Capítulo 15

Capítulo 15



Las calles de la isla de Neverfall estaban llenas de gente a aquellas horas del mediodía. La mayoría de ellos se encontraban en las barras y mesas de los restaurantes colindantes, aprovechando los últimos minutos de la hora de descanso. Poco después, con el sonido de la sirena que marcaba los turnos, los trabajadores de las industrias extractoras de coral de la zona tendrían que volver al trabajo.

Hacía unas horas que deambulaban por las calles en busca de su objetivo. El día anterior, un par de horas después de que Ana despertase, Gorren les había convocado a todos para informarles sobre el status de la búsqueda de Ivanov. Por el momento, y tal y como todos sospechaban, seguían sin encontrar un rastro a seguir que les llevase hasta él, pero poco a poco iban cerrando el círculo. Ivanov se encontraba en el planeta, y así lo demostraba el hecho de que, aquella misma tarde Leigh hubiese contactado con Ana para informarla de que habían localizado su nave en uno de los muelles. Siete días atrás, Ivanov había pisado tierra acompañado de sus hombres. Y era precisamente el hombre que le había recibido en los muelles al que ahora buscaban. Tras ser localizado gracias a los registros planetarios, Ana y Armin se encontraban en plena búsqueda de un hombre al que la suerte, al igual que Ivanov, le había abandonado hacía ya mucho tiempo.

Deim Ja-Ming había sido un gran empresario en otros tiempos. Nacido en el seno de una familia muy humilde, Deim había logrado alcanzar una importante posición dentro de la sociedad de Svarog gracias a su buen olfato dentro de los negocios. Ja-Ming había iniciado su carrera siendo un simple corredor de apuestas, pero con el paso del tiempo había acabado convirtiéndose en uno de los accionistas más importantes de Nexa-Rechstar, la mayor explotadora de coral del planeta. Y seguramente lo habría seguido siendo de no haber caído sobre él todo el peso de la justicia tras los sucesos acontecidos con el Capitán. Deim fue reconocido como uno de los aliados de Ivanov y, al igual que el resto, fue perseguido para ser juzgado. Por suerte para él, Deim había logrado escapar de la justicia a tiempo. El antiguo empresario despareció de la faz del planeta hasta tal punto que, incluso, se llegó a creer que lo había abandonado. No obstante, las imágenes tomadas por los dispositivos de seguridad del muelle le habían traído de regreso a la realidad de Svarog. Deim no solo estaba en el planeta, sino que además había regresado al encuentro de su querido y venerado maestro.

—¿Crees que habrán encontrado algo en la nave?

Avanzaban el uno junto al otro, con paso rápido. Se encontraban en las cercanías de un puerto marino bastante animado, muy cerca de una enorme galería en cuyo interior se instalaba cada mañana la lonja de Neverfall. Aquel no era un lugar ni tan limpio ni elegante como la zona en la que se movía Wassel, pero resultaba agradable pasear por sus calles. Sus gentes resultaban alegres y cercanas, sus negocios acogedores y sus paisajes, sobretodo el marino, idílico.

De vez en cuando Ana se detenía para contemplar la hermosa visión del océano. La sombra rosada de los arrecifes de coral cubría de parches unas aguas cristalinas que, en cierto modo, le recordaban a las de Egglatur.

—No lo creo —respondió Armin en apenas un susurro—. El Capitán se habrá encargado de borrar todas las huellas. Y no solo eso.

Se detuvieron al borde de una calzada para dejar pasar un par de motocicletas gravitatorias. A continuación, tras mirar de izquierda y derecha y asegurarse de que no hubiese ningún otro transporte por los alrededores, cruzaron la avenida y se adentraron en un pequeño pasadizo de piedra al final del cual unas escaleras de madera descendían a unos muelles flotantes donde había sido instalado un pequeño mercado artesanal.

—¿A qué te refieres? ¿Crees que pueda haber algún tipo de trampa preparada?

—Es posible. Desde luego, yo lo habría hecho en su lugar.

—Espero que tengan los ojos bien abiertos...

