Capítulo 29
Capítulo 29
Ana dormía plácidamente en su cama cuando el sonido de varios puños al golpear la puerta de su camarote la despertó. La mujer abrió los ojos y lanzó una fugaz mirada al crono de mano que había dejado sobre la mesilla de noche: eran las tres de la madrugada. Soltó un resoplido, profundamente molesta ante la interrupción, y se incorporó.
Volvieron a golpear de nuevo su puerta, esta vez con más fuerza.
—¡¡Ana!! —Escuchó gritar a alguien desde el pasadizo—. ¡Ana, si estás ahí abre la maldita puerta!
Ana se frotó los ojos con los puños mientras maldecía por lo bajo. No eran horas. Desvió la mirada hacia la puerta, preparando ya una retahíla de insultos, y se puso en pie. Para su sorpresa, lucía la misma ropa que el día anterior, como si no se hubiese acordado de quitársela antes de acostarse. Aquello era extraño. Desconcertada, dio un par de pasos más, demasiado atontada como para poder procesar bien la información, y acudió a la puerta. Al abrirla descubrió que, al otro lado, con el rostro contraído en una mueca de preocupación y los ojos enrojecidos, se encontraba el maestro Helstrom.
Parpadeó un par de veces, sin comprender.
—¿Pero qué...?
Alexius la cogió con brusquedad del brazo y la atrajo hasta sí. A continuación, con rapidez, apoyó los dedos índice y pulgar en su rostro, encima y debajo del párpado, y levantó el superior. Confusa, Ana se dejó hacer. Al parecer, el maestro estaba comprobando algo que, por su expresión, debía ser importante. Muy importante.
Unos segundos después, finalizada la rápida revisión, Helstrom dejó escapar un suspiro, rodeó los hombros de la muchacha y la atrajo contra su pecho.
—Demonios, Ana... —Depositó un beso en su cabello antes de soltarla—. Coge un arma y sígueme, tenemos problemas.
—¿Problemas?
La joven retrocedió unos pasos, dubitativa, pero obedeció. Alcanzó en apenas unas zancadas la mesilla de noche y abrió el cajón en el interior del cual siempre guardaba su arma. Para su sorpresa, no había nada. Estiró el tirador con fuerza hasta lograr sacar el cajón del mueble y lo tiró al suelo, sin contemplaciones.
Se agachó para comprobar que el arma no había caído dentro.
—¿Pero cómo es posible?
Sin mayor explicación, empezó a revisar el armario, el baúl y los bajos de la cama compulsivamente, sin éxito alguno. Su arma parecía haber desaparecido. Ni sabía dónde la había dejado ni dónde podía buscarla...
Aquello era grave. Muy grave. Perder un arma, tal y como le había explicado decenas de veces el maestro, era algo muy peligroso, y más cuando cabía la posibilidad de que cayese en manos de otros.
Empezó a sentir como el nerviosismo le martilleaba la cabeza.
Finalmente, pasados unos minutos, Helstrom entró en la estancia y cerró tras de sí, consciente de que no debían alterar la aparente paz en la que se había sumido la nave desde el inicio de la simulación. Lanzó un vistazo a su alrededor y cruzó los brazos sobre el pecho, severo.
—¿Qué pasa, Ana? ¿No la encuentras?
La joven sacudió las sábanas con nerviosismo, desesperada ante la desaparición, y las lanzó a la esquina izquierda del camarote, con desprecio. Allí tampoco había nada.
—¡No está en ningún sitio!
—¿¡Estás diciendo que has perdido una pistola!? —Alexius palideció, horrorizado—. ¡Ana! ¡No es un juguete!
—¡Lo sé, lo sé! Siempre la llevo encima, pero... pero...
—Maldita sea, Ana, siempre te defiendo ante Philip, pero es evidente que tiene razón: ¡eres una irresponsable! Demonios, ¿cómo se te ocurre?
