| ❄ | Capítulo doce
Me obligué a empujar lo sucedido —y el pavor que se desató por todo mi cuerpo al ver que no era capaz de frenarlo por mí misma— a lo más profundo de mi mente mientras fingía que nada de ello había tenido lugar después de haber eliminado cualquier evidencia de lo caótica que había resultado ser mi magia.
Cambié mi vestido por uno de mis camisones más cálidos y busqué refugio en mi dormitorio, bajo las mantas. Me quedé allí aovillada, contemplando las palmas de mis manos; preguntándome qué habría llegado a pasar si alguien me hubiera descubierto en aquel momento tan vulnerable.
Oí a ese maldito Airgetlam hablar con semejante prepotencia sobre los planes que había alcanzado junto a su padre, en los que el objetivo era participar en el Torneo como campeón de la Corte de Invierno para ir allanando el terreno para demostrarle al rey que era la opción más conveniente para mí: para convertirse en mi prometido y, una vez llegara nuestro momento, ocupar el lugar de mi padre.
Mi cuerpo se estremeció al imaginar lo que sucedería si Airgetlam conseguía salirse con la suya: era déspota y egoísta. El poder que le conferiría la corona no haría más que enardecerle; yo quedaría relegada a un segundo lugar, me obligaría a cumplir mi función como esposa. Me obligaría a darle herederos.
La reina me había prometido darme voz en aquel asunto. Al menos contaba con aquella pequeña ventaja que, seguramente, Airgetlam y su padre no conocían; a pesar de aquel inesperado contratiempo respecto a quién había resultado ser el campeón de la Corte de Invierno, no iban a rendirse: lucharían con garras y dientes por obtener el beneplácito del rey para conseguir mi mano en matrimonio.
Aquella derrota no haría más que motivarlos aún más.
Berinde me encontró allí, refugiada bajo las mantas, mucho tiempo después. Cuando la noche había dado paso a la mortecina luz del amanecer y los pocos invitados que habían decidido alargar un poco más la euforia de la Ceremonia de Inicio por fin se habían arrastrado de regreso a sus propios dormitorios, dando por concluida la velada. Sus ojos me observaron con visible preocupación antes de atreverse a sentarse en el borde del colchón, marcando las distancias; las fuertes emociones del día anterior me habían mantenido en vela toda la noche, impidiéndome conciliar el sueño.
—Alteza —la escuché murmurar, cohibida por mi aspecto.
No había tenido el placer de contemplarme todavía en un espejo, pero no me costó mucho imaginar mi aspecto: mi rostro estaría más pálido que de costumbre; mis ojos se encontrarían apagados... y enmarcados por profundas ojeras, producto de una noche sin dormir. Mis doncellas tendrían que esforzarse más que en otras ocasiones para cubrir todo aquel desastre.
Se me escapó un imperceptible suspiro cuando el dorso de los dedos de Berinde se apoyó con suavidad en mi frente, un gesto que me retrotrajo a mi infancia. Cuando ella hacía ese mismo movimiento para comprobar mi temperatura.
Un relámpago de sorpresa cruzó los ojos de Berinde antes de que apartara la mano.
—Estáis... estáis más fría de lo normal —dijo.
Mordí el interior de mi mejilla, sabiendo a qué se debía: eran las secuelas de mi magia después de que perdiera el control de ese modo. Aquel estallido de rabia me había dejado completamente vacía y sin fuerzas, obligándome a arrastrarme hacia la cama en un arranque de puro orgullo.
Movida por ese mismo impulso —el no mostrarme débil ante nadie, ni siquiera Berinde, quien había estado a mi lado casi toda mi vida— hice a un lado las pesadas mantas, obligando a mi doncella a ponerse en pie, y me deslicé fuera de la cama. En la otra sala podía percibir el rumor de mis otras doncellas preparándolo todo, a la espera de que Berinde repartiera las tareas para aquel nuevo día; pensé en los días que nos quedaban por delante hasta regresar a casa.
La duración del Torneo nunca era la misma en todas las ediciones, dependiendo de cada anfitrión. El tiempo mínimo era una semana; el máximo, por el contrario...
Tomé la bata que me tendía mi doncella y me la puse sobre el cuerpo agradeciendo aquella capa extra. Opté por abandonar el dormitorio y salir a la salita anexa, donde mis doncellas se doblaron en una protocolaria reverencia; un copioso desayuno me esperaba en una de las mesas que había cerca del diván que siempre ocupaba cuando estaba allí.
