Capítulo 42
Capítulo 42
Armin aún estaba algo mareado cuando al fin, tras meses de viaje, logró atravesar la entrada a la pirámide en compañía de un Leigh al que la tensión del momento parecía haber logrado apaciguar los nervios. Atrás quedaban los maestros y Tiamat, la mujer Pasajero y las sombras. El joven desconocía qué pasaría con ellos a partir de aquel punto, pues conocía a la perfección el potencial de los seres como ella, pero prefería no pensar demasiado en ello. Armin tenía una misión que cumplir, y por mucho que desease poder combatir junto a su maestro y, quizás así, asegurar su supervivencia, sabía que su lugar estaba allí.
Avanzaron por el pasadizo hasta las escaleras, tomaron cada uno una de las antorchas que colgaban de las paredes y empezaron a descender. Procedente de las lúgubres profundidades de la pirámide, se escuchaban voces y cánticos propios de un ritual, pero también gritos desgarradores que, entre lamentos, suplicaban ayuda.
Ana.
El triste lamento de la joven logró que la mente de Armin empezase a trabajar con mayor claridad. El guardaespaldas seguía sintiéndose un poco desorientado, como si no fuese del todo dueño de su propio cuerpo, pero eso ya no importaba: tenía una misión que cumplir y, costase lo que costase, lo iba a conseguir.
Empezaron a bajar las escaleras a gran velocidad. Totalmente concentrado en la voz de Ana, Armin descendía los peldaños de dos en dos, recuperando con cada paso un poco de la agilidad que el aturdimiento le había arrebatado. El joven se sentía con más fuerza que nunca, capaz de recorrer el mundo entero si así fuese necesario, y así lo demostraba con cada paso. Leigh, por el contrario, cada vez iba más despacio. La herida de la pierna le dolía cada vez más y, por mucho que lo intentaba, no era capaz de seguir el paso de su compañero.
—¡Dewinter! ¡Dewinter, espera! ¡No puedo ir tan rápido...!
Armin no le escuchó; tal era su concentración que en su mente tan solo había cabida para los gritos de Ana, el cántico de los ritualistas y el latido de su propio corazón. Todo lo demás, no importaba.
Aceleró aún más el paso.
—Ya voy, Ana...
La mujer Pasajero se movía demasiado rápido. Gorren, Helstrom y Tiamat, armados con sus pistolas, habían logrado hacer descender a la guardiana hasta el campo de espigas, pero nada parecía detenerla. Su carne absorbía las balas sin generar reacción alguna en ella.
Hasta entonces habían logrado mantenerla a raya derribándola a disparos cada vez que lograba acercarse más de lo deseado. La mujer era rápida, pero ellos también. Desafortunadamente, los cargadores empezaban a estar demasiado vacíos como para poder seguir con aquel ritmo mucho más. Debían encontrar el modo de acabar con ella, y debían encontrarlo antes de que fuese demasiado tarde.
Dos disparos en el lateral de la cabeza lograron derribarla justo cuando empezaba a avanzar hacia el maestro Gorren con un cuchillo entre manos. El ser era ágil y veloz, mucho más que cualquier humano, pero al estar encerrado en aquel cuerpo no podía llegar a explotar todas sus facultades. A pesar de ello, era una rival terrible.
La mujer cayó al suelo y permaneció unos segundos tendida, inmóvil, pero no tardó demasiado en incorporarse con la mitad de la cara en carne viva. El ser se frotó el rostro con el dorso de la mano, retirando así la sangre que le resbalaba desde el inicio de la herida, y clavó la mirada de perversos ojos negros en Gorren de nuevo.
A pesar de haber tres objetivos, parecía estar obsesionada con él.
La Pasajero alzó el arma hacia él, con el filo hacia delante, como si le apuntase, y cargó. Los tres hombres volvieron a disparar, tratando de detener su avance, pero en esta ocasión no lo lograron. La Pasajero esquivó velozmente todos los disparos, realizando complejos pasos de baile, y no se detuvo hasta alcanzar a Gorren y abalanzarse sobre él con el cuchillo por delante. El maestro la intentó repeler empleando el mango del arma para golpearla, pero únicamente logró desviar la trayectoria del cuchillo. La Pasajero la derribó con su peso y, juntos, cayeron al suelo.
