Capítulo 30
Capítulo 30
Una hora después, a Ana aún le dolía la cabeza. Los pinchazos ya no eran tan intensos como antes; ahora apenas los sentía, pero de vez en cuando, sobretodo cuando se giraba, los notaba aguijoneándole el cerebro sin piedad. El padre de Vel, el cirujano de abordo, le había dado un calmante para que pudiese descansar, pero ahora que se encontraba algo mejor, no tenía dónde hacerlo. Gorren había clausurado su camarote hasta nuevo aviso, obcecado en la importancia del mensaje del espejo, así que Ana se encontraba en el pasadizo, sentada en uno de los sillones sin saber exactamente qué hacer.
Apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos. Tras realizar el traslado del prisionero a las cubiertas inferiores, la mayoría de sus compañeros se había retirado a descansar. El interrogatorio quedaba en manos de los maestros y Havelock, por lo que ya no quedaba demasiado por hacer. Elora, por su parte, se encontraba en las dependencias de su padre, tratando de asumir lo ocurrido. Desde lo ocurrido, Ana no la había visto dejar de llorar en ningún momento; parecía estar en shock, y no le faltaba motivo. Aunque no estuviese confirmado, todo apuntaba a que Fabien Turner, su hermano, estaba muerto.
Todos parecían bastante afectados por lo ocurrido, y no solo por la parte del alienígena. Incluso aunque lo negasen, cosa que no habían hecho, Ana había podido ver cierto temor en sus miradas al reparar en ella. La habían mirado como si fuese una desconocida; un ser extraño e incontrolable, y no aunque no había dicho nada al respecto, se había sentido profundamente herida. Aquel comportamiento la había hecho sentir muy mal, como si estuviese fuera de lugar, y el hecho de haber sido expulsada de su camarote y abandonada en mitad de un pasillo no había ayudado precisamente a animarla. Al contrario. Más que nunca, Ana se sentía desplazada.
Se preguntó si las cosas cambiarían cuando llegase a Egglatur...
El sonido de unos pasos procedentes del final del corredor captó su atención. Ana giró la cabeza con lentitud, sintiendo punzadas de dolor ante el sencillo gesto, y buscó con la mirada al dueño de las pisadas. No muy lejos de allí, con el uniforme igual de sucio o puede que incluso más que antes, la cara y el pelo manchados de sangre y una expresión sombría en el rostro, Armin avanzaba con paso resuelto. Avanzó hasta alcanzar el sillón y, a tan solo un par de metros de distancia, le hizo un ligero ademán de cabeza para que se levantase.
—Ven conmigo.
Ana obedeció, agradecida de que al fin alguien le prestase un poco de atención. Le siguió durante unos cuantos metros hasta la entrada a su camarote, la cual no se encontraba demasiado lejos de allí, y, una vez abierto, entró. Aquella estancia no era tan grande ni estaba tan decorada como la suya, ni muchísimo menos, pero resultaba agradable. Disponía de una cama, una mesa de trabajo, un armario y un aseo: más que suficiente para alguien que, como él, pasaba la mayor parte del tiempo fuera.
Una vez dentro, Armin cerró la puerta y señaló la cama con el mentón.
—Aunque es bastante más pequeña y probablemente más incómoda que la tuya, es mejor que un sillón. Acomódate, te irá bien dormir un rato.
Ana tomó asiento en el borde, pero no llegó a acomodarse. Estaba tan cansada que temía no poder ser capaz de levantarse en caso de tumbarse.
—¿Y tú?
—Necesito una ducha —respondió él con sencillez. Se acercó al armario donde guardaba la ropa y sacó varias prendas limpias—. Vengo directo de la simulación. Duérmete; cuando salga preguntaré por tu nuevo camarote. No creo que te vayan a dejar en la calle.
—Podría preguntar yo.
—Podrías haberlo hecho, sí.
Armin entró en el baño y cerró la puerta tras de sí. Pocos segundos después, Ana escuchó el sonido de la ducha al encenderse.
Una oleada de cansancio se apoderó de ella al dejarse caer hacia atrás en la cama. La joven parpadeó un par de veces, luchando así contra el sueño, y se incorporó. Quedarse dormida y descansar era muy tentador, pero no creía que fuese el lugar ni el momento más adecuado. Después de todo lo ocurrido, tenía cientos de preguntas que hacer. Tantas que, en el fondo, no sabía ni por dónde empezar.
