Capítulo 4
Capítulo 4
Le costaba reconocer a la mujer que tenía ante sus ojos. Sentada frente al espejo del tocador, Ana examinaba su propio reflejo con curiosidad, tratando de buscar en sus distintos ángulos la mujer que en los últimos años que había sido. Heridas, cansancio, quemaduras, delgadez... todos los factores que la habían convertido en una auténtica agente de Mandrágora habían desaparecido. Ahora, en su lugar, Ana lucía el mismo aspecto que había tenido durante su vida pasada, en Sighrith. Su piel estaba lisa y reluciente, sin señal alguna de cansancio; las heridas se habían cerrado y las cicatrices habían desaparecido. La única que le quedaba era la del antebrazo, la del implante; el resto simplemente se habían esfumado.
El sonido de las campanas del reloj de cuerda del salón captó su atención. Ana volvió la mirada atrás, hacia la puerta que daba a la terraza, y comprobó que ya había caído el sol.
Aquella era una noche especial. Después de cinco meses en la isla Raylee, Ana había recibido la marca que la convertía en agente de Mandrágora, y quería celebrarlo. Para la ocasión, Havelock había preparado una fiesta en su honor en el palacete de Galvia. Aquella noche disfrutarían de un gran banquete, beberían, charlarían y bailarían hasta las tantas de la madrugada en compañía de los más cercanos... y todo por ella.
Ana alzó la mano derecha ceremonialmente hasta el escote de su vestido blanco. A continuación lo bajó ligeramente. Inscrita en la piel, allí dónde se la había visto ya mucho tiempo atrás a Armin, el ouroboros que la señalaba como agente de la Serpiente brillaba con fuerza, grabado a fuego. La ceremonia gracias a la que había obtenido la marca había sido extraña, con cánticos y velas, incienso y susurros a media voz. La joven se había tendido en un altar de madera en mitad de un círculo de hielo, vestida únicamente con la ropa interior y el cuerpo lleno de grabados hechos con sangre, y allí había recibido la señal de manos del propio Florian Dahl.
Los nervios habían traicionado a Ana. La joven no había podido disfrutar todo lo que hubiese querido del ritual, pues rodeada de todos aquellos agentes encapuchados y en aquellas condiciones se había sentido muy débil, pero por aquel entonces, casi ocho horas después, se sentía muy orgullosa. Ahora que al fin había sido abrazada por la Serpiente, Ana se creía más fuerte y poderosa que nunca.
Deslizó el dedo índice por la marca con suavidad. El mero hecho de tocarla despertaba en ella cierto dolor, pero valía la pena. En una semana, las heridas se curarían y el símbolo perduraría hasta el resto de sus días, convirtiéndola así en una agente más.
—Agente de la A.T.E.R.I.S., quién te ha visto y quién te ve, hermanita.
El susurro mental de Elspeth arrancó una sonrisa a Ana. La joven apartó la mano de la marca y volvió la vista al frente, al espejo. Frente a ella únicamente estaba su reflejo: Ana se veía a sí misma, rubia, adulta, serena, pero también veía algo más. Elspeth, oculto en las profundidades de su propio ser, la observaba con cierta curiosidad desde la dimensión dónde el Capitán le había desterrado tiempo atrás.
—Enhorabuena: eres ya toda una delincuente.
—¿Es posible que note un poco de envidia?
—Ni lo sueñes.
Ana ensanchó aún más la sonrisa, complacida. Desde su visita a Minerva cuatro meses atrás, la conexión entre ella y su hermano se había reforzado hasta tal punto que habían logrado crear un vínculo gracias al cual siempre estaban en contacto. Ana veía su reflejo en los espejos, en su propio yo, y escuchaba su voz como un susurro de la conciencia.
Durante los primeros días, Ana había llegado a tener miedo de sí misma al creer estar enloqueciendo. La joven había tardado varias semanas en comprender que era su voz la que le susurraba al oído y sus ojos los que brillaban en los espejos. Por suerte, una vez asimilada la verdad, las cosas habían empezado a cambiar radicalmente. Elspeth y Ana habían empezado a trabajar juntos en los textos del libro que había extraído de la pirámide, y en tan solo un par de meses habían logrado establecer a través de un complejo ritual el nexo que desde entonces les iba a unir para siempre.
