| ❄ | Capítulo treinta y cinco

—Sigo creyendo que deberías haber elegido el verde —insistió Nicéfora, hundiendo los dientes de su tenedor en un pequeño tomate.

Puse los ojos en blanco y llené mi copa de agua fresca mientras mi mejor amiga continuaba su cruzada personal sobre mi elección de vestuario para la última celebración de Albanthan, donde toda la Corte de Invierno se había sumido en tres intensos días de fiestas encadenadas donde el alba había culminado cada una de ellas; aún podía notar sus estragos arrastrándose por todo mi cuerpo tras aquella frenética festividad, al igual que Nicéfora. Podía atisbar las ojeras bajo su mirada azul y la ligera palidez de su piel, aunque ella tratara de mostrar su cara más enérgica y revitalizada.

Ambas nos habíamos reunido en mis propios aposentos y tratábamos de llenar nuestro estómago mientras un aire no tan gélido agitaba nuestros cabellos, rodeándonos de aquel inconfundible aroma que auguraba lluvia, a pesar del cielo cubierto parcialmente por unas sombras blancas nubosas.

—Y yo sigo creyendo que deberías haber usado el que te ofrecí —repliqué, llevando la copa a mis labios.

Una sonrisa traviesa jugueteó en las comisuras de Nif.

—A lord Myrtei le resulté de lo más encantadora con mi vestido —expuso con un tono pícaro antes de llevarse el tenedor a la boca y guiñarme un ojo en actitud conspiradora.

Eché la cabeza hacia atrás y solté una carcajada. Lord Myrtei, el apuesto hijo del barón Nascar, no había dudado un segundo en mostrar su abierto interés en mi amiga; fiel a sus costumbres, Nicéfora había decidido jugar un poco con el pobre chico, fingiendo indiferencia y negándose a brindarle ni siquiera un ápice de su atención. Una estrategia que no hizo que aumentar los empeños de lord Myrtei por impresionar a mi amiga... lo que finalmente derivó en una renuente aceptación por parte de Nif a su invitación para que se uniera al baile la noche pasada y una mirada cargada de intenciones en mi dirección antes de desaparecer en la pista de baile del brazo de su flamante acompañante.

Después había perdido de vista a Nicéfora y nuestros caminos no habían vuelto a cruzarse el resto de la noche, ni siquiera al alba, cuando la fiesta decayó y todos los invitados se arrastraron de regreso a sus respectivos hogares o dormitorios aquí, en palacio.

—Podrías haberte presentado frente a lord Myrtei vestida con un saco de arpilla y le hubieras resultado igual de encantadora, Nif —bromeé con un ápice de malicia.

Mi amiga se mantuvo en silencio unos segundos, masticando. Luego me apuntó con el tenedor que tenía en la mano, esbozando una media sonrisa llena de petulancia que hizo que mis labios formaran otra en respuesta.

—Quizá lo pruebe la próxima vez que nos veamos.

—Alteza...

La sigilosa llegada de una de mis doncellas hizo que me girara sobre la silla, enarcando una ceja. Me fijé en el sobre sellado con cera que sostenía entre las manos y la poca agua que tenía en el estómago pareció agitárseme al reconocer el escudo grabado en aquel trozo rojizo que cerraba la misiva.

—Es un mensaje para vos —anunció lo evidente.

La alegría que antes había sentido mientras charlaba con Nicéfora sobre su inquieta vida amorosa se aplacó levemente. Extendí el brazo y la doncella me tendió el mensaje obedientemente, despidiéndose de ambas con una leve inclinación de cabeza antes de desaparecer de nuevo en el interior de mis aposentos; ya con la carta en la mano, de repente no supe qué hacer con ella. Dudé en si debía abrirla o si era mejor esperar a estar a solas para poder conocer su contenido.

Nif se inclinó sobre la mesa con una mirada llena de interés.

—¿Quién es el destinatario? —preguntó, sin apartar los ojos del papel sellado

Sentí que me quedaba sin aire durante unos instantes.

—Es de Mirvelle —contesté al final, con un nudo en la garganta.

Un sabor agridulce acarició la punta de mi lengua. Habían transcurrido dos años desde que se hubiera hecho el anuncio oficial del compromiso de mi antigua dama de compañía con lord Darragh; después de ello, tanto ella como su nuevo prometido habían abandonado la corte, estableciéndose en una de las propiedades que tenía lord Verver, el padre de Mirvelle, en Blysmane, a varios kilómetros de distancia. El pecho se me contrajo al recordar la noche en que pensé que mi mundo se había hecho añicos, al escuchar cómo unían a mi dama de compañía con aquel chico que había conseguido despertar algo en mí.

