Capítulo 11
Capítulo 11
El atardecer estaba llegando a su fin cuando al fin alcanzaron el Palacio del Sol Ardiente. El viaje hasta Svarog había sido largo y agotador, con decenas de etapas inacabables en las que Ana había seguido incrementando sus conocimientos sobre nigromancia. Sentada frente al tanque de Leigh, la joven había pasado prácticamente todas las veladas acompaña únicamente de su fiel y silencioso compañero, el grueso volumen de prácticas oscuras y un Elspeth al que la situación parecía satisfacer enormemente.
Aprovechó el tiempo también para disfrutar de la compañía de sus primos, que parecían totalmente fuera de lugar dentro de la "Misericorde", de Havelock y de Gorren. Su compañía, más que nunca, era la única que le recordaba al lugar al que realmente pertenecía. Ana era una Larkin de Sigrith, y eso no debía cambiar. Sin embargo, resultaba francamente fácil olvidarlo cuando se reunía con el resto de compañeros. A pesar de sus discrepancias, Veryn Dewinter la trataba como a un miembro más de la M.A.M.B.A., lo que ocasionaba que a veces perdiese la perspectiva. Plantearse un futuro en compañía de Armin y sus hermanos era demasiado tentador. Por suerte, era precisamente él, el mediano de los hermanos, el que impedía que las tentadoras palabras del "Conde" la confundiesen.
—Tiempo al tiempo —solía decir antes de cerrar los ojos y disponerse a descansar—. Ya veremos qué sucede.
Desde la unión de los agentes de la A.T.E.R.I.S. a la "Misericorde", no había noche que Ana pasase en soledad. Siempre bienvenida en el camarote de Armin, la joven se había acostumbrado a compartir los ciclos nocturnos con él hasta tal punto que había empezado a olvidar lo que eran las noches en soledad. Su unión cada vez era más fuerte, y aunque de vez en cuando había discusiones o malos entendidos entre ellos, su relación se había fortalecido notablemente. De hecho, tal era su situación que Ana no podía evitar sentirse tentada de explicarle sus planes reales. La joven lamentaba tener que mantenerle oculta aquella parte de ella, y más cuando, día tras día, ésta ocupaba más tiempo y espacio en su mente. Por suerte, Ana no estaba sola en aquella empresa. Siempre firme ante su decisión de mantenerlo en secreto, y más teniendo en cuenta que la persona con la que su hermana deseaba compartir su secreto era su propio asesino, Elspeth se encargaba de mantenerla en lo que él consideraba "el buen camino".
Acompañada por el maestro Gorren y su primo Liam Dahl, Ana se adentró en los amplios jardines de coral que rodeaban el impresionante palacio del Sol Ardiente. Acostumbrada a vivir en su castillo, la joven había imaginado la residencia de Herbert Wessel como un gran coloso de piedra, de grandes muros y robustos torreones. La realidad, sin embargo, distaba mucho de ello. El Sol Ardiente era una impresionante y altísima estructura conformada por cinco torres de más de cincuenta pisos de altura unidas entre sí por pasadizos acristalados y puentes de piedra. La fachada del palacio era totalmente dorada, con grandes ventanales en forma de arco de punto cubiertos por vidrieras de colores. Sus tejados apuntados eran de colores ocres y sus puertas de oro rosado.
Visto desde la lejanía, el palacio se asemejaba más al producto de un sueño que a una estructura real.
Sorprendida ante la opulencia del majestuoso lugar, Ana no pudo evitar hacer un alto para poder contemplar la estructura que se alzaba ante ella. Si bien el palacio en sí era impresionante, sus amplios y vistosos jardines no se quedaban atrás. Diseminados por los miles de metros cuadrados que conformaban la parcela, decenas de androides blancos de aspecto andrógino cuidaban de las delicadas flores de cristal que adornaban el onírico lugar.
—¿De veras podemos confiar en el tal Herbert Wassel? —preguntó Ana en apenas un susurro, incapaz de borrar de la cara la expresión de sorpresa—. Debe haber invertido miles de millones en este lugar.
—¿Acaso eso importa? —respondió Philip Gorren a su lado, de brazos cruzados—. Wassel es un acaudalado inversor cuya mayor afición es pertenecer a Mandrágora, Ana: no hay mejor contacto que él. Ya vaya bien nuestra guerra o no, a él no le va a afectar, así que nunca nos dará la espalda.