Un suave aroma a incienso les dio la bienvenida al atravesar el arco de entrada al mercado. Armin se adelantó unos pasos, inquieto ante la repentina oscuridad en la que parecía sumido el lugar, y alzó la vista. Sobre ellos, sujeto por decenas de columnas de madera, una lona negra impedía el paso de la luz.

—¿Estás segura de que es por aquí? —preguntó Armin tras echar un rápido vistazo a su alrededor. Volvió junto a Ana—. No me gusta este sitio.

—"Mercado de la Luna" —respondió ella, y señaló el cartel con el dedo índice el cartel luminoso que había sobre sus cabezas—. Tiene que ser aquí. Vamos, tranquilo... es solo un mercado.

Los puestos que componían el Mercado de la Luna eran pequeños y llamativos, con artículos a la venta totalmente fuera de lo común. A diferencia de la lonja y del resto de negocios de los alrededores, que ofrecían productos naturales, en aquel lugar se ofrecía un tipo de mercancía totalmente diferente. En vez de pescado o carne, allí se vendían plantas medicinales y remedios caseros; en vez de ropa y joyas, amuletos y fetiches. También había obras artesanales de madera en forma de ídolos, estatuillas de aspecto bastante rupestre y, encerrados en jaulas de cristal, muñecos de aspecto humanoide llenos de alfileres.

Visiblemente incómodo, Armin avanzaba de prisa entre los puestos, tratando de no apartar la vista del frente. Ni le gustaba aquel lugar, ni mucho menos sus vendedores y sus mercancías. Tampoco le gustaba el modo en el que los clientes le miraban, ni tampoco la extraña sensación de mareo que el hedor de las resinas despertaba en él.

Tal y como habría dicho su padre de haber estado en aquel lugar: el Mercado de la Luna apestaba a brujería.

Algo más interesada en los llamativos puestos que su compañero, Ana se detuvo en uno de ellos para echar un vistazo a los frascos que exponía su dueña. En su interior, mezcladas con aceites balsámicos, había distintos tipos de hierbas y plantas.

Ana paseó la vista por los distintos recipientes y cogió uno de ellos. En la etiqueta rezaba una frase bastante poética sobre los corazones rotos. Ana quitó el tapón y olió su interior. Además de aceite de lavanda y arándanos, había un ingrediente de potente olor dulzón que no podía identificar.

—¿Interesada en el elixir, pequeña? —preguntó la dueña del puesto tras el mostrador.

Se trataba de una anciana de larga cabellera blanca recogida en una trenza de espina que le llegaba a la cintura. La mujer vestía con un bonito vestido rojo anudado a la cintura y una rejilla dorada en el cabello que dejaba sobre sus ojos verdes varias monedas colgando.

—Los jóvenes sois los que más sufrir por culpa del corazón.

—No en mi caso —respondió Ana con una sonrisa en los labios. Cerró el frasco y lo devolvió a su lugar—. Quizás no sea una pregunta muy correcta, pero... ¿realmente funcionan?

—Depende: ¿crees en la magia?

Ana volvió instintivamente la mirada hacia Armin, que se había detenido unos metros más adelante para consultar su mapa holográfico, y asintió. Al otro lado del mostrador, la anciana ensanchó la sonrisa.

—Me cuesta no hacerlo.

—Entonces funcionan, pequeña: te lo aseguro. Los hombres a veces tenemos la desfachatez de creer ser dueños de todo el conocimiento. Por suerte, la verdad va mucho más allá.

Ana asintió y siguió mirando los frascos en silencio, pensativa. Sobre éstos, anudados sobre una tira de metal flexible, varias decenas de amuletos pendían de sus cordones de cuero, a la venta. Ana alzó la mano hacia ellos y los acarició con la yema de los dedos. Había una auténtica variedad: desde talismanes hechos de piedras preciosas talladas hasta pequeños frascos de vidrio con huesos en su interior.

—Aunque no es el corazón, hay algo que te preocupa, pequeña —exclamó la mujer sin perder la sonrisa—. Lo veo en tu mirada.

—Podrías ser —admitió ella—. La sombra del mal es demasiado alargada. A veces, aunque no la vea, puedo sentir sus dedos acariciándome la espalda.

