Capítulo 23

Capítulo 23



Ivanov iba a la cabeza de la comitiva. Inmovilizada por uno de los doce guardianes que acompañaban al Capitán, una docena de hombres y mujeres cuya mirada perdida de ojos negros evidenciaba que habían dejado de ser humanos hacía ya mucho tiempo, Ana fue trasladada a través de los distintos pasadizos que componían el nivel inferior del palacio hasta alcanzar uno de los salones. Allí, inmovilizados contra el suelo con varias armas apuntándoles directamente a la cabeza, se encontraban Leigh y Liam.

Ana entró en la estancia arrastrando los pies. Avanzó en contra de su voluntad hasta el centro del lugar, donde se encontraban sus dos compañeros, y se detuvo a su lado, plenamente consciente de que, tras ella, los hombres de Ivanov la apuntaban con los cañones de sus armas.

Lanzó un rápido vistazo a su alrededor. Al final de la sala, diseminados por el suelo, varios cadáveres yacían sobre sus propios charcos de sangre.

Ana se preguntó a quién pertenecerían.

Pocos segundos después, con Ivanov y el resto de sus hombres ya en el salón, cerraron las puertas. Ana se arrodilló en el suelo, siguiendo órdenes, y se tumbó boca abajo, adquiriendo así la misma posición que sus compañeros.

Los ojos de Liam relampaguearon de puro pánico al cruzarse sus miradas.

—Bueno, bueno, bueno... —exclamó el Capitán, rompiendo con aquellas palabras el tenso silencio—. La espera ha sido larga, desde luego, pero confío en que haya valido la pena. Hacía mucho tiempo que esperaba este momento, Ana. Nuestro encuentro en Sighrith fue muy breve: demasiado. Me hubiese gustado comprobar con mis propios ojos todo lo que Elspeth Larkin decía sobre ti. ¿Sabes? Esto no debería haber acabado así...

El Capitán cruzó la sala con paso firme y elegante, gozoso dentro del cuerpo de Elspeth, hasta alcanzar a Ana. Una vez frente a ella, se agachó a su lado e hizo un ademán con la cabeza hacia sus captores. Acto seguido, uno de ellos cogió a Ana por el pelo y la obligó a levantar la cabeza, quedando así cara a cara con el Capitán.

El rostro de su hermano jamás le había parecido tan sombrío y peligroso como entonces.

—Nuestro plan era que te unieses a nosotros. Elspeth estaba convencido de que lograría hacerte entrar en razón: que lograría abrirte los ojos a la auténtica realidad. Lamentablemente, se equivocaba. Tu hermano se equivocaba mucho, Ana. Imagino que ya lo sabes. Era un hombre de ideas muy ambiciosas, pero...

—Le engañaste —interrumpió Ana—. Tú le engañaste. Elspeth...

—¿Engañarle? —Ivanov alzó las cejas, sorprendido, y esbozó una amplia sonrisa. Se puso en pie—. Yo nunca engañé a Elspeth, Ana. Le ofrecí la posibilidad de cambiar su vida: de recuperar el honor y el orgullo que tu padre y el Reino le habían arrebatado, y él accedió. ¿Dónde ves el engaño ahí? —Negó suavemente con la cabeza—. En todo momento creyó estar haciendo lo correcto... y ahora lo cree. —Ivanov negó suavemente con la cabeza—. Sé perfectamente que te ha ido a visitar... que te susurra en la noche. Su conciencia es mucho más firme y luchadora que la del resto de cuerpos que he tomado. Su odio es demasiado palpable como para poder ocultarlo... ¿y sabes por qué? —Ivanov retrocedió unos pasos más—. Porque de todas las muertes posibles, la suya fue la peor. Asesinado en manos de su propia hermana, ¿acaso...?

—¡Ana no acabó con Elspeth! —exclamó Liam de repente, con los ojos enrojecidos—. ¡No fue ella!

La interrupción por parte del menor de los Dahl llamó la atención de todos los presentes. Leigh y Ana volvieron la mirada hacia él, sorprendidos ante su intervención. Ivanov, por su parte, tampoco pudo disimular la sorpresa que aquel grito provocó en él. El Capitán le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativo, intrigado, y finalmente acudió a su encuentro.

Se acuclilló a su lado.

—Y yo que pensaba que eras mudo...

—No fue ella —insistió—. ¡Fue Dewinter! Ellos... ¡ellos tienen la culpa de todo! ¡Acabaron con Elspeth y causaron todo esto!

—¡Liam! —Ana parpadeó con perplejidad, estupefacta—. ¿De qué demonios estás hablando...?

—¡Si ellos no hubiesen vuelto a Egglatur nada de esto hubiese pasado! —insistió Liam—. ¡Megan no habría muerto, ni tampoco Rei y el resto de los dalianos! ¡Esta guerra debería haber acabado hace mucho tiempo!

—¿Dando por vencedor al Capitán? —intervino Leigh con brusquedad—. ¡Jamás! ¡Aunque el coste en vidas sea alto, no podíamos mantenernos escondidos! ¡Había que dar la cara!

—¿Y para qué? ¿¡Para acabar todos muertos!?

Una risita aguda procedente de lo más profundo de la garganta de Ivanov finalizó la discusión. De brazos cruzados y visiblemente divertido, Ivanov observaba a sus tres prisioneros desde lo alto, profundamente satisfecho. El miedo a morir siempre causaba aquel tipo de situaciones.

Él y sus lacayos les aplaudieron.

—¡Bonito espectáculo! —exclamó alegremente—. Mandrágora en estado puro: cobardes e inconscientes juntos, todos bajo un mismo estandarte... imagino que sois conscientes de que lo único que vais a conseguir así es desaparecer, ¿verdad muchachos? —Ensanchó la sonrisa—. Aunque sé que no os va a gustar, en esta ocasión tengo que darle la razón al pequeño Dahl... ¿realmente creíais que podríais vencerme? ¿Realmente se os pasó esa estúpida idea por la cabeza? —Ivanov negó con la cabeza—. Sois tan estúpidos...

—Capitán —intervino Leigh, captando así la atención de todos los presentes—, necesito saber algo. ¿Engañó a Elspeth, o realmente él trabaja para usted? Él nos aseguró que se ocultaba en el castillo.

