Capítulo 28
Capítulo 28
Alcanzar el refugio no le llevó más que unos minutos. Armin dejó atrás el campo de trigo que bordeaba la pirámide y se adentró en el bosque, plenamente consciente de que era probable que le hubiesen visto. Salir de su cobertura entre la espesura para acudir al encuentro de Ana no había sido un acto demasiado inteligente por su parte, pero no había podido evitarlo. El modo en el que la joven se había precipitado al suelo tras ser alcanzada no había sido demasiado normal, al igual que tampoco lo había sido la forma en la que, de repente, había aparecido.
Antes de adentrarse en el refugio, Armin dio una vuelta por los alrededores. Desconocía si estaba siendo seguido por otros participantes, pero por si acaso prefería asegurarse. Durante las jornadas transcurridas muchos habían sido los que habían intentado eliminarle. Dewinter había participado en decenas de tiroteos e incluso había estado a punto de caer en una trampa. Por suerte, el joven había logrado conseguir el control de la situación y, aunque las primeras horas habían sido críticas, ahora se sentía imbatible.
Asegurada la zona, Armin se desvió por el pequeño sendero oculto entre los árboles al final del cual se hallaba su escondite. Atravesó el camino a gran velocidad, bordeó un pequeño aunque profundo lago y, alcanzada la pared de la montaña en la cual se ocultaban, atravesó la cascada artificial. Al otro lado de ésta, acomodadas alrededor de una hoguera en el interior de una pequeña cueva, se encontraban las dos únicas personas de su equipo que aún no habían sido eliminadas: Maggie Dawson y Vel Nikopolidis.
Sacó del interior de la mochila un trapo de aspecto sucio y empezó a secarse la cara.
—¿Alguna novedad? —preguntó escuetamente.
Tomó asiento junto a Vel, la cual apenas había participado en toda la competición, se secó el cuello y extendió las manos hacia las llamas. Cada vez que atravesaba la cascada se empapaba entero, y eso era algo que no le gustaba en absoluto.
—Escuchamos pasos por los alrededores, pero nadie se ha acercado —explicó Maggie. La mujer estiró los brazos para desperezarse y se puso en pie—. Me toca. ¿Algo interesante?
Armin centró la mirada en las llamas, pensativo. Sí que había pasado algo interesante, desde luego. La aparición de Ana no le había dejado indiferente. El guardaespaldas llevaba casi tres horas vigilando la zona cuando, de repente, ella se había alzado entre las plantas, como si despertase de un largo sueño. Por un instante, Dewinter había pensado que se trataba de un dron, una trampa ideada por los maestros para amenizar su aburrida espera, pero la verdad no había tardado en salir a la luz. Ni era un androide, ni era una cara desconocida: aquella figura era Ana y, como a cualquier otro participante, no había tenido más remedio que eliminarla.
Claro que su reacción al verle no había sido la más esperada precisamente...
—¿Dewinter? —insistió Maggie—. ¿Hay algo interesante, o no?
Alzó la vista hacia su compañera. Mientras esperaban el momento adecuado de entrar en la pirámide, Dawson y él se repartían las guardias.
—No —respondió finalmente—. Está tranquilo.
—De acuerdo. Nos vemos luego.
Dewinter asintió y aguardó a que la bellum dejase la cueva para acercar la mochila y tumbarse en el suelo con la cabeza sobre ella. La falta de participación de Vel les estaba afectando notablemente; de haber sido tres en vez de dos, los turnos de vigilancia no serían tan largos y, por lo tanto, podrían descansar más. Desafortunadamente, la mecca se había negado en redondo en participar desde un inicio, por lo que habían tenido que adaptarse.
Ni ella entendía por qué la habían obligado a participar, ni Armin tenía ganas de discutir al respecto, así que ni tan siquiera habían tratado el tema. Simplemente habían llegado a un acuerdo: él la había convencido para que no se rindiera y mantuviese el refugio siempre vigilado y ella, a cambio, le había pedido que le dejase echar un vistazo a sus trabajos en el laboratorio. Fácil. A partir de entonces, tras jurar cumplir con su respectiva parte del trato, los dos habían empezado a avanzar juntos.