Se acercó a la mesa donde Armin tenía un par de cuadernos abiertos y les echó un vistazo. Al parecer, el guardaespaldas de Gorren no solo trabajaba en sus diseños en el taller. Pasó unas cuantas hojas despreocupadamente, sin prestarle demasiada atención, y cerró el cuaderno. En el otro, además de diseños, Dewinter tenía anotados muchísimos nombres, localizaciones y códigos que, sin contexto, no parecían tener sentido alguno. Ana ojeó las páginas con el mismo o menor interés que en el anterior y, finalmente, regresó a la cama.
Poco después la puerta del baño volvió a abrirse y Armin salió con el pelo mojado y vestido con ropas ligeras de tonalidades oscuras. Metió la ropa sucia dentro de un cesto situado en una de las esquinas del camarote y volvió la vista hacia Ana. Ahora que al fin se había lavado todas las manchas de sangre, el rostro del joven revelaba las heridas que la pelea con Tiamat le habían dejado a modo de recuerdo: cortes y contusiones, pero nada realmente serio.
Apartó la silla de la mesa y se dejó caer pesadamente.
—Te peleaste con Tiamat durante la competición —afirmó Ana, con la mirada fija en las heridas—. El maestro Helstrom me lo ha explicado antes.
—A los seres como él les cuesta bastante decir la verdad.
—Y tú le ayudaste a hacerlo, claro. —Ana asintió suavemente con la cabeza, pensativa—. ¿Ha dicho algo el prisionero? ¿Habéis logrado que hable?
—No. Durante el rato que yo he estado presente, que no ha sido mucho, no paraba de gritar y de maldecir en su propio idioma. Imagino que cuando se calme empezará a soltársele la lengua. Si no lo hace habrá que obligarle. —Armin se pasó la mano por el cabello, empapándose así los dedos de agua—. Pero eso, al menos de momento, no es cosa nuestra. Si necesitan ayuda, avisarán.
Se hizo el silencio en la sala durante unos segundos. El ambiente era tenso, ambos eran conscientes de ello, y no solo por lo ocurrido una hora atrás. Lo sucedido en el campo de juego aún estaba en el aire, era algo de lo que seguramente tendrían que hablar, pero por el momento había quedado eclipsado. Ana creía saber qué pensamientos preocupaban realmente a Dewinter, y dudaba mucho que girasen en torno a un simple beso.
—Imagino que querrás escuchar una explicación de lo que ha pasado antes...
—Bueno, no voy a negar que siento cierta curiosidad —admitió él—. Pero tengo la sensación que ni tan siquiera tú sabes cómo lo has hecho. Lo que yo he visto, pues en ese momento precisamente te estaba mirando, es que has desaparecido. Ha sido de un segundo para otro. Estabas apoyada en la pared, con los ojos cerrados, tensa como pocas veces, y, al instante, ya no había ni rastro tuyo. Fue como si te hubiese engullido la pared. Acto seguido, estabas dentro de la sala contigua... en fin, creo que poco se puede decir al respecto. No es la primera vez que te veo hacerlo, pero es innegable que, hasta ahora, siempre había buscado excusas para no llegar a creérmelo. Después de lo de hoy las cosas han cambiado.
Repentinamente incómoda, Ana se puso en pie. Aquella última frase le preocupaba notablemente. Deambuló por el camarote de arriba abajo nerviosamente, maldiciendo por las diminutas dimensiones del lugar, y no se detuvo hasta alcanzar la pared contigua.
Apoyó la espalda y se cruzó de brazos, a la defensiva. Desde el otro lado de la sala, aún sentado en la silla, Armin la observaba en silencio, con la expresión serena. No parecía disgustado.
—Quizás para ti hayan cambiado hoy; para mí, en cambio, fue ayer, durante la simulación. Yo... —Ana hizo un alto para coger aire. Ni tan siquiera sabía cómo empezar—. Creo que ayer me pasó lo mismo. Quizás no lo mismo, pero sí algo parecido. Fue en la simulación, justo antes de que me eliminases. Yo... bueno, creo que te va a parecer una locura, pero creo que, al menos durante un rato, estuve en K-12.