—Y así es. Me ocultaba en el castillo, desde luego, y gran parte de mis hombres y varios de mis Pasajeros se encuentran allí, esperando a vuestros camaradas —respondió Ivanov—. Elspeth hace tiempo que perdió el norte. Él nunca llegó a entender que jamás volvería a ser el mismo en el momento en el que yo ocupase su cuerpo. Creía que, de algún modo, lograría sobrevivir cuando, en realidad, lo que hizo fue un sacrificio... —Ivanov negó suavemente con la cabeza—. Es por ello que jamás pude volver a confiar en él. Elspeth se sentía engañado: se sentía traicionado, y poco a poco ese odio fue consumiéndolo hasta convertirlo en alguien realmente peligroso. Ya no podía confiar en él.

—Lo engañaste —murmuró Ana, acusadora.

—Le mostré lo que quería ver, nada más. Sé que ha estado maquinando: que ha estado haciendo planes con vosotros. Elspeth es inquieto: ansía recuperar el control de un cuerpo, pero como comprenderéis eso es algo que no puedo permitir. Que él pudiese llegar a liberarse me condenaría a mí a la desaparición... por lo que el juego, amigos míos, debe terminar. Al menos para dos de vosotros, claro.

Ana volvió la mirada hacia Leigh, pensativa. Sabía a lo que Ivanov se refería. Unos días atrás, durante el ataque, el Pasajero que había tomado el cuerpo de Veressa Dewinter se lo había confesado, y aunque había llegado a dudar que estuviese diciendo la verdad, ahora lo tenía más claro que nunca. La gran pregunta era: ¿Cómo? ¿Cómo era posible que Leigh se hubiese convertido en un recipiente perfecto si, tiempo atrás, había sido un hombre cualquiera?

El secreto se encontraba en el incidente que había sufrido en K-12, Ana estaba segura de ello. Cuando su buen amigo había caído inconsciente, todo había cambiado para él... ¿pero por qué? ¿Acaso había sucedido algo más de lo que ya sabía?

Ana sintió como el sudor empezaba caerle por la cara. Necesitaba hacer algo para lograr salir de allí... y sabía qué. Sabía perfectamente que podía escapar de la sala sin ningún problema, pero no quería abandonar a sus compañeros.

No era justo.

Claro que, ¿acaso le quedaba alguna otra alternativa...?

Se preguntó dónde estaría Tiamat. El alienígena también estaba en el castillo: ¿sería posible que hubiese logrado pasar inadvertido? ¿O quizás habría sido ya asesinado? ¿Y Armin? ¿Acaso no estaba de camino?

Cerró los ojos. Le costaba pensar con claridad en aquel estado de nervios, y mucho más siendo apuntada por varias armas. Cualquier movimiento en falso podría sentenciarla.

—¿Y qué va a ser de mí? —intervino Leigh—. Dice que dos de nosotros estamos sentenciados... y sé perfectamente que yo no formo parte de ese grupo. ¿Qué va a ser de mí? Uno de sus Pasajeros desveló que yo era su nuevo objetivo... ¿por qué? ¿Qué ha cambiado?

Mientras el Capitán respondía a las preguntas de Leigh, Ana desvió la mirada hacia las ventanas. Más allá del vidrio, la lluvia caía con fuerza mientras que el viento mecía los árboles y silbaba fúnebres melodías de muerte.

Ana se preguntó cuánto tiempo más se alargaría aquel calvario.

—Tu evolución es una gran incógnita para mí, Tauber —admitió el Capitán—. Algo debió pasar durante tu enfrentamiento con mis Pasajeros para que tu naturaleza cambiase de tal modo... lamentablemente, ninguno de ellos sobrevivió para confesarme lo ocurrido. Te has convertido en un gran misterio para mí.

—Y usted para nosotros —respondió Leigh, conciliador—. Siempre lo ha sido, pero ahora más que nunca. ¿Cómo alguien como usted, un científico: un doctor reconocido mundialmente, acaba así? Tenía la vida solucionada: hijos, esposa... me cuesta creer que lo lanzase todo por la borda de esa forma.

—Incluso vosotros, agentes de Mandrágora, nunca podréis entender mi posición —explicó Ivanov—. Ni la mía ni la de ninguno de mis aliados, tanto humanos como alienígenas. La humanidad se ha quedado estancada. Durante siglos, los avances científicos permitían que los hombres fuésemos evolucionando día tras día, superando metas imposibles que jamás creímos poder alcanzar. Nuestra raza ha sido la más poderosa durante mucho tiempo gracias a nuestro esfuerzo. Pocas habían tan luchadoras y con tanto conocimiento en la galaxia, os lo aseguro. En los últimos tiempos, sin embargo, los hombres parecen haber topado con el techo de su evolución, y eso les ha convertido en seres sin aspiraciones que no luchan por seguir avanzando. La humanidad está estancada. Y no solo eso: con la prohibición impuesta por la propia Suprema del estudio de ciertos campos genetistas no solo hemos detenido la posibilidad de seguir avanzando, sino la opción de alargar nuestras vidas hasta convertirnos en seres eternos. La muerte... ¿acaso hay alguien que tiemble al imaginarla? Los hijos de la Serpiente intentáis obligaros a vosotros mismos a no temerla: a celebrarla incluso, pero lo cierto es que sentís el mismo pánico por ella que el resto de mortales. Nosotros, los nigromantes, sin embargo, vamos más allá. La muerte es nuestro campo de estudio, y es de ella de quien nos nutrimos para poder alargar nuestras existencias eternamente. Mis Pasajeros han logrado transcender: ahora sus almas son inmortales y, ya sea en un cuerpo u otro, logran mantenerse eternos. Yo, en cambio, sigo con la lucha. No solo no temo a la muerte, sino que he encontrado la forma de vencerla, y así se lo intenté hacer ver hace mucho tiempo a la humanidad. Mis hijos, mi esposa, mis amigos... ¿realmente creíais que los había sacrificado porque sí? Si esos cerdos no hubiesen intervenido, si no les hubiesen dado caza al renacer... demonios, ¡ahora serían inmortales! Su vida se habría alargado eternamente... y lo mismo habría sucedido con muchos otros. Pero no... —Ivanov negó suavemente con la cabeza—. La humanidad no me lo permite... siempre interviene cuando estoy a punto de conseguir que otros tantos se alcen con el mismo don que yo. Los hombres no entendéis la grandeza de mis actos, y es por ello que ya no puedo contar con vosotros. Ya no puedo esperar a recibir vuestro consentimiento: ¡no tengo tiempo para ello! Mis estudios deben continuar, y si para ello debo acabar con aquellos que me impiden seguir avanzando, no dudéis en que lo haré... no me queda otra opción. En el fondo, ¡esto es por el bien de los hombres! Quizás ahora no podáis entenderlo, pero yo tengo el secreto de la salvación en mis manos.