Empezaron a forcejear.
—¡¡Philip!!
Helstrom corrió hacia su compañero, consciente de que, al menos en aquella ocasión, Tiamat no podría ayudarle. El resplandor que emitía en su forma real era tal que ni tan siquiera se les podía acercar sin dejarles ciegos. Así pues, estaba solo. Alexius recorrió la distancia que les separaba a gran velocidad hasta alcanzar al fin a la pareja. Cogió a la mujer por el pelo y tiró de ella con fuerza, arrastrándola fuera del alcance de su compañero. Enloquecida, la Pasajero dibujó varios arcos en el aire con el cuchillo, logrando así abrirle un importante corte en el mentón a Gorren. Helstrom la alejó unos cuantos metros más, hasta dejarla fuera de su alcance, y le disparó a quemarropa. Las balas dibujaron varios orificios en la piel de su cuello y en el pecho, pero no la detuvieron. La mujer se impulsó con ferocidad, como si de un gato se tratase, y se abalanzó sobre el maestro con rapidez, sin darle opción alguna a que se defendiese.
Alexius la vio acercarse a cámara lenta, incapaz de reaccionar. Observó el arco que dibujaba su brazo al alzar el arma y, finalmente, cómo hundía el metal con brutalidad en su pecho. Primero lo hizo una vez, después otra, y otra hasta contar cinco puñaladas. Acto seguido, alzó el cuchillo dispuesta a hundirlo en su garganta y finalizar el trabajo, pero algo la detuvo. Gorren la cogió por la cintura, tiró de ella hacia atrás, apartándola de su alcance, y la lanzó al suelo. A continuación se abalanzó sobre Alexius justo cuando éste se derrumbaba en el suelo, con el pecho chorreando lluvia mezclada con sangre.
—¡Alexius...!
Incapaz de soportar su peso, Gorren le depositó en el suelo cuidadosamente, con el rostro contraído en una mueca de pánico. Tras él, la Pasajero ya se estaba incorporando, dispuesta a sentenciar el combate, pero el maestro no parecía ser consciente de ello.
No le importaba.
Cogió la mano de su fiel camarada y la presionó con suavidad. Lágrimas y gotas de agua rodaban por su rostro por igual.
—Aguanta, amigo. Aguanta...
—¡¡Philip!! —gritó Tiamat desde la distancia. El alienígena disparó varias veces su arma, pero las balas no lograron detener el avance de la mujer—. ¡Philip, cuidado! ¡Phi...!
El sonido de unos pasos al descender por las escaleras volvió a perturbar la paz en la sala del ritual. Aún con el libro entre manos, Merihim siguió leyendo, tratando de ignorar la inminente llegada del recién llegado, pero Dushara, el ser que había ocupado el cuerpo de Jean, no pudo evitar que el sonido captase su atención. El Pasajero alzó la mirada hacia las escaleras, dubitativo, y se quedó en muy quieto, concentrado en el sonido. Ana aprovechó entonces para empezar a sacudirse violentamente.
Le mordió la mano.
—¡¡Basta!! —gritó Jean. Volvió a apoyar la mano sobre el rostro de Ana y lo apretó con fuerza contra el suelo. La otra mano y la rodilla aprisionaban sus brazos—. ¡Deja de...!
El cuerpo del Pasajero salió despedido al ser impactado por varios disparos desde el lateral. Ana se incorporó con rapidez, sorprendida, y volvió la vista hacia las escaleras dónde, recién surgido de la oscuridad y sujetando una antorcha con una mano y una pistola con la otra, apareció Armin.
No pudo reprimir una sonrisa.
—¡¡Armin!!
La sala quedó en completo silencio ante la repentina aparición del hombre. Dewinter descendió los últimos escalones con paso rápido. El joven se detuvo frente al círculo y, con el arma apuntando ahora directamente al ser que sujetaba el libro entre manos, alzó la antorcha.
Los ojos le refulgían llenos de pasión y fiereza.
—Suelta el libro.
