| ❄ | Capítulo veintidós
Al final opté por guardarme para mí el encontronazo con lord Airgetlam y su oferta.
Tal y como habíamos acordado en el invernadero, lord Alister cumplió su promesa e hizo saber a su madre que no estaba dispuesto a seguir adelante con el cortejo, instándole a que regresaran a Ymdredd lo antes posible. Escuché a parte de mis doncellas cuchichear al día siguiente sobre los rumores de una fuerte discusión entre madre e hijo —una de las criadas afirmó que la condesa amenazó a su primogénito antes de echarse a llorar, optando por otra táctica diferente en la que mencionaba la gran deshonra que traería a su familia al renunciar a una oportunidad así—; yo fingí estar concentrada en el cúmulo de tarea pendiente que me había enviado el maestro Aen, a quien llevaba varias semanas sin ver con asiduidad.
La noticia de la repentina marcha de nuestros invitados se había extendido rápidamente por el palacio, a pesar de la reciente decisión de lord Alister de abandonar la capital y volver a su hogar. Un cosquilleo de anticipo recorría mi cuerpo mientras esperaba a que sucediera lo inevitable: se me comunicara personalmente la noticia.
Estaba segura que lo haría mi madre, quien había sido la encargada de organizar aquel primer encuentro. Recé a los elementos para que la actuación del hijo primogénito de los condes de Ymdredd hubiese sido lo suficientemente convincente para que ni siquiera la reina de Invierno guardara una sola duda y yo quedara a salvo de cualquier sospecha.
El mensaje de mi madre pidiéndome que me reuniera con ella en sus aposentos privados no se hizo de rogar: un joven paje llamó a la puerta de mi dormitorio, creando cierto revuelo entre mis doncellas. Leí aquel pulcro trozo de papel con la elegante caligrafía de la reina de Invierno con expresión serena, impidiendo que la creciente oleada de nervios que había aparecido en la boca de mi estómago pudiera reflejarse en mi rostro.
Era mi turno de actuar.
Los aposentos de mi madre se encontraban en el extremo opuesto de mi dormitorio, al otro lado del pasillo del último piso. Supuse que la reina de Invierno, al citarme en un lugar tan privado como sus propias habitaciones, buscaba el no exponerme frente al resto de la corte tras la noticia del abandono de lord Alister.
Me dirigí a buen paso hacia mi destino, procurando mantener mis manos pegadas a mis costados con actitud firme ante la presencia inconfundible de los guardias que se encargaban de vigilar aquella zona restringida a casi todo el mundo. Malgasté algunos segundos frente a las puertas, alisando las faldas de mi vestido y dando forma al papel que tendría que desempeñar frente a mi madre.
Luego dejé que la máscara cayera sobre mi rostro y llamé.
Una de sus doncellas me recibió, bajando la mirada al suelo y dedicándome una respetuosa reverencia. Traspasé el umbral y el corazón se me aceleró al observar la salita que se extendía frente a mí; aquella habitación era un territorio prácticamente desconocido. Guardaba borrosos recuerdos de cuando era una niña y corría por aquella estancia, siendo perseguida por mis niñeras mientras mi madre reía junto a su séquito de damas de compañía; tras la triste pérdida de mi hermano la reina se sumió en un extraño trance y yo fui entregada a mis tutores para que se hicieran cargo de mi educación y las nuevas responsabilidades que recaían sobre mis hombros al ser la única heredera de la Corte de Invierno.
Parecían haber pasado milenios en vez de años desde la última vez que estuve allí.
—Mab.
Mi madre ocupaba uno de los largos divanes que estaban situados al fondo, cerca de las puertas acristaladas que conducían a su propia terraza privada. Descubrí un par de doncellas pululando cerca de su señora, solícitas; de sus damas de compañía no había ni rastro, lo que me provocó una punzada de temor. Aquellas mujeres se habían convertido en la sombra de mi madre, silenciosas presencias que acompañaban a su señora a todas partes como su séquito privado.