Estremecida por el discurso del Capitán, Ana permaneció unos segundos totalmente quieta, observando con tristeza como Ivanov no solo proclamaba su inocencia, sino que culpaba a la humanidad de sus propios actos.

Era atroz.

Ana desconocía cuándo debía haber sucedido, pero era innegable que aquel hombre, Andrey Ivanov, había perdido la cabeza. Quizás fuese durante sus estudios de nigromancia, o quizás tras perder a su familia tras su experimento fallido: Ana no lo sabía, pero era innegable que había enloquecido. El Ivanov que en otros tiempos había sido un reconocido científico se había perdido en la vorágine de autodestrucción en la que se había convertido su vida, y la única forma de liberarle de su propio engaño era acabando con él...

Terminando con aquella historia de una vez por todas... ¿pero cómo?

Ana desvió la mirada hacia el techo de la estancia. Más allá de aquel nivel, en lo alto de la más alta torre, el círculo inscrito en tiza que horas atrás le había mostrado a Veryn Dewinter seguía intacto. En un inicio, aquel grabado había sido inscrito únicamente a modo de enseñanza. El "Conde" había insistido en verlo con sus propios ojos, y ella había decidido grabarlo para que lo pudiese memorizar. Ahora, sin embargo, el que aquel círculo estuviese preparado evidenciaba que Veryn había barajado aquella posibilidad.

Así pues, el terreno estaba preparado. El círculo estaba inscrito, el enemigo estaba en las cercanías y, a pesar de las pésimas circunstancias en las que se encontraban, aún podían hacerle frente... Ana no sabía cómo, pues llevar hasta la sala en cuestión a Ivanov no iba a ser fácil, y mucho menos darle muerte, pero no le quedaba otra alternativa.

Era su momento.

El resplandor de un relámpago iluminó la estancia. Por un instante los rostros de Ivanov y los suyos se mostraron con más crueldad que nunca, ocultos tras aquellas grotescas máscaras de carne que empleaban a modo de disfraz, pero rápidamente volvieron a sumirse en las sombras. Ana volvió entonces la mirada hacia Leigh y Liam, temerosa, y asintió con suavidad. Ellos habían cumplido con su parte: habían ganado todo el tiempo que habían podido; ahora le tocaba a ella.

Ana tenía que salir de allí, tenía que iniciar el ataque abandonando la estancia y dejándoles atrás... ¿pero cómo? ¿Acaso no les estaría sentenciando? A Leigh no, desde luego, pero Liam...

A modo de respuesta, como si le hubiese podido leer la mente, Liam asintió. El joven esbozó una sonrisa triste, llena de todos aquellos sentimientos que a lo largo de todo aquel tiempo le había mostrado, y entrecerró los ojos. El sacrificio, tal y como había aprendido de sus padres y de su hermana, era sinónimo de Mandrágora, y si bien había muchas cosas que aún no tenía claras en la vida, aquella la tenía asimilada desde hacía muchos años.

Si era necesario morir por la causa, lo haría.

Ana respiró profundamente, silenciando así su conciencia, y cerró los ojos. La decisión estaba tomada, así que había llegado el momento de actuar. Arrastró la imagen de la sala del grabado a su mente, trayendo consigo todos los detalles que conformaban dicho lugar, y se concentró. El salto sería largo, pero había hecho otros tantos mucho peores, por lo que no tendría por qué ser complicado. Tan solo tenía que concentrarse. Abstraerse de cuanto le rodeaba, fijar objetivo, y...

El potente sonido del trueno logró que la joven abriese los ojos. La sala a su alrededor tembló, provocando que el suelo sobre el cual yacía vibrase. Ana volvió la mirada hacia el frente, donde Ivanov les observaba con fijeza, aún con las palabras en la boca, y miró más allá. A sus espaldas, al otro lado del vidrio de la ventana, una figura oscura se acababa de alzar con algo entre las manos.

Un arma.

El corazón de Ana empezó a latirle con rapidez al detenerse el tiempo a su alrededor. La joven abrió los ojos al reconocer la figura, pero no logró articular palabra. Tras ella, varios de los seguidores de Ivanov gritaron algo.

Y dispararon.

El cristal de la ventana se rompió en mil pedazos al ser alcanzado por las balas. Ana giró la cara al ver la lluvia de vidrios caer sobre su rostro, pero antes de apartar la mirada logró ver a la figura adentrarse en la sala con agilidad. Acto seguido, empezaron a escucharse disparos.

Disparos, gritos y cuerpos al caer.

Uno, y otro, y otro... y a Ivanov gritar. Ana no logró entender sus palabras, pues el aullido de la tormenta rápidamente se apoderó de toda la sala, pero le bastó para comprender qué era su momento.

El gran momento.

Para cuando Ana quiso incorporarse, Liam y Leigh ya estaban en pie, forcejeando con sus captores para arrebatarles las armas. La sala se iluminaba continuamente por fogonazos de luz que pasaban muy cerca de ellos, prácticamente rozándoles. Los disparos iban y venían de distintas direcciones.

Estaban en un fuego cruzado.

—¡Larks!

Tras arrebatarle su propia arma y descerrajarle un disparo en la cabeza al guardián que hasta entonces le había mantenido inmovilizado contra el suelo, Leigh golpeó con la culata del arma al ser con el que Liam forcejeaba. Volvió a golpearle una vez más en el cuello, logrando así que retrocediese, y ya a una distancia prudencial de Liam, giró el arma y presionó el gatillo. El guardia cayó de bruces al suelo, a sus pies. Inmediatamente después, consciente de que estaba en mitad de un fuego cruzado, Leigh se dejó caer al suelo.

—¡¡Agacharos!!

Obediente, Ana empezó a gatear hacia su compañero, demasiado confusa como para saber qué estaba sucediendo. Liam, a su vez, también se dejó caer al suelo, pero no lo hizo voluntariamente. Uno de los disparos le atravesó limpiamente el hombre, lo que provocó que perdiese pie. El joven se estrelló de rodillas contra el suelo, con el rostro contraído en una mueca de dolor, y rápidamente se llevó la mano a la herida. Con el rostro salpicado por la sangre de su primo, Ana hizo ademán de acercarse a él, de acudir a su encuentro, pero no lo consiguió. Una mano se cerró alrededor de su tobillo y, como si de una muñeca se tratase, tiró de ella con tal fuerza que Ana se vio arrastrada por el suelo a lo largo de un metro.

