| ❄ | Capítulo veinticuatro
—Así que lo único que tenía que hacer para veros era permitir que esa dichosa lluvia me calara, obligándome a guardar cama —comentó lady Amerea con tono jocoso, observándome con aire perspicaz desde su lecho de cómodas almohadas.
Mis mejillas enrojecieron levemente. Aunque la mujer no lo hubiera dicho como un reproche, no pude evitar sentirlo como tal; atrás había quedado su papel como institutriz de la joven Dama de Invierno y ahora disfrutaba de su tiempo libre como el resto de la corte.
Alisé una arruga inexistente en la manta y traté de esbozar una sonrisa. Había sido gracias a mi grupo de damas de compañía por lo que había podido hacerme eco de la noticia sobre el estado de mi antigua institutriz; lady Amerea, al no encontrarse ya al servicio de la reina de Invierno para encargarse de mí y debido a su avanzada edad, apenas podía abandonar sus dormitorios y solía gastar las pocas energías que le quedaban para visitar los jardines en compañía de alguna de sus doncellas. Además, después de convertirme en la heredera de la Corte de Invierno, me vi apartada de su lado y puesta a disposición de un generoso número de maestros como el propio maestro Aen.
Ahora la vergüenza reptaba por mi rostro en forma de ardiente sonrojo por no haber sacado un minuto de mi tiempo para venir a visitarla, a pesar de lo mucho que solía añorarla cuando mi vida resultaba ser mucho más sencilla y todavía estaba bajo su tutela.
—Disculpadme por no haber venido antes —dije a media voz.
Nada más oír que lady Amerea se había visto obligada a guardar cama, me había apresurado a advertir a mis damas de compañía sobre mi deseo de ir a visitarla. Nicéfora todavía seguía encerrada en sus propios aposentos, rumiando su vergüenza por su debilidad, y mi humor no era el más idóneo para fingir entre Mirvelle, Nyandra y Geleisth el querer estar al tanto de todos y cada uno de los nuevos rumores que corrían dentro de la corte. Ninguna de ellas se ofreció a hacerme compañía, sabiendo que se trataba de un encuentro privado.
La arrugada mano de lady Amerea me dio un par de golpecitos en el dorso de la mía y yo alcé la mirada hacia su familiar rostro, consciente de cómo el tiempo había dejado su huella en las facciones de la anciana. Sus ojos ya no resplandecían como antaño y parecían haberse cubierto de una leve pátina acuosa, recordándome a la Reina Madre y su mirada apagada.
—No os sintáis culpable —respondió y su cuerpo se sacudió con un ataque de tos—. Soy consciente de vuestras responsabilidades.
El calor volvió a azotar mi rostro cuando la escuché mencionar mis responsabilidades. La prueba final que demostraría si estaba capacitada o no frente a mis maestros y, en especial, frente a mi padre cada vez se encontraba más cerca; la visita del emisario de la Corte de Otoño y su correspondiente séquito sería mi primera oportunidad para hacerle saber al rey que estaba progresando, que era capaz de hacer frente a las responsabilidades que conllevaba ser la heredera de la Corte de Invierno.
—Un pequeño pajarillo de las nieves me ha susurrado al oído que vuestro padre ha decidido relegar en vos parte de su confianza —insinuó con una sonrisa.
Mordí el interior de la mejilla.
—Estoy aterrada.
Las palabras brotaron en un susurro atropellado. Me había esforzado durante aquellas pocas semanas, permitiendo que el maestro Aen me sobrecargara de tareas con la excusa de prepararme para lo que estaba por venir, para cumplir con las expectativas que habían recaído sobre mis hombros; lejos había quedado mi actitud rebelde y exasperante que tantas discusiones me habían granjeado con el rey... y especialmente con mis tutores. Había procurado tener un comportamiento ejemplar con el único propósito de hacer sentir a mi padre que había tomado la decisión correcta al permitirme estar a su lado.
Pero todo mi esfuerzo no había logrado aplastar una vocecilla que existía dentro de mi cabeza y que insinuaba que, por mucho que hiciera, nunca sería suficiente. Que no tardaría en fallar, de un modo u otro.
Que lo echaría todo a perder.
Lady Amerea me miró con interés. Ella había estado a mi lado prácticamente desde que nací; había sido testigo de mis primeros pasos como Dama de Invierno... de mis primeras palabras. Había secado mis lágrimas y empujado con suavidad mi barbilla para que la irguiera, conminándome a que no me rindiera.
Me escucharía, de eso estaba segura.
—Oh, mi pobre niña —suspiró lady Amerea con expresión compungida; su pulgar acarició mis nudillos en un gesto que pretendía consolarme—. Quizá, después de todo, sea demasiado...