Se encogió de hombros con pesar.
—¡Lo siento! Le aseguro que siempre la dejo en el mismo sitio, ¡de verdad! Pero esta vez... ¡Esta vez no sé qué ha pasado!
—Intenta recordar dónde la vista por última vez. Siempre la llevas encima, ¿no? Pues piensa: ¿qué hiciste ayer?
Larkin se llevó las manos a la cabeza, confundida. Helstrom tenía razón, siempre la llevaba encima tal y como éste le había recomendado, y siempre la dejaba en el mismo lugar... pero por alguna razón, su rutina se había visto interrumpida el día anterior. Y no solo con la pistola, claro. Ana volvió la mirada a sus propios pies, los cuales estaban calzados con las botas, y se volvió hacia el espejo. ¿Cómo era posible que se hubiese acostado con aquellas prendas y aquel calzado puestos? ¿Acaso había bebido?
Recordaba la nota que Vel le había dejado; recordaba haberla encontrado de pura casualidad al mirar al suelo de su camarote y las dudas que la habían invadido sobre si debía ir al taller. No le gustaba demasiado aquella chica. Al final, sin embargo, había decidido aceptar... y había ido. Ana recordaba haber entrado en el taller y haber cerrado la puerta tras de sí, pero poco más. Habían hablado, habían reído, habían discutido...
—¿Ana?
A pesar de la concentración, la joven no logró sacar nada en claro. Los recuerdos de la noche anterior parecían haber desaparecido, y con ellos su pistola.
Helstrom no necesitó más que ver su expresión para comprender que perdía el tiempo.
—De acuerdo, no hay tiempo para ello: te conseguiré una pistola. Ahora debemos ir al puente de mando: ha pasado algo.
—¿El qué? ¿Qué ha pasado?
Mientras corrían por los pasadizos en dirección al punto de reunión, el maestro le explicó lo que había sucedido en las últimas horas. Tras un violento enfrentamiento con Tiamat en el campo de juego, Armin y el alienígena habían abandonado la competición hacía tan solo una hora. Aquella decisión había sorprendido muchísimo a ambos maestros, pues los dos daban por sentado que Dewinter sería el ganador, pero tras escuchar sus motivos habían entendido a la perfección su postura.
—¡Otro alienígena! —exclamó Ana con perplejidad mientras ascendían velozmente las cubiertas a través de uno de los elevadores—. ¿Está seguro de eso? Lo habríamos sabido...
—Solo existen dos formas de diferenciar a un alienígena cambia-formas de un humano normal, y te aseguro que no son sencillas.
—¿Mirando el ojo?
—Efectivamente, una es comprobando los ojos. Tiamat y los suyos tienen manchas azules en la esclerótica, justo debajo del párpado superior. Desconozco el motivo, pero así nos lo ha confirmado él.
—¿Y la otra?
—Su temperatura corporal es muy superior a la nuestra —explicó mientras se abría la puerta. Juntos salieron al corredor que daba a las escaleras de acceso al puente de mando—. Se les puede diferenciar usando detectores de calor.
No tardaron más de un minuto en alcanzar el puente de mando. Ana y Helstrom saludaron a los occulus que había frente a sus terminales con un ligero ademán de cabeza, sin esperar respuesta alguna, y se encaminaron hacia el despacho del capitán. Allí, arremolinados alrededor del gran escritorio que hasta entonces Armand Turner había empleado para sus propios quehaceres, se encontraban el resto de sus compañeros: Leigh, Elim y Armin comprobando unos voluminosos dispositivos cuadrados de aspecto pesado, Gorren y Havelock hablando con Tiamat, seguramente tratando de sacarle más información de la que ya había proporcionado, Dale Gordon y Marcos Torres revisando sus armas y, en un lateral, estudiando la estructura de la nave a través de planos, el Capitán Turner y su mano derecha: Kamal Sharma.
