| ❄ | Capítulo veinticinco
Lo único en lo que podía pensar era en el inconfundible orgullo que había visto en la expresión de mi padre. La visita de lord Tynell a la Corte de Invierno no se alargó mucho; tras aquel primer acercamiento en el despacho, tuve la oportunidad de demostrar mi propia valía en casi la semana que nos deleitó con su presencia.
Y lo hice, con creces.
A pesar de la irritante —y constante— presencia de lord Airdelam, cuya inquisitiva mirada siempre se encontraba atenta a todos y cada uno de mis movimientos, logré pasar satisfactoriamente las insidiosas trampas que el consejero de mi padre disponía con el único propósito de desacreditarme. Consciente de la condescendencia de lord Tynell y el hecho de que me veía como una encantadora criatura... o como un jugoso objetivo, tal y como desveló en una de las cenas cuando mencionó que uno de sus hijos aún no había encontrado una esposa a la altura. Mientras esbozaba una sonrisa educada, no se me pasó por alto el brillo calculador en los ojos de la reina; tras el visible desastre de lord Alister, mi madre parecía haber paralizado el proceso de búsqueda de candidatos.
Esperaba que el respiro durara un poco más antes de que otra horda de jóvenes nobles llegara desde cada rincón de la Corte de Invierno con aires de grandeza, viéndome como un trofeo.
Con los deseos de la reina para encontrar otro candidato con el que alcanzar el tan anhelado compromiso ligeramente aplacados, podría permitirme un pequeño descanso; el suficiente para recuperar energías para continuar con aquella silenciosa batalla.
Mi familia saboreaba nuestro éxito frente a la delegación de la Corte de Otoño, encabezada por el amable lord Tynell, mediante la que se habían cerrado algún que otro sustancioso acuerdo. Incluso la corte parecía haberse contagiado del buen humor del monarca.
El rostro de mi padre estaba iluminado por la felicidad cuando me reuní con los reyes en el comedor, varios días después de la partida del emisario del rey Eógan y su nutrido séquito; a su lado descubrí sentada a mi madre, con una amplia sonrisa curvando sus labios. Liberada de mis responsabilidades como Dama de Invierno, entreteniendo a lord Tynell y demostrando a uno de los consejeros del rey que estaba más que preparada para adoptar un papel mucho más activo dentro de la corte, había encontrado un buen refugio en los discretos aposentos de lady Amerea; aún seguía postrada en la cama y, aunque aseguraba que empezaba a notar una mejoría, su cara cada vez mostraba una palidez y extenuación que había logrado despertar una fuerte preocupación en mí.
Con la excusa de ponerla al día sobre la visita de lord Tynell, había ordenado a los sanadores reales que acudieran al dormitorio de mi antigua institutriz para que pudieran brindarle algún remedio que ayudara a su recuperación. Ella había entrecerrado los ojos al verme aparecer en sus habitaciones privadas en compañía de Elleot, uno de los sanadores del rey; ni mi sonrisa amable ni mis anécdotas diluyeron la tensión del ambiente mientras el hombre trataba de cumplir con su cometido.
Tan absorta me encontraba al pensar en lady Amerea y su salud que no reparé en la presencia de nuestros dos invitados, ya convenientemente acomodados en la mesa.
Lord Airdelam me saludó con una inclinación de cabeza, sentado junto a la cabecera, ocupando el hueco que quedaba libre. Su hijo, Airgetlam, se encontraba al lado de mi sonriente madre; al contrario que el consejero del rey, su vástago se puso en pie en señal de educada deferencia.
Los ojos de mi padre se clavaron en mí al descubrirme detenida a poca distancia de la mesa ya preparada para tomar un cuantioso desayuno. De haber estado los tres a solas, la sonrisa que me dedicó el rey de Invierno habría tenido como resultado otra igual de brillante; no obstante, la presencia de aquellos dos advenedizos opacó el momento, provocando que un escalofrío se deslizara a lo largo de mi espalda.
—¡Mab! —me llamó mi padre, jubiloso.
Esquivando deliberadamente a Airgetlam y su expresión ufana, me doblé en una respetuosa reverencia. Procuré que mi voz no reflejara el descontento que me corroía al ver aquel momento de felicidad esfumándose de golpe:
—Padre, qué inesperada compañía.
Por el rabillo del ojo creí intuir un breve rictus de molestia en lord Airdelam al percibir mi timbre apagado. Mi padre, por el contrario, permaneció ajeno, aún atrapado en su burbuja de felicidad y satisfacción; alzó uno de sus brazos en mi dirección, agitando sus dedos en un elocuente gesto al mismo tiempo que dejaba escapar una alegre carcajada ante mi comentario.
—Airdelam estaba poniéndonos al día sobre las últimas noticias de la Corte de Otoño —respondió en tono desenfadado.