—Eso es porque, tal y como dices, aunque no la veas, está mucho más cerca de ti de lo que crees... —La mujer frunció el ceño—. Deberías protegerte, pequeña. Tú y los tuyos... aquellos a los que más quieres.

—¿Y tus amuletos pueden hacerlo? —Ana sonrió sin humor—. Permíteme que lo dude...

—La duda no es más que el temor a creer, pequeña. Antes me has dicho que crees en la magia... si realmente es así, no hay lugar a la duda. El mayor amuleto es la fuerza de voluntad.

Unos minutos después, Ana y Armin alcanzaron el extremo oriental del mercado. Se detuvieron junto a un puesto de dulces y aprovecharon que la zona estaba un poco más vacía para consultar de nuevo sus mapas. A continuación se encaminaron hasta el final del muelle hasta alcanzar unas escaleras de mano aferradas firmemente a la pared. Al final de éstas, diseminados a lo largo de una pasarela de madera, había varios barcos anclados.

—Es aquí —exclamó Armin con alivio—. Bajaré primero.

Ana aguardó a que Armin bajase para encaramarse a las escaleras. Descendió los primeros peldaños con cuidado de no resbalar, pues el metal rezumaba aceite, y se dejó caer. Ya en la parte baja del muelle se puso en camino junto a Dewinter hacia los barcos. Según sus indicaciones, el número 8 pertenecía a la familia Ja-Ming.

—No parece que haya nadie...

Descubrieron el navío, una anticuada y minúscula embarcación de color gris, aparentemente vacío, con el ancla echada y las puertas cerradas. No era un lugar especialmente elegante ni cómodo, pero teniendo en cuenta que Ja-Ming procedía de una familia humilde no era de sorprender. A pesar de la riqueza temporal de su hijo, los padres de Deim nunca habían llegado a dejar el barco que habían heredado de sus antepasados.

—Puede que estén escondidos —advirtió Armin—. Quédate aquí: yo voy a entrar.

—¿A entrar? —Ana se apresuró a cogerle del brazo para impedirlo—. ¡Espera! Aquí hay más gente...

Ana alzó el mentón y señaló uno de los barcos situados al final de la pasarela de madera. Junto a éste, aparentemente ocupado cargando cajas, había un anciano de estatura baja y ancho de espaldas cuya mirada no había cesado de ir y venir disimuladamente de su barco al de los Ja-Ming desde la llegada de los agentes.

Armin le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativo. A continuación, seguido muy de cerca de Ana, acudió a su encuentro.

Se obligó a sí mismo a sonreír.

—Disculpe... estamos buscando a la familia Ja-Ming. ¿Sabe usted donde se encuentran?

—¿A estas horas? —El hombre lanzó un rápido vistazo a su crono. Parecía inquieto ante su mera presencia—. Imagino que en su negocio. Los Ja-Ming tienen un restaurante no muy lejos de aquí, en el puerto. Supongo que estarán allí. ¿Les buscaban por algo en concreto? Ustedes... —El hombre lanzó un rápido vistazo a ambos, visiblemente inquieto, y detuvo la mirada en Ana durante unos segundos. Entrecerró los ojos al ver las marcas de su brazo—. Oigan, sé quiénes son... el chico no ha vuelto. Ya se lo dije hace tiempo a sus compañeros: ni ha vuelto, ni va a volver jamás. Ese chico... demonios, ese chico se fue hace ya mucho. Lo lamento, pero... dejen a esos hombres... son buenas personas y no saben nada de Deim.

El anciano dejó las pocas cajas que quedaban por cargar en el suelo y se apresuró a subir a su barco, visiblemente asustado. Atravesó la proa con paso rápido y se adentró en la cabina, lugar en el que, probablemente, guardase un arma.

Ya a solas, aunque plenamente conscientes de que el anciano les observaba desde su barco, rehicieron el camino hasta el puerto en silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Ni era la primera vez que alguien iba a buscar a Deim, ni posiblemente fuese la última.

Inquieta ante la idea de que hubiesen podido confundirla con los esbirros del Capitán por las marcas del brazo, Ana no pudo evitar que la incomodidad se reflejase en su semblante. La joven metió las manos en los bolsillos del pantalón, preocupada, y siguió el camino en completo silencio hasta que, dejado ya atrás el mercado, se detuvieron junto a una estación de transporte público para consultar un plano de la zona.