Ana le explicó con todo lujo de detalles lo sucedido durante la competición. Al principio le costaba encontrar las palabras adecuadas con las que describir lo que había visto y sentido; la joven se sentía un poco ridícula explicando lo que a ojos de cualquiera parecía una fantasía. Por suerte, la serenidad con la que Armin se tomó la explicación le ayudó a concentrarse y hablar sin tapujos. La joven le explicó su aventura con el felino de ocho patas, las marcas que encontró en los árboles y la carrera hacia las pirámides. Le habló también de la visión que había tenido de Elspeth, del cual Ana estaba convencida de que la estaba esperando en la pirámide; sobre cómo se habían encontrado sus miradas e, incluso, la seguridad que aquella aventura le había dado.
Ana ya no tenía dudas respecto a lo que iba a encontrar en K-12: simplemente lo sabía.
Una vez finalizada la historia, sintiéndose más liberada que nunca, se tomó el lujo de soltar una carcajada.
—Pensarás que estoy totalmente loca, pero no te miento: lo vi.
—Bueno, es evidente que pasó algo extraño. Me encontraba por la zona cuando, de repente, te levantaste. En un principio pensé que no debí verte llegar... pero ahora, con tu historia, todo tiene más sentido. Puede que no te viese llegar porque no estabas.
La mujer sonrió, agradecida por el apoyo, pero no respondió. Incluso para ella, habiéndolo vivido todo en primera persona, seguía resultando muy extraño.
Demasiado extraño.
—De todos modos, sea cierto o no que has visto a tu hermano, sabes que no es él. El Capitán está jugando contigo.
—Bueno... yo no estoy tan segura de ello. Leigh dice que...
—Tauber puede decir lo que le dé la gana, Ana; yo te digo la verdad. Maté a tu hermano en Sighrith, y si por alguna extraña razón hubiese logrado volver a la vida, ten por seguro que volvería a matarlo. Y no es algo discutible, lo siento.
Ana separó los labios, dispuesta a responder, pero nuevamente no dijo nada. Desvió la mirada hacia el suelo, reflexiva, y permaneció unos segundos quieta, perdida en sus propios pensamientos. Un año atrás, aquella afirmación habría logrado hacerla llorar; en aquel entonces, sin embargo, no hubo ni una lágrima. Ana simplemente ordenó las ideas en su mente, consciente de que muchas de ellas jamás podrían ser compartidas con nadie, ni tan su maestro o Leigh, y asintió levemente con la cabeza.
—¿Tanto le odias? —respondió al fin. Alzó la vista hacia Armin y le dedicó una breve sonrisa llena de melancolía—. Se nota que no le conoces.
—¿Odiarle? ¿Quién ha dicho eso? —Dewinter se puso también en pie y se acercó un par de pasos hasta quedar a una distancia prudencial. Parecía desconcertado—. Te equivocas, Ana. Si ni tan siquiera le conozco, ¿cómo iba a odiarle?
—¿Entonces? —Ella negó suavemente con la cabeza—. No lo entiendo. ¿A qué viene esa obsesión? Cada vez que hablo de él tu postura es clara al respecto: dices que o está muerto o que le volverás a matar... ¿qué demonios te pasa con él?
—¿Que qué me pasa con él? —Armin parpadeó con perplejidad—. ¿Te estás escuchando? No me puedo creer que me estés haciendo esta pregunta. ¿Acaso ya has olvidado lo que pasó hace un año? ¿Has olvidado las noches que pasaste a la intemperie antes de que Veryn te encontrase en el fondo de aquel lago? Demonios, a lo largo de mi vida he conocido a muchas personas desesperadas, te lo aseguro, pero tú eres la única que ha abandonado su hogar en plena noche con poco más que lo puesto sin tener la más remota idea de lo que iba a hacer. Joder, Ana, no lo puedo entender, te lo aseguro. ¿Es que acaso tampoco te acuerdas de lo que sucedió en las "Lagunas Sanguinas"? Y no hablo de lo que me hicieron a mí. Lo de la pierna, en el fondo, es lo de menos: valió la pena. De quien hablo es de ti y de la cara que pusiste cuando reconociste la voz del tal Vladimir. ¿Y del bosque? ¿Has olvidado también que estuvieron a punto de matarte en el bosque? Aunque Elspeth dijese que te iba a dejar escapar, no iba a hacerlo, te lo aseguro. Ese hombre, diga lo que diga, ya no es tu hermano. —Armin hizo un alto para mirarla a los ojos—. Dime, ¿en serio no lo entiendes? ¿No entiendes que, en el fondo, lo hago por ti? Esta no es mi lucha, Ana, te lo aseguro. Mandrágora tiene miles de frentes abiertos: si quisiera, podría estar en cualquier otro lugar.