—Ya, pero...
—Te sorprendería saber la cantidad de personas que, como Wassel, deciden apoyarnos —sentenció el maestro—. La rebeldía entre los millonarios está de moda.
Resultaba complicado de creer, pero Gorren tenía razón. A lo largo de aquellas semanas de viaje Veryn Dewinter le había hablado de decenas de personas que, como Wassel, habían decidido apoyar a Mandrágora. La mayoría de ellos eran grandes magnates de los negocios que, aburridos de sus vidas, decidían unirse a la lucha de la Serpiente en señal de desobediencia. Obviamente, su apoyo nunca salía a la luz pública: tanto ellos como sus asesores se aseguraba de ello. No obstante, mientras tanto, en la sombra colaboraban activamente a nivel económico con la organización.
—Es difícil de creer —reflexionó Ana, aún quieta mientras que Gorren se adelantaba unos metros—. ¿Cómo pueden confiar en ellos?
—Pues del mismo modo que confiamos en Havelock, prima —respondió Liam a su lado, con una amable sonrisa cruzándole el rostro. El joven cogió la mano de Ana y empezó a caminar, instándola a que reiniciase la marcha—. O en ti misma... ¿acaso ya has olvidado que ambos venís de la realeza?
Herbert Wassel les esperaba bajo el arco de entrada a su fastuoso hogar vestido con un elegante traje rojo que resaltaba su cabello oscuro ya encanecido. El hombre abrió los brazos, jubiloso ante la llegada de sus intrépidos camaradas, y recibió al "Conde" con un afectuoso abrazo. A continuación, bajo la atónita mirada de Ana, que lo observaba todo desde la lejanía aún, recibió con el mismo entusiasmo, o puede incluso que más, al propio David Havelock.
Herbert Wassel era un hombre de más de sesenta años, alto y esbelto. Se trataba de un elegante empresario de porte noble cuyos ojos marrones brillaban con esperanza en un rostro ya marcado por el tiempo. Herbert lucía el cabello corto y rizado, mucho más negro de lo que cabría esperar para alguien de su edad, y la tez morena. Del cuello le caía un llamativo colgante dorado; de las orejas pendientes aún más ostentosos. A las espaldas cargaba con una capa negra que alcanzaba sus pies, y colgado en el pecho, flamante, una insignia dorada en la que Taz-Gerr se mordía la cola, orgullosa.
Wassel no tardó en percatarse de la presencia de Ana. El empresario acabó de saludar a Dale Gordon con una sonora palmada en la espalda y acudió al encuentro de Ana, con una amplia sonrisa cruzándole el rostro.
Tomó su mano y besó el dorso.
—Sed bienvenida a mi modesto hogar, Alteza —dijo con tono meloso—. Me habían hablado de vuestra belleza, pero veo que no mentían al decir que no había palabras para describiros. Sois una auténtica...
—Herbert, ni lo intentes, amigo —interrumpió David Havelock a su lado. El daliano le palmeó la espalda al empresario, logrando así que éste liberase la mano de Ana—, o es posible que toda la M.A.M.B.A. se te tire al cuello.
—Oh... —El hombre se volvió hacia Havelock, sorprendido, pero rápidamente sonrió—, veo que mi amigo el "Conde" no pierde el tiempo. Chico listo, desde luego. En fin, un placer conocerla, Alteza, siéntase como en casa.
Centenares de estandartes con Taz-Gerr grabada en su superficie dieron de bienvenida a los recién llegados. Ana se adentró en un amplio recibidor de altísimos techos y ricos tapices, y se detuvo para comprobar la belleza de cuanto les rodeaba. Para la ocasión, Herbert Wassel había ordenado a sus sirvientes que demostrasen la lealtad de su familia hacia Mandrágora, y para ello no habían dudado en invertir toda una fortuna en ello. Además de los estandartes, el Palacio Ardiente estaba repleto de cuadros conmemorativos de las mejores batallas, de retratos con los agentes más destacados y todo tipo de alegorías simbólicas a las grandes victorias de la Serpiente.
Ana se detuvo para leer los nombres inscritos en las losas negras del suelo. A pesar de que desconocía la identidad de dichos agentes, la presencia del apellido Schnider entre ellos logró arrancarle una sonrisa.