—Siéntate junto a él, Mab —me indicó mi madre, sin perder su deslumbrante sonrisa.
Airgetlam permanecía aún en pie, junto a ella. Que la reina me hubiera ordenado que ocupara el sitio vacío junto al consejero era una seña de deferencia hacia los invitados: mientras que el vástago de lord Airdelam se encontraba situado junto a la reina, a mí me tocaría hacer lo mismo, equilibrando la balanza. Mordiéndome la lengua y tragándome la protesta que ardía en mi garganta, obedecí con falsa actitud humilde; consciente de que los ojos de Airgetlam estaban clavados en mí, me deslicé hacia la silla vacía que había al lado del hombre.
El joven lord no tardó en imitarme tras ver cómo me acomodaba, continuando con su papel de brillante caballero y sin darme otra opción que tener que contemplar su hermoso y viperino rostro durante todo el desayuno.
—Airdelam estaba recordando tu maravilloso papel durante la estancia de lord Tynell —dijo la reina, intentando integrarme en la conversación.
Mis labios se curvaron en una sonrisa comedida de manera automática al escuchar a mi madre. El consejero del rey había sido un constante obstáculo en mi camino durante la visita del emisario, camuflando sus inquinas intenciones bajo una capa de condescendencia; tras nuestro primer roce en el despacho de mi padre, su presencia no había dejado de acecharme, buscando cualquier excusa que se le presentara para intentar desacreditarme y hacerme quedar como una niñita. ¿Qué tramaba al halagarme de ese modo...?
Mi sonrisa flaqueó al entender sus intenciones, tan cuidadas y escondidas bajo esos comentarios apreciativos. Volví a dirigir mi mirada hacia el rostro de Airgetlam, recordando las palabras que me había dedicado en aquel recóndito rincón de los jardines, amparado tras la creciente vegetación.
«Valorad los pretendientes que queráis, seguid con este absurdo teatro para contentar a vuestros padres. Pero elegidme a mí como vuestro prometido.»
Airgetlam se había valido de lo sucedido entre Nicéfora y lord Alister para presionarme, desvelando que nunca había guardado buenas intenciones al querer ayudarme a descubrir la relación que mi dama de compañía y mi potencial candidato tenían a mis espaldas.
—La Dama de Invierno dejó completamente encandilado al emisario de la Corte de Otoño con su encanto, por lo que he oído decir a mi padre —apostilló el hijo del lord, buscándome con la mirada.
Los ojos de mi madre relucieron de velada satisfacción al escuchar los halagos del joven. Un ramalazo de temor sacudió mis entrañas al ver peligrar mi pequeño respiro; Airgetlam era un chico apuesto, procedente de una buena familia... y reunía todas las características que la reina podría buscar en cualquier candidato idóneo; mi abuela había logrado aplacar levemente la ambición de padre e hijo convenciendo a mi padre para que eligiera a otro campeón para el Torneo, ¿conseguiría hacerlo por segunda vez...?
—Tanto que hasta lord Tynell seguramente valoró la idea de presentaros a alguno de sus vástagos —agregó con aire jocoso.
Su punzante apreciación dio en la diana, obligándome a esbozar otra de mis comedidas sonrisas.
—Sois muy amable, mi señor —respondí con un tono demasiado empalagoso—, pero estaba cumpliendo con mi responsabilidad como futura reina y no estaba interesada en alcanzar ningún otro tipo de acuerdo.
El cuerpo de mi madre se tensó y me lanzó una mirada cargada de advertencias, temiendo mi predisposición a estropear el desayuno iniciando una de nuestras viejas discusiones. La sonrisa de Airgetlam creció de tamaño, aceptando el desafío implícito en mis palabras, la insinuación que no parecía habérsele pasado por alto.
—Vuestro futuro esposo será un hombre afortunado: sois toda una caja repleta de sorpresas —repuso con suavidad, apoyando los codos sobre la mesa y soltando una risa baja, cargada de perversa diversión.
En aquella ocasión fue mi propio cuerpo el que se entumeció tras recibir el revés del mensaje del joven lord. Entrecerré los ojos y permití que mis labios formaran una sonrisa agria, sabiendo que nuestros padres no perdían detalle de nuestro intercambio verbal; Airgetlam disfrutaba recordándome que no había olvidado el encuentro del jardín, su emboscada y amenazas.
El hecho de que no le hubiera dado una respuesta, aceptando los términos de su chantaje.
—No puedo estar más de acuerdo con vos, lord Airgetlam.
La reina pareció relajarse en su asiento al ver cómo claudicaba ante el muchacho, sin aparentes intenciones de iniciar una disputa. Dejó escapar una risa cantarina y levantó la primera de las campanas plateadas que llenaban la mesa, desvelando una humeante fuente de gachas calientes.