—Deberíamos ir a ese restaurante —reflexionó Armin en voz baja, con la mirada fija en el laberinto de calles que componían Neverfall—. Si Deim está en el planeta, lo más probable es que haya hecho alguna visita a sus padres.

—O quizás no —respondió Ana con rapidez—. Quizás sea cierto que no haya vuelto a verles. A ese hombre le busca la justicia: si realmente aprecia un mínimo a sus padres les habrá mantenido al margen.

—Les haremos una visita por si acaso.



Al caer la noche buscaron una taberna en la que poder pasar la noche. De haber querido, Armin y Ana habrían podido volver a tiempo para poder disfrutar de las comodidades de la mansión de Wassel, tal y como habían hecho hasta entonces. Sin embargo, dadas las circunstancias, aprovecharon para disfrutar de un poco de intimidad. Después de haber pasado tanto tiempo separados y en aquel entonces siempre rodeados del resto de agentes, apenas habían tenido tiempo para poder conversar.

Alquilaron una habitación situada en el último piso de una taberna situada en la zona del puerto. A simple vista el local no les había parecido demasiado limpio ni moderno, pero la estancia resultó estar en mejores condiciones de lo esperado. No era un lugar demasiado amplio ni moderno, su sistema de conexión era muy anticuado, pero dado que no iban a necesitarlo aquella noche decidieron darse por satisfechos. Armin cerró la puerta con llave, depositó sobre la mesa el dispositivo de vigilancia que había traído consigo para que les advirtiera de la presencia de posibles curiosos y lo activó. Ana, mientras tanto, aprovechó para comprobar las vistas que ofrecía la ventana. Desde allí se podía ver parte del paseo marítimo, el puerto y, en la lejanía, parte de la lonja.

 —Iré a por algo de cenar: ponte cómoda.

Ana aprovechó para darse una ducha y acomodarse en la cama. La jornada había sido larga, muy larga, pero poco productiva. Tras buscar durante un par de horas el restaurante de los Ja-Ming, Armin y ella habían tratado de interrogar a los padres de Deim sin resultado alguno. Tal y como ya les había advertido previamente el anciano del muelle, hacía mucho tiempo que nadie sabía nada del antiguo aliado del Capitán.

Fuese cierto o no, Ana no les culpaba por no haberles dado más información. De haber sido ella la interrogada, probablemente tampoco habría traicionado a su hijo. Por mucho daño que hubiese podido causar Deim Ja-Ming a la sociedad de Svarog, no dejaba de ser su hijo...

Ana cerró los ojos. El apenas haber dormido la noche anterior empezaba a pasarle factura. La joven se sentía muy cansada, prácticamente agotada, pero no quería quedarse dormida. Aunque la noche anterior hubiese logrado salir indemne de la traición de Banshee, no podía quitarse de la cabeza lo sucedido. Ni su encuentro con Daeva ni, por supuesto, las palabras que la tarde del día anterior le había dedicado el "Conde" tras enterarse de lo sucedido.

—Lorah ha desaparecido —había anunciado tras tomar asiento a su lado, en el jardín donde, horas atrás, Ana había estado acompañada por Armin—. Debí imaginar que sucedería algo así... Cat me lo ha explicado todo.

—No creo que te lo haya explicado todo...

—Puede que no todo, pero sí lo suficiente como para poder asegurarte que lamento lo ocurrido. Quizás, después de todo, traer a Banshee con nosotros no haya sido tan buena idea.

En aquel entonces Ana no había podido reprimir una sonrisa cargada de ironía. Evidentemente no había sido una buena idea. Lo había sabido desde el principio, y en aquel entonces, después de lo sucedido, estaba más convencida que nunca. No obstante, no podía culparle de ello. Aunque su presencia allí había sido causada por la decisión de Veryn, había sido la propia Ana la que había decidido seguirla. Así pues, por muy enfadada que estuviese por lo ocurrido, no podía culparle.

—¿Te ha hecho daño?