Sentía el estómago cerrado, así que empecé a picotear del bol de fruta que tenía más a mano mientras Berinde repartía las tareas para aquel nuevo día. Escuché a medias a mi doncella decir quién tenía que hacer qué, repitiendo la misma rutina de cada mañana; sin embargo, el cansancio que estaba aposentado en lo más hondo de mis huesos era un elemento nuevo.
—Quizá podríais eludir vuestros compromisos hoy, Alteza —Berinde se detuvo frente a mí, contemplándome por segunda vez con un brillo crítico en la mirada—. No tenéis buen aspecto.
Por unos segundos saboreé la dulce idea de hacer caso a mi doncella y enviar un mensaje a la reina para informarle que, debido a mi estado, no estaba en condiciones de acompañarla; pero eso supondría poner en alerta a mi madre... y mostrar un pequeño ápice de vulnerabilidad.
Si iba a convertirme en la futura reina de la Corte de Invierno no podía permitirme hacer eso.
Sabía el motivo de aquel cansancio, de por qué mis huesos parecían haberse transformado en pesadas piezas de hielo macizo: a pesar de encontrarme en una de las Cortes Unseelie, mi magia —mi sangre— se resentía levemente ante la que flotaba en el ambiente y que pertenecía a Otoño. El hecho de que hubiera tenido aquel estallido la noche anterior había ayudado a que mis energías menguaran más rápido.
—No —me negué, quizá demasiado tajante—. Haz que me preparen el baño y ten listo un vestido para cuando salga.
La mirada de Berinde no reflejó absolutamente nada, pero yo sabía que el tono empleado —el tono que usaba la Dama de Invierno— para dirigirme a ella había tocado un punto sensible: las formalidades, la supuesta distancia que tenía que marcar debido a mi posición, habían quedado olvidadas muchos años atrás.
Era como si hubiéramos regresado al inicio, al momento en que mi madre me informó que una nueva camarilla de doncellas entraría a mi servicio y una tímida —y más joven— Berinde me observó con visible timidez.
Abrí la boca para disculparme por mi error, pero ella ya se encontraba de camino al interior del dormitorio para azuzar a las otras chicas respecto al baño que había exigido.
La poca fruta que había logrado ingerir se retorció en el fondo de mi estómago, dejándome un regusto amargo en la boca.
Aguanté con una sonrisa en el rostro los elogios a mi vestido de algunas de las invitadas de la reina Eirlys, a quien había reunido en uno de los amplios cenadores de madera que había al otro lado del palacio, en aquella porción de terreno que colindaba con la muralla que protegía a la ciudad.
Mi madre estaba igual de resplandeciente, si no más, con su vestido azul oscuro. Su escote en forma de V mostraba un poco más de piel de la que estaba acostumbrada a ver para alguien que pertenecía a la Corte de Invierno, lo mismo que el fajín que llevaba anudado bajo el pecho y del que brotaban pequeñas enredaderas de discretos abalorios que caían con delicadeza sobre su cintura; su cabello blanquecino se extendía como una cortina lisa por su espalda, agitándose con la brisa.
En aquellos instantes estaba entretenida junto a un par de cortesanas de nuestra corte y de la corte anfitriona. La propia reina de Otoño se encontraba a unos metros de distancia, sentada cómodamente; la princesa Carys, a quien había estado evitando desde que puse un pie en aquel lugar junto a mi madre, revoloteaba de un lado para otro junto a un reducido grupo de seguidoras.
El rey de Otoño, por lo que había comentado mi madre cuando me reuní con ella para acudir a ese pequeño pasatiempo —cuya única función era permitir que los invitados pudieran socializar entre ellos—, había organizado una actividad al aire libre para el público masculino que se realizaría en el bosquecito con el que contaban en los terrenos del castillo. Al otro lado de donde nos encontrábamos.
Cuando le pregunté al respecto, mi madre se encogió de hombros, sin saber qué decir.
Así que allí me encontraba, fingiendo ser la princesa sonriente que todo el mundo esperaba. Las comisuras habían empezado a molestarme después de estar tanto tiempo dedicando sonrisas a todas las jóvenes que se acercaban para compartir un par de frases conmigo sobre lo bien que la reina de Otoño había organizado todo o lo bonito que era el vestido borgoña que Berinde había elegido para mí, tal y como le ordené antes de desaparecer en el baño para mascar mi propia vergüenza por lo sucedido con mi doncella.