—Agentes de la T.A.I.PA.N. —exclamó una mujer a su lado, con una leve sonrisa en los labios. Vestida totalmente de negro, pálida y con el cabello lacio cubriéndole parte del rostro, Cat Schnider parecía más cansada y consumida de lo habitual. Le dedicó un rápido guiño—. Valens Schnider es mi bisabuelo, y Loretta Schnider, mi abuela. Imagino que cuando muera mi nombre también aparecerá. Se supone que es todo un honor, ¿lo sabías?
Mientras los recién llegados eran recibidos por el personal de Wassel, tanto el humano como el equipo de avanzadísimos androides que cuidaban de las instalaciones, Cat Schnider aprovechó para guiar a Ana hasta una de las salas contiguas. Al igual que la mayoría, la capitana de la "Misericorde" conocía aquel lugar a la perfección, y sabía dónde se encontraban los auténticos tesoros.
—Conozco a Herbert desde que era una niña, Ana —exclamó la mujer con amabilidad. Caminaban juntas, con paso tranquilo pero firme, sin temor alguno a alejarse del núcleo—. Gracias a él y a sus inversiones la "Misericorde" es lo que es ahora mismo. Mi padre trabajó mucho en ella para convertirla en el gran coloso que es, pero sin una buena inyección económica no habría podido llegar muy lejos.
—Armin me explicó que antes viajabas a bordo de otra "Misericorde": una de menor tamaño. ¿Es cierto?
—Es cierto, sí. He viajado a bordo de muchas naves a las que he bautizado con el mismo nombre, pero tan solo en la que ahora viajamos es la que realmente perteneció a mi familia. Los Schnider llevamos mucho tiempo vinculados a Mandrágora: prácticamente desde sus inicios... y no somos los únicos. Mira, creo que te va a gustar esto.
Entraron en una amplia biblioteca en cuyas paredes revestidas por armarios llenos de antiguos volúmenes había algunos retratos. Se trataba de una estancia algo oscura pero muy acogedora, con varias lámparas de oxígeno iluminando tenuemente el lugar. Cat guio a Ana por la sala, pasando junto a las mesas y los sillones de lectura donde varios androides trabajaban arduamente en las labores de limpieza, y se detuvo frente a una de las paredes. En lo alto de ésta, repartidos por toda su amplitud, había cerca de cincuenta retratos con sus respectivas placas identificativas en la parte inferior. En su mayoría se trataba de hombres de distintas edades y procedencias, todos ellos de expresión adusta y mirada inquisitiva, aunque también había alguna que otra mujer. Ellas, al igual que los hombres, se caracterizaban por la tenacidad y fortaleza de sus semblantes.
Mientras que Cat les hacía una reverencia ceremonial, Ana se limitó a mirarlos, reconociendo en algunos de los carteles los apellidos. Los Schnider estaban presentes, al igual que los Dewinter y los Havelock. También había cabida para los Blake y los Müller, al igual que para los Roth. Incluso había un Dahl, aunque Ana no era capaz de encontrar en su rostro severo ningún rasgo físico con el que sentirse identificada.
Se preguntó qué tendrían de especial aquellos hombres y mujeres para ser tratados con tanta reverencia.
—¿Quiénes son? —preguntó al fin—. Imagino que agentes... antepasados.
—Son los fundadores: los primeros agentes de Mandrágora —respondió Cat—. De aquí surgen las consideradas Grandes Familias. Algunos, como los Dewinter, se han convertido en clanes; otros nos mantenemos como simples familias, pero todas leales a la Serpiente. —Cat cruzó los brazos sobre el pecho, pensativa—. Es increíble ver cómo han cambiado las cosas a lo largo de todos estos años. Muchos de los apellidos aquí presentes han desaparecido. Mira, los Westin... conocí al último de los suyos: un muchacho encantador llamado Lionel.
La capitana señaló un cuadro en el que un hombre de larga cabellera pelirroja miraba desafiante al frente. Sus ojos eran pequeños y claros, ligeramente rasgados, aunque decididos y valientes. Tenía el rostro lleno de cicatrices, el labio inferior hinchado, como si se lo hubiesen partido, y el cuello marcado por lo que parecían ser arañazos.
En otra época, sin lugar a dudas, aquel hombre debía haber sido un guerrero.