—¡No!

Ana lanzó una patada al aire con la otra pierna, alcanzando de pleno el rostro del guardia que acababa de cogerla. El ser, una mujer de mediana edad, lanzó un bramido de dolor e intentó volver a tirar de ella, pero Ana empezó a sacudirse con tal fuerza que logró liberarse. Ana volvió a golpearla con la bota, esta vez en el cuello, y se gateó hasta la posición donde Liam, aún en shock, permanecía quieto, con la mano apoyada sobre la herida.

Varios disparos se hundieron en el suelo, lugar en el que segundos antes habían estado.

—¡Liam...! —exclamó Ana. Rodeó a su primo por la cintura y empezó a tirar de él hacia la puerta, lugar en el que, en compañía de otra figura, Leigh disparaba hacia el interior de la estancia—. Tenemos que salir de aquí...

El joven volvió la mirada hacia su prima, con los ojos desenfocados, y no dijo nada. Estaba en shock. El pobre, en el fondo, no debería haber estado allí.

No pudo evitar sentir una punzada de culpabilidad.

—De acuerdo, no te sueltes, ¿de acuerdo? —le dijo con cariño.

Ana depositó un rápido beso en su mejilla y tiró de él, logrando así que el joven se incorporase. Volvió la vista atrás, únicamente para divisar al final de la sala a un Ivanov con el ceño fruncido y la furia reflejada en los ojos, y empezó a correr hacia la puerta, consciente de que los disparos volaban a su alrededor.

Varios proyectiles le rodearon el cuerpo mientras avanzaban. Uno de ellos le rozó el cuello, dibujándole una fea línea de sangre, y otro el muslo. Por suerte, ninguno logró alcanzarla de pleno. Ana recorrió la distancia que la separaba de la puerta a gran velocidad y, una vez al otro lado, volvió la vista atrás justo cuando la figura que disparaba desde la ventana era alcanzada y derribada por un disparo en la cabeza.

Dejó escapar un grito de puro terror.

—¡¡Armin...!!

Petrificada ante la escena, Ana liberó la presa con la que sujetaba a Liam, provocando que el joven cayese al suelo, prácticamente inconsciente. A continuación, incapaz de ver más allá del cuerpo que ahora yacía en el suelo, cubierto por sombras, se llevó las manos al rostro y empezó a balbucear palabras inconexas.

Todo a su alrededor empezó a perder sentido. Los disparos se silenciaron, los gritos se distorsionaron y, por un instante, un corto pero a la vez larguísimo instante, la joven no pudo más que permanecer quieta, con las lágrimas aflorando de sus ojos.

Lamentablemente, no tenían tiempo que perder.

—¡Larks...! —exclamó Leigh a su lado.

Y sin tan siquiera darle opción a reaccionar, tomó su mano y empezó a tirar de ella hacia el interior del palacio, hacia el pasadizo contiguo.

Pasaron varios minutos corrieron por el edificio, entrando en salas y saliendo e ellas, subiendo y  bajando escaleras, y cruzando puentes. Durante todo aquel tiempo, Ana era incapaz de pensar con claridad. Su mente seguía atrapada en el salón, allí donde Armin había caído, alcanzado por un disparo, y no era incapaz de reaccionar. Por suerte, Leigh la guiaba con decisión, sin soltarle la mano en ningún momento.

 Unos minutos después, alcanzada ya la torre en la que se encontraba el círculo inscrito en tiza, Ana logró recomponerse. Cruzaron el puente que conectaba con los accesos y, una vez allí, hicieron un alto para poder coger aire.

Tras ellos, Ivanov y los suyos les pisaban los talones.

No fue hasta entonces que, tras dejarse caer al suelo pesadamente, agotada y sin aliento, Ana se dio cuenta que no estaban solos.

—¿Pero qué...?

Habían estado siguiéndoles de cerca durante todo el trayecto, pero ella había estado tan obcecada con lo ocurrido que ni tan siquiera se había dado cuenta de su presencia. Por suerte, ahí estaban, uno en mucho mejor estado que el otro, desde luego, pero vivos al fin y al cabo.

La cabeza de Ana empezó a dar vueltas...

—Pero... —balbuceó, incapaz de contener las lágrimas—. Yo... yo te he visto... yo...

Con la ayuda a Leigh, que permanecía a su lado, Ana se incorporó para acudir al encuentro de sus dos acompañantes. Liam, apoyado contra la pared, volvió la mirada hacia ella, confundido, aún aturdido por la herida. El otro, en cambio, la recibió con un rápido abrazo.

—Tiamat —le susurró al oído tras darle un beso en los labios. Cerró los brazos alrededor de sus brazos y la estrechó con suavidad contra su pecho—. Era Tiamat.

—Oh, Armin... —murmuró Ana, incapaz de reprimir las lágrimas. Apretó el rostro contra su pecho—. Pensaba que...

—Tranquila.

—¿Está muerto? —preguntó Leigh, acudiendo al encuentro de Liam—. ¿Crees que lo han matado?

Armin se encogió de hombros, dubitativo. Lo cierto era que ni tan siquiera él había podido ver con claridad lo ocurrido. Un disparo había atravesado la cabeza del alienígena, sí, de eso no cabía duda alguna... y también había caído al suelo, derribado. ¿Pero realmente aquello era suficiente para acabar con él?

Negó suavemente con la cabeza.

—Debemos seguir: no hay tiempo que perder.

—¿Por qué has vuelto? —murmuró Ana, antes de separarse—. ¿Qué ha pasado con el resto?

—No es tan fácil engañar a Mandrágora, Ana. Vamos.

Siguieron ascendiendo niveles hasta alcanzar la última planta del edificio. Los cuatro entraron en la estancia con paso rápido, ya armados gracias a las pistolas que Armin había traído consigo, y cerraron la puerta tras de sí.

Leigh se apresuró a llevar a Liam hasta un lateral de la sala, lugar en el que lo depositó en un diván para comprobar la gravedad de su herida. El joven seguía en estado de shock, y la pérdida de sangre no ayudaba a que mejorase su estado. Al contrario. Ana y Armin, por su parte, se apresuraron a arrastrar muebles y formar una barricada tras los cuales ocultarse.