Jugueteé con la idea de emplear mi cansancio como baza para conseguir que mi madre me dispensara de continuar en aquel cenador un instante más, pero mis pensamientos quedaron en suspenso bruscamente cuando mis ojos se toparon con los de la Dama de Otoño. Ninguna de las dos había hecho amago de acercarse a la otra; lo sucedido entre ambas la noche anterior, durante la espera de la Ceremonia de Inicio, aún estaba demasiado reciente.
No podía olvidar —como tampoco perdonar— sus insidiosas palabras. El resentimiento que guardaba en su interior, y que la empujaba a comportarse de esa forma, por cómo sus padres habían planificado su vida —utilizándola del mismo modo que a otras chicas, que a mí misma—, la estaba envenenando poco a poco; bajo esa fachada primorosa y encantadora se escondía alguien rencoroso que necesitaba infligir daño para sentirse mejor consigo misma.
Necesitaba ver que el mundo que la rodeaba podía llegar a ser tan desgraciado como lo era ella.
Un escalofrío se deslizó por mi espalda mientras le sostenía la mirada a Carys. A pesar de los metros que nos separaban, podía sentir la intensidad que latía en sus ojos... y la extraña sombra que se ocultaba en el fondo de ellos; apreté los puños, recordando el frío mordisco del hielo. Me atemorizó la idea de perder el control de nuevo, delante de todas aquellas testigos... Delante de mi madre.
Me sobresalté cuando alguien me tocó el brazo, obligándome a romper el contacto visual con la princesa de Otoño. Una joven que aparentaba tener mi edad me sonreía con amabilidad, todavía con su mano apoyada sobre mi brazo; sus cristalinos ojos azules me observaban con atención mientras su rostro pretendía transmitir simpatía.
—Alteza —su voz era tan dulce como su aspecto.
Rebusqué en mi memoria, tratando de hallar su rostro entre mis recuerdos más recientes. Las prendas que llevaba —un discreto vestido de color malva que apenas dejaba un ápice de piel al descubierto— delataban su procedencia de aquella misma corte; noté un doloroso tirón en las comisuras al tratar de sonreírle del mismo modo que estaba haciéndolo ella.
—Disculpadme, yo no...
La joven abrió mucho los ojos al percatarse de mi confusión.
—Disculpadme a mí, Dama de Invierno —me dijo con una expresión de inocente culpabilidad; retiró la mano de mi brazo para tomar su vestido y flexionar las rodillas en una respetuosa venia—. Soy Wendeline.
Traté de balbucear una educada respuesta, pero ella añadió:
—Conozco bien esa mirada en los ojos de la princesa... y no significa nada bueno.
Por algún extraño motivo no puse en duda sus palabras. Había algo en el tono de voz que había empleado —como si temiera que alguien, quizá la propia Carys, pudiera escucharlo— me hizo preguntarme si aquella afirmación por parte de Wendeline estaba basada en su experiencia personal con la Dama de Otoño; fingí estar contemplando al resto de invitadas mientras trataba de encontrar de nuevo a Carys.
Ella no parecía haber apartado la mirada de mí en todo aquel tiempo y había entrecerrado los ojos al descubrir a Wendeline a mi lado. Escuché una risa nerviosa procedente de la cortesana de Otoño, quien también debía estar mirando en la misma dirección que yo; mis sospechas sobre el profundo conocimiento que parecía tener Wendeline sobre el carácter de Carys ganaron peso en mi mente. La cuestión ahora era: ¿por qué la princesa de Otoño habría colocado en su punto de mira a alguien como la chica que me había advertido...?
—Carys ha comentado a su círculo más cercano lo que sucedió entre vosotras, Alteza —mis ojos regresaron a Wendeline, cuya expresión se torció levemente—. O, al menos, una versión a su gusto de lo que realmente pasó.
Presioné mis labios con rabia contenida y espié a las chicas que rodeaban a la princesa, el supuesto círculo que había mencionado la joven que permanecía a mi lado. Ninguna de ellas parecía ser consciente de lo que se ocultaba bajo aquel rostro bonito de la Dama de Otoño o, si lo sabían, compartían con ella la oscuridad que parecía albergar en su interior; eché de menos a Nicéfora, pero había dispensado a todas mis damas de compañía de sus quehaceres para que pudiesen disfrutar con sus respectivas familias de la belleza que ofrecía la Corte de Otoño a los que ponían un pie en ella por primera vez.