—Se parecía bastante a Teth Westin, el del cuadro, aunque sonreía más. Recuerdo que él decía que pertenecer a Mandrágora era todo un honor, y que deseaba que su apellido perdurase el resto de la eternidad. Tenía dos hijos y había un tercero en camino cuando murió. —Schnider dejó escapar un suspiro—. Tres meses después de que perdiésemos a Lionel, su esposa y sus hijos fueron localizados y asesinados en Saturno. Un chivatazo.
—Vaya... eso es terrible.
—Lo es. Con ellos se perdió una de las Grandes Familias... y ojalá pudiese decir que es la única. Lamentablemente, no es así. A lo largo de todo este tiempo han sido muchos los que han muerto, de ahí la importancia de que intentemos mantenernos unidos. Tenemos que vencer al Reino, Ana, y la única forma de hacerlo es juntos. Tú eres una Dahl y yo una Schnider: agentes de divisiones diferentes, pero con un mismo origen... ¿sabes lo que eso significa? Desearía que Veressa hubiese estado aquí para poder tratar el tema también con ella, pero en fin...
Ana volvió la mirada atrás, hacia el pasadizo contiguo donde un grupo de tres dalianos paseaba tranquilamente, conversando entre ellos. Al igual que Cat y ella, los agentes parecían estar recordando los mejores tiempos de la organización.
—Mandrágora ha vivido muchas eras, Ana. Épocas de inicio y fin en la que su mayor enemigo ha sido su propio ego. En la primera Mandrágora no habían divisiones ni rivalidades absurdas entre los agentes: todos luchaban por la misma causa. Ahora, sin embargo, temo que las luchas de poder dentro de la propia organización puedan estar debilitándonos. Debemos intentar mantenernos unidos, y creo que ésta es la gran oportunidad que necesitábamos: tres divisiones unidas, ¿cuándo va a volver a repetirse? —Cat negó con la cabeza—. Debemos aprovechar la ocasión. Tú, al igual que yo, estás dividida: tu familia pertenece a la A.T.E.R.I.S., pero tu corazón está junto a la M.A.M.B.A: ayúdame a unirnos. Ayúdame a hacernos más fuertes. Si no lo hacemos, temo que tarde o temprano acabaremos desapareciendo.
Sentada cómodamente entre Armin y Megan Dahl, Ana disfrutaba de la opulenta cena que Herbert Wassel había preparado para sus invitados. Uniformados de blanco, los sirvientes de Wassel habían dispuesto una amplia mesa rectangular para más de sesenta invitados en el corazón de una amplia sala de baile llena de espejos. El lugar resultaba muy acogedor gracias a los grabados de los techos circulares, la luz que emanaba de las antorchas de oxígeno y las decenas de macetas que, diseminadas por las paredes, perfumaban de su aroma afrutado toda la sala.
Aquella noche probaron en platos de coral las mejores viandas del planeta, su marisco y su pescado. También probaron una mezcla de vegetales y frutas autóctonas de sabor salado muy agradable, un vino mentolado de una magnífica reserva y unos dulces traídos directamente de la mejor repostería de Torre de Coral.
Finalizados los postres, los sirvientes vaciaron la mesa para dejar hueco a la selección de licores. Ana aguardó pacientemente a que su copa fuese llenada y, olvidando por un instante cuanto le rodeaba, brindó con Armin en silencio, con una leve sonrisa cruzándoles el rostro a ambos.
Al otro lado de la mesa Orwayn puso los ojos en blanco.
—Me gusta este sitio —confesó Ana en apenas un susurro. A pesar de que el resto de comensales hablaban, no deseaba que nadie pudiese llegar a escucharla—. Por lo que he podido saber, toda Torre de Coral está compuesta por islas unidas entre sí por puentes colgantes.
—Muy útiles en caso de evacuación —respondió Armin con acidez.
—Oh, vamos, seguro que es bonito. Quien sabe, puede que tengamos tiempo para visitarlo.
—Me temo que vamos a estar demasiado ocupados dando caza al Capitán, Ana.
—Eres un aguafiestas.
Mientras que Armin se encogía de hombros, Veryn Dewinter aprovechó para ponerse en pie y acudir junto con Vel Nikopolidis y Elim Tilmaz a uno de los laterales de la sala. Allí, apoyado sobre una mesa gravitatoria, había un reproductor holográfico.