—Ese círculo... —comentó Armin mientras ayudaba a Leigh a trasladar a Liam tras los muebles apilados—. ¿Realmente servirá para acabar con el Capitán?

—No: simplemente le impedirá que pueda ocupar otro cuerpo —explicó Ana con rapidez—. La única forma de acabar con Ivanov es destruyéndole.

—¿Y estás segura de que funcionará? —insistió Leigh. El joven tenía el rostro macilento del esfuerzo—. ¿Acaso no es este el círculo que te enseñó a hacer Elspeth?

Ana negó con la cabeza. Elspeth le había explicado cómo debía grabar el círculo que condenaría al Capitán a la desaparición y le salvaría la vida a él. Un círculo que, durante meses, Ana había estado convencida de que emplearía para traer de regreso a su hermano, tal y como le había prometido. Sin embargo, el que tenían ante sus ojos no era el círculo del que Elspeth le había hablado. El que había grabado en el suelo, frente a ellos, sencillamente impediría que el Capitán pudiese volver; le condenaría a la muerte definitiva, y con él, a su hermano.

A Elspeth.

Ana sabía que estaba traicionando su palabra, que le iba a fallar al tomar aquella decisión, pero después de lo ocurrido con el tónico no podía arriesgarse. El simple hecho de imaginar que pudiesen ser los cuerpos de Armin y de Liam los que su hermano fuese a ocupar tras su regreso le ponía la piel de gallina.

—No: él me enseñó otro —respondió con rotundidad—. Con este círculo ninguno de los dos volverá... ni él ni el Capitán.

—¿Estás segura? —insistió Armin—. Elspeth podría haber vuelto a engañarte.

—Estoy segura.

Aparentemente convencido, Armin asintió. El joven depositó a Liam tras la barricada, se arrodilló a su lado y, sin delicadeza alguna, empezó a abofetearlo, tratando de traerlo de vuelta. Leigh, por su parte, aprovechó para tomar una de las alfombras que había cubriendo el suelo del lateral y la arrastró hasta el centro de la sala, lugar donde se encontraba el círculo.

Pidió a Ana que le ayudase a cubrirlo.

—Ivanov no tiene porqué saberlo —explicó a media voz—. Seamos inteligentes.

—¿Crees que no lo sabe? —preguntó Ana, dubitativa—. Parece ir un paso por delante siempre.

—No lo sé: no creo que tu hermano esté en absoluto satisfecho con tu cambio de opinión, así que es posible que le haya avisado... aunque por lo que ha dicho, no parece haber demasiada buena sintonía entre ellos... —Leigh se encogió de hombros—. Sea como sea, debemos intentarlo.

Tras tender la alfombra sobre el círculo, Ana y Leigh acudieron tras la barricada, conscientes de que el tiempo se les acababa. Tras ellos, al otro lado de la ventana, la lluvia seguía cayendo con virulencia, golpeando con crudeza el edificio. A oscuras y perseguidos por la sombra de la duda y el miedo, Leigh, Ana y Armin permanecían muy quietos, a la espera del desenlace. Tarde o temprano el Capitán atacaría, y en sus manos quedaba la respuesta.

Ya no había vuelta atrás.

—Orwayn está abajo... —murmuró Ana por lo bajo, incapaz de apartar la vista de la puerta—. Quizás debería...

—Mi hermano estará bien —aseguró Armin con rotundidad—. No te preocupes: tú quédate a mi lado, ¿de acuerdo? No te separes en ningún momento.

—Lo intentaré.

El sonido de unos pasos procedentes del pasadizo captó la atención de todos los presentes. Ana volvió la vista al frente, sujetando el arma entre las manos con fuerza, y apretó los puños. Creía poder sentir la vibración de los pasos de Ivanov en la mente. Creía poder verle avanzar, y contraer el rostro de su hermano en una mueca burlona. Creía poder escuchar su susurro en lo más profundo de su mente...

Una oscuridad antinatural empezó a apoderarse de la sala. Ana, plenamente concentrada en los pasos del enemigo, apenas fue consciente de ello hasta que, de repente, se dio cuenta de que la oscuridad lo cubría todo. Ni veía la puerta, ni tampoco a sus compañeros: únicamente veía sombras. Sombras que fluctuaban sobre sí mismas y en las que aparecían rostros que abrían y cerraban las bocas en un grito mudo.

Sombras que la aprisionaban con sus manos fantasmagóricas para, acto seguido, liberarla.

Sombras que lograron que bajase la guardia por un instante.

—¡Ana!

El grito de advertencia de Ana precedió el sonido de un cristal al romperse. Escuchó la puerta abrirse en la lejanía, prácticamente en el otro extremo del palacio, y decenas de pasos irrumpir en la sala con gritos de júbilo en la garganta.

Empezaron a escucharse disparos.

Ana permaneció durante unos segundos muy quieta, con el arma entre manos, mirando de un lado a otro en busca de enemigos. Podía sentir el fragor del combate a su alrededor, rodeándola como un halo de sombras, pero no veía enemigo alguno. Era como si se encontrase en una burbuja...

La ilusión duró pocos segundos. La oscuridad se abrió ante ella, y de su interior surgió una figura humana armada con un afilado puñal curvo que rápidamente abalanzó contra su garganta. Ana interpuso su arma instintivamente, e incluso llegó a presionar el gatillo, pero el disparo salió desviado. El guardia, un hombre de larga cabellera negra rizada y de ojos enloquecidos, le apartó el brazo de un manotazo y le aferró el cuello con la otra mano. A continuación, tras empujarla hasta derribarla y hacerla chocar de espaldas contra el suelo, acercó peligrosamente su puñal hacia su cuello, dispuesto a cercenarlo de un tajo. Alzó el arma, dibujó el arco y, a punto de hundirlo en la carne, recibió un fuerte golpe de rodilla en la espalda que le hizo caer sobre ella. Ana aprovechó entonces para cogerle la mano armada, arrebatarle el puñal y hundirlo en su garganta de un rápido golpe.

El ser se sacudió sobre sus piernas, emitiendo un lamento lastimero al morir.