—¿Vas a ir a esa celebración?
—Claro que voy a ir. La hacen en mi honor: no puedo negarme. Además, necesito relajarme un poco: últimamente paso demasiadas horas contigo.
Aunque aquella afirmación no era del todo cierta, pues en realidad Ana pasaba la mayor parte del día sola, era innegable que estaba invirtiendo muchísimo tiempo en el estudio del libro. La joven deseaba ayudar a su hermano, cumplir con la promesa que le había hecho en K-12, y para ello necesitaba aprender a dominar todo aquello que aparecía en las páginas del volumen del Capitán: rituales, cánticos, hechizos y ceremonias, entre otras cosas.
Para Ana, adentrarse en aquellos terrenos oscuros era realmente tentador. Durante los primeros días, la joven había sentido cierto respeto y miedo hacia el libro y todo lo que le rodeaba. Tras el éxito del primer ritual, sin embargo, su percepción había cambiado por completo. Ana se creía capaz de llegar a dominar las artes que con tanto detalle se describían en el volumen. Estaba convencida de que podía llegar a cumplir con su promesa, e incluso de llegar mucho más allá. A través de aquellas artes podría vencer al Capitán, enfrentarse a él con sus propias armas y devolver a Sighrith a la normalidad. Aún no sabía cómo iba a hacerlo, desde luego, pero confiaba en que encontraría el modo tarde o temprano.
Y no solo eso.
Uno de sus grandes motivaciones era la posibilidad de traer de regreso a Leigh. El joven seguía sin dar señal alguna de vida, y con cada día que pasaba, mayor era su desesperación. Leigh tenía que volver, Ana tenía que hacerle despertar de alguna manera, y si no era posible a través de la medicina, lo lograría de otra forma...
Aprovechó los últimos minutos para acicalarse. La joven se peinó la cabellera rubia, se maquilló aprovechando los productos de belleza que su abuelo le había hecho llegar a modo de regalo y se alisó los pliegues de la falda. Seguidamente, escuchando ya los primeros acordes de la música, se puso en pie para comprobar su aspecto en el espejo. Aunque su rostro, aspecto y ropas volvían a ser las del pasado, las marcas en forma de glifos rojos que el ritual de unión a su hermano le había dejado en el brazo, junto a la cicatriz del implante, evidenciaban que ya no era la misma mujer. Tampoco lo era su mirada, ni su expresión, pero a veces le gustaba creer que, en cierto modo, su antiguo yo había vuelto.
—Me beberé una copa en tu honor, Elspeth —murmuró antes de salir—. No me esperes despierta.
El salón estaba lleno de gente. Vestidos con sus mejores galas, los dalianos más cercanos a Havelock, aquellos con los que Ana había compartido tantas horas en los últimos meses, la esperaban en la sala, disfrutando de la música y del buffet. El palacete había sido cuidadosamente decorado para la ocasión con tapices y banderas con los colores de Sighrith. Taz-Gerr también tenía muchísima presencia a través de los banderines, de los farolillos de colores y de los constantes estallidos de luz que, en forma de serpiente, iluminaban continuamente el lugar. Havelock había querido que los orígenes de Ana y Mandrágora se uniesen aquella noche, y tras mucho esfuerzo y una importante inversión económica, lo había conseguido.
—¡Enhorabuena, Ana! —escuchó que gritaba Asher Praghan, uno de los dalianos a los que había conocido a bordo de la "Pandemonium", durante la recreación de K-12—. Sabíamos que no tardarías en unirte a nosotros.
Ana se acercó al daliano para brindar con él y con el resto de sus compañeros, Francis Borowski y Rei Laporte. Los tres agentes habían acercado posturas con Larkin en los últimos tiempos y su unión había sido tal que habían logrado ganarse el aprecio de la princesa.
Además de los tres dalianos, durante aquellos cuatro meses Ana había conocido a muchas otras personas con las que había establecido un vínculo de amistad. Los hombres de David Havelock la trataban con aprecio y respeto, así que ella les trataba del mismo modo. Y al igual que hacían ellos, también lo hacían los compañeros de su primo, los agentes de "la Reina", los habitantes de Raylee y, en general, prácticamente todos cuanto le rodeaban.