—¿Y qué hay de la afortunada joven que se convierta en vuestra esposa? —intervino con un tono afable y que casi llegaba a ocultar el interés que sentía por el tema en cuestión. Aun estando al corriente de cualquier rumor sobre cualquiera de la corte, incluyendo al heredero del consejero de mi padre.
Lord Airdelam se echó a reír entre dientes.
—Todavía no hay ninguna afortunada —respondió, haciendo hincapié en la última palabra—. Soy consciente de que mi hijo tiene la edad, además de la madurez —contuve las ganas de poner los ojos en blanco ante aquella falsa modestia—, suficiente para formar su propia familia. Simplemente no hemos encontrado a la joven dama adecuada, eso es todo.
Casi pude escuchar los engranajes dentro de la cabeza de la reina. Airgetlam era el candidato idóneo, a juzgar por la comidilla de rumores que corrían sobre él dentro de la corte; no obstante, mi madre había decidido invitar amablemente a lady Dorcha y a su primogénito para iniciar la búsqueda de mi futuro compromiso. ¿Continuaría con esa dinámica, expandiendo su radio lejos de la corte? ¿Cedería al innegable encanto de Airgetlam?
«Tengo voz y voto en la elección. Mi madre lo prometió, me dio su palabra —me obligué a recordar mientras se destapaban más fuentes de comida y algunos de los comensales empezaban a servirse en sus respectivos platos—. Puedo negarme.»
La conversación pareció quedarse en suspenso, con el silencio rodeándonos, únicamente roto por el rítmico entrechocar de los cubiertos contra los platos. Mi cabeza no dejaba de zumbar, preocupada por aquella emboscada en la que tanto padre como hijo estaban jugando sus mejores bazas para eliminar a una hipotética —y futura— competencia.
—Decidme una cosa, Dama de Invierno —la aterciopelada voz de Airgetlam se elevó sobre el coro de sonidos, haciendo que mis pensamientos se disiparan de golpe y mis músculos se tensaran.
Alcé la mirada de mi plato, donde había estado arrastrando los pocos alimentos que me había servido. Los ojos verdes del joven lord ya estaban fijos en mí, con otra de sus irritantes sonrisas culebreando en las comisuras de sus labios.
—¿Cómo está vuestra dama de compañía? —la pregunta hizo que una sensación helada descendiera por todo mi cuerpo, congelándome en el sitio—. Perdonad que no recuerde del todo bien su nombre, pero sabéis a quién me refiero: la jovencita de cabello oscuro y ojos azules de carácter chispeante... Estaba con la salud un poco delicada, ¿verdad?
Estaba jugando con fuego, poniéndome a prueba. Presionándome de nuevo para que entrara en el cerco que había creado para mí, en la asfixiante alianza que se sellaría con un matrimonio en el que yo terminaría subyugada bajo su ambición.
La mención de mi amiga llamó la atención de la reina, quien apartó la mirada de su propio plato para dirigirla hacia mi rostro con el ceño fruncido. Ella misma había elegido personalmente a todas y cada una de mis damas, enterarse que una de ellas podría no estar cumpliendo con su cometido era motivo de preocupación.
—¿Os referís a lady Nicéfora? —intervino mi madre, sus ojos volvieron a clavarse en mi persona, a la espera de una explicación.
El deleite de Airgetlam no hizo más que aumentar tras haber logrado parte de su retorcido propósito.
—Goza de buena salud, lord Airgetlam —respondí, ignorando el desenfrenado latir de mi corazón—. Quizá os estáis confundiendo con lady Amerea, mi antigua institutriz, quien sí se encuentra en cama, esperando recuperarse lo antes posible.
La mirada del joven relampagueó con frustración al ver cómo sus intenciones se le escurrían entre los dedos con aquel giro en la conversación, donde Nicéfora quedó relegada a un segundo y seguro plano.
* * *
¡FELIZ SAMHAIN / HALLOWEEN, PEQUEÑAS CALABACITAS!
Con motivo de tal día, ¿qué mejor que una buena dosis no solamente de Dama de Invierno, si no de todas mis obras? No, no estoy hablando sólo de Daughter of Ruins, Vástago de Hielo o Thorns...
¡TAMBIÉN HABLO DE LA NIGROMANTE, REINO DE NIEBLA O PEEK A BOO (que viene de lujo para estas fechas)! Si no las seguís, os invito a que paséis por mi perfil y les echéis un vistazo.
Tras hacer una pequeña encuesta a través de Twitter (donde ganó la opción bruja /Peek a Boo vibes/ por cierto) no quise comportarme como un duendecillo travieso, por lo que he decidido traeros un pack de actualizaciones de 10
Cuidaos mucho... y no olvidéis poneros la mascarilla
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