| ❄ | Capítulo treinta
Fiel a la promesa que nos habíamos hecho, aguardé hasta que Nicéfora y yo estuvimos a solas para compartir con ella el atento detalle de lord Darragh al enviar a un mensajero para hacerme llegar aquella exquisita corona de flores que había decidido colocar en mi dormitorio.
Mi dama de compañía observó el obsequio con una expresión cargada de recelo, después de que le hubiera puesto al día sobre lo sucedido, buscando su opinión al respecto. ¿Qué había motivado al hijo de lord Dannan a enviarme aquella corona floral? ¿Un simple consuelo tras haberle mostrado lo afectada que me había dejado la muerte de lady Amerea... o algo más?
—Es hermosa —comentó, rozando con la punta de los dedos algunos pétalos—. Lord Darragh ha sido muy atento, Mab.
Retorcí mis manos con nerviosismo. La emoción que sentí la noche anterior al ver a mi doncella regresar al dormitorio con aquel inesperado regalo de última hora se había ido desvaneciendo cuando hablé de ello con mi amiga; aún recordaba su expresión al acercarse a nosotros en la fuente, la desconfianza que emanaba de ella mientras contemplaba a lord Darragh y lanzaba su excusa de volver al palacio.
El comportamiento de Nicéfora hacia el joven lord resultaba sospechoso.
Ella manejaba una importante cantidad de información, gracias a sus habituales idilios y desparpajo. ¿Y si esa actitud tan protectora era porque sabía algo de lord Darragh? Mi confianza hacia mi mejor amiga no había desaparecido, a pesar de nuestros pasados problemas, y seguía contando con ella.
No pondría en duda su palabra, supiera lo que supiese.
—Nif —empecé, dubitativa por la posibilidad de que lord Darragh estuviera escondiendo o maquillando su verdadera faceta—, siempre estás al corriente de todos los rumores de la corte...
Mi dama de compañía me lanzó una mirada, curiosa por saber hacia dónde conducía la conversación. Retorcí mis manos de nuevo, intentando encontrar el modo de exponer mis intenciones.
—¿Lord Darragh oculta algo? —las palabras brotaron de mis labios de manera inconsciente.
La boca de Nicéfora se entreabrió y mis mejillas se colorearon por el interés que estaba mostrando ante el nieto de lady Amerea, un interés que no había pasado desapercibido para nadie.
—Apenas visita la corte con su familia y, cuando lo hace, es lo suficientemente discreto para no levantar ningún tipo de rumor —respondió, apartándose de la corona floral y dirigiéndose hacia donde yo estaba sentada, intentando controlar mi expectación—. No podría decirte nada respecto a lord Darragh, Mab.
Un breve ramalazo de alivio se extendió desde mi pecho. Quizá su obsequio no implicaba un genuino interés para conseguir más poder: tal y como había dicho Nicéfora, ni lord Darragh ni su familia eran asiduos en la corte; apenas solían acercarse hasta allí y, en las pocas ocasiones que se veían obligados a abandonar su hogar en la ciudad, era para poder ver a lady Amerea.
El colchón se hundió cuando mi amiga ocupó el hueco que había a mi lado. Sus ojos azules estaban clavados en mi rostro con demasiada intensidad, como si quisiera transmitirme algo con la mirada... pero yo no era capaz de descifrarlo.
Busqué su mano y la estreché con firmeza, recordándole con ese sencillo gesto que estaba a su lado.
—Te preocupa lord Darragh por algún extraño motivo que no logro discernir —le dije con suavidad, sin ningún tipo de reproche—. Puedes hablar sin miedo, Nif.
Había sido su temor lo que nos había conducido a un pequeño enfriamiento en nuestra amistad. Ella aún seguía estando enamorada de lord Alister y esos sentimientos, creía, eran una traición hacia nuestro vínculo, hacia nuestra propia relación que iba más allá de princesa y dama de compañía; quise creer que habíamos dejado atrás ese problema. Que, tras haber hablado cara a cara y sin tapujos, habíamos conseguido llegar a un entendimiento mutuo.
Nicéfora se mordió el labio inferior, indecisa.
—No estoy preocupada por lord Darragh, Mab —habló tras unos segundos que me parecieron horas—, sino por ti.
La miré con confusión.
—¿Por mí? —repetí.
En aquella ocasión fue su mano la que estrechó la mía.
—Temo que puedas seguir mis mismos pasos, Mab —confesó y sus ojos se humedecieron al recordar, demostrando que esa herida continuaba abierta—. No quiero que te hagan daño.
El corazón se me detuvo un instante al entender dónde radicaba la preocupación de Nicéfora: no quería que sufriera del mismo modo que ella. No quería que mi creciente interés por lord Darragh derivara en algo mucho más peligroso, como sucedió en su caso.