Florian Dahl había querido que se sintiese cómoda en su isla, y lo había logrado con creces.
Ana aprovechó la ocasión para disfrutar del banquete y de la compañía de los invitados. La joven se sentía una más, y cuanto más tiempo transcurría, más integrada se sentía en compañía de todas aquellas personas. Ana se reía con sus bromas, había aprendido algunas de sus canciones tradicionales e, incluso, sabía algunos de sus insultos. Además, la hacían sentir especial. Tiamat y Elim eran cercanos con ella, desde luego, pero no se podía comparar la amabilidad de los dalianos o de su primo con el mal carácter de Tilmaz, o la complicidad con Havelock a la desconfianza implícita que el alienígena despertaba en ella. Aquellos eran dos mundos diferentes, y cuanto más conocía de ambos, más se decantaba la balanza.
—Veo que al final has decidido ponerte el vestido que te dije —exclamó David Havelock. El hombre surgió de entre los invitados vestido elegantemente de oscuro, la cogió de la mano y la hizo girar sobre sí misma, al ritmo de la música—. Te sienta francamente bien.
Empezaron a bailar al son de la canción, convirtiéndose así en una pareja más de las que danzaba en la pista. Ana apoyó firmemente las manos sobre su hombro y antebrazo y se dejó guiar, como un barco mecido por las olas. Años atrás, siendo una niña, Ana había vivido aquella escena en los salones de su propio castillo, aunque con su hermano en vez de con él. Por aquel entonces, David era demasiado mayor como para molestarse incluso en conocer a la que probablemente acabaría convirtiéndose en la esposa de Orace.
—¿Estás disfrutando de tu noche?
Giraron sobre sí mismos un par de veces. A continuación, situándose en el lateral de la fila que acababan de formar todas las parejas de baile, alzaron los brazos con las manos unidas para que, uno a uno, todos los bailarines fueran pasando por el improvisado túnel.
—Mucho —respondió ella a voz en grito, para hacerse oír por encima de la música.
Poco después cruzaron ellos también el túnel. Ana esperó a que Havelock la siguiese y, de nuevo unidos, siguieron bailando. David aprovechó el ritmo de la música para cogerla de la cintura y darle un par de vueltas.
—Es curioso como nuestros caminos han vuelto a cruzarse —exclamó el hombre tras recuperar sus manos y retomar el baile ahora mucho más cerca, prácticamente pegados—. Cualquiera diría que es el destino.
Un repentino cambio de pareja la llevó a los brazos de Liam Dahl. Su primo la cogió con decisión de los antebrazos y empezó a danzar totalmente desinhibido, tal y como hacía cada vez que salían a divertirse a Blysse. La hizo girar una y otra vez, la llevó de un lado a otro realizando a la perfección complicados pasos de baile y no se detuvo hasta que, sedientos, decidieron hacer un alto junto a una de las tulipas luminosas. Liam cogió un par de copas de la bandeja de uno de los sirvientes que pasaba por la zona y le ofreció una bebida.
El vino dulce burbujeaba de color dorado en la copa.
—El abuelo te pide disculpas por no haber podido asistir —exclamó el joven tras darle un sorbo a la bebida. Les chisporroteaban los ojos de alegría—. Le hubiese gustado, pero...
—Déjame adivinar: ¿su mujer le ha encerrado en la bodega?
—¡Ana! ¡Pero que es mi abuela...!
Ana se encogió de hombros cómicamente, logrando con aquel sencillo gesto que Liam estallase en carcajadas. El motivo de la ausencia de Florian Dahl era tan evidente que intentar ocultarlo era una auténtica pérdida de tiempo. A pesar de ello, Liam estaba en la obligación.
—Digamos que le ha surgido una reunión...
—Seguro. —Ana alzó su copa y brindó con la de su primo—. Gracias por todo, Liam. Es todo un honor para mí que me hayan dado esta oportunidad.
—¿De veras? —exclamó una tercera persona—. Esta mañana no lo parecía, querida prima. De hecho, pensaba que te iba a dar un infarto...