Empezaron a hablar entre susurros.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Megan Dahl a Ana tras captar su atención con un suave codazo en las costillas—. ¿Los ves? Allí, en la mesa.
—Creo que van a hacer alguna proyección —respondió ella, ya acostumbrada a aquel tipo de situaciones—. Por lo que tengo entendido, a lo largo de estas semanas han estado...
—Almacenando información, sí —interrumpió Megan. La mujer negó bruscamente con la cabeza—. Oh, vamos, Ana: ¡dime algo que no sepa!
—Mientras que tú te limabas las uñas mis hermanos y yo hemos estado informándonos sobre el pasado de Ivanov en Svarog, Dahl —exclamó Orwayn desde el otro lado de la mesa, con malicia. A su lado Veressa le observaba con cierta diversión, con la ceja derecha levantada—. Imagino que sabes al menos quien es Ivanov, ¿no?
Aprovechando que Orwayn parecía tener ganas de divertirse, Ana volvió la mirada hacia el fondo de la mesa, lugar en el que Cat Schnider y David Havelock charlaban animadamente. No muy lejos de allí, ahora sola ante la ausencia de Veryn, Lucy Banshee pasaba el rato dándole vueltas al contenido de su copa, aparentemente pensativa. La mujer tenía al otro lado a Tiamat, pero éste no parecía prestarle atención alguna. Como de costumbre desde hacía unas semanas, el alienígena parecía muy interesado en su conversación con la llamativa Rai Laporte.
—Yo ya pilotaba cazas cuando a ti aún tenían que cambiarte los pañales, estúpido bocazas —decía Megan en esos momentos, en tono jocoso—. ¡Pues claro que sé quién es Ivanov! ¿Sabes tú acaso quien es John Roth?
—Me suena, ese es el que me besó el culo al nacer, ¿no? —respondió Orwayn, volviendo la mirada hacia Veressa—. ¿O fue su hermano?
—Ambos, hermanito —dijo ella con malicia, destilando ironía—. Ambos aún deben estar temblando, esperando el momento en el que el gran Orwayn Dewinter les quite su lugar a la cabeza de Mandrágora.
Las cosas habían cambiado mucho a lo largo de aquellas semanas. Aunque durante los primeros días de unión de la A.T.E.R.I.S. y la M.A.M.B.A. habían sido muy tensos gracias a Orwayn Dewinter entre otros, en las últimas jornadas el tono de las disputas había ido variando hasta el punto que había ocasiones en las que acababan en tono de broma, a carcajadas o, simple y llanamente, amistosamente. Aquel cambio aún seguía resultando sorprendente, y más cuando Megan Dahl seguía sin dar su brazo a torcer, pero en gran parte era gracias al magnífico trabajo que tanto Havelock como el resto de dalianos habían hecho para intentar acercar posturas. No solo no habían venido para molestar, sino que lo que querían era ayudar y demostrar su valía, y para ello era necesario ser aceptados.
—Hay cosas que nunca cambiarán —murmuró Armin por lo bajo.
Pocos minutos después las luces de la estancia se apagaron para dejar paso al potente foco de luz blanca del proyector holográfico. Elim transportó la mesa del reproductor hasta el centro de la estancia y, con la ayuda de Vel, prepararon el sistema para la inminente proyección.
Herbert Wassel se puso en pie y acudió a la cabeza de la mesa, lugar en el que Veryn Dewinter y Philip Gorren revisaban los datos que iban a ser mostrados en un visualizador óptico de pantalla blanda. A lo largo de las jornadas de viaje ambos habían estado a la cabeza de sus respectivos grupos de investigación, recopilando toda la información disponible sobre Ivanov. Las búsquedas habían sido arduas, y en el proceso se habían asaltado todo tipo de bancos de datos virtuales. A pesar de ello, los resultados obtenidos habían sido bastante limitados. Al parecer, alguien se había encargado de borrar las evidencias de Ivanov de los registros.
Wassel, en cambio, tan solo había necesitado invertir parte de su dinero para conseguir todo tipo de resultados.
—¿Cuándo entenderás que hoy en día se puede comprar prácticamente todo, querido Philip? —exclamó el hombre, logrando acallar las últimas voces con aquel comentario—. El Reino está mucho más corrupto de lo que nos gustaría creer a ambos, amigo.
