| ❄ | Capítulo treinta y dos
Me sumí en un hermético silencio tras aquel instante en el claro, incapaz de apartar de mi mente la imagen de Darragh besando la cara interna de mi muñeca, tras prometerme que siempre estaría a mi lado. El joven lord se mostró de lo más comprensivo ante mi repentino encierro en mí misma, guardando las distancias... y sin querer forzar una conversación en el camino de regreso.
Las sienes me punzaban, notaba un cúmulo desordenado de palabras arremolinándose en la punta de mi lengua y mi acelerado pulso aún no había conseguido regresar a su velocidad normal. La familiar sensación que Darragh despertaba en mí hizo que mi corazón se retorciera dentro de mi pecho, recordándome anteriores ocasiones en las que su presencia había tenido ese mismo y desconcertante efecto en mí. Me moví como una autómata mientras dejábamos atrás las caballerizas, todavía sin que ninguno de los dos hubiera roto la quietud que nos acompañaba desde que hubiéramos abandonado aquel claro.
Tan atrapada me encontraba en mis propios pensamientos que no fui consciente de la figura que se interponía en nuestro camino, obligando a Darragh a frenar en seco y provocando que yo chocara contra su espalda.
Un escalofrío de temor se abrió paso a través de mis entrañas, temiendo la identidad de la persona que estaba para frente a nosotros, con el rostro lívido y una expresión impenetrable.
Nicéfora entrecerró los ojos con sospecha, alternando la mirada entre mi acompañante y mi rostro. Un brillo de molestia iluminó sus iris azules, haciéndolos parecer más oscuros de lo que realmente eran.
—Alteza —me saludó con rigidez.
Sentí que mis mejillas enrojecían ante el escrutinio de mi amiga. Incluso la postura de Darragh parecía más tensa.
—Nicéfora —le devolví el saludo, obligándome a sonreír.
Pero mi dama de compañía no me respondió con otra sonrisa, haciéndome temer que algo no iba bien. Vi cómo su mirada se desviaba hacia mi acompañante, recorriéndolo de pies a cabeza con aire desdeñoso.
—Lamento interrumpir, milord, pero me temo que la princesa debe acompañarme —le dijo con un deje de exhorto camuflado en su timbre de voz, fría como un témpano de hielo—. De inmediato.
Entendí el mensaje implícito, el hecho de que eso hubiera confirmado mis sospechas y el temor a las consecuencias acelerara de nuevo mi corazón. Mis pies se pusieron en movimiento por sí solos, dirigiéndome hacia donde Nicéfora estaba detenida, envuelta en una gruesa capa que la cubría hasta debajo de la nariz, ocultando el rictus de disgusto que debía estar torciendo sus labios; la dureza de sus ojos pareció bajar de intensidad al ver que obedecía y me mostraba cooperativa.
—Dama de Invierno.
La voz de Darragh hizo que me quedara congelada a mitad de camino. Me giré lo suficiente por la cintura para contemplarle: su expresión ceñuda indicaba que era consciente de que quizá me encontraba en problemas. Sus iris estaban repletos de preocupación por las posibles consecuencias de nuestra inofensiva salida no autorizada.
En mi mente no pude evitar rememorar aquel extraño beso sobre mi muñeca, generando un cosquilleo en ese mismo punto donde sus labios me habían rozado.
—Todo está bien —le prometí.
Pero supe que no me creyó, no del todo, a juzgar por cómo su ceño se frunció aún más ante mi endeble promesa.
Me obligué a dedicarle una sonrisa de despedida antes de darle la espalda de nuevo y terminar de recorrer el último tramo del trayecto hacia donde Nicéfora me esperaba. La mirada de mi amiga taladró a Darragh antes de dar media vuelta y conducirme hacia el interior del palacio a toda prisa, como si temiera que alguien pudiera vernos.