Megan Dahl se acercó a ellos con paso firme, copa en mano. Aquella noche estaba especialmente elegante con un bonito vestido abotonado de color dorado. Lucía el cabello suelto, alborotado, y los labios pintados a juego con el traje. Tras ella, varios otros miembros de "la Reina" alzaron la copa al ver a Ana.
—Más quisieras, Megan. —Ana le guiñó el ojo—. Lo único que daba miedo en ese ritual era tu cara, lo demás...
Megan apretó los dientes.
—¿Ves? —interrumpió alzando el tono de voz—. Al menos en eso se nota la sangre: ambas asustamos al miedo con nuestras caras.
—Tú siempre tan simpática, Meg —ironizó Liam poniéndose entre las dos mujeres—. No seas así, yo también me habría puesto nervioso en su lugar: ver al abuelo con ese puñal...
—Tú lloraste como una niña, Liam —le recriminó su hermana con malicia. La mujer se llevó la bebida a los labios y le dio un sorbo, satisfecha. A continuación alzó la copa—. Por ti, prima, bienvenida a bordo.
Charlaron y bailaron durante horas. Sintiéndose el centro de atención, Ana disfrutó de su noche como pocas veces hacía. Habló con unos, bailó con otros, comió y bebió, y todo bajo los estandartes y los colores de sus dos vidas: la pasada y la futura. Nunca olvidaría aquella noche, y no solo por todo lo vivido, sino también por las grandes ausencias. Después de casi medio año sin saber nada de él, Ana sentía la falta de Armin más que nunca. Pensaba en él a diario, y aunque a veces la rabia lograba eclipsar el resto de sentimientos, no había día en el que no desease verle una última vez. Y al igual que le pasaba con él, lo mismo sucedía con Leigh, con los sighrianos y con los maestros Helstrom y Gorren.
Muy a su pesar, sus ausencias eran cada vez más dolorosas.
Alcanzadas las cinco de la madrugada ya eran pocas las personas que quedaban en la fiesta. Poco a poco los invitados habían ido retirándose, y aunque algunos habían decidido hacer una última parada en la playa, eran poco menos de una docena los que aún quedaban en el salón, bailando al son de los últimos compases.
Ana estaba cansada. Después de tantas horas de bailes en los que las copas habían ido pasando por sus manos una tras otra, la joven no veía la hora de irse a la cama. Su idea era la de esperar a que todos los invitados se retirasen. Su papel era el de estrella invitada, pero a lo largo de su vida había hecho de anfitriona en tantas ocasiones que le resultaba extraña la idea de dejar la fiesta antes de su fin.
Acomodada en uno de los divanes, la joven observaba a la gente ir y venir mientras, a su lado, Havelock le hablaba de una operación especialmente complicada que había realizado unos años atrás. La historia tenía un poco de todo, desde aventura hasta misterio, pasando por terror e, incluso, ciertos conatos de romance, pero Ana estaba tan cansada que le costaba seguir el hilo. Ni recordaba cuándo habían empezado a hablar, ni tampoco cómo había surgido el tema de conversación. Ella simplemente fingía escuchar, y él, casi tan adormilado como Ana, o puede que incluso más, seguía hablando para mantenerse despierto.
Empezaron a pesarle los párpados. Unos metros por delante, conversando con Rei Laporte, estaba Tiamat. Ana entrenaba con él a diario desde hacía meses, pero por alguna extraña razón la había estado evitando durante la fiesta. Larkin no entendía el motivo... al igual que tampoco entendía cómo era posible que, cada vez que parpadeaba, su localización fuese diferente. Primero la pista, después una de las columnas, las escaleras, el ventanal...
—Ana.
La voz de Havelock la hizo reaccionar. La joven volvió la mirada hacia su acompañante y forzó la sonrisa, avergonzada ante la evidencia. David se había dado cuenta de que hacía rato que no le escuchaba.
—¿Qué tal si te vas a la cama? Te estás quedando dormida.
Ana frunció el ceño, reticente ante la propuesta, pero no respondió. No tenía fuerzas para ello. Havelock se puso en pie, decidido, y le tendió la mano para ayudarla a incorporarse.
—Vamos, no me obligues a llevarte.