Tras aquella dolorosa despedida donde le había hecho prometer que la cuidaría, había abandonado aquel pasillo sin mirar atrás. Encontré refugio en mis aposentos, donde Nicéfora me encontró horas después, preocupada por mi palpable ausencia en el salón donde estaba celebrándose el anuncio; mi garganta se estrechó al recordar cómo me había lanzado contra mi mejor amiga, buscando su calidez... su silenciosa comprensión. Ella se limitó a abrazarme y a susurrarme palabras amables en el oído, sabiendo que aquello era lo que necesitaba en aquel desolador momento donde creí que habían roto mi corazón por primera vez.

La distancia que nos había separado a causa de lord Darragh pareció sellarse de nuevo aquella noche... aunque las advertencias que me hizo mi antiguo amigo tras despedirnos no se desvanecieron de mi mente, ni siquiera después de los años que habían pasado: Darragh estaba convencido que aquel retorcido asunto había sido propiciado por mi mejor amiga y no por Airgetlam, como había alardeado el propio lord antes de que todo cobrara sentido y supiera el futuro del hijo de lord Dannan.

Pero el tiempo había seguido su curso y aquella herida terminó por cerrarse, más rápido de lo que hubiera creído. Mis débiles sentimientos hacia Darragh terminaron por evaporarse después de que él y Mirvelle se marcharan de palacio y lo único que quedara fueran aquellas cartas que intercambiábamos de vez en cuando, siempre que nuestras respectivas obligaciones nos lo permitían.

Ahora lo único que sentía era un leve eco de añoranza, nada más. Sabía por medio de mi antigua dama de compañía que los recelos iniciales hacia su prometido habían terminado por convertirse en algo diferente y yo no podía evitar alegrarme por Mirvelle, por el hecho de que fuera feliz con su compromiso. Al igual que Darragh.

—¡Ábrela, ábrela! —me incitó Nicéfora, rescatándome de mis propios pensamientos.

Sabía que mi antigua dama de compañía también solía escribir a las que todavía permanecían a mi lado, pues tampoco quería romper el contacto con ellas aunque ya no formara parte de nuestra camarilla. Dirigí una breve mirada a Nif y la descubrí con los ojos reluciendo por la emoción: el tiempo había terminado por hacerle abandonar su cruzada contra Darragh, a quien había sepultado en el olvido tras ver cómo desaparecía en el horizonte junto a Mirvelle.

Deslicé mi pulgar por el sello, rompiéndolo con cuidado. Desplegué el papel y contemplé la elegante caligrafía de mi vieja amiga; leí las primeras líneas y una sonrisa inconsciente se formó en mis labios al ver cómo me hacía partícipe de su vida, de las nuevas responsabilidades que lord Verver parecía haber relegado tanto en ella como en su prometido y...

—Han puesto fecha a la boda —anuncié con absoluta felicidad, levantando la mirada del mensaje para clavarla en mi dama de compañía.

Tanto Mirvelle como Darragh habían logrado convencer a sus respectivas familias para posponer aquel evento para el futuro, siendo ellos mismos quienes se encargarían de elegir la tan anhelada fecha. Y parecía que ambos por fin se habían puesto de acuerdo para tomar la decisión, para delicia de todos los que aguardaban a que llegara ese momento.

Nicéfora dejó escapar una exclamación ahogada y aplaudió ante la noticia. Arrastró la silla que ocupaba para ponerse en pie y acudir a mi lado; alejé el papel para que pudiera leerlo con facilidad sobre mi hombro, sintiendo una extraña calidez extendiéndose por todo mi pecho. Mirvelle estaba emocionada y quería viajar hasta Oryth para que la ceremonia se celebrara allí; otro de los motivos para aquella decisión era su deseo de vernos junto a ella, acompañándola en aquel momento.

—Nyandra y Geleisth estarán insoportables cuando lo sepan —comentó Nicéfora, aún siguiendo las líneas manuscritas y una media sonrisa asomando en sus labios.

Noté mi cuerpo más liviano mientras me dirigía hacia el comedor, donde aguardaban mis padres. La noticia de la boda de Mirvelle y sus intenciones de abandonar Blysmane para viajar hasta aquí con el propósito de celebrar la unión junto a nosotras había logrado levantar mi ánimo, que parecía haberse apagado unos instantes al descubrir el destinatario del mensaje que traía consigo mi doncella; tras la marcha de mi antigua dama de compañía había hecho saber a la reina de que no tomaría una nueva que pudiera sustituir a Mirvelle. Aunque ella estuviera lejos, ese lugar siempre le pertenecería, siempre sería suyo.