—Me temo que no le gustó demasiado que no me dejara manipular tan fácilmente —comenté, cruzándome de brazos y optaba por centrar mi atención en algo que sí mereciera la pena.
Miré a Wendeline, quien me observaba con un brillo cercano a la veneración.
—También escuché los rumores que corrían sobre el pequeño desencuentro que mantuvisteis con el príncipe heredero de Verano —gorjeó, uniendo las palmas como si estuviera a punto de elevar una plegaria a los elementos.
Una punzada de vergüenza me pellizcó al recordar cómo me había encarado a Oberón y el modo en que había logrado humillarle frente a Nicéfora, vengándome de algo que sucedió años atrás... Cuando solamente éramos un par de niños.
Sentí un ligero ardor en mis mejillas al ver la sonrisa que acababa de aparecer en el rostro de Wendeline. Una sonrisa de genuina diversión; un gesto con el que no pretendía juzgarme por lo que hice.
—No fue mi mejor momento —reconocí.
—Yo creo que fue muy valiente —dijo ella en un avergonzado susurro.
Lanzando una última mirada en dirección a Carys y su séquito, Wendeline se atrevió a entrelazar su brazo con el mío; mi cuerpo se tensó unos instantes a causa de la sorpresa, pero pronto conseguí recuperar el control y hacer desaparecer la rigidez de mis extremidades. Había algo en aquella joven que me generaba un sentimiento de... conexión; quizá fuera el hecho de sospechar que también había tenido que sufrir el veneno que corroía a Carys.
Quizá fuera la extraña sensación que me producía Wendeline, esa inconfundible aura de sincera amabilidad... y una pizca de respeto hacia mí.
Dejé que me alejara de la afluencia de mujeres que disfrutaban del aire libre aquella reunión hacia un rincón más tranquilo, alejado de la intensa mirada de Carys. Traté de disfrutar del ambiente y de la compañía de Wendeline, quien resultó ser más perspicaz de lo que creí en un inicio; poco a poco fui relajándome en presencia de la joven, olvidándome de la Dama de Otoño y el resentimiento que parecía alimentarla y la hacía comportarse de ese modo tan mezquino.
Los ojos de Wendeline se abrieron de par en par y su divertida anécdota quedó en suspenso, haciéndome girar por la cintura para ver qué era lo que había hecho enmudecer a mi nueva conocida: el rey de Otoño, seguido por su hijo, regresaba junto al nutrido grupo de acompañantes, entre los que se encontraba mi padre.
Mis labios se curvaron en una sonrisa al divisarlo. Aquella mañana parecía haber dejado a un lado su familiar traje para llevar un ajustado uniforme de caza; aquellas piezas no me resultaban del todo desconocidas, pues siempre las solía usar cuando salía a los bosques cercanos a la capital junto algunos nobles de la corte para realizar divertidas partidas que terminaban con su regreso en compañía de todo lo que habían conseguido a lo largo de la jornada.
Mi sonrisa titubeó cuando vi a la primera persona separándose del grupo, dirigiendo sus pasos hacia el rincón donde nos habíamos refugiado Wendeline y yo. Mis ojos se pasearon por su reluciente cabello rubio, bajando hacia su cincelado rostro —que tantos suspiros había arrancado— y el resto de su perfecta anatomía; nadie ponía en duda su belleza, la elegancia de sus movimientos... y la fulminante certeza de alguien que era consciente de ello.
Las piezas de su propio uniforme no hacían más que resaltar lo evidente, provocando que las miradas se desviaran en su dirección —hecho que parecía halagarle— al ver el modo en que atravesaba el césped con aquellos seguros andares. Wendeline, aún a mi lado, también parecía haberse quedado boquiabierta con Airgetlam y su inconfundible aspecto.
Su hechizo no funcionó conmigo, quizá porque yo era capaz de ver más allá de su sonrisa deslumbrante o sus ojos de color verde y sabía lo que ocultaba debajo: un joven déspota, pagado de sí mismo y con aires de grandeza.
Alguien a quien nunca nadie parecía haberle negado nada.