Ana se apartó de él y se levantó justo cuando alguien la cogió por la espalda. La mujer vio unas rudas manos apoyarse sobre sus hombros, dispuestas a sujetarla, y rápidamente reaccionó. Ana giró sobre sí misma, hundió el puñal en el pecho del guardia y, sin darle opción a reaccionar, lo apartó con una patada en el pecho. Acto seguido, guiada por el instinto, lanzó un par de puñaladas más al aire gracias a las cuales un nuevo adversario cayó al suelo. Ana se llenó los pulmones de aire, sintiendo ya el hedor de la sangre penetrarle en las fosas nasales, y aguardó unos segundos quieta, alerta, hasta que un disparo le alcanzó el brazo. Ana lanzó entonces un grito, más de sorpresa que de dolor, pues le habían alcanzado el brazo alterado quirúrgicamente, y se agachó.

Creyó escuchar el grito de Leigh en la lejanía.

—¡Leigh...!

Dispuesta a encaminarse hacia él, Ana se puso en pie. Alzó el puñal, lanzó un rápido vistazo a su alrededor, donde los golpes y los disparos se sucedían, y empezó a avanzar. Lamentablemente no llegó demasiado lejos. Una sombra humana surgió ante ella de repente, logrando cogerla por sorpresa. Ana respondió lanzando un tajo lateral, pero su arma únicamente partió la oscuridad. La joven entrecerró los ojos, confusa, tratando de ver más allá de las sombras, pero no vio nada...

Hasta que él surgió de la nada. Ana intentó detenerle, alzó su arma dispuesta a atacar, pero Ivanov fue mucho más rápido que ella. El Capitán apartó su brazo de un rápido manotazo y, seguidamente, la cogió por la garganta con ambas manos. Cerró los dedos alrededor de su cuello y empezó a apretar. Ana intentó zafarse, pero no logró más que arrancarle unas cuantas carcajadas. Ivanov clavó su mirada en ella con aquellos hermosos ojos que había tenido su hermano en el pasado, y le dedicó una sonrisa cargada de malicia.

—El cuento acaba aquí, querida Ana Larkin —exclamó—. Te di la oportunidad: pudiste unirte a mí y llegar lejos... pero no quisiste. Y no solo eso; no solo me rechazaste, sino que además me retaste. Te enfrentaste a los míos y acabaste con inocentes que no lo merecían... Raily no lo merecía.

—¿Y acaso sí mi padre? —murmuró ella sin aliento.

Ana se llevó la mano libre al cuello, allí donde Ivanov la presionaba, e intentó liberarse. Tiró de sus dedos, apretó su muñeca e incluso hundió las uñas en su piel, pero no consiguió que aflojara la presa. Al contrario. Cuanto más segundos pasaba, mayor era la presión y peor su capacidad de raciocinio.

Empezaba a quedarse sin oxígeno...

—La muerte de tu padre fue decisión de Elspeth, no mía —respondió Ivanov—. Si no hubieses huido, quizás tu planeta hubiese logrado salvarse. Sighrith, el sector Scatha... todos. Incluso esa ingenua de Veressa Dewinter podría haber tenido una oportunidad. Habría pactado contigo, Ana Larkin... habríamos logrado llegar a un acuerdo. Habríamos logrado entendernos... pero no me diste opción a ello. Preferiste enfrentarte a mí, y esto es lo que tu decisión ha provocado. Vas a morir, pero no serás la primera...

Una simple orden de Ivanov bastó para que la oscuridad desapareciese de la sala, dejando a su paso un reguero de cuerpos que, diseminados por el suelo evidenciaba que Leigh, Armin y ella habían luchado ferozmente al final. Lamentablemente, su esfuerzo no había logrado cambiar la situación. El Capitán contaba con demasiados guardias entre sus filas, y aunque habían sido muchos los que habían caído, aún había suficientes como para detenerles.

Ana lanzó una maldición al volver la vista al lateral y ver a Leigh y a Armin ensangrentados, desarmados e inmovilizados contra el suelo por varios de los guardianes de Ivanov. Los dos jóvenes se mostraban recelosos y violentos, forcejeaban y trataban de zafarse de las presas con las que les mantenían inmovilizados continuamente. Por desgracia, el enemigo no daba tregua.

—¿Lo ves, Ana Larkin? De no haber escapado, él no estaría aquí. Él no habría matado a Elspeth... y ahora no tendría por qué morir. —Negó suavemente con la cabeza—. Le prometí a tu hermano que le entregaría su vida... y aunque es más que evidente que no lo merece, yo siempre cumplo con lo que prometo. Sujetadla.

Ivanov liberó a Ana, pero únicamente para que otros guardias la sujetaran. A continuación, dejando a la prisionera jadeante, sin aliento y con los miembros en completa tensión, empezó a avanzar hacia un Armin que no cesaba de forcejear.

Uno de sus guardias le entregó un puñal al detenerse frente a él. Ivanov ladeó ligeramente el rostro, clavando la mirada en los ojos de Armin, y negó suavemente con la cabeza.

—En lo más profundo de mi ser puedo escuchar al pequeño príncipe celebrando este momento... —murmuró Ivanov—. Ojo por ojo y diente por diente, Armin Dewinter. Tú acabaste una vez con él, y ahora él acabará contigo.

Ivanov hizo un ligero ademán con la cabeza y sus hombres inmovilizaron a Armin tomándole por las extremidades. Le cruzaron los brazos tras la espalda y le obligaron a agacharse. Una vez preparado, volvieron la mirada hacia su señor, a la espera de que, de una vez por todas ejecutase al captivo.

Y fue entonces cuando el tiempo volvió a detenerse a su alrededor.

Lentamente, Ana sintió los ojos de Armin clavarse en los suyos, cargados de sentimientos. En su mirada no había temor alguno, ni tampoco rencor: únicamente había tristeza al ver que su historia iba a acabar tan pronto. Ana, por su parte, no pudo más que lanzar un grito de puro pánico. Forcejeó con sus captores, que la sujetaban firmemente, y se sacudió con violencia hasta que, de repente, se vio tras el Capitán, con un puñal en la mano y un grito de rabia en la garganta. Ivanov alzó su arma, dispuesto a acabar con Armin, pero antes de que pudiese llegar a hacerlo Ana se adelantó. La joven clavó su cuchillo en la nuca del ser, logrando con aquel simple gesto que éste se girase en redondo, con los ojos abiertos de par en par, perplejo.

Se hizo el silencio en la sala.

Ana vio sorpresa en su semblante, pero también rabia. Una rabia tan profunda que le llevó a alzar el arma contra ella. Ivanov le respondió con un bofetón con el que logró derribarla. Acto seguido, con los ojos encendidos de pura furia, se dispuso a abalanzarse sobre ella justo cuando, desde la espalda, algo cayó sobre él. Ivanov perdió el equilibrio y, perdiendo el arma de las manos, cayó de bruces al suelo, con Armin firmemente sujeto a su garganta.  