Su silencio se tornó casi asfixiante mientras empleábamos las zonas menos transitadas del edificio para dirigirnos hacia mis aposentos. Cerré con firmeza la capa que llevaba, ocultando mi delatora vestimenta a cualquiera que pudiera cruzarse en nuestro camino; a mi lado Nicéfora se limitaba a encabezar la marcha, concentrada en alcanzar lo antes posible nuestro objetivo.
Tomé una bocanada de aire, preparándome para lo que vendría a continuación, cuando atravesamos el umbral de mi puerta y mi dama de compañía se cercioró de que estábamos completamente a solas antes de cerrarla y girarse hacia mí con ojos furiosos:
—¡En nombre de los elementos, Mab! —exclamó con rabia contenida—. ¿En qué estabas pensando?
Su tono no me amilanó, a pesar de la consternación que emanaba de cada una de sus palabras y casi había hecho temblar su voz. Mis dedos deshicieron con facilidad los cierres de mi capa y me la quité de un fluido movimiento, sin responder todavía.
—Fuimos a cabalgar, Nif —dije tras unos instantes más en silencio.
Aquello no pareció aplacar su enfado, sino todo lo contrario.
—¡Fuisteis a cabalgar sin avisar a nadie! —repitió mi amiga, alzando su timbre una octava más—. Te marchaste con ese lord sin importarte nada, sin tener siquiera la maldita consideración de advertirnos... de advertirme sobre ello. ¿Sabes la impotencia y el desconcierto que sentí cuando la reina quiso saber dónde estabas?
Me quedé paralizada al saber que mi madre había estado preguntando por mí mientras yo disfrutaba de mi salida con Darragh. Los ojos de Nicéfora ardían mientras me contemplaba y seguía dando rienda suelta a sus reproches por mi inadvertida ausencia.
—Tuve que mentirle —añadió con acidez—. ¿Qué crees que sucederá si se entera de ello, Mab? ¿Qué crees que pasará si alguien hace llegar a los oídos de la reina que vio a la Dama de Invierno en compañía de un joven y que ambos salieron a cabalgar cuando supuestamente estaba en cama, aquejada de un fuerte dolor de cabeza y el deseo de no recibir visitas, ni siquiera la de la propia reina...?
Dejé que mis piernas me condujeran hacia uno de los divanes, desplomándome sobre uno de sus asientos. Entendía la agitación de mi dama de compañía, la preocupación subyacente en sus palabras al no estar al corriente de mi ausencia y el haberse visto cogida por sorpresa, atrapada entre la espada y la pared. El miedo de fallar si la reina se enteraba de que nadie tenía noticias de la Dama de Invierno... y la posibilidad de que fueran los rumores los que echaran abajo las mentiras bienintencionadas de Nicéfora. Ocultar información u omitirla a la reina de la Corte de Invierno era una afrenta cuyas consecuencias podían ser catastróficas.
Si mi madre se enteraba, podría relegar a Nicéfora de su posición de dama de compañía; y, de suceder, eso supondría una decepción para su familia, en especial para su padre. Quizá, incluso, también fuera castigada con dureza, ella y su familia, por su error.
—Nif, lo siento —me disculpé, notando un nudo en la garganta—. No... no pensé... No creí...
—Es evidente que no lo hiciste, Mab —me cortó abruptamente Nicéfora—. Seguramente hubo testigos de vuestra salida.
El aire pareció quedárseme atrapado en los pulmones. Por supuesto que había habido testigos de nuestra salida: en las caballerizas, un par de mozos nos habían atendido y uno de ellos se había encargado de preparar mi montura. La oleada de energía que había recorrido mi cuerpo en ese preciso instante, mientras aguardaba, se convirtió en una heladora sensación de pánico al comprender el alcance de los errores que había cometido. ¿Qué diría mi madre cuando llegaran esos mismos rumores a sus oídos?
La expresión de Nicéfora se ensombreció aún más al contemplar mi gesto horrorizado.
—¿Eres consciente de lo que has provocado, Mab? —continuó, sin mostrar un ápice de piedad—. ¡Ni siquiera es uno de tus pretendientes! Y eso no hará más que avivar aún más las historias que harán correr...