No quería que repitiera su misma historia.
Ahora podía ver con mayor claridad los recelos que mostraba frente a lord Darragh, cómo no había dudado un instante en acercarse a nosotros para pedirme que regresáramos al palacio. Ella solamente intentaba protegerme.
—Jamás pondría en peligro a la Corona, Nif —le aseguré con firmeza, sin atisbo de dudas.
Como heredera y futura reina de la Corte de Invierno se me habían inculcado mis nuevas responsabilidades hasta que quedaron grabadas a fuego en mi memoria. Todos los ojos —y oídos— de la corte siempre estarían atentos a cada uno de mis movimientos, pendientes de que no cometiera ningún fallo; cuando crecí y fui consciente de cómo había cambiado mi vida, vigilé mis palabras... y actos.
Mis únicas relaciones, también controladas, que a día de hoy continuaba manteniendo eran hacia mis damas de compañía. Ellas habían sido escogidas cuidadosamente para servirme, siendo las únicas personas con las que me había permitido acercarme en aquellos años; frente al resto de la corte yo permanecía apartada por un muro de cristal, separada por mi posición y condición de Dama de Invierno.
En aquellos quince años mi comportamiento había sido intachable y lo seguiría siendo.
Nunca me arriesgaría a echarlo todo a perder, sabiendo que las consecuencias de mis errores serían catastróficas para mi familia.
Nicéfora me observó en silencio unos segundos antes de esbozar una pequeña sonrisa que me resultó algo triste.
—Sólo prométeme una cosa, Mab —me pidió—: ten mucho cuidado.
Mirvelle torció los labios con expresión disgustada. Su familia ya le había advertido sobre su inminente compromiso, quedando en el aire la identidad del elegido; aquella misma mañana, tras acudir a mis aposentos con los ojos hinchados, había pedido a Berinde y el resto de doncellas que nos dejaran unos instantes a solas.
El resto de mis damas no tardaría en unirse a nosotras, por lo que conduje a mi invitada hacia uno de los divanes. Una vez tomó asiento con forzada dignidad, lancé la evidente pregunta: quise saber si estaba todo bien.
Al principio se resistió, mintiéndome. No obstante, sus ojos pronto se humedecieron cuando me mostré reacia a creerme su escueta y vaga respuesta; el estómago se me contrajo al atisbar la proximidad de las lágrimas. Al igual que me había sucedido con Nicéfora cuando se rompió frente a mí tras la dolorosa traición de lord Alister, me sentí impotente por no saber bien cómo gestionar el vulnerable estado de otra de mis damas de compañía.
Observé el esfuerzo de Mirvelle para no echarse a llorar y luego ella empezó a hablar, como si no fuera capaz de seguir callando por más tiempo. Recordé su última visita a mis aposentos, antes de que Nif viniera a verme para saber qué estaba pasando entre nosotras, en aquel momento se mostró ruborosa y emocionada por la idea; creyó estar lista para dar ese importante paso. ¿Qué había cambiado en aquel lapso de días?
—No... no quiero molestarte con mis problemas, Mab —balbuceó tras desahogarse.
Apoyé mi mano sobre su antebrazo.
—Antes que mi dama eres mi amiga, Mirvelle —le aseguré y estaba siendo sincera.
Se le puso una mirada vidriosa antes que una rebelde lágrima se le escapara y ella aspirara una temblorosa bocanada de aire.
—Estaba emocionada —reconoció, con tono ronco—. La idea del compromiso me tenía ilusionada, pero...
Le falló la voz. Dejé que el silencio se extendiera entre ambas, concediéndole el tiempo que hiciera falta hasta que recuperara las fuerzas necesarias para poder proseguir con su diatriba.
Mirvelle se mordió el labio inferior y los ojos volvieron a llenársele de lágrimas.
—El padre de lord Severin es un buen amigo de la familia —forcé a mi memoria a rescatar ese nombre, logrando esbozar una borrosa imagen de un hombre corpulento y ya entrado en la treintena— y ha mostrado un genuino interés en mí; es un buen hombre, Mab. Su propia familia está bien situada en la corte y ayudaría a la mía con esta unión, convirtiendo a lord Severin en un atractivo candidato.
La familia de Mirvelle no había querido lanzarse a un apresurado compromiso mientras fue una niña. Ahora que ya se había convertido en mujer y que estaba a punto de alcanzar los diecisiete años —pues ella era la más madura del grupo—, era el momento idóneo para encontrar un futuro y beneficioso compromiso.
Fruncí el ceño, sin entender los reparos que mostraba Mirvelle ante aquella opción que su familia había valorado. Mi dama de compañía se encogió sobre sí misma, abrazándose a sí misma.
