, dispuesta a salir. Aunque le molestaba tener que abandonar la sala, no deseaba ser un impedimento. No importaba la forma: lo importante era conseguir la información. Así pues, se encaminó hacia la salida, no obstante, antes de que pudiese alejarse un paso, Armin la cogió del antebrazo y la retuvo con firmeza.

Él no estaba tan convencido.

—Ana se queda aquí —advirtió, y tiró de ella con suavidad para que volviese a tomar asiento—. Aunque no forme parte de la M.A.M.B.A. actualmente, está planeado que tarde o temprano se una a ella.

Liam miró contrariado a su prima, molesto ante el tono despectivo que Armin había empleado en el comentario, pero no intervino. Siguió a Tiamat fuera de la sala, en silencio, y una vez en el pasadizo cerró la puerta tras de sí. Dentro de la sala, en completo silencio, Banshee se tomó unos segundos para responder. Contempló el fuego ensimismada, hechizada por la danza de las llamas, hasta que Veryn captó su atención con una ligera risotada.

 —Fácil de decir, aunque no tanto de hacer —admitió el "Conde" en tono jocoso—. Pero sí, es nuestra intención: Ana es de los nuestros. Yo respondo por ella.

—¿Tú? —inquirió Armin, dedicando una fugaz pero intensa la mirada llena de advertencia a su hermano—. El clan responde por ella, maestro, no solo tú.

—El clan, la división, la organización... —repitió Banshee, quitándole importancia—, quien sea, no importa: de los cuatro, ella es la que mayor vínculo tiene con el Capitán, así que es bienvenida. —Tras la pausa, la mujer se volvió hacia ellos, con el rostro ahora sumido en sombras. Sus ojos brillaban como oro líquido—. Bien... imagino que no habéis venido tan lejos para una simple cena, ¿me equivoco, "Conde"? Ni tampoco por meras suposiciones.

El aura de la estancia varió. La tensión volvió a aparecer, llenando con rapidez absolutamente todos los rincones de la sala con dudas y desconfianza. La expresión de Banshee había cambiado, pero no era la única. Frente a ella, a la defensiva, tanto los hermanos Dewinter como Ana la observaban alerta, atentos ante cualquier posible movimiento. Ni ella era de digna de confianza, ni tampoco lo eran ellos.

—Estás en lo cierto —admitió Veryn con los ojos entrecerrados, observando con recelo a la mujer—. El viaje ha sido largo, así que dejemos de perder el tiempo. Estamos buscando al doctor Ivanov, y sé que tú puedes ayudarnos.

—Como ya he dicho, mi abuela...

—Déjate de tonterías, Banshee —interrumpió Armin con brusquedad—. Sabemos que no existe ninguna abuela ni ninguna nieta: solo una persona, Lorah Banshee, y esa eres tú.

Ana palideció al escuchar aquella acusación. Volvió lentamente la mirada hacia Armin, en busca de respuestas, pero en su rostro únicamente encontró determinación. El joven sabía de lo que hablaba, y no era el único. Acomodado en su sillón, Veryn secundaba a su hermano en silencio, con la mirada. El engaño de Banshee había sido descubierto, y no estaban dispuestos a seguir perdiendo ni un minuto más con ello.

Tras unos tensos segundos de silencio que a Ana le parecieron eternos, la expresión de indiferencia de Banshee se quebró. La mujer curvó los labios en una sonrisa llena de malicia y, como si de una niña se tratase, dejó escapar una aguda carcajada. Se frotó las manos, satisfecha.

—Vaya, vaya, ¡sabía que no me decepcionaríais, hermanos Dewinter!

—Para ser tan mayor te conservas francamente bien, Lorah —Veryn le guiñó el ojo—. Espero que tu memoria haya corrido la misma suerte. Ahora empieza a hablar: ¿dónde está el Capitán?

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