Ana refunfuñó algo por lo bajo, pero finalmente aceptó la propuesta. La joven tomó su mano y se puso en pie.
—No me parece bien dejar a esta gente aquí. Han venido por mí, y...
El sonido de las puertas de entrada al abrirse y golpear violentamente la pared la interrumpió. Las pocas parejas que aún quedaban en la pista se detuvieron, sorprendidas por el estallido de sonido, y rápidamente, como si de una ola se tratase, todas las miradas se volvieron hacia la entrada, allí dónde, recién llegados del exterior, varias figuras avanzaban entre el gentío con paso firme.
Ana hizo ademán de acercarse para ver quiénes eran los recién llegados, pero Havelock no la soltó. Tiró de su mano con fuerza, para que no se alejase, y la situó a su lado, repentinamente alerta. Al igual que él, muchos de los presentes habían perdido la sonrisa para ensombrecer sus rostros con ceños fruncidos y expresiones de preocupación.
Pocos segundos después, el grupo de figuras se abrió paso entre la gente hasta quedar en el centro de la pista, a una docena de metros por delante de ellos. Se trataba de un grupo de siete u ocho personas, todos ellos vestidos con ropas de viaje y expresiones cansadas. Unos eran más mayores, otros más jóvenes; unos mujeres, otros hombres; unos eran parecidos, otros no. Lo único que tenían en común era que, como pronto descubriría Ana, los conocía a casi todos.
—Vaya, vaya, creo que llegamos un poco tarde... —exclamó el hombre rubio que iba a la cabeza, esbozando una amplia sonrisa cargada de malicia—. Curioso, ¿a ti te ha llegado la invitación, maestro?
—¿A mí? Para nada —respondió el hombre que le seguía. Se situó a su lado, evidenciando así quiénes eran los auténticos líderes de la comitiva—. Es una vergüenza.
—Lo es, desde luego, y toda una falta de etiqueta. —El hombre rubio dio unos pasos al frente, adelantándose hasta detenerse a un par de metros frente a David y Ana, y señaló a la segunda con el dedo índice, acusador—. Cualquiera diría que la estabas escondiendo. Llevamos meses esperando noticias tuyas; unas coordenadas con las que guiarnos, un destino al que viajar... maldita sea, Havelock: ¿a qué demonios estamos jugando? ¿Estabas escondiendo a la señorita? ¿Es esto un secuestro? Porque si es así...
A su lado, Havelock palideció. Ana notó la tensión crecer más y más a través de la mano con la que cada vez la apretaba con más fuerza.
Empezaba incluso a hacerle daño.
—No hemos escondido a nadie, te lo aseguro, "Conde". Llevamos meses esperando vuestra llegada. Imagino que las comunicaciones...
—Oh, claro, las comunicaciones. —Veryn Dewinter volvió la vista atrás, hacia sus compañeros, y dejó escapar una carcajada irónica—. ¡Cómo no! Las comunicaciones... de acuerdo, Havelock, diremos que han sido las comunicaciones. No soy estúpido, lo sabes, pero por una vez fingiré que sí. En el fondo, no quiero conflicto contigo. Ahora, si eres tan amable, ¿podrías quitarle la mano de encima a mi princesa?
El volver a ver a sus antiguos compañeros y poder saludarlos despertó un gran sentimiento en Ana. Veryn Dewinter no había venido solo. Junto a él se encontraba Cat Schnider, capitana de la "Misericorde" y mano derecha del "Conde", Oscar Raven, el piloto de la nave, y Robert Montalbán, el asistente del recién nombrado maestro. Además, con él viajaba Philip Gorren, el auténtico líder de aquella operación, Orwayn Dewinter, el hermano menor del clan, Veressa Dewinter, la única mujer, y Armin, el guardaespaldas del maestro.
A bordo de la "Misericorde" había más agentes y compañeros de la División Azul, pero en aquel entonces todos se hallaban en la nave, no muy lejos del palacete. El viaje había sido muy duro, de más de medio año de duración, y aunque todos ansiaban poder pisar tierra firme, las órdenes habían sido claras: hasta que no se pudiese confirmar que la situación era estable, no debían bajar la guardia. Afortunadamente, como muy pronto tanto Veryn como Philip descubrirían, los habitantes de Galvia no eran precisamente enemigos.