—No me cabe la menor duda —respondió éste, alzando la vista de su terminal únicamente para dedicarle una sonrisa carente de humor al empresario—. No hay día en el que no me decepcione más y más el universo en el que vivimos. Demos gracias a Taz-Gerr por existir. Ahora, si os parece bien a ambos, creo que ha llegado el momento de empezar.
Todas las miradas se concentraron en las imágenes que rápidamente empezaron a ser emitidas en el centro de la estancia, un metro por encima de la mesa. En ellas se veían las fachadas de una ostentosa edificación de muros blancos situada en lo alto de una colina. A simple vista se trataba de un gran palacio conformado por distintos edificios de plantas cuadradas y circulares, cuyos techos apuntados eran de teja roja. Al ampliarse la imagen, sin embargo, la envergadura del lugar iba acrecentándose hasta acabar convirtiéndolo en una auténtica fortaleza.
Las imágenes fueron variando para mostrar distintas partes del mismo lugar. Un balcón, una torre, las almenas, el patio de armas, la torre del homenaje...
—Compañeros, agentes, colaboradores, lamento tener que interrumpir esta agradable y copiosa cena, pero me temo que nuevamente nos llama el deber —exclamó Gorren, alzando el tono de voz para captar la atención de todos—. Ante todo y en nombre de todos, Herbert, quisiéramos darte las gracias por esta magnífica bienvenida. Aunque la visita que nos trae a Torre de Coral no sea la más deseada, es siempre un honor y un placer poder reunirnos con agentes de la organización. Doy gracias a la Serpiente por ello.
—Y yo a vosotros por seguir luchando como el primer día, amigo —respondió Herbert—. Gracias a gente como la aquí presente aún queda esperanza para los hombres. ¡Larga vida a Mandrágora!
Los presentes respondieron a las palabras de Wassel con un estruendoso aplauso. Ana, guiada por el espíritu colectivo, se unió a ellos en el aplauso, aunque no añadió palabra alguna. Orwayn y Liam Dahl, cada uno desde su respectivo bando, aprovecharon para corear el nombre de sus divisiones a gritos.
—Bien, bien... —intervino Gorren, tratando de devolver la calma a la sala—. Como os decía, el deber nos llama, y es por ello que quiero compartir con vosotros los tres ejes alrededor de los cuales van a girar nuestras investigaciones. El primero de ellos, como ya estáis viendo todos, se trata de la única propiedad asociada a Bastian Rosseau en el planeta: el castillo de Nürglen, una imponente edificación situada en una de las islas que conforman Torre de Coral, en la zona oriental. Según los registros, dicha propiedad fue adquirida por nuestro objetivo y aún sigue en su poder. El resto de sus posesiones y terrenos fueron confiscados, pero dicho lugar se libró gracias a la petición expresa de Raily Rainer, persona que, por cierto, "regaló" el castillo a nuestro protagonista. Al parecer, antes de ser encerrada logró ablandar el corazón de su padre. —Gorren se encogió de hombros—. Actualmente se encuentra abandonada, por lo que no creo que nos pongan problema alguno para que la visitemos.
—Yo mismo me encargaré de formar el comando que viaje hasta allí —apuntó Veryn con los brazos cruzados sobre el pecho. El "Conde", al igual que muchos de los presentes, observaba las imágenes del castillo con cierta inquietud, intimidados por la majestuosidad de la edificación—. Si es cierto que el Capitán se encuentra aquí, cabe la posibilidad de que haya decidido volver a su refugio.
—Es muy probable —admitió Gorren—. Es por ello que, por encima de todo, recomiendo precaución.
Mientras preparaban las imágenes del siguiente objetivo, Veryn intercambió una fugaz mirada con sus hermanos. Viajar hasta el castillo con la posibilidad de encontrar al Capitán en él resultaba demasiado tentador como para dejar pasar la oportunidad. Fuesen cuales fuesen las otras opciones, el "Conde" tenía muy clara cuál iba a ser su elegida.
Las siguientes imágenes mostraron a dos hombres de evidente parecido físico de unos cincuenta y cinco años. Ambos eran altos y fuertes, de apariencia imponente y perturbadora mirada de ojos marrones. Los dos hombres, probablemente hermanos, lucían los cráneos afeitados llenos de tatuajes rituales, varias quemaduras en el rostro e inconfundibles uniformes blancos de presidiario.