Todas las miradas se centraron en él. Merihim le observaba con perplejidad, anonadado ante su repentina aparición. El ser dio un paso al frente, guiado por la curiosidad, pero no obedeció. Jean, por su parte, le miraba con furia; iracundo ante su llegada. No podía soportar el que alguien volviese a interrumpir su ritual, y mucho menos que se tratase de él.
Se levantó con rapidez, con el puñal entre manos.
—No te acerques, Armin Dewinter —advirtió, adentrándose de nuevo hacia el círculo hasta alcanzar a Ana—. Un paso más y la mataré.
La joven intentó incorporarse y escapar, pero el Pasajero se le adelantó. La levantó del suelo de un tirón de pelo y acercó el cuchillo a su garganta, amenazante. No dudaría en emplearlo en caso de que fuese necesario.
Merihim cerró el libro.
—Así que tú eres el famoso Armin Dewinter... —musitó el otro Pasajero, saboreando todos y cada uno de los sonidos que componían el nombre. Parecía satisfecho—. Interesante; hace tiempo que quería conocerte. Los miembros de tu clan están persiguiendo a los míos en el sistema Scatha. Creen poder vencernos: inocentes...
—Cállate —advirtió Dewinter, sin apartar el arma. Sus ojos iban de un Pasajero al otro, tratando de evitar la mirada aterrorizada de Ana. No recordaba haberla visto nunca tan asustada—. Tú, suelta a la chica ahora mismo.
—¿O si no qué? ¿Qué me vas a hacer, Dewinter? —Jean apretó el cuchillo en el cuello de Ana hasta lograr dibujar un punto de sangre—. ¿Vas a matarme? No me hagas reír, bastardo. Merihim, acabemos con esto: mátale.
Antes incluso de que pudiese acabar la frase, el Pasajero lanzó con brutalidad el grueso volumen que había estado cargando hasta entonces contra él, cogiéndole desprevenido. Armin logró esquivarlo, pero acto seguido se vio alcanzado por el puño del Pasajero, el cual, aparecido de la nada, parecía haberse materializado ante él.
—Será un placer... —siseó entre dientes.
Dewinter logró esquivar el segundo puñetazo. Apartó al ser de un golpe seco en la cara con la antorcha y le disparó en el pecho un par de veces, logrando así que retrocediese unos pasos más, lo suficiente como para que pudiese adentrarse en la sala.
—¡Ana! ¡Aguan...!
Una embestida lateral lo derribó a los pies de la mesa donde el Pasajero almacenaba todo el material del ritual. Armin se incorporó con rapidez, blandiendo la antorcha a modo de espada, pero Merihim le desarmó de un fuerte manotazo.
La tea rodó unos metros sin llegar a apagarse hasta alcanzar el círculo de velas.
El guardaespaldas y el Pasajero empezaron a intercambiar golpes y disparos.
Mientras tanto, aún firmemente sujeta por el pelo y con el cuchillo pegado a la garganta, Ana observaba la escena con nerviosismo. Armin intentaba defenderse, e incluso lograba encajarle algún revés a su adversario, pero no era suficiente. Por experiencia propia, Ana sabía que ningún humano podría vencer a un Pasajero a golpes, y mucho menos en las condiciones en las que se encontraba Dewinter. Aquella iba a ser una batalla perdida a no ser que alguien interviniese. Una batalla que acabaría con la vida del compañero al que más quería...
Tenía que hacer algo.
Una repentina sensación de pánico le nubló la cabeza. Ana interpuso su pierna derecha entre la del Pasajero, situando el pie tras su tobillo, y se impulsó hacia atrás, logrando así empujarle. Jean perdió el equilibrio y juntos cayeron al suelo; él sobre las velas y ella sobre su pecho.
La empuñadura del cuchillo chocó contra el pecho de la mujer antes de caer al suelo.
Ana se incorporó con rapidez y se abalanzó sobre el arma. Cerró los dedos sobre la empuñadura, giró sobre sí misma y, a punto de encararse con el enemigo, recibió un golpe en la espalda que la hizo caer al suelo de bruces. Jean había logrado incorporarse.
El ser le aferró con fuerza el tobillo derecho y empezó a tirar de ella.
—¡Maldito hijo de...!