Un asomo de sonrisa se dibujó en los labios de la joven al sentir despertar en el pecho una extraña sensación que creía ya olvidada mucho tiempo atrás. Hacía mucho tiempo que nadie lograba hacerla sentir especial.
—¿Y por qué no lo haces? —preguntó en apenas un susurro. Aunque temía la respuesta, necesitaba saberla—. ¿Por qué sigues aquí?
El rostro de Armin se iluminó al dibujarse una sonrisa en sus labios. El joven negó suavemente con la cabeza, divertido ante la pregunta. Las ocurrencias de Ana no parecían tener fin. Apoyó la mano con suavidad sobre su brazo y lo presionó delicadamente.
—Francamente, de haber podido, me habría ido en Belladet. Aunque sabía que sucedería tarde o temprano, no esperaba que nuestros caminos se volviesen a unir tan pronto. No me gustan las cargas, lo sabes, y cuando te vi allí, sentada en la mesa, mirándome con esa expresión de sorpresa, comprendí al instante que te ibas a convertir en una. Ana Larkin de nuevo en mi vida... no podía funcionar. Era imposible. A pesar de ello, quise darte una oportunidad. Quise creer que, quizás, no sería tan malo que trabajásemos durante una temporada juntos... pero entonces ocurrió lo de la biblioteca, entré en razón y tomé la decisión de irme. Esto no iba a funcionar. Se lo comuniqué a Philip y aceptó: lo entendía perfectamente.
—¿Y porque no te fuiste?
Armin sonrió con tristeza al recordar a Philip asegurar que iban a abandonar el planeta dejando a Ana atrás, en la cárcel. Según decía, la joven estaría a salvo; se había encargado personalmente de ello confiando su seguridad en Tiamat, por lo que no había nada de qué temer. Así pues, podían y debían seguir adelante. A aquellas alturas Armin tan solo necesitaba completar un último trayecto antes de poder desaparecer de allí para siempre. En cuanto llegase al "Dragón Gris", buscaría una forma de viajar a otro lugar y, así, olvidar para siempre la etapa de Sighrith...
Así pues, todo eran ventajas.
Y a punto había estado de hacerlo. Durante varias horas, Dewinter había estado convencido de haber tomado una buena decisión. El joven se creía capaz de seguir adelante sin volver la vista atrás; fingir que no le importaba nada de lo sucedido...
Por suerte, no tardó demasiado en darse cuenta de lo equivocado que estaba.
Alzó la mano hasta el rostro de Ana y le acarició la mejilla con las yemas de los dedos, pensativo. Jamás olvidaría la sonrisa de Philip al pedirle que no la dejase atrás. Aquella petición le había obligado a comprometerse con el equipo, a no abandonarlo hasta el final del viaje: a jurarle lealtad. Y aunque el precio a pagar había sido muy alto, Armin lo había aceptado sin dudar a pesar de creer estar condenándose.
—El maestro Gorren me dijo que a veces hay que salvar a las personas de sí mismas —dijo en apenas un susurro—. Y yo te lo debía.
—Oh, vamos, nunca me has debido nada. —Ana alzó la mano hasta la suya y entrelazó los dedos con suavidad—. Lo sabes.
Armin sonrió, pero no respondió. Le rodeó la cintura con el otro brazo y la atrajo hacia él para besar sus labios. Primero lo hizo con suavidad, cauteloso ante un posible rechazo. Una vez correspondido, la besó con pasión, presionándola con fuerza contra su pecho. Ana le rodeó el cuello con los brazos y se dejó llevar, olvidando momentáneamente dónde se encontraba. El corazón le latía con rapidez, rítmicamente, al mismo son que el de él, como si de alguna extraña o mágica forma hubiesen sido sincronizados.
Separaron tan solo unos centímetros los rostros, con la mirada fija el uno en el otro. Se sonreían con ternura.
—Esta vez no tengo prisa —murmuró Ana, risueña. Se alzó sobre las puntas de los pies para poder depositar un beso en su frente—. ¿Tú?
—Yo tampoco. Eso sí, intenta no desaparecer.
—Lo intentaré.
Volvieron a besarse, esta vez, para no separarse en largo rato.