Ana saludó a todos los presentes con efusividad, feliz de su reencuentro. Abrazó al maestro Gorren y a Orwayn con entusiasmo, como si de miembros de su familia se tratasen. Con Veressa y Cat mantuvo algo más la distancia, aunque la segunda se mostró muy cariñosa. Robert la recibió con los brazos abiertos, satisfecho ante su reencuentro, y Oscar Raven con un cordial apretón de manos. Armin, por su parte, siempre manteniendo las distancias, simplemente le presionó suavemente el antebrazo mientras le susurraba al oído que más tarde hablarían.
La fiesta no se alargó mucho más. La llegada de los tripulantes de la "Misericorde" trajo consigo un aura de tensión e incomodidad que acabó con los pocos invitados que quedaban en la playa, lejos del palacete.
—De haber sabido que llegabais hoy habría pedido que os tuviesen preparadas las celdas —se excusó Havelock tras superar los primeros minutos de tensión. Con la aparición de Tiamat y Elim, los ánimos se habían calmado bastante—. Espero que no os importe tener que esperar un poco...
—En realidad no teníamos pensado quedarnos en su palacio, Alteza —respondió Cat con cordialidad, mostrándose bastante más cercana y comunicativa que el resto de los Dewinter. A excepción de Veryn, el resto apenas habían intercambiado palabra alguna con Havelock—. Mi nave se encuentra cerca de aquí, en la playa: pasaremos la noche allí.
—No hables por mí, mujer —advirtió Veryn desde uno de los sillones. Dio un sorbo a la copa de vino abandonada que había encontrado en una de las mesas y estiró las piernas, perezoso—. Estoy cansado de ese armario en el que me obligas a dormir: yo esperaré gustoso. A poder ser, que mi alcoba dé a la playa, Alteza.
Demasiado entusiasmada ante la aparición de sus compañeros, Ana apenas era consciente de la incomodidad y tensión que se respiraba en el ambiente. Havelock trataba de mostrarse lo más sereno y cercano posible, pero no se lo estaban poniendo fácil. Convertidos en los reyes del palacio, Veryn, Robert, Tiamat y Orwayn iban y venían de un lugar a otro, haciendo y deshaciendo a su gusto. Gorren, Cat, Oscar y Elim, por su parte, se mantenían algo más cautos, todos ellos de pie junto a los sillones desde dónde el "Conde" disfrutaba de su bebida. Armin y Veressa, en cambio, se hallaban algo alejados, juntos y en silencio en la entrada, siempre atentos.
Havelock respondió a Veryn con total indiferencia. El hombre volvió la mirada hacia Gorren y optó por acercarse y conversar con él y su grupo, cansado de las continuas provocaciones del "Conde".
—Espero que a ti no te trate así—exclamó Veryn en voz alta, dirigiéndose a Ana—. Tienes buen aspecto, querida. Veo que te tratan bien.
—¿Qué iban a hacer si no? Saben que se juegan el cuello con Larks "la Destructora" —apuntó Orwayn en tono jocoso. El joven se acabó de un mordisco uno de los dulces que había encontrado a medio comer en uno de los platos—. Ya nos han contado como te las gastas, Larks, y aunque tengo que admitir que al principio no me creía nada, solo hay que mirarte a la cara para ver que no eres la misma persona de antes. Has cambiado.
—Me han obligado a cambiar —admitió ella—. Mis compañeros, el maestro Helstrom, Leigh... el Capitán, Elspeth... —Ana apartó la mirada con melancolía—. No me han dejado otra opción. No puedo dejar este viaje a medias.
—Ni debes ni puedes; no te lo permitiría —respondió Veryn retomando la palabra. El hombre apoyó la mano sobre su hombro y lo presionó con suavidad—. No estás sola, ¿de acuerdo? Hemos tardado, sí, pero ahora que estamos aquí no vamos a desaparecer. Cuentas con el apoyo del clan.