La joven giró sobre sí misma y dibujó con el cuchillo un arco en el aire. El Pasajero se alzaba sobre ella como una estatua de piedra, con el rostro tenuemente iluminado por la luz de las llamas. Sus ojos destilaban furia.
—¡No te acerques! ¡No te...!
El ser tiró de nuevo de ella, disminuyendo así la distancia que había entre ellos. Ana cogió el puñal con ambas manos e, impulsándose, se abalanzó sobre él y hundió el arma en su pecho con brutalidad. Acto seguido, sintiendo ya las manos de éste cerrarse alrededor de su garganta, dispuesto a partirle el cuello, desenterró el cuchillo de su carne y lo volvió a hundir, esta vez, en su cabeza. El arma se clavó hasta la empuñadura. Herido, Jean se sacudió violentamente, más guiado por la sorpresa que por el dolor, y le asestó un poderoso puñetazo en el lateral del cráneo con el que la hizo salir disparada varios metros. Ana rodó por el suelo hasta chocar contra la línea de velas, al otro lado del círculo, y se quedó muy quieta, aturdida.
Una línea de sangre empezó a caer por su frente procedente del cuero cabelludo.
Jean aulló al sacarse el cuchillo de la cabeza. La mujer lo había hundido con fuerza, hasta la empuñadura, logrando así destrozar por completo su anatomía humana. Aquel cuerpo, muy a su pesar, había quedado inservible. Aquello no era bueno. Se puso en pie, furibundo, y volvió la mirada hacia Ana. La mujer yacía en el suelo, seguramente inconsciente después del golpe. De haber querido, podría haber acabado con ella en aquel mismo momento, pero el Capitán la deseaba viva, y él estaba obligado a cumplir órdenes. No obstante, que la quisiera viva no implicaba que no pudiese hacerle pagar lo que acababa de hacerle. Aquel cuerpo, después de todo, le había gustado bastante... no se lo perdonaría.
El ser limpió el filo del arma contra sus ropas y empezó a caminar hacia ella. No muy lejos de allí, aún enzarzados en una batalla sin fin, Dewinter y Merihim seguían combatiendo.
Decidió matar al muchacho una vez ella recuperase la conciencia. El que hubiese llegado hasta allí implicaba que les unía un vínculo muy fuerte, así que la castigaría obligándola a mirar mientras le despellejaba vivo. Así, quizás, aprendería la lección...
Jean se detuvo junto a Ana y se dispuso a agacharse justo cuando varios disparos le hicieron caer de espaldas. El ser chocó violentamente contra el suelo, perdiendo el arma durante el impacto, y alzó la mirada hacia las escaleras. Una sombra surgió del interior de éstas, armado con una pistola y una antorcha. Dewinter no estaba solo. Iracundo, el Pasajero se incorporó, dispuesto a enfrentarse a él, pero un golpe seco en la cabeza volvió a derribarle. Empezó a arderle el pelo...
—¡¡Muere, maldito cerdo!!
Empleando la antorcha como una maza, Leigh golpeó una y otra vez la cabeza del ser hasta hacerla desaparecer. El joven sabía que el nexo de unión entre las almas de los Pasajeros y los cuerpos que ocupaban estaba oculto dentro de su anatomía, así que consideraba básica su destrucción total y absoluta.
Y sabía cómo.
Una vez destruido el cráneo por completo, Tauber prendió fuego al resto del cuerpo y corrió hacia Armin, dispuesto a ayudarle. Hacía rato que su compañero forcejeaba con su enemigo.
—¡Armin...!
Aguardó a su lado a que el guardaespaldas de Gorren girase sobre sí mismo y lograse situar al Pasajero sobre él para golpearle con todas sus fuerzas con la antorcha. Un golpe seco y contundente. El ser aulló de dolor y, como si de una bala se tratase, salió propulsado contra una de las paredes.
Leigh le tendió la mano a Dewinter para ayudarle a levantarse.
—¿Estás bien?
Armin no respondió. El hombre le arrancó el arma de las manos y salió corriendo tras el Pasajero, comprendiendo al fin que la sutileza, al menos en aquel caso, no era sinónima de victoria. Dewinter derribó al Pasajero de un golpe seco en el costado cuando intentaba levantarse y, acto seguido, entrando en un frenesí de furia incontrolable, empezó a golpearle con todas sus fuerzas.