Un ramalazo de frustración me sacudió de pies a cabeza ante la poca comprensión que estaba encontrando en mi mejor amiga. Presa de un súbito arrebato, me puse en pie hasta que ambas quedamos encaradas desde nuestras respectivas posiciones; un aura de tensión se instauró en aquel espacio que nos separaba, haciendo crepitar el aire.
—¡Fue una salida completamente inocente en la que no pasó nada inapropiado! —grité, apretando los puños—. ¡Lord Darragh siempre ha sido respetuoso conmigo y su comportamiento es intachable! —tomé una rápida bocanada de aire antes de anunciar a los cuatro vientos—: ¡Es mi amigo!
La risa cargada de cinismo de Nif hizo que aquel fuego desatado en mi interior titubeara unos segundos, los suficientes para que mi dama de compañía se mostrara aún más implacable y sus palabras se convirtieran en certeros y afilados puñales:
—Me sorprende que, precisamente tú, seas tan ciega y no seas capaz de ver que lo único que quiere ese lord es cumplir con lo que su familia le ha pedido: volver a la corte y a su antiguo esplendor —el aire que todavía retenía en mi interior pareció transformarse en piedra, tornándose aún más pesado—. Vuestra supuesta amistad es un burdo intento de camelarte, Mab.
Me resistí a creer en sus palabras. Nicéfora estaba cegada por su especial inquina a lord Darragh que su propósito con aquel demoledor mensaje no era más que hacerme daño, alejarme del hijo de lord Dannan... Mi amiga estaba mintiéndome y eso no hizo más que impulsarme a dejar a un lado nuestro vínculo de amistad, animándome a devolverle el mismo daño.
—Yo no soy como tú, Nicéfora —mi voz fluyó con facilidad, envuelta en una capa de desdeñoso veneno—: soy consciente del peso de mis responsabilidades, de quién soy y te aseguro que jamás me abriría de piernas ante cualquiera que, según tú, lo único que busca es camelarme. Ni siquiera ante lord Darragh, con quien no ha pasado nada indecoroso y que pudiera afectar a mi reputación.
Sentí un acceso de retorcida satisfacción cuando contemplé cómo mis palabras la golpeaban en lo más profundo, sabiendo que había sentenciado aquel enfrentamiento entre las dos a mi favor. El rostro de mi dama de compañía se puso mortalmente pálido y el enfado de su mirada azul se disipó, siendo sustituido por un brillo de absoluta traición... y dolor.
Antes de que sus lágrimas cayeran, giró sobre sus pies para salir de mi habitación. Consciente de lo lejos que me había permitido llegar, del asco y decepción hacia mí misma por no haberme frenado a tiempo, corrí tras ella; conseguí atrapar su muñeca a tiempo, antes de que girara el picaporte.
La tensión que se había creado entre nosotras —y que aún nos acompañaba— no hizo más que aumentar tras mi repentino gesto. Nicéfora se quedó inmóvil, dándome la espalda y con la línea de sus hombros tensa; que no quisiera desembarazarse de mi endeble sujeción me dio una leve sombra de esperanza de que podíamos solucionarlo.
—Lo siento, Nif —me disculpé, arrepentida de aquel daño tan gratuito que le había causado—. No debí... no debí haberte atacado con eso.
No después de saber lo mucho que le afectaba el tema, a pesar del tiempo que había pasado. Había estado al otro lado del pasillo cuando lord Alister abrió la puerta de aquel dormitorio donde ambos se habían refugiado aquella fatídica noche, tras aceptar la extraña oferta de Airgetlam para deshacerme de aquel aburrido primer pretendiente; había sido testigo del horror de mi amiga al ser consciente de la clase de persona que había resultado ser ese bastardo, quien se aprovechó de los sentimientos de mi dama de compañía para obtener lo que buscaba de ella.
Yo misma me había encargado de protegerla, impidiendo que aquel demoledor secreto saliera a la luz.