La reina de Invierno estaba erguida en su asiento, con las faldas de su discreto vestido gris antracita de cuello alto perfectamente colocadas. Me sorprendió ver su cabello suelto, ya que siempre solía llevarlo recogido; sus ojos verdes me contemplaban con una inusitada severidad. Estuve a punto de trastabillar, sintiendo cómo mi pulso se aceleraba de nuevo. ¿Lo sabría? Había procurado cubrir mis pasos, pero quizá no había sido tan cuidadosa como había creído. Un ramalazo de rabia me sacudió al pensar en lord Alister. ¿Y si había hablado? El primogénito del conde Vaysser había demostrado no ser capaz de moverse en la corte, de ser un objetivo demasiado fácil. ¿La presión de tener que comunicar personalmente a la reina de la Corte de Invierno que no estaba interesado en seguir cortejando a su princesa le había hecho cometer algún error garrafal, poniendo todo mi plan al descubierto?
Si el culpable de la actitud de mi madre era lord Alister, iba a encargarme personalmente de que pagara.
—Siéntate.
La situación cada vez iba gustándome menos. La regia postura de la reina, el hecho de que sólo se hubiera dirigido a mí mediante secas órdenes y el poco público con el que contábamos eran indicativos indiscutibles de que mis maquinaciones —todo lo que había hecho para proteger a Nicéfora del ostracismo al que sería condenada si alguien descubría lo sucedido— muy posiblemente hubieran llegado a oídos de mi madre.
Obedecí con sumisión y traté de imitar su espalda recta mientras el silencio se imponía entre nosotras. Con un sucinto gesto de mano, las doncellas que aún quedaban en el dormitorio fueron desfilando hacia la salida; observé su marcha con una expresión pétrea, poniendo en juego todo mi control para no desvelar lo inquieta que me sentía al ver cómo todo iba empeorando frente a mis ojos.
Cuando se escuchó la puerta cerrándose, dejándonos a las dos a solas, pensé que estaba perdida.
—Lady Dorcha y su hijo han acudido a verme hace apenas unas horas —mantuve mi rostro vacío de cualquier emoción, aunque la rabia empezara arder en mi interior. Haría que ese bastardo se arrepintiera—. El cortejo, al parecer, no va a seguir adelante.
Los labios de mi madre se fruncieron con visible molestia a causa del anuncio.
—Lord Alister siente añoranza por su hogar y no cree encajar aquí, en la capital —prosiguió, pero apenas pude distinguir su voz del pitido que se había instalado en mis oídos tras saber que el joven había cumplido con su palabra y, por el momento, no había intentado jugármela.
Durante aquellas últimas semanas había fingido que la presencia de lord Alister —que pasar tiempo con él— no me resultaba molesta, así que debía continuar en esa misma línea, ignorando la dicha que sentía dentro de mí al saber que el joven y toda su familia pronto abandonarían el palacio; mi reacción no podía ser otra que pesar... y sorpresa.
En aquellos momentos no era más que una joven a la que habían comunicado una inesperada y desalentadora noticia, así que dejé caer los hombros en un gesto hundido mientras permitía que una leve sombra de desilusión cruzara mi expresión hermética.
—Oh —fue lo único que dije.
El rostro inexpresivo de mi madre pareció ablandarse ante mi convincente actuación. Tras su leve advertencia sobre el acuerdo que habíamos alcanzado —y que no incluía bajo ningún concepto a la Reina Madre— procuré ceñirme a lo acordado, mostrando predisposición y ganas por intentar ver si aquel primer pretendiente podía ser lo que necesitábamos. En mis encuentros con lord Alister, consciente de los ojos que nos vigilaban, me había comportado tal y como se esperaba de mí, por mucho que detestara tener que hacerlo.
Mi cuerpo se relajó levemente cuando vi que el rictus de sus labios se transformaba en una media sonrisa. El temor a haber sido descubierta disminuyó de tamaño, al igual que el nudo que se me había formado en la garganta.
—Entiendo tu decepción —repuso, comprensiva—. Yo también guardaba ciertas expectativas respecto a lord Alister...
Encogí mis hombros con inocencia.
—No todo el mundo se encuentra preparado para ese futuro —dije, refiriéndome a convertirse en rey y aceptar todas las responsabilidades que esa posición conllevaba.
No obstante, quizá no había perdido solamente la corona: su hermano menor, lord Varlaban, no había tenido ningún problema en alardear del descontento del conde con su primogénito y cómo lord Vaysser le había preparado por si fallaba, demostrando no estar a la altura de las circunstancias. Lord Alister había tenido la oportunidad de redimirse a ojos de su padre tratando de conseguir este compromiso tan jugoso, pero había fracasado estrepitosamente.