Empezaron a forcejear bajo la atenta mirada de todos los presentes que, al igual que Ana, tenían el corazón en un puño.

—¡Armin! —exclamó Ana.

La mujer hizo el ademán de acercarse, pero Leigh la detuvo. El joven había permanecido tendido en el suelo hasta entonces, aprisionado por los guardias, pero con el inicio del intercambio de golpes de Dewinter e Ivanov, éstos le habían liberado, concentrados plenamente en el combate.

—¡No! ¡No te metas! —exclamó Tauber con la sangre cayendo copiosamente por su rostro. Tenía un feo corte cruzándole la frente—. Ellos no lo permitirían...

Ana lazó un rápido vistazo al semicírculo de guardias que se había formado alrededor del combate. Todos ellos se mantenían a una distancia prudencial, respetuosos, pero firmemente armados y preparados para, en caso de necesidad, intervenir.

—¡Pero le va a matar!

—Ten confianza —respondió Leigh—: Dewinter es nuestra única oportunidad.

La joven volvió la vista hacia el centro de la sala, donde Armin e Ivanov intercambiaban golpes, y se llevó las manos al rostro. Inmediatamente después, sintiendo ya las fuerzas abandonarla, se dejó caer de rodillas al suelo. Los dos hombres peleaban con fiereza en el centro de la sala, como si en el centro de un círculo de Mandrágora se encontrasen. Intercambiaban golpes y patadas, empujones y puñetazos, sin bajar la guardia en ningún momento, pero tampoco sin mostrar todas sus cartas. Ambos eran rápidos y seguros, con técnicas totalmente distintas, pero claramente preparados para la ocasión.

—Ironías del destino —exclamó Ivanov tras lanzar un puñetazo que Armin logró esquivar con relativa facilidad—. La primera vez acabaste con Elspeth Larkin, Dewinter: hoy el círculo se cerrará con tu muerte.

A pesar de la provocación, Armin no respondió. El joven esquivó ágilmente la siguiente combinación de rodillazo y puñetazo que ágilmente lanzó Ivanov, y retrocedió para conseguir espacio para maniobrar. A diferencia del Capitán, él empezaba a sentir auténtico agotamiento.

—¿Sabías que fui yo quien acabó con tu hermana? —prosiguió Ivanov—. En otras ocasiones permito que sean mis socios que lo hagan: mis Pasajeros, pero esa vez preferí hacerlo con mis propias manos. Esa maldita bruja llevaba meses persiguiéndome: impidiéndome escapar del sector. No te imaginas cuánto saboreé el momento cuando logré hundir mi puñal en su corazón... ¡no podrías describirlo con palabras!

Furioso, Armin se abalanzó sobre Ivanov con los puños preparados para lanzar un par de ganchos que éste fácilmente esquivó. A continuación estrelló la rodilla contra su abdomen, logrando así que se doblase sobre sí mismo, y le golpeó la cabeza con el puño, dejando de nuevo la nuca expuesta. Aprovechó entonces para arrancarle el puñal de un rápido tirón. Alzó el arma dispuesto a hundirla de nuevo en su carne, pero Ivanov se adelantó. El Capitán aprovechó la posición para abalanzarse sobre sus piernas, y derribó a Armin.

Dewinter cayó al suelo estruendosamente, con Ivanov sobre sus piernas. Armin lanzó un grito al ser alcanzado en la mandíbula por el puño de su enemigo, e intentó responder alzando de nuevo el puñal. Por desgracia, Ivanov fue más rápido que él de nuevo. Le golpeó en el estómago, dejándole sin aliento, y aprovechó que Armin se encogía para arrebatarle su propio puñal de las manos. Acto seguido, logrando arrancar un grito de terror a Ana con aquel simple gesto, lanzó una brutal puñalada hacia la garganta del joven.

—¡¡No!!

Armin interpuso la mano justo cuando el arma se abalanzaba sobre él. El metal se hundió en su carne, y la atravesó, dirección al cuello. Por suerte, Dewinter logró detenerle a tiempo. Cerró la mano ahora atravesada sobre la empuñadura del arma, y frenó la presión de Ivanov.

Estaban prácticamente frente contra frente.

—¡Ha sido todo un placer, Dewinter! —exclamó Ivanov, con el rostro enrojecido por el esfuerzo—. Nos vemos en el infierno.

Ivanov lanzó un grito y concentró toda su fuerza en ejecutar el que, a su modo de ver, iba a ser el último golpe. Armin gritó también, quizás de dolor, o quizás del esfuerzo, pero logró detenerle. El arma de Ivanov empezó a descender contra su garganta y, a pesar de sus esfuerzos, logró alcanzar la piel. La punta se clavó en la carne y la sangre empezó a manar...

Pero no logró acabar de hundirse. En ese preciso momento, justo cuando la victoria ya recaía sobre los hombros de Ivanov y la oscuridad se apoderaba de nuevo de la sala, la puerta de la estancia volvió a abrirse, y un único disparo bastó para que, alcanzado en la frente, Ivanov cayese de espaldas. Ana alzó la mirada hacia la puerta, perpleja, y durante un instante quedó en completo silencio, confusa ante lo ocurrido. Leigh, en cambio, se apresuró a tirarla al suelo justo cuando, de nuevo, el intercambio de disparos se reanudaba con la llegada de los refuerzos.

—¡¡Acaba con él!! —escuchó decir Veryn Dewinter a su hermano desde la puerta—. ¡¡Armin, acaba con él!!

Y así hizo. Armin se incorporó sobre sí mismo con agilidad, revitalizado, y le arrebató el puñal a Ivanov antes de que éste pudiese llegar a reaccionar. Giró el arma sobre su mano, cerró los puños alrededor del mango y apuntó directamente hacia su garganta.

Después, justo cuando el arma se hundía en el cuello de Ivanov, un estallido de oscuridad cegó a todos los presentes. Ana apoyó el rostro contra el hombro de Leigh, aterrada ante el centenar de voces que, aullando y suplicando, surgieron de la garganta del Capitán. Cerró los ojos y permaneció unos segundos paralizada, presa del pánico, hasta que, al fin, se hizo el silencio.