Ana acariciaba despreocupadamente con la punta de los dedos la serpiente enrollada que Armin tenía tatuada en el pecho cuando éste abrió los ojos. Hacía cerca de media hora que se había quedado dormido, cansado del esfuerzo de los últimos días. Durante todo aquel rato, ella había permanecido despierta, observándole con fascinación mientras descansaba. Cuando dormía, los rasgos de su rostro se relajaban del tal modo que resultaba enternecedor.
Armin parpadeó un par de veces, confuso ante la situación, pero rápidamente recordó dónde se encontraba. Rodeó la cintura de Ana con un brazo y sonrió. Resultaba irónico que, después de tantos años de burlas hacia Veryn, él hubiese caído en el mismo error que su hermano mayor.
Se preguntó qué habría dicho de haberle visto. Conociéndole, no habría dejado de reír durante días.
Empezó a dibujar círculos en su espalda con el dedo índice. La piel de Ana, salvo por la enorme cicatriz del brazo que le empezaba en la muñeca y acababa prácticamente en la axila, era tersa y suave como pocas. Se notaba que había disfrutado de una muy buena vida.
—Te habías quedado dormido —advirtió Ana, risueña. Parecía fascinada con el tatuaje—. Me gusta: ¿lo tenéis todos los miembros?
—Todos —admitió él con tranquilidad, relajado—. Pero no siempre es visible. La tinta con la que está grabado reacciona dependiendo de los estímulos físicos. Si nos encontrásemos en una situación complicada, capturados, por ejemplo, desaparecería.
—¿Leigh y el resto también la tienen?
Ana volvió la mirada hacia Armin y sonrió. Aunque no era la primera vez que la veía despeinada, aquel día le parecía especialmente atractiva. Sus ojos se veían grandes en la oscuridad, alegres, llenos de energía, y su sonrisa tan irresistible que resultaba complicado no caer rendido a sus pies.
—Imagino que sí, aunque no lo he comprobado. Hay cosas que prefiero no saber.
—Muy gracioso, Dewinter —rechistó Ana, divertida ante el comentario. Apoyó la cabeza sobre su pecho, dejando ya de lado la marca, y entrecerró los ojos—. Leigh está enfadado conmigo por no haberle explicado lo del espejo. Se siente traicionado.
—A veces no es necesario explicar todo.
—Lo sé, lo sé, pero...
Antes de que pudiese acabar la frase, un suave apretón en el hombro la hizo alzar la mirada. Con aquella afirmación, Armin no solo estaba generalizando. Ana le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativa, hasta que finalmente volvió a acomodarse sobre su pecho.
—No iba a decir nada a nadie, tranquilo.
—Solo quería asegurarme: no me gustan las habladurías —explicó con sencillez—. Y sobre lo de tu amigo... bueno, tú sabrás mejor que nadie lo que tienes que hacer. No soy el más adecuado para aconsejarte al respecto. A parte de ti y del maestro, lo más parecido que tengo a un amigo abordo es Nikopolidis, y únicamente porque compartimos taller.
—Nikopolidis... —repitió Ana, pensativa.
De repente, el encuentro de la noche anterior acudió a su memoria. Lamentablemente, seguía sin recordar prácticamente nada salvo la entrada en el taller, su saludo y... ¿risas? No, no tenía sentido.
Ana se incorporó, repentinamente incómoda, y tomó asiento a su lado, empleando las sábanas para cubrir su desnudez. Armin, demasiado cómodo tumbado, ni tan siquiera hizo ademán de moverse.
—Tu amiga...
—¿Qué pasa con ella?
—Bueno, no quisiera que te lo tomases a mal, pero... —Ana se encogió de hombros—. Es un poco extraña, ¿no? Anoche...
—¿Extraña? —Armin alzó las cejas, sorprendido—. Bueno, es una persona reservada, sí, pero yo no la consideraría extraña. Los meccas viven para la ciencia y la tecnología; es normal que no compartáis inquietudes. De todos modos, ¿cuándo habéis hablado? ¿Has ido al taller cuando yo no estaba?
Ana asintió con la cabeza. Por mucho que lo intentaba, los recuerdos no acababan de volver a su memoria.
—Fui ayer. Me dejó una nota, y...
—¿Ayer? —Armin negó con la cabeza suavemente—. Ayer Vel estaba conmigo en la sala de simulación, Ana. De hecho, aún sigue allí, con Maggie. Ahora que tienen en su poder el orbe puede incluso que ganen.