Helstrom se adelantó unos metros para reunirse con Philip, David y el alienígena. Los tres parecían bastante tensos, aunque mantenían la calma. Incluso Tiamat, lleno de heridas y con la ropa hecha jirones, parecía sereno. Empezaron a susurrar. Alexius le dijo algo a Gorren al oído, éste volvió la vista hacia Ana y, sin ningún comentario, desenfundó la pistola que llevaba oculta en la cinturilla del pantalón y se la tendió a la joven. Ya armada, Larkin asintió y acudió al encuentro de Leigh, Elim y Armin. Los dos primeros, como cabría esperar, vestían con ropas cómodas y sencillas, perfectas para moverse con rapidez por la nave. Estaban despeinados y lucían profundas ojeras, como si les hubiesen sacado de la cama apresuradamente. Dewinter, en cambio, llevaba el uniforme de la competición lleno de sangre, tierra y hierba, como si no le hubiese dado tiempo a cambiarse. Tenía el rostro muy sucio y lleno de heridas, como Tiamat, los ojos ensombrecidos y los nudillos de las manos totalmente despellejados. Al parecer, Helstrom no exageraba al decir que Tiamat y él habían tenido un enfrentamiento bastante violento en el campo de batalla.
—¿Funcionará? —preguntaba en esos momentos Leigh a los otros dos, dubitativo, con uno de los dispositivos entre manos—. Tiene pinta de ser bastante antiguo.
—Funcionará, sí —respondió Elim con seguridad—. Los he estado revisando y estos tres son los únicos que funcionan. El resto no sirven ni para despiece.
—Ya veo... —Leigh deslizó el dedo sobre la pantalla, pensativo, y lo depositó sobre la mesa. Frunció el ceño al ver a Ana acercarse—. ¿Dónde estabas? Te fui a buscar hace una hora, pero nadie respondía. ¿Dónde te habías metido?
—Estaba durmiendo, no me habré enterado —respondió ella sin querer profundizar demasiado en el tema—. Oye, ¿es verdad lo del otro alienígena?
Antes de que ninguno de los tres pudiese responder, Gorren les llamó y todos se reunieron a su alrededor. Ahora que al fin estaban ya todos, no querían perder ni un minuto más.
—¿Cuántos detectores funcionan? —preguntó el maestro.
—Me temo que solo tres, maestro. —Elim los trasladó hasta la mesa con la ayuda de Leigh—. El resto están inutilizados.
—De acuerdo, nos dividiremos en cuatro grupos entonces. Tiamat puede diferenciarlo así que nosotros no necesitaremos ningún detector. La misión es fácil: encontrar y traer a ese cerdo hasta aquí. No queremos que cunda el pánico; la competición sigue en la zona de recreación y el resto de la tripulación no sabe nada, así que, por favor, sed discretos. Lo queremos vivo, así que a no ser que sea indispensable, no lo matéis. Dewinter, vendrás conmigo y Tiamat.
—Leigh, Ana, vosotros dos iréis juntos —indicó Helstrom—. Havelock irá con Gordon y Torres, y Elim conmigo, ¿de acuerdo? Vamos a dividirnos el terreno y, en cuanto alguien sepa algo o lo encuentre, debe comunicarlo de inmediato a través del canal 8. ¿Tenéis todos vuestros transmisores preparados?
Ana volvió la vista hacia su compañero, expectante. A diferencia del resto, los cuales habían empleado los últimos minutos para equiparse y prepararse, ella no tenía ningún transmisor a través del cual contactar con los otros. Por suerte, Leigh sí.