Una mezcla de emociones se apoderó de Ana al escuchar aquellas palabras. La joven volvió la mirada hacia la puerta, allí donde Armin permanecía de pie junto a su hermana, y le observó durante unos segundos, pensativa. Llevaba tanto tiempo esperando aquel momento, aquella oportunidad, que el mero hecho de pensar que pronto podría enfrentarse cara a cara con el Capitán le hacía temblar.
—Pero no va a ser fácil, Ana —prosiguió Veryn—. Desconozco qué te han dicho al respecto, pero debes saber que el Capitán desapareció hace meses. Tan pronto su fortaleza en K-12 cayó, él y sus Pasajeros se esfumaron. Sighrith... bueno, todos los planetas del sector Scatha han quedado libres de su influencia, pero contaminados. Tras la partida del Capitán, las hordas alienígenas que le acompañan abandonaron los cuerpos ocupados, dejando los planetas desolados tras de sí. Scatha... —Veryn hizo un alto para negar con la cabeza, profundamente dolido ante los acontecimientos—. Scatha está perdido, Ana: ya no hay nada ni nadie a quien salvar. Solo quedan cenizas.
Una hora después, Ana entró en su celda con la sensación de estar viviendo una pesadilla. La huida del Capitán no era algo nuevo para ella. La joven sabía que, tras el golpe en K-12, Ivanov había escapado del sector junto a sus Pasajeros. La vigilancia había fallado y, por alguna extraña razón, había logrado escapar de los dispositivos de rastreo y desaparecer definitivamente.
Aquella noticia había causado gran dolor en Ana. La joven había sentido rabia e impotencia, incluso decepción, pero no había perdido la esperanza. El Capitán caería tarde o temprano, no importaba el lugar. Además, había llegado a alegrarse de que Scatha quedase liberado. Lamentablemente, aquella noticia lo cambiaba todo. Si bien Ana había sido plenamente consciente del destino de Sighrith, el que todo el sector hubiese caído bajo el influjo del Capitán le resultaba muy doloroso. Sin un lugar al que volver, Ana se sentía desterrada: abandonada a su suerte.
Abatida por la noticia, la princesa entró en la estancia y cerró tras de sí. El maestro Gorren había prometido informarla sobre todos los detalles durante la siguiente jornada. Por el momento no sabían dónde se encontraba el Capitán, pero al parecer tenían ciertas pistas al respecto. Algo era algo.
Cansada, la joven extendió la mano hacia el pulsador del sistema de iluminación, pero antes de poder alcanzarlo algo la detuvo. Ana sintió el peso de una mano cerrarse alrededor de su muñeca. Alzó la mirada hacia la estancia, inquieta, y trató de ver en la penumbra. Ante ella, oculta por la oscuridad, aguardaba una figura.
Reconoció de inmediato el olor.
—Oh, Armin...
Ana se abalanzó sobre él con rapidez, con ansiedad. Llevaban demasiado tiempo separados para poder controlar el entusiasmo. La mujer le rodeó el cuello con los brazos y le abrazó, apretando con fuerza su rostro contra el pecho. La espera había sido tal que Ana incluso había llegado a creer que se le acabaría rompiendo el corazón.
Sorprendido ante la vehemencia de Ana, Armin tardó unos segundos en reaccionar, pero finalmente correspondió al abrazo. Cerró los brazos alrededor de su cintura y la estrechó con suavidad. Para él tampoco había sido fácil pasar tanto tiempo sin saber nada de Ana. Al contrario.
—Aún no me cuesta creer que hayas vuelto. Te he echado tanto de menos...
—¿Dónde está Leigh? ¿Él ha...?
—Sigue igual.
—Lo siento.
Permanecieron unos segundos abrazados, de pie frente a la puerta. Aún faltaba una hora para el amanecer, por lo que la oscuridad casi total les ocultaba a ojos del mundo. Ana se preguntó si en su libro habría algún hechizo que lograse alargar hasta la eternidad aquel momento.
—¿Estás bien?
La joven respondió con un simple asentimiento de cabeza. A continuación, incapaz de resistir la tentación, se puso de puntillas para besar sus labios con pasión. Armin la tomó en brazos con delicadeza. La llevó hasta el sillón que había frente a la puerta de la terraza y permanecieron juntos un rato, intercambiando besos y caricias bajo la luz de las estrellas.