Un escalofrío recorrió la espalda de Ana al escuchar la respuesta. La mujer volvió la mirada hacia la puerta, sintiéndose repentinamente observada, y cerró los ojos. Por el modo en el que lo había dicho, era evidente que Dewinter estaba muy seguro de lo que decía. Había estado con ella en la simulación, compitiendo codo con codo, dando caza a los rivales desde las sombras y compartiendo las horas frente a las llamas de una hoguera...
Un lúgubre pensamiento tiñó de sombras su mente al unir las piezas. Si Vel había estado en la competición, era evidente de que ella se había reunido con otra persona. Alguien capaz de adoptar el aspecto de la mecca y de hacerle olvidar cuanto había sucedido la noche anterior...
Alguien que, seguramente, tendría su pistola.
Apretó los puños con fuerza, repentinamente furiosa, enfadada con su propia estupidez, y se bajó de la cama bajo la atenta mirada de Armin, el cual, aún tumbado, permanecía aparentemente tranquilo, a la espera. Estaba demasiado adormilado como para entender qué estaba sucediendo. Ana arrancó las prendas de ropa que habían diseminadas por todo el suelo con rapidez y empezó a vestirse. Se abotonó la camisa, se ajustó las botas y se recogió el cabello en una coleta alta, dispuesta a salir cuanto antes. Si bien aún no recordaba prácticamente nada, tenía una corazonada.
Se encaminó hacia la puerta.
—¿He dicho algo? —preguntó Armin, logrando con su intervención detenerla. Se incorporó entre las sábanas—. ¿Qué pasa?
Ana volvió la vista atrás. Por un instante, demasiado concentrada en sus propios pensamientos, se había olvidado de él. ¿Sería posible que Leigh tuviese razón al decir que empezaban a parecerse demasiado? Le mantuvo la mirada durante unos segundos, pensativa, preguntándose si debía confiarle sus dudas, hasta que finalmente decidió quitarle importancia dedicándole una sonrisa. Por el momento no era necesario que nadie supiese de lo que parecía ser un grave error: ni él ni nadie.
—Había olvidado que tengo que hacer algo importante —resumió con sencillez, sin llegar a mentir—. Duerme un rato, tienes cara de cansado. Ya de paso aprovecharé para buscarme un camarote para mí misma. Nos vemos más tarde.
Aunque Armin no parecía demasiado satisfecho con la respuesta, prefirió no decir nada al respecto. Probablemente estaba demasiado agotado para ello. Así pues, volvió a tumbarse, se cubrió hasta los hombros con la sábana y cerró los ojos. Varios minutos después, empezó a roncar suavemente. Por aquel entonces, sin embargo, Ana ya estaba en el pasadizo, avanzando a gran velocidad hacia su camarote. Philip le había pedido encarecidamente que no entrase, que lo dejase libre para que pudiese investigar el mensaje del espejo, pero después de la afirmación de Dewinter, no podía cumplir con su palabra. Larkin necesitaba entrar, y aunque no sabía exactamente el motivo, pues solo se guiaba por una corazonada, estaba convencida de que allí encontraría las respuestas que necesitaba.
Tras una rápida carrera, superó la prueba de reconocimiento y entró en el camarote. Desde que lo dejase hora atrás todo seguía igual: la cama deshecha, las sábanas tiradas y la puerta del armario abierta. Ana no era una persona especialmente ordenada, pero el caos del que se había apoderado la estancia venía causado por la desesperación con la que había buscado su arma horas atrás. "Mejor", pensó mientras pasaba por al lado de la silla volcada, camino a la mesa de escritorio. Aunque dudaba que nadie fuese a darse cuenta de su visita, cuantas menos pruebas hubiese al respecto, más tranquila se quedaría. Ana se detuvo frente a la mesa, lugar en el que tenía varios libros amontonados, y abrió los cajones. A parte de hojas garabateadas y plumas, no había nada de mayor interés. Revolvió entre los papeles, en busca de posibles pistas, y después se encaminó hacia el armario. Una a una, Ana fue sacando sus prendas de las perchas y lanzándolas a la cama. Camisas, faldas, pantalones, botas... durante la búsqueda encontró un par de calcetines que creía perdidos hacía un par de semanas, pero poco más. Allí tampoco había nada. Se dirigió entonces al baúl, allí donde tenía guardadas aún más prendas, toallas, mochilas y demás enseres, y abrió la tapa. Dentro, el desorden era descomunal: se mezclaba la ropa con libros, los papeles con las toallas y los frascos de colonia con las vendas. Por un instante, sorprendida ante la grotesca imagen, Ana no pudo evitar preguntarse cuando habría dejado aquello así. Sea como fuere, no importaba. Ni había tiempo para preguntas, ni tampoco para explicaciones. Ana hundió las manos entre la marabunta de objetos y empezó a rebuscar. Allí dentro tenía que haber algo... lo sabía, lo sentía, y no se equivocaba.