Además de Maggie y Vel, Armin había iniciado el juego en compañía de tres dalianos más cuyos nombres ya ni recordaba. Ellos habían decidido hacer la guerra por su propia cuenta, compitiendo y discutiendo continuamente entre ellos por ver quién era el más preparado y finalmente Armin, Vel y Maggie habían optado por separarse de ellos. Y les había ido bien, desde luego. Aunque la mecca no estaba participando, Dawson era muy buena tiradora. Tanto que, juntos, habían logrado eliminar ya a más de veinte adversarios, y solo llevaban la mitad del recorrido hecho.
Los días restantes prometían ser muy entretenidos.
—¿Por qué has sonreído?
Armin se estaba quedando dormido cuando la pregunta de Nikopolidis le despertó. Aquella mujer no era demasiado habladora, cualidad que compartían y gracias a la cual habían llegado a entenderse muy bien en el taller, pero de vez en cuando, en ocasiones como aquella, algo captaba su atención y preguntaba sin tapujos.
Volvió la mirada hacia ella, confuso ante la pregunta, y se incorporó sobre los codos. No recordaba haber sonreído en ningún momento.
—¿Cuándo?
—Antes, cuando Dawson te ha preguntado si había algo interesante. Has mirado al fuego, te has quedado callado y has sonreído. —Vel ladeó ligeramente la cabeza y clavó sus ojos negros como la noche en él—. Te conozco poco, Dewinter, pero sí lo suficiente como para saber que no regalas sonrisas. ¿Por qué lo has hecho? ¿Ha pasado algo?
No recordaba haberlo hecho, pero si realmente así había sido, sabía el porqué. Armin negó suavemente con la cabeza, dando el tema por zanjado con aquel simple gesto, y volvió a tumbarse en el suelo. Había secretos que jamás compartiría con nadie, y aquel momento se había convertido en uno de ellos.
—¿No me vas a responder? —insistió ella, con curiosidad.
—No.
—Pero has sonreído.
—Podría ser.
La mujer asintió ligeramente con la cabeza, haciendo bambolear su cabellera negra sobre su cabeza. Junto con su extrema delgadez y los tatuajes de los brazos, el peculiar peinado que tanto le recordaba a una palmera era lo que más la caracterizaba.
—¿Y por qué no entras en la pirámide?
—Espero a que alguien lo haga antes que nosotros.
—¿Quién?
—Alguien.
—¿Y por qué?
Armin cerró los ojos y dejó el cansancio le empujara al mundo de los sueños, allí donde las preguntas de Vel quedaban silenciadas por el silencio y todo era paz y tranquilidad. Todas aquellas preguntas tenían respuesta, desde luego, pero hasta que no llegase el momento adecuado, no la revelaría.
Desafortunadamente, Nikopolidis no se dio por vencida.
—¿Por qué has sonreído?
Armin llevaba casi cuatro horas postrado en lo alto de un árbol, oculto entre sus ramas, cuando el susurro de unos pasos procedentes del este captó su atención. El hombre volvió la vista hacia allí, alerta: sumidos en la casi absoluta oscuridad, vio los arbustos empezar a moverse suavemente, como si se mecieran. A simple vista parecían estar siendo acunados por el viento: el movimiento era casi imperceptible, pero la ausencia de aire evidenciaba que, tras aquel suave cimbreo se ocultaba algo más... y creía saber qué era.
Apartó delicadamente las ramas que hasta entonces habían ocultado su posición para adelantarse unos centímetros y poder ver así con más claridad lo que sucedía. La oscuridad dificultaba notablemente la visión, pero en la distancia creía ver sombras avanzar sigilosamente. Sombras apartando las ramas... sombras surgiendo de entre los árboles...
Sombras adentrándose entre las espigas.