Me coloqué mi máscara de Dama de Invierno cuando las dudas se despejaron y confirmé que su destino era el rincón donde estaba disfrutando de un buen rato junto a Wendeline. Obligué a mis comisuras a formar una comedida sonrisa en respuesta a la que adornaba el atractivo rostro de Airgetlam; luego empecé a planificar cuidadosamente mi huida mientras observaba cómo el joven recorría los últimos metros que nos separaban.
Contuve mis ganas de poner los ojos en blanco cuando sus ojos me hicieron un repaso exhaustivo de pies a cabeza, como si fuera una yegua a la que estuviera calibrando su verdadero valor. Procuré que el desagrado que me producía ver su mirada deslizándose por cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose unos segundos en el conservador escote que me llegaba unos centímetros por debajo de las clavículas, no se reflejara en mi gesto; Airgetlam no sería un oponente tan sencillo como lo fue lord Kelvar en su momento.
La conversación que había escuchado a escondidas, donde había contemplado una faceta desconocida, se repitió en mi cabeza en bucle. Aquel tipo lo único que veía cuando me miraba era una corona, era poder; se había puesto un objetivo demasiado alto, quizá alentado por su propio padre. Al contrario que otros posibles pretendientes, Airgetlam era astuto y podría llegar a convertirse en un rival difícil de abatir.
Ladeé la cabeza con una expresión de fingido alborozo cuando le tuve frente a mí. Hice crecer un poco más mi sonrisa al ver cómo se doblaba por la cintura, pretendiendo hacerle creer que estaba encantada por sus galantes modales; cubrí mis labios con el dorso de mi mano, imitando a algunas jóvenes de la corte que intentaban mostrar su interés mediante aquellos gestos cargados de coquetería.
Mi actuación pareció convencer a Airgetlam, cuya sonrisa se tornó satisfecha cuando se incorporó. Incluso, movida por un infantil impulso, batí mis pestañas del mismo modo que Nicéfora cuando encontraba a su siguiente víctima.
—Alteza —mi título brotó de los labios del noble con un tono ronco que hizo que estuviera a punto de borrar la sonrisa de mi rostro.
Luego recordé no estaba sola, lo que me brindó una pequeña excusa para recomponerme mientras procedía a introducir a la muda chica que tenía todavía a mi lado.
—Permitidme que os presente a lady Wendeline —dije con mi tono más dulce y empalagoso; si Nif hubiera estado allí, hubiera sabido al instante lo que me proponía—. Lady Wendeline, él es lord Airgetlam... Su padre es uno de los apreciados consejeros de mi padre en la Corte de Invierno.
El interpelado no pareció percatarse del ligero timbre socarrón con el que envolví mis palabras. Dirigió sus ojos verdes hacia Wendeline y luego se inclinó a la vez que tomaba una de las manos de la joven; pude ver cómo sus mejillas se tornaban de un adorable tono rosáceo que se hizo más intenso cuando Airgetlam tuvo la osadía de depositar un beso en el dorso con una pícara sonrisa curvando su comisura izquierda.
—Lady Wendeline —murmuró—. Lamento tener que pediros esto pero... ¿os importaría que os robara unos instantes a la princesa?
Valiéndose de su encanto, Airgetlam hizo que mi acompañante balbuceara una tímida respuesta donde le aseguraba que no había ningún problema; ahogué un gruñido de frustración mientras me obligaba a mantener la sonrisa y esa apariencia de joven apabullada por la atención que se me estaba brindando alguien como Airgetlam.
Wendeline se despidió de nosotros y se perdió entre la multitud de los recién llegados. Observé su marcha con una extraña opresión en el pecho; no quería quedarme a solas con Airgetlam, pero tampoco podía huir despavorida.
Contemplé de nuevo su uniforme.
—¿Habéis tenido una caza productiva? —lancé mi pregunta, intentando romper el hielo.
Una socarrona sonrisa hizo acto de presencia en el rostro del muchacho.
—Eógan ha sido muy generoso al compartir con nosotros su pabellón privado de caza, donde hemos podido ver hermosos ejemplares de zorros de pelaje largo —conocía las criaturas que mencionaba: oriundas de la Corte de Otoño, aquellos zorros poseían un esplendoroso pelo cuya gama de colores iba desde un naranja pálido hasta el más oscuro, casi negro. Su tamaño, por no hacer mención de su avispada inteligencia, tampoco era nada desdeñoso—. Aunque debo reconocer que estoy acostumbrado a perseguir otro tipo de... presas.