—No. En realidad trató de ayudarme a su manera...

—¿Y lo ha conseguido?

Ana aún no sabía porque lo había hecho, pues ni tan siquiera entonces tenía las ideas claras al respecto, pero en aquel entonces, bajo la atenta mirada de Veryn, había asentido.

Aquella reacción había logrado que su compañero dejase escapar un suspiro de puro alivio. Veryn sonrió.

—Eso me tranquiliza. Antes, cuando Cat me explicó lo que había pasado, me asusté. Me alegra saber que, al menos, ha valido la pena. Confío en que algún día me lo explicarás todo.

—Puede que lo haga.

—Hasta entonces, espero que sigas confiando en mí, Ana Larkin. Yo, al menos, sí que confío en ti. De hecho lo hago como si fueses una más de la familia, así que espero que no lo olvides.

El sonido de la puerta al cerrarse provocó que Ana abriese los ojos. La joven se incorporó con rapidez en la cama, a la defensiva, y volvió la vista a su alrededor. Recién llegado de la calle, con un par de bolsas en la mano, estaba Armin. El hombre recorrió la sala con paso tranquilo y depositó la mercancía sobre la mesa.

El olor a comida rápidamente se apoderó de toda la sala.

—¡Eso huele muy bien! —exclamó Ana mientras se bajaba de la cama. Abrió las bolsas para comprobar su contenido—. Demonios, Dewinter, ¡buena elección!

—¿Te sorprende?

Tomaron asiento alrededor de la mesa para disfrutar de las delicias que Armin había adquirido en uno de los puestos ambulantes de la zona. Para la ocasión habría preferido poder comer algo cuya procedencia no hubiese sido tan misteriosa como la que en aquel entonces tenían sobre la mesa, pero aquello era mejor que nada. Además, si el sabor era tan bueno como el aspecto y el olor, saldrían victoriosos.

—Que diferente es esta zona, ¿eh? —comentó Ana tranquilamente. Se llevó a los labios su frágil botella de agua reciclada y le dio un largo sorbo—. Aunque me gustan las comodidades de Wassel, vivir aquí debe ser interesante. La gente parece bastante feliz.

—Imagino que todos tomarán pociones de Felicidad Eterna —ironizó Armin con una media sonrisa atravesándole los labios—. No creí que creyeses en ese tipo de estupideces.

—¿Tu no crees en la magia?

Armin se encogió de hombros, sorprendido ante la respuesta. Se llevó a los labios un bocado de la mezcla de pescado y carne que había en su plato y lo masticó con lentitud, dándose el máximo de tiempo posible a pensar la respuesta. Aquel tipo de preguntas siempre tenían trampa.

—Eso no es magia, Ana —respondió finalmente—. Son hierbas mezcladas con aceite y agua sucia: no se puede considerar magia.

—Bueno, quizás en eso tengas razón, pero no me has respondido. Vamos, dime, ¿crees en la magia o no?

—Es complicado decir que no teniendo en cuenta quien es nuestro enemigo, ¿no te parece? —Armin negó suavemente con la cabeza—. Aunque he de admitir que no creía en ella antes. El Capitán ha logrado que cambie mi opinión sobre muchas cosas.

—Ya somos dos entonces.

Ambos volvieron la mirada hacia la ventana al escuchar el sonido de un rayo en la lejanía. Ana se incorporó  y apartó las cortinas. Al otro lado del vidrio, el cielo se estaba encapotando.

—Creo que va a llover.

Antes de que acabasen de comer la lluvia ya caía con fiereza sobre el suelo adoquinado de la ciudad. El tiempo en Svarog era muy cambiante, y más en aquellas épocas del año. El calor había dejado paso al frío, y la luz del sol a la lluvia. Por suerte, aquella noche no tendrían que salir a la calle.

Finalizada la cena, recogieron los envoltorios de la comida y los guardaron en las bolsas. A continuación, tras encender el sistema de reproducción holográfico que pendía en lo alto de la pared, se acomodaron en las butacas para disfrutar de un poco de música. Aún era demasiado pronto para irse a dormir, y mucho más teniendo en cuenta que probablemente no podrían volver a disfrutar de un poco de intimidad en mucho tiempo.