Una vez realizadas las comprobaciones, Kamal Sharma les asignó la cubierta en la que debía empezar a buscar cada grupo y se dividieron. Ana se despidió del maestro y del resto con un ligero ademán de cabeza y, ya concentrada en su propio objetivo, se encaminó junto a Leigh hacia las escaleras de descenso. La cubierta que tenían que revisar era la inmediatamente inferior a donde se encontraban, por lo que no valía la pena emplear el elevador. Descendieron los peldaños a gran velocidad, de dos en dos, y una vez alcanzado el nivel comprobaron su posición en un mapa cercano que había colgado junto a las escaleras. Se encontraban en la zona norte de la cubierta, casi en su extremo, por lo que podrían emplear el pasadizo principal que cruzaba toda la planta para ir revisando las estancias.
Leigh activó el detector presionando un botón situado en el lateral y aguardó unos segundos a que en la pantalla apareciese una imagen a color del pasadizo. Dependiendo de la temperatura de cuanto les rodeaba, los objetos aparecían en una tonalidad diferente. Esto se aplicaba también a los humanos. Alzó el dispositivo verticalmente, para que el objetivo de la cámara captase la imagen del pasadizo, y alzó la mano. Ésta se veía de un color azul claro sobre un fondo blanco.
—Nuestro objetivo aparecerá mucho más oscuro, casi negro —explicó—. En cuanto lo encontremos le diremos que tiene que acompañarnos al puente de mando, ¿de acuerdo? Dependiendo de quién haya tomado el aspecto, nos inventaremos cualquier excusa.
—¿Se sabe si va cambiando continuamente? Si normalmente usa la misma apariencia, podríamos dar con él con relativa facilidad.
Leigh endureció la expresión, visiblemente incómodo ante la pregunta. Volvió la vista atrás, asegurándose así de que no hubiese nadie más en el silencioso pasillo, y dejó escapar un suspiro. Su semblante evidenciaba que no le gustaba en absoluto aquella situación.
—Buscamos a Fabien Turner, el hijo del capitán. Al parecer, según ha contado Tiamat, el hombre al que conocimos en el "Dragón Gris" ya no era él.
—¿Ya no era él? —Ana palideció. A pesar de que no se había relacionado demasiado con el hijo de Turner, sabía que era alguien muy importante a bordo—. ¿Quieres decir que lo ha sustituido? ¡Demonios! ¿Y qué pasa con el de verdad?
Leigh no respondió. El que el alienígena llevase tanto tiempo sustituyendo al auténtico Fabien Turner reducía notablemente la esperanza de vida del primero. Siempre cabía la posibilidad de que, de alguna forma, hubiese logrado sobrevivir al ser abandonado en algún planeta durante el cambiazo, pero el joven lo dudaba. Lo más probable era que para ocupar su lugar el alienígena hubiese asesinado al heredero del capitán.
Empezaron a avanzar. Aquella cubierta estaba compuesta en su mayor medida de salones, salas de reuniones y bibliotecas, por lo que a aquellas horas de la noche estaba totalmente vacía y silenciosa. A pesar de ello, fueron revisando una a una todas las salas, atentos ante la posible aparición. En uno de los salones encontraron a un grupo de dalianos bebiendo a escondidas, ocultos por el manto de la oscuridad; en otro, aprovechando la intimidad que les daba un mostrador, vieron a una pareja demasiado concentrada besándose como para darse cuenta de su presencia. Ana tuvo la tentación de molestarles, de encender las luces o lanzarles algo, pero Leigh se lo impidió. Aunque la idea parecía divertida, no tenían tiempo para ello. Así pues, siguieron revisando las estancias una a una hasta que, a medio camino, la joven se detuvo en el pasadizo, de brazos cruzados.
—Aquí no hay nadie —dijo con enfado—. Si no hay ni gente, ¿cómo pretenden que encontremos a ese tipo? —Negó con la cabeza—. ¡Deberíamos ir a los camarotes!
Tauber fingió no escucharla y siguió avanzando, camino a una de las bibliotecas, pero al ver que no le seguía se detuvo y volvió la vista hacia ella, enfadado. Con cada minuto que pasaba su expresión era más y más sombría, y Ana empezaba a sospechar que no era únicamente por lo que estaba sucediendo.