Sus fotografías despertaron varios murmullos. Tras una breve visualización de las instantáneas tomadas recientemente durante su estancia en la penitenciaria, éstas fueron sustituidas por otras tantas en las que los dos hermanos, mucho más jóvenes y elegantemente vestidos, se codeaban con las altas esferas del planeta.
Ana no tardó en atar cabos.
—E aquí los hermanos Malik y Yine Yellowbone, dos de los miembros más activos del círculo de Ivanov en Torre de Coral —anunció Gorren—. Ambos fueron encarcelados poco después de que el Capitán se diese a la fuga, tras la intervención del ritual. Tratándose de quiénes eran, hijos de condes, se les ofreció la posibilidad de colaborar en la búsqueda de Ivanov y disminuir así su condena, pero éstos rechazaron la oferta. Se consideran fieles seguidores de su señor, y no están dispuestos a traicionarle. Ni ahora ni nunca. —Gorren negó suavemente con la cabeza—. Este par de angelitos deben ser interrogados. Yo mismo me encargaré de hacerles una visita junto a mi propio equipo. No olvidemos también, compañeros, que Raily Rainer debe ser visitada. Imagino que podremos acceder a ella, ¿me equivoco, Herbert?
—Estoy trabajando en ello, Philip.
—Magnífico —prosiguió Gorren—. Como imagino que sabéis, no solo los hermanos Yellowbone y Raily Rainer fueron detenidos tras el ritual. Muchos otros seguidores del Capitán fueron arrestados, pero la mayoría de ellos ya no se encuentran en el planeta. Los que lograron librarse de las penas de cárcel gracias a su privilegiada posición abandonaron el planeta; el resto fueron ejecutados. Así pues, el número de posibles contactos de Ivanov se ha visto reducido drásticamente.
—No obstante, queda uno —exclamó Havelock desde el otro lado de la sala, aún acomodado en su asiento. Ana tan solo necesitó echarle un rápido vistazo para comprobar que parecía muy tranquilo—. Mi hombre.
Los hermanos Yellowbone desaparecieron para dejar paso a la imagen de un hombre joven, de unos treinta años, bajo y ancho de espaldas. Su aspecto era un tanto desagradable, con una expresión siniestra en el rostro, como si le molestase el estar siendo fotografiado. Sus ojos eran negros, achinados, su piel ligeramente amarilla y su cabello negro como el carbón.
Nuevamente se mostraron varias instantáneas del objetivo en compañía de otras tantas personalidades, siempre en eventos. En todas ellas el hombre se mostraba reacio e incómodo ante las cámaras, fuera de lugar.
Al parecer, al igual que los Yellowbone, el objetivo en cuestión formaba parte de las altas esferas planetarias.
—Deim Ja-Ming —anunció Philip Gorren—. No hay imágenes de él actuales, por lo que tendremos que basarnos en las que hay en los archivos. Al igual que Yellowbone y Rainer, Ja-Ming era uno de los sectarios de Ivanov, uno de los más cercanos y al único al que no se ha podido seguir la pista. Todo un personaje: un comerciante venido a menos que vendió todo, incluida su alma, a nuestro querido Capitán. —El maestro negó suavemente con la cabeza—. Deim desapareció junto con Ivanov, con la única diferencia de que se cree que él nunca llegó a abandonar el planeta. Dicen las malas lenguas que ha sido visto por los bajos fondos a lo largo de todos estos años, así que es muy probable que podamos dar con él. Havelock, cuento contigo y con los tuyos para dar caza a Ja-Ming.
—Nos encargaremos de ello, maestro —respondió él—. Si aún está en el planeta, lo encontraremos.
—Confío en ello. —Gorren dio un paso al frente y apoyó las manos sobre la mesa. Endureció la expresión—. Pronto mismo iniciaremos la búsqueda: os recomiendo a todos que recuperéis las fuerzas esta noche. A partir de mañana nada ni nadie va a detenernos hasta que demos con ese cerdo de Ivanov: ha empezado la cuenta atrás.
Alcanzada la media noche Ana ya se disponía a abandonar la sala de baile donde se había celebrado la cena y en la que hacía horas que los agentes debatían sobre la operación que iniciarían al siguiente amanecer cuando alguien captó su atención. Al final del pasadizo que daba a las escaleras de ascenso al ala de invitados se encontraba Liam Dahl, nervioso y con una expresión extraña en el rostro.