Se deslizó con agilidad por el tronco hasta alcanzar el suelo. Ya con los pies en tierra firme, se agazapó y avanzó ocultándose entre la maleza hasta alcanzar las primeras espigas. Una vez allí, Armin hincó la rodilla en el suelo y clavó la mirada en las figuras. Se trataba de dos personas, una delgada y baja, rauda y de movimientos muy fluidos, y otra bastante más alta, ancha de espaldas y con el cráneo afeitado. De haberse tratado de otros, Dewinter no los habría reconocido. La escasa luz que bañaba el campo de trigo era insuficiente para poder ver sus caras o cualquier rasgo distintivo. Por suerte, el guardaespaldas había pasado el suficiente tiempo con ellos como para reconocerles por sus movimientos.
Además, llevaba horas esperándoles.
Les observó avanzar durante unos cuantos minutos más, hasta alcanzar la pirámide. Al pie de la escalinata, Armin silbó cuatro veces seguidas, tal y como había acordado con Maggie para que ella y Vel se pusieran en camino tan pronto lo escucharan, y se adentró unos metros en la espesura.
A unos doscientos metros de distancia, las dos figuras ascendían a gran velocidad las escaleras que llevaban al interior de la estructura, plenamente conscientes de que eran un blanco fácil. Al igual que Armin, era probable que hubiese otros tantos tiradores por la zona, a la espera de que algún valiente diese el paso de salir de la cobertura. Por suerte para ellos, Dawson y Dewinter se habían ocupado de absolutamente todos, dejando la zona limpia por el momento.
Una vez en lo alto, alcanzada la entrada, se perdieron en su interior.
Esperó cinco minutos más antes de zambullirse entre las plantas y empezar a correr. A lo largo de todo aquel año Armin había logrado acostumbrarse al implante que sustituía su pierna. El joven se movía con gracilidad, era rápido y sigiloso, pero sus movimientos habían perdido la gracia natural que tiempo atrás tanto le había caracterizado. Ahora se movía rápido, muchísimo más rápido que antes gracias a la potencia que le otorgaba el implante, pero había algo en sus andares que recordaba peligrosamente a los androides. Afortunadamente, a Dewinter no le importaba aquel detalle. A diferencia de Veressa, él nunca había pretendido que sus movimientos fuesen tan elegantes como los de su hermano Veryn o los de su padre. Al contrario, Armin tenía otras prioridades. Para él, el haber adquirido mayor velocidad y fortaleza física era lo realmente importante, y se sentía muy orgulloso de ello. Tanto que, a veces, se planteaba la posibilidad de acabar sustituyendo la otra pierna también...
Alcanzó la base de la pirámide en tan solo unos minutos. Durante las últimas horas Armin no le había quitado el ojo a la enorme e imponente estructura, pero hasta entonces no se había acercado lo suficiente como para percibir todo su poderío. Si tal y como aseguraba Maggie la real era aún más formidable que la simulada, la visita valdría mucho la pena. Lanzó una fugaz mirada atrás para asegurarse de que de momento seguía solo y empezó a ascender los peldaños de dos en dos. Finalizada la subida, atravesó las sombrías puertas y se adentró en un cavernoso pasadizo iluminado por antorchas.
En el interior de la pirámide había una gran cámara a la que se accedía a través de unas empinadas escaleras situadas al final del pasadizo de entrada. La estancia estaba muy poco decorada: tan solo tenía unas cuantas columnas de piedra y alguna que otra estatua de forma vagamente humanoide. Era un lugar grande y frío, sin ningún tipo de apertura o ventana a través de la cual pudiese entrar aire o luz. La forma de la estructura era propicia para que el sonido se ampliase y distorsionara, aunque en aquel entonces estaba muy silenciosa. Armin recorrió el pasadizo que llevaba a las escaleras con rapidez, con cuidado de no hacer ruido, y una vez alcanzadas, se agachó. Al final de éstas, muchos metros por debajo, los dos participantes que anteriormente había visto atravesar el campo se encontraban en el centro de la sala, delante de un ostentoso altar. Sobre éste, reposando sobre un llamativo cojín rojo con borlas doradas, se encontraba la esfera de cristal por la que todos competían.