—Preparé una corona para lord Severin —desveló y yo recordé el afán que puso en tejer aquellos obsequios— y aproveché que se encontraba aquí, en palacio, para entregársela —su cuerpo se sacudió y una sensación desagradable se retorció en la boca de mi estómago mientras la escuchaba—. Los elementos parecieron hacer que tropezáramos el uno con el otro en uno de los rincones de los jardines y...
Su mirada se desenfocó y noté una leve pátina de sudor cubriendo la palma de su mano cuando la tomé, ignorando el furioso latido de mi corazón. Mirvelle se aferró a mí como si fuera su único salvavidas.
—Lord Severin me arrinconó, amparándose en la oscuridad —mi dama temblaba, presa de un terror súbito mientras la sensación de mi estómago empeoraba a cada instante, a cada palabra que pronunciaba con visible esfuerzo—. Dijo... dijo... dijo cosas horribles sobre lo que me esperaría una vez... una vez el compromiso se hiciera oficial —su mano se agitó bajo la mía y sus ojos se abrieron aún más—. Y su contacto... Mab...
Estreché su mano, incapaz de seguir escuchando lo que había ocurrido en aquel rincón donde el noble la había arrinconado. La barbilla de Mirvelle comenzó a temblar incontrolablemente y más lágrimas resbalaron por sus mejillas; su pecho empezó a inflarse y desinflarse con mayor rapidez, abrumada por los recuerdos.
—Es nuestra mejor opción y mis padres no lo rechazarán —agregó, hundida—. Tengo miedo.
Volví a estrechar su mano, con un nudo en la garganta. Si el padre de lord Severin se había reunido con lord Verver, alcanzando algún tipo de preacuerdo, sería inminente que pronto corrieran los rumores por toda la corte antes de que llegara el anuncio; Mirvelle no solía hablar de temas demasiado personales, pero su interés por encontrar un buen partido denotaba cierta presión por parte de su familia
Mi dama de compañía no podía oponerse a la decisión de su padre, si ya estaba tomada. Pero la elección de lord Verver, al parecer, no era la correcta.
Aquella faceta oculta de lord Severin escondía a un monstruo... y Mirvelle no tenía escapatoria, convirtiéndose en su futura víctima.
El estómago se me revolvió al tratar de imaginar un ápice del infierno en el que se convertiría su vida marital una vez ambos estuvieran comprometidos. El lord estaba ansioso, amedrentando a Mirvelle hasta puntos insospechados. Empañando la ilusión que había guardado respecto a su futuro esposo.
Mi dama de compañía necesitaba ayuda urgentemente; quizá por eso había acudido a mí, presa de la desesperación. Como Dama de Invierno, poseía algo de poder e influencia que podría emplear para su beneficio, para salvarla de aquel horrible compromiso que estaba gestándose y que muy pronto saldría a la luz.
Aún no era nada definitivo.
Aún teníamos tiempo para poder hacer algo.
Mi mente se puso en funcionamiento, tratando de idear... o esbozar el inicio de un plan que nos permitiera hacer que lord Verver se replanteara el aceptar el generoso acuerdo ofrecido por lord Gydrail, progenitor de lord Severin.
«Tengo miedo.»
No era capaz de deshacerme de la aterrada voz de Mirvelle en mis oídos, en la súplica desesperada que se escondía tras esas dos palabras. Ella era mi amiga y me necesitaba a su lado.
—Encontraremos una solución, Mirvelle —le aseguré—. Te lo prometo.
Poco después de que mi dama de compañía se marchara con un brillo de esperanza iluminando sus ojos verdes, me desplomé sobre el diván que había estado ocupando antes de acompañar a Mirvelle hasta la puerta principal de mis aposentos. La cabeza me martilleaba a causa del sobrecogedor relato que había escuchado sobre lord Severin; no le conocía personalmente, pero siempre que le había visto por la corte me había resultado demasiado correcto. Jamás hubiera imaginado que ocultara una faceta... así.
Y no podía permitir que Mirvelle acabara entre sus garras, no podía permitir que mi dulce e inocente dama de compañía se convirtiera en su esposa.
Pero si quería salvar a mi amiga, primero necesitaba un plan para deshacerme de lord Severin.
Presioné mis dedos contra las sienes, sintiendo un leve dolor acumulándose en esa zona. Tenía el corazón encogido y destrozado después de haber oído cómo ese monstruo la había empujado hacia un rincón lo suficientemente escondido de miradas y oídos ajenos para desvelar sus intenciones, mostrando esa parte oscura que tan bien había escondido frente a la corte.