Ana apoyó los pies sobre la mesa y entrecerró los ojos. Años atrás, en Sighrith, Justine la habría obligado a que los bajase, horrorizada ante tal falta de etiqueta. En aquel entonces, sin embargo, aquel acto únicamente provocó que Armin la imitase.

El brillo blanco de un relámpago iluminó la noche.

—¿Crees que lo encontraremos?

—¿A quién? —respondió Armin—. ¿Al Capitán?

—Por supuesto, ¿a quién sino?

El hombre asintió con la cabeza a modo de respuesta. A diferencia de ella, Armin no tenía la menor duda respecto a cuál iba a ser el futuro de Ivanov.

—Caerá —aseguró—. Acabaré con él, tenlo por seguro. Y una vez acabe con él, caerán el resto de los suyos. Esos a los que llama Pasajeros...

Por un instante, el rostro de Armin se entristeció al fijarse sus ojos en la pierna biónica que años atrás le habían implantado. Apretó los puños con fuerza instintivamente. Aunque ya había aceptado su nueva condición, no podía evitar sentir cierta rabia al pensar en lo ocurrido en Sighrith. Hasta entonces jamás se había sentido vencido de tal modo como en aquel entonces, y eso era algo que no podía olvidar. Incluso con el Pasajero muerto a sus pies, Armin no había podido evitar sentir miedo durante la larga espera en la que Ana había acudido en busca de ayuda.

Aquel recuerdo siempre le acompañaría.

El sentir la mano de Ana coger la suya le relajó. Armin le dedicó una fugaz mirada, aliviado al sentir su presencia, y le presionó suavemente los dedos. Poco a poco empezaba a acostumbrarse a poder compartir con alguien aquellos momentos.

—Acabaré con ellos —sentenció—. Con absolutamente todos. Con ellos y con todos esos monstruos de los que Ivanov se rodea: no se merecen otra cosa.

—Espero que dejes algo para mí, yo también quiero participar.

—Lo intentaré, pero no prometo nada.

Ana aprovechó la cercanía para apoyar la cabeza sobre su hombro.

—Jamás imaginé que mi vida fuese a cambiar así. Hace unos años, cuando aún estaba en Sighrith, imaginaba mi futuro como algo aburrido. Me veía a mí misma viviendo en algún castillo cualquiera, de la mano de un noble ansioso de poder cuyo único interés en mí era mi posición. Mi padre decía que me buscaría un buen marido, que se encargaría de que fuese un buen hombre... pero yo jamás llegué a creerle. Tenía tantas ansias de libertad que absolutamente todo me parecía mal.

—La vida siempre acaba sorprendiéndonos —respondió él—. Desconozco si en este caso es por suerte o por desgracia, al menos para ti, pero el que te cruzases en el camino de mi hermano no solo te cambió la vida a ti. De haber sido otras las circunstancias, creo que ahora mismo estaría muy lejos de aquí.

—¿Ah sí? —respondió ella—. ¿Dónde?

Armin se incorporó en la butaca para poder mirarla a los ojos. Tras él, más allá de la ventana, la tormenta caía cada vez con más fuerza, convirtiendo en ríos las avenidas de la isla.

—Hay un planeta llamado Fortaleza en el que hay unas ruinas que creemos que pertenecen a antiguos seguidores de la Serpiente. Las encontró mi hermana hace unos años, poco antes de que todo esto sucediese. Aún no hemos podido investigarlas, pero todo apunta a que se trata de uno de los primeros templos de Taz-Gerr.

—¿Ruinas? No sabía que a Mandrágora le interesasen esas cosas...

—Hay muchas cosas que aún no sabes sobre nosotros, Ana: cosas que te sorprenderían. Tú solo has conocido nuestro lado más belicoso. La guerra contra el Reino acapara la mayor parte de nuestro tiempo, pero no todo. Hay grandes secretos en torno a la Serpiente que deben ser salvaguardados. Y si no estamos equivocados, en Fortaleza se oculta uno de esos grandes secretos. Veressa está casi segura de ello.

—Veressa...