Tras echar un rápido vistazo atrás y asegurarse de que seguían solos, Marcos Torres cerró las manos alrededor del preciado objeto y lo extrajo con delicadeza. En su poder, el objeto parecía diminuto, del tamaño de un huevo de gallina. El hombre lo observó con deleite, fascinado por el juego de colores que se formaba en su superficie, y se volvió hacia su compañero. Tiamat, disfrazado en aquel entonces con su traje favorito, el de adolescente, le dedicó una amplia sonrisa.
—Buen trabajo —le felicitó.
Depositó su mochila sobre el altar, sacó su manta y Marcos depositó el tesoro dentro, con delicadeza. Una vez dentro, cubrió la esfera para evitar que pudiese dañarse y cerraron la bolsa.
Se la volvió a cargar a las espaldas.
—Vámonos.
El piloto de la pulsera de Marcos se puso rojo antes de que pudiese llegar a encaminarse hacia las escaleras. El hombre parpadeó con perplejidad, lanzó un fugaz vistazo a su muñeca e, incrédulo, alzó la vista hacia lo alto de las escaleras. En lo alto de éstas, con el arma apuntando directamente hacia Tiamat y una expresión severa en la cara, Armin les observaba con determinación: la determinación de un asesino.
El juego había llegado a su fin para el sighriano.
—Maldito seas, Dewinter —exclamó Torres.
Armin descendió unos cuantos pasos más totalmente erguido, sin bajar el arma. Sus ojos azules parecían incapaces de apartarse de Tiamat.
Tiamat... El joven creyó sentir la llama de la rabia y el rencor despertar en lo más profundo de su ser. Llevaba tantos días esperando aquel momento, alimentando su rabia noche tras noche al recordar la tétrica escena del baño, que temía que el instinto pudiese llegar a nublarle la mente.
Se lo haría pagar.
El alienígena hizo ademán de alzar su arma contra el guardaespaldas, pero antes de que pudiese hacerlo éste disparó una vez más, alcanzando con la descarga eléctrica la mano derecha del ser, plenamente consciente de que tan solo los disparos en el torso eliminaban al participante. Tiamat intentó apartar la mano, pero no fue lo suficientemente rápido. El disparo impactó contra su carne con brutalidad, dibujando un círculo negro en la palma. De haber sido una bala real, Armin le habría arrancado la mano de cuajo.
—¡Eso duele! —se quejó Tiamat sacudiendo el brazo de arriba abajo vehementemente. Podía sentir la electricidad dibujando círculos en la punta de sus dedos.
—No te había visto, Dewinter —exclamó su compañero sin prestar atención al alienígena. No había enfado en su expresión, aunque sí algo de decepción. Ahora que al fin había llegado tan lejos, el bellum se sentía frustrado por aquel repentino giro de los acontecimientos—. ¿Estás solo?
Armin descendió unos cuantos peldaños más, quedando así a la mitad de la escalera, y ladeó ligeramente la cabeza como un ave rapaz, con la mirada aún clavada en Tiamat. El joven guardaespaldas creía poder ver más allá del disfraz. Veía su rostro transformado en el de Ana, en su cuerpo y con su voz, y lo veía avanzar por el pasadizo de la "Pandemonium", camino al camarote.
Lo veía con tanta claridad que le costaba no lanzarse sobre él.
—No, no estoy solo —respondió al fin. Su voz sonaba ronca, arisca—. Torres, dile a Gorren que vaya preparando la recompensa: un Dewinter no se conforma con poco.
—Eres un cabrón traicionero: no te oí acercarte —dijo Marcos a modo de respuesta, en tono amistoso—. ¿Debajo de qué piedra te habías escondido?
—Un profesional no desvela sus secretos. —Los ojos de Armin relampaguearon llenos de energía. Hacía muchos días que esperaba aquel momento—. Adiós, Torres.