Se apresuró a acudir a su encuentro.
—¡Ana! —repitió. Le temblaba la voz—. Tienes que venir conmigo. Tienes que...
Alarmada ante el repentino cambio de ánimo de su primo, Ana clavó los pies en el suelo al sentir su mano cerrarse alrededor de su muñeca. Hasta entonces jamás le había visto tan nervioso, ni tan siquiera durante la primera visita a Banshee.
Algo debía ir mal.
—¿Qué pasa? —preguntó sin poder evitar que el nerviosismo empezase a aflorar en ella—. ¿Ha pasado algo?
—Ven conmigo a la "Misericorde"... ¡tienes que verlo! El maestro me ha pedido que te lo dijese solo a ti.
—¿El maestro? ¿Qué demonios...?
Sin lograr recibir respuesta alguna a sus preguntas, Ana se dejó llevar fuera del palacio de Wassel hasta las afueras del islote, lugar en el que, anclada y silenciosa, la enorme nave flotaba sobre las tranquilas aguas rosadas de Torre de Coral. Liam Dahl la guio a través de la pasarela que conectaba la tierra con los accesos traseros de la gran nave, y juntos se adentraron en los amplios hangares de ésta, lugar en el que desde hacía varias horas el resto de la tripulación trabajaba arduamente en la reparación y revisión de los vehículos de transporte terrestre.
Varios conocidos les preguntaron sobre sus prisas a voz en grito, más guiados por la curiosidad que por el interés real, pero ni Ana ni Liam respondieron. Simplemente cruzaron la sala a la carrera, se adentraron en la cubierta inferior a través de la puerta de acceso y se encaminaron a las escaleras de ascenso.
Empezaron a subir un peldaño tras otro.
—Liam, pero dime algo...
Alcanzado el tercer nivel, Liam se adentró en el pasadizo central. Tras él, Ana le seguía de cerca, con la respiración acelerada. Seguía teniendo dudas al respecto, pero dado que su primo no parecía dispuesto a responder, decidió mantener los labios sellados. Así pues, simplemente siguió a Dahl en silencio a lo largo de varios corredores hasta que, unos minutos después, alcanzaron al fin la entrada a una de las salas de reunión.
Liam golpeó con los nudillos la superficie de la puerta antes de abrirla.
—Maestro... —exclamó—, somos nosotros, maestro.
Haciéndole a un lado de un suave empujón, Ana abrió la puerta y se adentró en la estancia, cansada de la espera. En su interior, en el corazón de una sala en la que anteriormente se había reunidos varias veces con los suyos para debatir sobre el Capitán, se encontraba el maestro Gorren, tranquilo, relajado, charlando con alguien. Y justo delante de él, de espaldas a la puerta, una figura alta y delgada cuyo rostro Ana no necesitó ver para reconocer al instante.
Un escalofrío le recorrió la espalda. El corazón de Ana se aceleró en el pecho y los ojos se le llenaron de lágrimas de pura emoción.
Olvidó por completo absolutamente todo: desde Elspeth hasta el Capitán. Todo. Ana simplemente apretó los puños, atónita ante su aparición, y aguardó en silencio a que la figura la mirase.
El descanso le había sentado francamente mal, estaba pálido y delgado, con los ojos muy hundidos en sus cuencas y los labios carentes de color, pero incluso así se alegraba de verle. Se mantuvieron la mirada durante un instante, un breve segundo que duró una eternidad. Acto seguido, Ana se abalanzó sobre él y hundió el rostro en su pecho, incapaz de frenar las lágrimas.
—¡Leigh! —exclamó casi a voz en grito—. ¡Maldita sea, Leigh! ¡Sabía que volverías! ¡Lo sabía...! ¡Te he echado tanto de menos...! ¡Tanto...!
—Lo sé, lo sé... —respondió él. Leigh cerró los brazos alrededor de su cintura y la estrechó con fuerza contra su pecho. Besó su cabello con cariño, tal y como había hecho tiempo atrás, antes de que el viaje a K-12 los separase—. Te he estado viendo durante todo este tiempo, Larks... y sé que me echabas de menos... yo a ti también, te lo aseguro... —Leigh bajó el tono de voz hasta convertirla en apenas un susurro—. Y sé lo que has estado haciendo, Ana... sé lo del libro... y sé lo de Elspeth... lo sé todo.
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