Una desagradable sensación de incomodidad se apoderó de Ana al recordar lo sucedido unas noches atrás. En aquel entonces no se había atrevido a intervenir, pues temía que Veressa pudiese llegar a dañar la relación que tenía con Armin, pero no se lo había perdonado. El mero hecho de que hubiese estado buscando entre sus cosas personales le resultaba demasiado inquietante como para poder hacerlo.

Se levantó con los brazos cruzados sobre el pecho, a modo defensivo, y se acercó a la ventana bajo la atenta mirada de Armin.

Otro relámpago iluminó la calle.

—¿Va todo bien, Ana?

Armin se puso en pie también, e hizo ademán de acercarse, pero finalmente no se movió. Ana, aún junto a la ventana, miró su reflejo en el cristal. Dewinter la observaba desde el centro de la sala, dubitativo, sin saber exactamente qué hacer. Parecía confundido.

Ana dejó escapar un suave suspiro.

—Tu hermana... la verdad es que no había pensado decírtelo, pero... —Ana volvió la vista atrás, hacia su compañero—. El otro día la vi rebuscando en mis cosas. No me atreví a decirle nada, pero... no fue agradable, te lo aseguro. —Apartó la mirada—. Y no solo eso: hace un tiempo, antes de que llegásemos aquí, fue bastante cruel conmigo. Decía que no entendía porque no había acabado con la vida de Leigh cuando aún estaba inconsciente. Me dijo que era débil, y...

—Veressa a veces puede ser muy dura —interrumpió Armin—. No vengo de una familia cualquiera, Ana. Los miembros de mi clan son personas complicadas, y mi hermana no es menos. Vess es una persona muy estricta... y muy protectora. Le gusta cuidar de mí; siempre hemos estado muy unidos, y ahora que tú has aparecido puede que se sienta un poco desplazada. De todos modos, no se lo tengas en cuenta. Mi hermana no ha vuelto a ser la misma desde que el Capitán logró escapar de Scatha. Se siente culpable, y...

—Lo entiendo —murmuró Ana por lo bajo—. Lo puedo llegar a entender, pero no resulta muy cómodo estar junto a ella. Desconozco qué buscaba entre mis ropas, o porqué lo hacía, pero tengo la sensación de que no le gusto demasiado.

Aquel último comentario provocó que Armin sonriera. El hombre atravesó la sala de varias zancadas hasta alcanzar a Ana. Una vez frente a ella, tomó su mano y la atrajo con suavidad hasta poder rodearle la cintura con el brazo.

Besó su frente.

—¿Acaso importa? Si no me hubieses interrumpido sabrías que poco importa lo que ella o cualquier otro miembro de mi familia opine sobre ti. Una vez acabemos con el Capitán, nos iremos. Tú y yo... siempre y cuando quieras, claro. Fortaleza está muy lejos, y los inicios serán complicados, pero creo que juntos podremos descubrir lo que sea que oculta ese lugar.

—¿Tu y yo? —respondió Ana, sorprendida—. ¿Solos?

Armin asintió con lentitud. Aunque el día anterior se había mostrado algo sorprendido por las palabras de Ana, en aquel entonces parecía bastante decidido al respecto. Su futuro no residía ni junto a la M.A.M.B.A. ni a la A.T.E.R.I.S.: su futuro estaba en Fortaleza, lejos de todo cuanto pudiese dañarles.

Sorprendida ante la petición, Ana no pudo reprimir una sonrisa de pura satisfacción. Se alzó sobre las puntas de los pies y le besó los labios con cariño. Seguidamente, antes de que pudiese llegar a alejarse, le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó con fuerza.

Pegó los labios a su cuello, junto al oído.

—Me encanta como suena —murmuró—. Lejos de aquí; lejos de todo.

—¿Te gusta la idea entonces?

—Por supuesto.

—Entonces decidido... —Armin alzó la mano hasta su rostro y acarició su mejilla con la punta de los dedos, con delicadeza—. Guarda el secreto hasta entonces. No quiero que les dé tiempo a complicarnos las cosas: tan pronto acabemos aquí, nos iremos, ¿de acuerdo? Sin preguntas ni respuestas: simplemente desapareceremos.

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