El hombretón volvió la mirada hacia su compañero, vencido, y se encogió de hombros. Lo habían intentado. Ascendió el primer tramo de escalones, se detuvo para palmear la espalda de Dewinter a modo de despedida y, ya sin volver la vista atrás, siguió subiendo hasta alcanzar el pasadizo. Vel y Maggie ya se encontraban en la entrada de la pirámide montando guardia cuando el hombretón atravesó la salida.
Un silencio tenso se apoderó del interior de la pirámide cuando los dos hombres se quedaron a solas. El cañón del arma de Armin seguía fijo en Tiamat, por lo que éste no se atrevía a moverse. Las descargas eléctricas, aunque no letales, eran realmente dolorosas, y más si alcanzaban zonas tan delicadas como las manos. Así pues, debía ser precavido. Podía ver inquietud en los ojos del joven guardaespaldas, y eso le preocupaba.
Alzó las manos poco a poco, a modo de rendición.
—Dame tu pistola.
La orden sorprendió al alienígena, el cual, poco a poco, empezaba a comprender la gravedad de la situación. Al parecer, la expresión de Dewinter no formaba parte del juego.
—Oh, vamos, ¿qué tal si disparas de una vez? Esto ya no tiene gracia; nos has ganado. ¿No es suficiente para ti?
La respuesta llegó en forma de descarga. Tiamat se llevó la mano herida al vientre, dolorido, y se encorvó. En sus dedos se formó un hematoma negro como la noche.
Maldiciendo por lo bajo, obedeció. No tenía otra alternativa. Dejó la mochila en el suelo, con cuidado de no romper su contenido, y sacó la pistola de su funda. Por un instante tuvo la tentación de alzarla y descargar un disparo contra Dewinter, demostrarle de lo que era capaz, pero tras una brevísima reflexión en la que el nombre del "Conde" salió a relucir, decidió ceder. Depositó el arma en el suelo, la empujó con el empeine de la bota y, una vez fuera de su alcance, volvió a alzar las manos.
Armin no recogió la pistola; la empujó hacia atrás con el talón, apartándola aún más de su alcance. A continuación, algo más relajado, avanzó varios pasos hacia él, recortando la distancia. De haberse tratado de un hombre cualquiera, el guardaespaldas habría podido percibir el olor de su sudor; el de la tierra en su uniforme y el de las hojas machacadas en sus botas. Tiamat, sin embargo, no olía a nada. Al igual que su género, todo en él parecía neutro.
—¿Puedo preguntar de qué va esto? —insistió el ser, cada vez más inquieto—. ¿Es algún tipo de teatrillo de esos que tanto le gustan a tu familia? Sé que Veryn es un auténtico...
—No metas a mi hermano en esto —interrumpió Armin con brusquedad, en tono amenazante. Avanzó unos cuantos pasos más, quedando así ya a su alcance, y bajó el arma—. No vuelvas a mencionarlo en tu vida.
—¿Por qué no? —Tiamat lanzó una fugaz mirada al arma, pero no se movió. Sorprendentemente, Dewinter le intimidaba más con la pistola baja que apuntándole directamente a la cabeza—. Veryn y yo somos...
El puño de Armin voló a gran velocidad contra su rostro, estrellándose con brutalidad en su mandíbula. Tiamat trató de echarse hacia atrás, retrocedió y ladeó ligeramente el cuello, pero no le dio tiempo a esquivar el golpe. El alienígena salió disparado varios metros hacia atrás, hasta chocar de espaldas contra el altar. Se llevó la mano a los labios y palpó la sangre caliente con los dedos, atónito. Acto seguido se agachó para esquivar un segundo golpe. El puño de Armin le rozó la cabeza, pero no llegó a alcanzarle. La patada que a continuación le lanzó, sin embargo, le alcanzó de pleno en el pecho. Tiamat lanzó un grito de dolor al sentir sus pulmones vaciarse de golpe y, propulsado por la fuerza del golpe, cayó de espaldas al suelo.
Dewinter apoyó la bota sobre su garganta y empezó a apretar, plenamente consciente de que no tardaría en bloquearle las vías respiratorias. En respuesta, el ser alzó las manos hasta su tobillo e hizo fuerza, desesperado por quitárselo de encima, pero Armin ni se apartó ni redujo la presión.