Leigh no tardó más que unos segundos en unirse a él armado con el libro de Merihim.
Unos minutos después, ya con los cadáveres de los Pasajeros ardiendo en la sala, Armin dejó caer la antorcha al suelo y acudió de inmediato al encuentro de Ana. Ésta, aún tendida en el suelo e inmóvil, tenía el rostro ensangrentado y respiraba muy débilmente.
El joven la cogió en brazos y le palmeó suavemente las mejillas.
—Ana... Ana, maldita sea... ¡¡Ana!! ¡¡Despierta!!
Leigh se acercó para comprobar que aún tenía pulso. La joven no reaccionaba, pero al menos parecía estar viva. Además, aunque muy lento y suave, su corazón seguía latiendo.
Le acarició con suavidad el cuero cabelludo. Después de todo, el esfuerzo había valido la pena.
—Sácala de aquí: ayuda ahí fuera. Yo me encargo de esto...
Armin volvió la mirada hacia él, sorprendido ante la petición, y comprobó que los dos cadáveres siguiesen ardiendo en el suelo. Hasta entonces no se había dado cuenta de ello, pero tanto las paredes como los suelos y los techos estaban repletos de repugnantes pintadas ritualistas que hacían daño incluso a la vista.
Estrechó a Ana contra su pecho, protector. Aunque la oferta era muy tentadora y seguramente la más inteligente teniendo en cuenta el estado de la joven, no podía aceptarla. No después de que hubiese logrado salvarles la vida a ambos de aquella forma.
No sería justo.
—No voy a dejarte aquí solo, Tauber —exclamó con decisión—. Vamos acabar con todo esto, y lo vamos a hacer juntos.
Juntos. El joven no pudo evitar dejar escapar una carcajada nerviosa. Le sorprendía aquella reacción de Dewinter, y más teniendo en cuenta la escasa relación que habían tenido a lo largo de todos aquellos meses de viaje. Resultaba sorprendente ver que, después de todo, le consideraba como a un igual.
—Oh vamos... —Leigh le guiñó el ojo—. ¿Te pones romántico, Dewinter?
—Velas y oscuridad: ¿acaso se necesita más?
Volvió a reír. Le dolía tanto la pierna que o reía o lloraba de dolor.
—Como me digas que estás enamorado de mí te pego un guantazo.
—No podrías; vamos, no perdamos más el tiempo.
Leigh asintió. Por el momento habían logrado neutralizar al enemigo, pero ambos eran plenamente conscientes de que seguían el peligro. Hasta que no saliesen de las pirámides y del planeta, no podrían respirar tranquilos.
—Déjame que eche un vistazo antes de prenderle fuego a todo, ¿de acuerdo? —pidió Tauber, alejándose unos pasos—. Creo que debería llevarme algunas cosas... el libro, por ejemplo. Cuanta más información logremos recopilar, muchísimo mejor.
Armin llevó a Ana hasta las escaleras y la depositó con cuidado, como si de una muñeca se tratase. No estaba acostumbrado a verla en aquel estado. En varias ocasiones la había visto dormir, y su expresión había sido de paz y tranquilidad. En aquel entonces, sin embargo, la tensión de sus músculos faciales evidenciaba el sufrimiento al que se había visto sometida.
Se preguntó qué le habrían hecho. ¿Habría sido doloroso el ritual? ¿Lo habrían logrado acabar? Desconocía qué habría sucedido a lo largo de todo el rato en el que había estado sola, pero confiaba en que podría recuperarse.
Cogió su mano y empezó a acariciarla. Armin estaba lleno de heridas y quemaduras, pero en aquel momento tal era la preocupación que sentía por la joven que ni tan siquiera era consciente de ello. Si hubiese llegado antes...
Un suave gemido procedente de la garganta de la joven captó su atención. Dewinter volvió la mirada hacia Ana justo cuando ésta abría los ojos. La mujer parpadeó un par de veces, desorientada, como si despertase de un profundo sueño, y volvió la vista a su alrededor.