Una sensación helada fue extendiéndose por todo mi cuerpo al intuir que no estaba hablando de la clase de criaturas que tenía en mente. Me forcé a soltar una risita encantadora, como si su comentario me hubiera resultado de lo más divertido; no se me pasó por alto el brillo complacido que iluminó sus ojos verdes durante unos breves segundos.
—No veo vuestras piezas —observé, siguiendo aquel juego.
Airgetlam soltó una carcajada que sonó muy ronca.
—El rey pensó que no sería correcto arrastrar hasta aquí nuestros trofeos —respondió con tono zalamero, acercándose a mí—. No habría sido una visión agradable para vuestra sensible mirada.
Mordí el interior de mi carrillo mientras contenía a duras penas la réplica que tenía preparada sobre su percepción de «nuestra sensible mirada». Paseé mi mirada por los recién llegados y por las mujeres que habían sido invitadas por la reina Eirlys, pensando en cómo deshacerme de la presencia de Airgetlam; entrecerré los ojos al advertir cierto alboroto entre un pequeño grupo cuyos colores delataban su procedencia Seelie. No me costó mucho descubrir que Vanora formaba parte de los presentes; la regia figura de la reina de la Corte de Verano estaba inclinada sobre alguien que estaba cerca de sobrepasar su altura.
El estómago se me agitó cuando contemplé a un Oberón visiblemente herido, aunque no de gravedad.
—¿Qué ha sucedido...? —se me escapó antes de que fuera consciente de que estaba hablando en voz alta.
Vanora no era capaz de ocultar su zozobra al contemplar los rasguños que cruzaban la cara de su primogénito. Su esposo y un desgarbado joven —Voro, el más joven de los dos príncipes, reconocí unos instantes después— parecían estar explicándole lo sucedido; Oberón, consciente de los ojos que le rodeaban, trataba de zafarse de las manos de su madre.
—Al parecer, el Caballero de Verano no ha resultado ser un jinete muy experimentado —la voz cargada de burla de Airgetlam sonó cerca de mi oído, provocándome un sobresalto.
La perversa satisfacción que se adivinaba bajo esa capa de socarronería hizo que tuviera un mal presentimiento sobre cómo había tenido lugar el accidente... o quién había podido ser el responsable. El corazón se me aceleró dentro del pecho al saber que la persona que estaba junto a mí era culpable, y no parecía arrepentido en absoluto.
Mis sospechas se vieron ligeramente confirmadas cuando la mirada de Oberón se clavó en nosotros. Algo latió en el fondo de sus ojos de color miel al descubrir a Airgetlam a mi lado; a pesar de lo sucedido entre nosotros, jamás compartiría la sucia jugada del noble contra el príncipe heredero de Verano.
—Decidme que no sois responsable de lo sucedido —grazné, olvidándome de mi papel al contemplar el rostro malherido del primogénito de Vanora.
—Hice lo que tenía que hacer por mi princesa —fue su única respuesta.
Un sabor amargo inundó mi boca.
—No necesito que nadie defienda mi honor —espeté, dirigiéndole una mirada feroz a Airgetlam—. Puedo hacerlo por mí misma.
* * *
¡Florecillas del campo, HOY ES VIERNES, EL CUERPO LO SABE Y TOCA DAMA DE INVIERNO PARA AMENIZAR ESTE FANTABULOSO INICIO -nótese la ironía- DE MES!
Inyectemos un poco de optimismo y felicidad para combatir la simulación de año que nos ha tocado vivir este 2020. Os recuerdo, así como dato, que he decidido retomar mi vieja costumbre de actualizar dos -sí, estáis leyendo bien: dos- veces a la semana; el viernes no se toca (que hace apenas unos minutos he sabido que hoy es Viernes de Dolores y aún estoy tratando de procesarlo porque vivo perdida totalmente) porque ya es casi tradición, por lo que actualizaré viernes y lunes para tratar de que haya un pequeño lapso entre una y otra (donde poder avanzar, jeje)
Inspirad conmigo, ¿lo oléis? ¿Sí? Huele a que en el capi que viene seguramente haya movida y ya sabéis lo fan que soy de estos momentos...
Por cierto, ¿soy la única que piensa que lord Airgetlam tiene un poco de Deacon vibes?
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