Tuvo un mal presentimiento. Desde que se conocían, jamás había visto a Leigh tan malhumorado, y le preocupaba. ¿Qué podría haber hecho para molestarle tanto? ¿Sería acaso por lo sucedido en la competición? Dudaba que nadie pudiese llegar a enfadarse por ello, pero Leigh era una persona un poco especial por lo que prefirió no dar nada por supuesto.
Acudió a su encuentro.
—Veo que sigues pasándote las órdenes por el mismísimo —exclamó sin mirarla a la cara—. Ya sé que no hay nadie aquí, y lo más seguro es que tampoco encontremos nada, pero es lo que hay. Una orden es una orden.
—¿Y para qué perder el tiempo si ya sabes que no hay nadie? —insistió—. ¡Vamos Leigh! ¡Hagamos algo útil!
El joven fijó la mirada en sus ojos, furioso, y la mantuvo unos segundos. Ana tenía la sensación de que quería decirle algo, algo serio, pero por algún motivo se frenaba. ¿Querría evitar una discusión? Sí, por el modo en el que apretaba los puños, era evidente que estaba más que dispuesto a discutir con ella...
Desconcertada ante su comportamiento, Ana se apresuró a cogerle del brazo antes de que siguiese adelante con la búsqueda. Cerró los dedos alrededor de su antebrazo y lo presionó con suavidad, impidiendo así que se alejase.
Más que nunca, era evidente que no quería hablar con ella.
—¡Leigh! —exclamó con vehemencia. Su voz resonó con fuerza por toda la cubierta—. ¿Qué demonios te pasa, Leigh? ¿Estás enfadado conmigo?
—Tenemos cosas que hacer —respondió éste de mala gana. Lanzó una mirada a su mano para que le liberase y, una vez conseguido, siguió adelante—. Vamos.
—No vamos. —Ana cruzó los brazos sobre el pecho y retrocedió un par de pasos—. ¿Qué pasa? ¿He hecho algo? ¿Te has enfadado por lo de la competición? ¡No me lo puedo creer! ¡Si es una tonte...!
—Vale ya, Ana. No tengo ganas de...
—¿Ana? ¿Y ahora me llamas Ana? —Perpleja, la joven empezó a gesticular con las manos. Se las llevó primero a la cabeza, después al pecho y, finalmente, las extendió hacia él—. ¿Pero qué demonios te pasa?
Por un instante, Larkin creyó que no respondería. Que simplemente iba a mirarla, maldecir por lo bajo y seguir caminando, dejando así la discusión para otro momento. Nunca había discutido con Leigh, pero le conocía lo suficiente como para saber que ante todo era prudente. Leigh nunca se pondría a gritar en mitad de un pasadizo, ni tampoco le montaría una escena. No era propio de él...
Para su sorpresa, sin embargo, no se calló. El joven bajó el dispositivo, dio un paso al frente, encarándose con Ana, y clavó la mirada en sus ojos.
—¡A mí no me importa lo de la competición! —respondió con brusquedad—. ¿Acaso pasó algo? ¡No pasó absolutamente nada! —Leigh sacudió la cabeza—. ¿Quieres saber lo que realmente me pasa? ¿Ana? ¿Larks? ¡Lo que sea! ¡Me pasa que me he tenido que enterar por boca de otros que has tenido problemas! Que se han colado en tu camarote... ¡que te han amenazado! ¡Demonios, Larks! ¿Acaso no somos amigos? Creía que confiabas en mí.
La respuesta de Leigh logró dejarla sin palabras, totalmente desconcertada. En ningún momento había llegado a plantearse el mero hecho de que aquel secreto pudiese llegar a molestarle. Simplemente había actuado, dejándose llevar por la petición de Armin, y al parecer se había equivocado.