No sentí ningún remordimiento al pensar en el complicado futuro que le esperaba a lord Alister en Ymdredd.
La reina de Invierno ladeó la cabeza, como si lo que acababa de decir hubiera llamado su atención. Sus ojos verdes me escrutaron durante unos angustiosos segundos.
—Es evidente que lord Alister no lo estaba, en absoluto —coincidió al final, casi arrancándome un suspiro de alivio—. Creí que era una buena opción, Mab, lo reconozco. Creí que tenía las cualidades necesarias.
Me tragué mi propia opinión al respecto. Quizá su apariencia o esa actitud tan solícita y obediente hubiera sido suficiente para convencer a mi madre, incluso a mí, al principio, pero la imagen que tenía de lord Alister saltó en mil pedazos cuando sedujo a Nicéfora y le destrozó el corazón la noche anterior. Aún recordaba el modo en que intentó justificarse al encontrarme en el pasillo, justo en el momento en que él abandonaba el dormitorio donde se había reunido con mi amiga, achacando que aquel encuentro —lo sucedido entre ambos— no había sido más que una distracción... un pequeño respiro de las expectativas que toda su familia había depositado sobre sus hombros.
No había sido sincero y había hecho daño a Nicéfora sin preocuparle lo más mínimo. ¿Qué garantías tenía de que ese comportamiento no volviera a repetirse?
Lord Alister nunca había tenido las cualidades necesarias, tal y como la reina había creído.
—¿Cuándo se marcharán? —me atreví a preguntar, procurando no sonar demasiado ansiosa por conocer la respuesta.
—Todo ha sido algo precipitado —contestó, dejando escapar un suspiro— por lo que tendrán que pasar la noche aquí.
La idea de tener a lord Alister pululando por el palacio el resto del día, existiendo la posibilidad de que nuestros caminos —incluyendo a Nicéfora— se cruzaran, no me resultó del todo agradable. A pesar de mi desencanto ante la noticia de que la marcha del conde y su familia se retrasaría hasta la mañana siguiente, mantuve una postura comprensiva y coincidí con la reina en que debían quedarse allí.
Decidí alargar mi convincente actuación hasta que estuve de regreso en la seguridad de mi dormitorio. La máscara se resquebrajó como si fuera una fina capa de hielo, mostrando la feroz satisfacción que sentía al saberme victoriosa de toda aquella enrevesada situación: lord Alister había respetado su promesa de poner fin a su forzoso cortejo; el conde Vaysser, junto a su familia, estaría felizmente de regreso a Ymdredd; mi madre no había sospechado nada, creyéndose la patética excusa que le había dado el joven para justificar su decisión, y el secreto de Nicéfora estaba a salvo... al menos de momento. No dejé que mi encuentro con lord Airgetlam ensombreciera mi triunfo y lo aparté de mi mente.
Sonreí cuando divisé a una de mis doncellas saliendo de mi dormitorio.
—Ymyr... —la llamé con suavidad.
La inesperada marcha de lord Vaysser y su familia apenas dos días después de la fiesta que se había celebrado en su honor se convirtió en un tema candente dentro de la corte. Quizá por eso se había congregado parte de ella en las ventanas de los pisos superiores para ver cómo mi familia se encargaba de despedir a un visiblemente consternado conde y a una casi avergonzada lady Dorcha.
Como Dama de Invierno, una de mis responsabilidades consistía en permanecer junto a mis padres, observando cómo desfilaban en dirección a sus carruajes. Tras la conversación que mantuve con mi madre, caí en la cuenta de que la codicia de lord Vaysser y su esposa quizá podría llevarles a ofrecer a la reina otro de sus vástagos; no obstante, ninguno de ellos lo había intentado, admitiendo así la derrota y cumpliendo los deseos de su primogénito de regresar a Ymdredd.
Parte de mi atención, no obstante, estaba en alguien que se encontraba a mi espalda, encajonada entre Geleisth y Nyandra: Nicéfora era una de mis damas de compañía, lo que suponía tener que estar allí, junto a las damas de la reina. Aquella misma mañana, tras habernos reunido todas a las puertas de mi dormitorio, y al no estar a solas, a salvo de oídos indiscretos, no había tenido la oportunidad de acercarme a ella para hablar; Nif se había presentado junto a Nyandra, Geleisth y Mirvelle, vestida con uno de sus mejores vestidos y con una expresión de feroz determinación.