—Me han tratado bastante bien —admitió Ana un rato después, con el rostro apoyado sobre su pecho—. Ha sido mucho mejor de lo que temía.
—¿Y Florian Dahl?
—También. Mantengo la distancia con él, pero ha sido agradable conmigo. Parece mentira, pero al final resulta que tenía buenas intenciones...
—No te dejes engañar. He estado investigando sobre ellos, y...
—No importa —interrumpió Ana de repente—. Ahora no, ¿de acuerdo? Mañana si quieres, pasado, cuando sea, pero ahora... —La joven negó suavemente con la cabeza—. Ahora no.
A pesar de no gustarle su petición, Armin asintió. Tomó su mano cuando ella alzó la suya y entrelazó los dedos. Ahora que al fin la espera había llegado a su fin, Dewinter se sentía algo más relajado, más tranquilo. Tanto tiempo de dudas habían acabado por despertar todo tipo de temores en él.
Besó su cabello con suavidad, inspirando su aroma. Aunque no lo admitiría nunca, la había echado de menos.
—Siento haber tardado tanto. No encontrábamos la forma de localizaros.
—Las comunicaciones están bloqueadas. Esta isla parece estar aislada del mundo entero. Es extraño.
—Muy extraño. Empezaba a creer que te habían secuestrado: me alegra haberme equivocado —Armin dejó escapar un suspiro—. Por cierto, ¿a qué se debía la fiesta? Creía que no sabíais de nuestra llegada.
—Y no lo sabíamos, como te digo, estamos aislados. La fiesta era en mi nombre.
—¿En tu nombre? —Armin arqueó las cejas, sorprendido—. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
Ana respondió con una sonrisa. Se incorporó sobre sus piernas y alzó las manos hasta el escote del vestido. A continuación, con lentitud, lo bajó hasta dejar a la vista la pequeña marca. Perplejo, Armin apoyó los dedos sobre su superficie y la acarició con suavidad con las yemas, como si de un tesoro se tratase. Un mero vistazo le bastaba para saber que era muy reciente.
—El ritual... —murmuró sin poder apartar la mirada de la marca. Parecía hipnotizado—. Has completado la ceremonia.
—Sí, ya soy un agente más de Mandrágora, como tú.
—¿Cómo yo...? —Armin alzó la mirada hacia ella y negó suavemente con la cabeza, entristecido—. Me temo que no. Ahora perteneces a la A.T.E.R.I.S., Ana, no a la M.A.M.B.A.. Son divisiones totalmente diferentes.
—Pero con un mismo objetivo. —Ana apoyó la mano sobre la suya, encima de la marca, y la presionó con suavidad para que pudiese sentir los latidos de su corazón—. Sirvo a Mandrágora, Armin, no a una división.
—Lo sé, lo sé, pero... —Dejó escapar un suspiro—. Todo tiene solución.
—No te enfades: no podía esperar eternamente. Tenía que ingresar de una forma u otra. Además, yo también preferiría haberme unido a vosotros, pero llevaba tanto tiempo sin saber de ti... por un instante llegué a pensar que me habías olvidado. Yo, en cambio, siempre he tenido en mente. —Ana presionó con suavidad sus dedos—. Precisamente pensaba en ti cuando pedí que...
Quizás por temor a lo que pudiese llegar a decir, no la dejó acabar. Armin selló sus labios con un beso cargado de pasión y la estrechó con fuerza contra él, como si temiese que pudiese llegar a alejarse. Sorprendida, Ana volvió a rodearle el cuello, encantada ante la cercanía. Le encantaba aquella faceta suya.
Dewinter acercó los labios a su oído.
—Desearía que te hubieses unido a nosotros, Ana —confesó en apenas un susurro—. Por suerte, aún hay formas.
—¿Formas? ¿Qué formas?
—Ahora no, —respondió él, tomándole la palabra. Alzó la mano hasta su rostro y le acarició el pómulo con el dedo pulgar— quizás mañana. No hay prisa.
Ana asintió, totalmente de acuerdo, y volvió a acomodar el rostro sobre su pecho, a la altura del cuello. Ahora que él volvía a estar a su lado, todo lo demás empezaba a perder importancia.
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