Desvió la mirada al suelo, repentinamente consciente del malestar de su compañero, y se encogió de hombros, sin palabras. Ni tan siquiera sabía qué decir.
De repente, el pasadizo le pareció tremendamente largo y silencioso, infinito.
—Sí, esa misma cara he puesto yo antes —prosiguió Leigh, bajando un poco el tono de voz—. Cara de no saber ni qué decir. Maldita sea, Larks, entiendo que no me cuentes según qué cosas; yo tampoco lo hago, ¿sabes? Mantengo mis secretos... mis cuestiones personales aparte. ¿Pero esto? ¡Demonios! ¡Ya es malo que no se lo contases a los maestros, ¿pero ni tan siquiera a mí!? —Negó con la cabeza, decepcionado—. Yo no habría dicho nada si así hubieses querido, te lo aseguro. Sé que dicen que soy un bocazas, pero...
—Leigh, ni tan siquiera lo pensé —respondió Ana al fin—. Armin me dijo que sería mejor que no dijésemos nada, y le obedecí. Cuando sucedió estaba un poco ida, con la cabeza centrada en otras cosas, y luego pasaron días, y...
—Si hubieses querido compartirlo conmigo, lo habrías hecho —sentenció, retrocediendo un par de pasos hacia el interior del corredor—. ¿Sabes cuál es el problema? Lo que acabas de decir: que Dewinter te lo pidió. Él es diferente a nosotros, y lo sabes. Que acompañe al maestro Gorren no significa que sea uno de los nuestros. Él va en solitario, y tú estás empezando a hacerlo también. Cada vez os parecéis más. Es como si...
Leigh dejó la frase a medias, repentinamente concentrado en otra cosa. Se llevó la mano al oído, allí donde llevaba el receptor, y escuchó atentamente la transmisión. Su expresión varió al instante. Permaneció unos segundos más en silencio, quieto, concentrado, y, poco después, tras tan solo unos segundos, volvió la mirada hacia Ana.
—Lo han encontrado.
El grupo formado por Havelock y Gordon había encontrado al alienígena en una de las cubiertas inferiores. Los dalianos estaban revisando estancia por estancia, salas de reuniones y almacenes, cuando, de repente, una figura más oscura de lo habitual se había cruzado en su camino. En aquel entonces, vestido con el cuerpo de Fabien Turner, el alienígena no les había prestado demasiada atención. Simplemente había pasado por su lado, junto a Elora Turner, su hermana, y ambos se habían metido en una de las salas de adiestramiento.
Casi diez minutos después, allí seguían.
Para cuando Ana y Leigh lograron llegar, el resto ya se hallaba en la puerta, armados y en completa tensión. Dentro de la sala de adiestramiento, con Elora como prisionera, el alienígena exigía a voz en grito que se le preparase una cápsula de emergencia con la que poder escapar de la nave.
—¡Silencio! —exigió Elim al verles aparecer por el final del corredor.
Recorrieron el último tramo a paso lento, atentos a los gritos que se escuchaban procedentes del interior del aula. Además del alienígena, David Havelock, Dale Gordon, Marcos Torres y el maestro Gorren se encontraban dentro de la sala, parapetados tras unos escritorios, tratando de negociar con el secuestrador.
Ana se detuvo junto a la puerta. Apostados en los laterales con las armas cargadas, Armin y el maestro Helstrom se mantenían muy erguidos, preparados para entrar en cualquier momento. Elim, unos metros por detrás, se movía de un lado a otro con nerviosismo, sin saber qué hacer.
—Tiene a la hija del capitán —les explicó con nerviosismo—. Le está apuntando a la cabeza con una pistola: dice que o le dejamos abandonar la nave o disparará. ¡Maldito cerdo! ¿Acaso no ha tenido suficiente matando a Fabien Turner? No podemos permitir que le quiten a sus dos hijos de un plumazo.