Saludé a los nobles que se cruzaron en mi camino y dediqué una media sonrisa a los guardias que se encontraban de ronda ante las puertas de la sala donde esperaban los reyes de la Corte de Invierno. Sin necesidad de anunciar mi llegada, empujé una de las pesadas hojas de madera y me colé por el resquicio, empapándome de la imagen que había al otro lado: la larga mesa tallada, prácticamente vacía a excepción del asiento de la cabecera del fondo y la silla que había a su derecha. Mis padres desayunaban mientras un sirviente se encargaba de llevarles los mensajes más urgentes, los asuntos que requerían de su atención más inmediata.

El sonido de mis pasos sobre el reluciente suelo hizo que la conversación que estuvieran manteniendo con las cabezas juntas antes de mi interrupción quedara en suspenso. La mirada de mi padre fue la primera en cruzarse con la mía; su expresión se iluminó al descubrir que era yo.

Mi madre no tardó en unirse a él, pidiéndome con un gesto de su mano que me acercara a ellos. Rodeé sus sillas para besarlos a ambos en la mejilla y ocupé el asiento vacío que quedaba al otro lado de la silla de la cabecera de la mesa que pertenecía a mi padre.

—Mab —me saludó la reina.

—Madre —respondí.

Tras el fracaso de lord Alister, mi madre había sido mucho más meticulosa a la hora de encontrar potenciales pretendientes. Tras un período de relativa paz que se alargó algunos meses, la reina de la Corte de Invierno volvió con mayor energía, presentándome un buen número de candidatos; en los dos años que habían transcurrido había tenido que valerme de mi propia inventiva para deshacerme de todos y cada uno de los aspirantes. Incluyendo a lord Torbynn, el último de ellos y quien había demostrado ser una alimaña con el ego del tamaño de sus protuberantes músculos.

—Lord Torbynn lamenta no haberse podido unir a nosotros esta mañana —comentó la reina en tono decepcionado, agitando el papel que sujetaba entre los dedos de manera casual y casi inconsciente.

Me tragué una sonrisa. El joven estaría en aquellos precisos momentos en sus aposentos, echado sobre el colchón de su cama mientras intentaba no vaciar su estómago a causa de la generosa cantidad de alcohol que había consumido la noche anterior y de la que yo pronto me había desmarcado al adivinar hacia dónde se hubiera dirigido la situación de haber cedido a sus deplorables intentos de coqueteo y ánimos para que le acompañara mientras bebía.

—Le haré llegar un mensaje por medio de algún sirviente —le aseguré a mi madre, sonando levemente afectada por la ausencia del joven lord— donde le desee una pronta recuperación.

Así como un buen viaje de regreso a su hogar, pues me negaba en rotundo a compartir un segundo más de mi existencia con él. Era consciente del peso de su familia, del poder que atesoraba gracias en parte a las estratégicas tierras que poseían, pero no me imaginaba a lord Torbynn como futuro rey de la Corte de Invierno, en especial cuando guardaba la sospecha de que trataría de gastar hasta la última moneda de oro en sus insalubres aficiones.

—Mab —el tono que empleó mi madre a la hora de pronunciar mi nombre me resultaba familiar: cortante y con ánimo de exhortarme, como si hubiera intuido la poca sinceridad que enmascaraba mis palabras.

Me había esforzado por cumplir la promesa que le hice y durante aquellos dos años de encuentros convenientemente preparados por la reina y su camarilla de damas de compañía —quienes, tenía la sensación, habían sido responsables de haber susurrado en el oído de su señora algún que otro candidato, fingiendo estar ayudándola en la ardua tarea de encontrar un prometido a la altura de la Dama de Invierno y no beneficiar sus propios intereses—, donde había sido vigilada y mis movimientos controlados al milímetro, había hecho un esfuerzo por involucrarme, por saber si alguno de ellos podría ser lo que yo necesitaba para mis propios planes... Sin éxito.

Muchos de ellos no me veían a mí, sino a la corona, convirtiéndome en un simple medio. Otros estaban presionados por sus respectivas familias, atados de pies y manos mientras trataban de camelarme, temerosos de fallar...

Y ninguno parecía valorar la idea de permitirme llevar las riendas de mi propia corte, limitándose a quedar apartados a un segundo plano.