—¡¡Suéltame!! ¡¡Maldito psicópata!! ¡¡Suel...!!
El guardaespaldas obedeció, pero únicamente para golpear su vientre con el talón y provocar así que se doblase en el suelo, sin aliento. Tiamat cruzó los brazos sobre el estómago, con lágrimas en los ojos, y empezó a gimotear. Poco a poco, su aspecto empezaba a perder consistencia, como si la fuerza de voluntad que hasta entonces había logrado mantener su apariencia se debilitase.
Armin se agachó a su lado.
—Tienes suerte de que aún no te haya matado, cerdo —le espetó con brusquedad, asqueado—. ¿Hace cuánto que trabajas para el Capitán?
Tiamat alzó la mirada hacia el joven, pero no respondió. Inspiró y espiró en profundidad, tratando de recuperar el control de su respiración, y trató de incorporarse. Armin, frente a él, aguardaba con los ojos encendidos cualquier excusa para poder seguir castigándole con furia.
—No sé de qué me hablas, Dewinter —dijo al fin—. ¿Capitán? ¿Qué Capitán?
La ironía implícita en la pregunta logró que Armin volviese a abalanzarse sobre él. Cerró el puño, lo alzó y, a punto de estrellarlo contra su rostro, Tiamat se le adelantó. El alienígena se lanzó contra él, apresándole por el cuello, y le derribó contra el suelo empleando para ello su propio peso. Golpeó su garganta con la mano plana, en un claro intento por hundirle la nuez, y giró sobre sí mismo en una ágil voltereta, logrando así escapar de su alcance.
Armin rodó por el suelo y empezó a toser violentamente, con el rostro enrojecido. El golpe había sido fuerte y muy mal intencionado, pero un rápido giro de cuello en el último instante le había salvado. A pesar de ello, le costaba respirar. El joven se mantuvo así durante unos segundos, llenando y vaciando los pulmones, plenamente consciente de que no podía perder ni un instante, y no se incorporó hasta que, de repente, la sombra de Tiamat cayó sobre él. Giró sobre sí mismo de nuevo, alzó los brazos y, justo en ese momento, sintió el peso de su pierna estrellarse contra él. Armin fue arrastrado unos metros por el suelo a causa del impacto, pero consiguió que no le alcanzase el pecho. Rodó varios metros, esquivando así una segunda patada, y se puso en pie.
Podía sentir el aire arder en su garganta, allí dónde Tiamat le había golpeado.
—Veo que Veryn no se equivocaba al decir que eres impredecible —exclamó Tiamat con los labios y el mentón manchados de sangre. Se encontraban cara a cara, a tan solo unos metros de distancia—. No se puede confiar en ti.
—A diferencia de ti, yo tengo muy claras mis lealtades.
—¿Insinúas que yo no? —El alienígena sacudió la cabeza con brusquedad—. ¡Ni tan siquiera sé de qué demonios me estás hablando!
Armin volvió a abalanzarse sobre él. Lanzó un par de puñetazos que su adversario logró esquivar con facilidad, detuvo otros dos que éste le devolvió y, rápidamente, perdiendo la conciencia del lugar en el que estaban, se enzarzaron en una violenta pelea a empujones y puñetazos en la que la fuerza y superioridad física de Dewinter logró marcar la diferencia.
Tras unos intensos minutos de intercambio de golpes, Armin logró encajar el puño en el vientre del alienígena con tal brutalidad que éste se dobló por la mitad, abatido. Le cogió por el pelo, le arrastró hasta el altar y le presionó la cabeza contra su superficie, obligándole así a tenderse sobre la piedra. A aquellas alturas la sangre ya les corría por el rostro y las manos a ambos, dibujando largos ríos carmesíes. Desenfundó el cuchillo que llevaba en la caña de la bota y lo acercó peligrosamente a su garganta, amenazante.
En caso de necesidad, no dudaría en hundirlo en su cuello y segarle la vida de un tajo.