Enderecé mi espalda y oí un coro de risitas entre mis damas cuando un par de criados salían de palacio cargados con dos esplendorosos rosales negros para añadirlo al cuantioso equipaje que la condesa había traído consigo. Mis ganas de sonreír se desvanecieron al ver aparecer a lord Alister atravesando las puertas con actitud cabizbaja.
Resistí las ganas de girarme para ver la reacción de Nif y apreté mis manos contra mi vientre, manteniendo la apariencia de Dama de Invierno. Lord Vaysser y su esposa intentaban sortear con estoicismo la decepción de ver cómo su sueño se alejaba conforme su primogénito se acercaba a ellos; seguí con vago interés el trayecto del joven, más preocupada por mi amiga.
El estómago me dio un vuelco cuando vi que sus pasos, en vez de continuar hasta donde aguardaban sus padres, se desviaban en mi dirección. No dejé que la sorpresa de aquel inesperado giro en los acontecimientos se reflejara en mi imperturbable expresión; el gesto de lord Alister también era convenientemente contenido, aunque su mirada delataba que aquel movimiento era forzado. Quizá por orden de la propia lady Dorcha, quien fingía no estar pendiente de nosotros.
El joven lord se inclinó en una rígida reverencia cuando se detuvo a mi altura, a unos pasos de distancia. Entrecerré los ojos al atisbar cómo su mirada se desviaba unos instantes por encima de mi hombro, buscando a alguien en concreto; aclaré mi garganta mientras mis labios se curvaban en una comedida sonrisa.
Lord Alister bajó la cabeza con fingida solemnidad, otro gesto calculado al detalle para mantener las apariencias.
—Os estoy agradecido por vuestro regalo de despedida —dijo con tono comedido, rehuyéndome con la mirada.
Estaba refiriéndose, sin lugar a dudas, a los dos rosales que le había hecho llegar a sus aposentos y que ahora descansaban junto al resto de baúles con su equipaje.
Siguiendo las mismas reglas que él estaba empleando, me incliné para alcanzar una de sus manos. La estreché entre las mías, notando lo rígida que estaba, y con ello conseguí que sus ojos de color castaño por fin se clavaran en los míos; saboreé el rastro de temor que encontré en ellos y continué con mi propia representación que, estaba segura, sería la delicia de los espectadores que contemplaban nuestra despedida desde las ventanas.
Deseé sonrojarme, pero lo único que pude hacer para nuestro público fue agachar la cabeza fingiendo zozobra y vergüenza.
—Soy una persona a la que le gusta cumplir sus promesas, mi señor —respondí, sabiendo que todos estaban atentos a lo que sucedía entre ambos.
Vi el gesto de lord Alister titubear al captar el mensaje implícito de mis palabras.
Para darle más dramatismo al momento, y casi por un retorcido placer personal, me puse de puntillas para depositar mis labios sobre su frío pómulo... Lo suficientemente cerca de su oído para poder susurrar:
—Recordad lo que hablamos.
Escuché su respiración entrecortada antes de alejarme y fingir un arrobo mayor tras aquel imprevisible gesto que no haría más que azuzar a los nobles que espiaban desde la comodidad del interior del palacio.
Miré fugazmente a mis padres, pero ninguno de ellos parecía molesto por mi atrevimiento. Tampoco parecían haber visto cómo empleaba esos breves segundos de contacto para atar ese cabo y hacer que lord Alister se grabara a fuego que, si se atrevía a contar lo que sucedió la noche del baile en honor a su familia, yo no dudaría un segundo en hundirlo junto a ella. Con el rostro lívido, el joven lord retrocedió y reanudó su marcha hacia donde esperaban el conde y su esposa.
Supuse que nuestros caminos no volverían a cruzarse.
* * *
Y el Oscar por tan maravillosa interpretación de princesa confusa y dolida debido a la salida por patas de su primer pretendiente es para...
¡¡MAB!!
Entre las muchas virtudes que posee nuestra princesa de Invierno encontramos que es una joven a la que le gusta, sobre todas las cosas, cumplir su palabra. Tal y como puede comprobarse al tener el encantador detalle de darle un par de rosales negros a lord Alister...
¡¡¡QUE PASEN LOS SIGUIENTES, POR FAVOR!!!
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