Una familiar tensión se apoderó de mis músculos, obligándome a erguir mi espalda. Me fijé en la compasión que había aparecido en el rostro de mi antigua institutriz, en el hecho de que creyera que todo esto podía venirme grande.
—La muerte prematura de tu hermano fue un golpe que nadie esperaba —prosiguió, ajena a mi visible malestar—. El giro que dio tu vida fue demasiado apresurado. La carga que se colocó sobre tus hombros...
Pese a que dejó la frase en el aire, no me costó mucho adivinar lo que había querido decir: mi condición como mujer me restringía. De haber nacido hombre, quizá todo hubiera sido más llevadero; el hueco que ahora ocupaba estaba pensado para otra persona, para alguien que no fue capaz de dar tan siquiera su primera bocanada de aire tras desprenderse del útero materno.
Una punzada me atravesó el pecho. Sabía que lady Amerea no lo había dicho con malicia, tampoco con la intención de hacerme daño; mi antigua institutriz estaba convencida de ello, como tantas otras mujeres. Tal y como la Reina Madre había sentenciado en nuestro último encuentro: vivían con los ojos cerrados, ajenas a la verdad; cómodas en la jaula que se había construido para nosotras, limitándonos.
Siempre jugaría en desventaja. Nunca se me vería tal como era y todo el mundo se quedaría encerrado en la idea que había expuesto lady Amerea con tono triste: estaba ocupando un lugar que no me pertenecía. Un lugar que debería haber sido para mi hermano, de haber sobrevivido.
Un ramalazo de resquemor subió por mi estómago, ardiente como el fuego.
Todo el mundo creía que era débil por ser mujer. Sin embargo, mi hermano nació varón y no lo consiguió; el futuro Caballero de Invierno, el heredero del rey y el futuro monarca de nuestra corte, no había sido capaz de superar sus primeras horas de vida.
Pero nadie parecía recordar ese pequeño detalle, esa debilidad que me arrastró a convertirme en quien se suponía que sería él.
—La corte aún está alterada por la abrupta marcha del conde Vaysser y su familia —lady Amerea optó por cambiar ligeramente de tema al notar enrarecido el ambiente que nos rodeaba.
La tensión dentro de mi cuerpo se rebajó y permití que dejáramos a un lado el espinoso tema de mis aptitudes y mi posición como mujer. Una sonrisa sincera se formó en mis labios al recordar la imagen de lord Alister agachando la cabeza frente a mí, derrotado; luego toda la satisfacción que pudiera sentir se evaporó al pensar en Nicéfora y en la nota que le había hecho llegar. Esa maldita nota que no había hecho más que confundir a mi amiga, alejándola.
Hundí los hombros.
—Supongo que la corte estará lamentándose de su marcha porque el castillo ha vuelto a su aburrida rutina —contesté, eligiendo palabras poco comprometedoras.
El regreso de lord Vaysser a Ymdredd había supuesto un retorno a los anodinos días en los que lo único que parecía entretener a la nobleza eran los rumores. La próxima visita del emisario de la Corte de Otoño ni siquiera había tenido una gran repercusión: se trataba de un asunto diplomático, donde la mayor parte se llevaría tras las puertas cerradas del despacho del rey.
Lady Amerea rió en voz baja.
—El joven Alister parecía tener claras sus ideas —dejó caer con una mirada que no escondía su curiosidad por saber qué podía haber sucedido.
Enderecé mis hombros y corregí la postura ante su simple mención.
—Al parecer perseguíamos objetivos distintos —respondí con más dureza de la que pretendía.
Los ojos de mi antigua institutriz se iluminaron al mismo tiempo que una sonrisa cómplice aparecía en sus labios, malinterpretándome.
—Oh, alguien suena un poco rencorosa ante su partida —bromeó, visiblemente divertida—. Querida, vendrán más oportunidades. Incluso mucho mejores.
Me dio una palmadita aleccionadora en la mano y yo no la corregí.
—Vuestro padre os aguarda, Alteza.
Mis manos se quedaron inmóviles al escuchar al mayordomo anunciando que el rey se encontraba al otro lado, en el pasillo. Mis doncellas se desperdigaron a mi alrededor ante la noticia, suspirando internamente por no haberse retrasado ni un instante más de lo debido. Los últimos días todo el castillo se había visto algo agitado debido a la inexorable llegada del emisario de la Corte de Otoño; aunque se tratara de una visita diplomática de carácter mayoritariamente comercial, todo el servicio había trabajado con tesón para hacer sentir al enviado lo más cerca posible de su lejano hogar durante el tiempo que se quedara allí, en la Corte de Invierno.
Inspiré una vez.