—No pienso seguir perdiendo el tiempo contigo, Tiamat —advirtió Armin. Apoyó la punta del arma en su carne y presionó hasta hundirla y dibujar una pequeña línea de sangre—. Responde: ¿hace cuánto que trabajas para el Capitán?
El alienígena intentó zafarse de la presa, tembloroso, pero Dewinter no se lo permitió. Clavó la rodilla en su cintura, tomó su brazo derecho con furia y lo dobló a su espalda, situando el hueso en un ángulo perfecto para, en caso de ser necesario, poder partírselo de un sencillo tirón.
La sangre que caía de los labios de Tiamat empezó a formar un charco rojo sobre la piedra.
—Vamos, maldito cerdo, ¡¡responde!!
Apretó de nuevo el arma contra su cuello, hundiendo aún más el filo de metal en su garganta.
—¡De acuerdo! ¡De acuerdo! —exclamó al fin Tiamat, dándose por vencido—. ¡Lo diré todo! Pero...
—¡Nada de peros! ¡Habla de una vez! ¿¡Por qué sirves al Capitán!? ¿¡Acaso no eras un aliado de Mandrágora!? ¿¿Acaso no eras uno de los nuestros??
—¡¡Lo soy!! ¡Lo juro por mi alma, Dewinter! ¡Lo soy! No trabajo para el Capitán, pero...
Hundió aún más el arma, logrando arrancarle un profundo y lastimero grito de dolor. Tiamat se sacudió compulsivamente sobre la piedra.
—¡¡Mientes!!
—¡¡No miento!! ¡¡Lo juro!! ¡¡Lo juro!! ¡¡Yo no he hecho nada!! ¡¡Te doy mi palabra!! ¡¡Dime de qué se me acusa y me defenderé!! ¡¡Te ayudaré!! ¡¡Pero así no puedo hacer nada!!
—Por supuesto que puedes —murmuró Armin, endureciendo aún más su expresión. Sus ojos llameaban con salvajismo—. Tomaste la forma de Larkin y entraste en su camarote para dejarme un mensaje de parte de Elspeth Larkin. Intentas intimidarme... me persigues por los pasadizos y susurras en la oscuridad. ¡Me atormentas noche tras noche! ¡¡Intentas que enloquezca!!
Tiamat lanzó un grito de terror. Aunque no podía verlo, sentía que Dewinter se hacía cada vez más y más grande tras él, como si pudiese cambiar de forma tal y como él hacía. Su voz sonaba cada vez más fuerte, más amenazante, y la presión de sus brazos era mayor.
De querer hacerlo, podría matarle en cualquier momento.
—¡¡No he sido yo!! ¡¡Lo juro!! ¡¡Yo no he sido!! ¡¡Lo juro por lo más sagrado, Dewinter!! ¡¡Te lo juro!! ¡¡No he sido yo!!
—¿¡Entonces!? Si no has sido tú, ¿¿quién ha sido??
—¡¡Hay otro!! —chilló, aterrado. Las lágrimas corrían ya por sus mejillas—. ¡¡Hay otro de mi especie a bordo!! ¡¡No dije nada porque creía que lo sabíais!! ¡¡Mandrágora no cierra las puertas a los no humanos!! ¡¡Pero lo juro!! ¡Hay...!
Armin no le dejó acabar la frase. El hombre apartó el cuchillo de su garganta, le cogió con brusquedad por el cuello y lo giró sobre sí mismo, como si de un muñeco se tratase. Ya cara a cara, apoyó la frente contra la suya, amenazante.
—¿Qué demonios significa que hay otro a bordo? —preguntó en apenas un susurro. Los ojos parecían a punto de salírsele de las órbitas—. ¡¡Nadie sabe de la existencia de ningún otro alienígena!! ¡¡Lo sabes perfectamente!! ¿¡Por qué no lo dijiste!? —Le cogió por el cuello del uniforme y lo sacudió violentamente—. ¿¡Por qué demonios no lo dijiste, maldito estúpido!?