No tenía ningún derecho a usarlo como arma arrojadiza. En especial cuando era consciente de todo lo que podría suceder si alguien se enteraba de lo que había sucedido entre lord Alister y Nicéfora.
—Nif, perdóname —insistí, con una nota de súplica en la voz—. Por favor.
No obtuve respuesta.
—Me he dejado llevar por... por la rabia, por la frustración que llevo arrastrando desde hace días y no he debido sacar ese tema en concreto porque sé que aún es una herida abierta para ti, Nif. He tomado la salida fácil y estoy arrepentida de mis palabras —continué intentándolo. Nicéfora era mi mejor amiga y no quería que una nueva discusión volviera a separarnos, quizá en esta ocasión de manera definitiva—. Sé que estás preocupada por mí, que tienes miedo por... por lo que te sucedió, pero lord Darragh solamente buscaba ayudarme con su invitación. Estaba preocupado y yo... yo necesitaba un instante para mí, un maldito instante donde poder dejar ese asunto atrás, aunque fueran unos minutos.
Mi repentina confesión pareció ablandar lo suficiente a mi dama de compañía, pues ladeó la cabeza con una expresión confundida.
—Necesito tu ayuda —le pedí, notando cómo me fallaba la voz—. Debería habértelo pedido antes, pero... pero creí que encontraría la solución por mí misma.
—¿De qué estás hablando?
Tragué saliva.
—Mirvelle va a ser prometida con un hombre... con un monstruo —me corregí al recordar la angustia de mi dama de compañía al hablarme de lord Severin y cómo se había aprovechado para arrinconarla cuando sus caminos se cruzaron durante la velada en la que Mirvelle quería obsequiar a su futuro prometido con una de las coronas de flores que ella misma había confeccionado—. Le di mi palabra, Nif. Le aseguré que encontraría una salida e impediría ese compromiso antes de que se haga oficial.
Ella era la primera —y única— persona con la que había compartido aquel peso que llevaba acompañándome desde que hiciera mi promesa a Mirvelle, ni siquiera había sido capaz de hablar de ello con Darragh cuando me había acompañado hasta aquel rincón que su padre le había mostrado.
Rompí el contacto visual con mi dama de compañía, bajando la mirada hacia la punta de mis botas.
—Apenas queda tiempo, Nif —añadí, con un tono estrangulado—, y no sé qué hacer para ayudarla antes de que sea demasiado tarde.
Mi corazón dio un vuelco cuando contemplé cómo su gesto se suavizaba tras escuchar mi disculpa y le confesaba que aquel estallido por mi parte tenía un detonante concreto: mi propia incapacidad para cumplir con la promesa que le había hecho a Mirvelle y que llevaba reconcomiéndome desde entonces.
—Mab... —suspiró mi amiga.
Estreché su muñeca de manera inconsciente.
—Nif, no quiero perderte —susurré.
Le había dicho aquellas mismas palabras tras nuestra última discusión, cuando la vergüenza de su secreto había empujado a mi dama de compañía a enclaustrarse en su propio dormitorio, y seguían siendo igual de sinceras que en ese instante: quería a Nicéfora. La quería lo suficiente para hacer cualquier cosa por ella, por lo que significaba para mí.
Su pérdida sería devastadora... y no quería que ese momento llegara nunca.
Sabía que su familia, en algún punto del futuro, trataría de encontrarle un buen marido. Sabía que era inevitable que, cuando eso sucediera, existía la posibilidad de que abandonara su puesto; pero, mientras tanto, aún tenía tiempo para idear un plan para mantenerla a mi lado, en caso de que sus nuevas responsabilidades para con su esposo la obligaran a dejar su papel de dama de compañía.
Noté la punzada de las lágrimas al pensar en ello; en despertar un buen día y no tenerla a mi lado, con su habitual aire dicharachero y su afilada lengua, dispuesta a ponerme al tanto de las intrigas de la corte gracias a su habilidad para enterarse de cualquier cotilleo.