—¿Qué opciones hay? —preguntó Leigh, dejando atrás a Ana al adelantarse unos pasos—. ¿Sabe algo el capitán, maestro? ¿Qué podemos hacer?
—De momento debemos esperar: están negociando con él —explicó Alexius Helstrom—. No podemos permitir que ella muera bajo ningún concepto. Somos huéspedes en esta nave: nadie va a morir por nuestra culpa. Así pues, por el momento no queda otra opción que esperar.
Empleando un pequeño y maltrecho espejito de mujer que Helstrom reservaba para aquel tipo de situaciones, Leigh lanzó un vistazo al interior de la sala. Acto seguido, Ana le imitó. Tal y como había resumido Elim, el alienígena se encontraba delante de un gran escritorio, de espaldas a un panel de proyecciones. Ante él, decenas de pupitres y butacas le separaban de la línea de tiro donde se encontraban Gorren, Gordon y Havelock con las armas preparadas.
Ana grabó la imagen mentalmente antes de desprenderse del espejo. El vistazo había sido breve, fugaz, pero le había bastado para poder ver la expresión de terror de Elora al ser amenazada con un arma por su propio hermano.
Su propio hermano...
Una poderosa sensación de rabia se apoderó de ella al verse identificada con aquella escena. Elspeth no había llegado a apuntarla en ningún momento, al menos no hasta el final del viaje, pero había pasado tantas horas en vela aterrorizada ante su traición que podía entender el miedo que en aquel entonces debía estar sufriendo Elora. Aquella mujer ya no reconocía en su hermano al hombre con el que se había criado, tal y como le había sucedido a ella. El cuerpo seguía siendo el mismo, pero la mente pertenecía a otro; a alguien a quien no le importaría apretar el gatillo en caso de necesidad.
Retrocedió unos pasos hasta alcanzar una pared en la que apoyar la espalda. Cerró los ojos e inspiró profundamente, sintiendo el nerviosismo aferrarse con furia a su pecho. Ana sentía como el pulso y la respiración empezaban a acelerársele, y necesitaba controlarse.
Necesitaba ser útil...
Y qué útil sería si pudiese entrar en la sala y atacarle por la espalda. Si lograse aparecer tras el escritorio, Ana podría alzarse sobre él y cortarle la garganta antes de que pudiese llegar a dañar a la pobre Elora.
Sí... sería magnífico.
Pero el maestro había dicho que debían esperar... Havelock estaba negociando con él y como agentes su obligación era cumplir con las órdenes del maestro: mantenerse en un segundo plano.
Esperar...
¿Pero cómo esperar? ¿Acaso ella habría querido que esperasen en caso de haberse visto en la misma situación? Ana se llevó la mano a la sien, repentinamente confusa, y dejó que los recuerdos aflorasen. Un año atrás, Elspeth y sus hombres la habían rodeado en un bosque. En aquel entonces su hermano tan solo quería hablar, o al menos eso decía; quería explicarle sus motivaciones y, quizás así, convencerla para que se uniese a él... que finalizase su huida desesperada y regresase al castillo con él.
Que todo acabase...
Irónicamente, Ana recordaba aquella escena con miedo. Aunque su hermano había asegurado que no quería dañarla, uno de sus hombres la había golpeado y estaba sangrando. Además, ya no confiaba en él. Ana sabía que había cambiado, y temía estar a su lado... y entonces, dejándole a media frase, Armin había intervenido. No hacía falta que nadie se lo hubiese pedido: sabía que tenía que hacerlo, y lo había hecho. Y aunque en aquel entonces no hubiese sabido agradecérselo, no había día en el que Ana no lo hiciese. Dewinter le había salvado la vida, y ahora ella iba a hacer lo mismo por Elora.
Tenía que hacerlo, y lo haría. No sabía cómo, pero lo iba a hacer costase lo que costase...
—Aguanta...