Una extraña sensación de paz se apoderó de ella entonces. Ana abrió los ojos y, lentamente, temerosa de lo que pudiese encontrar, volvió la vista hacia la sala. Ante ella, aún sumidos en la penumbra, las figuras que acababan de llegar guiadas por Veryn Dewinter se encontraban de pie, quietas y expectantes, a la espera de que los cadáveres que hasta entonces habían empleado los guardias de Ivanov volviesen a levantarse.

Por suerte, eso nunca volvió a suceder.

Leigh se dejó caer al suelo a su lado, agotado. Se llevó las manos al rostro e, incapaz de contenerse, empezó a reír a carcajadas, mezclando la risa con las gruesas lágrimas que rápidamente cubrieron su rostro. Veryn, en cambio, no articuló palabra alguna. Sencillamente se dejó caer de rodillas junto al cuerpo de Ivanov y dejó el arma en el suelo. Junto a éste, lleno de sangre y con los ojos entornados, se encontraba Armin.

Ana rápidamente acudió a su encuentro. Se arrodilló a su lado y le palmeó suavemente la mejilla.

Parecía estar en trance.

—¡Armin...! ¡Armin!

—Creo que está en shock —respondió Veryn a su lado—. No lo muevas: voy a por agua.

Ana asintió y agachó la cabeza hasta apoyar la frente sobre la suya, temblorosa. Acto seguido, sin embargo, no pudo evitar que sus ojos volasen hasta el cuerpo que yacía junto a ellos: el cuerpo de Elspeth.

Un escalofrío le recorrió la espalda al creer sentir sus ojos ahora vacíos volverse hacia ella.

—¿Está muerto...? —murmuró apenas sin fuerza, incapaz de reprimir las lágrimas—. Está muerto, ¿verdad?

Veryn se detuvo un instante para lanzar un último vistazo al cuerpo de Elspeth. Le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativo, y finalmente asintió.

—Si ese cerdo creía que podría vencernos es que no conoce a Mandrágora, Ana. Nosotros siempre iremos diez pasos por delante de él... de él y de todos. Y sí, está muerto.

—Sabías que era una trampa...

—Por supuesto que lo sabía. —Veryn volvió la vista atrás, hacia Ana, y le guiñó el ojo—. ¿Realmente pensabas que te íbamos a dejar sola? Querida, siempre fuiste el mejor cebo.

Ana asintió, pero no respondió. Centró la mirada en Armin, que poco a poco empezaba a recuperarse, y permaneció a su lado hasta que, transcurridos unos segundos, éste parpadeó y volvió la mirada hacia ella.

Alzó los dedos hasta alcanzar y acariciar su rostro.

—Hermana... —murmuró con una extraña sonrisa cruzándole el rostro—. Has vuelto...

—¿Hermana...? —respondió Ana.

La joven abrió ampliamente los ojos, repentinamente aterrorizada, y se mantuvo en silencio, observando con pánico como, poco a poco, Armin empezaba a incorporarse.

Si es que realmente era Armin...

—¿Qué demonios...? —Ya incorporado en el suelo, el joven se llevó la mano a la garganta y comprobó la sangre que le corría por el cuello—. Cielos...

—¿Armin...?

Hubo unos tensos segundos de silencio en los que el joven no reaccionó. Armin permaneció quieto, comprobando la sangre que ahora manchaba sus dedos. A continuación, como si escuchase algo, volvió la mirada hacia Ana. Le mantuvo la mirada durante unos segundos, aturdido, y finalmente extendió el brazo hacia ella.

—¿Te han hecho algo? —dijo en apenas un susurro. Apoyó la mano sobre el hombro de la mujer y la atrajo hacia él—. ¿Estás bien? ¿Y el pequeño?

Armin apoyó la mano sobre su vientre, tal y como había hecho anteriormente, y sonrió al escuchar la respuesta de la joven. Le rodeó entonces los hombros con el brazo, cariñoso, y depositó un suave beso sobre su sien.

—Demonios Ana, no sabes cuánto...

—Cuando nos conocimos te dije un nombre falso: te dije que me llamaba de otro modo... dime: ¿cuál era ese nombre?

—¿Un nombre falso...? —murmuró Armin, sorprendido—. ¿Pero de qué hablas...?

—¡Armin! —insistió ella—. ¡Dilo! Maldita sea, dilo...

Dewinter dudó por un instante, perplejo ante la reacción de Ana, pero finalmente accedió.

Dejó escapar un suspiro.

—Daniela Marsh. Te llamabas Daniela Marsh... ¿pero a qué...?

Ana ni tan siquiera le dejó acabar la frase. La mujer se abalanzó sobre él y cubrió los labios con los suyos, incapaz de ocultar el alivio que aquella respuesta había causado en ella.

—Te quiero —le aseguró al oído, incapaz de articular nada más—. No sabes cuánto te quiero...

Armin asintió algo sonrojado. Volvió a besar los labios de Ana con cuidado y se incorporó. A continuación le tendió la mano y la ayudó a ponerse en pie, consciente de que muchos eran los que les miraban con curiosidad.

Le besó la frente.

—Yo también te quiero. Ve con Leigh, ¿de acuerdo? Él cuidará de ti hasta que nos aseguramos de que todo el edificio está limpio.

Ana asintió, pero no se movió. Permaneció estática donde estaba, justo encima de la alfombra bajo la cual se encontraba el círculo de tiza, hasta que, transcurridos unos segundos, alguien se acercó a ella.

Liam le dio un fuerte abrazo.

—Pensaba que estabas inconsciente... —exclamó Ana, incapaz de ocultar la alegría del momento—. Me alegra verte bien: ¿te han hecho daño?

—Solo lo del hombro, pero vaya, nada grave. —Liam rodeó la cintura de Ana con suavidad y la estrechó contra su pecho, mucho más cercano de lo habitual. Besó su mejilla—. Y todo gracias a ti... muchas gracias, Ana... sabía que no me fallarías, hermanita. Lo sabía.

Ana palideció al escuchar aquellas palabras, pero no dijo nada. Sencillamente permaneció quieta, paralizada, mientras que Elspeth Larkin se alejaba de la estancia con paso tranquilo en el cuerpo de Liam Dahl, glorioso tras su regreso. Pocos segundos después cruzó el umbral de la puerta y se perdió en la oscuridad del pasadizo, incapaz de reprimir una sonrisa cargada de malicia al cruzarse con Armin en su camino.

Nunca más volverían a verse.


En el fondo, siempre lo había sospechado. Al igual que Mandrágora, Elspeth Larkin siempre había estado un paso por delante.



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