Por no hacer mención de la presencia fantasma que siempre parecía haber rondado a aquellos candidatos que podrían resultar más aptos a ojos de mis padres; esa maldita sombra que se encargaba que ninguno pudiera avanzar lo suficiente, apartándolos como si fueran unos bichos molestos que volaban demasiado cerca.

Apreté los labios de manera inconsciente al pensar en él, en el modo en que usaba su poder para recordarme que nunca permitiría que nadie ocupara ese lugar que había a mi lado y que, algún día, yo tendría que ceder a lo que me había susurrado aquel día, tantos años atrás, como precio por proteger el secreto de Nicéfora.

—Pero no te hemos mandado llamar por lord Torbynn —intervino mi padre, lanzándole una mirada de circunstancias a mi madre.

Una media sonrisa apareció en el rostro de la reina y vi cómo agitaba de nuevo el mensaje que tenía entre los dedos, olvidando por completo nuestro pequeño... desacuerdo.

—Tenemos buenas noticias...

Pensé en la misiva que había recibido aquella misma mañana mientras desayunaba con Nicéfora en la privacidad de mi terraza. No podía ser una coincidencia que mis padres quisieran verme después de que Mirvelle me hubiera adelantado sus intenciones de querer poner fin al compromiso, escogiendo una fecha y un lugar para la futura unión.

Quizá lord Verver hubiera transmitido la decisión de mi antigua dama de compañía y su prometido a mis padres y ellos querrían que la ceremonia se celebrara en palacio, del mismo modo que sucedió con el anuncio; mi estómago burbujeó de la emoción de tener otra vez con nosotras a Mirvelle, antes de que nuestros caminos volvieran a separarse de nuevo.

Procuré mantener mis sentimientos a raya, esperando con cierta impaciencia a que mi madre continuara con el anuncio sobre el matrimonio de Mirvelle. Vi cómo mis padres compartían una sonrisa secreta, un gesto de complicidad que no me resultaba desconocido y que levantaba una extraña sensación de anhelo en mi pecho cuando era consciente de lo unidos que estaban. De lo afortunados que eran al tenerse el uno y el otro.

—Reconozco que dudé en su momento de la decisión que tomaron —prosiguió la reina, desdoblando la misiva para leerla otra vez—. Me resultó apresurada, producto de un capricho infantil que no conduciría a nada... y todos estos años creí que no tardaríamos en recibir la triste noticia de que el compromiso no saldría adelante —hizo una pausa, soltando un imperceptible sonido por la nariz—. Estaba equivocada y me alegro por ambas familias.

Tenía que reconocer que el compromiso entre Mirvelle y Darragh había sido apresurado, ya que el candidato inicial había sido el cruel y retorcido lord Severin, pero dudaba mucho que tanto lord Verver como lord Dannan creyeran que el acuerdo alcanzado entre ambas familias pudiera catalogarse como «capricho infantil que no conduciría a nada»; el propio Darragh me aseguró aquella última noche que no tenía intenciones de romper el compromiso y que cumpliría con la obligación derivada del mismo por imposición de su familia.

Fruncí el ceño por la incomprensión que me produjo la opinión de mi madre al respecto mientras seguía hablando, pues recordaba lo emocionada y feliz que se mostró al dar su beneplácito.

—La feliz noticia se ha extendido por todas las cortes y se nos ha hecho llegar una invitación formal —mis ojos siguieron el movimiento del papel, sintiendo que algo no terminaba de encajar del todo—. Debemos empezar a planificar el viaje de inmediato.

Mi alegría se esfumó al oír sus últimas palabras: Mirvelle me había asegurado que su deseo era celebrar la unión en Oryth, no en Blysmane. ¿Acaso lord Verver o lord Dannan habían decidido lo contrario?

—Aún contamos con tiempo para que se te confeccione un guardarropa nuevo, pues tus vestidos más livianos son demasiado antiguos y han quedado inservibles —apostilló mi madre, dándose un golpecito en la barbilla con la misiva y estudiándome con la mirada—. Una ocasión de esta índole...

Mi padre debió leer la confusión en mis ojos, ya que esbozó una sonrisa y apoyó una de sus manos sobre la mía, atrapando mi atención y haciendo que los pensamientos que se entremezclaban dentro de mi cabeza en un desordenado caos de incógnitas se quedaran en silencio, a la espera.

—El príncipe de Verano va a desposarse.

* * *

CADA VEZ MÁS CERCA DEL REENCUENTRO, SOLO DIGO ESO

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