Tiamat farfulló algo, pero no logró llegar a articular palabra alguna. Hasta entonces había intentado mantener la compostura, disimular lo que en realidad sabía desde hacía días pero no se atrevía a revelar, pero no podía más. Había llegado a su límite.
Clavó la mirada en el suelo.
—¡Es uno de los míos; uno de mi especie! ¡Me pidió que no dijese nada...! ¡Me juró que solo estaba de paso, y...! Y...
—Y eres un maldito estúpido: ¡¡te ha engañado!! —le interrumpió Armin con furia. Le dio un suave golpe en el hombro, despectivo, y retrocedió unos pasos, dando así por finalizada la pelea. Aunque pudiese hacerlo y seguramente lo mereciese, no iba a matarle—. Ahí has demostrado tu lealtad: sabía que no se podía confiar en basura alienígena. En fin, vamos.
—¿Vamos...?
El guardaespaldas le dedicó una brevísima mirada cargada de significado en la que Tiamat pudo ver claramente que su final no se encontraba en manos de aquel hombre. Armin, aunque muy diferente a sus hermanos en la mayoría de sus facetas, compartía con ellos algo que caracterizaba a todo su clan, y era la lealtad. Y aunque en aquel caso no fuera hacia él como entidad individual, sí lo era hacia Gorren y su hermano, ambos amigos del alienígena, lo que le impedía tomar medidas drásticas. Si Tiamat tenía que morir, moriría, pero no sería en sus manos ni por decisión propia. Aquello quedaba reservado a los que realmente tenían derecho a decidir: los maestros.
—¿A ti qué te parece? Vamos, me vas a ayudar a encontrarlo.
Faltaban unos minutos para cumplirse las once de la noche cuando Ana se detuvo frente a la entrada del taller. La puerta estaba cerrada, pero la luz de su interior se colaba en el pasadizo a través de la rendija inferior, evidenciando así que había alguien dentro. Tal y como le había asegurado en su nota, aquella que horas atrás había encontrado en el suelo de su camarote, Vel Nikopolidis iba a quedarse trabajando hasta tarde, por lo que no importaba lo tarde que acudiese a su encuentro.
La nota la había sorprendido. Durante todos aquellos días Ana se había cruzado en varias ocasiones con la compañera de Dewinter, pero nunca habían llegado a intercambiar más de cuatro palabras. La mecca era reservada, tanto o más que Armin, así que resultaba complicado relacionarse con ella.
Las cosas, sin embargo, iban a cambiar muy pronto.
Ana golpeó la superficie de la puerta con los nudillos y la abrió sin esperar a la respuesta. En su interior, sentada en una de las mesas de trabajo, se encontraba Nikopolidis vestida con un llamativo mono amarillo que dejaba a la vista los complejos tatuajes de sus brazos. La mujer alzó la vista hacia ella, le dedicó una sonrisa fugaz y la invitó a que pasase con un sencillo ademán de cabeza.
—Pasa por favor, Ana, te estaba esperando.
La princesa dudó por un instante, extrañada ante tanta amabilidad, pero finalmente accedió. De haber sido por ella, ni tan siquiera habría acudido a la cita. Aquel lugar no le gustaba demasiado sin Armin. Era demasiado lúgubre. No obstante, era plenamente consciente de la amistad que empezaba a unir al guardaespaldas con la mecca por lo que, precisamente por él, para agradarle, había decidido acceder a la petición.
Entró en la sala y cerró la puerta tras de sí.
—Buenas noches —respondió con cierta timidez.
Ana se detuvo en la entrada de la sala, cruzó los brazos sobre el pecho y tanteó el lugar con la mirada. Todo estaba demasiado ordenado y limpio para su gusto. Tanto que incluso resultaba artificial. Parecía mentira que aquel fuese el mismo lugar donde Armin pasaba horas y horas trabajando día tras día.
—Me ha sorprendido un poco tu nota: ¿ha pasado algo? Decías que querías hablar conmigo de cierto tema...
—Y así es. Por favor, toma asiento... estoy convencida de que te va a gustar lo que te tengo que decir.
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