Ana abrió los ojos y descubrió que ya no se encontraba en el pasadizo. La joven se encontraba de cara a una pared, con la espalda apoyada en un escritorio y el arma entre las manos. Se agazapó. No necesitaba mirar a su alrededor para saber dónde se encontraba. Ana sabía que estaba donde debía estar, y no iba a fallar. Cogió aire, giró sobre si misma y miró por encima del escritorio. A tan solo un metro, de espaldas a ella, el alienígena mantenía firmemente sujeta a Elora por los hombros. La joven no podía ver el arma, pero sabía que tenía el cañón apoyado en el mentón de la mujer, preparado para disparar.
Era una situación muy delicada...
Pero no había tiempo que perder. Ana se subió a la mesa con un ágil salto y se abalanzó sobre el alienígena, logrando derribarle con su propio peso. Su arma se disparó, pero el disparo no alcanzó a Elora. El proyectil pasó a escasos centímetros delante de su cara, a punto de rozarla. La mujer lanzó un grito presa del pánico y salió corriendo hacia los pupitres mientras que ya en el suelo Ana y el alienígena forcejeaban.
Todo sucedió entonces muy deprisa. A pesar de haber caído de bruces, Fabien logró girar sobre sí mismo con rapidez, como una culebra, y volvió el arma hacia Ana. Asustada, ella intentó detenerle; juntó las manos en su muñeca y trató con todas sus fuerzas de apartar el cañón del arma de su rostro, pero la fuerza del alienígena era tal que apenas logró desviarlo unos centímetros. Fabien apretó el gatillo y una bala le pasó rozando la cabeza. Muy cerca. Demasiado cerca. Ensordecida por la potencia del disparo, Ana lanzó un grito. Se dejó caer de lado al suelo y se llevó las manos a los oídos, temblorosa. Notaba su cabeza a punto de estallar. El sonido restallaba una y otra vez en su mente, cada vez con más fuerza, impidiendo que pudiese reaccionar.
Pero tenía que hacerlo. La situación era límite y permanecer quieta no era una opción. La joven abrió los ojos, dispuesta a incorporarse, pero no se movió. Ante ella estaba el alienígena, apuntándole con la pistola. Tenía el cañón frente a la cara, a apenas unos centímetros, y estaba a punto de disparar.
Su dedo estaba a punto ya de rozar el gatillo...
Y lo hizo. Fabien presionó el gatillo, pero nuevamente el disparo se desvió al ser embestido con furia por Havelock. El hombre cayó sobre él con la fuerza de un ciclón, lo estampó contra el suelo y, rápidamente, con la ayuda de Torres, Gordon y Gorren, le inmovilizaron. Acto seguido, el resto de sus compañeros irrumpió en la sala. Leigh y Helstrom acudieron de inmediato al encuentro de Elora, la cual parecía en shock, y Armin se unió a Havelock y los suyos.
Entre todos lograron inmovilizar y desarmar al escurridizo alienígena.
Elim y Tiamat, por su parte, acudieron al encuentro de Ana. El joven bellum se arrodilló junto a la mujer, apoyó las manos sobre las suyas, las cuales permanecían aún sobre sus orejas, y la obligó a que le mirase a la cara.
El alienígena, en cambio, se detuvo a unos metros de distancia, cauteloso.
—¡Ana! ¿Me oyes?
Aún con el infernal pitido en los oídos, ella asintió suavemente y bajó las manos. No muy lejos de allí, el prisionero no dejaba de gritar y sacudirse fuera de sí; Elora lloraba desconsoladamente.
—Sí... sí.
—¿Estás herida? —insistió Elim, incapaz de dominar el tono de voz. Tal era su estado de nervios que gritaba—. ¿Te ha hecho algo?
—Estoy bien, tranquilo. —La joven volvió la vista atrás, hacia la mujer, y asintió con suavidad al comprobar que estaba bien—. Muy bien... ese imbécil necesita nacer ocho veces para poder hacerme daño.
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