Le había prometido a mi dama que encontraríamos una solución, pero no sabía cómo abordar la situación. Qué dirección tomar para salvar a Mirvelle de su funesto destino junto a lord Severin.
—Alteza —la dulce voz de Berinde se coló entre mis pensamientos.
Pestañeé para despejar mi mente y alcé mi mirada hacia el rostro de mi doncella, que me sonreía con amabilidad. Ella había intuido mi repentino cambio de humor, mi expresión ensombrecida tras haber despedido a Mirvelle en la puerta, repitiendo por última vez mi compromiso para ayudar en todo lo que pudiera; Berinde no había hecho comentario alguno, simplemente me había preguntado si deseaba algo.
Al ver que contaba con toda mi atención, mi doncella apoyó una mano sobre mi hombro.
—Hay alguien que pregunta por vos, milady —anunció.
¿Tan absorta había estado que ni siquiera había sido consciente de la contundente llamada...? Fruncí el ceño, curiosa por saber quién esperaba en el pasillo, solicitando por una audiencia conmigo. Atreviéndose a acudir a mis propios aposentos para concertar un encuentro.
Berinde pudo leer la intriga en mis ojos, respondiendo:
—Es lord Darragh.
Noté una leve oleada de nerviosismo recorrerme de pies a cabeza al conocer la identidad de mi inesperada visita. Mi vista se desvió de manera inconsciente hacia el interior de mi dormitorio; desde mi posición podía atisbar la corona que me había regalado la noche anterior. Luego la voz de Nicéfora resonó en mis oídos, advirtiéndome que tuviera cuidado.
Que no cometiera sus mismos errores.
Me dije a mí misma que era absurdo. Apenas había cruzado un par de palabras con lord Darragh y aquel inesperado acercamiento se debía a mi patética huida después de saber que yo no había distanciado a lady Amerea de su familia debido a su total entrega a sus responsabilidades para con la princesa.
Había permitido que el primogénito de lord Dannan me viera en una actitud demasiado vulnerable, lo que le había empujado a enviarme esa bonita corona. Le había mostrado lo importante que había sido su abuela en mi vida y, quizá, esa tenue conexión era lo que le había empujado a venir: él también estaba pasando por una época de duelo debido a esa pérdida.
—Hazle pasar —le pedí.
Berinde asintió y la vi acercarse de nuevo a la puerta. Instantes después, la abría para cederle el paso a lord Darragh; vi un poso de interés en su expresión mientras el joven luchaba contra ese sentimiento, intentando mantener su rostro bajo una máscara solemne.
Me puse en pie para recibirle y él se inclinó al detenerse a mi altura.
—Lord Darragh —le saludé con educación—. Quisiera agradeceros el detalle que me enviasteis ayer.
Un ligero rubor se abrió paso en sus mejillas. El joven se aclaró la garganta, intentando sobreponerse al apuro que le había generado mi sencillo agradecimiento por la corona floral que guardaba en mi dormitorio.
—Un detalle sin importancia, Dama de Invierno —repuso con tono humilde.
Una sensación cálida empezó a extenderse por mi pecho. A pesar de habernos encontrado dos veces desde que le brindamos la última despedida a lady Amerea, me sentía extrañamente reconfortada en su presencia; el temor y la vergüenza que en el pasado me habían asaltado a causa de la culpa se había desvanecido...
Pero no así la voz cargada de advertencias de Nicéfora.
Entrelacé mis manos y enderecé los hombros de manera inconsciente, adoptando una postura digna de la princesa de la Corte de Invierno.
—¿A qué debo el placer de vuestra visita, lord Darragh? —le pregunté.
Berinde continuaba tras el joven lord, solícita por si pudiéramos requerir algo... como que le acompañara hacia la salida.
Una tímida sonrisa se formó en sus labios y al calor se le unió una casi imperceptible aceleración de mi pulso.
—Me preguntaba si... si accederíais a dar un paseo conmigo —contestó y el rubor de sus mejillas se hizo más intenso—. Por los jardines.
Pensé en su invitación. Inocente en apariencia, no parecía entrañar ninguna intención oculta; mi mente voló de nuevo hacia la corona de flores con la que me había obsequiado. ¿Acaso no debía devolverle el favor, de algún modo? El comportamiento del joven durante nuestra breve conversación junto a la fuente había sido intachable.
Me dije a mí misma que si aceptaba, estaría compensando su desinteresado regalo.
Sonreí a lord Darragh antes de dirigir mi mirada hacia Berinde.
—Por favor, tráeme una capa —solicité con tono suave.
Creí ver por el rabillo del ojo cómo crecía de tamaño la sonrisa en los labios del lord.
«Sólo prométeme una cosa, Mab —la voz de Nif se repitió en mis oídos—: ten mucho cuidado...»
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