Sonrió débilmente al ver a Armin. El golpe en la cabeza le impedía abrir del todo el ojo derecho, pero no le importaba: valía la pena el esfuerzo. Le cogió la mano con la que hasta entonces le había estado acariciando el dorso de la suya y entrelazó los dedos.
—¿Dónde estamos?
—En la pirámide —respondió éste en apenas un susurro. Le rodeó la cintura con el brazo y la atrajo hacia él, para poder estrecharla contra su pecho. Le besó la frente ensangrentada—. ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo?
Ana parpadeó un par de veces más, desconcertada ante la pregunta. La joven volvió la vista a su alrededor y se sorprendió al verse en mitad de tan sombrío lugar. No recordaba nada... o prácticamente nada, pero no le importaba. Estaba demasiado cansada y confundida como para incluso preguntárselo.
Presionó suavemente la mano de Armin. Su presencia resultaba lo suficientemente tranquilizadora como para que no intentase buscar respuesta a las preguntas que, poco a poco, empezaba a formular su mente.
—De acuerdo, ya habrá tiempo para hablar.
Dewinter apoyó la mano sobre su mejilla y le giró el rostro hacia él, para poder besar sus labios. Más que nunca, Ana sabía a sangre y polvo, a cansancio, pero también a victoria. El haberla encontrado a tiempo era todo un éxito para él.
—¿Qué te ha pasado? —La joven le acarició la mejilla con suavidad, tratando de ser lo más cuidadosa posible—. Tienes quemaduras en la cara...
—No es nada, no te preocupes.
—¿Seguro?
Apartó la mano, dubitativa.
—Claro.
Apoyó la frente contra la suya y cerró los ojos. De haber sido Veryn, Armin seguramente habría aprovechado aquella ocasión para susurrarle al oído lo mucho que la quería y lo necesaria que era su presencia para él; le diría que había sufrido con su ausencia, y que no habría soportado el no haber logrado encontrarla. También le habría dicho alguna frase poética e, incluso, le habría prometido alguna bobería con la que acabar de conquistarla.
Por suerte, él no era su hermano. Armin era parco de palabras, y aunque en ocasiones deseaba poder parecerse un poco más a su hermano mayor, aquél no era uno de esos momentos. Entre ellos, por suerte, no eran necesarias las palabras.
Volvió a besarle los labios.
—Voy a ayudar a Tauber: no te muevas. En cuanto recojamos lo necesario, nos iremos de aquí. Havelock debe estar a punto de llegar.
Ana asintió ligeramente. Sentía un intenso dolor en la cabeza que le embotaba el cerebro, pero por lo demás se encontraba relativamente bien. La joven le observó alejarse hasta entrar en la sala y unirse a Leigh. Desconocía qué querían recoger antes de partir, pero esperaba que, fuese lo que fuese, no tardasen demasiado en encontrarlo.
No le gustaba estar allí.
Unos minutos después, asegurándose de que las piernas no le fallasen, Ana se puso en pie. La joven descendió los peldaños hasta alcanzar la sala y se detuvo junto a uno de los cuerpos en llamas. Alguien le había destrozado el cráneo hasta hacerlo desaparecer. Se acuclilló a su lado, inquieta, y observó en silencio el crepitar de las llamas en su cuerpo. Creía poder escuchar un siseo procedente de lo más profundo de su ser.
Y la mano...
¿Sería posible que...?
Aunque jamás podría asegurarlo, Ana juraría que había visto moverse uno de los dedos...
—Larks, no lo toques —advirtió Leigh. El joven acudió a su encuentro y la cogió del brazo para que se pusiera en pie—. ¿Qué hacías?
El joven se agachó a recoger un último objeto del suelo y lo guardó en el interior de su mochila. A continuación, lanzándole un último vistazo a la sala, volvió la mirada hacia Armin y le pidió que se acercase. Obediente, el guardaespaldas de Gorren acudió a su encuentro con el puñal ensangrentado de Dushara entre manos. Lo metió también en la mochila del menor de los tres. Seguidamente cogió a Ana por el codo y se encaminó hacia las escaleras.
—Vamos, ya no hay nada más que ver aquí.
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