Luego crucé mi dormitorio con toda la dignidad que pude reunir mientras los nervios continuaban retorciéndose en la boca de mi estómago, agitándose. Había tenido que emplear todo mi tiempo alternando entre mis obligatorias clases con el maestro Aen, las reuniones previas con mi padre y ayudar a mi madre con los preparativos previos, acomodando el castillo para la llegada del emisario. Además de apurar los pocos momentos que tenía para ver cómo evolucionaba la salud de lady Amerea.
Berinde me dedicó una sonrisa que no fui capaz de devolverle.
Los reyes de Invierno estaban en mitad del pasillo, tomados del brazo. La cabeza de mi padre estaba inclinada hacia el oído de su esposa, susurrándole algo; el rostro de mi madre resplandecía con una sonrisa que parecía reservarse únicamente para aquellos momentos en los que podía permitirse abandonar su papel de reina consorte.
Me acerqué con repentina timidez hacia ambos, consciente de que mi presencia rompería ese momento entre ambos, recordándoles sus responsabilidades. La mirada de los dos se clavó en mí al escuchar mis pasos; los ojos de mi padre se recubrieron de una pátina de orgullo y mi madre ladeó la cabeza, convirtiendo su sonrisa en una hecha para mí. Pequeña y sin la intimidad que transmitía la otra.
—Ah, Mab —dijo mi padre cuando llegué a su lado.
Vi la aprobación en la mirada de mi madre cuando observó el recatado vestido de color antracita por el que me había decantado para la discreta recepción que estaba planeada a la entrada del emisario. Similar al que ella había elegido para sí misma.
—Lord Tynell debe estar a punto de llegar —añadió.
Las manos empezaron a sudarme de manera inconsciente. El maestro Aen, al saber las intenciones del rey de permitirme estar presente en su rutina, en sus responsabilidades como monarca, había endurecido aún más sus lecciones; en especial después de que supiera que yo iba a participar en aquel encuentro diplomático. Habíamos repasado una y otra vez toda la información sobre lord Tynell, además de los temas que podrían resultarle interesantes.
Aún recordaba el furioso latir en mis sienes cada noche, cuando regresaba a mis aposentos para dar por concluida la velada.
Mi padre extendió un brazo en mi dirección, ofreciéndomelo. La emoción recorrió mi cuerpo como un delicioso cosquilleo: en aquella ocasión mi lugar sería aquel, al otro costado que el rey; una posición privilegiada que avalaba el compromiso de mi padre de permitirme una mayor inclusión, de una mayor presencia como heredera de la Corte de Invierno.
Sonreí mientras entrelazaba mi brazo con el suyo y los tres nos dirigíamos hacia las escaleras.
Lord Tynell resultó ser un hombre de baja estatura y expresión bonachona. Se deshizo en agradecimientos ante el despliegue por su visita y transmitió los buenos deseos del rey de Otoño; sus ojos castaños me contemplaron con aprobación.
—Dama de Invierno —murmuró mientras se inclinaba ante mi presencia.
Mi madre pronto se hizo cargo del discreto séquito que le había acompañado, enviando a un servil mayordomo para que se encargara de instalarlos en sus respectivos aposentos y para que subieran el equipaje del emisario hacia su habitación. Mi padre, por el contrario, adoptando un aire mucho más cercano, invitó a lord Tynell a que lo acompañara a uno de sus despachos, el que se encontraba en esa misma planta y estaba reservado para ese tipo de encuentros.
Más tarde cenaríamos junto a algunos de los consejeros del rey, quienes ya estarían aguardando a nuestra llegada.
Lord Tynell asintió con comedido entusiasmo, sin lugar a dudas deseoso de poner en marcha lo antes posible el motivo de su visita. La reina nos dedicó una educada sonrisa mientras nos dirigíamos hacia allí; a ella no le estaba permitido asistir, aunque tampoco es que mi madre sintiera curiosidad al respecto.
Los consejeros se pusieron en pie a la par cuando abrimos la puerta. Mis ojos se quedaron clavados en lord Airdelam; mi padre decidió seguir contando con su presencia —y sus consejos— a pesar de las advertencias que le hizo la Reina Madre sobre los motivos que le habían empujado en el pasado para ofrecer a su propio hijo como campeón de nuestra corte para el Torneo.
Cuando atravesé el umbral, las miradas de todos ellos se desviaron hacia mí. Me habían llegado los rumores de que la decisión de mi padre respecto a permitirme estar allí había generado cierto descontento en algunos; no conocía quiénes de todos habían tratado de convencerle de que no era la mejor decisión, pero tenía la sospecha de que lord Airdelam podía ser uno de ellos.
Mientras los consejeros y lord Tynell se acomodaban en las sillas dispuestas al otro lado del escritorio, yo me situé junto a la que pertenecía a mi padre. Contemplé las expresiones de los consejeros, calibrándolas; era consciente de que el escrutinio era mutuo. Durante el tiempo que se alargara aquel primer acercamiento diplomático, las miradas de todos ellos estarían pendientes de cada uno de mis movimientos. De cada una de mis palabras. Lo diseccionarían todo, buscando cualquier mínimo error para luego utilizarlo en mi contra.