—Perdóname y quédate conmigo —la voz se me rompió, pero no me importó: con Nif no necesitaba usar mi máscara de Dama de Invierno, de princesa rodeada de gruesos muros de hielo prácticamente impenetrables—. Ayúdame a salvar a Mirvelle de las garras de lord Severin.
Cuando reuní el valor para alzar de nuevo la mirada me topé con los ojos azules de Nicéfora clavados en mí. Una extraña determinación parecía latir en el fondo de sus iris, haciendo que un temblor agitara mi pulso.
—Lo haré, Mab —aceptó con tono solemne, haciendo que mi corazón arrancara a latir a toda velocidad y una cálida sensación de alivio empezara a extenderse a lo largo de todo mi cuerpo... adelantándose, pues mi amiga no había terminado de hablar—: Con una simple condición.
Una ligera sospecha se formó en mi mente antes de que sus palabras la confirmaran, cayendo sobre mí con el peso de un bloque de piedra:
—Quiero que cortes toda relación con lord Darragh.
Me costó unos segundos asimilar la condición propuesta por Nicéfora, el pequeño precio a pagar si quería que continuara estando conmigo. Debía renunciar a Darragh, a nuestra incipiente y trémula amistad, un vínculo endeble que no podía compararse con el nexo que nos unía a Nif y a mí; un nexo que no había hecho que fortalecerse con el paso de los años.
No obstante, algo en mi interior sabía que, si me nos daba tiempo, esa relación de amistad con Darragh podría convertirse en una similar a la que mantenía con mi dama de compañía: el mismo joven lord había dado muestras de ello, asegurándome que siempre tendría su apoyo. Pero, si optaba por seguir a ese impulso, si optaba por seguir con mis encuentros y mensajes con Darragh... eso me supondría perder definitivamente a Nicéfora.
Mi mejor amiga me había empujado a una terrible encrucijada cuyo resultado, tomara la decisión que tomara, me heriría de un modo u otro. Y, a juzgar por el brillo implacable de su mirada, ella era consciente de ello, del peso de la decisión a la que me había abocado.
Lo que Nicéfora no parecía saber es que, por mucho dolor que me causara mi elección, ella siempre iría por delante: siempre la elegiría a ella. Renunciaría a Darragh, a nuestra débil amistad, con tal de impedir que Nif pudiera marcharse de mi lado; quizá en el futuro, cuando los sentimientos que guardaba mi dama de compañía hacia el joven lord se hubieran suavizado, podría retomar el contacto con Darragh... explicarle por qué, de la noche a la mañana, había decidido cortar cualquier comunicación con él.
Y una parte de mí confiaba en que el muchacho siempre había sido sincero conmigo, que nuestro acercamiento no había sido producto de ningún complot ideado por su familia, sino por el estrecho lazo que nos había unido en un momento tan complicado tras su muerte: lady Amerea.
Darragh me esperaría, pero también respetaría ese espacio que estaba a punto de crear entre nosotros.
«Sea lo que sea —la promesa que me había hecho en aquel claro donde me había conducido se repitió en mis oídos, provocándome una dolorosa punzada en el corazón—. Estaré a tu lado.»
Me aferré a sus palabras, a la esperanza de poder un día arreglar lo que estaba dispuesta a romper por elegir a Nicéfora, sabiendo que la petición de mi mejor amiga estaba fundada en su absurdo temor a que yo me convirtiera en ella porque Darragh solamente buscaba su propio provecho a mi costa.
Alcé la barbilla, sintiendo cada uno de mis latidos mientras era consciente del peso de aquel momento.
—Voy a hacerlo —le prometí y vi una sombra de alivio cruzar su mirada—. Por ti.
* * *
¿Creéis que Darragh no es trigo limpio, queriéndosela colar a nuestra inocente y joven Mab, y que Nif tiene razón?
(Solamente 3 capis para terminar este arco y entramos de lleno en la última parte de Dama de Invierno con cierto personaje que todos estamos deseando ver aparecer de nuevo)
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top