Pocos segundos después, extrajo una pequeña caja de madera cerrada en cuyo interior, silenciosa, se encontraba la brújula.
Su brújula.
El mecanismo del dispositivo se sincronizó con el latido del corazón de Ana tan pronto esta depositó los dedos sobre su cristal. La joven se dejó caer al suelo, con el tesoro en la mano, y cerró los ojos. Como una cascada de palabras e imágenes, los recuerdos de la noche anterior acudieron a su memoria.
—Ellos no lo entienden, Ana —decía Vel, aunque Larkin sabía que no era ella. Más allá de su máscara de hueso y carne se encontraba un ser perverso surgido de entre las estrellas—. No pueden entenderlo. El Capitán está dispuesto a negociar contigo, pero únicamente si estás sola. Esa gente de la que te rodeas... —Negó suavemente con la cabeza—. No puede confiar en ellos. Son unos salvajes, princesa, y lo sabes.
Demasiado fascinada con el brillo mágico de la brújula, la cual se encontraba sobre la mesa, entre ambas, Ana apenas había prestado atención a las palabras de Vel. Aquel objeto parecía capaz de bloquear su razonamiento.
—La brújula te pertenece a ti, y solo a ti. Elspeth me pidió que te la hiciese llegar, y así debe ser. No permitas que vuelvan a arrebatártela. Cuando llegues a K-12, úsala para llegar hasta las pirámides. El Capitán te estará esperando a través de los Pasajeros.
—El Capitán... —había repetido ella en apenas un susurro, cerrando los dedos alrededor del preciado objeto—. ¿Qué iba a negociar yo con él? Después de lo que nos ha hecho...
Los recuerdos estaban fraccionados. Ana sabía que aquella conversación había sido muchísimo más larga y que habían tratado muchas otras cosas, pero tan solo recordaba pinceladas. Miradas, sonrisas, guiños...
Y la brújula. El calor que manaba del dispositivo en sus manos resultaba muy reconfortante, como si hubiese sido creada especialmente para ella.
Ana se sentía completa con aquel objeto entre las manos.
—El Capitán valora tanto tu valentía como la de tu hermano, Ana. Es un hombre justo que, después de lo ocurrido, tan solo desea concederos unos minutos para que habléis. Cree que lo merecéis. Y no solo eso... si tú quisieras, querida princesa, esos minutos podrían alargarse eternamente...
Recordaba que le había cogido las manos sobre la mesa, tal y como había hecho su padre años atrás, cuando era una niña. También recordaba que, a veces, cuando parpadeaba, el rostro de Vel variaba y se convertía en el de otra persona. Ana no recordaba de quién se trataba, pero le gustaba su presencia. La hacía sentir cómoda.
—Pero Elspeth está muerto. Yo le vi morir.
—Tu viste un cuerpo caer malherido, nada más, querida... —Vel le había sonreído con ternura—. Tu lugar no está entre esta gente, y lo sabes. Son salvajes; inadaptados. Tú, en cambio, mereces mucho más. No has nacido para vivir así, y lo sabes. Ven al corazón de la pirámide y te devolveremos al lugar que realmente mereces... ven, y...
Ana cerró la caja con fuerza y se puso en pie, recuperando el control de su propio yo. Los recuerdos iban y venían de la mano de las palabras del alienígena, alimentando sus dudas. Se sentía confusa, y a cada segundo que pasaba, sus dudas se multiplicaban más y más.
Volvió la mirada hacia la puerta del baño, cansada de la situación, y centró la mirada en el espejo. Desde allí no podía ver su superficie, pero tampoco lo necesitaba. En el fondo, Ana sabía lo que debía hacer. Si lo que querían era hablar, hablarían, pero no esperaría hasta llegar a K-12; no teniendo al portavoz del Capitán prisionero.
Depositó la caja con la brújula dentro del baúl y cerró la tapa. Acto seguido, más decidida que nunca, salió del camarote dirección a las cubiertas inferiores. Si lo que realmente quería era sobrevivir, aquel ser tendría que empezar a responder muchas preguntas.
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