Entrelacé las manos y guardé silencio.
Lord Grisver fue el primero en romper el hielo, interesándose por el largo viaje de lord Tynell desde la Corte de Otoño. Tras un intercambio cordial donde el emisario contó un par de anécdotas que arrancaron un coro de risas entre los presentes, llegó el esperado momento de poner las cartas sobre la mesa: lord Tynell sacó un pergamino pulcramente doblado del interior de su jubón, tendiéndoselo a mi padre.
Desde mi posición privilegiada pude distinguir la elegante caligrafía del monarca.
Vi a mi padre asentir para sí mismo mientras sus ojos se deslizaban por el papel, por cada línea manuscrita. Una vez hubo terminado con su lectura, se lo tendió a lord Rivaren para que también pudiera leer su contenido; observé cómo la carta pasaba de unas manos a otras. Escruté sus rostros, el modo en que sus expresiones variaban de manera inconsciente cuando se topaban con algo que les sorprendía o no se ajustaba a sus propios pensamientos.
El silencio se instaló en el interior del despacho.
Lord Averey fue el primero en atreverse a dar el primer paso, rompiéndolo. Aquello fue el detonante para que el resto de la camarilla de consejo del rey se lanzara a un acalorado intercambio de impresiones; observé cómo lord Tynell se quedaba en un segundo plano, sin perderse detalle.
Mi padre se reclinó sobre su asiento, uniendo las manos mientras también estaba atento a lo que opinaban sus consejeros. ¿En qué se basaría para tomar su decisión? ¿Confiaría en algunos más que en otros...? ¿Cómo lo haría, viendo lo complicado que resultaba llegar a un consenso?
Mis ojos se dispararon hacia lord Airdelam cuando carraspeó, interrumpiendo a lord Rivaren en su apasionado discurso.
—Quizá deberíamos dejar este debate para más tarde —declaró con tono firme, clavando entonces sus ojos verdes en mí—. Nuestra joven Dama de Invierno debe estar abrumada... Lo cual es comprensible dada su condición.
El calor se agolpó en mi rostro al escuchar el dardo envenenado escondido en su falsa preocupación. La expresión de lord Tynell se tornó comprensiva, dedicándome una mirada casi paternalista; el resto de consejeros tampoco perdieron la oportunidad de lanzarme alguna que otra mirada.
Mi padre me había permitido estar a su lado en aquella ocasión, confiando en que estaba preparada para hacer frente a la situación. La audacia de lord Airdelam de hacer esa insinuación... de hacer creer que, por ser mujer, no sería capaz de soportarlo...
La réplica perfecta empezó a formarse en la punta de mi lengua, lista para ser devuelta. Pero algo me detuvo... Una voz dentro de mi cabeza que me pidió templanza y cautela; sabía desde el principio que no se me pondrían las cosas fáciles y ahí estaba la prueba. Ahora era el centro de atención, con todas las miradas atentas a lo que hiciera; atentas a mi posible paso en falso.
Mi temperamento volátil y mis desencuentros con el maestro Aen debían de haber llegado a sus oídos. ¿Acaso quería brindar esa imagen frente a lord Tynell, avergonzando a mi padre y perdiendo lo poco que había conseguido...?
No iba a darle esa victoria a lord Airdelam.
—Valoro vuestra preocupación, milord —dije con mi voz más suave y melosa—. Mi padre es un hombre afortunado de teneros a su lado. En el futuro, también me gustaría contar con personas tan entregadas como vos.
Una sonrisa afilada seformó en sus labios.
* * *
¡HOLA, HOLA! Antes de nada, para quien no lo sepa, me gustaría anunciar que THE WINTER COURT ha sido elegida para unirse al programa de historias pagadas. Estoy muy emocionada porque, caray, en gran parte -por no decir el 99%- ha sido gracias al apoyo que le disteis prácticamente desde que empecé a subirla a la plataforma por lo que... ¡MILLONES DE GRACIAS!
Por otra parte, un pequeño apunte sobre Dama de Invierno: estará dividido en tres partes (os recuerdo que vamos por la segunda) y que la tercera y última va a ser un desmadre en el que cierto príncipe de cierta corte se volverá recurrente, entre otras cosas que no quiero adelantar para no petar la sorpresa.
Para poner punto y final a este viernes de actualización, quiero recordaros que Halloween está a la vuelta de la esquina y adoro el truco y trato... He dejado en mi cuenta de twitter una encuesta y me gustaría si pudieseis echarle un vistacito, ya sabéis, por motivos únicamente profesionales.
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